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Zumbido de Abeja, aroma a Miel

Pura Cortesía

I.

Ahí están, todas juntas en su guarida, comenzando a despertarse y moverse, saben que ya es primavera y es
hora de dejar ese espacio entre las cortezas de los árboles. Qué maravilla es poder percibir a todas estas
chinitas estirándose luego de una larga siesta invernal. Haber encontrado tantos nidos hoy es un buen
augurio, va a haber buena comida esta temporada. La Negra lo sabe también, las huele al igual que yo. Las
dos estamos extasiadas con este descubrimiento y al ver la cara de entusiasmo que pone, sé que yo estoy
poniendo la misma cara. Estamos totalmente hipnotizadas por el mensaje que se asoma por debajo de los
incontables puntos negros, pero algo me distrae, una sensación que me recorre de pies a cabeza, como un
hormigueo dentro de mí que anuncia lo que ambas sabemos.

“¡China! ¡Negra!” escuchamos a lo lejos. Es la mamá que nos llama, ya llegó de vuelta a la casa.

Nuestra casa es la única que hay por acá cerca, la mamá me cuenta que hay más casas en otros lados, que
cuando se va, ese es su destino, esas otras casas, donde logra conseguir algunas cosas que necesitamos. A
mí, la verdad, no me interesan esos lugares, yo tengo todo lo que necesito acá, en el bosque, en el cerro, en la
Negra, en la mamá, en la casa, en mí. Todo este lugar por el que me muevo es mi espacio, es mi vida, es mi
mundo. La casa es el lugar donde convivimos sólo las tres, donde nos entramamos.

La Negra siempre se me adelanta un poco cuando andamos juntas, yo prefiero ir más lento, en caso de que
mientras caminamos se me cruce algún olor que me llame la atención. Cuando persigo los olores, ella me
sigue y se me adelanta de nuevo, y así nos movemos, así descubrimos todos los nidos de chinitas que
encontramos hoy.
Entramos a la casa y la mamá está esperándonos para cocinar, sentada en su silla. Siempre cocinamos las
tres juntas, es importante hacerlo si vamos a comer las tres juntas, hay que ser parte de todo el proceso, sino
no seríamos tan unidas. Nos disponemos a hacer la comida, la Negra saca los recipientes para la preparación,
mientras la mamá saca las avellanas y el arroz, yo prendo la cocina. Me doy cuenta de que queda poca leña y
que no va a alcanzar para cocinar. Aviso que voy a buscar leña y salgo corriendo a buscar la carretilla y
luego me dirijo a la pila de madera que hemos logrado mantener abastecida durante todo el invierno. Calculo
que con unos diecisiete troncos alcanzará para la cocina y para mantenernos tibias durante la noche. La
carretilla está pesada, no puedo avanzar muy rápido si no se me va a soltar. Tratando de acomodarme a
mitad de camino para descansar un poco los brazos, un run-run interrumpe mi recorrido y me mira fijamente,
como queriendo decirme algo. Dejo la carretilla ahí y lo sigo unos nueve metros entre los árboles. Se detiene
sobre un gran tronco caído, que lleva varios meses muerto. Entre las grietas del tronco y las sombras de los
árboles que se mueven con el viento, diviso unos gargales, le sonrío al run-run, el cual emprende vuelo y se
pierde entre el juego de los verdes y celestes de las hojas y el cielo. El augurio de las chinitas comienza a
hacerse real, el alimento será abundante, y a juzgar por este descubrimiento será inusual, ya que estos
hongos no crecen hasta el otoño. Con los ojos abiertos de par en par por la alegría, me apresuro a recoger los
gargales y ponerlos en mis bolsillos, corro a retomar mi labor con la carretilla y volver a la cocina para
ponerle un par de troncos más al fuego.
Cuando entro, con tres troncos en la mano, la mamá me pregunta por qué me demoré tanto, a lo que le
explico lo sucedido, mientras atizo un poco el fuego y coloco contentamente los palos. Cuando termino de
hablar y de alistar el fuego, noto en su rostro una expresión algo extraña, entre de tristeza y de alivio. Tenía
una sonrisa que mostraba una lucecita pequeña de alegría, de cariño, pero en sus ojos y en su ceño se
desprendía una extraña y lejana pena, por un acontecimiento fuera de nuestro mundo. Con la Negra nos
acercamos y le pregunto si está bien, me dice que sí, que le dé un segundo y que me lo explicará todo.
Mamá y la Negra están sentadas juntas en el suelo, mientras que yo reviso el arroz y echo los gargales a la
olla, el agua ya estaba bajando. Estuvo pensativa un momento más, nos dirige la vista con una leve sonrisa y
nos comienza a decir:

- Ustedes no saben porque nadie cercano a ustedes se ha muerto. Pero cuando la gente muere, su alma
emprende su camino a las profundidades de los lagos y ríos, donde se introducen en una nueva sociedad.
Durante su vida ahí, la gente recuerda a sus personas de la tierra con nostalgia y busca maneras de
asegurarse de que estén bien. Esto lo hacen transformándose en animales, de esta manera pueden acceder
nuevamente al mundo de acá y acercarse a nosotras.
Escuchamos fascinadas todo lo que nos estaba diciendo la mamá.
-Hija, el run-run que te guió a los hongos para que los recogieras y comiéramos en esta cena, debió de haber
sido alguien de mi grupo. Si lo hubiera visto quizás hubiera podido reconocerlo. Eso significa que se
acuerdan de mí, que todavía se preocupan por mí. Este run-run superó todos los problemas que tuvimos con
mi grupo cuando nos fuimos del pueblo y nos hizo una visita, te hizo una visita a tí, piensan en nosotras.

Abrazamos a nuestra madre, la comida esta lista. Cada vez que la miramos de reojo, la sonrisa en su cara
sigue ahí, lo cual nos hace a nosotras muy felices también. Comemos tranquilamente, le comentamos a mi
madre sobre los nidos de chinitas, a lo cual ella nos dice que también son augurio de cambio o de la llegada
de un nuevo elemento. Noto que lo dice con cierta malicia en su mirada. Terminamos de comer la deliciosa
cena y nos vamos a dormir. Ya acostadas, la mamá nos dice “descansen, mañana será un día especial”.
Presiento que algo sabe que no nos está diciendo, se me revuelve la guata, tendremos que esperar hasta
mañana.

II.

El sol está entrando por la ventanilla sobre nosotras, la mamá ya se había levantado y está lista para salir.
Nos levantamos y nos dice que el desayuno está en la mesa, que nos preparáramos para el día. Justo antes de
salir nos dice, “les tengo una sorpresa para hoy” y sale rápidamente. Voy corriendo a pedirle explicaciones,
pero ya se había subido a su bicicleta y se alejaba por el bosque en busca del camino que la llevará al pueblo.
Con la Negra comemos un puñado de almendras y un pan tostado con tomate, tomamos un vaso de agua y
nos apresuramos a salir. La tina está con agua, así que saltamos dentro y nos lavamos la una a la otra, el agua
está heladísima, lo cual nos revitaliza. Lentamente salimos de la tina, nos sacudimos un poco el agua y
volvemos a la casa. Ordenamos un poco, limpiamos lo que usamos en el desayuno y salimos a esperar a que
volviera la mamá. Estamos entusiasmadas con la sorpresa, comenzamos a pasearnos de un lado a otro,
nerviosas, impacientes. Después de unos minutos nos hastiamos y encontramos innecesario el acecho, por lo
que decidimos distraernos. Nos adentramos al bosque y olfateamos aleatoriamente, así es más entretenido,
una se puede encontrar con cualquier cosa, hay muchas posibilidades. Nos llega un olor dulce y lo seguimos
por unos minutos, luego de un rato comenzamos a oír un ritmo muy interesante, un sonido que de a poco
llena el ambiente, el olor se intensifica, aroma a diversas flores, dulce miel que inunda el bosque. El ritmo
aumenta, lo único escuchable en ese momento es una sinfonía de zumbidos, que nos incita a bailar.
Al identificar el panal de las abejas, soltamos nuestros cuerpos y nos dejamos llevar por el sonido y el olor,
nuestros brazos y piernas como delgadas ramas azotadas por el viento, se mueven irregularmente, corremos
alrededor del árbol donde está ubicado el panal, saltamos, nos paramos en las manos y finalmente caemos
agotadas al piso, mirando directamente a la rama de donde salían y entraban las incansables abejas. El
reposo siempre es más hermoso después del frenesí que entrega un baile al ritmo del zumbido de las abejas y
las ramas sonando a medida que das cada paso. Ya repuestas, me dispongo a sacar algo de miel, siempre
ando trayendo un frasco conmigo, frente a la posibilidad de encontrar algo que pueda meter dentro. Hoy es
miel.
A no muchos metros hay unas charcas, me embadurno de barro todo el cuerpo y comienzo a trepar. La
Negra, que también está llena de barro, me mira desde abajo, atenta en caso de que haya que correr. Llego a
la rama en que está el panal y avanzo por ella, cuando estoy al lado de éste comienzo a sentir el temor a que
ocurra lo peor, que se rompa la rama, que bote el panal, que me ataquen las abejas. Me paralizo por un
momento, pero ya llegué demasiado lejos, ya estoy acá. Respetuosa y cuidadosamente acerco mi mano al
panal, no noto ninguna alteración en las abejas, despacio rompo un trozo que se nota que está bien cargado.
Le saco toda la miel que puedo, hasta la última gota, alcanza para medio frasco, podría sacar un poco más,
todo está saliendo de la mejor manera. En lo que me dispongo a acercarme de nuevo al panal, siento que la
rama cruje fuertemente. Me apresuro a acercarme al tronco y a bajar, pero ya es demasiado tarde. Cuando
voy bajando por el tronco la rama se rompe, no se cae, queda afirmada aún por algunas fibras, pero las
abejas se descontrolan. Cuando llego al suelo, la rama cruje denuevo y cede totalmente, cayendo a dos
metros de nosotras. Con la Negra nos miramos espantadas y corremos lo más rápido posible lejos del panal.
Sentimos las abejas cerca, todo el tiempo, sentimos cómo nos pican las que nos van alcanzando, el dolor es
agudo. Llegamos a las orillas del río y saltamos de cabeza dentro del agua. El frío nos calma el ardor y
desinflama las picaduras, nos quedamos en el agua unos momentos, para que las abejas se calmen y alejen,
tienen que ir a proteger a su reina, a buscar un nuevo lugar donde poner su panal.

Salimos del agua riéndonos y emprendemos el camino a casa. No nos falta mucho por llegar y sentimos el
aroma de nuestra mamá, el cual nos llena de cariño, pero de a poco se comienza a asomar otro olor, extraño,
nunca habíamos olido un olor así, sentimos que está cerca de la mamá, ¿por qué están tan juntos esos
olores?. Llegamos a la casa y la escuchamos hablando con alguien, la casa apesta a ese olor nuevo, nos
asomamos por la puerta y la vemos hablando con un niño. Ella nos dice que es hijo de su prima, que viene
de la ciudad y que va a pasar unos días acá con nosotras. Es extraño, está muy limpio y ordenado, su ropa y
su piel se ven extrañas, como si el sol y la tierra no pasaran por ahí a menudo, pero aun así pareciera que
lleva consigo el olor de mucha suciedad. Nos dice que le llamemos Rucio, le decimos que vamos a ir afuera
un rato, que si quiere puede venir con nosotras, pero decide quedarse en la casa. Vemos que saca un objeto
de su bolsillo, se pone unas cosas en las orejas y se sienta en un rincón. Es extraño que no haya interactuado
con nosotras, prefirió encerrarse y quedarse dentro. Algún tipo de enfermedad debe tener para no querer
compartir, quizás por eso lo trajeron para acá, para curar su enfermedad. No me da mucha confianza, pienso
mientras damos un par de vueltas más con la Negra por las cercanías de la casa. Viene a nuestro espacio de
convivencia, pero no se hace parte totalmente, pareciera que no quiere relacionarse con nosotras. Después de
un rato volvemos a la casa, ya es hora de comer, ayudamos a la mamá con la preparación, el Rucio ni se
mueve, está ahí pegado a su objeto, con las cosas puestas en las orejas. Cuando la comida está lista, él se
para y se acerca a la mesa y se sienta con nosotras. Con la Negra casi al unísono nos molestamos y paramos,
le digo a mi mamá en voz alta que nos rehusamos a comer con él, que no preparó nada de la comida y que no
es de nosotras, así que no quiero acercarme a él, no quiero parecerme a él. Mamá nos mira sorprendidas y
dice que él va a comer en la mesa con nosotras, con la Negra nos levantamos y nos llevamos nuestra comida
afuera, entendiendo los riesgos que esto implica. Mientras estamos comiendo afuera y la mamá está
comiendo adentro con el Rucio, nos damos cuenta de que la situación es más grave de lo que pensamos,
mamá está compartiendo la comida con él dentro de la casa, mientras que nosotras estamos acá afuera, nos
estamos separando de la mamá y ella se está haciendo más cercana a este niño nuevo que llegó hace unas
horas nada más. Terminamos de comer apuradas y volvemos a la casa para ver cuál era la situación.
Entramos disimulando nuestra preocupación y vamos directamente al tarro de agua a lavar los platos, cuando
el Rucio dice que ya terminó de comer. Vemos que la mamá luce sorprendida y que en el plato del niño
todavía queda todo el brócoli y toda la acelga, las substancias más importantes para crecer fuertes, para
hacerse fuerte. Ella no sabe qué decir, a lo que yo grito.

- Lo sabía, sabía que estabas enfermo y esta es la razón.


- ¿Qué? ¿enfermo?

Él no entiende a lo que me refiero, pero la mamá sí.

- Sí estás enfermo, por eso te comportas así y es porque no comes el alimento que te hace persona, que
hay que comer todos los días al menos una vez.
- No estoy enfermo, he ido al doctor y no estoy enfermo
- Sí lo estás, es una enfermedad que no puede ser vista por doctores.
- Si es una enfermedad que no puede ser vista por doctores, entonces ¡no existe!
- Sí existe, por eso no hablas, ni sales de la casa, porque no comes el alimento y no te mueves para estar
fuerte. No relacionarse con nada es un síntoma de una enfermedad.

Él hizo una mueca de indiferencia y se puso esas cosas en las orejas. Miro a la mamá, se nota que está
preocupada, sabe que está enfermo. La Negra se exaltó con la discusión y fue para afuera. Me mira y me
dice que es nuestra responsabilidad curarlo, yo no entiendo nada, por qué nos tenemos que hacer cargo de él,
si no lo conocemos, no sabemos quién es ni de qué manera nos puede transformar? Le digo que estaré afuera
en caso de que el niño necesite algo y que ella no debería recluirse con él porque sino se va a enfermar
también. Afuera me encuentro con la Negra, que ya estaba más calmada y estaba oliendo unas mariposas.
Nos sentamos bajo un árbol y comenzamos a hacer hoyos, veo que mamá sale de la casa unos minutos
después que yo, nos acostamos sobre un gran hoyo que hicimos la Negra y yo juntas y nos dormimos un
rato. La mamá nos despierta y para nuestra sorpresa el Rucio está afuera, la mamá nos dijo que salió a
buscarla, después de estar solo un rato adentro. Nos vamos con él hacia el bosque, siempre caminando unos
cuatro o cinco metros por detrás de nosotras, lo notamos temeroso, siempre mira a su espalda. De repente se
nos cruza un olor dulce, es muy leve, ya que debe estar algo lejos, pero sabemos que es un buen comienzo
para solucionar la enfermedad del Rucio. Le digo que encontramos algo que lo va a ayudar, pero que está a
varios minutos caminando.

- ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes que hay algo que me puede ayudar tan lejos?
- Lo huelo
- ¿Ah? La Negra te creo que podría oler algo que está lejos, pero tú no.
- ¿Por qué dices eso? ¿Por qué la Negra tendría distintas capacidades que las mías?
- Bueno, porque ella es una perra y tú una humana, son distintas.

Con la Negra nos miramos extrañadas, hemos vivido toda nuestra vida juntas, comemos, dormimos, nos
bañamos, exploramos, jugamos, descansamos, hacemos todo juntas. Tenemos el mismo cuerpo, tenemos las
mismas capacidades. Me enfadé con él por decir esas estupideces y no le hablé más por el resto del camino.
Después de treinta y siete minutos caminando entre los árboles en silencio, encontramos por fin lo que cruzó
nuestra nariz. Arbustos de murta. Comenzamos a recolectar las murtas y ponemos algunas en un frasco y
otras en mis bolsillos, el Rucio no se las pone en los bolsillos porque se da cuenta que manchan, solo saca
unas pocas y se las queda en la mano. Le dije que las murtas le iban a hacer bien porque sirven para
revitalizar el cerebro, el cuerpo y el alma. Me alcanza a mirar con cara de que estoy loca, pero yo ya estoy
caminando de vuelta a casa. Cuando llegamos a la casa, ante la insistencia del Rucio lavamos las murtillas
con agua fría, luego pudimos comerlas, al parecer le gustaron, en realidad ¿a quién no le gustarían?

Se ve que le ayudaron de inmediato, se las comió casi todas él y ya está hablando más. Notó que tenemos
una radio en la casa, que alguna vez funcionó con un antiguo caset de mamá, de una cantante que se llama
“Rayen Quitral”. Dijo que trajo sus herramientas, así que se ofreció a revisarla y ver si podía arreglarla. La
agarró, la desarmó, la armó de nuevo, en unos doce minutos y dijo que el problema era algo menor y que
ahora debería funcionar. La encendemos y suena un zumbido nada parecido al de las abejas, es más vacío y
un tanto aterrador. Mueve una perilla y logra dar con otro sonido, un sonido que me asusta más que el
anterior, no entiendo qué es lo que está pasando, qué es lo que está saliendo de la radio, es un ruido sin
sentido que solo trae imágenes malas a mi mente. Dice que es Led Zeppelin y yo le digo que lo apague, lo
cual hizo de inmediato, al parecer porque ve un gran disgusto en mi cara y terror en la de la Negra. Me
pregunta si estoy bien y le digo que sí, me responde que es solo música, es solo sonido sin importancia. A lo
que yo le digo que todo sonido tiene importancia, así como los olores. No entiende, no tiene idea de lo que
estoy hablando, le digo que cada día, todo lo que conozco lo hago primero a través del olfato y después la
audición. Que para mí todo olor y sonido significa algo y es importante, porque dice algo. Me sigue mirando
sin entender nada. Se aleja de mí y deja la radio donde estaba, me parece que quiere decirme algo, pero la
mamá entra a la casa, es hora de cenar.

Comenzamos a preparar las cosas y el Rucio intenta hacerse parte del proceso, aunque no sabe muy bien qué
hacer, es bastante torpe, no puede prender el fuego y no sabe identificar las plantas que le pedíamos, por lo
tanto lo dejamos lavando los alimentos que necesitaban ser lavados. Nos sentamos a la mesa y comenzamos
a comer, le contamos a la mamá que comimos murtilla y se puso muy feliz. Se hace un pequeño silencio, que
es interrumpido por el Rucio, que le pregunta a la mamá la razón de que la Negra comiera en la mesa con
nosotras, le pregunta por qué la tratamos como si fuera igual a nosotras. Ante lo cual yo me apresuro a
contestarle que somos iguales, que compartimos la vida, por lo tanto somos parte de lo mismo, somos lo
mismo. La mamá se ríe de la cara que puso el Rucio, le dice que le va a contar una historia.
“Hace ocho años, cuando estaba esperando a la China, mi pareja se murió en una salida a pescar, a la que
quiso ir a pesar de que le advirtieron que era mejor que se quedara en el pueblo y que estuviera más tiempo
en la casa. El último mes de embarazo lo pasé sola y unos días antes de que llegara la China, en la puerta de
la casa, me encontré con una manchita, se notaba que no tenía más de cinco días de vida y la entré, era la
Negra. Al enterarse mi familia, me vinieron a decir que no podía tener a una perra dentro de la casa,
conviviendo conmigo, menos si estaba a punto de tener una hija. Yo insistí y a los dos días nació la China e
inmediatamente generaron una conexión profunda. Como es normal, después de dar a luz hay que pasar por
un periodo de encierro con tu hija, para convertirla en tu hija y en parte de la sociedad. Esto yo lo hice
indistintamente con ambas, las amamanté juntas, les enseñé las mismas cosas, y al mismo tiempo ellas me
entregaron y se entregaron entre ellas conocimientos y experiencias que nunca hubiera imaginado. Al ver lo
que estaba sucediendo, mi familia y el pueblo entero se enojó, consideraban que estaba poniendo en riesgo a
todos al tener a la Negra conmigo en este proceso y hacerla parte de mí y de la China. Al prever lo
inevitable, mi hermana me consiguió este lugar, estaba todo roto y sucio, pero me arranqué, me vine e hice
de este lugar nuestro lugar. Formamos nuestra propia sociedad, ellas crecieron como hermanas y a medida
que fueron creciendo, fuimos decidiendo las tres como ser, y elegimos ser como nos has visto ser, como las
viste ser a ellas. Todo lo que te dicen es verdad. Nuestra experiencia es verdad, nosotras la vivimos y no
puedes dudar de ella. Tanto individual como colectivamente lo que vivimos es tan real como lo que tú
vives.”
El Rucio está pensativo, mira el suelo. Terminamos de comer en silencio y después de lavar y ordenar, me
doy cuenta que el Rucio está distinto, su pelo está más oscuro y su piel no se ve tan limpia, su olor ha
cambiado también. De a poco noto que la Negra y mamá también están diferentes y asumo que yo tampoco
estoy igual que antes. El compartir la comida nos había cambiado a todas, pero aun así podíamos identificar
nuestras diferencias con el Rucio. Nos fuimos a dormir.

III.

Pasaron varios días en que salimos a explorar con el Rucio, comimos juntas, dormimos juntas, aunque él
siempre se pone cojines porque encuentra el suelo muy duro todavía y nos encargamos de varias tareas
juntas. Anoche hubo tormenta, de esas inesperadas que te agarran desprevenida. Llovió toda la noche. Ya es
de mañana y la mamá se va al pueblo como de costumbre y no estoy segura por qué, pero mientras yo estoy
acá afuera mirando unas arañas, el Rucio aprovecha de encerrar a la Negra dentro de la casa y sale corriendo
con la llave a través del bosque hacia el cerro. Al darme cuenta de la situación, salgo detrás de él, yo me sé
con la ventaja, conozco el bosque y soy más rápida, no hay manera de que no lo alcance. Después de
seguirlo un rato me detengo, pierdo su olor, miro alrededor, trato de agudizar mis sentidos. Siento un ruido
de ramas quebrándose cerro arriba y corro hacia allá, voy por la orilla de una pendiente más o menos
considerable, piso una piedra mojada que quedó de la noche anterior y siento que estoy en el aire y luego
cayendo por la pendiente. Llego abajo y me siento desorientada, de repente un fuerte dolor en la nariz, la
siento hinchada y no siento ningún olor. así no puedo volver a casa, pero mantengo la calma y comienzo a
caminar sin un rumbo determinado. Después de unos minutos caminando me siento a descansar y siento que
lágrimas corren por mis mejillas. Levanto la vista y veo al mismo run-run que hace algunos días me había
indicado los hongos, me mira directamente, ladea la cabeza y se pone en marcha. Me limpio los ojos, me
reincorporo y parto detrás de él. Me cuesta un poco seguirlo, ya que me tengo que fiar únicamente de mi
vista, llegamos a un riachuelo y se para en un árbol. Me mojo la cara, tomo un poco de agua y cuando
levanto la mirada para darle las gracias, me percato que está sobre un árbol de maqui. Una sonrisa se dibuja
en mi cara, me mira un segundo más y se va volando. Saco gran cantidad de maqui y me los como con gusto,
me encanta su sabor dulce, aunque se siente más leve debido a mi golpe en la nariz. Esto ya no me preocupa,
ya que el maqui reduce el dolor y la inflamación, aprieto unos frutos en mi mano y me la paso por la nariz,
estoy toda manchada. Saco una hojas del maqui y sobre una piedra las muelo, haciendo una especie de pasta
al mezclarlas con unos pocos frutos, luego me la pongo y refriego por la nariz. Cuando siento que está por
todos lados, me siento a esperar. Tomo un poco más de agua, miro las hojas, pasa una lechuza volando, hora
inusual para que anden lechuzas despiertas, quizás se le pasó la noche y estaba muy lejos de su nido. De a
poco se me pasa el dolor y comienzo a sentir un fuerte olor a maqui, demasiado concentrado. Me lavo la cara
y la nariz con el agua del riachuelo, me pongo un poco de barro en la nariz y vuelvo a casa.

Cuando llego, la Negra sale a mi encuentro, la mamá está afuera de la casa con el Rucio. Tiene todas sus
cosas en un bolso a sus pies. Me acerco indiferente y mamá me dice que se van al pueblo, porque la mamá
del Rucio lo está esperando para irse a su casa. Me dice chao, yo le respondo lo mismo y parten caminando
entre los árboles hacia el camino que los llevará al pueblo. El Rucio se ve distinto a cuando llegó, se ve más
sociable, más fuerte, los últimos días estuvo comiendo brócoli, acelga y murta, no pudo dejar de comer
murta.
Voy a abrazar a la Negra, la eché de menos, nos metemos a bañarnos y después a comer algo. Pienso que a
pesar de todo, fue bueno que viniera el Rucio, aprendimos mucho y creo que todas cambiamos un poco,
somos más Rucio y él es más nosotras. Me levanto y prendo la radio, suena algo que no conozco, pero me
gusta un poco, está en un idioma que no entiendo y tiene un ritmo extraño, pero aún así, nos ponemos a
bailar con la Negra. Bailamos y soltamos nuestro cuerpo tal y como si estuviéramos en presencia de un panal
de abejas y fuera el zumbido colectivo lo que estamos escuchando.

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