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FACULTAD DE HUMANIDADES

CARRERA: Licenciatura en Filosofía.


ASIGNATURA: Teología II
MÓDULO III: Pasión, muerte y resurrección de Jesús

Módulo III
Pasión, muerte y resurrección de Jesús

Introducción

El último tema del Módulo II nos mostró los Misterios de la vida de Cristo. Si bien toda la vida
de Cristo fue un misterio, su vida pública tiene capital importancia. En ella hemos visto su mensaje y
su conducta; y se señaló que mensaje y conducta de Jesús fueron ambas inseparables de su Persona
y que le valió la enemistad de aquellos en que recaía el poder político y religioso.
Tales acontecimientos en la vida de Cristo, serán el inicio de su pasión, su condena y su
muerte. La Pasión y Muerte del Señor constituyen el sacrificio expiatorio que ofrece a Dios Padre
por nuestros pecados. A su vez, la pasión de Jesús pone de relieve tanto el infinito amor de
Jesucristo por todos los hombres, como la gravedad de los pecados.

El cristianismo es indisoluble de la Persona de Jesús. Con esto queremos decir que, la esencia
misma del cristianismo resulta de su estrecha relación con Jesús y todo lo revelado en el Antiguo
Testamento. Él no es un profeta más, un predicador, un enviado como lo fueron Moisés, Mahoma o
Buda, es Dios mismo entre los hombres: la segunda Persona de la Trinidad. La Escritura, la
Tradición, el Magisterio de la Iglesia, la doctrina y los fieles tienen su punto de partida y continuidad
en Jesucristo, nada ni nadie es mayor que Él; pasado, presente y futuro se entienden desde su
Persona.

Si comparamos las demás formas de religión o religiosidad la diferencia con el cristianismo salta
a la vista. Retomemos lo dicho por Romano Guardini: “El cristianismo no es, en último término, ni
una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es esto también, pero nada de ello
constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su
obra y su destino concretos; es decir, por una personalidad histórica” (La esencia del cristianismo), y
esto lo que debemos entender.

Objetivos

- Ver en la Pasión de Jesús el darse por la humanidad


- Comprender la muerte de Jesús como muerte Redentora
- Entender la muerte del cristiano a partir de la muerte de Jesús.
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- Saber ver las huellas de la resurrección.


- Descubrir el sentido del sepulcro vació y el descenso a los infiernos.
Bibliografía

- Auer J. y Ratzinger J., El misterio de Cristo, Herder, Barcelona, 1982.


- Biblia de Jerusalén.
- Catecismo de la Iglesia Católica, 1992.
- Chopin C., El Verbo encarnado y redentor, Herder, Barcelona, 1979.
- Documentos del Concilio Ecuménico Vaticano II, 1965.
- Duquoc C., Cristología, Sígueme, Salamanca, 1969.
- Galot J., La persona de Cristo, Mensajero, Bilbao, 1971.
- Guardini R., El Señor. RIALP, Madrid, 1969.
- Guardini R., La madre del Señor, Cristiandad, Madrid, 1958.
- Iniciación teológica, T. III, Herder, Barcelona, 1964.
- Kasper W., Jesús, el Cristo, Sígueme, Salamanca, 1978.
- Santo Tomás, Suma de Teología, B.A.C., Madrid, 1976.
- Schillebeeckx E., María Madre de la Redención, Fax, Madrid, 1979.
- Verges y Dalmau, Dios revelado por Cristo, B.A.C., Madrid, 1969.

Unidad 1. La pasión y muerte de Jesús


a. La última cena b. El proceso de Jesús y c) su condena d. La muerte redentora de Jesús e.
Sepultura y descenso a la morada de los muertos.

a. La última cena
En el Nuevo Testamento encontramos hasta cuatro testimonios distintos acerca de la Ultima Cena
del Señor: Mateo, Marcos, Lucas y Pablo, al que debemos agregar el evangelio de San Juan. Esto
quiere decir que la Ultima Cena fue un hecho de suma importancia en la vida de Jesús y en la vida
de la primitiva Iglesia.
La noche antes de morir, Jesús invitó a sus apóstoles a celebrar la Pascua de los judíos, que
consistía, sobre todo, en una cena solemne. Esta comida era para los judíos “la gran acción de
gracias” a Dios, recordando el éxodo de su pueblo de las tierras del faraón. Sin embargo, será la
Pascua de Jesús, la “nueva Pascua”, el nuevo paso del Señor. Así, Jesús celebró la cena con sus
discípulos para darle un sentido nuevo y profundo, para definitivamente sellar la última Alianza de
Dios con los hombres.
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En la escritura del nuevo testamento leemos en el Evangelio de San Lucas 22, 19-20, tal
acontecimiento:

“Después, Jesús tomó el pan y dando gracias (eucharistein, en griego) lo partió y se lo dio diciendo:
´Esto es mi cuerpo que es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía´. Después de la cena
hizo lo mismo con la copa. Dijo: Esta copa es la alianza nueva sellada con mi sangre, que va a ser
derramada por ustedes”.

La última cena. Leonardo da Vinci, 1495-1497


Santa María delle Grazie

Que se desprende de la lectura de Lucas:


- Primero: la Cena del Señor es la Eucaristía a Dios. La palabra griega «eucharistein» (Lc. 22,19; 1
Cor.11,24) recuerda las bendiciones que proclaman las obras de Dios: la creación, la redención, y la
santificación. La tradición de la Iglesia con la palabra Eucaristía quiere indicar la Cena del Señor.
- Segundo: Cuando Jesús en la Ultima Cena dijo al partir el pan: “Tomen y coman, esto es mi
cuerpo”, no estaba hablando en forma simbólica. Estas palabras anunciaban claramente su
presencia misteriosa y real en los signos del pan y del vino. Realmente Jesús dio al pan y al vino un
nuevo sentido.
Jesús dijo claramente: “Esto es mi cuerpo”. Jesús indicó un realismo incomparable y no un simple
simbolismo. Esto sucedió en la primera Eucaristía o Santa Misa.
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- Tercero: También dio Jesús a sus apóstoles el mandato de recordar y revivir estos gestos
sagrados: “Hagan esto en memoria mía” (Lc. 22,19). Fiel a este mandato de Jesús, la Iglesia desde
aquel momento hasta ahora realiza continuamente estos signos sagrados que hizo Jesús en la
Ultima Cena. Y la Iglesia cree que el Pan consagrado en cada Eucaristía es a la vez figura y realidad
del Cuerpo celestial de Cristo. Un recordar pero al mismo tiempo y un presente siempre continuo
hasta el final de los tiempos.
-Cuarto: El apóstol Pablo para recordar lo sagrado que es el alimento eucarístico, escribe en
términos muy claros: «El cáliz que bendecimos, ¿no es acaso la comunión de la Sangre de Cristo? Y
el Pan que partimos, ¿no es acaso la comunión del Cuerpo de Cristo?» (1Cor. 10,16).

La Eucaristía es misterio de la común-unión de Cristo con su pueblo. Ahora bien, cómo es acaso, la
presencia real de Cristo en el Pan Eucarístico.
Hemos hablado acerca de la Teología y de la relación entre fe y razón, también se ha dicho que
implica el “misterio”, la razón tiene sus propios límites que no puede penetrar aquello que por su
misma naturaleza escapa a ella, de ahí la necesidad de la fe, para asentir las verdades reveladas por
Dios; solamente con los ojos de la fe podemos experimentar esta presencia real e íntima de Cristo
en la Eucaristía. La Comunión Eucarística es el cuerpo y el corazón de la vida de la Iglesia, la cual es
ante todo comunión. Es el lugar en que los hombres experimentan, ya en la tierra, la unión entre
ellos y Cristo.
A continuación mencionamos otros nombres que recibe la “última cena”:

- Eucaristía porque es «acción de gracias» a Dios. La palabra griega «eucharistein» (Lc. 22,19 y 1
Cor. 11,24) recuerda las bendiciones judías que proclaman, sobre todo durante la comida, las obras
de Dios: la creación, la redención y la santificación.
- Cena del Señor o Banquete del Señor porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus
discípulos la víspera de su pasión (1Cor. 11, 20).
-
- Fracción del Pan porque el gesto de partir el pan y repartirlo lo utilizó Jesús cuando bendijo y
distribuyó el pan en la Ultima Cena (Mt. 26, 26; 1 Cor. 11, 24; Hech. 2, 42 y Hech. 20, 7-11).

- Comunión porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su
Cuerpo y de su Sangre para formar un solo Cuerpo (común-unión) (1 Cor. 10, 16-17).

b. . El proceso de Jesús y c) su condena


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Antes de exponer el tema del proceso de Jesús, su condena, y anticipando la muerte redentora de
Jesús, veamos ahora cuál era la situación del hombre antes de la acción salvífica de Cristo. El punto
de partida es, pues, la realidad del hombre sin Cristo. San Pablo considera esta situación como una
existencia bajo la influencia del pecado, una existencia en la carne, una existencia condenada a
muerte. Sin Cristo, el hombre está condenado irremisiblemente. Ningún hombre en particular, ni
todos los hombres juntos pueden liberarlo de su situación.
La redención puede entenderse en sentido objetivo y subjetivo. Redención en sentido subjetivo
(llamada también justificación) es la realización de la redención en cada uno de los hombres, o la
aplicación de sus frutos a cada uno de ellos. Señala Ott que la misma obra redentora de Cristo
(redención objetiva) tenía por fin salvar a los hombres de la miseria del pecado. Ahora bien, si el
pecado por su esencia es un apartamiento de Dios, según San Agustín (aversio a Deo) y una
conversión a la criatura (conversio ad creaturam), luego el efecto de la redención tiene que consistir
en el apartamiento de la creatura y en la conversión a Dios.
Por eso puede hablarse de una faceta negativa de la redención y de una faceta positiva. Según la
primera, la redención es una liberación del señorío del pecado, del demonio y de la muerte. Como
tal recibe el nombre de rescate o redención en sentido estricto (απολυτρωσις, apolutrósis).
Conforme a su faceta positiva, la redención es la restauración del estado de unión sobrenatural con
Dios, que fue destruido por el pecado, como tal recibe el nombre de reconciliación (καταλλαγη,
katanlagé).
La redención objetiva fue llevada a cabo por la labor docente y orientadora de Cristo, pero sobre
todo por su satisfacción vicaria y por sus merecimientos en el sacrificio de su muerte en la cruz. Por
la satisfacción quedó compensada la ofensa inferida a Dios por el pecado y su agraviada honra fue
reparada. Por los merecimientos de Cristo, se alcanzaron los bienes de la salud sobrenatural, que
luego se habrían de distribuir por la redención subjetiva.
Ahora vayamos al tema.
El verdadero motivo del rechazo de Jesús por los jefes de Israel, es que se presenta como el
Mesías esperado y el Hijo de Dios.
Hay primero un Juicio religioso: Jesús fue prendido mientras hacía oración en el Huerto de los
Olivos hacia medianoche, aprovechando la traición de uno de sus discípulos: Judas. Sin esperar al
día siguiente, aquella misma noche se reunieron muchos de los principales de los judíos para
juzgarle. Llama la atención tanto el modo cómo le prendieron, de noche, como la rapidez del falso
juicio, como si no quisiesen que nadie le defendiese y así hallar una justificación para matarle, según
habían decidido.
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Después de buscar diversos falsos testigos llegaron a la causa principal de su acusación: «El Sumo
Sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios. Dícele
Jesús: Tú lo has dicho, y os digo que un día veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Padre
y venir sobre las nubes del cielo. Entonces el Pontífice rasgó sus vestiduras, diciendo: Ha
blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os
parece? Ellos respondieron: Reo es de muerte» (Mt. 26, 63-66) El proceso termina con esta
acusación de blasfemia. Pero el verdadero motivo del rechazo de Jesús por los jefes de Israel es que
se presenta como el Mesías esperado y el Hijo de Dios. Los judíos que le juzgaban no quisieron
aceptar el testimonio de Jesús sobre sí mismo; con una ceguera culpable que les llevará a mentir
descaradamente en el juicio ante Pilato y a buscar el asesinato de Jesucristo. De esta manera se
hicieron cumplidores de lo anunciado por los profetas.
Segundo, hay un Juicio civil: tras la condena por el Sanedrín, muy de mañana, llevaron a Jesús ante
el tribunal romano. Allí intentaron engañar al gobernador romano diciendo que llevaban a Jesús
para que le juzgase sobre cuestiones políticas. De esta manera se desembarazaban de Jesucristo y,
además, comprometían a Pilato con la muerte de alguien tan famoso ante el pueblo como Jesús.
Primer interrogatorio: los judíos acusaron a Jesús de que «éste perturba a nuestra nación y
prohíbe pagar impuestos al César y que se llama a si mismo Mesías Rey» (Lc. 23, 2) Su secreta
intención parece que era conseguir un juicio rápido y sin comprobar demasiado las acusaciones. La
mentira es clara en algunos temas como el de no pagar impuestos, pues Jesús sí los pagó y había
dicho que se debía dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, con lo que respetaba
en su debido ámbito la autoridad de los gobernantes.
Pilato interrogó a Jesús, que le responde: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este
mundo, mis soldados lucharían para que no fuera entregado a los judíos» (Jn. 18, 36) Con ello,
adaptándose a la mentalidad romana, le dice que su reinado es un reino espiritual y no temporal o
político. Luego, ante la insistencia de Pilato, le aclara en qué consiste su reino: «Tú dices que yo soy
Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para dar testimonio de la verdad; todo
el que es de la verdad, oye mi voz» (Jn. 18, 37). Después le insinúa al mismo Pilato que todo el que
busca la verdad con sinceridad comprende las palabras de Cristo. Pilato corta el interrogatorio con
una frase llena de escepticismo: «¿Qué es la verdad?. Con ello muestra que tampoco cree en Jesús.
Después de esto le declara inocente de las acusaciones de los judíos: «Yo no encuentro en él
ninguna culpa» (Jn. 18, 38). Lo lógico tras esta sentencia era conceder la libertad a Jesús, pero Pilato
es débil y quiere quedar bien ante los judíos que acusaban a Jesús. Para ello utiliza el subterfugio de
enviarle a Herodes, que estaba entonces en Jerusalén. La estratagema no dio resultado porque
Jesús no habló nada ante Herodes, que sólo quería ver un milagro del Señor. Cuando volvió Jesús
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ante Pilato, dada la insistencia de los judíos, intentó otro sistema de librar a Jesús contentando a
todos: aprovechar que se concedía durante las fiestas la libertad de un preso, y decir que erigiesen
entre Jesús y Barrabás, que era un asesino. La sorpresa de Pilato fue grande cuando prefirieron a
Barrabás, y no sólo los acusadores oficiales, sino una multitud que gritaba «Crucifícale» Ante este
enfurecimiento, Pilato intenta un tercer modo de calmar a los acusadores de Jesús: hacerle pasar
por el suplicio directamente inferior a la crucifixión, que es la flagelación. Algunos de los que
pasaban por este suplicio llegaban a morir, o si no era así, el cuerpo quedaba todo deformado y
lleno de sangre, de modo que verlo movía a compasión. Una vez realizada la flagelación, Pilato
colocó a Jesús -que además había recibido muchas burlas y llevaba una corona de espinas que se le
clavaba en la cabeza- ante el pueblo y dijo: «He aquí al hombre» (Jn. 19, 6) El pueblo no se movió a
compasión, sino que gritaron: «Crucifícale, crucifícale» Pilato insistía en que no encontraba en Jesús
culpa alguna, pero entonces oyó de boca de los judíos el verdadero motivo por el que le querían
matar: «Nosotros tenemos una Ley, y según esta Ley debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios»
(Jn. 19, 7) Cuando Pilato oyó estas palabras temió más.
Segundo interrogatorio: sorprendido por el odio que rodeaba al Señor, por la afirmación que hace
Jesús de sí mismo y la paciencia con que lleva los padecimientos, Pilato interroga de nuevo a Jesús
diciéndole: «De dónde eres tú? Y Jesús no le dio respuesta. Dícele entonces Pilato: ¿A mí no me
respondes?, ¿no sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarle? Jesús respondió: No
tendrías poder sobre mí si no te hubiera sido dado de arriba. Por esto, el que me ha entregado a ti
tiene un pecado mayor» (Jn. 19, 9-1 l) La serenidad de Jesús en aquellas circunstancias tiene un
valor sobrehumano.
Pilato aduce que tiene poder, como si el poder fuese arbitrario, y pudiese hacer con él lo que le
viniese en gana. Jesús le corrige diciendo que todo poder viene de Dios y de El toda su fuerza; por
tanto, lo que tiene que hacer es ejercer su autoridad con justicia. Pilato se da cuenta de que allí se
está librando una cuestión importante, que debe juzgar según conciencia; entonces «buscaba
soltarlo. Pero los judíos gritaron y dijeron: Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se
hace rey contradice al César» (Jn. 19, 12) Esta acusación era falsa, porque el reino espiritual no se
opone al reino temporal, sino que es de otro orden. Pero Pilato fue débil, se asustó ante las
acusaciones y presiones de los judíos y cedió, condenando a Jesús, aunque buscó disculparse
poniendo a Jesús azotado delante de los judíos, diciendo: «He aquí a vuestro rey» (Jn. 19, 15), como
queriendo decir: ¡Qué mal os puede hacer un hombre tan pacífico! Pero los judíos llegaron a decir,
contradiciendo sus mismos pensamientos: «No tenemos más rey que al César» (Jn. 19, 16) Entonces
Pilato se lavó las manos delante de todos, y dijo: «Soy inocente de la sangre de este justo; vosotros
veréis» (Mt. 27, 24) Y lo tomaron para crucificarlo. La culpabilidad de Pilato es distinta de la de los
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judíos, pero él también fue culpable, porque permitió la muerte de un inocente ante las presiones
de que fue objeto, las presiones de aquellos que gritaron más fuerte, como dan testimonio los
evangelios.
La sentencia de Pilato fue dictada bajo la presión de los sacerdotes y de la multitud (la multitud,
debe entenderse como se dijo anteriormente: los que gritaron más fuerte). El prefecto romano
pensó que podría eludir el dictar la sentencia lavándose las manos (gesto que ha pasado a la
tradición de las costumbres), como se había desentendido antes de las palabras de Cristo cuando
éste identificó su reino con la verdad, con el testimonio de la verdad (Jn 18, 38): el reino de Cristo,
no es el reino de este mundo. En uno y otro caso Pilato buscaba conservar la independencia,
mantenerse en cierto modo imparcial en el juicio (aunque en verdad no lo fue). Pero eran sólo
apariencias. La cruz a la que fue condenado Jesús de Nazaret (Jn 19, 16), así como su verdad del
reino (Jn 18, 36-37), debía de afectar profundamente al alma del prefecto romano. Esta fue y es una
Realeza, frente a la cual no se puede permanecer indiferente o mantenerse al margen
El hecho de que a Jesús, Hijo de Dios, se le pregunte por su reino, y que por esto sea juzgado por el
hombre y condenado a muerte, constituye el principio del testimonio final de Dios que tanto amó al
mundo (cf. Jn 3, 16).

d. La muerte redentora de Jesús


Ya hemos señalado el sentido del concepto redención, ahora nos toca profundizar en el sentido de
por qué la muerte de Jesús es redentora, por qué confesamos que Jesús muere por nosotros.
Hay en todo esto dos facetas, una negativa y la otra positiva, veremos la diferencia entre las dos.
Faceta negativa: redención en sentido estricto
San Pablo enseña que Cristo se entregó como precio del rescate por los hombres, y que el efecto
del sacrificio de su muerte fue nuestra redención: “El cual se dio a sí mismo en precio del rescate
(αντι−λυτρον, antílutron) por todos” (I Tim 2,6) de acuerdo a la teología de San Pablo, Cristo rescató
a los hombres de:

La esclavitud del pecado (Tit 2, 14; Efesios 1, 7; Col 1, 14; Heb 9, 12).sí como por el pecado de un
solo hombre se condenaron todos, así también por la justicia de uno solo llega a todos la
justificación de la vida. Pues como por la desobediencia de uno muchos fueron hechos pecadores,
así también por la obediencia de uno muchos serán hechos justos. Cristo, pues, nos libera de la
servidumbre del pecado. Pero esta libertad cristiana, aunque tiene repercusiones en el plano social,
se sitúa por encima de él. Accesible tanto a los esclavos como a los hombres libres, no presupone un
cambio de condición (I Cor 7, 21). Esta emancipación no se confunde tampoco con el ideal de los
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sabios, los estoicos y otros, que con la reflexión y el esfuerzo moral trataban de adquirir el perfecto
dominio de sí mismos y de establecerse en una inviolable tranquilidad interior. La liberación del
cristiano, lejos de ser fruto de una doctrina abstracta e intemporal, resulta de un acontecimiento
histórico, la muerte victoriosa de Jesús, y de un contacto personal, la adhesión a Cristo en el
bautismo. Esta liberación tiene un carácter claramente espiritual y sería un grave error sostener –
como lo han hecho algunas corrientes teológicas– que la misión de Jesucristo tenía como finalidad
principal servirse de las convicciones religiosas de los pueblos para obtener unas metas de
liberación política y económica.

Y de

La esclavitud de la muerte
(II Tim 1, 10: “El destruyó la muerte”; Heb 2, 14). También el poder de la muerte está destruido.
Por el pecado original, que todos heredamos de Adán, los hombres quedan privados del Cielo y
sometidos también a la muerte temporal, en cuanto el alma se separa del cuerpo. Por los pecados
mortales personales, el hombre merece la condenación eterna. Pero Jesucristo nos rescata: 1) de
esta muerte física porque El ha resucitado y nosotros resucitaremos también al final de los tiempos
(1 Cor 15, 20); 2) de la muerte eterna porque, al perdonarse el pecado, se perdona la pena eterna
del infierno (Rom 5, 17). Somos rescatados cuando, a través de los sacramentos, se nos aplican los
méritos ganados por el Redentor en la Cruz. La victoria sobre la muerte y el dolor no significa que
desaparezcan del mundo: significa que la muerte y el dolor están al servicio de la transformación
para una vida nueva e imperecedera. Tanto el dolor como la muerte conservan su fuerza dolorosa y
siguen siendo enemigos, pero ya no son enemigos victoriosos y despóticos; ofrecen más bien, al que
cree en Cristo, una ocasión para la victoria definitiva. Es por lo dicho que la muerte en sentido
cristiano tiene un sentido que vas más allá de la muerte como término final de la vida del hombre.

Faceta positiva: reconciliación

La virtud reconciliadora del sacrificio de su muerte la indicó Cristo en la institución de la eucaristía


cuando dijo: “Esta es la sangre mía de la Alianza, la cual por muchos se derrama para remisión de
los pecados” (Mt 26,28). San Pablo atribuye a la muerte de Cristo la reconciliación de los pecadores
con Dios, es decir, la restauración de la antigua relación de hijos y amigos con Dios: “Cuando éramos
enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Rom 5, 10); y en Col 1, 20: “Y
plugo al Padre que en El habitase toda la plenitud y por El reconciliar consigo todas las cosas en El,
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pacificando con la sangre de su cruz así las de la tierra como las del cielo”. El que se convierte a la fe
de Cristo es recibido por el Padre en condición de hijo y gozará los derechos de tal filiación y de la
herencia en el día de la nueva venida de Cristo. Pero ya posee un anticipo de ello: el Espíritu de
Cristo. Quien cree en Cristo es incorporado a su relación de Hijo de Dios; está en comunidad vital
con El y participa de su vida; o como dice San Pablo, existe “en Cristo” y Cristo existe “en él”, es
decir, el redimido vive en comunidad con Cristo y bajo su influencia y poder determinante.

Para concluir con la Pasión y Muerte de Jesús digamos lo siguiente.


Primero, constituye el sacrificio expiatorio que ofrece a Dios Padre por nuestros pecados. A su vez,
los sufrimientos tan tremendos de Jesús ponen de relieve tanto el infinito amor de Jesucristo por
todos los hombres, como la gravedad de los pecados.
Segundo, es una muerte voluntaria, universal y modelo de sufrimiento para todos los hombres. La
muerte de Jesús es una iniciativa del Padre que Jesús acepta voluntariamente. Jesús se sabía
enviado del Padre para servir y para dar su vida “por la muchedumbre” (Mc 14, 24). Cristo conoce
durante su vida su propia identidad personal divina y es también plenamente consciente de su
misión redentora sacrificial, claramente anunciada y revelada en las Escrituras.
Tercero, y siguiendo en esto a San Juan Pablo II, La muerte de Jesús es modelo de sufrimiento
para los hombres. Cada uno está llamado a participar en ese sufrimiento mediante el cual se ha
llevado acabo la redención. (Juan Pablo II, Salvifici Doloris, N°19, 11-2-1984).

e. Sepultura y descenso a la morada de los muertos


El Catecismo de la Iglesia Católica dice sobre la sepultura de Jesús:
624 "Por la gracia de Dios, gustó la muerte para bien de todos" (Hb 2, 9). En su designio de
salvación, Dios dispuso que su Hijo no solamente "muriese por nuestros pecados" (1 Co 15, 3) sino
también que "gustase la muerte", es decir, que conociera el estado de muerte, el estado de
separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que Él
expiró en la Cruz y el momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del
sepulcro y del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado
en la tumba (cf. Jn 19, 42) manifiesta el gran reposo sabático de Dios (cf. Hb 4, 4-9) después de
realizar (cf. Jn 19, 30) la salvación de los hombres, que establece en la paz el universo entero
(cf. Col 1, 18-20).
625 La permanencia de Cristo en el sepulcro constituye el vínculo real entre el estado pasible de
Cristo antes de Pascua y su actual estado glorioso de resucitado. Es la misma persona de "El que
vive" que puede decir: "estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos" (Ap 1, 18):
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“Y este es el misterio del plan providente de Dios sobre la Muerte y la Resurrección de Hijos de
entre los muerte: que Dios no impidió a la muerte separar el alma del cuerpo, según el orden
necesario de la naturaleza, pero los reunió de nuevo, una con otro, por medio de la Resurrección, a
fin de ser Él mismo en persona el punto de encuentro de la muerte y de la vida deteniendo en Él la
descomposición de la naturaleza que produce la muerte y resultando Él mismo el principio de
reunión de las partes separadas” (San Gregorio Niceno,Oratio catechetica, 16, 9: PG 45, 52).

Sobre el descenso a la morada de los muertos, en todos los Símbolos de la fe, desde el Símbolo
de los Apóstoles, se confiesa firmemente que Cristo resucitó al tercer día de entre los muertos. Es la
infalible interpretación de la Iglesia sobre el explícito testimonio de la Tradición y del Nuevo
Testamento.
¿Qué significa en este caso la palabra infierno? Por infierno se pueden entender tres lugares: el
infierno de los condenados, el purgatorio de las almas que se purifican por sus pecados personales;
y el llamado “seno de Abraham”.
La bajada de Cristo a los infiernos significa que Cristo se reveló a aquellos difuntos de todos los
tiempos y de todos los pueblos, que murieron en estado de unión con Dios y sin pecado, pero a
quienes estaba prohibido el acceso a la visión de Dios, porque antes de la muerte de Cristo nadie
pudo entrar en el Cielo. ¿Se presentó también a los condenados y a los que estaban purificándose
en el purgatorio? Santo Tomás habla de dos maneras de presencia en un lugar: una, por los efectos
que allí produce, y de este modo se puede decir que Cristo bajó a cualquiera de los infiernos; pero
no a todos igualmente, pues bajando al infierno de los condenados, los convenció de su
incredulidad y malicia; a los que estaban detenidos en el purgatorio les dio la esperanza de alcanzar
la gloria; y a los santos padres, les infundió la lumbre de la gloria eterna. La otra, se dice estar
alguno en un lugar por su esencia, y de este modo el alma de Cristo bajó solo al lugar del infierno en
que estaban detenidos los justos, es decir, al seno de Abraham o Limbo de los Padres (Santo Tomás,
Suma de Teología, III, q.52 a.2). El fin de la bajada de Cristo a los infiernos, según doctrina universal
de los teólogos, fue librar a las almas de los justos, que esperaban en el limbo destinado a ellos o
seno de Abraham, aplicándoles los frutos de la redención, esto es, haciéndoles partícipes de la
visión beatífica de Dios. Culminando, esos “infiernos” no es el infierno que fue creado para el
Demonio y los ángeles caídos, sino lo que se llama el Seno de Abraham, que es el sitio donde
estaban -libres de sufrimiento, pero en espera- las almas de los salvados que no podían entrar al
Cielo sin que antes Cristo hubiera abierto sus puertas con su Muerte y Resurrección.
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Actividades
1. ¿Qué otros nombres recibe la Eucaristía o última cena de Jesús?
2. Qué analogía se nos presenta entre la pascua judía y la pascua de Jesús
3. Leer el Evangelio de Juan 13, 1-20 y describir qué diferencias hay con los otros evangelios
(tomar uno a elección)
4. Foro: qué es el Sanedrín y quién fue Pilato.
5. El morir Jesús en la cruz, ¿es un simple simbolismo o pertenece a una realidad histórica?
6. Distinga sucintamente la faceta negativa de la positiva.
7. Leer a Álvarez Valdés, Ariel y opinar en el Foro III: http://www.revistacriterio.com.ar/iglesia/el-
entierro-de-jesus/

Unidad 2. La Resurrección de Jesús


a. La Resurrección de Cristo como acontecimiento real b. La Resurrección, obra de la Santísima
Trinidad c. Sentido de la Resurrección d. Ascensión, recapitulación i glorioso advenimiento de Cristo
e. Cristo juzgará a los hombres.

a. La Resurrección de Jesús como acontecimiento real.


“La idea bíblica de resurrección no se puede en modo alguno comparar con la idea griega de
inmortalidad. Según la concepción griega, el alma del hombre, incorruptible por naturaleza, entra
en la inmortalidad divina tan luego la muerte la ha liberado de los lazos del cuerpo. Según la
concepción bíblica, la persona humana entera está destinada por su condición presente a caer en
poder de la muerte: el alma será prisionera del seol mientras que el cuerpo se corrompe en la
tumba; pero esto sólo será un estado transitorio del que el hombre resucitará vivo por gracia divina.
La idea, formulada ya en el AT, ha venido a ser el centro de la fe y de la esperanza cristianas desde
que Cristo mismo volvió a la vida en calidad de primogénito de entre los muertos” (X. León-Dufour,
Vocabulario de teología bíblica, Barcelona, Herder, 2001).
Veamos primero la situación de los Apóstoles ante la resurrección de Cristo.
Lo que definitivamente les da la certeza de la resurrección a los apóstoles es el encuentro con
Cristo resucitado. Pero estas apariciones, ¿fueron encuentros objetivos con el Señor o, más bien,
visiones de tipo subjetivo? Aquello que llevo luego a plantear el Cristo de la fe del Cristo histórico.
El mensaje y la conducta de Jesús indisolubles de su Persona, en su unidad de naturaleza, lo
conduce a su propia condenado, no, claro es, por ser culpable. “Tan imposible les parece la cosa
que, incluso puestos ante la realidad de Jesús resucitado, los discípulos dudan todavía: creen ver un
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espíritu. Por esto la hipótesis según la cual la Resurrección habría sido un “producto’ de la fe (o de la
credulidad) de los Apóstoles no tiene consistencia” (CatIC, N° 644). ¿Cómo explicar el cambio de
actitud de los apóstoles, los cuales antes de la resurrección temen el viaje a Jerusalén (Mc 10, 34) y
huyen de Getsemaní (Mc 14,50; Mt 26, 56)? Pedro niega que sea discípulo de Jesús (Mc 14, 66-72) y
ahora lo vemos diciendo que es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres; y esto lo dice
ante el sanedrín (Hech 5, 29-32). Los encontramos alegres de sufrir ultrajes y flagelación por el
nombre de Cristo (Hech 5, 41).También, la conversión de Pablo (el antes fariseo) es inexplicable: de
perseguidor de la Iglesia, Pablo se convierte de pronto en el gran apóstol de Cristo, en el apóstol de
los gentiles, en el hombre providencial para llevar el evangelio a los mismos gentiles y liberarlo de la
estrechez de la ley, tan solo mencionar su predicación en la acrópolis de Atenas. Entonces, ¿Cómo
explicar esto? No lo explican; pero lo predican. Jesús es Dios, es el Hijo de Dios por esencia, es el
Hijo de Dios hecho hombre. Renuncian al culto del templo y a la creencia en la virtud salvífica de la
ley de Moisés. Fue el tremendo conflicto de los primeros años. Pero comprendieron que la Antigua
Alianza había cesado. Todos estos obstáculos fueron superados en menos de una generación.
Más allá de la situación de los Apóstoles, la resurrección es un acontecimiento real, y esto debido
a que:

- Es el cumplimiento de todas las promesas del Antiguo Testamento y las del mismo Jesús
durante su vida terrenal.
- Es la confirmación de la divinidad de Jesús. El había dicho: “Cuando hayáis
levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy
- Es la introducción a una vida nueva. Consiste en la liberación del pecado y en la participación en
la vida nueva de la gracia. Esta vida nueva implicala filiación adoptiva, es decir, que los bautizados
han sido constituidos en hijos de Dios.
- Es causa ejemplar de la resurrección futura de los hombres: con la resurrección de Cristo la
propia resurrección se convierte en consoladora certeza y en núcleo de la esperanza escatológica.
“El que come mi carne y bebe mi sangre, dice Jesús, tiene vida eterna y yo le resucitaré el último
día” (Jn 6, 54).
- Es la recapitulación de todas las cosas en Cristo.

Por último cabe decir, ¿la resurrección es un hecho de fe o un hecho histórico? La Resurrección de
Cristo es un hecho de fe y también un acontecimiento histórico comprobable, nos dice el Catecismo
de la Iglesia Católica (CIC 647). La Resurrección de Cristo “fue un acontecimiento histórico
desmostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los Apóstoles con
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Cristo resucitado”. Sin embargo, la Resurrección también es “centro que trasciende y sobrepasa a la
historia”. La hipótesis según la cual la Resurrección de Cristo habría sido producto de la fe o de la
credulidad de los Apóstoles no tiene asidero, baste hacer una exégesis de los Evangelios.

b. La Resurrección es obra de la Santísima Trinidad


La Resurrección de Cristo es una obra trascendente de Dios, obra de la Trinidad de Personas (La
Trinidad será tema del Módulo IV). Así, lo expresa el Catecismo:

“El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones


históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56,
puede escribir a los Corintios: "Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que
Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer
día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce: "(1 Co 15, 3-4). El apóstol habla
aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de
Damasco” (cf. Hch 9, 3-18) (639).

Y en cuanto a ser obra de la Trinidad:

“La Resurrección de Cristo es objeto de fe en cuanto es una intervención transcendente de Dios


mismo en la creación y en la historia. En ella, las tres personas divinas actúan juntas a la vez y
manifiestan su propia originalidad. Se realiza por el poder del Padre que "ha resucitado" (cf. Hch 2,
24) a Cristo, su Hijo, y de este modo ha introducido de manera perfecta su humanidad - con su
cuerpo - en la Trinidad. Jesús se revela definitivamente "Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de
santidad, por su resurrección de entre los muertos" (Rm 1, 3-4). San Pablo insiste en la
manifestación del poder de Dios (cf. Rm 6, 4; 2 Co 13, 4; Flp 3, 10; Ef 1, 19-22; Hb 7, 16) por la acción
del Espíritu que ha vivificado la humanidad muerta de Jesús y la ha llamado al estado glorioso de
Señor.” (648)

c. Sentido de la resurrección
Dice San Pablo: "Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe"(1
Co 15, 14).
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La verdad revelada de la Resurrección constituye la “Verdad”, Cristo, al resucitar, ha dado la


prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido, es decir, es cumplimiento de las
promesas del Antiguo Testamento (cf.Lc 24, 26-27. 44-48) y del mismo Jesús durante su vida
terrenal (cf. Mt 28, 6; Mc 16, 7; Lc24, 6-7).
Sin embargo, también es la propia resurreción del cristiano, es decir, la resurrección al final de los
tiempos; los cielos nuevos y la tierra nueva como expresa la Escritura del nuevo testamento.

d. Ascensión, recapitulación y glorioso advenimiento de Cristo


Cristo subió a los cielos en cuerpo y alma y está sentado a la diestra del Padre (de fe). Es verdad de
fe que Cristo subió en Cuerpo y Alma a
1
los cielospor su propio poder, y “No hay nada en la Sagrada Escritura capaz de está
sentado a la derecha de Dios Padre hacernos suponer que los Apóstoles esperaran una
Omnipotente. Resurrección, cualquiera que sea el sentido dado a
esta palabra. Se Resistieron, por el contrario, a aceptar
La Ascensión de Cristo es un esa idea y no se rindieron más que ante el hecho hecho
histórico; Jesucristo mismo había real…” (Romano Guardini El Señor, Rialp: Madrid,
predicho su Ascensión y la realizó 1954, 2 vol., 180-81). ante
numerosos testigos, a los cuarenta días de
su Resurrección. ¿Cuáles son sus significados?
En el aspecto cristológico, la ascensión de Cristo a los cielos significa la elevación definitiva de la
naturaleza humana de Cristo al estado de gloria divina. Pero se trata de una bajada y vuelta a subir
como señala León
Dufour (op.cit., pág. 90). Es decir, la exaltación
celestial de Cristo no es solo el triunfo de un
hombre elevado al rango divino, sino el retorno al mundo
celestial de donde había venido: “Porque he bajado
del cielo no para hacer mi voluntad, sino la
voluntad del que me envió” (Jn 6, 38). Solo el que “salió
del Padre” puede “volver al Padre”: Cristo (Jn 16, 28).
“Nadie sube al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo
del hombre, que está en el cielo” (Jn 3, 13).

Nota: La imagen, obra de Giotto es “La ascensión de Cristo a los cielos”. Festividad cristiana Católica que se
celebra cuarenta días después de la Resurrección, cuando Cristo les envía el Espíritu Santo a sus discípulos
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Pero la Ascensión no ha sido tampoco simplemente la conclusión de la actividad terrena de Cristo,


en el sentido de un retorno al Padre después de haber cumplido la misión que le encomendó. Se
trata de la completa glorificación: está sentado a la derecha del Padre, expresión que significa que
Cristo en cuanto Dios, tiene la misma categoría que el Padre; en cuanto hombre está absolutamente
por encima de los hombres, de las cosas y de los ángeles. A Él está sujeto lo visible y lo invisible.
Para que “al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos y
toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para la gloria de Dios Padre” (Fil 2, 10-11).
En el aspecto soteriológico, es la coronación final de toda la obra redentora. En la Ascensión se
contiene el cumplimiento y la perfección del misterio de la Encarnación:

“Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la ‘Casa del Padre’ (Jn 14, 2), a la
vida y a la felicidad de Dios. Solo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, ‘ha querido
precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la
ardiente esperanza de seguirlo en su Reino’” (CatIC, N°661).

Nos queda por último, la relación de su Ascensión con su advenimiento y el juicio final:

“Diciendo esto, fue arrebatado a la vista de ellos, y una nube le sustrajo a sus ojos. Mientras
estaban mirando al cielo, fija la vista en El, que se iba, dos varones con hábitos blancos se les
pusieron delante y les dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que ha
sido arrebatado de entre vosotros al cielo, vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hech 1, 9-11).

Este relato de los Hechos de los Apóstoles nos muestra el profundo vínculo
que hay entre la subida de Cristo al cielo y su retorno al final de los tiempos. Cristo, triunfando de
la muerte, inauguró un nuevo modo de vida cerca de Dios. El penetró el primero para preparar un
puesto a sus elegidos; luego retornará y los introducirá para que estén siempre con El. Así se
cumplirá lo que El anunciara un día, encadenado delante de sus jueces, pero mirando a la lejanía de
los tiempos: “En verdad os digo que veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios,
que viene sobre las nubes del cielo” (Mt 26, 64). La función del juez universal es el acto final de su
actividad redentora. Retribuirá a cada hombre según sus obras y según su aceptación o su rechazo
de la Gracia. Después de separar las ovejas de los cabritos, los peces buenos de los malos y el trigo
de la cizaña, llevará a los suyos ante su Padre y entregará el reino al Padre: “Y cuando todo le esté
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sometido, entonces el Hijo mismo se someterá a Aquel que se lo sometió a El todo, a fin de que Dios
sea todo en todas las cosas” (I Cor 15, 28).
Los católicos, sin embargo, hasta que todo esto se realice definitivamente, están en un tiempo de
“espera y vigilia”. El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía
acabado, consumado, con el advenimiento por segunda vez del Rey a la tierra. Este Reino es aún
objeto de los ataques de los poderes del mal, a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en
su raíz por la Pascua de Cristo. El tiempo presente es, según el Señor, un tiempo del Espíritu y del
testimonio, pero es también un tiempomarcado todavía por la “tristeza” (I Co 7, 26) y la prueba del
mal (Ef 5, 16), que afecta también a la Iglesia (CatIC, N° 672) y que en los últimos tiempos sacudirá
la fe de numerosos creyentes.
Pero también aquí nos encontramos –como en la Resurrección– con el hecho de que el bautizado
vive de la esperanza. Espera la hora en que la gloria de Cristo se revele definitivamente. Espera la
Segunda Venida de Cristo. Por esta razón, los católicos piden, sobre todo en la eucaristía, quese
apresure el retorno de Cristo, cuando suplican: “Ven, Señor Jesús” (I Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
Y por cierto, que esa Venida no será la culminación de un triunfo histórico de la Iglesia dado en
forma de un proceso creciente, sino una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del
mal, la impostura religiosa del Anticristo, en la que el hombre intentará glorificarse a sí mismo
colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en carne.

e. Cristo juzgará a los hombre


El Magisterio de la Iglesia, junto con casi todos los símbolos de fe confiesa que Cristo al fin de los
siglos “vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos”, es decir, a todos aquellos que vivan cuando El
venga y a todos los que hayan muerto anteriormente. Muchos juicios particulares preceden al juicio
universal; en ellos son determinados definitivamente los destinos de los hombres en particular.
Estos juicios no serán revisados ni corregidos en el juicio universal, sino que serán confirmados y
dados a conocer públicamente. En este sentido, el juicio universal es llamado juicio final.
Prescindiendo de los numerosos textos que suelen citarse del Antiguo Testamento, señalemos
algunos textos del Nuevo Testamento en los que la doctrina del juicio aparece claramente:

“El Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces dará a cada
uno según sus obras” (Mt 16, 27); “Aunque el Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo
todo el poder de Juzgar. Para que todos honren al Hijo como honran al Padre… Y le dio poder de
juzgar, por cuanto El es el Hijo del hombre” (Jn 5, 22 s y 27).
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Finalmemte, por parte de Dios, el Juicio Final pondrá de manifiesto su sabiduría infinita, su
providencia admirable y su justicia divina que restablecerá definitivamente el orden conculcado,
premiando a la virtud perseguida y castigando el vicio triunfante. También aparecerá claramente
ante el mundo entero que Cristo es el Hijo de Dios, el Redentor de la humanidad y el Rey de cielos y
tierra; por parte de los hombres, el Juicio Final pondrá de manifiesto la justificación del inocente, ya
que muchas veces puede aparecer el justo ante los hombres como culpable y pecador.

Conclusión: Jesucristo, Misterio Salvífico de la humanidad

El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida
está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo
experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo
Redentor, como se ha dicho anteriormente, revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es
—si se puede expresar así— la dimensión humana del misterio de la Redención. En esta dimensión
el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propios de su humanidad. En el
misterio de la Redención el hombre es «confirmado» y en cierto modo es nuevamente creado. ¡Él
es creado de nuevo! «Ya no es judío ni griego: ya no es esclavo ni libre; no es ni hombre ni mujer,
porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús». El hombre que quiere comprenderse hasta el
fondo a sí mismo —no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a
veces superficiales e incluso aparentes— debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su
debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así,
entrar en Él con todo su ser, debe «apropiarse» y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la
Redención para encontrarse a sí mismo. Si se actúa en él este hondo proceso, entonces él da frutos
no sólo de adoración a Dios, sino también de profunda maravilla de sí mismo. ¡Qué valor debe tener
el hombre a los ojos del Creador, si ha «merecido tener tan grande Redentor», si «Dios ha dado a su
Hijo», a fin de que él, el hombre, «no muera sino que tenga la vida eterna»!

Juan Pablo II Carta Encíclica Redemptor hominis, 10

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