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y economía hasta el debido tiempo en que se debe dejar cociendo la carne, como ella
dice, es un don que se supone es adquirido al nacer en el sexo femenino.
Mientras la carne se está cociendo, la mujer recuerda cuando ella y su esposo
son víctimas del sol en Acapulco y les causa enrojecimiento en su espalda. Ella nos
narra cómo es que tiene que soportar las quemaduras causadas como una “abnegada
mujercita mexicana que nació como la paloma para el nido […]” (Castellanos, 1971), al
tener relaciones sexuales con su esposo, quien no sufre de ningún tipo de dolor pues él
se encuentra boca abajo, encima de ella, como una lápida. Él disfruta y ella acepta
tener relaciones sexuales como si fuera su deber, pues está recién casada, “lo mejor
(para mis quemaduras, al menos) era cuando se quedaba dormido” (Castellanos, 1971)
menciona, diciéndonos lo que realmente quiere.
Relata que cuando lo conoció ella era virgen, y que eso de alguna manera hizo
que él la notara y la prefiriera, como si le diera algún valor significativo, “[…] mi
virginidad. Cuando la descubriste yo me sentí como el último dinosaurio en un planeta
del que la especie había desaparecido” (Castellanos, 1971). Recuerda los
pensamientos que tuvo, porque se sintió mal de serlo, y se llenaba la cabeza de
explicaciones a su virginidad como “[…] no fue por virtud ni por orgullo ni por fealdad
sino por apego a un estilo” (Castellanos, 1971).
Al casarse tiene que renunciar a su vida, prácticamente a todo, la mujer describe
“[…] mi insomnio, la única joya de soltera que he conservado y que estoy dispuesta a
conservar hasta la muerte”, y con esto nos dice como su responsabilidad es estar tan
entregada a su marido que el insomnio, un momento nocturno a solas con sus
pensamientos, es todo lo que le queda. Siendo hombre, unirte en matrimonio a una
mujer te suma, ya sea reconocimiento social o alguien que cumpla con todas las
actividades que esta obra describe, pero siendo mujer es claro que te resta, pierdes tu
persona y te conviertes en otra que “debe ser” aunque no lo sea, aunque no quiera,
ante un hombre que no te permite un desarrollo personal, pues no sería lo normal para
una mujer casada. Símbolo de este abandono a su individualidad es el aceptar el
apellido de su esposo, no es suyo, pero tiene que acostumbrarse a él, cómo una marca
de propiedad, ejemplificando cómo ella pasa a formar parte de él.
García Sánchez Lizbeth
Su compromiso es estar sometida a cumplir con varias tareas, entre ellas está
lavar la ropa, mantener pulcra la casa, alimentar adecuadamente a los hijos y al esposo
y administrar el dinero en los gastos familiares. Sin embargo, reflexiona sobre esto y se
da cuenta de que “no se me paga ningún sueldo, no se me concede un día libre a la
semana, no puedo cambiar de amo” (Castellanos, 1971). Es una esclava en su casa, y
sus tiempos libres tienen que estar dedicados a actividades impuestas a las mujeres de
la época, cómo atender a su marido y sus amigos, entregarse a los chismes, controlar
su peso y oler fragancias de otras mujeres en los cuellos de las camisas de él.
En conclusión, Rosario Castellanos hace una crítica del rol de ama de casa que
cumple la mujer dentro de la sociedad mexicana. Ella expone todos los puntos
desfavorables a su labor, en dónde prácticamente se vuelven unas esclavas del hogar.
También reitera la constante entrega que se le debe tener a un hombre al adquirir
matrimonio. En el tiempo que se cocina un pedazo de carne, Castellanos hace una
reflexión para las mujeres mexicanas, quienes deberían cuestionarse si viven para ellas
mismas o para ellos. Es un cuento que nos narra la vida de ama de casa en el entonces
siglo XX, aunque es de cuestionarse que tan alejado está de la realidad actual.
Referencias
Castellanos, R. (2003). Álbum de familia. México: Joaquín Mortiz.