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Extractos de la ponencia presentada en el Congreso Internacional Extraordinario de Filosofía de 1987
(Córdoba, Argentina) por el filósofo finlandés Georg Henrik von Wright (1916-2003). Estas ideas están
desarrolladas en el libro Ciencia y Razón. Una Tentativa de Orientación (Universidad de Valparaíso. 1995).
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alineación y stress. Por añadidura, aparece el peligro de que los recursos naturales del
mundo no alcancen para las necesidades de poblaciones crecientes y en medida no menor,
se presenta la amenaza de armas de fuerza destructora incomparable.
Ya en la antigüedad, entre los griegos, encontramos una ciencia que busca lo razonable. La
actitud espiritual que sirve de fundamento a la ciencia o especulación griega, es la
convicción de que el espíritu humano es, por naturaleza, capaz de descifrar el logos de las
cosas. Esta convicción podría considerarse una creencia en la inteligibilidad del orden
cósmico. Para los griegos, el orden cósmico era una eunomía, esto es, un orden ajustado a
leyes y justo. El mundo de los griegos era un cosmos y, en cuanto tal, bueno y hermoso.
Se ha sostenido que la concepción griega del orden cósmico fue, originalmente, nada más
que una proyección del ordenamiento jurídico de una comunidad humana al universo todo.
A través de un extraño giro del pensamiento griego, ese orden cósmico fue concebido
como un modelo ideal que el derecho del estado tendría que imitar y reflejar. En
consecuencia, la vida moral y espiritual del hombre tiene un fundamento último en la
eunomía, que rige en el universo. Tratar de comprender el orden cósmico, significaba
atender a señales e indicaciones para una correcta conducción de la vida y para la
organización de la comunidad humana. Alcanzar tal comprensión, no significa tanto lograr
conocimiento, como alcanzar la sabiduría. Se trata, como se ha dicho, de poner en armonía
la propia vida con sus condiciones naturales.
Hace unos diez mil años se produjo un cambio profundo en las formas de vida de los
hombres: consistió en el surgimiento de la agricultura. En ese cambio, aparecía una forma
de la racionalidad humana totalmente diversa de la que floreció, luego, en la ciencia
griega. Se trata del uso de la razón orientada hacia fines, para prever cambios,
irregularidades en el transcurso de los acontecimientos naturales y para adoptar medidas
para el aprovechamiento, el control y la dirección de esos hechos con la mira en fines
humanos. El tránsito a la agricultura significó de consuno el fomento, la fabricación y
utilización de herramientas. Se desarrolló un nuevo tipo de hombre, el artesano u homo
faber.
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Es un hecho innegable que fue la revolución científica de fines del Renacimiento y del
período Barroco, lo que disparó dos siglos después la revolución industrial. Ésta fue
básicamente un cambio en el modo de producción de bienes. El cambio social consecuente
fue una transición de una sociedad agraria a una industrial. Presumiblemente, ha sido el
mayor cambio en la vida del hombre y sus sociedades desde el tránsito a las formas de
vida agrícolas hacen miles de años. Cuando se habla de la revolución industrial y de los
problemas que ha provocado, nunca debe olvidarse lo reciente que es el fenómeno, que
aún no se ha cerrado. Apenas han pasado doscientos años desde que se inició en Inglaterra.
La transformación de una sociedad predominantemente agraria a una predominante
industrial es, en muchos países europeos, un cambio que aún hoy recuerdan personas
vivas. En la mayoría de los países, el proceso apenas sí se ha iniciado y no sabemos aún si
abarcara toda la tierra. Posiblemente, así será.
En vista de estos males y amenazas al bienestar humano, cabe muy bien preguntarse si el
estilo de vida fomentado por una tecnología de fundamento científico, junto con el
modo el modo de producción industrial, es adecuado para el hombre, desde un punto de
vista biológico. Einstein expresó esta misma preocupación, al decir que lo trágico del
hombre moderno se encuentra en que ha creado para sí mismo condiciones de existencia
para las cuales, a partir de su desarrollo filogenético, no está maduro. Esta tragedia está
llamada a perdurar y de ser así al final puede ser el auto aniquilamiento de la especie
humana. Creo que es bueno estar en claro sobre el realismo de esta perspectiva. Las
especies animales surgen y desaparecen: el homo sapiens, ciertamente, no será una
excepción a esta ley natural. Las palabras del salmista “recuerda que tienes que morir
para ser sabio”, tienen sentido no sólo para cada individuo, sino también para la
humanidad en su conjunto.
Las complejidades de la sociedad industrial pueden llegar a tal punto, que la participación
democrática en el gobierno podría reducirse a una vacua formalidad; a una conformidad
automática o a una protesta sonora frente a alternativas incomprensibles. De suerte que la
libertad individual queda limitada a una conformidad con lo inevitable, o bien toma la
forma de acciones auto asertivas, irresponsables y nihilistas.
Es notable que pasara tanto tiempo antes de que la ciencia se integrara firmemente en la
estructura social producida por la revolución industrial. El gran cambio en la actitud del
poder estatal con respecto a la ciencia, se produjo sólo en la segunda mitad de este siglo.
La Segunda Guerra Mundial abrió el camino para ello. Una tecnología científica avanzada,
así como un desarrollo en ciencia pura, prestaron servicios de importancia decisiva a la
maquinaria de guerra que culminó en la bomba atómica. Es una gloria dudosa la que la
ciencia ganó para sí, cuando muchos de sus representantes más prominentes estaban
comprometidos en una empresa que posteriormente resultó en una amenaza mortal para
toda la raza humana.
Visto de cerca, es cierto que la ciencia ha sido un gran beneficio para sentar las bases
materiales de la vida en los estados nacionales industrializados. El respaldo financiero a la
ciencia es actualmente en muchos países de mucha mayor importancia que antes de la
guerra, y el número de personas que trabajan en la investigación y en la formación
científica ha crecido enormemente. Por bienvenidos que estos desarrollos puedan parecer
al hombre de ciencia, ello involucra un peligro. La ciencia corre el riesgo de convertirse en
un rehén de los poderes estatales e industriales. El Estado, a diferencia de la Iglesia
anteriormente, no es una autoridad que pretenda conocer verdades que la ciencia pueda
cuestionar. Los estados secularizados de Occidente, simplemente, no exhiben semejante
pretensión. La obediencia de la comunidad científica a los intereses nacionales queda
asegurada, no por la inquisición, sino a través del tesoro. La ciencia necesita dinero, y la
ciencia de alto nivel, mucho dinero. Esto ha de provenir, principalmente, de fuentes cuyos
intereses primarios no residen en la búsqueda de la verdad por la verdad misma, sino en
expectativas de beneficios sobre el capital invertido. La política científica es hoy un
concepto nuevo de la esfera estatal. El asesoramiento experto, necesario para ella, está
dado por la comunidad científica, pero los objetivos son fijados por otros, lo mismo que
las decisiones. Ello significa que la investigación científica se dirige hacia objetivos
externos a la ciencia misma.
Hoy, difícilmente, pasa un día en que no se lea en los periódicos una reciente declaración
de algún estadista, algún líder de la industria o, incluso, hombre de ciencia, en que se
destaca la necesidad de que la nación se mantenga en la delantera en los desarrollos
científicos y tecnológicos. Los beneficios de ir adelante en la carrera y los desastres de
retraso son pintados en vívidos colores: ¿De qué beneficios y de qué consecuencias
catastróficas se trata en realidad? Los beneficios son descritos vagamente, como un mayor
nivel de vida o de bienestar material. Pero en muchos países de Occidente, donde los
niveles materiales han sobrepasado, hace tiempo, el mínimo necesario para una vida
confortable, para disfrutar de libertad frente al trabajo duro destinado a ganar el pan
cotidiano, este argumento se ha convertido, con el pasar del tiempo, en algo dudoso y
apenas cabe pensar que haya una persona inteligente que lo tome en serio.
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Existe hoy, en Europa, una conciencia alerta sobre las amenazas a la independencia y
autoafirmación nacionales siguientes a la declinación, que sólo pueden enfrentarse
mediante esfuerzos conjuntos intereuropeos para la revitalización científica y tecnológica
del continente. No cabe dudar de que esta idea sea enteramente realista, en el sentido de
que el crecimiento del potencial industrial y tecnológico de Europa mejorará,
simultáneamente, sus posibilidades de afirmarse, tanto como una fuerza competitiva
como equilibrante entre América del Norte y los países del área soviética. Aceptando el
realismo de estos esfuerzos y esperanzas, queda abierta para reflexión la siguiente
pregunta. La revitalización industrial de Europa ¿facilitará la adaptación del hombre al
estilo de vida de la sociedad industrial o por el contrario agravará los síntomas de
descontento y de dificultades de adaptación.
Mi opinión sobre esta cuestión, no es muy optimista. Simplemente, no veo razón para
pensar que un mayor desarrollo industrial servirá para superar los conflictos internos de la
sociedad industrial. En cambio, veo varias razones para pensar que los males se
acrecentarán. Podría concentrar esas razones en una única palabra: inercia. Con mayor
precisión, la inercia de la rueda de la tecnología mantenida en movimiento por la ciencia.
Se alude a lo mismo también como imperativo tecnológico. Por cierto, no la única fuerza
que moldea los desarrollos sociales en los países industriales; pero, en mi opinión, es la
más profunda, siendo relativamente autónoma y la más poderosa. Por ende, el movimiento
hacia delante del progreso tecnológico que se auto perpetúa, alimenta al modo industrial de
producción, combinándose con las amenazas a los intereses nacionales, resultantes del
retroceso y mantiene a la sociedad con puño de hierro, sin que haya salida a la vista. Una
tentativa de encontrarla sería un salto hacia incertidumbres y riesgos que ningún dirigente
responsable puede permitirse. La carrera a las armas tecnológicas tiene que continuar.
Otro problema que debe encarar la sociedad industrial, problema quizás más grave que los
referentes al medio ambiente y las materias primas, concierne a las relaciones laborales.
No pienso en primer lugar, en los problemas de desempleo en su sentido tradicional. Lo
que visualizo, son las consecuencias a largo término de la automatización y robotización
del trabajo que producirá la tecnología, la tecnología del computador y del
microprocesador.