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Curso: Desarrollo del pensamiento crítico

Titulo: Lección 4: Evidencia


Unidad: 2
Módulo: Desarrollo Objetivos de Aprendizaje

Evidencia

La certeza, ya que no basta con la seguridad interna del sujeto, requiere fundarse en algo
objetivo, en algo que, una vez conocido, produzca ese asentimiento total y firme de
nuestro intelecto; algo que no pueda ser de otra manera; algo evidente…

Y es que sólo el resplandor de verdad presente en las cosas evidentes puede


causar un asentimiento total, firme e irreversible de nuestro intelecto. Así, principios
como “de la nada, nada sale”, “el todo es más que la parte” o “las cosas son lo que son”
son de tal claridad que nadie puede siquiera pensar lo contrario, nadie los puede negar ni
tampoco poner en duda. Son evidentes y, como tales, producen certeza; pero no certeza
subjetiva, sino objetiva: la evidencia de dichos principios es objetiva y, así, objetiva
también es la certeza que producen.

Analicemos un poco más dicha evidencia: si tomamos la proposición “el todo es más que
la parte”, y comprendemos que el todo es “la reunión de las partes individualmente
consideradas”, que la parte es “un compuesto perteneciente al todo”, y que más significa
“mayor o superior que otro”, ello basta para aceptar la verdad evidente de la proposición
inicial. En otras palabras, hay evidencia cuando basta conocer los términos de la
proposición para comprender la absoluta necesidad de que ese predicado pertenezca a
ese sujeto: en este caso, al conocer los términos de la proposición comprendemos que es
absolutamente necesario que al todo –sujeto- pertenezca el predicado “es más que la
parte”.

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La evidencia de las proposiciones anteriores puede llamarse inmediata ya que, como
dijimos, basta conocer los términos de la proposición para que inmediatamente nuestra
inteligencia reconozca la verdad innegable de ella. No toda evidencia es inmediata: a
veces es necesario demostrar una verdad, a partir de otras verdades anteriores, para
alcanzar un resultado evidente. En este caso dicha evidencia se llama mediata, ya que no
procede de sí misma, sino que se alcanza a partir de la conexión de un juicio con otros:
por ejemplo, para un niño pequeño que observa a un adulto de nombre Pedro, la
afirmación, Pedro es mortal, no es inmediatamente evidente; pero si se le demuestra que
todos los hombres son mortales (lo cual supone a su vez demostrar que todo ente
corpóreo tiene potencia para su propia corrupción), y que Pedro es precisamente un
hombre (cosa que habrá reconocido de modo evidente gracias al testimonio de sus
sentidos), podrá entonces concluir sin problema que Pedro es mortal. Esta última
afirmación será evidente en la medida en que los juicios en que se basa sean verdaderos,
y que la conexión entre ellos sea lógicamente correcta. Sobre esto se hablará más
adelante.

A partir de lo anterior puede verse que la evidencia mediata depende la evidencia


inmediata de las proposiciones en que se funda: si no es cierto que los hombres son
mortales, y si tampoco es verdadero que Pedro es un hombre, entonces la conclusión

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“Pedro es mortal” no será evidente, ni podrá producir certeza. Toda evidencia mediata, y
toda certeza producto de ella ha de basarse, aunque sea lejanamente, en verdades
evidentes por sí mismas: si esto no fuera así, sería necesario demostrar cada una de las
proposiciones en que se basan nuestros juicios, remontándonos hasta el infinito. Pero
esto es imposible: ya que no se puede llegar al infinito, no habría entonces demostración
del primer juicio en que se basa nuestra conclusión; y si el primer juicio no se demuestra,
luego el segundo –que se basa en él- tampoco estará demostrado; tampoco el tercero y
así sucesivamente, con lo cual no habría demostración posible y, así, la certeza sería
imposible. Con esto nos vemos obligados a afirmar “no existe la certeza”, pero dicha
afirmación ya es una certeza…: estamos totalmente seguros, excluyendo toda posibilidad
de que lo contrario sea verdadero, que la certeza no existe… Pues bien, esta evidente
contradicción nos obliga (pues el intelecto se ve irresistiblemente inclinado a ello) a
aceptar la existencia de principios inmediatamente evidentes sobre los cuales se funda
toda certeza.

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