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Walter Redmond
César Félix Sánchez Martínez hace vivir para nosotros a un hombre clave en la vida in-
telectual del Perú, Bartolomé Herrera Vélez (1808-1864), quien terminó su multifacéti-
ca carrera como obispo de Arequipa. Herrera es importante no sólo por su actuación en
la vida pública de la joven república en tiempos críticos –un aspecto de su vida que ha
sido ampliamente comentado– sino también y especialmente por su filosofía, de la que
Sánchez ofrece el primer estudio explícito. Disponemos de dos obras que representan el
pensamiento maduro del obispo: los textos de dos cursos que impartió en el seminario
arquidiocesano de San Jerónimo: el Tratado de Lógica y su obra maestra, el Tratado de
Teodicea (1872). «Teodicea» aquí guarda su doble sentido de «teología natural» y de
«apología de Dios» en el contexto del mal. El Tratado de Teodicea fue una de las pri-
meras obras en el Perú que entabló un debate con la filosofía moderna y representa una
importante renovación de la tradición metafísica del país.
Es fascinante la biografía filosófica del monseñor Herrera. Pasó por tres etapas,
marcadas por dos «conversiones». De un liberalismo ilustrado clerical, evidente a partir
de su ordenación al sacerdocio en 1833, se convirtió unos cincos años después a un
eclecticismo ilustrado antiliberal con el lema de campaña «mi religión es la de mi igle-
Quisiera ofrecer un par de reflexiones sobre unos puntos tocados por el obispo
de Arequipa. Pero antes permítaseme una anécdota. Si bien Herrera evalúa positiva-
mente la «escuela escocesa», también le hace esta interesante advertencia: la filosofía
del sentido común “conduce al idealismo, como los juicios sintéticos a priori de Kant, y
desconoce la naturaleza de la razón, que nada puede afirmar sino con fundamento obje-
tivo”.4
Sin embargo, no se cree que tal interpretación represente la mente de San Ansel-
mo; Edith Stein, por ejemplo, la llama, al descartarla, “la convencional refutación del
argumento ontológico, apoyada por [un pasaje en Santo] Tomás, que sería una «transi-
ción injustificada del orden lógico al orden ontológico»”.6
Desde los años cuarenta del siglo XX, en efecto, el argumento de San Anselmo
ha sido objeto de varias reformulaciones en la lógica tanto modal como asertórica.7
8 Tratado de Teodicea, I, I, 10 y 9
9 Es decir, «causar» en este sentido significa «hacer que (algo) sea». Me parece que un problema del
argumento de la existencia de Dios de Samuel Clarke (discutido por Sánchez), como también de su
exposición por W. L. Rowe en The Cosmological Argument (Princeton: Princeton University Press,
1975), pp. 54ss, es que se usa la palabra “causa” indistintamente de Dios y de la naturaleza, así
“temporalizando” tales argumentaciones.
10 Redmond, Lógica simbólica para todos (Xalapa; Universidad Veracruzana, 1999), c. 4 y parte III.
11 He «experimentado» con una lectura «diodórica» (temporal) de la tertia via para resolver sus famosos
«errores»: «quod possibile est non esse quandoque non est» (lo que tiene posibilidad de no ser hubo un
tiempo en que no fue) y «si omnia sunt possibilia non esse, aliquando nihil fuit in rebus» (si todas las
cosas tienen la posibilidad de no ser, hubo un tiempo en que ninguna existía). Ver W. Redmond,
«Meditatio de ‘erroribus’ Tertiae Viae/ Falliturne Sanctus Thomas?», Theologie und Glaube (Paderborn,
3. Vierteljahr, 2005), 319-331 y Aquinas, (Universidad Lateranense, año 48, 2005, 1-2), PP. 59-73 y
«Tertia Via-Ein Nachtrag zum Beitrag von N. Lobkowicz», Politik, Moral
und Religion/ Gegensätze und Ergänzungen (Berlín: Duncker & Humbolt, 2004), 471-475.
12 Tratado de Teodicea, 1,1, 11
Para Tomás, en su correspondiente quinta via, como S. Tugwell ha escrito con
perspicacia, “no es la maravillosa complejidad e ingeniosidad de las cosas que lo alerta
la mente a la realidad de Dios sino las implicaciones metafísicas de observaciones muy
sencillas sobre las cosas, en primer lugar, el hecho primario de que las hay”.14
Felicito, pues, al doctor Sánchez Martínez por su sugerente estudio de este as-
pecto de la historia de la filosofía peruana, y espero que sea una invitación a otros a con-
tinuar sus valiosas investigaciones.
13 Buenaventura pensó que es demostrable el origen temporal del mundo (Commentaria in Librum
Sententiarum, 2:1, 1, 1, 2,1ss) contra Tomás (Summa theologica, 1:46:2; Summa contra gentiles y De
aeternitate mundi contra Murmurantes). La prueba de Buenaventura, sin embargo, puede ser válida
«dialécticamente» (ver Tomás: Contra gentiles, 2:38); Redmond, «Bonaventura et Thomas super Magno
Fragore», Mediaevalia Americana, año 2, n. 2 (diciembre de 2015), 423-435
(http://www.mediaevaliamericana.org).
14«For Thomas, it is not really the marvelous complexity and ingenuity of things that alerts the mind to
the reality of God, it is rather the metaphysical implications of very simple observations about things,
beginning with the primary fact of their being there at all», Albert and Thomas (Nueva York: Paulist
Press, 1988), 213.
15 Ver W. Redmond, «Edith Stein and Thomas Aquinas on the analogy of being», Studie
Metodologiczne (Universidad Adam Mickiewicz, Poznán, Polonia), a aparecer (n. 36).
16 New Perspectives on Old-time Religion (Oxford: Clarendon, 1998).
17 «Warrant and Proper Function», p. 237; in Philosophy of Religion/ The Big Questions, p. 138;
Darwin: Epistola ad W. Graham, 3 Julio, 1881, The Life and Letters of Charles Darwin, 1:315-316.
Introducción
Escribir sobre teología natural en una época que parece haberse edificado sobre la
afirmación nietzscheana de que «vivir bajo el brillo solar de los dioses», es decir, bajo
las fuerzas del entusiasmo irracional, es la «única teodicea posible» (Nietzsche, 1998,
pp. 73-74) puede ser visto como una extravagancia, incluso en ciertos ámbitos
académicos. Pero el munus filosófico exige ser extemporáneo e incluso incómodo. Y,
paradójicamente, casi siempre los temas ocultados o despreciados por las modas
intelectuales son los que ofrecen las respuestas antropológicas todavía largamente
anheladas por muchos.
La vida y obra de Herrera, que acabaría sus días como obispo de Arequipa, ha sido
estudiada con detalle especialmente en lo referido a su labor peruanista y al famoso
debate que entablara con los liberales respecto al origen de la soberanía. De esto es una
muestra reciente la interesante compilación Bartolomé Herrera y su tiempo (2010), que
recoge las ponencias del congreso conmemorativo por el centenario de su nacimiento.
Sin embargo, han sido escasas las referencias detalladas a su pensamiento filosófico,
especialmente al metafísico: unas líneas en un artículo de Mario Alzamora en el
Mercurio Peruano de junio de 1950, otras en Bartolomé Herrera, pensador político
(1954), de Agustín de Asís, y las muy semejantes a aquellas pero no por eso menos
sugerentes de O. Carlos Soetzer en Iberoamérica. Historia política y cultural (1996),
referencias casi insignificantes en La filosofía en el Perú (1984) de Augusto Salazar
Bondy y en La filosofía contemporánea en el Perú (1996) de David Sobrevilla, algunas
partes de la tesis doctoral de Jorge Putnam Los fundamentos teológicos de la
actuación pública de Bartolomé Herrera (2000) y los análisis –más detallados y
prolijos que los anteriores– de Josep-Ignasi Saranyana en Teología en América Latina
(2008). En lo que respecta al ámbito local, la única referencia al Tratado de Teodicea
pertenece a Héctor Ballón Lozada, quien, en su breve libro dedicado a La filosofía en
Arequipa (2007) y antes de enjuiciar sumariamente el pensamiento de Herrera como
«representante de la escolástica en Arequipa» (p. 56), presenta un repaso del índice a
guisa de resumen (p. 39), luego de haber hecho lo mismo con el tratado de lógica de
Herrera (pp. 37-38). Luego añade como apéndice una transcripción incompleta –y en
ciertos puntos, inexacta –de los cinco primeros capítulos de la primera parte (p. 119-
130).
No existe hasta la fecha ningún estudio específico del Tratado de Teodicea, así que
en algún sentido será una aventura por espacios inéditos. Espero, sin embargo, que este
estudio pueda servir para echar luces sobre este interesante texto, muestra de un
renacimiento del pensamiento metafísico en el Perú decimonónico y probablemente la
primera ocasión en que un pensador peruano entró en una polémica más o menos
sistemática con la filosofía moderna.
Pueden ser aplicadas asimismo a Herrera aquellas frases que Redmond dedica al
tomista cusqueño: «Hoy el mundo intelectual está lleno de “superacionistas”; pero el
Lunarejo fue “perennista”. Un superacionista clasifica las ideas en dos categorías, la una
relativamente buena y la otra mala: vigente y superada (evocando así el contraste entre
geltend y aufgehoben). Para el pensador perennista, las categorías fundamentales,
también con matiz de valor, son verdadero y falso. El superacionista pega las ideas al
tiempo y al espacio, privilegiando el aquí y ahora y subestimando lo pretérito y allende.
Tal favoritismo epistemológico de la fugaz inmediatez espacio-temporal, fuera de los
obvios problemas teóricos que oculta, puede tener una desafortunada consecuencia
práctica para el filósofo: el frenesí de estar al tanto. El perennista acoge hasta las ideas
de tiempos pasados-de-moda y de lugares fuera-de-moda, si las cree verdaderas e
interesantes y rechaza hasta las ocurrencias de rigor de las autoridades más acatadas si
las cree falsas o impertinentes. El perennista no rechaza la historia intelectual; al
contrario, la tradición es más importante para él que para el superacionista. “Tradición”
para él, evidentemente no significa que las ideas verdaderas marchen triunfalmente por
la historia, liquidando a codazos a cualesquiera falsedades con que tropiecen. El
perennista, como el superacionista, reconoce la dialéctica de la historia, ve la historia
como es: con sus paradigmas, con sus continuidades y rupturas, con sus arranques
esperanzados y sus fenecimientos escépticos y relativistas, pero también reconoce los
aciertos y reveses de la historia, sus verdades y falsedades. Para él hay un juego perenne
de creencias entretejidas, las cuales, en cualquier época y en cualquier sitio pueden
juzgarse como importantes o no al caso, y también pueden juzgarse como —y lo son—
verdaderas o falsas» (2011, p.19).
Finalmente, y a todos cuantos, de una forma u otra, colaboraron con el feliz término de
esta empresa tan satisfactoria, tanto en la fase de investigación como en la de
publicación. Pienso de manera especial en el padre Jorge Putnam, fallecido en 2021,
que, con la alegría y magnanimidad que siempre lo caracterizaron, estuvo más que
dispuesto a ayudarme cuando inicié mis pesquisas herrerianas, aunque mis conclusiones
difirieron notablemente de las suyas. En esta época de generalizado «enfriamiento de
la caridad» (Mt. 24:13), recordar su generosidad es muy edificante. A su memoria va
dedicado este libro.