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Medicina Holística

La medicina existe desde que existe el ser humano. De hecho existe desde que
existe la vida. Todos los seres vivos, desde los más elementales unicelulares
hasta los complejos mamíferos como el ser humano están configurados y
programados para recibir información, estímulos, sensaciones del medio,
interpretarlos de acuerdo a sus necesidades y posibilidades de supervivencia y
responder en las diversas formas que almacenadas en su memoria celular les
impulsan a sostener y en lo posible mejorar sus condiciones y posibilidades de
supervivencia.
Muchos saben que los gatos se purgan cuando tienen problemas digestivos e
intestinales comiendo unas hierbas que habitualmente no comen y que les
ayudan a superar sus desequilibrios orgánicos. De la misma manera y en
múltiples y variadas formas todos los seres vivos responden ante los
desequilibrios o amenazas circunstanciales a través de eso que los biólogos han
llamado mecanismos homeostáticos. Y todas esas respuestas y mecanismos
pueden considerarse actos terapéuticos que registrados como experiencias van
conformando los más o menos complejos métodos de la medicina natural.
Métodos que en el ser humano van registrándose no solo en la memoria
orgánica individual sino en la memoria de grupo y de especie en la que suelen
cobrar forma especializada y organizar roles, papeles y profesiones en este caso
representadas por los curanderos, médicos o chamanes de cada tribu o cultura.
Tampoco esto es privativo de nuestra especie. Incluso en los insectos sociales
existen grupos e individuos especializados en la limpieza, higiene y
esterilización de la colonia así como de manejar y distribuir sustancias
estimulantes, relajantes y curativas.
Las especializaciones de funciones en una sociedad humana de acuerdo a las
peculiaridades de la llamada auto conciencia y de la superestructura cultural de
nuestra especie, promueve y desarrolla el fenómeno profesional de los oficios y
dedicaciones en función, al menos hasta la irrupción de nuestro caótico mundo
laboral moderno y contemporáneo, de las habilidades y vocaciones naturales y
posiblemente innatas de cada persona e incluso cada comunidad que a veces se
han conformado como gremio, colegio o hermandad especializada. En este
caso han existido las hermandades de los terapeutas, curanderos o chamanes
que pasado el tiempo han configurado escuelas, doctrinas y especialidades. En
el mundo clásico y también en las culturas tribales encontramos ya organizadas
estas comunidades en las que los maestros imponen sus improntas en formas
de diferentes tipos y estilos de discipulado y aprendizaje del arte, oficio o como
en cada caso se prefiera o se ajuste más el formato de tales dedicaciones.
La evolución de estas doctrinas y los métodos respectivos es un asunto que se
encuentra fuera de mis posibilidades e intereses, aunque en general es obvio
para cualquiera con un mínimo de información que estos métodos han estado
siempre determinados por los modelos de interpretación dominantes en cada

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época de la historia de cada pueblo, tribu o comunidad que en los pueblos más
animistas los médicos y chamanes usaban su conocimiento innato o adquirido
por iniciación o aprendizaje operativo, en el uso de las virtudes de plantas y
estímulos a la hora de influir en el estado físico y anímico de sus pacientes a
través de los formatos, liturgias y puestas en escena teatrales de tipo animista.
No es lo visible de la planta en si sino el espíritu de la planta o de la tierra en la
que esta planta crece lo que el medico trata de poner de manifiesto, invocar o
demostrar que opera en la curación del paciente.
Parece evidente que cada forma de organización más o menos persistente en
relación o referencia a un tipo, un formato, un sistema cristalino o una manera
genérica de existir y persistir, está , en cuanto existe y persiste, de manera
autorregulable dentro de las condiciones más o menos amplias de un medio o
de las llamadas también condiciones ambientales, que en realidad formarían
parte indistinguible del tipo o formato que distinguimos o diferenciamos o que
parece poseer más consistencia ante nuestros sentidos que un medio que
nuestros sentidos no suelen percibir sino a través de sus interacciones con lo
que a nuestros sentidos aparece más visible y consistente. Este es el caso del
agua, el aire o la tierra que parece no resultar visible o distinguible para quien
vive sumergido en ellas. La conciencia sabe o puede saber y conocer que en ese
medio de aparente homogeneidad como el aire, la tierra el agua o el espacio
oscuro o iluminado existen y se mueven aquello que llamamos microbios, micro
partículas o incluso coagulaciones de energía. Y para todos ellos los demás son
su medio y ellos a su vez son medio y presunto exterior para los demás. Es en
esta interacción obligada, ineludible y permanente en la que a poco que se
medite se viene a vislumbrar el absurdo de las ideas de interior, exterior,
individuo, comunidad, en incluso el absurdo de la misma idea de relación e
identidad.
Aun a pesar de los condicionantes materialistas y de sus evidentes y burdas
limitaciones la ciencia moderna tuvo que vislumbrar y reconocer la existencia de
unos niveles, difíciles de definir y de limitar, de inter relaciones que justificaron
la imaginación y utilización de la idea de ecosistema y, extendida a nivel
planetario, de ecosfera. Ideas y modelos que permitieron a investigadores
especialmente independientes de los paradigmas dominantes como Lovelock
elaborar y difundir el modelo que humildemente bautizo como Hipótesis Gaia.
Quien vive solo las supuestas originalidades del llamado presente puede pensar
que la hipótesis GAIA representa una novedad en la forma de ver o entender la
realidad del planeta y los algoritmos de funcionamiento y de autorregulación
del planeta o de la biosfera, y de sus interacciones e integraciones en un todo
más amplio. Pero estas visiones que modernamente se han dado en llamar
holísticas siempre han estado presentes en la conciencia del ser humano que ha
ido pendulando, con variaciones estéticas seguramente no tan relevantes como
las visiones evolutivas pretenden entender. La conciencia y quizás no solo la
que llamamos humana sino la conciencia en sus múltiples expresiones y niveles
de ser, tiende a ir de lo particular a lo universal. Del todo a las partes y viceversa

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en función de necesidades y de formas adaptativas de responder ante los retos
cotidianos de la supervivencia.
El terapeuta vocacional sufre también, disfruta y aprovecha estas idas y venidas
de lo particular a lo universal y de las partes al todo y viceversa. Es por ello que
en un momento descubre en una planta, en un mineral o en un extracto de
cualquier materia el principio activo estimulante o relajante, es decir regulador
de los desequilibrios de sus pacientes o de su propio cuerpo y mente, y
experimenta con los efectos e interacciones de sustancias, alimentos, extractos y
condiciones con los cuerpos y las mentes de aquellos que parecen sufrir
determinados desequilibrios que puedan considerarse patológicos. En el
seguimiento de estos fenómenos a veces el terapeuta, simple observador o
auto observador de estos fenómenos, intuye y descubre que no ya cadenas de
causas y efectos sino sincronías imposibles de explicar con los modelos
racionales causales que dominan la visión superficial y retardada de la
conciencia. La sensación de que alguien que llamamos nosotros y que se refiere
a la idea de identidad, decide lo que ocurre o hace, y que los neurólogos
descubren como una ilusión, se debe a este retardo de la conciencia habitual.
Los sucesos y conexiones ocurren, y la conciencia sufre un retardo a la hora de
experimentar, contemplar o compartir este suceso en el que ella misma está
implicada pero de la que no es protagonista ni causa sino simple contemplador.
A veces esta conciencia sufre una activación o salto cuántico que reduce o anula
este retardo de manera que venimos a contemplar la dinámica de cada acción o
decisión más cerca del momento en el que se produce la expresión neurológica
que consideramos causal, pero que en realidad no es más que un eslabón no ya
de una cadena sino de una matriz compleja de interacciones. Es desde esta
conciencia o contemplación desde la que el terapeuta puede sincronizarse
también con la conciencia del paciente y los fenómenos de autorregulación
global, y mediante un fenómeno que el psicoanálisis señala como transferencia,
sentir lo que el paciente siente y hacer que el paciente sienta y perciba lo que el
terapeuta siente y percibe. La identidad diferenciada desaparece o casi queda
en suspenso, y entonces la sintonía lleva o a la curación, si uno de los dos
elementos se encuentra en el equilibrio que el otro ha perdido, o los dos se
desequilibran y la transferencia acrecienta y agrava el problema y la patología
que en este caso se refuerza y se amplifica.
Cuando no existe el retardo y vivimos en tiempo global el instante total, no se
plantea ya la idea del libre albedrio o de la capacidad de decidir, y se siente o se
vive algo que en ese momento venimos a saber o sospechar que es lo que está
detrás de eso que hemos consensuado llamando libertad. Es entonces o ahí
cuando o en donde nos encontramos con la verdadera libertad y no con los
sucedáneos ideológicos que relacionan esta idea o experiencia con la de alterar
lo previsto y previsible con la supuesta posibilidad de actuar a capricho.
Esta es la verdadera y siempre futura y plena actividad terapéutica que en
nosotros no es ni más ni menos que la propia actividad de la impronta de
humanización o de lo que otros llaman despertar de la conciencia. Hasta que

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esta medicina no se abra paso derrumbando todos los ídolos y actividades
espurias de la conciencia retardada o dormida, todo lo que hagamos o se haga
para mantener o recuperar la salud será inútil, insustancial y posiblemente
contraproducente, y construirá como tantas veces una superestructura de poder
que nos hundirá un poco más en el retardo de la conciencia que puede tender a
hacerse abismal.
Es relativamente fácil postular sobre los factores o elementos que determinan
este de retardo. En este animal que hemos dado en llamar intelectual, el
pensamiento, una facultad por cierto secundaria, muy lenta en su
procesamiento de datos y limitada por un lenguaje que interpone tiempo y
distancia con el mundo inmediato y continuo de las percepciones y
sensaciones, se encuentra siempre presente y condiciona a la conciencia a su
tempo y a sus procesos de interpretación. Interpretación sujeta al retardo y a la
falsificación de la memoria o de los recuerdos. Es esta memoria y esos
recuerdos los que continuamente filtran los sucesos que impresionan los
sentidos y se procesan en los reflejos inmediatos del cerebro y de la conciencia,
retardando y falsificando esa autoconciencia que, cuando ya se ha producido la
decisión, la percibe y la interpreta como voluntaria y controlada por la
contingencia presuntamente intencionada de la voluntad y del deseo. Cuando
estas interposiciones y filtraciones del pensamiento y de la memoria se
debilitan, hasta mínimos en los que parecen ausentarse, es cuando esta
conciencia, mas instintiva e intuitiva que intelectual, se encuentra casi
sincronizada con las acciones y reacciones tanto sensoriales como emocionales.
Entonces, casi libre de la creencia y de la interpretación temporal y causal, esta
conciencia, nivel o tipo de conciencia, viene a descubrirse en contemplación de
lo que ocurre, y constata que no existe un yo que decida o maquine para elegir,
sino que todo ocurre y sucede como cuando llueve o hace frio, luce el sol o se
mueven las nubes. Los propios movimientos reactivos, programados en su
totalidad, del cuerpo, los brazos, las piernas, los gestos…. Etc., se descubren
ocurriendo al margen de cualquier tipo de voluntad o centro de decisión. Los
brazos, cogiendo, lavando nuestro cuerpo, señalando o abrazando aparecen
como criaturas autónomas y extrañas actuando al margen de cualquier control
intencional previo. En los modelos consensuados de la biología y fisiología de
los organismos llamados superiores o con sistema nervioso central, se distingue
entre actos voluntarios e involuntarios, entre el sistema nervioso consciente o
voluntario y el vegetativo en el que todo ocurre de manera refleja y automática.
Esta conclusión convertida en dogma y axioma indiscutible ha resistido el paso
del tiempo y el avance y progreso de las ciencias neurológicas a pesar de que,
ya hace tiempo, estas ciencias han acumulado datos suficientemente
significativos como para poner en cuestión ese modelo dual y esta distinción
entre presuntas partes o tipos de sistema nervioso y de conciencia o
voluntariedad implicada. Es cierto que el sistema nervioso del ser humano, y
también el de muchos mamíferos, y quizás a otros niveles de cualquier
organismo vivo, poseen la facultad de entrenarse en diferentes actividades y
complejas dedicaciones que en los seres humanos hemos denominado artes,

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deportes, oficios, etc. Es tan compleja y asombrosa la sofisticación a la que
estos entrenamientos pueden llegar, que cualquier no iniciado en estos
deportes, oficios o artes de elite se asombra al contemplar al profesional
ejecutar de sus habilidades. Pero lo que no acabamos de aceptar y declarar
públicamente es que pasados ciertos umbrales de entrenamiento, y ahí está la
diferencia entre un entrenador de élite y otro que no lo es, estas actividades
artísticas, deportivas o profesionales se procesan automáticamente como
cualquier reflejo o complejo de reflejos. Y que precisamente mientras más
automático y reflejo sea esta actividad, más perfectamente se expresa, siempre
que el entrenamiento haya sido bueno. El patinador, el futbolista, el pintor, el
escritor, incluso el filósofo de élite, no piensa ni decide cuando patina, regatea,
pinta, escribe, reflexiona, etc. Y en la medida que menos piensa o decide, mejor
patina, escribe o reflexiona bajo esa impronta más instintiva que otra cosa que a
veces llamamos inspiración, y que algunos pensadores intuitivos han definido
tan lucidamente como por ejemplo Nietzsche en Ecce Homo.
Algunas de estas capacidades artísticas o profesionales en nivel de excelencia,
se expresan tan rápidamente y con niveles tan asombrosamente óptimos en
niños de corta edad, que el postular que estos niños, conciencias y sistemas
nerviosos vienen ya entrenados de fábrica no resulta rechazable, sino a veces la
única explicación “razonable”.
Algunos pensarán que comparar los entrenamientos musculares y neurológicos
de un deportista de élite con los entrenamientos de un filósofo o de un
científico, apuntando hacia los automatismos de los protocolos implementados
que permiten a unos ejercer el deporte en grados de excelencia, y a otros
ejercer el pensar o la inteligencia emocional en niveles también superiores,
resulta extemporáneo y absurdo. Eso se debe a la convicción de los ejercitantes
del intelecto de que su dedicación resulta cualitativamente superior y más
consciente y voluntaria a la de otras actividades u oficios.
Sin embargo aquellos artistas o pensadores, que han rebasado ciertos umbrales
en la expresión de sus imágenes “inspiradas”, descubren que cuando vivimos la
vida sin los retardos producidos por el pensamiento y la memoria, no tiene
sentido hablar de voluntariedad ni de intención personal, ni siquiera de
identidad. Y que el tiempo es una ilusión así como las comparaciones de
valoración moral o de cualquier tipo. El eterno retorno que descubrió Nietzsche
cuando tocó este umbral demuestra, le demostró, que el tiempo no existe y que
ni siquiera existe una posibilidad de superar ni de superarnos. El superhombre
no existe como un futuro posible o una conquista por alcanzar. El superhombre
es esa conciencia sin retardo y libre de la ilusión del tiempo que por tanto dice
sí. Y baila en esa afirmación de lo inevitable y de lo necesario. La voluntad de
poder no es ni más ni menos que el poder de la voluntad. Y hasta aquí puedo
por ahora escribir.
La medicina, pues, es una facultad de cualquier ser vivo o sistema ecológico,
que podemos extender más allá cuando nuestra imaginación consciente nos lo
permita. Una facultad que forma parte inseparable del propio ser y del propio

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sistema complejo del que formamos parte. Los médicos materialistas de nuestro
mundo lo llaman homeostasis y si comprendieran la potencialidad y la
profundidad de esta facultad, decidirían terminar con su profesión y con todas
esas investigaciones de vanguardia desde las cuales creen estar progresando en
el conocimiento y la manipulación de los fenómenos vitales, y reforzando la
estúpida esperanza de alcanzar curaciones, longevidades y progresos curativos
que desde ese modelo no solo nunca van a ser posibles, sino que en sí mismos,
curando aparentemente ciertas cosas, producen como consecuencia inevitable
nuevas enfermedades, a veces peores de las que aparentemente curan.
Haciéndose sorprendentemente real el dicho que el remedio es peor que la
enfermedad.
Si los médicos descubrieran ese estado de conciencia sin retardos y pudieran
promoverlo, o no dificultar mucho su emergencia natural, sabrían que no es
necesaria ninguna intervención del intelecto en los engranajes de la vida para
que esta funcione en sus niveles más óptimos posibles. Al contrario mientras
menos intervención se produzca, más y mejor funcionaria nuestro sistema de
autorregulación individual y colectiva.
En el instinto aparentemente individual y colectivo y sus automatismos
inteligentes, realmente inteligentes, se encuentra todo el conocimiento de
autorregulación que la vida, la materia y el universo han ido expresando a
través de un tiempo esférico sincrónico que nuestra conciencia convencional
retardada no puede entender.
La medicina realmente holística no existe como tal profesión, porque cualquier
profesionalización de la sabiduría es en sí una degeneración y un estancamiento
y limitación de la sabiduría o de la conciencia realmente humana, divina u
holística, o como queramos llamar a esa conciencia, que de vez en cuando nos
sorprende con alguna de sus emergencias o acercamientos imprevisibles.
Emergencias y acercamientos que cayendo bajo el determinante de la
conciencia retardada es siempre interpretada equivocadamente como una
conquista, como una llegada, inspiración, un éxtasis o una señal de que algo
nuevo está aconteciendo en la que creemos “nuestra” vida.
Esto no quiere decir que no tenga sentido la existencia y ejercicio de algún tipo
de vocación terapéutica. Lo mismo que en un cuerpo pluriorgánico como el
nuestro, existen órganos más especializados que otros en la coordinación,
registro y respuesta integrada frente a desequilibrios, dolencias, infecciones,
etc., también en el organismo social, tribal o cultural de que se trate existen
individuos empujados a captar, más intuitiva e inteligentemente que otros, las
confluencias de circunstancias potencialmente patológicas, y potencialmente
terapéuticas que pueden ayudar, a quien así lo acepten, a que su propio sistema
homeostático y órganos especializados funcionen o puedan responder lo mejor
posible.
La principal dificultad para que estos automatismos naturales de
autorregulación compleja y sin fondo conocido, funcionen en los niveles de

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mejor excelencia posibles, es la desconfianza emocional e intelectual que la
conciencia retardada padece habitualmente respecto a tales automatismos. Lo
mismo que el miedo a los perros favorece que estos te ladren, el miedo a la
enfermedad o no curarse facilitan que la enfermedad se produzca o se agrave y
que la curación se encuentre con más dificultades para cumplirse. Es por ello
que aceptando la imposibilidad de eliminar el retardo de la conciencia, la mejor
opción es la de utilizar algún tipo de amuleto. Las medicinas son amuletos, lo
son también, para quien confíe en ellas, las vacunas, los alimentos saludables o
los complementos vitamínicos y extractos terapéuticos. Y evidentemente la
declaración de pandemia, las restricciones de relación, el contaje y publicidad
de presuntos contagiados, ingresados y muertos, insistente y machaconamente,
resultan debilitar el poder de cualquier amuleto, y refuerzan de manera
claramente criminal este miedo que como efecto nocebo favorece más bien el
contagio, el agravamiento de los síntomas e incluso el aumento del porcentaje
de muertos, dejando solo abierta la posibilidad de uso de un amuleto, las
vacunas, operativamente menos limpio que una ristra de ajos o un colgante
mágico.
Es decepcionante contemplar cada día niveles tan desastrosos de retardo de la
conciencia, que estimulan de una manera tan objetiva como poco reconocida
los peores pronósticos de cualquier pandemia, contagio o enfermedad.

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Placebo nocebo
No existe persona mínimamente inteligente o lúcida que no acepte como una
obviedad la influencia, a veces sorprendente, de la psique y las emociones en
nuestros estados y condiciones físicas, y en las capacidades para que estas
condiciones físicas den de si lo mejor o lo peor de su potencialidad. Los
entrenadores deportivos de élite lo saben y si quieren tener éxito en su
profesión lo aplican en sus entrenamientos.
Por desgracia, para la profundidad y la importancia vital de esta influencia, se
ha simplificado mucho al respecto en el aura de lo que se ha llamado “el
pensamiento positivo”. Convertido en nuevo instrumento de los fanatismos
doctrinarios, este “pensamiento positivo” supuestamente promotor del efecto
placebo, ha reforzado y refuerza, cada vez que se acude a el en sus diversos
formatos, nuevos niveles y tipos de hipocresía, fariseísmo y teatralidad que, más
que impulsar lo positivo en uno mismo y en los demás, impone represiones,
disimulos y violencias contra natura y contra destino que, a su vez, más que
ayudar perjudican la salud física y mental de sus adeptos.
El error fundamental en el entendimiento, y presunta utilización, de este efecto
placebo o nocebo para conseguir el mejor estado posible, o el peor si se trata
de repudiar un hábito o una adicción, es el de considerarlo bajo la impronta
educativa. La creencia dogmática y generalizada en el libre albedrío nos ciega a
la hora de enfrentarnos con estos fenómenos, convenciéndonos que podemos
utilizarlo a nuestro antojo, necesidad o capricho y que, en consecuencia,
podemos promoverlo mecánicamente cuando creamos necesitarlo. Un síntoma
convencional de esta estúpida manera de entender y presuntamente usar este
efecto, es el que se teatraliza en los frecuentes consejos que damos o nos dan
para cambiar nuestros estados emocionales presuntamente u objetivamente
inconvenientes o convencionalmente patológicos. No te lo tomes así, hay que
pensar en positivo, no es para tanto, otros están peor y no se quejan, el muerto
al hoyo y el vivo al bollo, si te empeñas en conseguir lo que deseas lo
conseguirás, lo importante es creer en ti, el que la sigue la consigue, etc. etc.
etc.
De ahí a los protocolos mágicos, rituales y litúrgicos en los que las escuelas
religiosas o psicológicas confían sus esperanzas teúrgicas y sus creencias en

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conquistar cualquier cielo por asalto solo hay diferencia de organización y de
doctrina. El “hombre que se hace a sí mismo” es una variante, muy extendida
entre los anglosajones más o menos calvinistas, que conforma una variante que
se ha convertido en cultura y que resuena bajo las luces y las sombras de
nuestro sistema universal de vida mercantil, liberal o capitalista. En todo esto
vuelven a descubrirse los relatos a posteriori que vienen a decir que las cosas
han sido así porque alguien hizo lo que debía hacer. Este hombre triunfó en la
vida porque se empeñó en ello, tuvo voluntad e inteligencia, tesón y se esforzó
para ello. Este relato lo mismo habría tenido sentido diciendo que tuvo tesón y
se esforzó porque no pudo ser de otra manera y sus condiciones de vida se
ajustaron a esas condiciones ineludibles. Eso sí, determinar sin sombra de duda
que la idea de éxito y de triunfo que proyectamos sobre estas personas y sus
vidas, es muy atrevido a la luz del trato más familiar con estos presuntos
triunfadores. Pero eso es otro asunto.
El calvinismo protestante que cree en la predestinación pareciera infringir esta
idea positivista del hombre que se hace así mismo y de qué es posible mejorar
la vida mejorando nuestra forma de ser y comportarnos, ya que desde esta
perspectiva filosófico doctrinaria, si el hombre o la comunidad triunfa es porque
Dios lo había decidido y le había concedido ese privilegio haciéndolos mejores
que los demás. Desde esta perspectiva, que se mezcla paradójica y
contradictoriamente con la de que el hombre se hace a sí mismo, los ricos lo
son porque son los mejores y están destinados a ello, así como los pobres lo
son porque son los peores, se merecen también su pobreza, y su determinismo
les obliga a estar al servicio de los ricos para garantizar su riqueza.
A la luz de una realidad a la que difícilmente accedemos con nuestra auto
consciencia retardada y virtual, parece que las dinámicas psicológicas de
voluntad, esfuerzo, dedicación, ilusión y vocación se procesan, como toda la
vida, en oleadas, en ondas, máximos y mínimos que obligan a cada individuo, y
quizás a cada circunstancial comunidad, a disfrutar en unas ocasiones de
emergencias de esfuerzo y voluntad enfocadas a ciertas tareas, y en otras de
decadencia y anulación de tales esfuerzos y voluntades que son sustituidas por
otras en otro aspecto o dirección y que quizás, en el mejor de los casos, se
procesen en inteligente compensación y equilibrio. Bajo la creencia arrogante
en el libre albedrío y la libre y responsable capacidad de decisión, consideramos
muy calvinistamente que cuando las cosas nos van bien nos las merecemos y
son consecuencia de nuestros esfuerzos e inteligencia, y que cuando nos van
mal estamos enfermos, alguien ha tenido la culpa o debemos arrepentirnos de
lo que consideramos, por sus efectos pretendidamente inconvenientes, como
errores necesitados de corrección.
Es difícil, imposible bajo la doctrina del libre albedrío, comprender que las
subidas tienen como causa y consecuencia las bajadas y viceversa, y que uno
puede estar fuera de orden tanto cuando sube, o se empeñan absurdamente en
quedarse en lo que considera la cresta de la ola, como cuando baja y se
entristece por creer que esa bajada no solo es inconveniente sino terminal e

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irreversible. Es por ello que a veces estamos propicios al placebo y otras al
nocebo y que la naturaleza, si en nosotros se desenvolviese cerca de la
inteligencia luminosa del instinto esencial, posee sus propias estrategias para
compensar un efecto con el otro, cuando es posible y necesario, y que cuando
no es posible ni necesario no hay posible compensación personal aunque todo
tenga una compensación en otros niveles de mayor amplitud.
Tan glorioso y milagroso es que el que quiere y confía en curarse se cure, como
el que quiere y confía en enfermar y morirse enferme y se muera. Y es tan
absurdo e improcedente, y quizás violento, esforzarse en convencer a alguien
que quiere morir que no lo quiera, como en alguien que quiere vivir que no se
ilusione con ello a la vista de los pretendidos imponderables que nuestras
doctrinas técnicas y presuntamente científicas decretan en sentido contrario.
Debe usted prepararse para morir, para contagiarse o para enfermar porque la
razón dictamina su inevitabilidad. ¿Arrogancia, ignorancia o simple estupidez?.
Quizás mera y elástica estadística.

Totalitarismo sanitario

El problema de este estado que se va consolidando de totalitarismo sanitario


universal, es que su fundamento proviene de una impostura que ha llegado a
convertirse en verdad o dogma indiscutible. Esa impostura es la de considerar la
medicina como una ciencia. Y lo que es mas grave como una ciencia objetiva y
presuntamente indiscutible (termino este, de indiscutible, contradictorio e
imposible de asociar con lo científico baconiano).
La medicina tradicionalmente siempre ha sido un arte y en el mundo actual una
técnica. Como arte ha estado inmemorialmente asociado a la magia y a la
revelación del médico iniciado no solo capaz de “intuir”, más que saber, el
sentido y el misterio de la salud y la enfermedad, sino y sobre todo de actuar
sincronisticamente, teúrgicamente, sobre el universo incognoscible de un
cuerpo y una mente concreta (para la medicina no debe existir “la enfermedad”
sino “los enfermos”) para favorecer y, a veces por destino, conseguir, un
restablecimiento circunstancial de ese extraño y milagroso equilibrio, contrario
a la entropía, que llamamos vida y concretamente vida corporal. Cualquier
cuerpo orgánico, y mucho más uno pluricelular como el nuestro, es un cosmos
en semejanza, y quizás integración, al macrocosmos del universo en su infinita,
inabarcable e incognoscible complejidad y amplitud.
La biología sí podría considerarse como ciencia. Siempre claro está que
reconozca (y sus operarios reconozcan), en sus operativas experimentales y
postulados, la provisionalidad y lejanía abismal entre estos postulados y la
realidad insondable de su objeto de estudio. Las hipótesis, teorías y modelos
científicos, en este caso biológicos, deben ser considerados (si queremos
considerarlos parte de la ciencia) no solo provisionales y como acercamientos

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humildes a la realidad de los fenómenos investigados, sino como necesitados,
desde su misma proposición, de continua y permanente falseación. La
falseación no es un juego para reforzar la verdad de la teoría o el modelo
planteado, sino que surge, o debe surgir, del convencimiento de que tarde o
temprano tal modelo o teoría no solo va a considerarse incompleto, sino
fundamentalmente falso. Bregar con esta perspectiva requiere mucho coraje y
honestidad, y la humildad inteligente, y quizás despreocupada, que surge de tal
coraje y honestidad.
Por desgracia para el espíritu del eterno juego inspirador de la ciencia biológica,
ésta, ya considerada como una hermana menor de la medicina, se ha
prostituido en sus profesionales para acceder al prestigio espurio de esta
tecnología convertida en el último poder de control político y económico del
capitalismo internacional, se presente éste en formatos más liberales, socialistas
o comunistas. Y esta prostitución y contaminación de la Biología y de los
biólogos se produce sin que estos adviertan o sean conscientes del proceso en
el que los modelos, necesariamente reduccionistas y simplificadores de la
tecnología médica, se van imponiendo en sus protocolos y formatos de
investigación dirigida ya casi exclusivamente a la más inmediata y posible
aplicación, presunta eficacia y comercialización. La medicina dominante,
amancebada o unida ya en santo matrimonio a la farmacología, de la que ya no
puede prescindir, se procesa inevitablemente en virtud de su condicionamiento.
Y este condicionamiento es por naturaleza dogmático y homogeneizador hasta
el extremo de haber convertido a esta profesión en la nueva religión y en un
nuevo instrumento de poder en manos de las oligarquías políticas y
económicas dominantes.
Es así que exagerando un poco los investigadores médicos y biólogos, ya cada
vez menos diferenciados, van adquiriendo las vestimentas y la jerarquía típica
de los sacerdotes de cualquier religión y de cualquier época. Una religión que
con su racionalidad teocrática va conformando el poder oligárquico mejor
disfrazado, junto a la democracia, de toda la historia. Y así como ya no hay
gobierno que derrocar, pues el gobierno “lo elige libremente el ciudadano
mediante sufragio universal”, tampoco hay técnica ni modelo de explicación o
manipulación de la naturaleza que poner en cuestión ya que se encuentra en
manos de la objetividad científica y de sus dogmas indiscutibles, en los que la
palabra del “experto” de turno es ya “palabra de Dios”, y sus popes con mayor
prestigio concedido hablan siempre ex cátedra. Es tan poderoso y eficaz este
nuevo sistema y esta nueva doctrina religioso científica que no necesita siquiera
hacer proselitismo, ya que el pueblo ignorante se vuelve, bajo esta admiración y
obediencia hacia sus sacerdotes, en más papistas que el papa capaces de
denunciar de oficio cualquier disidencia, y aplaudiendo y jaleando los nuevos
instrumentos de control de la conducta ciudadana. El último hombre de
Nietzsche se enseñorea ya sobre este mundo configurando lo que parece que
está destinada a ser una nueva Era oscura o quizás el umbral de un gran
desastre… o de una gran revolución.

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El arte y la tecnología, por muy atractivas e inspiradoras que estas dedicaciones
puedan ser, y hayan sido a veces, son dedicaciones que convertidas en
profesiones se han encontrado, a veces en contra de su vocación primitiva,
acogotadas, manipuladas y utilizadas por los intereses espurios del poder, el
comercio y la política. Intereses, estos últimos, que por propia naturaleza no se
procesan precisamente de acuerdo a la objetividad y honestidad que los
artesanos y artistas más esenciales consideran requisitos esenciales para el buen
ejercicio de sus oficios.
Y vuelvo a insistir en que la medicina se procesa actualmente más en el terreno
de la tecnología que en el del arte o la ciencia y que como tal se encuentra, ya
hace casi un siglo, completamente en manos de uno de los intereses
comerciales e industriales más poderosos económicamente de las finanzas
mundiales.
Cierto es que en la configuración de los gobiernos y estados que deben
garantizar en lo posible la fiabilidad y honestidad de las practicas tecnológicas y
de sus productos comercializables, existe un poder judicial que encargado de
vigilar la legalidad y mínima bondad, reconocida por consenso, de estas
actividades actúa a veces de oficio o a solicitud de partes para evitar fraudes y
sancionar prácticas delictivas de acuerdo a los principios deontológicos de la
medicina y sus tecnologías asociadas. Hay casos en la historia de la
jurisprudencia internacional como el de los juicios contra el uso de algunos
opiáceos como medicina de tratamiento libre y habitual, o como el uso de la
Talidomida en embarazadas, que demuestran esta intervención,
desgraciadamente muy tarde para muchos de los pacientes dañados y muertos
por tales tratamientos. Pero nunca es fácil este control para unas fiscalías
públicas o privadas que se tienen que enfrentar con consorcios farmacéuticos e
industriales tan poderosos como para llegar a tener a su servicio no solo los
mejores bufetes legales sino incluso fiscales públicos y a veces organismos
internacionales a los que se les otorga poder y capacidad de decisión política.
Como es el caso actual de la OMS respecto a la declaración de pandemia y a las
propuestas convertidas en leyes de obligado cumplimiento relacionadas con la
vacunación y las restricciones de libertades de decisión y expresión.
Este poder no solo técnico sino moral y legal ya lo tuvo y lo ejerció la medicina
en el pasado. Por ejemplo en los años 50 y 60 en EEUU se ingresó y se
lobotomizó por la fuerza y amparado por la ley, a muchos ciudadanos por la
simple razón de presentar conductas no convencionales que parecían infringir
los valores morales del puritanismo dominante. La utilización de técnicas
presuntamente terapéuticas, más cerca de la tortura que otra cosa, como los
electrochoques, formarían parte de este oscuro capítulo de la medicina
asociada a determinados intereses industriales y morales de poder.
Pero estos usos, abusos y utilizaciones de las tecnologías médicas por
determinadas corrientes industriales y de poder se ejercían de manera más o
menos local y regional, de acuerdo a las diferentes legislaciones y las
costumbres y tradiciones diferentes de cada estado o país. Sin embargo ha

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llegado el momento en el que por primera vez en la historia humana, este
poder y utilización se están ejerciendo a nivel mundial a través de una
organización internacional precisamente denominada Organización Mundial de
la Salud OMS, a la que a través de determinadas estrategias de financiación y de
declaración de una Pandemia se le han otorgado no solo capacidades de
orientación o investigación, sino ejecutivas para dictaminar leyes de obligado
cumplimiento, en las que restringiendo la movilidad y decidiendo cierre de
fronteras, confinamientos y toques de queda se han conculcado masivamente
los derechos de expresión, asociación y trasporte. Leyes que han recrudecido las
ultimas crisis económicas a nivel mundial creando la mayor distancia económica
entre ricos y pobres de los últimos siglos. Y lo que asociado a tal situación
quizás es peor, causando una pandemia generalizada de terror a la enfermedad,
a la muerte y sobre todo al contagio que, separando aún más a los seres
humanos, los sitúa en clara imposibilidad de unirse eficazmente para expresar
sus reivindicaciones y exigir las rectificaciones legales, educativas, sanitarias y
económicas que son necesarias para garantizar una mínima calidad de vida
colectiva y que, en estos momentos, requiere incluso una modificación radical
en el gasto y formas de utilizar las energías y las materias primas con capacidad
de influencia en las condiciones de supervivencia no ya de nuestra especie sino
de la vida en general.
Sobre estas estrategias que han conformado el primer ministerio del futuro
Estado Mundial (el Ministerio de Salud Mundial), los geo politólogos tienen
mucho que decir y muchos datos que aportar para explicarlo. Posiblemente
dentro de un siglo o dos la humanidad, si sigue existiendo, podrá mirar hacia
este tiempo y analizar los documentos al respecto para ofrecer un modelo
aproximado de explicación de estos acontecimientos que posiblemente sean
considerados en los libros de historia como los primeros pasos reales hacia la
configuración del Estado Mundial que, por aquel tiempo, quizás sea ya Federal,
Confederal o un hibrido de ambos de acuerdo a quiénes y cómo se vaya
configurando este gobierno mundial.
En esta religión sustitutiva de las anteriores religiones y que promete no ya un
cielo tras la muerte sino el cielo en éste, e incluso la inmortalidad, también
existen corrientes heterodoxas, herejías y posiblemente aparecerá algún que
otro Mesías.
La medicina tiene la singularidad de ser tan antigua como cualquier religión ya
que se ha encontrado en sus precedentes asociada íntimamente a los
sacerdotes y chamanes, en los que no se distinguía el poder de curar el alma
del de curar el cuerpo. Una no distinción que quizás tenga sus fundamentos
muy objetivos que sostener, ya que esa integración o influencia mutua entre
cuerpo y psique, hasta el extremo de que posiblemente no exista entre ambos
ninguna diferenciación, siempre se ha tenido en cuenta por los más sabios, que
operando sobre el alma, perdonando los pecados, operaban sobre el cuerpo…
“y ahora levántate y anda”, y operando sobre el cuerpo restablecían la alegría
del alma.

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Aun los médicos actuales más tecnificados y protocolizados, más prostituidos
por sus camellos farmacológicos que en nombre de los capos de la mafia
industrial les imponen sus productos y promocionan sus marcas, tienen que
reconocer, y a veces tener en cuenta, que no existe la enfermedad sino los
enfermos, y que una buena disposición y confianza del enfermo en su médico y
en la curación ejercen, con frecuencia estadística significativa, un mejor papel
terapéutico que los más afamados o promocionados fármacos de última
generación. Las mismas industrias farmacéuticas tienen que medir, o hacer el
paripé de que miden, el papel del placebo en los efectos objetivos de sus
fármacos. Curiosamente no se hacen medidas ni paripés de medida de otro
efecto tan decisivo y cuantificable como es el efecto nocebo. Un enfermo que
no confía en su médico, que se aprieta la nariz para tomarse el jarabe recetado
o para recibir la vacuna impuesta, adquiere por la misma razón peores
expectativas de curación y menores o nulos efectos positivos del fármaco o de
la intervención recetada o ejercida sobre él.
¿Cuántos efectos secundarios negativos se deben a este efecto nocebo y
cuantas curaciones al placebo complementario? ¿Y cuantas enfermedades,
muertes o curaciones se procesan al margen de cualquier placebo o nocebo por
mero, indiscutible e inevitable destino? Nuestra falsa ciencia y filosofía elaboran
al respecto relatos “a posteriori” para justificar lo ocurrido, siempre de la
manera más conveniente para el médico o el filósofo. Si se ha curado ha sido el
médico o el fármaco el responsable. Si ha empeorado o muerto ni el fármaco ni
el medico podían hacer más… o sea… estaba de Dios. Si el vacunado se
contagia y muere era su sistema inmunitario o sus enfermedades crónicas los
responsables, si aquel no se contagia o aun aparentemente contagiado resulta
“asintomático”, nuevo concepto de moda, es porque tiene un sistema
inmunitario fuerte o se ha protegido suficientemente. Por supuesto que salvo la
pregunta ¿padece usted alguna alergia a algún medicamento? nada se suele
hacer antes de administrar un fármaco o imponer una vacuna a no ser esperar
que vaya lo mejor posible. Si se muere el así tratado por efectos evidentes del
fármaco o de la vacuna, en España ya rondan los 350 muertos por efecto
secundario de las vacunas, se introduce su caso en la estadística global y se
declara que había razones suficientes para correr un riesgo que
estadísticamente era menor que el bien que declaramos, con convicción
absoluta, que el fármaco o el tratamiento han asegurado. Para el que muere y
su familia no le sirve de mucho consuelo esta estadística pues su vida era toda
la vida y su muerte definitiva. Pero no podemos esperar de una dinámica
general discriminación inteligente. La industria no puede fabricar, salvo para
privilegiados, productos a medida. Es por ello por lo que aunque el medico
sepa que no hay que tratar enfermedades sino enfermos, se ve obligado a tratar
enfermedades y no enfermos…, y a justificar moralmente su proceder para
mantener su profesión y recibir su salario.
Cualquier persona medio conocedora de la complejidad anatómica y fisiológica
de un organismo pluricelular como el nuestro, sabe que está organizado
genéticamente para responder inteligentemente a cualquier reto o circunstancia

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que ponga en peligro su supervivencia, miles de años de existencia lo
demuestran. De hecho sabemos que existe un complejo de procesos
homeostáticos que como un termostato mantiene no solo la temperatura sino
todas sus constantes vitales en equilibrio y en la más óptima condición posible.
No hay mejor médico que el que llevamos incorporado de serie y de
nacimiento. De hecho los terapeutas vocacionales que se han interesado
realmente por entender estos complejos programas, y por favorecer su mejor
funcionamiento, saben que la mejor medicina es la preventiva y que como dice
el refrán más vale prevenir que curar. Y la prevención se relaciona con promover
las circunstancias y los hábitos que puedan favorecer el mejor funcionamiento
de estos programas de autorregulación, entre los cuales se encuentra lo que
llamamos Sistema de Defensa o Inmunitario programado sobre todo para
detectar el contacto y la ingestión en el cuerpo de sustancias o gérmenes que
puedan alterar estas constantes vitales, disminuyendo o colapsando sus
condiciones de supervivencia. Y lo que es más importante, adaptándose, incluso
epigenéticamente, a cualquier cambio en el tipo de gérmenes o circunstancias
nocivas que aparezcan en su medio.
Cualquier otro ser vivo, incluidos los más semejantes en estructura y función al
nuestro, como son los mamíferos, poseen un instinto que les permite responder
siempre con inteligencia a todos los estímulos del hábitat o medio en el que se
encuentran. La ausencia de tecnologías para modificar el medio, a niveles tan
intensos como lo hace el ser humano, determina que cada especie animal o
vegetal vivan circunscritas al medio y al clima en el que pueden mantener sus
mejores condiciones de supervivencia o, en climas estacionales, puedan
responder con determinadas conductas como la migración o la hibernación. El
ser humano conquista y habita casi todo tipo de medios en este planeta gracias
a la utilización cada vez más sofisticada de instrumentos y medios de
acondicionamiento del medio para mantener sus constantes vitales. La
imaginación y la exploración en nuestra especie determinan la puesta en
marcha de diferentes condiciones de vida y sistemas de alimentación que se
registran y se perpetúan en forma de unas costumbres que se transmiten de
padres a hijos conformando las diferentes singularidades culturales, étnicas y
folclóricas que define a pueblos y culturas.
Y en cada pueblo y cultura se establecen costumbres que tratan de mantener
las óptimas condiciones de vida determinadas por la experiencia de ese pueblo
a lo largo de su historia, y se establecen protocolos de intervención en caso de
la aparición de enfermedades. Lamentablemente para el instinto de
conservación y de adaptación, los métodos y protocolos, convertidos en
costumbres, se fijan con sus inercias más allá del tiempo y de las circunstancias
que los hicieron útiles y saludables en su momento. Los metabolismos
individuales y colectivos cambian epigenéticamente de acuerdo a los cambios
ambientales y las tendencias evolutivas de optimización. Sin embargo las dietas
y las costumbres de relación con el medio se sostienen con sus inercias
obstaculizando la necesaria adaptación a los cambios tanto internos como

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externos. ¿Podría esto tener que ver con el aumento de casos de intolerancias a
sustancias y alimentos que hace unos años resultaban masivamente saludables?
El comercio incluye nuevas dietas y costumbres que siguen exclusivamente
intereses de competencia mercantil, abaratando determinados productos de
acuerdo a la accesibilidad de determinadas materias primas, y en función de los
balances entre oferta y demanda, sin tener en cuenta el aumento o la
disminución de los requerimientos energéticos de cada cual de acuerdo a sus
ritmos de vida. Como resultado tenemos la pandemia mundial de obesidad,
diabetes y otras enfermedades metabólicas inducidas por las dietas, que se
sobreponen a un instinto que ya no puede expresar sus improntas adaptativas.
Lo mismo ocurre con los protocolos médicos que se imponen en una época y
que en ese momento resultan beneficiosos, salvan vidas y alargan longevidades,
pero que fijándose como modelo indiscutible quedan no solo obsoletos sino
improcedentes cuando la epigenética cambia para adaptarse a las nuevas
circunstancias y a las nuevas enfermedades potenciales, que no solo ya no
necesitan la ayuda de estos protocolos médicos, sino que ante tales protocolos
se vuelven más que en una ayuda en un obstáculo para que la sabiduría
orgánica pueda expresarse libre e inteligentemente guiada y regulada por el
instinto.
Ejemplos de estas imposiciones culturales que interfieren en el instinto
pervirtiéndolo y obligándolo a adaptarse a injerencias básicamente patológicas
los encontramos en las numerosas adicciones impuestas culturalmente como lo
fue en su momento el tabaco, el alcohol y las drogas de síntesis tanto
estimulantes como relajantes, y que circulan con total libertad sean o no legales
entre las masas a nivel planetario.
Se crean espacios de concentración masiva de personas en las urbes en general
y en determinados locales en especial, promoviendo así cualquier tipo de
contagio microbiano y elevando la carga de los gérmenes en estos contagios
por encima de lo soportable y manejable por cualquier sistema inmunitario. Y
cuando surgen las epidemias estacionales se difunden vacunas y antibióticos en
cantidad masiva, cuando la razón de estas epidemias no está en los gérmenes
que los producen sino en la concentración masiva de personas y en los hábitos
de promiscuidad urbana inducidos por las inercias industriales y mercantiles.
Mucho se habla del cuidado que debemos tener con un uso abusivo de
antibióticos que se ha demostrado favorecedor de las resistencias microbianas,
que se aceleran así con mayor rapidez que los sistemas inmunitarios, y que
promueven la aparición de gérmenes cada vez más invulnerables. Todavía a
ningún lumbrera medico se le ha ocurrido la posibilidad que con la utilización
cada vez más masiva y compulsiva de las vacunas no solo se estén debilitando
los sistemas inmunitarios naturales, sino que se estén induciendo procesos
autoinmunes cada vez más frecuentes y agresivos. Las religiones y las doctrinas
operan de la misma forma fijando ritos, protocolos y modelos de pensamiento
que se sostienen en el tiempo más allá de su utilidad o de su pertinencia en el
tiempo y la evolución de la consciencia individual y colectiva.

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Los pensamientos y sus razones e incluso las emociones, por muy inspiradas
que estas parezcan, son emergencias de consciencia muy lentas en
comparación con el instinto. La auto consciencia que nos hace creer en que
decidimos libre y caprichosamente nuestros actos y reacciones, se ha
demostrado padecer de un retardo en su expresión que explica esta falsa
sensación de haber decidido lo que en verdad ya estaba decidido y puesto en
marcha a nivel instintivo y celular, de acuerdo a inercias y protocolos
automatizados capaces de mecanizar comportamientos aparentemente muy
complejos.
Las costumbres y las superestructuras de la conducta social son fijados por la
racionalidad y las emociones así como por las inercias de motivación e intereses
fundamentales del sistema de cultura dominante, impidiendo o dificultando la
emergencia de los instintos más saludables, únicos capaces de sustituir con
eficaz rapidez unos protocolos por otros en adaptación inteligente al devenir de
las circunstancias y exigencias en continuo cambio y evolución. Las costumbres
y los hábitos, que son adicciones, nos cristalizan y petrifican en el tiempo
alejándonos cada vez más de la realidad y de la dinámica inteligente y
optimizadora de la vida.
La auto consciencia así sufre y soporta cada vez más retardo respecto a las
compulsiones instintivas que, además de encontrarse ya pervertidas por las
sobre posiciones impuestas por la violencia de las costumbres y de sus dogmas,
es raro que lleguen a poder expresarse con una mínima limpieza en esas
obviedades de lo que muchos llaman sentido común y que se relaciona con lo
que se ha venido en llamar en otras épocas intuición e inspiración. Una
consecuencia asombrosa y distópica, es que esta autoconsciencia cada vez más
retardada, más alejada de lo real y por tanto más virtual, se refuerza en su
fantasía de libre e inteligente decisión expresándose cada vez más
dogmáticamente y más masivamente en una tendencia espeluznante, hacia
extremos terminales de totalitarismo y petrificación.
Responsabilidad profesional

¿Existe algún tipo de responsabilidad ciudadana en general o profesional en


particular en todo este despropósito en marcha que tanto desequilibrio estéril,
terror y miseria está causando a nivel global? Aunque escribo con aparente
racionalidad y puedo llegar a creerme razonable en mis reflexiones y denuncias,
la verdad es que escribo con furia y dejándome arrastrar por una actitud
aristocrática de quién se cree libre de pecado, y de quién como el fariseo de la
parábola se cree mejor que estos publicanos al servicio del Estado y del
Establishment. También, y de acuerdo a la defensa repetida insistentemente
como consigna de que cualquier crítica o puesta en cuestión de la forma en que
se plantean las intervenciones médicas y sanitarias, al servicio de espurios y
oscuros intereses políticos y mercantiles, es una crítica conspiranoica, puede

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interpretarse lo que digo como desenvolviéndose bajo esta convicción de que
todo responde a una conspiración del mal.
Al margen de que estoy convencido de que la mente semi humana que nos
maneja funciona, de serie, de manera conspirativa a la hora de buscar y tratar
de satisfacer sus deseos y necesidades, sean estos saludables o no, es necesario
poner de manifiesto, para mí lo es al menos, que estas conspiraciones cruzadas
entre corporaciones, profesiones, industrias e ideologías en las que se
desenvuelve todo el juego de circunstanciales alianzas y confrontaciones a
todos los niveles y en todos los formatos, resultan ser inconscientes,
automáticas y, en el nivel de consciencia retardada común, inevitables. Las
inercias tecnológico médicas se encuentran cristalizadas y reforzadas por
poderosas y contumaces inercias en todos los profesionales de este campo,
desde los investigadores, médicos hasta los administrativos comerciales o
profesionales. Y además estas declaraciones de pandemia y este ejercicio de
terror o de terrorismo informativo, que tanto está haciendo por inflamar las
tendencias hipocondriacas del ser humano, les están viniendo bien, o así
parece, a la mayoría de los grupos sociales y profesionales, en algunos casos
para justificar sus justas reivindicaciones laborales y profesionales. Por ejemplo,
en las comunidades hospitalarias los médicos razonablemente empáticos con
sus pacientes, que pueden ser mayoría, soportan desde hace siglos una presión
administrativa que les obliga a atender con insuficiencia de tiempo y dedicación
sus labores terapéuticas. Faltan camas y personal para atender a poblaciones
que han ido creciendo en los entornos urbanos muy por encima del tímido
crecimiento de hospitales y personal sanitario. Los hospitales públicos, hasta la
declaración de la pandemia, no solo no podían o debían alarmar a la población
en sus picos epidémicos estacionales, sino que estaban obligados a ocultar los
datos de contagiados, internados y muertos para no hacer público el colapso
crónico de estos centros y actividades públicas sobre las que los intereses
privados siempre embisten por sistema y propio interés.
La obligación opuesta de no solo publicar sino de insistir y amplificar los
contagios, ingresos, muertes y posibles colapsos de las urgencias, por
imposición de la declaración de pandemia, ha servido para que las justas
reivindicaciones de aumento de personal y de fondos sanitarios sean atendidos
sin elusión, mas cuando existen fondos europeos e internacionales librados
para ingresar en hospitales, en vacunas y personal sanitario de refuerzo y ayuda.
Los investigadores, tan maltratados en casi todos los países pueden recibir mas
fondos si trabajan con protocolos relacionados directa o indirectamente con los
fenómenos epidémicos y pandémicos. La OMS, una organización financiada por
las grandes economías mundiales y controlada hasta ahora por los intereses
políticos y financieros de estos Estados y de los grupos de presión industrial y
financiera, entre los cuales destacan las farmacéuticas, es utilizada de pronto
como elemento de competencia entre zonas de poder, en este caso en la guerra
económica comenzada en la Era Trump entre china y EEUU. Competencia que
China aprovechó precisamente cuando posiblemente inducida por su gobierno,
que inusualmente hizo público la existencia y difusión de un virus desde su país,

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la OMS amenazó, esta vez con decisión, con declarar la pandemia mundial y
recibió como respuesta la retirada efectiva de fondos de EEUU para financiar
esta organización. Inmediatamente China decidió y publicó suplir y elevar
incluso la aportación que EEUU había dejado de ingresar en las arcas de la OMS
que por tanto quedó en manos no declaradas del gigante comunista.
¿Casualidades? ¿Coincidencias?... Puede ser. Los politólogos, no ahora sino
dentro de muchos años, quizás estén en condiciones y posibilidad de sacar a la
luz documentos sobre los que ahora pesan las lógicas e inevitables censuras
impuestas por los servicios de inteligencia.
El sistema educativo, también golpeado con violencia por las medidas
restrictivas salvajes que los parlamentos en su lucha partidista impusieron,
recibió con sorpresa estas circunstancias que aunque descolocaron a muchos
profesores ante la necesidad de adecuase rápidamente a la docencia on line,
vieron pronto incrementadas las plantillas y reducidas las ratios en una
concesión que, aunque circunstancial, respondía a las reclamaciones históricas
de la profesión. Médicos, docentes, investigadores, farmacéuticos, políticos…,
todos ellos beneficiados por las medidas que arruinaban al pequeño comercio y
sus trabajadores, pero no a los funcionarios que también en las demás áreas
trabajaban alejados de sus clientes y reduciendo la carga de trabajo. Y una
población mayoritaria de mayores y menos mayores hipocondriacos, que en
pánico inevitable e inducido por la campaña de terror mas asombrosa que se ha
visto en la historia de los medios masivos de información, pronto tuvieron que
imaginar que una vacuna a tiempo minimizaría sus temores, hipocondrías y
posibles contagios y muertes. La tormenta perfecta que en la mecánica caótica,
pero mecánica, se impone sobre tirios y troyanos para poner en marcha una
inercia de temores, separaciones sociales y aumento geométrico, como
consecuencia, en el consumo no solo de vacunas y fármacos mas o menos
milagrosos sino de ansiolíticos. Los gobiernos se encuentran con un
instrumento que pueden usar casi a discreción en base al uso interesado de
estadísticas sanitarias, de las cuales parecen haber desaparecido las epidemias
anuales que causan síndromes similares, para no solo jugar al electoralismo
barato y cruento de poner en este caso contagiados y muertos por virus encima
de la mesa, sino para disolver manifestaciones y asociaciones publicas que
pudieran poner en jaque la aplicación de sus leyes y decisiones ejecutivas.
Queda pues para rato esta dinámica y este estado de cosas que, sin disminuir el
hacinamiento urbano, tratará de controlar la salud de la ciudadanía y de
demostrar la eficacia y necesidad de estas medidas que disminuirán un peldaño
mas las libertades teóricas y convencionales de cada individuo y de cada
comunidad, abriendo por fin de par en par las puertas del control informatizado
y automatizado de toda la población mundial por parte no solo de los Estados
sino de todas las corporaciones comerciales y financieras. ¿Culpables,
responsables de los excesos o deficiencias puestas en marcha….? Ninguno. La
consciencia retardada y las inercias culturales, también retardadas y
salvajemente interesadas en agigantar la satisfacción de sus necesidades,

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ambiciones y caprichos, no dan para más ni para menos. Eso es lo que hay y
como las lentejas….

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