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DE LA CUESTION
DEL HOMBRE
A LA CUESTION
DE DIOS
VERDAD
E
IMAGEN
DE LA CUESTION DEL HOMBRE
A LA CUESTION DE DIOS
© Ediciones Sígueme, S.A., 1988
Apartado 332 - 38080 Salamanca (España)
ISBN: 84-301-1049-6
Depósito legal: S. 247-1988
Printed in Spain
Imprime: Gráficas Ortega, S.A.
Polígono El Montalvo - Salamanca, 1988
CONTENIDO
Presentación ........................................................................... 9
6. Cf. M. Heidegger, Sein und Zeit, 134-135, 193-198, 377-378; Vom Wesen des
Grundes, 46-54.
La cuestión del sentido 17
8. Cf. I. Kant, Kritk der reinen Vernunft, WW, III, Berlin 1904, 522-523; Logik.
WW, IX, Berlin, 1923, 24-25.
20 De la cuestión del hombre a la de Dios
10. Cf. F. Jeanson, Le problème moral et la pensée de Sartre, Paris 1965, 270.
La cuestión del sentido 23
11. Cf. E. Coreth, ¿Qué es el hombre?, Barcelona 1976, 250-251. El filósofo marxista
A. Schaff reconoce que la cuestión del sentido de la vida debe buscar la respuesta ante
todo en las dimensiones fundamentales del hombre. Si a este nivel se encuentra una
respuesta suficiente, no hay por qué buscar ulteriormente. Solamente si no se llega a una
respuesta suficiente, será necesario (y, por eso, justificado) plantear la cuestión de Dios.
Pero Schaff bloquea anticipadamente esta cuestión con el conocido prejuicio de su carácter
no-científico, pasando por alto el problema de los límites del método rigurosamente cien
tífico (A. Schaff, Marxismus und das menschliche Individuum, Wien 1965, 317. Cf. H.
Rolfes, Der Sinn des Lebens im marxistischen Denken, Dusseldorf 1971, 20-21.
La cuestión del sentido 27
1. Cf. W. Weischedel, Der Gott der Philosophen I, Darmstadt 1971, 191-497; II,
60-140.
2. I. Kant, Kritik der reinen Vemunft, WW, III, Berlín 1904, 522-523; Logik, WW,
IX, Berlín 1923, 24-25.
M) De la cuestión del hombre a la de Dios
7. I. Kant, Kritik der praktischen Vernunft, 175-186, 230; Kritik der reinen Vernunft,
420-426.
8. I. Kant, Kritik der reinen Vernunft, 520.
9. I. Kant, Kritik der praktischen Vernunft, 82-89, 62-72, 108, 133, 155-173, 211-
224, 241-242, 252, 261, 327; Kritik der reinen Vernunft, 521-530.
10. I. Kant, Kritik der praktischen Vernunft, 249-252.
32 De la cuestión del hombre a la de Dios
11. I. Kant, Grundlegung zur Metaphysik der Sitien, 73; Kritik der práktischen Ver-
nunft, 210-211, 263-264. Cf. J. Gómez Caffarena, El teísmo moral de Kant, Madrid 1983,
116-138.
12. I. Kant, Kritik der reinen Vernuft, 20, 525-529; Kritik der práktischen Vernunft,
251-252, 260-262.
13. I. Kant, Kritik der práktischen Vernunft, 253-271.
14. I. Kant, Kritik der práktischen Vernunft, 232, 266-276, 66, 95; Kritik der Ur-
teilskraft, Ed. Weischedel, V, 577, 584, 616.
Kant, Feuerbach, Heidegger 33
15. I. Kant, Kritik der praktischen Vernunft, 117, 108, 257; Was heisst sich im Denken
Orientieren, Ed. Weischedel, III, 277.
16. I. Kant, Kritik der praktischen Vernunft, 257, 280; Kritik der reinen Vernunft,
511-538; Was heisst sich im Denken Orientieren, 277-283.
17. I. Kant, Die Religión innerhalb der Grenzen der blossen Vernunft, Ed. Weis-
chedel, 655-657, 785.
34 De la cuestión del hombre a la de Dios
20. SW, IV, 299-356; II, 222, 225 , 247, 262, 379; VI, 56; XI, 14-24, 45-53, 59,
64. Feuerbach mismo presenta una síntesis de su tesis doctoral (SW, II, 364-366).
21. SW, II, 226-229, 238, 254, 256, 274-293; VIII, 153.
22. SW, VI, 15, 278.
36 De la cuestión del hombre a la de Dios
guno nos sorprende tanto hoy día como el de la infinitud; si hay alguna
convicción unánime en la filosofía de nuestro tiempo es la de la finitud
del hombre, de la humanidad y de su historia. Ya indicamos que la
reflexión de Feuerbach sobre la relación mutua «hombre-naturaleza»
presenta una gran laguna: no tiene en cuenta la función, esencialmente
propia del hombre, de transformar la naturaleza, haciendo así la
historia y haciéndose en la historia; ignora el devenir histórico y la
función del hombre en él. Y es precisamente aquí donde se manifiesta
la finitud del conjunto «hombre-naturaleza» y de cada uno de sus dos
componentes. Una plenitud definitiva dentro de la relación mutua
«naturaleza-hombre» es imposible. Toda meta lograda por el hombre
en su acción transformadora de la naturaleza, es inevitablemente pe
núltima y se convierte en punto de partida de acontecimientos nuevos:
el hombre supera continuamente sus propios logros. Este tender hu
mano siempre más-allá de lo ya alcanzado, es condición previa de
posibilidad de toda acción del hombre sobre la naturaleza. El binomio
«naturaleza-hombre» se presenta, pues, como una realidad siempre
potencialmente abierta a un más-allá de lo logrado y siempre actual
mente finita. El desnivel permanente entre lo ya logrado y lo todavía
por lograr (nunca definitivamente logrado) hace evidente la insuperable
finitud actual de la historia, del hombre y de la naturaleza. Feuerbach
ha pretendido restituir al hombre, juntamente con la naturaleza, una
infinitud irreal, ilusoria. Lógicamente desaparecen también los otros
atributos «divinos» del hombre, que Feuerbach mismo considera como
inseparables de la infinitud.
59. E. Bloch, Das Prinzip Hojfnung, Frankfurt 1959, 1412, 1517-1521, 1531.
60. Cf. M. Xhaufflaire, o. c., 154.
46 De la cuestión del hombre a la de Dios
61. Cf. M. Heidegger, Was heisst Denken, Tübingen 1954, 113: Nietzsche, I, Pfu
llingen 1961, 457; Unterwegs zur Sprache, Pfullingen 1959, 175; Sein und Zeit, Tübingen,
1960, 2-7, 20-22.
62. Kant und das Problem der Metaphysik, Bonn 1959, 195-220.
63. Cf. Was ist Metaphysik?, Frankfurt 1955, 32-36, 38-40; Einleitung in die Me
taphysik, Tübingen 1966, 17-24.
48 De la cuestión del hombre a la de Dios
propio ser y por el ser, se podrá descubrir la cuestión misma del ser,
la cuestión que en último término interesa a Heidegger69. El análisis
de la existencia humana es para él la única vía de acceso a la cuestión
suprema y decisiva: la del ser.
El análisis existencial se basa en que el hombre no es algo ya
hecho y cumplido; es fundamentalmente poder-ser; se define, no por
sus propiedades, sino por sus posibilidades, entre las que tendrá que
optar y que están ya previamente marcadas en él, en su estar proyectado
siempre hacia adelante de sí mismo (Sich-vorweg-sein)70. Este análisis
partirá de las experiencias fundamentales del existir humano -que no
suscitamos nosotros mismos, sino que se nos resisten, nos afectan,
nos sobrevienen y se nos imponen- para someterlas a una rigurosa
descripción fenomenológica de la que se desprendan las cuestiones
que puedan llevar a la comprensión (Verstehen) de lo previamente
precontenido en la experiencia misma. El proceso interpretativo va de
la precomprensión a la comprensión, para hacer luego el camino in
verso (círculo hermenéutico)71. Heidegger repite con insistencia que
a un determinado modo de existir corresponde un modo determinado
de comprender la existencia, y viceversa; lo cual quiere decir que la
interpretación de la existencia humana im plica una opción
fundamental72.
69. Sein und Zeit, 2, 7, 8, 11, 13-16; cf. Bulletin de la Société française de Philosophie
37 (oct.-déc. 1937) 193.
70. Kant und das Problem..., 204-219; Einleitung..., 133-136; Holzwege, Frankfurt
1950, 55-56, 62-65; Nietzsche /.Pfullingen 1961, 168-170, 277-278; II, 475-476; Sein
und Zeit, 191-193, 145-148, 53-54, 60-64.
71. Unterwegs zur Sprache, Pfullingen 1959, 159; Sein und Zeit, 53-58, 60, 62, 179-
180. Cf. A. Chapelle, L'ontologie phénoménologique de Heidegger, Paris 1962, 61-64,
131-132; W. Biemel, Le concept de monde chez Heidegger, Louvain 1950, 16.
72. Cf. A. de Waelhens, La philosophie de M. Heidegger, Louvain 1955, 33, 71,
75, 77, 88-92, 127-129.
73. Heidegger presenta su análisis del «ser-en-el-mundo» principalmente en la Primera
parte, capítulos 2-3 de Sein und Zeit. Cf. Vom Wesen des Grundes, Frankfurt 1955, 20-
24, 36-54; Über dem Humanismus, Frankfurt 1949, 32-36.
50 De la cuestión del hombre a la de Dios
78. Ibid., 134-135, 377-378; Vom Wesen des Grundes, 46-54; Kant und das Problem,
205-206, 212, 221.
79. Sein und Zeit, 193-198; Vom Wesen des Grundes, 39-50; Nietzsche II, 7-14, 19-
21.
80. Sein und Zeit, 135-136, 237-239, 254-255, 294; Vom Wesen des Grundes, 46-
54.
52 De la cuestión del hombre a la de Dios
periencia excepcional que acontece raras veces, pero que puede asal
tarnos improvisadamente, despertándonos de nuestra existencia inau
téntica y situándonos ante nuestra permanente condición originaria de
existir como inexorablemente «arrojados» al mundo (Geworfensein)
y, finalmente, a la muerte. Situándonos en la nada, la «angustia» pone
al descubierto la negatividad que afecta al hombre en su estructura
existencial más honda, a saber, la de estar «arrojado» a la muerte37.
Plenamente consciente de la dificultad de pensar y decir algo feobre
la nada dentro del marco de la lógica, nota Heidegger que de hecho
hablamos y, más aún, no podemos menos de hablar de la nada, des
bordando así los límites de un proceso mental meramente lógico: el
«no» de la negación lógica (Verneinung) supone la previa negatividad
óntica, oculta en los entes y en el hombre8788.
La nada, revelada en la «angustia», no es un ente, ni un objeto,
ni una nada absoluta y total, no indica la aniquilación de los entes
(Vernichtung); es lo que hay de no-ser en los entes, la ausencia (aus-
bleiben) del ser en ellos: nos sale al encuentro a una con y en los
entes, suspendidos entre el ser y el no-ser sobre el abismo de lo
indecible. Anidada en la totalidad de los entes, los hace cuestionables
en sí mismos, y fundamenta así la pregunta «por qué hay entes y no
más bien nada». La negatividad de la nada constituye, pues, el fondo
oscuro que hace posible la revelación del ente en cuanto tal; la nada
se revela como el no-ser de los entes, es decir, en su alteridad respecto
a los entes89.
92. Cf. E. Bloch, Das Prinzip Hoffnung, Frankfurt 1959, 124-126; R. Lauth, Die
Frage nach dem Sinn des Seins, München 1953, 339-349.
93. Cf. Sein und Zeit, 345.
94. Ibid., 236-246, 249-251.
Kant, Feuerbach, Heidegger 55
95. Ibid., 234, 243, 245, 250-251. La interpretación de la muerte, como anticipa
damente presente en la vida humana, había sido ya propuesta por Max Scheler y G.
Simmel.
96. Ibid., 240, 253, 263, 278.
97. Ibid., 250-251, 262-266.
98. Ibid., 264.
56 De la cuestión del hombre a la de Dios
103. Sein und Zeit, 114-125, 263, 298; Vom Wesen des Grundes, 54; Nietzsche I,
577-579.
104. Sein und Zeit, 118.
Kant, Feuerbach, Heidegger 59
134. Cf. J. B. Lotz, Martin Heidegger und Thomas von Aquin, Pfullingen 1975, 168-
176.
135. M. Heidegger, Sein und Zeit, 14, 28, 363-366, 419; Kant und das Problem...,
70-76, 81-88, 106-117; Einleitung..., 14; Vom Wesen des Grandes, 16-23, 37-49.
136. Vom Wesen des Grundes, 10-12, 26; Was ist Metaphysik?, 15.
137. Vom Wesen des Grundes, 26-31.
66 De la cuestión del hombre a la de Dios
141. Sein und Zeit, 7, 38, 114, 269; B rief Uber..., 10, 12, 14, 18, 19, 24, 32, 33,
48; Vorträge und Aufsätze, Pfullingen 1954, 124-125; Nietzsche II, 483; Einleitung...,
94; Was ist Metaphysik?, 44-41.
142. Sein und Zeit, 6.
143. Einleitung, 67; Brief über..., 19.
144. Was ist Metaphysik?, 15, 44, 46; Nietzsche II, 325, 338, 373, 481; Einleitung...,
97; Holzwege, 41-42, 245. Brief über..., 16, 19; Unterwegs..., 122, 134. Cfr. Max Müller,
o. c ., 75.
145. Holzwege, 310.
146. Nietzsche I, 102, 107; II, 353-355, 382; Sein und Zeit, 36, 178, 222; Vorträge,
135; Holzwege, 42.
68 De la cuestión del hombre a la de Dios
147. Holzwege, 42-43; Nietzsche I, 654; II, 354-355, 358, 485; Unterwegs..., 134,
258; Einleitung..., 153; Vorträge, 40-41.
148. Was ist Metaphysik?, 12; Brief über...,, 24; Nietzsche I, 654; II, 353, 411; Sein
und Zeit, 19-26, 35-36; Zur Seinsfrage, Frankfurt 1976, 415.
149. Protokoll: Die Technik und die Kehre, Pfullingen 1962, 56.
150. Was ist Metaphysik?, 9, 46, 50; Nietzsche I, 476; II, 29.
151. Holzwege, 103; Vorträge..., 139; Was ist Metaphysik?, 10; Nietzsche I, 476;
Die Technik und die Kehre, 42.
152. Die Technik..., 40; Nietzsche II, 383, 481, 490; Vorträge..., 184; Identität...,
71.
Kant, Feuerbach, Heidegger 69
153. Die Technik..., 42; Unterwegs..., 213; Vortrage..., 183. Cf. Y. de Andia,
Présence et eschatologie dans la pensée de M. Heidegger, Lille 1975, 259-260.
154. Kant und das Problem..., 204.
155. Zur Seinsfrage, 407-408.
156. Sein undZeit, 437; B rief über..., 31.
157. Der Satz vom Grund, 154; Zeit und Sein, 11, 17.
158. Cf. W. Weischede, o. c., 484-486.
70 De la cuestión del hombre a la de Dios
del ser» de parte del hombre es asunto del ser; todo depende de su
iniciativa espontánea. El ser «abandona», «se ausenta», «se retira y
rehúsa», «interpela», «viene». Pero este espontáneo «acontecer» del
ser ¿es libertad o destino? Heidegger no ha disipado esta ambigüedad,
que afecta a la cuestión fundamental de su filosofía: el carácter personal
o impersonal de lo que funda radicalmente todo lo inteligible. Una
ambigüedad que se refleja en la aporta del ser, por una parte «finito»159,
y por otra, transcendente (sin límites) respecto a la totalidad de los
entes. ¿O tal vez no se trata de una transcendencia plena, sino recordada
por la temporalidad como horizonte de comprensión del ser?160
No puede sorprender que Heidegger se haya quedado perplejo ante
la eventualidad de la futura «venida» del ser, por él mismo sugerida.
Afirma que hay «señales» de esa venida, pero no indica concretamente
ninguna161. Reconoce que nadie sabe cómo tendrá lugar la venida del
ser, pero no se plantea una cuestión más radical: ¿no excluye su
ontología antropológica toda posibilidad de pensar, de hablar sensa
tamente (con sentido) de esa venida?, ¿no es un principio fundamental
de su ontología que el ser no puede manifestarse sino en los entes, y,
de su antropología, que la apertura del hombre al ser está condicionada
por su «ser-en-el-mundo?
¿Dónde está en este hombre la apertura necesaria para una eventual
manifestación del ser en sí mismo, y dónde está la posibilidad del ser
heideggeriano para manifestarse eventualmente fuera (más allá) de los
entes del mundo?
Tal vez se puedan interpretar las frases de Heidegger sobre la venida
del ser como expresión de una esperanza suprema. El lenguaje por él
empleado indica más bien una mera espera (warten, erwarten) que
una esperanza (nunca aparece el verbo hoffen: esperar). A pesar de
este detalle verbal, cabe quizás comprender sus palabras en el sentido
de esperanza. Entonces habría que concluir que Heidegger espera en
el don (danken, Ankunft) de una plenitud venidera para el hombre.
Pero si esto se acepta, se ponen radicalmente en cuestión los funda
mentos mismos de la filosofía heideggeriana: la experiencia funda
mental del hombre no podría ser la «angustia» sino la esperanza, y
habría que cambiar radicalmente su ontología del no-ser (la nada) y
del ser, y su interpretación del hombre como «ser-en-el mundo» y
«ser-para-la-muerte». La existencia humana estaría esencialmente sos-
162. Identität und Differenz, Pfullinger 1957, 51, 70; Nietzsche I, 324, 366; Holzwege,
235; Platons Lehre von der Wahrheit, Bern 1947, 48; B rief über..., 35-37.
163. Vom Wesen des Grundes, Frankfurt 1976, 159, nota 58.
164. B rief über..., 36-37.
72 De la cuestión del hombre a la de Dios
176. Antes de que E. Bloch publicara Das Prinzip Hojfnang, había escrito J. Ortega
y Gasset: «Está por realizar una fenomenología de la esperanza. ¿Qué es en el hombre la
esperanza? ¿Es posible un humano vivir... que no es un esperar? ¿No es la función primaria
y más esencial de la vida la expectativa y su más visceral órgano la esperanza?» (El
hombre y la gente, Obras Completas VII, Madrid 1961, 111-112.)
3
La negación nihilista
del sentido de la vida: Nietzsche, Sartre
1. Ecce Homo, § 1. Cf. P. Valadier, Nietzsche. L ’athée de rigueur, Paris 1975, 17-
22 .
2. Die fröhliche Wissenschaft, § 357, 53, 219.
3. Der Antichrist, § 37-39, 25; Der Wille zur Macht, § 3.200; Jenseits von Gut und
Böse, Vorrede; Die Unschuld des Werdens, § 1.047.
4. Menschliches, Allzumenschliches, § 141; Zur Genealogie der Moral, § 24.
5. Der Antichrist, § 36; Der Wille..., § 168. 169. 195.
6. Menschliches..., § 5. 6. 9.
Nietzsche, Sartre 81
¿No habéis oído hablar de aquel hombre loco, que en un radiante mediodía encendió
una linterna, se fue al mercado y gritaba sin cesar: yo busco a Dios, yo busco a
Dios?. Como muchos de los allí reunidos no creían en Dios, respondieron con
una gran carcajada: Dios se ha perdido: quizás se ha extraviado como un niño:
tal vez se ha escondido o tiene miedo de nosotros. Así gritaban y se reían. Pero
el hombre loco saltó en medio de ellos y los clavó con su mirada: ¿Dónde está
Dios?, gritó: ¡yo quiero decíroslo! ¡Nosotros lo hemos matado, vosotros y yo!
Todos nosotros somos sus asesinos. ¿Cómo hemos podido hacer esto? ¿cómo
pudimos vaciar el mar? ¿quién nos dio la esponja para borrar todo el horizonte?
¿qué es lo que hicimos al separar esta tierra de su sol? ¿hacia dónde se mueve
ahora? ¿a dónde nos dirigimos? ¿lejos de todos los soles? ¿no nos precipitamos
sin parar?... ¿no caminamos extraviados, como a través de una nada infinita? ¿no
aspiramos el espacio vacío?... ¿no viene siempre la noche y más noche? ¿no oímos
nada del mido de los sepultureros, que entierran a Dios? ¿no sentimos todavía
nada del hedor de la putrefacción divina?... ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece
muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo nos consolaremos nosotros, los
más grandes asesinos? Lo más grande y fuerte que hasta ahora tenía el mundo,
se ha desangrado al filo de nuestros cuchillos: ¿quién puede quitar de nosotros
esta sangre? ¿con qué agua podríamos limpiamos? ¿qué ceremonias expiatorias,
qué representaciones sagradas tendríamos que inventar? ¿no es esta acción de
masiado grande para nosotros? ¿no deberíamos volvemos dioses para mostramos
dignos de ella? Nunca ha habido una acción más grande que ésta, y todos los
hombres que nazcan después de nosotros pertenecerán, en virtud de esta acción,
a una historia más excelsa que toda la historia pasada». Aquí el hombre loco calló
y volvió a mirar a sus oyentes; también ellos callaron y le miraron extrañados.
Finalmente tiró contra el suelo su linterna, que saltó hecha pedazos, y se apagó.
«Llego demasiado pronto», dijo: «todavía no es el tiempo». Este grandioso acon
tecimiento está todavía en marcha y camina, no ha penetrado todavía en los oídos
de los hombres. El rayo y el trueno necesitan tiempo, la luz de los astros necesita
tiempo, las acciones necesitan tiempo, aun después de hechas, para poder ser
vistas y oídas. Esta acción (de matar a Dios) está más alejada de los hombres que
las estrellas más remotas, y con todo son ellos los que la han realizado. Se cuenta
todavía que el hombre loco entró el mismo día en varias iglesias y entonó en ellas
su Réquiem ■aeternam deo; llevado fuera e interpelado, replicó siempre: «¿Qué
son las iglesias, sino tumbas y monumentos sepulcrales de Dios?»10.
con la noticia de que el viejo Dios ha muerto, nosotros los filósofos y espíritus
libres nos sentimos como iluminados por una nueva aurora. Nuestro corazón
desborda de gratitud, admiración, presentimiento, expectación: por fin el horizonte
se nos presenta otra vez libre...; finalmente pueden zarpar de nuevo nuestras naves
a pesar de todos los peligros: toda audacia está de nuevo permitida; el mar, nuestro
mar, está otra vez abierto, quizá no ha habido nunca un mar tan abierto13.
21. Der W ille..., § 21. 617. 765. 940; Also sprach Zarathustra. A uf den glückseligen
ínseln; Der Wanderer und sein Shatten, § 81. Cf. K. Lowith, o. c., 163.
86 De la cuestión del hombre a la de Dios
22. Jenseits..., § 1. 211. 269; Die Unschuld..., § 4.875; Der W ille..., § 253.258;
Zur Genealogie..., § 2.24; Also sprach Zarathustra, Vorrede § 4. 456. 258. 401.
23. Die Unschuld..., § 4.335.917; Zur Genealogie..., § 28; Der W ille..., § 707;
Menschliches... , § 86.
24. Zur Genealogie..., § 28; Der W ille..., § 253.
25. Der W ille..., § 707. 708.
Nietzsche, Sartre 87
Decir Sí a este mundo terreno, tal cual es, sin quitar nada, sin acentuar ni seleccionar
nada. Tras milenios de engaño y de confusión, he tenido la fortuna de haber
descubierto el camino que conduce a un S í y a un No. Yo enseño el No a todo
26. Zur Genealogie..., § 14; Der Antichrist..., § 62; Der W ille..., § 765. 871.
Jenseits..., § 8. 257.
27. Zur Genealogie..., § 24.
28. Also sprach Zarathustra, § 9.
88 De la cuestión del hombre a la de Dios
lo que nos hace débiles, a todo lo que causa agotamiento. Yo enseño el S í a todo
lo que justifica el sentimiento de fuerza29.
38. Ecce Homo, § 1.6; Die fröhliche..., § 343; Zur Genealogie II, § 22; Zarathustra,
§ 3.4.7; Vom Gesindel; Von den Priestern III, § 4; Antichrist, § 61.
39. Zarathustra, § 1; Vom Gesicht und Rätsel, § 2; Der Genesende, § 2; Ecce Homo,
§ 3; Menschliches, § 2.; Der W ille..., § 617. 1062.
40. Der W ille..., § 1066-1067. Vale la pena transcribir el siguiente texto poético de
Nietzsche: «Todo se va y todo retoma: eternamente gira la rueda del ser. Todo perece y
todo florece de nuevo: eternamente pasa el año del ser. Todo se rompe y todo se reúne:
eternamente se construye la casa del ser. Todo se despide y todo se presenta de nuevo:
eternamente permanece fiel el anillo del ser. En cada instante recomienza el ser. El centro
está en todas partes. Curvo es el camino de la eternidad» (Cf. W. Weischedel, o. c. II,
449).
Nietzsche, Sartre 91
puede ser plena; implica la nunca lograda identidad del hombre consigo
mismo, la fisura en la que la nada anida «como un gusano»; «el hombre
es el ser, a través del cual la nada aparece en el mundo»; «el ser de
la conciencia, como conciencia, consiste en el existir como presencia
de sí en la distancia de sí: esta distancia., es la nada»53. A pesar de
la presencia de la nada en su conciencia, el hombre es proyecto y
aspiración de transformar su «para-sí» en un «En-sí-Para-sí» que cons
tituiría su propio fundamento; pero la síntesis del «en-sí», que excluye
la nada, con el «para-sí», que la incluye, es un ideal imposible y el
deseo de lograrla sería vano: por eso el hombre es «una pasión inútil».
El proyecto humano de devenir «en-sí-para-sí»... es el ideal de una
pura conciencia de sí misma. Tal ideal se lo puede llamar Dios. «Se
puede, pues, decir que lo que hace más concebible el proyecto fun
damental de la realidad humana es que el hombre es el ser que proyecta
ser Dios». «Ser hombre es tender a ser Dios;... el hombre es fun
damentalmente deseo de ser Dios». Pero, según Sartre, la idea de
Dios es contradictoria: Dios sería «un ser que es lo que es, en cuanto
es todo positividad y fundamento del mundo, y a la vez un ser que
no es lo que es, en cuanto conciencia de sí y fundamento necesario
de él mismo»54. El hombre «pasión inútil» y Dios «idea contradictoria»
se implican mutuamente y llevan el signo del absurdo: el hombre
absurdo, porque no es sino pasión inútil, aspiración fundamental a la
imposible plenitud de identidad consigo mismo y deseo del imposible
devenir Dios; Dios absurdo, en cuanto término último del deseo im
posible del hombre.
Esta descripción fenomenológica sartriana de la conciencia suscita
varias cuestiones fundamentales:
a) ¿Se puede reducir la conciencia a mera negatividad y a mera
autopresencia del «para-sí»? ¿no se muestra el fenómeno de la con
ciencia como sujeto personal que se autoactúa en sus actos? Una
conciencia que no sea autoactuación del sujeto es impensable. Si la
conciencia implica la actuación del yo-personal en sus actos, quiere
decirse que es algo positivo y real, una realidad diversa de las reali
dades del mundo, pero realidad. La realidad de las cosas del mundo
y la realidad de la conciencia del sujeto humano son diversas, pero
inseparables en su mutua y diversa referencia;
b) ¿El proyecto constitutivo de la existencia humana se muestra
como tendencia a la identidad de un «ser-en-sí-para sí»? ¿no revela
más bien que la aspiración radical del hombre va siempre más allá de
toda meta lograda, sin poder superar por sí mismo el desnivel insu-
motivos que invitan a la libertad a la opción, ésta sería optar por optar,
mera arbitrariedad. Una libertad pura, separada de la razón y de las
razones que iluminen la elección, se degradaría en una forma del azar.
Pero la deliberación no es tampoco acto de la sola razón: en la per
cepción de un valor concreto como valor para mí actúa también mi
actitud personal libre; el valor es captado, como tal, por la «razón
práctica»58.
En su justificada exaltación de la libertad, Sartre ha olvidado que
no es fin para sí misma, sino una de las funciones primordiales de la
persona humana. Una superación de esta visión unilateral permite
constatar que el valor supremo del hombre es su dignidad de persona
constituida por su conciencia, su inteligencia y su libertad como valores
mutuamente inseparables y mutuamente irreductibles que se implican
mutuamente: no hay prioridad entre ellos sino unidad en su insuperable
diversidad.
En coherencia lógica con su concepción de la libertad humana como
absoluta y absolutamente autónoma, Sartre concluye la inconciliabi
lidad entre la existencia de Dios y la libertad del hombre: «si Dios
existe, el hombre no es libre; si el hombre es libre, Dios... no existe»59.
La primera respuesta a este dilema es obvia. Según el mismo Sartre
la idea de Dios es contradictoria: de tal idea no se puede deducir nada.
Por otra parte, la libertad humana no es, como Sartre pretende, ab
soluta, sino condicionada. El dilema no es válido en ninguno de sus
términos. A esto hay que añadir que, en su dilema, Sartre supone sin
más que toda repercusión de la existencia de Dios en el hombre tiene
que ser necesariamente imposición destructiva de la libertad humana.
Tal suposición le impide pensar en la posibilidad de que la existencia
de Dios represente para el hombre, no una imposición constringente,
sino una mera llamada, una invitación a reconocerla libremente; en
este caso quedaría intacta en el hombre su libertad de aceptar o de
rechazar la existencia de Dios. Exista o no exista Dios, nadie puede
tener una evidencia constringente de su existencia, y por eso la libertad
tiene una función imprescindible en la afirmación o negación de Dios,
como lo muestra la experiencia de toda conversión a la aceptación o
al rechazo de su existencia, experiencia vivida por el mismo Sartre
(Le mots, 83). Más aun: precisamente en la opción por Dios o contra
Dios, la libertad humana se actúa de modo supremo; he aquí la libertad
más libre del hombre: puede aceptar o rechazar a Dios. Tanto la fe
60. En el fondo de la frase de Sartre, «Si Dios existe, el hombre no es libre», parece
esconderse el presupuesto siguiente: si Dios existe, pre-conoce y pre-determina lo que el
hombre hará en su proyecto de realizarse: una representación evidentemente antropomórfica
de la relación entre Dios y el hombre, porque Dios no pre-fija ni pre-determina la libertad
del hombre, sino que la sostiene, y en esta su acción permanentemente presente conoce
las opciones libres del hombre. Ninguna prioridad de orden cognitivo o predeterminativo
entre la libertad absoluta de Dios y la libertad condicionada del hombre. Cf. Mise au
point: L ’Action (29-12-1944).
61. L ’Être..., 271, 227, 406, 494, 300, 307.
62. L ’Être..., 310-336, 434-435, 641, 644, 648.
Nietzsche, Sartre 101
63. L 'Ê tre..., 431, 310, 343, 488; Huis Clos, escena V.
102 De la cuestión del hombre a la de Dios
Por eso
hay que considerarla como hecha, no solamente de esperas, sino de esperas que
a su vez esperan otras esperas... Todas ellas llevan evidentemente una referencia
a un término último, que será esperado sin nada más por esperar... Toda la serie
está suspendida de este término último (la muerte).
Pero
no podemos decir que la muerte confiere sentido a la vida (a sus esperas): un
sentido no puede provenir sino de la subjetividad, de la libertad. Puesto que la
muerte no pertenece al ámbito de nuestra libertad, no puede sino quitar a la vida
V> toda significación. Si yo soy espera de esperas, y de un golpe son suprimidos el
>- yP objeto de mi espera última y yo mismo que espero, el esperar recibe retrospec
CK
tivamente (de la muerte) el carácter de absurdidad:... todo el conjunto de mis
actitudes y esperas particulares se precipita en el absurdo. Por consiguiente, la
muerte no es nunca lo que da sentido a la vida: es, por el contrario, lo que le
quita por principio todo sentido. Si debemos morir, nuestra vida no tiene sentido...:
Es absurdo que hayamos nacido y es absurdo que muramos1' .
75. Cf. R. Lauth, Die Frage nach dem Sinn des Daseins, München 1953, 256-257.
4
Ludwig Wittgenstein ante la cuestión del
sentido de la vida
1. A este propósito es interesante notar la diferencia entre los filósofos analistas del
«Círculo de Viena» (Schlick, Carnap, Neurath, Hahn, etc.), que mantienen el neoposi
tivismo (reducción del conocimiento humano a lo empíricamente verificable) y los filósofos
analistas de la «Escuela de Oxford» (Toulmin, Austin, Hall, Haré, Ryle, etc.) que rechazan
el reduccionismo neopositivista.
Ludwig Wittgenstein 111
lamente: «si pienso esto (el sujeto), pienso o no pienso aquello (el
predicado): no pueden ser verificables ni falsificables empíricamente.
b) Las proposiciones descriptivas, sintéticas, que expresan algo
Táctico que acontece en el mundo, y por eso tienen la posibilidad de
ser verificadas o falsificadas empíricamente; tienen significado (v.g.
«el reloj está sobre la mesa», «está lloviendo»). Por consiguiente,
solamente las proposiciones descriptivas pueden ser verdaderas o fal
sas; las analíticas no pueden ser ni verdaderas ni falsas.
Una vez admitido el principio de verificación empírica como único
modo de verificabilidad, y, por consiguiente, como única posibilidad
de proposiciones dotadas de significado, se hace evidente que no es
posible un tercer tipo de proposiciones que no sean ni meramente
analíticas, ni empíricamente verificables. Quedan excluidas, como
inevitablemente carentes de significado, todas las proposiciones me-
taempíricas, es decir, que se refieren a realidades que están más allá
de lo verificable exclusivamente dentro del campo de la experiencia
sensible, y pretenden así tener un contenido real propio, verificable,
partiendo de una experiencia diversa de la meramente empírica2. Se
revela aquí que la filosofía neopositivista se juega todo a una sola
carta; el principio de la verificación empírica, propia de las ciencias
naturales. Aquí está su fundamento epistemológico último. Pero surge
entonces la cuestión de la fundamentación del fundamento. El «prin
cipio», ¿es una proposición analítica o descriptiva, o ni lo uno ni lo
otro? ¿es verificable empíricamente, o es un mero postulado no jus
tificado ni justificable? ¿es una proposición tautológica? «Esta es la
cuestión». ¿No hay en la vida cuestiones no empíricamente verificables
pero que se imponen por sí mismas como sensatas a cada hombre, si
quiere vivir como hombre?
Para examinar la cuestión del sentido de la vida desde la perspectiva
de la filosofía analítica me limito a presentar el pensamiento de L.
Wittgenstein (1889-1951). El ha sido no solamente el primer pensador
que ha hecho del análisis lingüístico el tema primario (por no decir
único) de su incansable reflexión a lo largo de toda su vida, sino
también el más fecundo en descubrir continuamente aspectos nuevos
de método y contenido, y, por eso, el que más ha influido y sigue
influyendo en el desarrollo todavía actual de esta nueva filosofía en
Europa (Austria, Alemania y, sobre todo, Inglaterra) y en Estados
Unidos. Los estudios dedicados a la interpretación crítica de sus obras
constituyen una amplísima bibliografía. Hay que añadir que, a dife-
2. Las proposiciones de este tercer tipo son calificadas en la filosofía analítica como
«metafísicas». Para evitar las ambigüedades, implicadas en este calificativo, prefiero de
signarlas con el término «metaempíricas».
112 De la cuestión del hombre a la de Dios
8. Tractatus, 1: 1.1; 1.1 21; 2.01; 2.012: 2.4; 2.03; 2.034; 2.04; 2.0272.
9. Ibid., 1.1; 1.12; 2.02; 2.021; 2.01.
10. Ibid., 2.03: 2.04; 2.031: 2.032; 2.024.
11. Ibid.. 2.0021; 2.001.
12. Ibid., 2.022: 2.024.
13. Ibid.. 2.02.
Ludwig Wittgenstein 115
19. Tractatus, 3.202; 3.203; 3.22; 3.221; 3.26; 3.261; 3.3; 4.24.
20. Ibid., 4.0311; 4.126; 3.203; 3.3; 4.23; 4.0312; Notebooks 31-5-15.
Ludwig Wittgenstein 117
21. Tractatus, 5.4711; 5.472; 5.5571; 5.134; 4.41; 4.431; 4.3; 4.21; 5.5561; 4.25;
4.26; 5.3. [NB. Se ha atribuido a K. Popper la añadidura de la «falsificabilidad» a la
verificabilidad de las proposiciones. Pero es claro que ya Wittgenstein en el «Tractatus»
menciona repetidas veces la falsificabilidad: 2.222-2224; 405-4063, etc.].
118 De la cuestión del hombre a la de Dios
23. Ibid., 2.032; 2.033; 2.0131; 4.122; 4.124; 4.12; 4.116; 4.121; 6.13; 6.123; 6.124;
4.0312; 2.172.
24. Ibid., 5.142; 5.143; 6.127; 4.46-4.462; 4.463; 6.1; 6.11; 6.12; 6.13; 6.2; 6.21;
6.22; 6.211; 6.34; 6.121; 6.1222.
25. Ibid., 4.11; 6.53; 7.
120 De la cuestión del hombre a la de Dios
28. Estos números indican la fecha (día, mes, año) que Wittgenstein ponía al terminar
cada una de sus reflexiones. NB. Simultáneamente con el «Notebooks» (1914-1916)
escribió Wittgenstein en grafía cifrada, las peripecias de su vida militar durante las batallas
entre las tropas autríacas y rusas, a orillas del Vístula, por la ocupación de la ciudad de
Cracovia. Este diario, hasta ahora inédito, ha sido publicado recientemente por Willhelm
Baum en la revista «Saber» de Barcelona (1985, nn. 5-6) con el título Ludwig Wittgenstein,
Geheime Tagebücher. Impresiona en su lectura la insistencia con que Wittgenstein confiesa
su fe cristiana en sus continuas invocaciones a Dios, en la aceptación de su Voluntad y
en el abandono confiado a su amor (más de treinta veces). Vale la pena copiar algunos
textos suyos: «Todo está en las manos de Dios»; «Lo único importante es no olvidar a
Dios»; «Lo único que el hombre necesita es Dios»; «Me siento cercano a la desesperación.
Que Dios me ilumine, que Dios me ilumine, que Dios me ilumine» (2-12-1914; 7-12-
1914; 30-4-1916; 29-3-1916). «Hoy duermo bajo el fuego de la artillería y probablemente
moriré. Que Dios siga conmigo por toda la eternidad. Amén. Que Dios sea alabado
eternamente. Amén. Entrego mi alma al Señor» (11-5-1916; 4-5-1916; 29-7-1916). No
puede sorprender que, ante el peligro de morir, Wittgenstein se pregunte por el sentido
de la vida: «He comprado el volumen octavo de Nietzsche y estoy impresionado por su
hostilidad contra el cristianismo... Ciertamente el cristianismo es el único camino seguro
para la felicidad; pero, ¿qué pasaría, si alguno despreciase esta felicidad? ¿y por qué no
llevar una vida carente de sentido? ¿qué debo hacer para que mi vida no se malogre?» (8-
12-1914). Con su simultáneo «Notebooks», el diario muestra con evidencia que el Witt
genstein del período 1914-1916 fue hondamente creyente (cf. supra, n. 7). Pero durante
los años siguientes, que precedieron a la publicación del «Tractatus» (1916-1921) abandonó
su fe, como lo testifican sus cartas a P. Engelmann (cf. más abajo, n. 12). NB. En su
diario nota Wittgenstein que está leyendo el libro de Tolstoi sobre los Evangelios, un libro
magnífico: «Lo llevo conmigo como un talismán. Dios conmigo» (2-9-1914; 11-10-14).
122 De la cuestión del hombre a la de Dios
Dios (8-7-1916). La ética debe ser una condición del mundo como la lógica. Se
puede querer bien, querer mal y no querer. Amar al prójimo, esto significa querer
(24-7-1916; 29-7-1916). Pero es claro que la ética no tiene nada que ver con pena
y premio. Este problema de las consecuencias de una acción no puede menos que
carecer de importancia. O, al menos, estas consecuencias no deben ser eventos...
Todo esto es, en verdad, profundamente misterioso. Es claro que la ética no puede
ser formulada: es transcendente (30-7-1916). Solamente de la conciencia de la
unicidad de mi vida surge la religión y esta conciencia es la vida misma... La
ética debe ser algo fundamental... Se podría decir: el mundo de las representaciones
no es ni bueno ni malo; bueno y malo es (solamente) el sujeto que quiere (2-8-
1916).
claro el sentido de la vida, no han podido decimos en qué consiste este sentido?)
No se puede expresar (aussprechen, put into words) una cuestión, si no es posible
expresar una respuesta. El enigma no lo hay. Si es posible plantear una cuestión,
es también posible la respuesta. Solamente donde hay respuesta (posible), hay
cuestión; y hay respuesta, solamente donde algo puede ser dicho29.
39. No se puede pasar por alto el contraste radical entre la cuestión primordial de la
filosofía de Wittgenstein en el «Tractatus» y la de la filosofía de Kant: qué puedo conocer,
qué debo hacer, qué puedo esperar; en una palabra, qué es el hombre (Kritik der reinen
Vernunft, WW III, 522-523; Logik, WW IX, 24-25). El problema filosófico central de
Kant es plenamente antropológico; el de Wittgenstein es cosmológico y muy escasamente
antropológico: reduce la cuestión qué es el hombre a cómo el hombre habla, al análisis
del lenguaje.
132 De la cuestión del hombre a la de Dios
40. Según Wittgenstein, tanto la lógica como la ética son «transcendentales», es decir,
pertenecen a lo indecible. Pero, mientras acertadamente nota que la lógica es condición
previa de posibilidad del lenguaje, del hablar humano, no se ha preguntado si la ética no
será también condición previa de posibilidad del obrar libre y responsable del hombre. Y
entonces no podría menos de ser una estructura constitutiva de la vida humana y debería
ser posible hablar sensatamente de la cuestión del hombre como sujeto libre y responsable.
41. Años después de la publicación del «Tractatus» testificaba N. Malcolm que
Wittgenstein sentía repugnancia ante todo intento de cuño cosmológico, de probar la
Ludwig Wittgenstein 133
Este texto, que tiene aún sabor del «Tractatus», presenta unidas
la cuestión ética y la de Dios como dos aspectos de la cuestión del
sentido de la vida, y testifica la misma honradez intelectual y la misma
seriedad ante el misterio de lo «inefable», y la tensión permanente del
hombre Wittgenstein entre la vida vivida y su posición filosófica sobre
los límites del lenguaje significativo. No menos interesante es lo que
dice Wittgenstein sobre la fe religiosa; según él la fe en Dios implica
un cambio total del hombre, es decir, una conversión: «cambiar toda
mi vida»; «el creyente auténtico se siente cogido (ergriffen) por la
verdad». La fe no es ni racional ni irracional: no puede fundar de
ningún modo su credibilidad. Quien lea las cartas de san Pablo, lo
encontrará escrito: la fe no es racional; es locura. (Wittgenstein ha
mostrado en varias ocasiones su simpatía por el fideísmo de Kirke-
gaard). No puede menos de sorprender el acierto de Wittgenstein al
48. The Blue..., 1-2; 17-18; 26-27; 35; 43-45; 69; 77-81; 108; 125.
49. L. Wittgenstein, Lezioni e conversazioni sulVetica e la credenza religiosa, Mi
lano, 1967, 223,226; P. Engelmann Leiters from L. Wittgenstein, Oxford, 1967, 46; C.
Barrett, Lectures and Conversations, Oxford, 1966, 58; M. Micheletti, o. c., I, 154.
138 De la cuestión del hombre a la de Dios
56. Ibid., 36. 79-88. 116. 120. 249. 630. Cf. M. Micheletti, o. c. 112-116.
57. Ibid., 19.23.241; Parte II, 11; Lecturas, 58; Zettel, n. 173; Bemerkungen über
die Grundlagen der Mathematik, 57.
142 De la cuestión del hombre a la de Dios
71. Ibid., 116; 118; 115; 133; 309; 465; 558. La frase de Wittgenstein, «No hay un
método de la filosofía, sino que hay métodos, como igualmente hay terapias diferentes»
(Phil. Unters., 133), pudiera tal vez ser entendida, a primera vista, como si en ella se
dijera que puede haber dos métodos filosóficos rectos, el de la metafísica y el de la
descripción analítica. En realidad esta frase se entiende por sí misma, teniendo en cuenta
lo que Wittgenstein ha dicho sobre su método descriptivo. La frase dice: como hay diversas
técnicas terapéuticas, así hay diversas técnicas (métodos) de descripción analítica para
curar la enfermedad del lenguaje filosófico. Lejos de ser un método terapéutico, la filosofía
tradicional lleva en sí misma, en su propio método, la necesidad de ser tratada terapéu
ticamente mediante la descripción analítica del lenguaje: así es como sus cuestiones se
revelarán como no cuestiones. La variedad de métodos, que la frase de Wittgenstein indica,
tiene lugar solamente dentro de la operación descriptiva.
72. El término «descripción» (Beschreibung) aparece continuamente a lo largo de
Phil. Unters. 24; 54-55; 108; 123; 179-180; 240; 404-405; 471-472; 524; 585; 598.
146 De la cuestión del hombre a la de Dios
73. A. Kenny ha comprobado que las Phil. Unters. contienen 784 preguntas y so
lamente 110 respuestas, 70 de las cuales son declaradas erróneas (cf. Aquinas and Witt
genstein: Downsid Review 77 (1959) 325.
74. Phil. Unters, 118.
Ludwig Wittgenstein 147
75. Hay dos alusiones de Wittgenstein a la teología: 1) «Por sí solas, las palabras no
dicen cómo una palabra será comprendida (teología)» (Zettel, 144): a) «La gramática dice
qué tipo de objeto es una cosa. Teología como gramática» (Phil. Unters , 373). Lo cierto,
en estas dos frases, un tanto sibilinas, es que con la palabra «teología» no se dice nada
sobre la existencia o la cuestión de Dios. En estos dos textos la palabra «teología» figura
solamente como ejemplo formal de análisis lingüístico. En el primero parece decirse que
la palabra «teología» no puede ser comprendida con solas palabras, a saber, sin los demás
requisitos constitutivos del lenguaje humano. En el segundo se diría que también la teología
deberá tener en cuenta las estructuras gramaticales (semántica, sintáctica, praxis) y los
diversos usos de las palabras, si pretende hablar un lenguaje significativo.
148 De la cuestión del hombre a la de Dios
77. P. Engelmann, Letters from L. Wittgenstein, Oxford 1967, 32-34: 40: 71-79: 97
150 De la cuestión del hombre a la de Dios
Quisiera decir ahora lo que puedo sobre el difícil asunto de la actitud de Witt-
genstein ante la religión. Me dijo una vez que en su adolescencia la había des
preciado, pero a la edad de veintiún años pasó luego algo que suscitó en él un
cambio de actitud. En Viena asistió a un espectáculo teatral mediocre, uno de
cuyos personajes expresó el pensamiento de que, pasara lo que pasara en el mundo,
nada malo podía pasarle a él, porque era independiente del destino y de las
circunstancias. Wittgenstein quedó impresionado por esta idea estoica; por primera
vez percibió la posibilidad de la religión. Me dijo también que, durante el servicio
militar en la primera guerra mundial, llegó a través de Tolstoi a los Evangelios,
que le hicieron una gran impresión. Wittgenstein dice en el Tractatus: Lo Místico
no es cómo el mundo es, sino que el mundo existe. Yo pienso que un sentimiento
de estupor, de que algo existe realmente, fue experimentado bastantes veces por
Wittgenstein, no solamente durante el período del Tractatus, sino también más
tarde, cuando lo conocí. No es claro para mí, si este sentimiento tenía algo que
ver con la religión; pero Wittgenstein me dijo una vez que él pensaba poder entender
la idea de Dios en cuanto está implícita en nuestra conciencia de pecado y de
culpa; añadió que no podía comprender el concepto de un creador. Pienso que las
ideas del juicio divino, del perdón y de la redención eran de algún modo inteligibles
para él, en cuanto que en su mente estaban relacionadas con su sentimiento de
disgusto para consigo mismo, con un intenso deseo de pureza y con el sentimiento
de la impotencia del ser humano para hacerse mejor. Wittgenstein sugirió una vez
que un camino, en el que la noción de inmortalidad pudiera adquirir sentido, sería
a través del sentimiento de que tenemos deberes de los que no podemos eximimos
simplemente por la muerte. El mismo tenía un severo sentido del deber. Pienso
que Wittgenstein, por su mismo carácter y experiencia, estaba dispuesto para
comprender la idea de un Dios que juzga y redime. Pero una concepción cos
mológica de la divinidad, deducida de las nociones de causa o de infinito, sería
inaceptable para él. Wittgenstein perdía la paciencia ante las llamadas pruebas de
la existencia de Dios y ante todo intento de dar a la religión una fundamentación
racional. Una vez en que yo le cité un texto de Kierkegaard a este respecto,
-¿cómo puede ser que Cristo no exista, si yo sé que El me ha salvado?— Witt
genstein exclamó: «¡Ya lo ves! ¡No es cuestión de probar nada!». Tenía estima
de Kierkegaard y aludía a él con una expresión de veneración como ante un hombre
auténticamente religioso. No quisiera dar la impresión de que Wittgenstein aceptó
una fe religiosa -ciertamente no la tuvo-, o que fuera una persona religiosa; pero
pienso que, en cierto sentido, había en él la posibilidad de religión. Creo que
consideraba la religión como una form a de vida (usando una fórmula tomada de
las Investigaciones), en la cual no participaba, pero sí sentía simpatía y gran interés
por ella, aunque en este punto, como en los demás, sentía desprecio por la insin
ceridad. Me parece que consideraba la fe religiosa como basada en cualidades de
carácter y voluntad, de las que él se sentía privado. Hablando de sus dos discípulos,
Ludwig Wittgenstein 151
4. Cf. H. Rolfes, Der Sinn des Lebens im marxistischen Denken, Dusseldorf 1971,
27-37, 68; G. Guijarro, o. c., 72-75, 169-172.
5. K. Marx, Manuscritos: economía y filosofía, Madrid 1970, 86.
6. Manuskripte 1844, MEGA, I, 82.
160 De la cuestión del hombre a la de Dios
26. Zur Kritik der politische Ökonomie, 13-14; Die deutsche Ideologie, 58-60; Das
Kommunistische Manifest, 76-77, 94-96; Carta a Weidemeyer, 5 marzo 1852.
170 De la cuestión del hombre a la de Dios
27. Manuskripte 1844, 94, 122, 127; Die deutsche Ideologie, 17-20, 29, 34, 39, 347;
Zur Kritik..., 13-14.
28. Die heilige Familie, 235-239; Manuskripte 1844, 37, 49, 90, 112, 160-161, 170,
181-186.
Karl Marx 171
29. Zur Kritik des Gothaer Programms, Berlin 1946, 29; Die deutsche Ideologie, 36;
Grundrisse der Kritik der politischen Ökonomie, Berlin 1953, 237-239,
30. Ibid., 227-228.
31. Ibid., 169, 424, 362, 102.
32. Die deutsche Ideologie, 88, 195.
172 De la cuestión del hombre a la de Dios
35. Cf. G. Wetter, Der dialektische Materialismus, Wien 1958, 12-17; G. Guijarro,
o. c., 116-144.
174 De la cuestión del hombre a la de Dios
39. La imposibilidad de una identidad plena del hombre con la naturaleza, por él
totalmente transformada, ha sido puesta de relieve por J. Y. Calvez: «el hombre quedará
enterrado en una feliz identidad con la naturaleza»; «la objetivación, que es la condición
de posibilidad de la alienación histórica, es incompatible con el logro totalmente feliz de
la historia que describe Marx en el término de la alienación histórica». «Marx identifica
humanismo y naturalismo. Una naturaleza plenamente humanizada no es sino una forma
nueva de la naturaleza que se ha modificado a sí misma. El hombre plenamente naturalizado
es un hombre hundido en la naturaleza» (La pensée de Karl Marx, 617, 621, 627). También
H. G. Gadamer ha notado que «la identidad absoluta de la conciencia y el objeto es, por
definición, inasequible para una conciencia histórica finita»; «ser histórico significa no
poder resolverse nunca en autotransparencia» (Verita e método, Milano 1979, 274. 278.
352; Verdad y Método, Salamanca 31988).
176 De la cuestión del hombre a la de Dios
1. Han pasado dos siglos desde que Kant situó el problema central
de la filosofía en la cuestión, ¿qué es el hombre?, y dentro de ella
concretó la pregunta, ¿qué puedo esperar?1. Hoy día esta pregunta es
vivida y formulada en relación con el porvenir de toda la humanidad:
¿quépodemos esperar?; una pregunta apremiante para cualquier hom
bre que se pone a pensar.
Si la filosofía de nuestro tiempo tiene que partir de la cuestión del
hombre y de su esperanza (a nivel personal y comunitario), y por eso
tendrá que ser fundamentalmente humanista, la medida del valor de
los diversos humanismos la dará la interpretación de la esperanza
humana que cada uno presente. Nuestra época se caracteriza por el
enfrentamiento entre dos humanismos: el de inspiración marxista y el
de inspiración cristiana.
Varios pensadores de nuestro tiempo, que se profesan marxistas,
han abordado la cuestión de la esperanza de la humanidad2. Pero entre
ellos hay uno que puede ser llamado el filósofo de la esperanza mar
xista, porque su filosofía representa el más poderoso intento de lanzar
el marxismo hacia el espacio, sin confines, del esperar humano: Ernst
Bloch3.
Hay que decir, ante todo, que Bloch ha sido un pensador de per
sonalidad muy marcada, y que su marxismo debe ser matizado aten
tamente. Estaba convencido de que Marx ha visto, como nadie hasta
entonces, el futuro de la humanidad. Su ateísmo es de matriz marxista,
basado en la materia como fundamento único de toda realidad (aun
humana) y en la plenitud futura puramente inmanente de la historia
(origen y fin, protología y escatología)4. De Marx ha heredado la
importancia de la praxis revolucionaria para la supresión de la alienante
diferencia de clases sociales; pero, en cambio, se ha dado cuenta de
la unilateralidad de Marx, al considerar el factor económico como la
dimensión básica y decisiva de la historia. Su extraordinaria cultura
(literatura, arte, filosofía, historia de las religiones) le ha ayudado a
descubrir, y aun denunciar, las lagunas del humanismo marxista, para
tratar de superarlas con una visión más rica de la complejidad y hondura
de las aspiraciones del hombre. La dignidad de la persona humana (y
por eso el problema de la muerte) y los ideales de la libertad, de la
fraternidad y del amor, toman en sus obras un relieve ante el que
palidecen las mejores intuiciones del joven Marx5.
Si Marx interpretó el fenómeno religioso como alienación conso
ladora de los oprimidos económica y socialmente (aunque, alguna vez,
como impulso a la protesta), Bloch ha visto en las religiones (sobre
todo en el judaismo y en el cristianismo) la expresión más vigorosa
del ser del hombre como éxodo de esperanza (por más que para él se
trate de una expresión plasmada en el mito de Dios), es decir, de
aquella esperanza que constituye el tema primordial de su filosofía6.
9. PH, 1-7.
10. Tübe, 137; PH, 163-166, 389-390.
11. PH, 350-368, 1577-1593.
12. PH, 234. Bloch rechaza, una y otra vez, todas las filosofías, que según él implican
el «retorno» al principio (Heráclito, Hegel, Nietzsche). C f., PH, 233-243, 984-995, 1000-
1028. 1276.
13. PH, 1623-1628.
14. PH, 390, 1510, 1548, 1610, 1618.
15. MGS, 140-145, 152-160, 169-172; PH, 17-19, 36-43, 144-147, 153-160, 169-
172, 272, 235-241, 449-452, 483-515, 535-544.
184 De la cuestión del hombre a la de Dios
42. AC, 341-342. Bloch presenta varias veces su escatología (identificación mutua,
plenamente lograda, naturaleza-hombre) como interpretación del conocido texto del joven
Marx (París 1944), que anuncia el comunismo como superación definitiva del antagonismo
entre la naturaleza y el hombre, es decir, como «humanización» plena de la naturaleza y
«naturalización» plena del hombre (Cf. K. Marx, Werke, I, Darmstadt 1962, 594).
43. PH, 216, 360, 366-367, 1615.
44. AC, 338; PH, 166, 241, 1625.
45. PH, 1410-1417, 1523-1534.
46. PH, 1320, 1390, 1402-1413, 1515-1533, 1625.
47. Desde 1918 hasta 1968, Bloch ha tratado ampliamente el tema de la muerte en
cuatro de sus obras: en GU (1918) sostiene la teoría de la transmigración de las almas,
que luego abandonará: PH (1559, 1287-1391); Tübe (1964, 173-175); AC (1918, 335-
354). Me limito aquí a los puntos esenciales de su pensamiento. Para una exposición más
detallada de su pensamiento me remito a la obra de J. L. Ruiz de la Peña, citada en la
nota 2, 51-65.
Escatología marxista de E. Bloch 189
53. «Primar lebt jeder Mensch, indem er strebt, zukunftig». «Das Desiderium, die
einzig ehrliche Eigenschaft aller Menschen» (PH, 2, 4).
Escatología marxista de E. Bloch 193
60. Cf. M. de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, Madrid 1938, 39-58.
Escatología marxista de E. Bloch 199
61. Cf. G. Marcel, Homo Viator, Paris 1944, 189-232; J. Gómez Caffarena, Meta
física Fundamental, Madrid 1969, 201-207, 248-254; W. Pannenberg, Gottesgedanke und
menschliche Freiheit, Göttingen 1972, 9-78.
7
La cuestión del hombre en su relación al
mundo
5. Cf. J. Alfaro, Hacia una teología del progreso humano, Barcelona 1969, 37-46.
206 De la cuestión del hombre a la de Dios
del hombre acerca del mundo, conlleva la cuestión del hombre sobre
sí mismo. La respuesta tendrá que buscarse en el hombre mismo, en
su interioridad (conciencia y libertad), que constituye su apertura al
mundo. Hay que decir, pues, que el hombre transciende el mundo,
porque se transciende a sí mismo: se trata de una misma transcenden
cia, que constituye la condición previa de posibilidad de toda la ac
tividad interna y externa del hombre, marcado, en su conciencia y
libertad, por su orientación hacia el futuro siempre abierto: apertura
que condiciona la posibilidad de percibir el pasado como pasado y el
presente como presente.
los actos solos, ni del sujeto solo, sino del sujeto como actuándose en
los actos y de los actos como actuados por el sujeto. La experiencia
interior del sujeto y de los actos constituyen un bloque vital indiviso.
El sujeto permanece en su «mismidad» al ser modificado por los actos;
queda idéntico en la conciencia de sí, que es la inmanencia suprema
respecto a toda realidad del mundo: el sujeto humano se automodifica
permaneciendo sí mismo.
7. Cf. D. M. High, Language, Persons and B elief New York 1967,^113-115, 121-
126, 167-171; S. Shoemaker, Self-Knowledge and Self-Identity, Ithaca 1963; J. L. Austin,
Quand dire, c ’est faire, París 1970, 86-87; M. Polangi’s, Personal Knowledge, Chicago,
1958.
8. El «yo» no es yo, sino en referencia al «tú»; pero, a su vez, el «tú» no es tú, sino
en referencia al «yo».
9. Cf. K. Popper, o. c., 181.
El hombre en su relación al mundo 211
11. La reflexión sobre la imposibilidad del salto, desde los procesos materiales-
sensibles de la naturaleza a la interioridad de la conciencia, gana en claridad cuando se
trata del salto de los procesos naturales a los actos libres. La decisión de la libertad rompe
todos los esquemas pensables de un proceso meramente natural, es decir, controlable
mediante la experiencia empírica. El devenir cósmico no puede ser el origen de la libertad
humana.
12. Varios científicos modernos de fama mundial (entre ellos los premios Nobel W.
Penfield y J. Eccles) han notado la distancia insuperable entre los animales y el hombre:
una diversidad cualitativa proveniente de que solamente el hombre tiene conciencia y
libertad, que transcienden el funcionamiento neuronal del cerebro humano. No se puede
El hombre en su relación al mundo 213
considerar la conciencia como idéntica con los fenómenos neuronales: se trata de una
entidad emergente respecto al aparato cerebral: los fenómenos mentales transcienden cla
ramente los fenómenos de la fisiología y de la bioquímica (R. W. Sperry, a. c., 149-
150). Con el hombre ha surgido una distinción radical entre vida y mente. Aquella es
cuestión de química y física; ésta escapa a la química y a la física (T. Dobzhansky, a. c.,
439, 448, 451). No hay una parte definida del cerebro que corresponda al yo. No hay
ningún factor inmanente al funcionamiento neuronal del cerebro que sea determinante para
la toma de decisiones. La mente autoconsciente es apta para actuar sobre los mecanismos
cerebrales y responsable de las decisiones dictadas a éstos (K. Popper-J. Eccles, o. c.,
310, 331, 407). La mente es una esencia distinta y precisa; las acciones de los mecanismos
cerebrales, reflejos o automáticos, son numerosas y complejas; pero lo que realiza la mente
es completamente distinto, y de ello no es responsable ningún mecanismo neuronal que
yo alcance a descubrir (W. Penfield, o. c., 90, 99). La conciencia de la mismidad, que
es una conciencia autorreflexiva, está ausente en los animales. El hombre es capaz de
«percatarse de sí mismo» (W. H. Thorpe, o. c., 302, 352, 354.) (NB: Para una exposición
exhaustiva de este tema remito al lector a la excelente monografía de J. L. Ruiz de la
Peña, Las nuevas antropologías, Santander 1983, 119-130, 174-199.
214 De la cuestión del hombre a la de Dios
la cuestión del «de dónde viene» y del «a dónde va». Son dos aspectos
de la misma cuestión; siendo la libertad en sí misma apertura ilimitada,
su origen no podrá ser sino la misma realidad que suscita y sostiene
esta apertura: «origen de» y «término hacia el que» se identifican. La
cuestión puede ser formulada en términos de responsabilidad: ¿de
dónde proviene la responsabilidad (su ser responsable) del hombre y
ante quién es, en última instancia, responsable? También en esta for
mulación el «de dónde» y el «hacia dónde» (hacia quién) son aspectos
de la misma realidad: la realidad última, que hace responsable la
libertad (es decir, de la que proviene la libertad responsable), será la
misma ante la cual el hombre es, en última instancia, responsable.
13. Toda filosofía se encuentra ante el dilema inevitable: la realidad última (originaria,
no puede ser sino o la materia autofundada y autofundante, o la realidad transcendente
libre y personal. Por eso toda filosofía materialista, que pone en el origen de todo lo real
la materia con su evolución cósmica, queda aprisionada en el devenir meramente material
de la naturaleza. Y entonces la explicación última tiene que ser el hado, el destino, la
«moira» de la filosofía griega, «el azar y la necesidad» de J. Monod. Pero esta explicación
El hombre en su relación al mundo 215
es evidentemente insuficiente; pasa por alto lo más humano del hombre, lo supremo en
que culmina todo el proceso de la naturaleza: la libertad y responsabilidad del hombre,
que hacen del devenir cósmico el devenir de la historia creada por la libertad humana.
Queda sin respuesta la cuestión fundamental del hombre, la que lo constituye en su
dimensión ontológica y axiológica de ser-cuestionado. Monod se percató de este problema,
ante el cual permaneció perplejo, sin excluir ni incluir la respuesta (cf. El azar y la
necesidad, Barcelona 1971, 186-190). Queda, pues, en pie que la responsabilidad del
hombre no puede comprenderse sino como responsabilidad ante un Alguien transcendente
y personal.
14. Aunque la generación humana es un acto libre de los progenitores, no depende
de su libertad que el resultado de la procreación sea un ser dotado de libertad. Los
progenitores son libres de hacer o no hacer el acto procreativo (la unión sexual hombre-
mujer) y de impedir e interrumpir el proceso generativo; pero no pueden escoger que el
resultado de tal acto sea o no sea un ser humano dotado de libertad.
216 De la cuestión del hombre a la de Dios
15. Para expresar el carácter propio de esta implicación de conocer y optar, I. Kant
creó el término sorprendente «Vemunftglaube» «fe-racional» (cf. supra, 2, n. 2).
8
La cuestión del hombre en las relaciones in
terpersonales
Para comprender qué se dice con las palabras valor y valores (axio-
logía), hay que partir de la antropología (qué es el hombre). En los
capítulos 112-13 de la Summa contra Gentiles, Tomás de Aquino
explica cómo y por qué el hombre (como individuo y como especie)
tiene en el universo el carácter át fin, y todo lo demás está ordenado
a él. En toda su reflexión están implícitas las categorías de finalidad
y de superioridad del hombre sobre todos los seres del universo. Porque
el hombre es en el mundo el único ser inteligente y libre, está por
encima de todos los seres intramundanos: es en sí mismo fin, fin en
sí y para sí; su superioridad lo constituye en fin de todo lo que hay y
acontece en el mundo. Se traduce fielmente en términos modernos
esta cosmovisión antropocéntrica, si se afirma la dignidad suprema de
la persona humana respecto a todas las realidades intramundanas; el
hombre, fin y valor supremo para todas ellas: fin, por sí mismo y para
sí mismo. La jerarquía de valores se ordena según el grado de su
conexión con el sujeto humano, valor supremo.
Porque el valor supremo y fin último es el ser del hombre como
persona y como miembro de la comunidad humana, es el hombre
mismo fin-final para sí y para los otros: hay una norma última de la
acción libre del hombre y, en último término, justificativa de sus
opciones. La dignidad del hombre como persona se identifica con el
ser mismo del hombre que, en cuanto autoconsciente, inteligente y
libre, postula ser reconocido y asumido en la motivación justificante
de sus decisiones. El valor no se funda, pues, en el concepto abstracto
del ser, sino en la realidad concreta del individuo humano como cons
ciente, inteligente y libre, y, por consiguiente, llamado a hacerse como
fin de su acción en el mundo: tarea ineludible de dar sentido a su vida
en su opción fundamental y en sus opciones particulares. Toda opción
no-normada, no-motivada, sería arbitraria, carente de razón y de ra
zones, sin-sentido y, en el fondo, sin auténtica libertad; ilusión de
libertad8.
7. Cf. P. Lain Entralgo, o. c., II, 247, 330, 271, 327, 329, 242.
8. La arbitrariedad sería lo sin-razón, sin-sentido: nihilismo ético. El hombre no puede
querer vivir sin-sentido: no puede querer esta opción nihilista.
El hombre en las relaciones interpersonales 227
9. I. Levinas, o. c., 72-76, 85, 100, 209-210; En decouvrant Vexistence avec Husserl
et Heidegger, Paris 1974, 114-116, 171-172.
10. I. Levinas, Totalidad e infinito, 228-229, 77, 294-305, 266-267.
El hombre en las relaciones interpersonales 229
13. Durante la última guerra mundial han ocurrido estos dos casos opuestos. Los
soldados del general Kappler ejecutaron en las Fosas Ardeatinas la orden injusta de matar
numerosos inocentes por salvar la propia vida. Maximiliano Kolbe (en Polonia) y Salvio
d ’Aquisto (en Italia) ofrecieron en sacrificio su propia vida para salvar de la condena
capital a personas inocentes.
232 De la cuestión del hombre a la de Dios
14. Cf. D. von Hildebrand, Metaphysik der Gemeinschaft, 99-109, 114-117, 127-
131.
234 De la cuestión del hombre a la de Dios
16. Es interesante notar que el conocimiento de Dios, del que se habla en la Primera
Carta de S. Juan, incluye la praxis del amor del prójimo: solamente quien con sus obras
ama el prójimo, conoce verdaderamente a Dios, porque Dios es amor (1 Jn 4,8; 3,17).
Es un eco del mensaje de los grandes profetas de Israel.
238 De la cuestión del hombre a la de Dios
1. Cf. E. Jüngel, Morte, Brescia 1972; M. Scheler, Tod und Fortleben, Bem 1957;
A. Ferrater Mora, El sentido de la muerte, Buenos Aires, 1948; M. de Unamuno, Del
sentimiento trágico de la vida, Madrid 1931; V. Jankelevitch, La morí, París 1966; P.
Laín Entralgo, La espera y la esperanza, Madrid 1958; J. Chorón, La morte nel pensiero
occidentale, Barí 1971; J. Pieper, Muerte e inmortalidad, Barcelona 1970; J. Vuillemin,
Es sai sur la signification de la mort, París 1948; P. L. Landsberg, Essai sur l ’expérience
de la mort, París 1936; M. F. Sciacca, Morte e immortalitá, Milano 1958; M. Bordoni,
Dimensioni antropologiche della morte, Roma 1968; J. L. Ruiz de la Peña, El hombre y
su muerte, Burgos 1971; Muerte y marxismo humanista, Salamanca 1978; F. Ormea,
Superamento della morte, Torino 1970; A. Basave, Metafísica de la muerte, Madrid,
1965; F. Reisinger, Der Tod im marxistischen Denken, München 1977.
2. El tema de la muerte ocupa un lugar importante en toda la filosofía occidental y
oriental, en la literatura, en el arte y, modernamente, en el cine.
240 De la cuestión del hombre a la de Dios
Con qué dolor se entenebró mi corazón; y todo lo que miraba era muerte. Mi
patria era suplicio para mí y mi casa paterna era desconcertante infelicidad; y todo
lo que con él había convivido, sin él se había vuelto un inmenso tormento. Mis
ojos lo buscaban por todas partes, y no se me daba; y todas las cosas me daban
hastío, porque a él no lo tenía, y ya no podían decirme que vendrá, como cuando
vivía y estaba ausente. Me volví gran enigma para m í mismo y preguntaba a mi
alma por qué estaba triste y por qué me perturbaba tanto, y nada podía responderme.
Si decía, espera en Dios, con razón no me respondía, porque el queridísimo
amigo, que había perdido, era más verdadero y mejor que el fantasma (maniqueo)
en el que se me mandaba esperar. Solamente el llanto era dulce para mí y sustituía
a mi amigo en las delicias de mi alm a... y el tedio de vivir era gravísimo en mí
y el temor de morir. Creo que cuanto más lo amaba, tanto más aborrecía y temía
la muerte, como atrocísima enemiga, que me lo había robado... Me admiraba de
que los demás hombres vivieran, porque había muerto aquel que había amado,
como si no hubiera de morir (quasi non moriturum). Y me admiraba, aún más,
de que yo viviera, una vez muerto él, porque yo era para él otro-yo. Bien dijo
alguien de su amigo: la mitad de mi alma. Porque yo sentí que mi a,ma y su alma
habían sido una sola alma en dos cuerpos. Así la vida era horror para mí porque
yo no podía vivir como mitad... Yo había quedado para m í como lugar funesto
en el que no podía ni estar, ni salir de él.
16. Cf. M. Legaut, L ’homme à la recherche de son humanité, Paris 1971, 148-152.
248 De la cuestión del hombre a la de Dios
(p. 385-419), P. Laín Entralgo ha copiado los más bellos cantos de Unamuno a esta
esperanza. Cito un verso de su grandiosa poesía al Cristo de Velázquez: «Los rayos... de
tu suave lumbre -nos guían en la noche de este mundo- ungiéndonos con la esperanza
recia de un día eterno »·
252 De la cuestión del hombre a la de Dios
2. «La mirada de la historia de la humanidad nos lleva al misterio del ser humano».
«Queremos comprender la historia para comprendemos a nosotros mismos» (K. Jaspers,
o. c., 15, 287-288).
3. G. B. Vico, en su obra Scienza Nuova (1774).
4. «La cuestión de la historia universal, llevada hasta el fin en el planteamiento del
problema, ha conseguido precisamente así una actualidad sin precedentes, pues ahora el
destino de todos los Estados y pueblos está implicado de un modo concreto en el destino
de la humanidad entera»; «La cuestión sobre la unidad de la historia universal debe
plantearse ahora en el destino de la humanidad entera» (O. Kóhler, o. c., 464-465).
El devenir histórico y su sentido 257
1. Método
Una vez terminado el análisis de los temas particulares dentro del
tema fundamental (la pregunta del hombre sobre sí mismo de la que
ha surgido la cuestión de Dios), se hace posible una mirada retros
pectiva sobre el itinerario recorrido, el método seguido y los resultados
logrados.
Se ha partido de la cuestión del hombre, del sentido de la vida
humana, porque es la cuestión originaria, la primera desde el punto
de vista existencial, la más inmediata, accesible y obvia a todos, en
cuanto incluida en toda opción y acción concreta del hombre. Su
formulación no puede ser más sencilla: vivir, ¿para-qué? ¿por qué?
Una sola palabra que implica la pregunta del futuro y del origen. Es
una cuestión que se justifica por sí misma, en cuanto impuesta al
hombre por su índole reflexiva y por su necesidad de decidir y obrar
bajo la guía de su inteligencia: la instancia de la razón es ineludible.
Se han puesto de relieve dos rasgos propios de esta cuestión: a) es
ontológicamente apriórica, es decir, estructura constitutiva de la exis
tencia humana; b) es una cuestión dirigida indivisiblemente a la in
teligencia y a la libertad (interrogante que-pensar y tarea que-hacer).
La cuestión global de si la vida humana tiene sentido, es decir, si es
tal que el hombre pueda comprometerse a darle sentido, pide una
respuesta afirmativa como exigencia de la acción humana. El hombre
no puede obrar como hombre (es decir, libremente) sin la persuasión
de que su acción tiene sentido; esta certeza vivida es condición previa
de posibilidad de la acción humana: al nivel de lo vivido no puede
faltar la certeza del sentido de la vida humana. Al nivel de lo reflejo
(de lo pensado) es posible la negación del sentido; pero tal negación
está en contradicción con las condiciones aprióricas que hacen posible
esta negación. El nihilismo, tanto ontológico como epistemológico,
manifiesta su propia invalidez, en cuanto es negación de lo que es
272 De la cuestión del hombre a la de Dios
2. Resultados
a) El análisis de la relación «hombre-mundo» muestra paradóji
camente unidas la inmanencia y la transcendencia del hombre respecto
al mundo. Por una parte, el hombre depende del mundo en su existencia
y en toda su actividad, aun de su pensamiento y de su libertad; en su
corporalidad-interioridad el hombre está llamado a transformar el mun
do: es del mundo, en el mundo, para el mundo. Por otra parte, el
hombre está de frente al mundo, es decir, en una diversidad que lo
contrapone al mundo, en un nivel cualitativamente superior al de la
naturaleza. Mientras la naturaleza está encerrada dentro de sus pro
cesos, el hombre está ilimitadamente abierto al futuro y por eso crea
posibilidades nuevas en la naturaleza: va siempre más allá, no sola
mente más allá de los procesos naturales, sino también más allá de
sus propias realizaciones en la naturaleza. Como raíz de esta diversidad
(es decir, de la transcendencia del hombre sobre la naturaleza) aparecen
la conciencia y la libertad del hombre, inseparablemente unidas: la
comprensión de la relación «hombre-mundo» lleva a la cuestión de la
conciencia y de la libertad.
La conciencia se revela como una realidad única, absolutamente
original: experiencia autorreflexiva del propio yo y de los actos es
pecíficamente propios del hombre, experiencia exclusivamente inte
rior, autopresente, no verificable empíricamente y de un orden cua
litativamente superior a todo proceso de la naturaleza.
La libertad se manifiesta en sus decisiones, en cuanto no prede
terminadas ni precontenidas en los procesos naturales, ni en las cir
cunstancias históricas, ni en las decisiones precedentes: la decisión
libre rompe la continuidad con todo lo que la hace posible. El hombre
decide no solamente hacer esto o aquello, sino que decide también de
sí mismo, de su porvenir. Aquí se revela con más fuerza el desnivel
cualitativo insuperable entre el hombre y la naturaleza: la libertad
implica la transcendencia del hombre sobre el mundo y la propia
autotranscendencia, en cuanto está llamado a hacerse a sí mismo siem
pre más allá hacia el futuro. El hombre experimenta su libertad como
don y como tarea y por eso vive la propia existencia como don y como
tarea: existencia no-autofundada y autotranscendente. Precisamente en
su libertad lleva el hombre la cuestión sobre sí mismo, de su por qué
274 De la cuestión del hombre a la de Dios
7. El Dios personal
Si en los «signos de transcendencia» de la existencia humana Dios
se manifiesta como la Libertad absoluta (autofundante y transcen
dente), quiere decirse que se manifiesta como Realidad personal. La
justificación de esta conclusión es obvia: libertad y persona «conver-
tuntur», se implican mutuamente e inseparablemente. La libertad es
el distintivo decisivo de la diferencia entre los seres personales y los
impersonales: donde hay libertad, hay persona, y donde no hay libertad
no hay persona. Y viceversa: donde hay persona, hay libertad, y donde
no hay persona, no hay libertad.