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Leer y escribir… Palabras familiares para todos los educadores, palabras que
marcaron y siguen marcando una función esencial –quizá la función esencial- de la escolaridad
obligatoria. Redefinir el sentido de esta función -y explicitar, por tanto, el significado que
puede atribuirse hoy a esos términos tan arraigados en la institución escolar- es una tarea
ineludible.
Ahora bien, para concretar el propósito de formar a todos los alumnos como
practicantes de la cultura escrita, es necesario reconceptualizar el objeto de enseñanza y
construirlo tomando como referencia fundamental las prácticas sociales de lectura y escritura.
Poner en escena una versión escolar de estas prácticas que guarde cierta fidelidad a la versión
social (no escolar) requiere que la escuela funcione como una microcomunidad de lectores y
escritores.
enterarse de otras historias, descubrir otras formas de utilizar el lenguaje para crear nuevos
sentidos… Lo necesario es hacer de la escuela una comunidad de escritores que producen sus
propios textos para dar a conocer sus ideas, para informar sobre hechos que los destinatarios
necesitan o deben conocer, para incitar a sus lectores a emprender acciones que consideran
valiosas, para convencerlos de la validez de los puntos de vista o las propuestas que intentan
promover, para protestar o reclamar, para compartir con los demás una bella frase o un buen
escrito, para intrigar o hacer reír… Lo necesario es hacer de la escuela un ámbito donde lectura
y escritura sean prácticas vivas y vitales, donde leer y escribir sean instrumentos poderosos
que permitan repensar el mundo y reorganizar el propio pensamiento, donde interpretar y
producir textos sean derechos que es legítimo ejercer y responsabilidades que es necesario
asumir.
La lectura y la escritura son prácticas sociales con un objeto particular, la lengua escrita.
Objeto creado por la cultura, imprescindible en el funcionamiento de nuestra sociedad. La
lengua escrita es mucho más que un conjunto de marcas gráficas para sonorizar o transcribir.
Además de un sistema de notación convencional, el lenguaje escrito representa distintas
formas discursivas que están presentes en la vida del niño: carteles y folletos publicitarios,
diarios, revistas, textos en las pantallas de la TV; 1 cartas, boletas de servicios, calendarios,
agendas, libros de cocina, libros de cuentos, de poesías, enciclopedias, etc. Ese mundo
complejo no se desentraña con el reconocimiento de las letras. Señala Emilia Ferreiro: ― “Las
propiedades de los objetos sociales solo se pueden develar a través de interacciones sociales.
La adquisición de la lengua escrita incluye el aprendizaje del código, pero no se reduce a él”.2
Todos los adultos practicantes del lenguaje escrito hacen variadas cosas cuando leen
o escriben. Ponen en juego distintas estrategias para obtener significado de un texto o para
3Quinteros, G. (editora), Cultura escrita y educación. Conversaciones con Emilia Ferreiro. México,
Fondo de Cultura Económica, 1999.
I.S.F.D. y T.P. “Gral. Felipe Varela” – Profesorado de Educación Inicial
Alfabetización Inicial y Cultural – 4° año – Lic. Verónica M. Bottaro
Ante esta descripción, sin duda incompleta y algo esquemática de lo que sucede en
muchos establecimientos de nivel inicial, nos preguntamos qué debería hacer el jardín de
infantes con las prácticas sociales de la lectura y de la escritura. Una de las respuestas es
considerar que debe incorporar a la cotidianeidad del jardín la lengua escrita como contenido
de enseñanza, pero en el marco de prácticas comunicativas y sociales. Prácticas con textos
reales en contextos también reales de comunicación. Para hacerlo, los docentes orientarán su
tarea con el propósito didáctico de promover la interacción de los niños con variados tipos
de textos, para ―iniciarse en la apropiación del lenguaje escrito, poniendo en juego sus
propios saberes, para reconceptualizarlos y construir otros nuevos y propiciar la constitución
de una comunidad de lectores en la sala y en el jardín.4
Ejemplo:
Escribir cartas y enviarlas; explorar varios recetarios de cocina para seleccionar una receta,
leerla detenidamente para preparar la comida elegida; leer cuentos o escuchar leer e inter-
cambiar opiniones con otros lectores de la sala o del jardín; escribir una recomendación
de los cuentos que nos gustaron para que la lean los nenes de otra sala o los papás;
escribir en la agenda las actividades de la semana para no olvidarlas; leer día a día la
agenda para recuperar memoria, entre otras posibles prácticas de lectura y escritura.
5
Ferreiro, Emilia, “¿Se debe o no enseñar a leer y escribir en el jardín de niños? Un problema mal
planteado”, en Boletín de la Dirección de Educación Preescolar. México, SEP, 1982.
I.S.F.D. y T.P. “Gral. Felipe Varela” – Profesorado de Educación Inicial
Alfabetización Inicial y Cultural – 4° año – Lic. Verónica M. Bottaro
Bibliografía