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NOTA [1]: EL
FALLO MARBURY v. MADISON
"Where is the independency of your Judges?" — John Marshall
En estos momentos de grave crisis institucional, parece adecuado repasar la actuación del
Juez John Marshall en la Corte Suprema de los Estados Unidos entre 1801 y 1835. Marshall es
mencionado, cada vez más, por juristas argentinos [1,2]; la reciente declaración de la Corte
Suprema tiene un claro espíritu marshalliano [ver]. En éste y en nuestro anterior blogfuimos los
primeros en llamar la atención sobre la importancia del Juez Marshall. Por esta razón, nos
pareció interesante dedicarle un par de entradas. La carrera de John Marshall nos recuerda
que la independencia judicial no cae del cielo, y que no existe solamente porque una
Constitución así lo establece. ¡La independencia judicial debe ser conquistada!
O la Constitución es una ley superior y suprema, inmodificable por medios ordinarios, o está al
nivel de los actos legislativos y, como cualquier pieza de legislación, es alterable cuando el
legislativo así lo desee. Si la primera alternativa es cierta, entonces una pieza de legislación
contraria a la Constitución no es ley. Si prevalece la segunda alternativa, entonces las
constituciones escritas son intentos absurdos, por parte del pueblo, de limitar un poder que por
su naturaleza es ilimitable... La jurisdicción y el deber del poder judicial consisten en decir,
enfáticamente, cuál es la ley. Esta es la esencia de la tarea judicial. Si dos leyes se contradicen
mutuamente, los tribunales deben decidir sobre las operaciones de cada una. La Constitución
es superior a cualquier acto del poder legislativo.
Marshall transforma una situación aparentemente sin salida en una victoria para el poder
judicial y para la Constitución. Como bien señala el biógrafo Jean Edward Smith, el objetivo del
Juez no es iniciar una "cruzada a favor de la supremacía judicial". A lo largo de su carrera,
Marshall se esfuerza por respetar la discrecionalidad del poder ejecutivo en
cuestiones políticas. Tampoco desea convertir a la Corte en una especie de tribunal
constitucional avant la lettre. Lo que sí le importa es restablecer el equilibrio y el imperio de la
ley. Termino esta entrada con una referencia al estilo de liderazgo de Marshall. El titular de la
Corte siempre ha sido un seguidor de George Washington. Ha peleado junto a él: primero con
las armas contra Gran Bretaña, y luego con los libros por la ratificación de la Constitución. Los
papeles de Washington le han sido confiados para que escriba la primera biografía del prócer
muerto en 1799. Marshall sabe que, en un régimen republicano, la autoridad crece a medida
que el poder respeta la ley. Hay momentos en que conviene resignar una cuota de poder para
ganar autoridad. Es lo que hace Washington al renunciar a todos sus cargos militares en 1783,
y al negarse a la "re-re-elección" en 1796. Y es lo que hace Marshall en Marbury v. Madison.
Así nace la noción moderna de independencia judicial.
Uno primero, es que con casos como Marbury vs. Madison la Corte Suprema no solo afianzó el
valor de la Constitución, sino también afirmó su propia legitimidad y poder.
En segundo lugar, y esto es lo más importante para la historia del constitucionalismo, es que,
aunque existen antecedentes previos (y tal vez el Bonham Case, resuelto por el juez Edward
Coke en Inglaterra, en 1610, sea el más conocido) esta es la primera vez en que de manera
expresa se somete al poder político –ni más ni menos que a una ley del Congreso– al valor
normativo de la Constitución (Constitución, además, en sentido moderno: es decir, escrita y
dada por “el pueblo”).
El caso Marbury demuestra suficientemente que a veces los “casos pequeños”, en manos de
grandes jueces, pueden dar lugar a decisiones notables e imperecederas.