Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Un concepto que hoy forma parte de la arquitectura constitucional de todos los países
democráticos del mundo.
John Marshall fue, antes de convertirse en presidente del Tribunal Supremo, o Corte Suprema
-se puede decir de las dos formas- de los Estados Unidos, soldado. Tomó parte en la guerra de
la independencia, fue miembro de la Cámara de Representantes de su Estado natal de
Virginia, en la que participó en la ratificación de la Constitución, ejerció como abogado,
diplomático y secretario de Estado, equivalente a nuestro ministro de Asuntos Exteriores.
Esta formación defendía la existencia de un gobierno federal y central fuerte, como su líder, el
segundo presidente en la historia de los Estados Unidos, John Adams, y el hombre que puso a
Marshall en la Presidencia del Tribunal Supremo en unos momentos muy difíciles para la
nación.
El nombramiento
Marshall fue nombrado presidente del Tribunal Supremo el 31 de enero de 1801, cuando era
secretario de Estado, con casi 45 años, a propuesta de Adams y con el visto bueno del Senado,
tal como se hace hoy en día.
Adams acababa de perder las elecciones a manos de Thomas Jefferson, líder del Partido
Demócrata-Republicano, otro “padre fundador”. Jefferson había servido con Adams
como vicepresidente en el mandato que acababa de terminar, formando parte de una “grosse
koalition”, como dicen los alemanes hoy en día, o gran coalición.
Pero el tiempo de las grandes coaliciones había llegado a su fin. Los puntos de vista de Adams
y del Partido Federalista y de Jefferson y su Partido Demócrata-Republicano, no podían ser más
dispares.
Jefferson era partidario de justo lo contrario que Adams y que Marshall: quería un gobierno
central débil y estados federales fuertes.
Le repelía la idea de que en los Estados Unidos pudiera volverse a replicar un estado
centralista, que se asemejara a una monarquía como la británica, a la que habían vencido en lo
que ellos llamaban la “guerra de la revolución americana”.
Marshall juró su cargo de presidente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos ataviado con
una toga negra simple, siguiendo la tradición de su estado natal, Virginia, y abandonando la
toga de los jueces británicos, de colores, pieles de armiño y pelucas.
Con ello hizo toda una declaración de principios de lo que quería que fuera su mandato, que
luego todos los jueces estadounidenses imitaron. Y lo llevó a cabo en la sala de vistas de
la sede del Tribunal Supremo, que entonces estaba en un sótano del Capitolio.
Aquella fue la sede del Tribunal Supremo hasta 1935, cuando el presidente Franklin Delano
Roosevelt ordenó levantar el actual edificio, de estilo neoclásico, frente al mencionado
Capitolio.
Cualquiera que visite el interior del actual edificio del Tribunal Supremo, en Washington D.C.,
se encontrará con esta estatua de John Marshall, sufragada por la Asociación de Abogados de
Estados Unidos, obra del escultor William Wetmore.
Caso Marbury VS Madison
Estados Unidos tenía, en aquel año, casi 25 años de edad como país. La política había
impregnado todo. Para los “republicanos jeffersonianos”, como eran llamados los miembros
del Partido Democrata-Republicano, la judicatura había perdido la independencia y la
imparcialidad que debía regir su conducta y se había convertido en un instrumento político
más en la lucha por el poder.
Prueba de ello habían sido las últimas decisiones tomadas por los federalistas en el Congreso,
por las mismas fechas en que Adams nombró a Marshall, aprobando la modificación de la Ley
de la Judicatura de 1789 por la que se modificaba la planta judicial, ampliándola en 16 jueces
de Circuito y en 42 jueces de Paz.
Huelga decir que todos esos puestos habían sido pensados para personas próximas al Partido
Federalista. El mandato era por cinco años.
Con la orden ejecutiva, el Tribunal Supremo podía ordenar a cualquier funcionario público
hacer una tarea propia del ejecutivo, conforme a determinados preceptos legales.
Marbury respondió de la forma que sabía: de forma legal. Solicitó formalmente al Tribunal
Supremo que emitiera una orden ejecutiva (writ of mandamus) al secretario de Estado, John
Madison, para obligarle a que le fuera comunicado el nombramiento de un modo oficial, para
poder tomar posesión de su puesto por un periodo de cinco años.
Aquello era una auténtica “patata caliente” para el nuevo presidente del Tribunal Supremo.
Todo el mundo conocía su pasado federalista y también que el recurrente, Marbury, era
también un federalista.
El fallo
El tribunal presidido por Marshall le dio la razón a Marbury en 1803. El juez de paz tenía
derecho a que se le comunicara su nombramiento -que había sido firmado y sellado por el
anterior presidente, lo cual era válido- y, en consecuencia, a tomar posesión de su destino.
Sin embargo, la Suprema Corte argumentó que no tenía el poder para hacerlo y, por lo tanto,
no podía forzar al Ejecutivo, del que formaba parte el secretario de Estado, John Madison.
¿Por qué? Según el presidente-ponente del caso, John Marshall, la sección 13 de la Ley de la
Judicatura de 1789 era inconstitucional porque ampliaba la jurisdicción del Tribunal Supremo
más allá de lo que permitía el artículo III de la Constitución, al conferir al Tribunal Supremo el
poder de emitir, precisamente, órdenes ejecutivas como la que había solicitado Marbury.
Pero lo más importante de todo: Marshall consiguió erigir a su tribunal como árbitro del juego
político y máximo intérprete de la ley, haciendo buena la frase de que un problema es una
oportunidad en traje de faena. Fue su gran oportunidad y la aprovechó.
Terminando su carrera militar en 1780 para comenzar sus estudios de leyes en la universidad
The College of William and Mary, en Williamsburg , Virginia, siendo la única formación
educativa formal que el recibiría,8 donde también conocería a su futura esposa, Mary Willis
Ambler.1 Al poco tiempo se mudaría de Frauquier al condado de Richmond, donde comenzaría
a sesionar durante el período de 1782 hasta 1797, en el Virginia House of Delegates. Siendo
reconocido Marshall por sus dotes intelectuales, imparciales y sus fuertes ideales sobre un
gobierno federal, esto lo hizo rápidamente un miembro líder en la comunidad legal de
Richmond, lo que llamó la atención al federalista John Adams.19 El 3 de enero de 1783, se casa
con Mary Willis Amber, relación que concluyó cuando Mary fallece en 1831, fue una relación
de 49 años. En 1788, fue encomendado por el estado a ratificar la constitución hecha en 1787,
él era un poderoso defensor de la sustitución de los artículos de la Confederación con la
Constitución.
A partir de 1797, comienza una etapa como diplomático en Francia, a petición de Adams, en el
caso XYZ,8 en el cual los estadounidenses casi llegan a un conflicto bélico con los franceses por
interceptar sus barcos rumbo a Reino Unido, y casi se comienza una guerra,10 al regresar fue
recibido por un país entusiasmado por su decisión ante los franceses, al rehusarse a pagarle
tributo a las autoridades, diciendo: "Millions for defense, but not one cent for tribute"
(Millones para la defensa, pero ni un centavo para tributo), frase que fue usada como eslogan,
aunque se dice que el verdadero autor de la frase fue el compañero de Marshall, Charles
Cotesworth Pinckney. Adams le propuso trabajar en la Corte Suprema, pero Marshall declino la
oferta, y escogió ser otra vez candidato para la cámara de delegados de Virginia, donde volvió
a ocupar un curul.178 Pero, en mayo de 1800, su funciones en la cámara se vieron
interrumpidas cuando, el presidente, Adams lo propuso ante la cámara del congreso para
formar parte de su administración como Secretario de Estado, donde se vio elegido
unánimemente. Marshall había recibido muchas ofertas de trabajo de Washington y Adams,
pero hasta el momento las había rechazado.
Juez Presidente de la Corte Suprema de Estados
Unidos
En 1801, el presidente Adams le propone a Marshall, otra vez, que ocupe un puesto en la Corte
Suprema, aceptando el puesto esta vez, y el 4 de febrero de 1801, es juramentado para ejercer
sus funciones de Juez Presidente.138911 Comenzando con una carrera que reconstruyó a los
sistemas judiciales y jurídico, siendo además era un modelo de juez y siendo el denominado
"Padre de la constitucionalidad" o "Padre del control de constitucionalidad". Jon Jay, el primer
hombre en ocupar el cargo declino la propuesta de presidente Adams, al afirmar que la corte
carecía de "Peso, energía, dignidad y respeto", algo que después de Marshall es difícil de
suponer o imaginar; entonces Adams busco rápidamente a Marshall para que ocupara la
vacante. El congreso estaba esperando la postulación del juez de Nueva Jersey, William
Paterson, lo cual suponía un cambio dentro de la formación de la corte. De acuerdo con
el senador de Nueva Jersey, Jonathan Dayton: el senado cedió finalmente "por temor a que
otro no tan calificado y más repugnante en el banquillo, debería ser sustituida, y porque
parecía que este caballero [Marshall] no se entere de su propia candidatura"
Últimos años
John Marshall fallece el 6 de julio de 1835 en Filadelfia. Dos días después el 8 de julio, suena la
Campana de la Libertad en la procesión del funeral de Marshall. El cuerpo de Marshall fue
llevado a Richmond y enterrado con los restos de su esposa en el cementerio de Shockoe Hill. 15
78
Control de constitucionalidad
El control de constitucionalidad es el conjunto de recursos jurídicos diseñados para
verificar la correspondencia entre los actos emitidos por quienes decretan el poder y la
Constitución, anulándolos cuando aquellos quebranten los principios constitucionales. 1
Dicho de otra forma, el control de constitucionalidad es el conjunto de herramientas
jurídicas por el cual, para asegurar el cumplimiento de las normas constitucionales, se
realiza un procedimiento de revisión de los actos de autoridad, incluyendo normas
generales, y en caso de contradicción con la Constitución se procede a la invalidación
de las normas de rango inferior que no hayan sido hechas en conformidad con
aquellas. El fundamento de este control es el mantenimiento del Principio de
Supremacía Constitucional.
La Constitución.
La Constitución es un documento de origen político cuya estructuración y
consecuencias son jurídicas, puesto que la misma, derivado de su naturaleza suprema
y supralegal, genera efectos que irradian en todo el sistema jurídico que, a su vez, es el
resultado de dicho documento supremo.2 Por ejemplo, tenemos que es la Constitución
quien determina el contenido material y formal del orden jurídico que se origina a
partir del sistema jurídico.
La Constitución recoge de manera general las decisiones políticas básicas de una
sociedad, estableciendo el cómo se debe organizar el Estado, quién puede acceder al
poder –contenido formal-, señalando el catálogo de derechos humanos que las
autoridades estarán obligadas a respetar y procurar –contenido material o
sustantivo-.3 De este modo, la Constitución determina las reglas formales y materiales
a las cuales los titulares del poder deberán sujetarse, ello mediante cláusulas escritas o
positivizadas. Es a través de estas cláusulas que se deja ver la naturaleza de la
Constitución: un pacto político que tiende a organizar una sociedad, así como las
instituciones constituidas mediante las cuales se ejerce el poder.4Consecuentemente,
las instituciones determinadas por la Constitución se encontrarán influenciadas a la luz
de dos planos, veamos:5
Clasificaciones
Según la admisión
Nacional: los órganos del control son órganos propios del Estado controlado.
Internacional: los países firmantes de ciertos convenios internacionales se han
sometido a la jurisdicción de ciertos tribunales supranacionales que pueden
desvirtuar lo sentenciado por el Poder Judicial Nacional, pues sus sentencias
definitivas son obligatorias para los estados. Y así puede ocurrir cuando derechos
consagrados en la Constitución están también resguardados por el tratado, esto
adquiere características de importancia en Argentina tras la reforma de 1994.
Según la formación de los jueces
Total: todo acto, ley y omisión, del Estado y de los particulares, están sujetos al
control.
Parcial: sólo una porción del mundo jurídico está sometida al control.
Según la facultad de decisión
“La Constitución de 1811, en su artículo 227, establecía que aquellas leyes que se
expidieran contra la Constitución: "no tendrán ningún valor, sino cuando hubiesen
llenado las condiciones requeridas para una justa y legítima revisión y sanción"; en
razón de lo cual de la señalada disposición se origina el principio de la supremacía
constitucional, la garantía de la nulidad de las leyes contrarias a la Constitución, y la
facultad de los jueces patrios para considerar la nulidad de las leyes inconstitucionales.
Por ello, la justicia constitucional en todo Estado de Derecho tiene su génesis en los
principios: a) de supremacía y fuerza normativa de la Constitución; y, b) de separación
de los poderes y de legalidad, los cuales constituyen el fundamento de todos los
sistemas constitucionales modernos.
En tal sentido, las formas de protección de la Constitución, acogidas por los distintos
ordenamientos, se dividen en un control concreto o difuso y un control abstracto o
concentrado. En el primero de los casos, se permite a los distintos jueces ejercer una
parte de esta justicia constitucional en los casos particulares que les corresponde
decidir; y, en el segundo se otorga a la máxima instancia de la jurisdicción
constitucional, el control de la constitucionalidad de los actos dictados en ejecución
directa e inmediata de la Constitución o que tengan rango de Ley. A partir de allí, se
ejerce la supremacía constitucional, la cual, en unos casos, se atribuye a una Corte o
Tribunal autónomo, y en otros sistemas, como el caso de Venezuela, se inserta en el
máximo organismo jurisdiccional del país, como órgano rector del resto del sistema de
justicia constitucional, concretamente: en esta Sala Constitucional.
En este sentido, la ley desaplicada, por inconstitucional, no solo tiene efectos entre las
partes en relación con el caso sometido al conocimiento del juez, sino que, además,
debe ser ejercido en un proceso donde la inconstitucionalidad de la ley o de la norma
no es objeto de dicho proceso ni el asunto principal.
Debe esta Sala, con miras a unificar la interpretación sobre el artículo 334 de la vigente
Constitución, y con carácter vinculante, señalar en qué consiste el control difuso, y en
qué consiste el control concentrado de la Constitución.
Consecuencia de dicha norma es que corresponde a todos los jueces (incluso los de la
jurisdicción alternativa) asegurar la integridad de la Constitución, lo cual adelantan
mediante el llamado control difuso.
Dicho control se ejerce cuando en una causa de cualquier clase que está conociendo el
juez, éste reconoce que una norma jurídica de cualquier categoría (legal, sublegal), que
es incompatible con la Constitución. Caso en que el juez del proceso, actuando a
instancia de parte o de oficio, la desaplica (la suspende) para el caso concreto que está
conociendo, dejando sin efecto la norma en dicha causa (y sólo en relación a ella),
haciendo prevalecer la norma constitucional que la contraría.
Por lo tanto, el juez que ejerce el control difuso, no anula la norma inconstitucional,
haciendo una declaratoria de carácter general o particular en ese sentido, sino que se
limita a desaplicarla en el caso concreto en el que consideró que los artículos de la ley
invocada, o hasta la propia ley, coliden con la Constitución.
La declaratoria general de inconstitucionalidad de una o un conjunto de normas
jurídicas (leyes), corresponde con exclusividad a la Sala Constitucional del Tribunal
Supremo de Justicia, quien, ante la colisión, declara, con carácter erga omnes, la
nulidad de la ley o de la norma inconstitucional. Dicha declaratoria es diferente a la
desaplicación de la norma, tratándose de una decisión de nulidad que surte efectos
generales (no para un proceso determinado) y contra todo el mundo. Mientras que los
Tribunales de la República, incluyendo las Salas del Tribunal Supremo de Justicia
diferentes a la Constitucional, pueden ejercer sólo el control difuso. Las Salas
Constitucional y Político Administrativa pueden ejercer el control difuso en una causa
concreta que ante ella se ventile, y el control concentrado mediante el juicio de
nulidad por inconstitucionalidad, cuyo conocimiento a ellas corresponde. La máxima
jurisdicción constitucional se refiere al control concentrado, el cual es un control por
vía de acción, que lo ejerce la Sala Constitucional, conforme al artículo 336
constitucional y, en ciertos casos, la Sala Político Administrativa.
Conforme al artículo 334 aludido, el control difuso sólo lo efectúa el juez sobre normas
(lo que a juicio de esta Sala incluye las contractuales) y no sobre actos de los órganos
que ejercen el poder público, así ellos se dicten en ejecución directa e inmediata de la
Constitución.
Distinta es la situación del juez que desaplica una norma porque ella colide con la
Constitución, caso en que la confrontación entre ambos dispositivos (el constitucional
y el legal) debe ser clara y precisa.
(…)
El caso Marbury vs. Madison, no cabe duda, constituye uno de los principales hitos (e
iconos) del constitucionalismo. Ello está plenamente justificado, pues es la primera
ocasión en la que, de manera clara, una corte de vértice, afirmando la supremacía de
la Constitución frente a la ley, determina la inaplicación de esta última por ser
inconstitucional.
Ahora bien, contra lo que podría pensarse desde la perspectiva actual –es decir, desde
el “constitucionalismo de los derechos”– no se trata de un caso en el que una norma
legal fue inaplicada por ser lesiva de derechos constitucionales. En Marbury vs.
Madison se resolvió más bien un writ of mandamus, es decir, algo equivalente a
nuestro proceso de cumplimiento.
Además de la ya indicada, el caso presenta muchas otras singularidades y es
importante (e incluso actual) por varias razones. Lo primero que podríamos tener en
cuenta al respecto es el contexto en que surgió el caso.
Justo antes de que Adams deje la presidencia, para ser relevado por Thomas Jefferson
(del partido republicano), el gobierno del partido federal designó a varios jueces de
paz. Este proceso de designación involucraba el nombramiento por parte del
Presidente con la posterior ratificación del Congreso; tras ello, correspondía, como
acto de perfeccionamiento formal, que el documento de nombramiento fuese sellado
y remitido por correo por el Secretario de Estado (cargo que, hasta el momento de los
mencionados nombramientos, tenía Marshall).
Lo cierto es que William Marbury fue nombrado juez de paz casi el último día de
gobierno del partido federal y a John Marshall no le alcanzó el tiempo para sellar o
enviar todos los nombramientos que acaban de hacerse, entre ellos el de Marbury.
Ante ello, el nuevo Secretario de Estado nombrado por Jefferson, James Madison (uno
de los coautores de El Federalista y quien luego llegaría a ver presidente de los Estados
Unidos), se negó a sellar y a distribuir las credenciales pendientes, e incluso eliminó las
plazas de juez creadas por Adams. William Marbury, seguramente sin imaginar lo que
resultaría de ello, presentó un mandamus pidiendo al nuevo Secretario de Estado que
le envíe su nombramiento, el cual ya estaba sellado. Este pedido, en aplicación de una
disposición de la Judiciary Act (equivalente a nuestra Ley Orgánica del Poder Judicial),
llegó directamente a la Suprema Corte.
Con lo anotado, seguramente quedan muy claros varios de los aportes que se derivan
de esta sentencia. Uno primero, es que con casos como Marbury vs. Madison la Corte
Suprema no solo afianzó el valor de la Constitución, sino también afirmó su propia
legitimidad y poder (de hecho, al revisar la historia de diferentes tribunales
constitucionales, se constata que sus decisiones iniciales, o también las de ruptura, son
decisivas para su fortalecer su legitimidad). En este mismo sentido es que el caso
Marbury, con el paso del tiempo, se ha consolidado como la “sentencia símbolo” de la
judicial review (o del modelo de “control difuso de constitucionalidad”), relegando a
otras decisiones más bien lamentables de la Supreme Court (como la del caso Dred
Scott vs. Sandford), en las que también se declaró la inconstitucionalidad de normas
legales, pero que no abonaron a su engrandecimiento.
Ahora bien, tal vez porque hoy día referirnos a la fuerza normativa de la Constitución
no genera ninguna resistencia, puede que no sea tan notorio este último aporte del
caso Marbury vs. Madison al que nos hemos referido. Ante ello, consideramos
necesario llamar la atención sobre que este valor genuinamente jurídico de la
Constitución es muy reciente en los países de tradición legiscentrista (o de Civil Law, en
contraposición al Common Law) como el nuestro, y que el asunto resulta todavía más
nuevo si nos referimos a la aplicación efectiva de la norma magna por parte de los
jueces, quienes han sido considerados hasta no hace mucho como una especie de
“poder nulo” frente al poder político.
Por último, creemos que vale la pena destacar que una decisión de tanta trascendencia
como la del caso Marbury vs. Madison, se ha debido, más que a cualquier otra cosa, a
la sagacidad y la persistencia de un juez como John Marshall. En este sentido, el caso
Marbury demuestra suficientemente que a veces los “casos pequeños”, en manos de
grandes jueces, pueden dar lugar a decisiones notables e imperecederas.
****
UNAM
Existen sistemas políticos, donde no hay jueces sino organismos especiales que
trabajan antes de la sanción de las leyes, ejerciendo un control a priori, de alcance
general y sin otra relación que el análisis de la legalidad constitucional, y sistemas
jurisdiccionales que reconocen opciones diversas.
Los dos modelos institucionales primarios del derecho occidental (2) presentan
diferencias sustanciales en cuanto al órgano encargado de ejercer el control de
constitucionalidad.
a) Por un lado está el esquema de revisión judicial o judicial review, por el cual se deja
en manos de los jueces que integran el Poder Judicial la tarea de interpretar y aplicar la
ley en el caso concreto, respetando en sus sentencias el principio de la supremacía
constitucional. Este sistema denominado difuso confiere a todos los jueces la tarea de
control. O sea que todos los jueces son jueces de legalidad y de constitucionalidad.
b) Por otro lado, se presenta el sistema concentrado del modelo europeo que
centraliza el ejercicio del control de constitucionalidad en un único órgano, que no
forma parte del Poder Judicial, está fuera de su estructura normativa y se denomina
Tribunal Constitucional.
c) Pero, aparece, además, en América un tercer modelo, que instala dentro del Poder
Judicial a jueces especializados que, actuando como sala dentro del Tribunal Supremo,
como corte independiente, o aun situando en el máximo órgano de justicia nacional la
función de controlar la constitucionalidad, decide que sea un único organismo el que
tenga la palabra final sobre la interpretación constitucional, aun permitiendo el control
difuso de los jueces comunes.
La otra diferencia sustancial entre ambos sistemas se refiere a los efectos de las
decisiones.
Kelsen sostenía que la función del tribunal constitucional no es una función política
sino judicial, como la de cualquier otro tribunal, aunque tiene matices que lo
distinguen. El Tribunal Constitucional no enjuicia hechos concretos sino que se limita a
controlar la compatibilidad entre dos normas igualmente abstractas —la Constitución y
la ley— eliminando la norma incompatible con la norma suprema mediante una
sentencia constitutiva. Para Kelsen el Poder Legislativo se ha dividido en dos órganos:
uno, el Parlamento, titular de la iniciativa política, que es el legislador positivo, otro, el
tribunal constitucional, que elimina para mantener la coherencia del sistema las leyes
que no respetan el marco constitucional. El Tribunal Constitucional actúa así como un
legislador negativo, pues carece de la facultad de crear leyes pero, en el caso que
entienda que una de las promulgadas vulnera lo dispuesto en la Constitución, tiene
poder para expulsarla del ordenamiento jurídico, derogándola total o parcialmente. El
propio Kelsen (3) ha denominado a la jurisdicción constitucional como su “obra más
personal”. Es sabido que el Tribunal Constitucional austriaco es el Tribunal
Constitucional especializado más antiguo del mundo y ha influido considerablemente,
como tal, en el desarrollo constitucional en Europa, sobre todo en la segunda mitad del
siglo XX. Por ello, a este modelo austriaco de examen judicial de las leyes se le designa
también, sobre todo en los países romanistas, como modelo kelseniano. De acuerdo a
la Constitución austriaca las sentencias tienen efectos ex nunc o hacia el futuro. La
Carta dispone expresamente que el fallo del Tribunal Constitucional por el que se
anule una ley como anticonstitucional, obliga al canciller federal o al gobernador
regional competente a publicar sin demora la derogación, y que la anulación entrará
en vigor el día de la promulgación, si el Tribunal Constitucional no hubiese fijado un
plazo para la expiración de la vigencia, plazo que no podrá exceder de un año.
Se dice entonces que habría un diverso poder de la jurisdicción. Así son los jueces
quienes resuelven conflictos intersubjetivos, en un contexto que no es el de las
cuestiones de constitucionalidad, pues aquí se trata de interpretar lo que dice la norma
fundamental frente a un acto que aparece contrario a sus estipulaciones.
Y, en tal contexto, el segmentar la tarea del juez constitucional de acuerdo con los
poderes que cada sistema le asigna probablemente sea equivocado, porque, en
definitiva, ambos tienen la misión de equilibrar las tensiones entre los fines
constitucionales y la justicia del caso.
Las diferencias entre los dos modelos institucionales se deben a las distintas
circunstancias históricas y a las diferentes filosofías políticas que imperaron en los
Estados Unidos y en Europa en los momentos en que éstos fueron diseñados, que
evidenciaban una distinta organización del Estado, y, muy especialmente, un distinto
órgano en quien depositar la confianza/desconfianza.
En los Estados Unidos, existía desconfianza en el Parlamento opresor, que había
dictado las leyes con que eran sojuzgados antes de la independencia.
De ahí que la confianza se depositó en los jueces. La gran confianza que existía en los
jueces llevó a atribuirles el poder de ejercer el control de constitucionalidad como
medio para mantener la supremacía de la Constitución. La revisión judicial surgió por la
necesidad de limitar el poder de las legislaturas que sólo representaban los intereses
de “las mayorías circunstanciales, irracionales y apasionadas”, en perjuicio de las
minorías.
La opresión a que se vieron sometidas las colonias por parte del parlamento inglés hizo
que los colonos americanos acudieran a la tesis de Coke sobre la existencia de un
higher law —un derecho superior a las leyes que permitía supeditar la validez de éstas
a su adecuación con el primero— para legitimar la revolución. (5)
Las ideas de Coke sobre el control de las leyes conforme a un derecho superior a éstas
no tuvieron éxito en Inglaterra porque a partir de la “gloriosa revolución” de 1688 (6)
se impusieron las ideas de Blackstone de la supremacía parlamentaria. (7)
A partir del imperio del principio de legalidad como único criterio de identificación del
derecho válido, surge el Estado de derecho legislativo. En este contexto, las normas
jurídicas son válidas no por ser justas sino por haber sido dictadas por la autoridad
competente. La ley era un acto normativo supremo y los jueces debían limitarse a
aplicarla.
Es así que hasta la Segunda Guerra Mundial prácticamente no existió la idea de que el
poder legislativo debía ser controlado por el Poder Judicial, y en algunos países como
Inglaterra esa idea sigue aún vigente.
Pero también estos cambios ocurridos en Europa motivaron un creciente interés por el
derecho constitucional americano, que hacía ya muchos años había advertido los
peligros de una tiranía mayoritaria y por esa razón había desarrollado un sistema de
control judicial para evitar tales excesos. De este modo, se ha producido un
acercamiento de las posiciones entre el constitucionalismo americano y el europeo.
Aunque esto no significa que hayan dejado de ser lo que son, ni que hayan perdido sus
características básicas, pese a las diferencias, los sistemas de control de
constitucionalidad ya no son tan puros, son porosos, y en su largo desarrollo han ido
suscitándose diferentes cambios y transformaciones e influencias recíprocas.
Alguna división teórica se ha visto desvaída en cierta medida, cuando desde los
procesos de amparo, o a partir de los planteos incidentales, o por propia decisión del
tribunal que limita los efectos, se pierde la resolución in abstracto que debía
pronunciarse hacia la generalidad, para solucionar desde el caso particular. Con ello, el
Tribunal Constitucional se aproxima al juez del sistema difuso en la eficacia de la cosa
juzgada, que en ambos casos les suele permitir relativizarla en sus efectos o anular
decisiones de jueces y tribunales ordinarios.
Pero también tienen hoy en día efecto positivo, en el sentido de unificación y creación
del derecho desde la interpretación constitucional, permitiendo la aplicación efectiva y
concreta de las disposiciones constitucionales. Ello se acerca al efecto del stare decisis
del sistema americano, con el relevante valor del precedente.
***
Se puede afirmar que en el sistema concentrado, no todas las funciones del Tribunal
Constitucional son de jurisdicción constitucional, y que en el difuso la generalidad de la
actividad del Poder Judicial no es constitucional.
2 EL CONTROL DIFUSO
El control difuso de constitucionalidad implica que todos los jueces tienen la potestad y
obligación legal de aplicar la Constitución con preferencia a las leyes y estas con
preferencia a los decretos o resoluciones; de manera que, como dice Fernández
Segado: «todos los jueces están habilitados para inaplicar aquellas leyes que juzguen
contrarias a la Constitución». El mismo cita además a Mauro Capelletti, según quien
«en este sistema se atribuye a todos los órganos judiciales de un ordenamiento
jurídico, que lo ejerciten incidentalmente, con ocasión de la decisión de una de sus
competencias»[1].
2.1 El origen del control difuso
El control difuso de la constitucionalidad, también llamado control judicial de la
constitucionalidad de las leyes y otras normas con rango de ley (judicial review),
sentada en la Corte Suprema Federal de los Estados Unidos, el 24 de febrero de 1803,
surgido como consecuencia vía revisión judicial en el proceso de writ of mandemus,
asemejado a la Acción de Cumplimiento entre un grupo de designados jueces de paz,
entre los que figuraba William Marbury Vs. James Madison, bajo la Presidencia del
Chief Justice John C. Marshall.
William Marbury, junto con otros colegas habían sido nombrados jueces de paz,
Marbury debía ser el Juez de Paz del condado de Washington, distrito de Columbia, al
no haber recibido su designación junto a sus colegas interponen acción ante la Corte
Suprema en el mismo año de 1801; a efectos que el Secretario de Estado del
Presidente Jefferson, James Madison, expidiera los respectivos nombramientos.
Reabierto el periodo de reuniones del Tribunal Supremo, el Juez Marshall, no obstante
el interés personal que tenía en esa causa, no se inhibió, sino que usó la controversia
para plantear la Teoría de la «Supremacía Constitucional».
d) Cuando una ley está en conflicto con la Constitución es deber del Tribunal inaplicar
la ley que conviene a la Constitución. Esta sentencia será de carácter vinculante (stare
decisis).
Es cierto que en toda América prima la doctrina de la confianza en los jueces con todo
lo que ello implica y trasciende al sentido de poder controlar la constitucionalidad de
las leyes; pero en el common law se presta suma atención a la confiabilidad y
honorabilidad de sus jueces, por eso es tan importante la primera instancia, en lugar
de los tribunales de apelaciones del civil law que se distinguen por la formación de la
jurisprudencia o doctrina judicial.
En los Estados Unidos los efectos generales de la sentencia provienen del stare decisis,
figura necesaria dentro de la concepción del Derecho en ese país, en donde no existe
un sistema de normas cerradas que el juez debe interpretar e integrar, sino un
conjunto de reglas concretas derivadas de los casos definidos. El juez es creativo en la
solución del conflicto y como existen infinidad de jueces y tribunales (todos creadores
del Derecho) es preciso, por razones de seguridad y unidad del Derecho, vincular al
juez con sus propias decisiones y con las de los otros jueces de igual o superior
jerarquía, lo que en última instancia realiza la Suprema Corte. El juez norteamericano
se ajusta a la jurisprudencia de la Suprema Corte, no por el temor de que su resolución
sea revocada, como sucede en nuestro sistema, sino para no apartarse del Derecho
vigente.
Estos inconvenientes han sido evitados en los Estados Unidos y en los otros países del
common law, en los cuales rige el stare decisis, pero persiste en los sistemas de base
romanista. Podrían solucionarse otorgándole efectos generales a las sentencias de la
Corte Suprema, pero en tal caso surgiría un sistema mixto situado a mitad del camino
entre el difuso y el austríaco.
3 EL CONTROL CONCENTRADO
Llamado también, Justicia Constitucional «ad doc» o «modelo europeo» nacido en la
mente brillante del austríaco Hans Kelsen, quien postuló, la existencia de un Tribunal
especial para la defensa de la Constitución, es llamado también Control Europeo; este
sistema de control se encarga a una magistratura (especial), del fuero común, donde
su labor se centra, en la correcta aplicación de la Constitución, es un órgano de sumo
interprete, es el único a nivel de una Nación que podrá expulsar una ley declarando su
inconstitucionalidad, el mismo que tendrá efectos erga omnes; es decir; aunque no
hayan participado directamente ni indirectamente en la controversia; caso de una
petición de inconstitucionalidad sus efectos le serán alcanzados.
Kelsen, fue el gran arquitecto de este sistema de control, tiempos después su diseño lo
llevaría a praxis cuando fue llamado a integrar parte de la magistratura del Tribunal
Constitucional.
Landa Arroyo, manifiesta: En resumen, las características a este sistema serían las
cuatro siguientes:
Estos dos órganos superiores legitimados son: la Corte Suprema (Oberster Gerichtshof)
para asuntos civiles y penales y la Corte Suprema para asuntos administrativos
(Werwaltungsgerichtshof). No están legitimadas para proponer la acción de
inconstitucionalidad.
a) La sentencia que dicta la Corte Constitucional tiene efectos generales, o sea, elimina
del Derecho vigente a la ley declarada inconstitucional.
d) En el sistema difuso, la sentencia tiene eficacia sólo en relación con el caso concreto
con ocasión del cual se planteó la cuestión constitucional, no obstante en Estados
Unidos y sus seguidores, por el stare decisis, adquiere efectos generales; en cambio, en
el austríaco la sentencia tiene efectos generales. La doctrina europea considera al sis-
tema austríaco más completo que el difuso, pues en éste es posible que muchas leyes
escapen al control constitucional, porque difícilmente se prestan a discusión en los
casos concretos pendientes ante los jueces y tribunales; pero también más peligroso,
pues sin la prudencia y sabiduría (la que tiene la Suprema Corte de los Estados Unidos)
se corre el riesgo de que el Tribunal se convierta en una grave amenaza política al
intervenir en el poder legislativo directamente o indirectamente en el ejecutivo.
a) Son órganos jurisdiccionales. Están sometidos a todas las reglas que rigen la
actividad de los tribunales ordinarios (incluso la presunción de inocencia, el derecho de
defensa, la publicidad, etc.) No existen intromisiones metajurídicas. Es la idea
kelseniana de la justicia constitucional.
Para Carl Schmitt, es un problema de oportunidad práctica establecer hasta qué punto
puede encomendarse a instancias ya existentes o de nueva creación la misión de fijar
de modo auténtico el contenido de los preceptos imprecisos o indeterminados que
están incorporados a la Constitución, y a la misión de establecer un contrapeso al
poder legislativo. Con claridad expresa que la determinación precisa del contenido de
un precepto constitucional dudoso en cuanto a su contenido, es, en concreto, materia
de legislación constitucional, no de la justicia.
Algunos autores toman posiciones intermedias y expresan diversas opiniones: que son
órganos políticos que ejercen funciones jurisdiccionales o viceversa órganos
jurisdiccionales con funciones políticas; la clasificación de políticos o jurisdiccionales
depende de los casos que sentencien; que su situación como órgano intermedio entre
el parlamento y el poder judicial, parece dotarlo de los caracteres que estos poseen:
politicidad (sistema de selección de magistrados, nulidad de la norma, colmar lagunas,
etc.) y juridicidad (impulso procesal externo, procedimiento jurisdiccional, resoluciones
en forma de sentencia, etc.).
NOTAS a «Sistemas concentrado y difuso de control de constitucionalidad»:
5 La actuación de Edward Coke que en el caso Bonham afirmó la idea de que cuando
un acto del Parlamento es contrario al derecho y a la razón, repugnante o imposible de
ser ejecutado, el common law lo controlará, declarando nulo tal acto. Para algunos,
Coke no pretendió construir una concepción sobre una ley fundamental superior a las
leyes del Parlamento ni mucho menos implicó la posibilidad de que los jueces pudieran
llevar a cabo la revisión judicial. Su aserto de que un acto del Parlamento contrario al
derecho y a la razón es nulo, es consecuente con la concepción del Parlamento como
Corte Suprema y último interprete de la ley; órgano al que el Rey y los jueces estaban
obligados a obedecer. Es decir, las afirmaciones precedentes serían concordes con una
regla de interpretación y no como sustento de la competencia de los tribunales para
anular una ley.
7 La regla “un acto imposible de ser ejecutado es nulo” aparecerá también en la obra
de Blackstone -al abordar las leyes escritas- como una regla interpretativa. Esa regla no
implica en sí alguna competencia anulatoria de los jueces. Al desarrollarla afirmaba:
Finalmente, los actos del parlamento que son imposibles de ser ejecutados no tienen
validez, y si colateralmente surgen de ellos cualesquiera consecuencias absurdas,
manifiestamente contradictorias a la razón común, son, con respecto a esas
consecuencias colaterales, nulos. Dejo la regla con las siguientes restricciones; si bien
conozco que es generalmente dejada en términos más amplios, como que los actos del
parlamento contrarios a la razón son nulos. Pero si el parlamento positivamente
promulgara una cosa para realizarse que no es razonable, yo no conozco ningún poder
en las formas ordinarias de la constitución que esté investido con autoridad para
controlarlo: y ninguno de los ejemplos usualmente alegados en soporte de este
sentido de la regla prueban que, donde el objetivo principal de un estatuto es
irrazonable, los jueces estén en libertad de rechazarlo; eso sería colocar el Poder
Judicial encima del legislativo, lo cual sería subversivo de todo gobierno. Pero donde
algunas cuestiones colaterales surgen de las palabras generales, y sucede que son
irrazonables; entonces los jueces están en lo correcto al concluir que esta
consecuencia no estaba prevista por el parlamento, y por lo tanto ellos están en
libertad de exponer el estatuto por equidad”. Sin embargo, aunque la idea de que los
actos del Parlamento contrarios al derecho y a la razón son nulos no conlleva
estrictamente la nece- sidad de que las cortes se encarguen de la invalidez de mérito,
en Estados Unidos se pudo haber tomado prestada para explicar el instituto construido
por su constitucionalismo. Por ende, el origen de la revisión judicial debe buscarse en
el constitucionalismo de la nación americana que encontró su máxima expresión en el
Documento Fundamental de 1787.