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LIBERTAD Y DEMOCRACIA

Libertad y democracia son constructos humanos relacionados con las formas como los
individuos interactúan con otros y como se gobiernan para vivir en armonía y alcanzar sus
ideales de vida. Son ideas inherentes a la acción de los individuos, no sólo dentro de sus
ámbitos cotidianos, sino también dentro de las instituciones y prácticas políticas que han tenido
alcances históricos trascendentes. Ellas establecen dos componentes esenciales del marco de
acción, del espacio de posibilidades, que tenemos las personas para tomar decisiones
individuales cotidianas, pero también en el intrincado tejido de interacciones de la vida en
sociedad.

Invocando libertad y democracia se han pisoteado muchas veces la libertad y la democracia


misma. Esto es, aún hoy, y más en los países menos educados, seguimos atrapados en el
dilema básico de dilucidar si existe o no una primacía de lo individual sobre lo colectivo y de lo
privado sobre lo público en nuestras acciones en los ambientes en donde se desenvuelven los
individuos.

Muchos consideran que sus ideas sobre esos conceptos son las universales y son las que los
demás deben aceptar. Específicamente sobre la particular interpretación y ejercicio de la
libertad individual, nos enfrentamos a la necesidad de establecer su relación con la democracia
y jerarquía entre ellas. ¿Son éstas dos ideas independientes, complementarias,
interdependientes o de naturaleza conflictiva y antagónicas? En esta última posibilidad, la
oposición entre libertad y democracia ha derivado en funestas experiencias, tales como los
fascismos o los totalitarismos, posturas que en la supuesta defensa de la libertad o la
democracia –según sea el caso– han terminado por destruir a ambas.

Pareciera que lo que está en juego hoy en el mundo es esa relación entre libertad y forma de
gobierno y participación en asuntos de interés general o colectivo, entre libertad y democracia.
De lo que puede colegirse es que lo que está en el fondo del malestar e insatisfacción de
muchas sociedades, actualmente, es la capacidad racional de elección y decisión de los
individuos, que les permita "garantizar el ejercicio de la voluntad humana en su cometido de
satisfacer sus necesidades de una manera justa y sin afectar a las demás personas". Lo que
está en crisis es esa relacion instituida en las sociedades modernas que ha generado inequidad
e injusticia social.

Para algunos autores la libertad y la democracia no pueden pensarse independientes. "No


puede pensarse a la libertad fuera de un contexto institucional de naturaleza democrática, o
viceversa, pensar a la democracia sin un contexto mínimo de libertades que la apoyen".
Hacerlo sería un retroceso a estados superados de la civilización.

Los que suponen que la libertad está por encima de la democracia, parten de la consideración
de que la libertad es un atributo natural e intrínseco a la condición humana; mientras que la
democracia es, acaso, uno de los tantos medios organizativos “artificiales” de que se dispone
para ordenar la administración de los asuntos públicos y privados. Y en esa oposición y
preeminencia de la libertad como un derecho natural permanente a la diferencia, la innovación
y el cambio, que permanece dentro de los individuos y sociedades, "cualquier intento de
asignación de recursos y de justicia basado en una demanda de homogeneidad e igualdad,
termina por destruir las capacidades creativas y de conservación de las sociedades". Para esta
corriente, la libertad es el principio sustantivo de la convivencia y la democracia es adjetiva.

En la historia humana ya se ha vivido en la práctica esa relación y los filósofos han reflexionado
sobre esas ideas que han sido usadas para regular la convivencia de los seres humanos.
Grandes pensadores clásicos como Platón, Aristóteles y Cicerón, colocaron siempre a la
democracia en los peldaños más bajos de las formas de gobierno legítimas, por considerarla
una fuente muy proclive a la inestabilidad y la alteración del poder mediante las guerras civiles.
Y en la práctica la libertad igualmente estaba restringida.

La concepción moderna de la libertad –imperante a partir del Renacimiento y consolidada con


la Revolución Francesa– trató de imponer un valor esencialmente democrático a la libertad, con
una percepción igualitarista y republicana que permitiera fijar un contexto social homogeneo
para ejercerla, los Estados-nación. Se procura hacer de la libertad un verdadero “bien común”,
mediante un entorno de igualdad electiva: "un derecho que vuelva accesible y ejercitable
para todos los individuos la posibilidad de gobernar dentro de un nuevo modelo de
organización política dominado por el imperio anónimo de las leyes". Concepción
contraria de la libertad a la concepción que se tenía en las sociedades grecorromanas y
medieval, que en la práctica se traducía en sociedades políticamente excluyentes, en la que no
todas las personas podían ser vistas como ciudadanos; es decir, como sujetos con plenos
derechos que les permitan opinar y decidir en torno a los asuntos públicos.

La concepción moderna rechaza los supuestos de la predestinación religiosa providencialista


cristiana que justificaban el llamado “poder natural” de los monarcas, los papados y las
aristocracias. Concepto degradado en Colombia, porque se mantiene, aún, la idea de que hay
una élite de ungidos, de predestinados, para ejercer el poder y para tomar decisiones en
nombre de una colectividad; que se ha traducido en la construcción de privilegios para una
minoría: los que gobiernan, los que legislan para el beneficio cerrado de la élite y los que
financian las maquinarias para elecciones de legisladores y gobernantes.

La idea moderna de la libertad asume que no puede ser irrestricta en sus usos, que debe
tener límites en su ejercicio; que requiere ser encausada, como cualquier fuerza natural, a
través de mecanismos convencionales que surgen a partir de la propia coexistencia humana.
En este contexto, la libertad moderna, si bien puede ser definida como "la capacidad de
realización sin obstáculos que está presente en cada individuo y, consecuentemente, en
las diversas instancias de la sociedad", debe ser orientada bajo un principio rector, un
mecanismo de organización decisoria, como lo es la democracia, que le aporta de moderación
y dirección, que son cruciales.
La democracia moderna se construye, entonces, como una serie de mecanismos decisionales
y deliberativos que transforman la voluntad creadora que se encuentra dispersa dentro de los
individuos y las sociedades.

Constituida así la libertad como un atributo indispensable, pero en sí mismo insuficiente, pero
también como un derecho y capacidad que permiten canalizar ciertos acontecimientos de
manera aceptable y correcta, más allá de la mera voluntad de individuos aislados, ya que la
verdadera manifestación de su ejercicio se cifra en su desarrollo y transformación en un poder
colectivo que debe ser administrado de manera racional y apegado a un ideal de retribución,
utilidad o justicia.

A su vez, la democracia debe delimitarse también a partir de dos importantes tareas: dar
proyección y contenido funcional a las libertades individuales, además de convertirse en la
manifestación de una voluntad colectiva. Esto es, reconocerse como parte de "una libertad de
nuevo tipo producida por la integración y cooperación de grupos con intereses y
actividades diversos dentro de un arreglo institucional determinado" . Desde luego, esta idea
de interdependencia resulta imprescindible en el camino para entender que la relación entre
libertad y democracia no es sólo meramente circunstancial, sino que también se proyecta como
una síntesis que hace, entonces, significativa la vigencia de un principio impulsor, la libertad,
sumado a la de su catalizador, la democracia

Las nuevas ideas de libertad y democracia deben asumir la obligación de respetar todas
aquellas diferencias que impidan la imposición arbitraria de voluntades y que vayan en contra
de la integridad física o moral de las personas en los ámbitos público y privado. La libertad y la
democracia son, quizás, las dos grandes tareas sociales que deban sintetizar a este contrato
intergeneracional trascendente, cuyo objetivo será la búsqueda de la igualdad y la justicia
colectivas de cara al siglo XXI.

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