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Subsecretaría de Maestrías y Carreras de Especialización

Secretaría de Estudios Avanzados

CARÁTULA DE PRESENTACIÓN DE TRABAJO

FECHA: 31 / 05 /2021

ALUMNO/A: Juan Nicolás Seligmann

DNI: 32592726

MAIL: nicoseligmann@gmail.com

CARRERA/MAESTRIA: Maestría en Comunicación y Cultura

COHORTE: 2020

MATERIA: Teorías de la Cultura y la Comunicación

DOCENTE/S: Alejandro Kaufman

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La cultura política de la indignación: el escándalo


democrático en las redes sociales

Aquí dialogo sobre las transformaciones que se encuentran operando en las


culturas políticas a comienzos de la segunda década del siglo XXI. Esta escritura se
arroja al indefinido encuentro por las problemáticas de los valores, creencias y
emociones democráticas imbricadas en la experiencia cultural de la posmodernidad. Es
también una aproximación a la indignación, en tanto dispositivo a través de cuyas
operaciones se cristalizarían la racionalidad y la afectividad del escándalo. El desarrollo
técnico de los medios digitales les ofrece en la comunicación por redes sociales la
plataforma predilecta para su difusión, asimilación y performatividad en la
interlocución.
Presento estas consideraciones como la construcción las implicancias de la
indignación en la democracia un objeto de estudio en el campo de la comunicación y la
cultura. Dicha articulación se inscribe como parte del proyecto de investigación de la
tesis de maestría sobre las fisuras de la cultura democrática en la experiencia
informativa vía Twitter del caso del funeral de Diego Armando Maradona. La
organización, desarrollo y decisión del velatorio público del ídolo suscitó dispositivos
de indignaciones cruzadas: la aglomeración de personas en restricciones sanitarias por
la pandemia del Covid-19; el no acatamiento del horario de cierre ni las reglas para
acercarse al féretro; la represión policial en las calles; la clausura horaria; las
fotografías; el homenaje; la decisión; la familia; Él. La muerte del héroe, de
acontecimiento a escándalo.

Tiempos de desencanto
Vivimos en tiempos de malestar. De disconformidad con las
instituciones políticas democráticas. En América Latina, la insatisfacción con el sistema
democrático se expresa estadísticamente en índices elevados 1. La región ha estado
experimentado recientemente salidas presidenciales anticipadas de su cargo – en
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Dos estudios muestran un descenso en la aprobación al sistema democrático del 67% al 57% en 2018
respecto a 2006. Asimismo, una caída similar de la satisfacción con la democracia, que desciende al 40%.
La tolerancia a posibles Golpes de Estado por los niveles de delincuencia o corrupción se ubican en el
50% y el 43% respectivamente. Uno es el estudio de Latinobarómetro, que realizó 20.204 entrevistas,
entre el 15 de junio y el 2 de Agosto, con muestras representativas de la población total de 18 países de
América Latina. Informe completo disponible en https://www.latinobarometro.org/lat.jsp.

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diversos formatos y diferentes países – pero con el mantenimiento de la


constitucionalidad democrática. Lo específico de estas caídas presidenciales es que se
presentaron en un contexto de gran malestar y hostilidad social (Urbinati 2013).
Y, al mismo tiempo, es un clima de descontento y disconformidad. No se trata
de un malestar con la representación o contra ella, como si estuviera en peligro o en
crisis. Sino que el malestar se da “en” la representación. Ella se configura como
experiencia vivida en “deslealtad”, “desaprobación” y “desconfianza” (Zamitis Gamboa
2018: 48, 49). Pero la particularidad de esta atmósfera afectiva es que no cuestiona el
vínculo de la representación en cuanto tal, sino que lo vive en malestar. “La
representatividad ha transferido su crisis a la democracia misma, haciéndola ver débil”
(Puerta Riera 2019: 36). Esto propicia la aparición de cuestionamientos a la legalidad
del régimen desde su propio interior. Las amenazas a las democracias parecieran
presentarse como desde sus mismas entrañas (Malamud 2019). Este escenario nos
permite atender a la democracia en el “posmodernismo” en términos de Burke (2005:
26) como “movimiento cultural o conjunto de movimientos”.

Las culturas políticas en el malestar democrático


La noción de culturas políticas permite el abordaje del escenario de malestar en
un cruce interdisciplinario entre la ciencia política, la de la comunicación y la crítica
cultural. Una aproximación genealógica a la historia del concepto da cuenta de su
instalación en el campo de la ciencia en el año 1963 a partir del clásico ensayo La
Cultura Cívica de lxs estadounidenses Gabriel Almond y Sidney Verba. Allí, en el gesto
científico que descubre, buscaban conocer cuál sería el “contenido” de una “nueva
cultura mundial” caracterizada por un impulso de participación política (Almond &
Verba 1970: 19, 20).
El desarrollo del término en la actividad científica llevó a que el estudio de las
orientaciones políticas de las comunidades articulara la consideración de los procesos
cognitivos, afectivos, de creencias y construcción de conocimiento, con las prácticas
que configuran sistemas de valores, representaciones simbólicas e imaginarios
colectivos (Schneider & Avenburg 2015: 114). La consideración por las preferencias y
las actitudes ciudadanas comenzó a desplazarse del foco en las creencias y la acción
racional para analizar cómo interactúan las diferencias en el orden de la complejidad del
lenguaje. “La historia intelectual puede entenderse a su vez como el producto de un
campo de fuerza de impulsos que con frecuencia están en conflicto y que la atraen hacia

El otro, es la investigación Americas Barometer realizada entre diciembre 2018 y enero 2019 por The
Latin American Public Opinion Project (LAPOP) de la Universidad de Vanderbilt (EEUU) que reunió
31.050 entrevistadxs en 20 países de la región. Disponible en:
https://www.vanderbilt.edu/lapop/ab2018/2018-19_AmericasBarometer_Regional_Report_10.13.19.pdf.

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un lado o hacia otro” (Jay 2003: 16). El juego entre las palabras cultura y política
permitió añadir al “conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones
civiles y los grupos comunitarios organizados” una consideración por “el desarrollo
simbólico (…) para un tipo de orden o de transformación social” (Canclini, 1987: 26).
Este desarrollo del enfoque sobre las culturas políticas pone el énfasis en el
carácter reconstruido y dinámico de los signos, que otorga sentido y coherencia a la
complejidad de las relaciones políticas en la sociedad. El concepto de culturas políticas
abre a la disciplina de la ciencia política el contacto interdisciplinario con otros campos.
Porque cultura implica “el conjunto de los habitus que nos han socializado (…) los
sentidos comunes en que participamos, los estereotipos que reproducimos, los goces
heredados, las maneras en que interactuamos con los demás y las formas en que todo
ello determina un posicionamiento ante el mundo…” (Vich 2014: 18). Utilizo el plural,
culturas políticas, y pongo el énfasis en su indeterminación. Porque “los desarrollos
teóricos de los estudios culturales, y de la antropología post-estructural y feminista, nos
han llevado a comprender que las ‘culturas’ no son, ni fueron nunca, entidades
naturalmente definidas” (Wright 1998: 5).
Allí se habrán de jugar la percepción, interacción y transformación de la vida
social en el mundo. “Todas las culturas son híbridas (…) una incesante confrontación
con procesos estéticos e intelectuales; (…) en la cultura el potencial para imágenes
audaces y declaraciones osadas” (Said 2005: 53). En ese diálogo sobre la cultura
política como constitutiva de la matriz significante de la vida en común es donde se
juegan las luchas por el poder, se ponen en acto sus relaciones, se establece una
definición de quiénes, cómo y por qué podrán establecer los términos del mando y la
obediencia. Más aún, es en aquella matriz en donde se librará el devenir de los límites,
las fronteras, lo visible o invisible, lo impensable, lo realizable y lo inconcebible.

El escándalo democrático
Para observar la indignación en relación con las fisuras de la cultura
democrática, me remito al desarrollo de esta última realizado por Jacques Ranciere
(2006) en El Odio a La Democracia. Allí se rastrea al gesto que establece la constitución
democrática moderna en los Estados Unidos como para obtener el máximo provecho
posible del hecho democrático. A partir de allí, opera una fórmula de distinción entre
una sociedad aceptable, buena, que es la que reprime “la catástrofe de la civilización
democrática” (Ranciere 2006: 5). Su catástrofe, o “crimen”, está en ser un régimen
político que “no es propiamente uno” (Ranciere 2006: 31). Ello queda establecido en la
tradición del pensamiento con las lecturas de Platón.

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En el libro III de Las Leyes, cuando habiéndose inaugurado la política debía


decidirse el mejor gobierno, se establecieron los títulos en virtud de los cuales algunos
mandan y otros obedecen. Sin embargo, allí el Ateniense afirma a la “suerte” como el
séptimo título. “… Digamos que es muy justo que la autoridad siga el resultado de la
suerte; y que aquel a quien la suerte no ha favorecido, obedezca” (Platón 1967: 602).
Este título que no es tal, expone la necesidad de que la política tenga un - y solamente
un – principio, un último fundamento que establezca con justicia la desigualdad para
mandar y obedecer. La democracia se condensa en esta imposibilidad de proporcionar
un último fundamento, en el ejercicio de la igualdad de las contingencias que definen la
diferencia. La democracia potencia una ética que se opone al poder (Seco Martínez y
Rodríguez Prieto 2005, pp. 13-14). Frente a esta subversión radical es que “fue
racionalizado el odio a la democracia con Platón” (Ranciere 2006: 71). Un odio que es a
la vez síntoma “la excepción que perturba la superficie de la falsa apariencia (…) y
fetiche (…) la personificación de la mentira que nos permite tolerar la verdad
intolerable (…) Un objeto puede funcionar como síntoma (de un deseo reprimido) y casi
al mismo tiempo como fetiche (personificando la fe a la que renunciamos de modo
oficial)” (Zizek 2005: 119).
Esta perspectiva toma relevancia en la difusión del modelo republicano-
democrático de Europa occidental (con las repúblicas italianas del siglo XV). Porque “el
núcleo del origen esencial de Europa se vio personificado sólo en Grecia, y la
lingüística indogermánica en desarrollo presentó detrás de los griegos a los arios como
primer origen” (Assman 2005: 73). Así es que el análisis de lo político se abre al
encuentro del análisis cultural. “Surge necesariamente una teoría de la cultura en la
medida en que la pregunta por el origen deja de tener una respuesta garantizada”
(Schröder 2005: 8)
Laurent de Sutter presenta a la indignación como la máxima expresión de la
razón moderna, como “la razón misma” (2020: 107). Ella funda, descalifica, enjuicia,
forcluye y prohíbe. Encuentro a la indignación como dispositivo que obtura el devenir
democrático, a partir de una configuración establecida en lo que el autor titula una
“adicción al escándalo”. El dispositivo de la indignación, como “red” establecida con la
“función esencial [de] responder a una urgencia” (Agamben 2014: 6, 7). La
contingencia de esta necesidad radica en la configuración de un patrón de olvido, de
anestesia funcional para estar en el mundo.
Una completa obediencia al régimen que diagrama la performatividad, para poder hacer
cualquier cosa. Pero este cualquier cosa no es cualquier cosa. El fundamento de la razón
“es suficientemente objetivo y se llama convicción (…) ¿Resulta lo indecible
necesariamente menos objetivo que lo articulado? (…) La objetividad de la
comunicabilidad, ella continúa teniendo bajo control nuestros ideales y prácticas
científicas” (Daston 2005: 136, 156)

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Todo lo impensable, lo indefinible, lo indecible, lo que resta, queda anulado por


este mismo gesto anestésico tranquilizador. “Para que haya anestesia, siempre es preciso
que haya un pinchazo (…) una sensación brutal inmediatamente seguida de su anulación
(…) que no borra el recuerdo de lo que la procedió, sino que se contenta con
transformailo en algo con lo que no tenemos nada que hacer (…) la indignación es el
estado afectivo primario de la era de la anestesia” (de Sutter 2020: 118).
El dispositivo es una máquina de subjetivaciones, una máquina de gobierno
(Agamben 2014: 23). Es precisamente la gestión del principio democrático de lo que no
tiene un origen. De aquello que no deja de escandalizar al poder constituyente como su
propia incapacidad de garantizar a un principio último que sea infalible. "Lo que
importa no es la barrera, sino el ordenador que señala la posición de cada uno, lícita o
ilícita, y opera una modulación universal” (Deleuze 1991: 4).
La indignación como dispositivo de afección posibilita la afirmación del
fundamento y desata su lógica violenta contra aquello que no se adapte a la justicia de
su reparto. “En cada dispositivo hay una decisión que se esconde” (Tiqqun: 6) y el
dispositivo de la indignación “encuentra en lo que escandaliza algo así como una causa
común, en el doble sentido de un combate que se debe llevar a cabo y de un principio
original, de un arché, hacia el cual volverse en caso de duda” (de Sutter 2020: 110).
En esta red de prácticas de subjetivación y modulación, el dispositivo de la
indignación – escandalizado de la perversión democrática que no se ajusta a lo que le
corresponde – se vale de la cultura de la cancelación.

Cancelación y radicalización
La cultura de la cancelación es un fenómeno de las redes sociales que confirma
este rasgo de la racionalidad del escándalo: fortalece el lazo social a través de la
satisfacción de identificarse con una comunidad que se entrega a un objeto (y un sujeto)
de rechazo. Esta se da en la forma de una comunicación por redes sociales. Si la
“conversación es la forma auténtica en la cual el hombre aprende a orientarse en el
mundo (Gadamer 2005: 19) cabe considerar los efectos de dichas prácticas en las
culturas políticas .
La casi completa digitalización de la vida y la comunicación contemporáneas
generan millares de comportamientos, reacciones, emociones, impulsos, patrones,
respuestas, rastros de las prácticas humanas que son registrados. Su participación en los
dispositivos se realiza en tanto lo que (Rouvroy y Berns 2016: 96) llaman
“gubernamentalidad algorítmica”, dando cuenta de ese “increíble lazo entre el lenguaje
y la tecnología” que “no puede ser subestimado en la postmodernidad” (Haraway 1995:
357).

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Observo entonces un tejido que configura nuevas prácticas culturales alrededor


del dispositivo de la indignación y la comunicación digital. Una de ellas es la cultura de
la cancelación. Su ejercicio implica ganancia de prestigio y status frente a una
comunidad. Destaco en la conceptualización de ganancia, su doble acepción:
económica, pero también como fenómeno electrónico de amplificación de voltaje. “Se
define la ganancia acústica como el aumento en nivel que un oyente dado en el público
percibe con el sistema encendido, comparado con el nivel que el oyente escucha
directamente del hablador cuando el sistema está apagado” (Eargle 1999, p.p. 33). La
ganancia se distingue de volumen en la medida en que la primera no involucra
necesariamente un fenómeno de sonido. La ganancia puede no escucharse, pero siempre
involucra un efecto: de potencia o de atenuación del volumen.
Lo interesante de esta distinción es que el volumen tiene una importante
influencia en el nivel del sonido percibido, mientras que la ganancia lo hace en mucha
menor medida. Más bien, la ganancia opera como “potenciómetro” (Cuadrado &
Domínguez 2019, p.p. 130). Porque en lo que influye, principalmente, es en la
saturación o la distorsión de la señal. Aquello que implica dimensiones de temporalidad
y espacialidad físicas del sonido en el concepto de ganancia, también remite a la
cuestión de la técnica. “Los controles son modulaciones” (Deleuze 1999: 2). El efecto
de potencia o atenuación de la ganancia solo es posible en tanto operación tecnológica
para la reproducción y la amplificación sonoras, como “un sistema de refuerzo” (Eargle
1999, p.p. 32). Y considerando que el sonido se trata “de una cosa construida
culturalmente” por “palabras específicas, (…) unas prácticas de escucha concretas, (…)
un trabajo de obras, de reflexión, de nominación…” (Chion 1999, p.p. 352, 353)”.
En la dinámica de la cancelación se consigue reclutar a quienes adhieren a la
sentencia y la promueven, y también identificar a quienes se rehúsan a hacerlo, ya sea
por cuestionar la evidencia, la gravedad de la transgresión o por abrirse a la escucha de
las partes. Fuerza tomas de posición enfrentadas, promoviendo escenarios de
polarización. “Ninguna identidad cultural aparece de la nada; todas son construidas de
modo colectivo sobre las basesde la experiencia, la memoria, la tradición” (Said 2005:
39). No importa el por qué, pero el mismo acto de despegarse de la tendencia
cancelatoria, la refuerza, pues les convierte en merecedores de la misma ola de
acusación y castigo.
La característica de estas textualidades diagraman a las experiencias de la
cultura en un marco de estados anímicos de ansiedad, frustración y angustia (Berardi,
2007). La comunicación viral por la red despliega una serie de dispositivos, como los
llama Sloterdijk (2000), de generación de excitación. Como psico-fármacos, fusibles del
condicionamiento emocional, y al mismo tiempo como sus extensores. Pero la
excitación demanda la anestesia. Y la cancelación es una práctica generadora de
dopamina, reproduciéndose cruelmente como fármaco para sensaciones de

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aburrimiento. Tiene resultados inmediatos y satisfactorios. Por ejemplo, la camaradería


intra-grupo cancelario. Es algo que resuena instantáneamente. Mientras, los riesgos o
peligros personales de participar en estos movimientos, son distantes y abstractos. Tiene
al menos dos aristas: una como fenómeno frecuente entre adolescentes y/o
personalidades construidas en plataformas digitales (Youtubers, vloggers). Pero
también, como método de intervención social en el espacio público para efectuar
reparaciones justicieras ante personalidades que, por jerarquías y estatus, gozan de
circuitos de impunidad.
Se pueden considerar así los grabados emocionales de odio en los objetos y los
sujetos. La ganancia de las historias de cancelación se da como narrativas de
“articulaciones espaciales (…) como una arquitectura (…) [lo que nos permite
considerar los] relatos no sólo como cuentos, sino como escenarios (…) historias como
espacios para "almacenar" (Mitchell 2005: 77). El remedio, entonces, no puede ser otro
que la confrontación y eliminación de dicha existencia por completo. Esto se vincula al
escenario de cultura participativa, no de crisis de representación sino de participación
por malestar en la representación. “El habitar en el espacio no se puede pensar sin una
pertenencia interior de los habitantes al lugar en el que permanecen (…) El lugar del
cuerpo constituye al mismo tiempo un lugar genuino del discurso en el cual algo se
muestra y se enuncia de modo tal que jamás algo o alguien están absolutamente en su
lugar.” (Waldenfels 2005: 161, 167)
Si bien es cierto que comienza en Redes Sociales, con la gramática de Twitter
como su ambiente ideal: por la velocidad de interacción extrema del formato tuit, su
creciente uso como medio informativo de noticias y actualidad; y cierto halo de
anonimato tras caracteres sin imagen. pero tiene su correlato en Facebook – con sus
rasgos de novela como estilo literario y declaraciones más extensas –; y también en
YouTube. Esto refleja un fenómeno particular de la actualidad donde la identidad
pública, al estar tan entrelazada a la tecnología digital, se vuelve una cuestión para
abordar desde la técnica. Si vivimos en una época donde la reacción y la impulsividad
interviene fuertemente en los procesos de agencia, la gestión emocional de la atención
se convierte en un elemento central para analizar las transformaciones en las culturas
políticas.
Otro aspecto a relacionar con la cancelación son algunas observaciones
presentes en estudios recientes sobre radicalización de Abien Carré y Laurent Bonelli
(2018). Si bien ellxs se enfocan en casos de adhesión a movimientos violentos
frecuentemente asociados al uso político de la religión, recojo ciertas conclusiones y las
pongo en juego con la situación de la cultura de la cancelación. Lxs autores encontraron
que las redes sociales promueven disposiciones violentas y actitudes agresivas;
proporcionan narrativas que dan sustento interpretativo al campo emocional del

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malestar, la frustración y el disgusto; refuerzan algún tipo de vínculo social afectivos; y


dan cuenta de un escenario de desafío a la autoridad.
Jóvenes detenidos acusados de participar en actividad potencialmente terrorista
en Francia, no terminaban mostrando un fuerte apego a principios políticos. El sentido
de sus actos, en cambio, se inscribía más como estrategia para enfrentar y desestabilizar
a diferentes autoridades: educativas, familiares o laborales. “En un ambiente de
desconfianza o de desmotivación” la soberanía tiende a ejercerse de manera no
tradicional, desde una perspectiva institucional en lo que Castoriadis llamó “melancolía
democrática” (Puerta Riera 2019, pp. 17, 28). Esta figura de la melancolía me remite a
lo desarrollado alrededor del “impacto emocional” de los objetos paleontológicos en el
museo: “es como si fomentaran la ocasión para un doble luto: (…) por las muertes de
las remotas criaturas (…); en segundo lugar, por la pérdida del aura de la obra de arte
única (…) Pero estas obras ya no provocan risas, a diferencia de los dinosaurios. Son
demasiado literales en su evocación de la muerte, el desastre y la extinción masiva.
(Mitchell 2005: 84).
Abordadas de esta manera, la relación entre cancelación, radicalización, redes
sociales y culturas políticas sostendrá el marco interpretativo en el cual la escritura se
abrirá a la manera en que el dispositivo de la indignación reprodujo el odio y el jaque a
la democracia, imprimiendo afecciones a las culturas políticas del presente, en las cuales
se librarán las definiciones por el principio de lo político. Porque “la historia no existe
en algún lugar fuera de la mente y sus fantasmas” (Greenblatt 2005: 105) es que un
abordaje cultural de lo político contribuirá a la creación de otros posibles.

Una conclusión para comenzar: la cultura democrática ante la muerte de D10S


La problemática central de las redes sociales a la democracia en el dispositivo de
la indignación es el proceso de confirmación del escándalo democrático. Escándalo por
aquello de la democracia misma que no dejará de afirmar la igualdad en la desigualdad.
Que no dejará de minar toda presentación de fundamentos como garantía del orden. Los
efectos de sentido de este escándalo sobre las emociones, sobre el comportamiento, o
sobre la disposición a actuar se da a través de la información. Y se sirve a su
capitalización en la era del “Bloom”, la de la “crisis generalizada de la presencia (…) en
virtud de la generalidad de la economía en crisis” (Tiqqun: 3). Una comercialización de
mercado de futuros humanos: “los cuerpos se han convertido en cyborgs --organismos
cibernéticos-i-, híbridos compuestos de encarnación técnico-orgánica y de textualidad
(...) El cyborg es texto, máquina, cuerpo y metáfora, todos teorizados e inmersos en la
práctica en términos de comunicaciones” (Haraway 2019: 364). La emancipación
implica una lucha frente al odio que toma al otro como enemigo. ¿Cómo opera el
escándalo frente al otro de la democracia? “La razón fue inventada para justificar el

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escándalo” (de Sutter 2020: 112). Los objetos nos vienen dados por fuera del proceso
que los constituye. La autoridad asumida de manera anestésica.
Para leer y escribir sobre los vaivenes de la cultura democrática en torno a la
indignación suscitada por el funeral de Diego Maradona, quisiera desplegarme en la
invitación de Donna Haraway (2015: 160) – frente al arraste a la recursividad de la
subordinación – a reposicionar “refugios” que “incluyan el duelo por las pérdidas
irreversibles”. Y la posibilidad de estos refugios se encuentran en la creación
democrática. Que se presente “aquello que todos aceptan como posible de otro modo”
(Bolz 2005: 189). La democracia es “antes que nada, esta condición paradojal de la
política, este punto donde toda legitimidad se confronta a su ausencia de legitimidad
última, a la contingencia igualitaria que sostiene la propia contingencia no-igualitaria.”
(Ranciere 2006: 78).
Lo que sucedió en la conversación por redes sociales durante el funeral de
Maradona permitirá observar cómo se desplegaron los juegos de la violencia de la
indignación. ¿Cuál es su tolerancia, su permisividad? El desafío de elaboración del
duelo del último hombre-dios y la reconstitución del espacio de su memoria es una
responsabilidad que nos convoca. Pues “para que cualquier ser humano ocupe el lugar
del poder simbólico, tiene que existir en otro lugar, oculto y subterráneo, un cadáver
vivo, el cuerpo del garante "natural" del poder” (Zizek 2005: 122). Y el Diego puede ser
tan escandaloso como la democracia: pues no llevan la camiseta de los poderosos.
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BILIOGRAFÍA

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