Está en la página 1de 2

BLAISE PASCAL.

Censuro yo igualmente a los que toman el partido de elogiar al hombre como a los que toman el
partido de censurarlo, y a los que toman el de divertirlo; y no puedo aprobar sino a aquellos que
buscan entre gemidos. Los estoicos dicen: "Entrad en vosotros mismos; en ello encontraréis el reposo";
pero esto no es verdad. Otros dicen: "Echáos fuera y buscad la felicidad divirtiéndoos"; y esto no es
verdad. Las enfermedades sobrevienen; la felicidad no está ni en nosotros ni fuera de nosotros; está en
Dios y fuera y dentro de nosotros.

La grandeza del hombre es grande, porque el hombre conoce su miseria. Un árbol no conoce su
miseria. Es pues, ser miserable, el hecho de sentirse miserable; pero es ser grande, el hecho de conocer
que se es miserable. Tales miserias no provienen sino de la grandeza misma. Son miserias de gran
señor, de rey desposeído.

Yo puedo concebir un hombre sin manos, pies, cabeza, porque sólo la experiencia puede enseñarnos
que la cabeza es más necesaria que los pies, pero no puedo concebir un hombre sin pensamiento: sería
una piedra o un bruto. Es pues, el pensamiento, lo que hace el ser del hombre, sin lo cual no puede
ser concebido. ¿Qué es lo que siente placer en nosotros? ¿La mano? ¿El brazo? ¿La carne? ¿La sangre?
Vese cómo es preciso que sea algo inmaterial.

No en el espacio debo buscar yo mi dignidad, sino en el arreglo de mi entendimiento. Ni en más ni


en menos lo arreglaré, si poseo tierras. Por el espacio el universo me comprende y me contiene, como
un punto; por el entendimiento yo lo comprendo a él.
El hombre no es más que un junco, el más débil de la naturaleza, pero un junco que piensa. No es
necesario que el universo entero se arme para aplastarle. Un vapor, una gota de agua son bastante
para hacerlo perecer. Pero, aun cuando el universo lo aplastara, el hombre sería más noble que lo que
lo mata, porque él sabe que muere. Y la ventaja que el universo tiene sobre él, el universo no la
conoce. Toda nuestra dignidad consiste pues, en el pensamiento. Esto es lo que puede ensalzarnos, no
el espacio y la duración que nosotros no podríamos llenar.
Esforcémonos, por consiguiente, en bien pensar; he aquí el principio de la moral. El hombre está
visiblemente construido para pensar: esto es toda su dignidad y todo su mérito; y todo su deber
consiste en pensar como es debido; y el orden del pensamiento en empezar por sí mismo, y por su
autor y su fin. Pero, ¿en qué piensan las gentes? Jamás en esto, sino en danzar, tocar el laúd, cantar,
hacer versos, correr sortijas, etc., construir seres, hacerse rey, sin pensar en qué consiste el ser rey y el
ser hombre.

Cosa peligrosa es hacer ver con exceso al hombre cómo es semejante a las bestias, sin mostrarle su
grandeza a la vez. Pero aún es más peligroso hacerle ver demasiado su grandeza sin su bajeza. Y aún
lo es más dejarle ignorar lo uno y lo otro. Pero es muy útil imponerle de lo uno y de lo otro. Y ahora,
que el hombre sepa su precio. Que se ame, porque hay en él una naturaleza capaz del bien; pero que
no ame la bajeza que en él está. Que se desprecie por esto su capacidad natural. Que se odie, que se
ame; tiene en si la capacidad de conocer la verdad y de ser dichoso; pero no posee una verdad
constante o que satisfaga.

Yo querría pues, llevar al hombre a que desee encontrar su verdad, así y estar pronto y desnudo de
pasiones, para seguirla doquiera que la encuentre; mas, sabiendo cómo su conocimiento está
oscurecido por las pasiones yo quisiera que él odiase en sí la concupiscencia que tanto le mueve, a
fin de que ésta no le cegara al hacerse la elección, ni le detuviese, una vez la elección ya hecha.
El alma es arrojada al cuerpo para residir en él durante poco tiempo. Ella sabe que esto no es más
que un tránsito para el viaje eterno y que tiene el poco tiempo que dura la vida para prepararse a
éste. Del poco tiempo aun las necesidades de la vida le toman una buena parte. Le queda poquísimo
de qué disponer. Pero este poquísimo que le queda le incomoda tanto y le embaraza tan extrañamente,
que aquella no piensa sino en perderlo.
Es para ella una pena insoportable estar obligada a vivir a solas y pensar en sí misma. Así lo que
procura es olvidarse de sí, y dejar volar este tiempo tan corto y tan precioso sin reflexionar,
ocupándose en cosas que le impidan pensar en su fin. Éste es el origen de todas las preocupaciones
tumultuarias de los hombres y de todo aquello que se llama diversión o pasatiempo, porque el objeto
de estas cosas es, en efecto, pasar el tiempo sin sentirlo, o mejor, sin sentirse uno mismo y evitar,
perdiendo una parte de la vida, la amargura y disgusto interior que acompañarían necesariamente la
atención que uno consagraría a sí mismo durante este tiempo.
Si nuestra condición fuese verdaderamente feliz, no nos sería preciso divertirnos para ser dichosos. Poca
cosa nos consuela, porque poca cosa nos aflige. Nada hay tan insoportable para el hombre como el
permanecer en pleno reposo, sin pasión, sin negocio, sin diversión, sin aplicación. Siente entonces su
abandono, su influencia, su dependencia, su impotencia, su vacío.

(Pascal, B., Pensamientos, Buenos Aires, Losada, 1972, p. 160 - 63, 179, 185 y 186)

También podría gustarte