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En Historia de un oso (2016), las imágenes van contando una parte biográfica
de su director, Gabriel Osorio referida al exilio que sufrió su abuelo, retratadas
simbólicamente con el recurso de animación, y que en solo 10 minutos transmite
infinidad de emociones como tristeza originada por la separación forzada de una
familia, situación vivida por muchas personas en Chile que se vieron obligadas a buscar
el exilio y también resiliencia para continuar una vida lejos de las raíces y sin ninguna
certeza de un reencuentro. Es una pieza fílmica que conecta la emoción con la
memoria colectiva no solo de Chile, sino también con situaciones semejantes ocurridas
en cualquier país y en cualquier época.
El más reciente ejemplo de cortometraje
titulado Bestia (2021), un thriller psicológico,
dirigido por Hugo Covarrubias, realizado en
formato Stop Motion, con una duración de 15
minutos, no tiene diálogos y relata hechos reales
basados en investigación periodística realizada por
Nancy Guzman, autora del libro “La mujer de los
perros” y que detallan una forma brutal de tortura
a la que fueron sometidas mujeres detenidas
durante la dictadura militar, y que ejecutó Ingrid
Olderock integrante de la Dina quien adiestró
perros para violar a prisioneros políticos. Historia
de un horror y crudeza indescriptible, un pedazo de
memoria histórica que permite mostrar la maldad y atrocidades que ocurrieron en Chile
y que han estado ocultas por décadas.
Ante lo expuesto anteriormente es que cabe destacar una pregunta realizada muy
repetida a propósito de las recientes nominaciones y premiaciones de piezas artísticas
nacionales en los Premios Oscar ¿Es la dictadura militar el único tema al que se puede
referir el cine chileno? La respuesta es claramente no; personalmente creo que nadie
podría negarlo. Pero si las producciones artísticas continúan abordando desde esta
temática es porque todavía hay heridas sin cerrar para una parte significativa de las
personas que fueron torturadas, tienen familiares y amigos desaparecidos o que les
contaron a través de relatos de otros, las vivencias de crueldad de ese período oscuro de
la historia de este país y que existen otros que se esfuerzan en ocultar u omitir. Recordar
además que el Derecho a la verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición ha
sido repetidamente vulnerado, incluso en la actualidad y son este tipo de obras
mundialmente conocidas las que intentan recuperar un poco de esa injusticia.
Así es como el cine nacional se toma esta libertad arrebatada por décadas, para
realizar obras artísticas que hablen de recordar, de volver con el corazón a esas
vivencias que parecen salidas de la ficción, del cine de horror y suspenso que nadie
pensó ni imagino podían llegar a ser realidad y que magistralmente estos nuevos
directores, muchas veces hijos, hijas, nietas, nietos de sobrevivientes, realizan obras
como las mencionadas, para dar cuenta a los pocos –o no tan pocos- que no lo creen o
desconocen esas historias y a los millones de personas en el mundo que no conocieron
el horror y la crueldad ejercida durante la dictadura militar. Puede llegar a sonar incluso
como un cliché la relación del cine latinoamericano con los horrores vividos en años de
dictadura, llegando incluso a sonar como fatalidad, si bien es sabido que la academia
sigue premiando estos tipos de temáticas ¿Qué tal malo es continuar con este cliché que
visibiliza la violencia y tragedias que marcaron la historia latinoamericana del siglo
XX?
Bibliografía