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En sus Diálogos, Platón habla de la función y del valor del alma, no por sí sola,
sino en relación con el cuerpo. En Timeo, explica la naturaleza del alma y su
ubicación y función en el cuerpo: “recibieron el principio inmortal del alma,
construyeron el cuerpo mortal, que dieron a aquélla como un carro para que la
llevara”[1]. El cuerpo no es más que el vehículo para transportar al alma
inmortal y divina (la razón). Pero, además de esta alma inmortal, los dioses
colocaron en el cuerpo un alma mortal, la cual funciona como centro de las
pasiones.
Cada una de las almas está ubicada en un lugar distinto del cuerpo,
dependiendo de la función que debe cumplir: al alma inmortal la colocó en la
cabeza y así, separada del resto del cuerpo por el cuello, podía cumplir su
función divina de trabajar con la sabiduría sin ser mancillada por las
emociones. “en el pecho y en lo que llamamos tórax fue donde encadenaron al
género mortal del alma”[2]; esta, a su vez, está dividida en dos partes
separadas por el diafragma. La superior, es donde las pasiones son manejadas
por el corazón, como ente que las lleva a cada centímetro del cuerpo; la
inferior, desde diafragma al ombligo, controla la necesidad de alimentos y
bebidas funcionando como una despensa para el cuerpo, siendo ubicada lo
más lejos posible de la cabeza para no perturbar al alma inmortal con sus
necesidades físicas.
La salud y la ausencia de enfermedades “depende de la armonía entre el alma
y el cuerpo o de su oposición”[3]. Es decir, es el equilibrio entre estos dos el
cual permite al hombre estar sano; el desequilibrio por debilidad corporal o del
alma causa la enfermedad. El hombre, para ser bueno y bello, debe cuidarse
ejercitando el cuerpo para que el alma pueda trabajar a su máximo
rendimiento; y, a la vez, para ser bello no se requiere sólo ejercitar y cuidar el
cuerpo, sino también alimentar el alma y “recurrir a la música y a la filosofía y
solamente así merecerá [el hombre] ser llamado bello y bueno”[4].
Pero para Platón el cuerpo no es sólo el vehículo del alma, es también una
cárcel: “mientras tengamos nuestro cuerpo, y nuestra alma esté sumida en esta
corrupción, jamás poseeremos el objeto de nuestros deseos; es decir, la
verdad”[5]. En Fedón, Platón analiza la relación entre cuerpo y alma desde un
punto de vista distinto: ya no lo relaciona con el objetivo animal y natural del
hombre, sino con su objetivo metafísico; con la búsqueda del bien.
Sócrates ha sido juzgado y se le ha condenado a muerte pero, para sorpresa
de sus contertulios, no le teme a la llegada del final porque “los verdaderos
filósofos no trabajan durante su vida sino para prepararse a la muerte”[6]. Y es
con la muerte que Platón explica su visión del alma y del camino a la verdad.
La muerte no es más que la separación del cuerpo mortal que perece y del
alma inmortal que perdura. Y, siendo que el filósofo sólo se preocupa por los
temas del alma (la justicia, la belleza, el bien), ya que los temas del cuerpo
(comer, beber, los trajes, el calzado, etc.) no son de su cuidado, entonces, al
desprenderse del cuerpo con la muerte, podrá alcanzar la pureza suficiente
para conocer aquellas cosas que el cuerpo no le permitía vislumbrar con
claridad.
Platón afirma que el razonamiento (valor únicamente poseído por el alma) es lo
único que le permite al hombre llegar a la verdad porque “l’essentiel est
invisible pour les yeux”[7] (lo esencial es invisible para los ojos), ya que estos
sólo llevarán al engaño del alma y a inducirla a errar. Esto se debe a que los
fines que busca el alma (la justicia, la belleza, el bien) no pueden ser percibidos
por los sentidos, sino sólo por el intelecto, lo que lleva a que si se busca la
verdad con los sentidos se errará porque estos no pueden conocerla, entonces
“si queremos saber verdaderamente alguna cosa, es preciso que
abandonemos el cuerpo, y que el alma sola examine los objetos que quiere
conocer”[8].
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