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Patricia Matthews Amor Pagano

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Patricia Matthews Amor Pagano

PATRICIA MATTHEWS

AMOR
PAGANO

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Patricia Matthews Amor Pagano

ÍNDICE

ÍNDICE .................................................................................... 3
ARGUMENTO .......................................................................... 4
La Canción de Liliha ............................................................ 5
Capitulo 1 .............................................................................. 6
Capítulo 2 ............................................................................ 20
Capítulo 3 ............................................................................ 32
Capítulo 4 ............................................................................ 45
Capítulo 5 ............................................................................ 60
Capítulo 6 ............................................................................ 73
Capítulo 7 ............................................................................ 90
Capítulo 8 .......................................................................... 104
Capítulo 9 .......................................................................... 123
Capítulo 10 ........................................................................ 146
Capítulo 11 ........................................................................ 161
Capítulo 12 ........................................................................ 172
Capítulo 13 ........................................................................ 191
Capítulo 14 ........................................................................ 214
Capítulo 15 ........................................................................ 229
Capítulo 16 ........................................................................ 245
Capítulo 17 ........................................................................ 262
Capítulo 18 ........................................................................ 282
Capítulo 19 ........................................................................ 296
Capítulo 20 ........................................................................ 307

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ARGUMENTO

Una joven y hermosa princesa, prometida a un jefe


indigena. Su rostro inocente, su tez morena, sus
sensuales curvas reflejaban la exótica combinación
de sangre inglesa y aborigen que corría por sus venas
y cautivaban a todos los que la conocían. En un
mundo salvaje y primitivo, donde la muerte y la
traición destruyen sueños, Liliha debe luchar por
mantener sus ideales, permitiendo que aquel apuesto
extranjero penetre en su tierno corazón.

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La Canción de Liliha

Me poseíste... me deshojaste sin pararte a pensar,


Como habrías arrancado los pétalos de una flor.
Me apartaste del seno de mi bienamada Maui,
Hana Maui.
Mi madre llora por mí.
Se acerca a la playa y grita mi nombre al viento.
Pero no hay respuesta.
Mi alma clama, ¡auwe!
pues mi amor, Koa,
Cuyos huesos yacen ahora en el heiau sagrado,
Ya no vendrá más a mí.
Tengo vacíos los brazos y el corazón.
Soy prisionera aquí, en esta tierra extraña y fría,
Con sus frías y extrañas costumbres.
Sin embargo, soy hija de reyes,
Y aunque puedes retener mi cuerpo,
Libre es el corazón que late en mi pecho.
Como un pájaro cautivo
Sólo espera que le abran la puerta de la jaula;
Y entonces retornaré
A mi pueblo,
A mi isla,
Hana Maui.

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Ca p i t u l o 1

A lo largo de la tarde los tambores ceremoniales no dejaron de sonar,


rítmicamente como el latido de un corazón gigantesco, y Liliha, en la penumbra de la
choza de techo de paja, sintió que el flujo de su propia sangre se aceleraba con el
resonar de los instrumentos.
Tenía los cabellos y el cuerpo untados con aceites fragantes, como preparación
para el honor que muy pronto se le dispensaría. Sólo restaba vestir el nuevo lienzo
kapa que su madre Akaki había preparado especialmente para la ocasión.
Después de completar su tocado con la ayuda de su madre y otras mujeres, Liliha
se sentía más bella y vital que nunca. Movió suavemente la cabeza a un lado y al
otro, y la complació la sensación de sus sedosos cabellos negros largos hasta la
cintura, que le acariciaban la dorada piel desnuda.
Respiró hondo cuando penetraron en la choza los olores tentadores del cerdo que
estaban asando. Como era mujer, Liliha no compartiría la carne suculenta —como
tampoco podría comer la blanca carne del tiburón o las bananas— pues esos
manjares eran kapu, estaban prohibidos a las mujeres.
Liliha sonrió para sí mientras pensaba en los bocados que había robado y
saboreado, en franco desafío a los kapus, los tabúes. Aunque el castigo aplicado a los
culpables a menudo era la muerte, ella y muchas jóvenes y mujeres con frecuencia
infringían las leyes, que por supuesto eran obra de los hombres y estaban destinadas
a provocar dificultades a las féminas.
Después, sus pensamientos se orientaron hacia un hombre, Koa, cuya esposa sería
en pocas horas más. Koa era hermoso y fuerte, y tenía anchas espaldas que podían
soportar el peso del mando, y brazos vigorosos para combatir a sus enemigos y
abrazarla estrechamente. Se reunirían esa noche en la casa matrimonial, un lugar al
que no tenía acceso el resto de la tribu.
Mientras Liliha pensaba en Koa, percibía el dulce aroma de las flores que
adornaban sus cabellos, y la sangre corría cálida por sus venas. Podía considerarse
muy afortunada porque la había elegido por esposa un alii, un cacique. Por supuesto,
ella sabía que había sido una elección natural, porque ella tenía sangre real a causa
de su madre, y decían que el padre había sido un príncipe en su propio país. Cuando

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se unieran, el mana de ambos se acrecentaría, y era indudable que tendrían hijos


fuertes y sanos que continuarían el linaje.
La enorme figura de Akaki entró en la choza y su cuerpo impidió el paso de la luz.
Liliha levantó los ojos y sonrió a su madre. La alta mujer devolvió la sonrisa, y sus
rasgos gruesos, pero aún bellos, se distendieron.
—¿Estás preparada, pequeña?
Liliha asintió.
—Aquí tienes flores frescas.
Akaki se arrodilló y retiró las flores de los cabellos de Liliha, reemplazándolas por
otras frescas; después, colgó una guirnalda del esbelto cuello de la muchacha.
Liliha se puso de pie, y su madre aseguró el lienzo kapa alrededor de la flexible
cintura de su hija. Finalmente, Akaki abrió la mano para mostrar a Liliha lo que
guardaba en ella. Era una pequeña talla de una figura femenina, fabricada con
madera dura y unida a un cordel.
—Pele —dijo en voz baja Akaki—. Te protegerá, como nos protegió antes a mi
madre y a mí.
Liliha, con los ojos relucientes a causa de las lágrimas, apretó la mejilla contra la de
su madre y abrazó a la mujer
— Ojalá, yo sea tan buena esposa y madre como tú — dijo formalmente.
Las dos mujeres se abrazaron nuevamente, y después Akaki y su hija salieron de
la choza al cálido sol de la isla, caminaron hacia el lecho conyugal de Liliha, un barco
de pesca.
Liliha experimentó un profundo sentimiento de felicidad cuando sintió moverse la
embarcación, impulsada por los músculos de los hombres. Después, ella marchó al
encuentro de su futuro, como la esposa de Koa y la reina de Hana.

Protegidos por las sombras cada vez más densas dos hombres, los únicos blancos
de la isla de Maui, se mantenían apartados y observaban la llegada de Liliha en la
lujosa embarcación. Era una nave pesada, y se necesitaban setenta hombres fuertes
para moverla. Liliha y Akaki viajaban con elegancia serena, casi majestuosa, bajo la
sombrilla de damasco.
— Bastante altiva para tratarse de una perra pagana, ¿verdad, reverendo? — dijo
el más delgado de los dos hombres.
— No me agrada ese lenguaje, señor Rudd —dijo Isaac Jaggar.

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— Reverendo, si usted cree que ella es una mujer tan importante y poderosa —
dijo Asa Rudd con voz burlona, ¿por qué está ayudando a secuestrarla?
— No importa lo que yo pueda pensar de Liliha Montjoy y su moral, o de su falta
de fe en el Todopoderoso, de todos modos es una, mujer, una de las más dulces
criaturas de Dios, y por eso mismo no puedo permitir que se la profane.
— De veras, reverendo, ¡usted es un verdadero caso!— dijo riendo Rudd.
Jaggar parpadeó, pero logró abstenerse de formular comentarios. A juicio de
Jaggar, Rudd era un hombre vulgar, un ateo; pero Jaggar se había aliado con él para
salvar las almas de los isleños, y tenía que soportarlo. Peor que la tosca naturaleza de
Rudd era su risa... un sonido agudo, chirriante, que recordaba ingratamente el
cacareo de las aves de corral.
Salvo la meta común, los dos hombres eran cada uno lo contrario del otro. Rudd
era bajo y moreno, rápido y ágil como una cucaracha que escapa de la llama de una
vela. Era el producto de las callejuelas y los barrios bajos de Londres. En cambio,
Isaac Jaggar era alto, desmañado, huesudo, con articulaciones nudosas y nariz
prominente en un rostro austero. En contraste con el gemido populachero de Rudd,
hablaba con el acento de Nueva Inglaterra, y su discurso abundaba en citas bíblicas.
Ahora Rudd dijo quejosamente:
—¿Dónde está Lopaka? No podemos hacer nada sin él. Dijo que vendría.
—Aquí estoy, Asa Rudd —dijo una voz gutural. Sobresaltados, los dos hombres se
volvieron. En la oscuridad, la figura de Lopaka se recortaba amenazadora. Era un
hombre alto y musculoso de unos treinta y cinco años.
Con su piel cobriza y ardientes ojos negros, Lopaka recordaba a Jaggar a los indios
norteamericanos a los que había visto antaño, durante una excursión por las grandes
planicies de Estados Unidos. Lopaka exhibía el mismo salvajismo silencioso, y por su
carácter era un hombre cruel, perverso y absolutamente sin escrúpulos. Cuando la
conciencia remordía a Jaggar porque hacía causa común con ese isleño, el religioso se
decía que el Todopoderoso seguía caminos extraños y misteriosos, y que si la unión
con Lopaka promovía la obra del Señor, que así fuera.
Con sus inquietos ojos saltones, el cuerpo nervioso, Rudd preguntó ansioso:
—¿Preparados para actuar, Lopaka?
—Yo estoy preparado, Asa Rudd —dijo Lopaka con su voz profunda. Lopaka
vestía únicamente un malo, pero pese a su cercana desnudez había en él algo
majestuoso, lo cual inducía a creer en su pretensión al gobierno de Hana.
— Poco antes de que comience la ceremonia lanzaré un grito de guerra. Esa será la
señal. Debéis estar preparados.

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Dicho esto comenzó a alejarse, no furtivamente, sino con pasos regulares. A pocos
metros desapareció, confundido en las sombras de la tarde.
—Caramba —dijo Rudd—, ¡ ese hombre me inquieta!
—Lopaka será un converso importante para la causa del Señor —canturreó Jaggar.
—¿Ese? ¡Es más probable que sea un converso para la causa del demonio!
Había llegado el momento.

Liliha salió de la choza a la luz originada por muchas antorchas que formaban un
círculo alrededor del lugar destinado a la ceremonia. Vio a Koa, alto y majestuoso,
que salía de otra choza, frente al círculo; mostraba su tocado de plumas amarillas y la
capa del cargo. La luz, que se reflejaba en centenares de minúsculas plumas, les
arrancaba intensos reflejos. Se hizo un denso silencio, e incluso los tambores callaron
mientras los dos amantes se acercaron el uno al otro.
Cuando ya casi se habían reunido, una voz alta y clara pronunció el canto
matrimonial:
El cielo se cubre de sombras,
Las nubes móviles comienzan a separarse,
Las nubes como flores en el cielo,
El rayo ilumina aquí y allá,
El trueno reverbera, retumba y ruge,
Y envía sus ecos a Ku—hailioe
A H'i—lau—ahea
A las mujeres de las altas llamas.
Buscaron al perdido, y ahora lo encontraron...
Hallaron a un compañero
Con quien compartir el frío del invierno.
El cielo está cambiando,
Para Hakoi—Ini, la casa de la bienvenida
Donde podemos descansar.
El amor formuló un ruego
Que los dos se unan
Aquí hay un lugar, un lugar de descanso celestial,

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Un lugar, un lugar en el cielo.


Hay un rumor, se oye un temblor, un rugido
Un repiqueteo arriba y otro abajo...

Como respondiendo a las palabras del canto, se oyó un grito fuerte y agudo que
quebró el silencio respetuoso. Liliha advirtió que era un grito de guerra, un grito casi
olvidado desde que la paz se había impuesto en las islas.
Se detuvo a pocos metros de Koa, y sintió el grito que brotaba de su garganta.
Pudo ver detrás de Koa una lanza emplumada que volaba hacia él saliendo de la
oscuridad. Entonces gritó, pero era demasiado tarde. Koa arqueó el cuerpo, tratando
de aferrar la lanza, que lo había alcanzado en mitad de la espalda, y después de
atravesarle el cuerpo mostraba la punta ensangrentada que brotaba por el pecho.
De la multitud surgieron gritos de alarma, y todos acudieron a Koa, que cayó.
Sollozando, Liliha se abrió paso hasta donde él yacía.
Se acercó bastante, por lo menos para ver por última vez el rostro de Koa que
había caído de costado. Después, varias manos le aferraron el brazo, y sintió que la
apartaban de la multitud para hundirla en las sombras. Antes de que pudiera gritar,
la alzaron en vilo, como si tuviese apenas más peso que un coco, y un individuo se la
echó al hombro.
Sus esfuerzos fueron tan inútiles como los de un pez que se debate en una red. El
hombre que la había capturado comenzó a correr por la arena cuando Liliha miró
desesperada hacia atrás, advirtió que la noche borraba la imagen de la ceremonia y
de Koa.
Cada vez que el hombre que la había apresado daba un paso, el cuerpo de Liliha
saltaba en el aire y sentía que le faltaba el aire en los pulmones. La agobiaba un dolor
terrible, era un dolor sin origen conocido, un dolor que se manifestaba por doquier, y
le impregnaba el cuerpo y el alma. Un dolor que era el rostro inmóvil de Koa.
Endurecida por este sufrimiento, no podía moverse, y sólo en parte tenía conciencia
del ambiente que la circundaba. Después, el hombre se detuvo bruscamente, y Liliha
comprendió que la descendían al suelo. Al caer, su cabeza chocó contra una
superficie dura. Sintió el dolor físico y casi recibió con agrado la distracción.
Después, una oscuridad más densa borró todo su pensamiento:
Liliha se sintió momentáneamente confundida cuando recobró la conciencia.
Recordó que se había desmayado y el golpe en la cabeza aún le dolía. Cuando abrió
los ojos sólo vio sombras. Un terror atávico la dominó. ¿Quizá el golpe la había
cegado?

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Después, percibió el leve movimiento en las tablas sobre las cuales yacía. Como
hija de un pueblo que vivía en estrecha relación con el mar, Liliha conocía bien el
movimiento del océano, pero no estaba a bordo de una canoa; de eso estaba segura.
Conocía los enormes barcos del hombre blanco, y varias veces había estado a bordo
de esas naves. Estaba en un barco de los blancos, en un compartimiento oscuro, sobre
cubierta.
Cuando exploró cuidadosamente con las manos, comprobó que estaba tendida en
un tosco camastro. Se puso de pie y se movió lentamente para medir los límites de su
prisión. En poco tiempo regresó al punto de partida, el camastro. Su jaula —porque
ya la definía así—era una pieza mucho más pequeña que el dormitorio que
compartía con Akaki.
Cuando pensó en su madre, la asaltaron los recuerdos de la víspera, y ese dolor
terrible sin origen preciso la obligó a doblar el cuerpo, abrumada.
— ¡Auwel!¡Auwel!
¿Jamás volvería a ver a su madre? Y Koa... ¡Koa había muerto abatido por la lanza
de un asesino!
Su padre inglés, William Montjoy, le había dicho cierta vez: "Querida,
teóricamente uno vive una vida pura y si ha sido bueno con el prójimo, hereda la
tierra. Recuérdalo, ésa es la teoría. Si después compruebas que los hechos no se
ajustan a la idea, no me eches la culpa."
A pesar de la lengua bastante afilada y un ingenio implacable, su padre tenía un
carácter bondadoso y amable; pero Liliha le había creído, así como creía el consejo de
su madre: "Hija, nuestro pueblo tiene muchos kapus absurdos, sobre todo cuando se
trata de las mujeres que habitan las islas. Tu madre tiene sólo dos leyes para ti: no
hagas nada que te avergüence y no hagas nada que dañe a otra criatura. "
Así, durante diecisiete años, Liliha se había atenido a las normas enseñadas por
sus padres. No había hecho nada por lo cual pudiera avergonzarse, y por lo que
sabía, no había hecho nada que pudiese dañar a otros. Según creía, otro tanto podía
decirse de Koa. Y sin embargo Koa, el apuesto y gentil Koa, había muerto y a ella la
habían secuestrado en la noche.
El dolor sin nombre se acentuó, y Liliha se desplomó sobre las planchas lisas y
húmedas, y hundió el rostro en las manos.
De pronto, oyó el ruido del cerrojo y la puerta se abrió. Liliha se irguió
sobresaltada.
Sosteniendo una linterna sobre su propia cabeza, un hombre estaba de pie en la
puerta del camarote, balanceándose suavemente. Cuando la luz amarilla de la
linterna le iluminó el rostro, Liliha contuvo la respiración. ¡Reconocía esa cara! Era

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Asa Rudd, el blanco que dos veces la había abordado las últimas semanas. Asqueada
por sus modales, al mismo tiempo serviles y agresivos, ella había rehusado hablarle.
Al ver la actitud de Liliha, Asa Rudd se echó a reír.
— ¿Me reconoces, princesa? Ya te dije que no renuncio fácilmente. ¡Caramba, así
soy! Puesto que no quisiste hablar conmigo, decidí tomar el asunto en mis propias
manos.
— ¿Por qué me tiene aquí, Asa Rudd?
En lugar de responder directamente, Rudd elevó aún más la linterna, y su mirada
recorrió el cuerpo de la joven.
El atuendo kapa recubría el cuerpo de Liliha sólo a partir de la cintura. Liliha sabía
que de acuerdo con las normas aplicadas por la mayoría de los blancos, estaba
vestida indecentemente. Pero los isleños no tenían tal concepto acerca del cuerpo
humano, y en definitiva despreciaban la actitud del blanco en esas cuestiones. Sin
vanidad, Liliha sabía que tenía un cuerpo hermoso, y eso no la avergonzaba. Su piel
era perfecta, los muslos lisos y fuertes, y tenía los pechos altos, colmados de
promesas para sus futuros hijos. Los cabellos eran negros como los de su madre, y
caían en ondas elegantes hasta las caderas, bastante anchas para suministrar un
agradable refugio a la simiente de los jefes.
Sólo en el rostro se veía la influencia paterna. La sangre del hombre blanco había
refinado la nariz, que era recta, con aletas levemente móviles; había adelgazado un
poco los labios de su raza; tenía los ojos claros, del color de la miel fundida: amarillo
dorados y salpicados con puntos color ámbar.
Permaneció inmóvil, orgullosa bajo el examen calculador de Rudd. Sólo sus manos
aferraban dolorosamente la minúscula figura tallada de Pele que le había regalado su
madre; era el único gesto que traicionaba su agitación. Y cuando los bordes afilados
se le hundieron en la carne, Liliha comprendió que, por primera vez en sus diecisiete
años, se avergonzaba de que un hombre la mirase.
Rudd se balanceó sobre sus pies.
— ¡Caramba, eres una hembra apetecible! —dijo con dureza. Avanzó hacia ella
con intenciones evidentes. Liliha resistió el ansia de retroceder, mantuvo el terreno y
expresó su cólera.
—Asa Rudd, si me toca lo lamentará.
Liliha se irguió, y Rudd comenzó a detenerse. Cuando mostró toda su altura, ella
sobrepasaba en varios centímetros al hombre, y al margen de su belleza, podía
decirse de Liliha que era un soberbio ejemplar físico. Rudd recordó las cualidades
atléticas que Liliha había demostrado en los diferentes juegos que los isleños

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practicaban; y pudo recordar con claridad las veces que la había visto nadando en el
mar; era capaz de aventajar a la mayoría de los hombres de Hana.
Se detuvo y dijo con voz agria:
—Soy un hombre de negocios, y siempre me atengo al proverbio del comerciante:
No hay que deteriorar la mercancía porque reduce el precio.
—¿Qué significa eso? —preguntó temerosamente Liliha—. ¿Usted es un
esclavista? ¿Me van a vender como esclava?
Rudd retrocedió sorprendido. Rió con voz cascada.
—¡Caramba, no se trata de eso! ¡No estoy en ese negocio, y para mí tú vales mucho
más que una esclava!
—¿Cómo? ¿En qué sentido valgo más?
Rudd abrió la boca para contestar. Después, en su rostro se dibujó una mirada
astuta.
—No, no. —La amenazó con el dedo.— Esa será mi sorpresa. Mi regalito de
despedida, por así decirlo.
Comenzó a retroceder hacia la puerta del camarote.
—Por favor... —Liliha avanzó un paso hacia el hombre.— Por lo menos dígame
cuánto tiempo estaré encerrada en esta... en esta jaula.
—Jaula, ¿verdad? —La risa de Asa Rudd era cruel e irritante.— Será mejor que te
acostumbres a esto, porque permanecerás aquí muchísimo tiempo. Quizá —curvó los
labios en una sonrisa—, incluso acabes mirando con buenos ojos mis intenciones. Eso
podría ayudarte a pasar el tiempo, ¿eh? ¡Y ya descubrirás que no es tan malo!
Liliha despertó después de haberse adormecido y oyó el crujido del cordaje, las
voces de los hombres y sintió el movimiento. ¡La nave estaba moviéndose!
Se puso de pie y abandonó el lugar donde había dormido un rato. Sabía que había
llegado el alba, pues por las rendijas de la puerta pasaban hilos de luz. Liliha golpeó
la dura madera de teca, pero nadie acudió en respuesta a sus ruegos, y la gruesa
madera resistió fácilmente sus esfuerzos.
Hasta entonces había rehusado entregarse a las lagrimas; pero ya no pudo
contenerlas. Gimiendo suavemente, se dejó caer al suelo, con la espalda apoyada en
la puerta.
—Molía —dijo en voz baja, despidiéndose de su madre Akaki; de Koa, su amante
muerto; y de Hana Maui, que era su hogar.
El dolor que venía no sabía de dónde la agobiaba, Con un esfuerzo para orientar
su pensamiento hacia otras cosas, Liliha pensó en su padre, que había muerto hacía

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casi dos años, y en lo que debió de parecerle Maui la primera vez que llegó allí,
diecisiete años atrás...
De acuerdo con la versión de Akaki, un blanco era un espectáculo extraño en 1802,
pero a los ojos de William Montjoy, que había llegado poco antes de Inglaterra, los
isleños seguramente habían sido seres extraños. De todos modos, William se
adaptaba fácilmente a cualquier sociedad y a todas las circunstancias. Era eso, o algo
así lo que dijo a Liliha cuando ella tuvo edad suficiente para entender: "Nací en un
lugar y un momento equivocadas. Esta es la vida que me agrada. No necesito
administrar propiedades, ni realizar trabajos, y tengo libertad para comer, beber y
hacer el amor. Mira, Liliha, ésa es la vida que debí vivir desde el comienzo y hubiera
preferido no verme obligado a esperar la mayor parte de mi vida antes de
descubrirla."
Sí, William se adaptó perfectamente, y antes de que pasara mucho tiempo se
convirtió en amante de Akaki, y después en marido, y finalmente fue el padre de
Liliha. Corno Akaki tenía sangre real, no era necesario que su marido pescase o
llevase a cabo esas tareas fatigosas. Podía dedicar su tiempo a nadar, tostarse al sol
del trópico beber el potente licor nativo, llamado okolehu, hacer el amor a su esposa
y educar a su hija.
Tanto fue el encanto de William, que fue aceptado por la mayoría de los isleños y
despertó hostilidad en muy pocos.
El único motivo de disputa entre Akaki y William sobrevino a causa de la decisión
del hombre de dar a Liliha por lo menos una educación inglesa rudimentaria.
—Muy poco puedo hacer por nuestra hija; pero tengo educación. En todo caso, en
vista del desorden de mi vida, puede decirse que tengo cierto exceso de educación.
—Liliha no necesita la educación del blanco.
—En eso te equivocas, mi flor isleña. Recuérdalo, el blanco viene hacia aquí.
Descenderá en tu isla como una plaga. El dominio del idioma de los blancos será una
ventaja para nuestra hija. Tú, mi querida Akaki, puedes ocuparte de su educación en
otras áreas. No sólo tienes mi permiso, sino también mi aprobación. Deseo que ella
posea lo mejor de ambas culturas.
Como hacía en la mayoría de las cosas, Akaki cedió a los deseos de su encantador
marido, y desde que cumplió diez años, Liliha dedicó por lo menos dos horas diarias
a aprender bajo la tutela de su padre. Era inteligente y rápida, y pronto dominó bien
el inglés; asimiló también la geografía y la historia del mundo. Su padre tenía dos
libros, dos volúmenes bastante vapuleados y manchados por el agua del mar. Uno
era de geografía con muchos mapas; el otro, un libro acerca de Inglaterra, la patria de
William Montjoy, con dibujos detallados de la vida inglesa. Pero Liliha aprendió la

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parte principal de sus conocimientos escuchando hablar a su padre. ¡Ya William


Montjoy le agradaba muchísimo hablar!
Aunque acerca de un tema se mostraba muy reticente. No comentaba su vida en
Inglaterra, y para el caso poco importaba que la joven lo acicatease; y Liliha supo que
él tampoco hablaba del asunto con Akaki. Cuando Liliha creció y llegó a percibir
mejor las cosas, comprendió que su padre guardaba un secreto; en su pasado había
algo que lo avergonzaba. Cierta vez, oyó una conversación entre su madre y un
blanco que se había detenido unos días en Hana, y se mencionó la frase "hombre de
remesas" para referirse a William Montjoy. Akaki había pedido una explicación.
El visitante, un antropólogo inglés que había ido a Maui para estudiar a los
isleños, se echó a reír.
— Querida señora, un hombre de remesas es generalmente hijo de adinerados
nobles, un joven caído en desgracia. El padre exilia al joven y lo envía a la India o
una isla como ésta, le envía una suma anual, la remesa, con el fin de mantenerlo
siempre allí.
Por entonces Liliha pensaba que su padre seguramente había hecho algo muy
vergonzoso y que lo habían exiliado. Pero ella ya sabía que los kapus del blanco eran
en efecto extraños e incomprensibles para los isleños. De todos modos, pronto vio
que William Montjoy no podía ser un hombre de remesas. Jamás recibía noticias de
Inglaterra, y mucho menos una suma de dinero.
Nada de esto tuvo el más mínimo efecto sobre el amor profundo que Liliha
profesaba a su padre. De hecho lo adoraba, y le encantaban las lecciones que él le
explicaba todos los días. Absorbía conocimientos como una esponja, y su mente
siempre pedía más. En cierto modo eso la separaba de las restantes jóvenes de Hana,
que dedicaban su tiempo a aprender los trabajos que necesitarían desempeñar
cuando desposaran a un joven, o jugaban en la playa, nadando y zambulléndose en
los muchos estanques de agua fresca de Hana, o coqueteaban con el joven elegido.
De todos modos, a las muchachas no les molestaba que Liliha supiese más, y
tampoco eso les parecía particularmente extraño.
—Lo que reconozco que me parece extraño —dijo una vez William con su sonrisa
burlona—, más aún, maravilloso, es que en muchas regiones del mundo civilizado la
joven que no se adapta completamente a los moldes de una sociedad, provoca
reacciones hostiles o cosas peores.
Fuera del tiempo que consagraba a sus lecciones, Liliha podía hacer lo que se le
antojaba. Como era de sangre real, no se le exigía que cumpliese las tareas
generalmente reservadas a las mujeres; podía dedicar su tiempo a la diversión y el
juego... y encontrar un amante, o un futuro marido.

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Encontró ambas cosas en Koa, sobrino de su madre. La mayoría de las jóvenes


isleñas elegía amante a edad temprana, era la costumbre. Algo indujo a Liliha a
esperar un poco. No era que su naturaleza no fuese apasionada; tenía la sangre tan
caliente como cualquier joven de Hana, y tampoco se trataba de que le faltaran
pretendientes.
Liliha tenía dieciséis años cuando vio por primera vez a Koa, que había llegado
poco antes de la aldea de Lahaina, y se sintió feliz porque había esperado. Era alto,
más alto que el isleño común y tenía una apostura real. Los hombros y el pecho eran
anchos. Tenía los ojos oscuros como las profundidades del agua en uno de los siete
Estanques Sagrados en que Liliha se bañaba.
Mientras se acercaba a la cascada, poco antes del estanque siguiente, Liliha miró a
un lado, donde Koa estaba de pie, sobre una roca, con los brazos cruzados sobre el
pecho. Fue una imagen fugaz, antes de que ella se zambullese en el estanque inferior,
pero bastó para acelerar los latidos de su corazón.
Cortó limpiamente el agua, describiendo un arco perfecto y regresó a la superficie.
Se retiró los cabellos de los ojos y nadó hacia una roca que estaba pocos metros
debajo del lugar donde él permanecía de pie.
—Soy Koa —anunció él.
—He oído hablar de ti, qua-ana, hermano mayor. Eres sobrino de mi madre Akaki.
Yo soy Liliha.
—Yo también he oído hablar de ti, Liliha. —El joven sonrió y sus dientes blancos
relampaguearon enmarcados en la piel oscura. El también se zambulló en el
estanque, y entró en el agua a un metro de distancia de Liliha.
Jugaron más de una hora, y cada uno exhibió su destreza ante el otro; para cuando
decidieron suspender el juego, se respetaban mutuamente por la habilidad que
habían demostrado en el agua.
Fue el primer período de felicidad que Liliha conoció después de un año. William
Montjoy había muerto de fiebre, y después había sobrevenido un período de duelo
para Liliha. Ahora la joven sólo pensaba en Koa, y cuando él le tomó la mano y la
llevó a las profundidades del bosque, ella fue sin vacilar.
En un pequeño claro, rodeado por palmeras cocoteras y arboles de pan, mezclados
con heléchos delicados como encaje, con el cielo por techo, Koa la acostó en el suelo.
Las palomas arrullaban suavemente, y la brisa estaba perfumada con el aroma de
las flores. Los hibiscos florecían rojos como llamas alrededor.
Riendo y bromeando Liliha se acostó al lado de Koa. Pronto su risa cesó, y se
mostró seria y atenta, mientras Koa le quitaba el kapa. Los dedos flexibles del joven

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acariciaron los pechos de Liliha y se deslizaron entre los muslos, y en respuesta la


carne de Liliha latió febril.
Aunque las muchachas se habían burlado de ella, liliha ahora se alegraba de no
haber ofrecido a otro hombre su virginidad. Ahora podía entregarse alegre y
gozosamente, con todo el corazón, a Koa.
Aunque podía ser una joven inexperta en el arte del amor, Liliha había nacido con
un conocimiento instintivo, y entre los habitantes de la isla no había inhibiciones
sexuales. Todas las cosas referentes al amor eran conocidas para Liliha desde que
tenía uso de razón. Lo único que no tenía era el conocimiento definitivo de la
experiencia personal.
Ella y Koa se unieron, y Liliha experimentó por primera vez el éxtasis del amor.
Casi sin hablar de ello, ambos sabían que se convertirían en marido y mujer
cuando Koa fuese el jefe de los isleños. El hecho de que fuesen primos era ventajoso,
pues entre los allí la genealogía era un aspecto importante cuando había que tomar el
primer marido o la primera esposa. El padre y la hija, el tío y la sobrina, el hermano y
la hermana a menudo se casaban para mantener puro el linaje y recibir mucho mana,
es decir, poder espiritual.
Los alü eran considerados descendientes directos de los dioses, y como tales eran
kapu. El kanaka wale, el hombre común, podía ser ajusticiado por delitos menores,
por ejemplo pisar la sombra de un jefe kapu, o caminar pisando el suelo por donde
había pasado un jefe, porque esos actos significaban profanar el mana del jefe.
Como Koa y Liliha compartían un linaje de notable nobleza, era propio que Liliha
fuese wahine-hoao, esposa política. Si la unión era fértil, los hijos heredarían mucho
mana. Si los padres de Koa hubieran tenido una hija, o si la madre de Liliha hubiese
tenido un varón, la situación podría haber sido diferente, y tal vez Liliha hubiese
tenido que aceptar la posición de haia-wahine, es decir, concubina. Pero en esta
situación, Liliha gozaría de todos los honores y la pompa de la primera esposa.
Cuando supo del amor entre Liliha y Koa, Akaki aplaudió muy complacida.
— ¡Maravilloso, hija mía! Será una unión que contará con la aprobación de Kiha.
Koa llegará a ser un gran allí. Con tu ayuda, a su tiempo reinará sobre Maui entera, y
se convertirá en jefe, de modo que tus nietos cantarán loas a sus hazañas.
Y después Aakmu, el padre de Koa, murió cuando una súbita tormenta
sorprendió su canoa, cuando navegaba en el mar, bastante lejos de Hana. Aunque era
un hombre poderoso y un gran guerrero, y un excelente nadador, los dioses habían
decretado que no volviese a la costa. De modo que Koa, su primogénito, se convirtió
en jefe de Hana Maui.
La ceremonia planeada para celebrar la unión de Liliha con Koa fue fijada para
dos semanas después. Sería la ocasión de una gran festividad, un día de música y

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bailes y regocijo. Corrió el rumor de que el propio rey Kame-hameha asistiría a la


ceremonia, pero Liliha supo por Akaki que el viejo rey de las Islas Sandwich estaba
gravemente enfermo, y que era improbable que realizara el viaje desde Kailo, en la
isla de Hawai. De todos modos, la idea de que él podía venir, determinó que los días
que precedieron a la boda fuesen aún más interesantes.
Akaki dijo:
—Hija mía, no te preocupes por el día de la ceremonia. Mi gran placer será
organizarlo todo. Tú y Koa divertios cuanto podáis.
El placer que sentía se vio deslucido por cierto incidente que ocurrió una tarde,
una semana antes del día de la boda. Liliha lo consideró divertido. Ella y Koa,
absortos cada uno en la compañía del otro, trataban de apartarse todo lo posible
durante la última semana, y esa tarde encontraron una playa desierta donde hacer el
amor. Poco después anocheció y había luna llena, y la arena relucía como la nieve de
invierno que a veces coronaba el monte Haleakala.
Estaban tan concentrados el uno en el otro, tan conmovidos por el calor de la
pasión, por el latido de su propia sangre, que sonaba como el retumbo de la
marejada, que no oyeron la aproximación de pasos humanos:
Una voz tronó en inglés.
—¡Vergonzosa exhibición! ¡Abominación a los ojos del Todopoderoso! ¡Y tú,
Liliha, serás la esposa de un jefe! ¿Este es el ejemplo que ofreces a tu propio pueblo?
Era el reverendo Isaac Jaggar. El ministro había llegado a Hana seis meses antes, y
sin mucho éxito intentaba convertir a los isleños paganos a su propia religión
cristiana. En general, los isleños se reían y burlaban de él. Liliha sintió compasión por
el hombre. Era un individuo que tenía tan escasa alegría, que se complacía tan poco
en las cosas que debían labrar la felicidad de una persona. Le recordaba a Liliha los
pájaros de patas largas que recorrían la playa, buscando eterna e intensamente su
alimento. Isaac Jagjjar había sido el segundo blanco que Liliha había conocido, fuera
de su propio padre, y los dos hombres eran tan diferentes como el día y la noche.
Con dignidad, sin sentir vergüenza de su desnudez, Liliha se puso de pie, tomada
de la mano de Koa.
—Reverendo Jaggar, seremos marido y mujer en una semana.
Jaggar apartó la mirada de la desnudez de la joven.
—Eso no es excusa a los ojos del Todopoderoso. E incluso así, no se casarán en
Cristo. Una ceremonia matrimonial pagana no les da licencia para mantener contacto
carnal. A mí me toca santificar esa unión. —Ahora estaba rogando.— Sería un
hermoso ejemplo para este pueblo.

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—No. —Liliha meneó la cabeza.— Nuestras costumbres no son las suyas. Seremos
marido y mujer como lo fueron mi madre y mi padre, y como antes lo fueron los
padres de mi madre.
—Las viejas costumbres cambiarán —canturreó Jaggar—. Por eso estoy aquí.
—No aceptaré cambios — dijo firmemente Liliha.
—Tampoco yo —dijo Koa, que habló por primera vez—. Yo seré alii de Hana, y
Liliha será mi reina. Gobernaremos, y nuestro pueblo hará lo que digamos.
—Reverendo Jaggar, ¿por qué no se marcha de aquí?
—Preguntó Liliha—. No se le ve con buenos ojos. Los isleños se ríen de usted. La
semana pasada, cuando usted convenció a Moana de que usara esa prenda que usted
llama túnica, las mujeres se escondían detrás de las palmeras y se reían y burlaban.
El rostro de Jaggar enrojeció. Tronó:
—¡Mujer, cuando se burlan de mí, se burlan del Todopoderoso! ¡Yo soy sólo Su
servidor!
—Reverendo Jaggar, no nos burlamos de su Dios —dijo alegremente Liliha—. Sólo
de usted. Le aconsejo que nos deje en paz, si no desea que se burlen de usted.—Tiró
de la mano de Koa.— Vamos, Koa. Separémonos de este hombre sin alegría, no sea
que nos parezcamos a él.
Mientras se alejaban tomados de la mano, Jaggar rugió:
—La única alegría verdadera y auténtica está en el camino del Todopoderoso. Las
alegrías de la carne, las alegrías de este mundo, son fugaces. Son nada comparadas
con la alegría de la vida eterna. Arrepentios, pecadores, antes de que sea demasiado
tarde.
Liliha y Koa continuaron caminando sin prestarle atención.

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Ca p í t u l o 2

Mientras Isaac Jaggar veía cómo Asa Rudd apresaba a Liliha y desaparecía con
ella en la oscuridad, comenzó a recordar esa noche en la playa, cuando había
tropezado con Liliha y Koa comprometidos en la unión carnal.
El recuerdo del placer que ellos sentían en ese acto desvergonzado, y la
humillación que había experimentado por el desafío de la joven, vinieron a fortalecer
su decisión mientras observaba cómo se llevaban a Liliha y cómo su amante caía,
abatido por la mano de Lopaka.
Jaggar se dijo que así era mejor. Una vez desaparecidos Liliha y Koa, y anulada su
influencia, quizá él pudiera progresar en la tarea de convertir al pueblo de la isla.
Liliha no sufriría grave daño. Asa Rudd así lo había jurado. Sin embargo, Rudd era
un hombre sin dios. ¿Podía confiarse en su palabra?
Y Koa...
Jaggar trató de rechazar los escrúpulos de conciencia mientras miraba la figura
caída del jefe muerto. No aceptaba la violencia y el asesinato, y, sin embargo, la
historia estaba llena de ejemplos en los que el cristianismo había tenido que apelar a
la violencia, había tenido que esgrimir la espada para promover la obra del
Todopoderoso. Los Cruzadas eran un ejemplo que le vino a la mente. Y los actos
lascivos de Liliha y Koa debían ser frenados si se quería convertir a los isleños
paganos. Las pasajeras alegrías de la carne debían sofocarse si se deseaba seguir el
camino verdadero.
Issac Jaggar era un ejemplo viviente de lo que él mismo pensaba. Su propia carne
era débil. ¡Oh, bien lo sabía! Sin embargo, a pesar de sus muchos fracasos, a pesar de
los juramentos que él solía repetir y que infringía, no había renunciado a la lucha y
jamás renunciaría.
Su primera transgresión había ocurrido en Nueva Inglaterra. Allí, Jaggar había
tenido su propia iglesia y había desarrollado el trabajo del Todopoderoso sin
problemas hasta que Ruth, su esposa durante unos diez años, había fallecido. Poco
después de su muerte la tentación dominó a Jaggar. Una rolliza viuda de su
congregación le había aclarado que estaba disponible, y él había sucumbido a los
pecados de la carne. Siempre, después de estar con ella, Jaggar se había flagelado y
jurado que no volvería a ocurrir, pero con el correr del tiempo, sus impulsos carnales

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dominaban su voluntad, y él acudía a la mujer. Era inevitable que los descubriesen, y


cuando eso sucedió, Isaac Jaggar fue degradado y desterrado de su amada iglesia.
En Nueva Inglaterra se había hablado mucho de la necesidad de salvar a los
paganos de las Islas Sandwich, y la iglesia de Jaggar había realizado preparativos con
el fin de enviar misioneros. Sin la aprobación de su iglesia, Jaggar asumió la tarea de
convertirse en precursor de esos misioneros, y había llegado a Hana decidido a
realizar la labor del Todopoderoso, y juró que jamás volvería a sucumbir a los
impulsos más bajos de su naturaleza.
Pero a pesar de su voto y sus intenciones honorables, Jaggar había estado en la isla
apenas dos semanas cuando su decisión se vio quebrada por las argucias de una
doncella de piel dorada, una joven llamada Moana. A pesar de los relatos que Jaggar
había escuchado acerca de la depravación sexual de los isleños, y pese a la impresión
que le causaba ver mujeres desnudas chapoteando en el agua, poco después de su
llegada a Hana, Jaggar había comprobado que la moral de las mujeres isleñas no era
tan laxa como le habían llevado a creer; más aún, había tentadoras, y Moana era una.
Después de su llegada, los esfuerzos que había realizado como misionero
tropezaron, no con la hostilidad, sino con el desinterés casi total. Después de las dos
primeras semanas, se había sentido desalentado, pero más que nunca decidido a
continuar.
Aceptaba que estaban actuando fuerzas que contradecían sus mejores intenciones.
Por entonces se había mantenido casto casi un año. Tenía treinta y siete años, era un
hombre robusto, y estaba en la cumbre de su potencia sexual. El lánguido calor
tropical; el aroma de las flores traído por el viento; la visión de los pechos desnudos y
los muslos casi totalmente al descubierto... todo se combinaba para estimular su
virilidad, a pesar de sus decisiones y las frecuentes plegarias al Todopoderoso, a
quien pedía que aliviase su tortura.
Esta tortura convertía sus noches en un infierno; a menudo no podía dormir.
Muchas noches se paseaba por la playa hasta que estaba tan fatigado que caía al
suelo. Una de esas noches Moana se reunió con él en la playa, a cierta distancia de la
aldea.
Apareció emergiendo de las sombras proyectadas por una palmera y se acercó a
Jaggar; vestía sólo un kapa alrededor de la cintura. Jaggar no podía separar los ojos
de los pechos bien formados.
Se mantuvo cerca del blanco, y los pechos rozaron el cuerpo del hombre. Tenía
enturbiados los ojos oscuros, y le habló en el idioma de la isla. Jaggar tenía buen oído
para las lenguas extranjeras, y ya entendía lo suficiente para comprender el sentido
de las frases.

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Ella le dijo que se llamaba Moana, que era el primer blanco a quien ella conocía, y
que se sentía honrada de hacer el amor con un sacerdote de la raza blanca.
Jaggar tronó:
—Apártate de mí, tentadora: Soy un servidor del Todopoderoso, y no cederé a las
tentaciones de la carne.
Ella sonrió, le tomó la mano, y la llevó a su seno tibio. Después, le tomó la segunda
mano y lo llevó hacia un bosquecillo de palmeras, un lugar en sombra, fuera de la luz
de la luna. Perdido, Jaggar avanzó a tropezones por la arena. Cuando estuvieron bajo
la primera palmera, ella retrocedió un paso. Con un movimiento flexible se quitó la
prenda que la cubría y permaneció desnuda, ofreciéndose a la mirada ardiente del
hombre. El triángulo oscuro en la unión de los muslos era una seducción a la que él
no podía resistirse.
Con un gemido, Jaggar se despojó de sus ropas. Desnudo, totalmente excitado, fue
hacia ella. Con la sonrisa sensual y astuta todavía en los labios, Moana lo arrastró a la
arena con ella. Con un solo movimiento de las caderas, lo recibió en su intimidad.
Impulsado por el ardor y la pasión, Jaggar perdió el sentido de las cosas y olvidó
todo lo que no fuese su necesidad. Ella era una descarada total, y a la violencia
respondió con violencia, tomando y exigiendo. Jaggar no podía pensar en otra cosa, y
así se convirtió en instrumento de la sensualidad. Cuando recuperó algo parecido a
la razón después del espasmo final, se sintió solo. Estaba arrodillado, agotado y
tembloroso.
Uniendo las manos, elevó los ojos al cielo.
— ¡Oh, Dios mío, olvida mi pecado! No sé qué hacer. En mí es una enfermedad, y
tengo que eliminarla. No pecaré más. De rodillas, oh, Señor, lo juro. En adelante,
consagraré todos mis momentos de vigilia a Tu trabajo. Como penitencia, redoblaré
mis esfuerzos en Tu beneficio.
Sin embargo, volvió a pecar una y otra vez. Cada vez que Moana venía a buscarlo,
se acostaba con ella. Lo intentó todo: la plegaria; la predicación ferviente cuando
podía encontrar a un público de una o más personas; el ayuno hasta que llegó a
adelgazar más que nunca se le hundieron los ojos, la expresión espectral. Cierta vez,
en un acceso de casi locura, recordó la admonición bíblica: "Si tu ojo derecho te
ofende, arráncalo, y arrójalo lejos", y mórbidamente contempló la posibilidad de
extirpar el órgano pecador. Felizmente, la cordura volvió a su espíritu a tiempo para
salvarlo de la mutilación.
Todos sus esfuerzos fueron vanos... cada vez que Moana se acercaba, Jaggar
sucumbía.
Irónicamente, cuando recibió el cargamento de túnicas —vestidos largos, que
cubrían la forma temenina como una mortaja, desde el cuello hasta los pies—

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proveníanos de Nueva Inglaterra, Moana fue la primera isleña a quien pudo


convencer de la necesidad de usar una de estas prendas. Jaggar sabía que ella lo
consideraba una broma, pero cerró los ojos y los oídos ante ese hecho con la
esperanza de que su cooperación fuese un ejemplo para las restantes mujeres.
Incluso esa esperanza quedó en nada, por lo menos momentáneamente. En
definitiva, tuvo que guardar las túnicas en un baúl, donde acabaron
enmoheciéndose...
Su atención volvió al presente, porque aunque fuese tardíamente tenía que tener
en cuenta lo que estaba ocurriendo. Cuando planeó la muerte de Koa la idea de
Lopaka había sido que la sorpresa del ataque le permitiría imponerse; y creía que con
esa muerte obtendría una fácil victoria.
Ahora Jaggar vio que Lopaka se había equivocado gravemente. Había traído
consigo apenas una pequeña fuerza de hombres, convencido de que el asesinato de
Koa bastaría para promover la confusión entre los isleños. Ahora era evidente para
Jaggar que el plan había sido un fracaso. El pueblo de Hana estaba profundamente
ofendido por el asesinato de su amado jefe. Ya comenzaba a unirse a combatir
fieramente, y Lopaka y sus hombres tenían que retroceder. Jaggar pudo ver la figura
alta y amenazadora de Lopaka combatiendo salvajemente, pero era evidente que
pronto sería derrotado.
El miedo heló la sangre de Jaggar. Si la fuerza atacante retrocedía, el pueblo de la
isla bien podía volverse contra el único blanco visible, de quien sabían que era aliado
el usurpador Lopaka.
Comprendiendo que la discreción era la parte mejor del valor, Jaggar se hundió en
las sombras y retrocedió hasta la playa, apenas se alejó de la aldea. Restaba un
consuelo... el secuestro de Liliha no había sido advertido por nadie, y ahora que Koa
estaba muerto y Liliha había desaparecido, Jaggar confiaba en que sus esfuerzos para
convertir al pueblo de Hana pronto darían frutos.

Lopaka se sintió asombrado cuando comprendió que la batalla se volvía contra él.
Jamás había concebido la posibilidad de un desenlace de este carácter. Había estado
firmemente convencido de que los habitantes de Hana serían presa de la confusión y
el pánico después de la muerte de su jefe. Al final, en cuanto las islas estuvieron
unidas bajo el gobierno del rey Kamehamerta, los habitantes se ablandaron y
comenzaron a haraganear, porque ya no soportaban los rigores de la batalla. Como
ya no poseían el coraje de los guerreros, no estaban dispuestos a luchar. O eso había
creído Lopaka.

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Demasiado tarde vio que estaba equivocado. Se volvieron contra él y su pequeña


banda de adeptos con una ferocidad que no habría creído posible, y lenta pero
severamente, comenzaron a dominarlo.
Una terrible cólera despertó en Lopaka, y casi lo llevó a perder el sentido. Ver a
Koa, el hombre que había llegado a ser jefe de Hana cuando Lopaka creía que el
cargo le pertenecía, ahora muerto y, sin embargo, verse privado de la victoria
prevista, era muy irritante. Lopaka combatió salvajemente, y sembró el terreno de
cadáveres y heridos, pero pronto la cordura disipó la bruma roja de su furia y vio
que la mayoría de sus partidarios había caído, de modo que estaba combatiendo casi
solo.
Comprendió entonces que había perdido. Si luchaba con tal desventaja, pronto
estaría muerto. En ese instante supo lo que debía hacer. Era la única posibilidad que
se le ofrecía... si ya no era demasiado tarde.
Sin pensarlo dos veces se volvió abriéndose paso con movimientos seguros en la
oscuridad. Tenía una ventaja sobre sus perseguidores. Durante esos años de paz,
Lopaka se había mantenido en soberbias condiciones físicas y, en cambio, los
restantes hombres de Hana no habían hecho nada más fatigoso que pescar y jugar.
Podía correr la noche entera si era necesario. Sabía que era necesario, pues el lugar
adonde iba estaba a cierta distancia, en la costa.
Su destino era un pueblo amurallado al que los habitantes de la ciudad
denominaban "Pu'uhonua", refugio o santuario. De acuerdo con las leyendas, todos
los miembros de la realeza descendían de los dioses, por consiguiente, poseían un
poder espiritual que les permitía aplicar el sistema de kapu, es decir, las leyes que
gobernaban al pueblo. Cuando se infringía una ley, el criminal podía salvarse del
castigo sólo si entraba en un refugio. Los guerreros derrotados también podían
salvarse de sus enemigos buscando la protección del santuario. Pero sería difícil,
como bien lo sabía Lopaka. Se creía que la persona que infringía un kapu merecía el
castigo de los dioses, que demostraban su desagrado con un maremoto o una
inundación de lava. Si ocurría cualquiera de estos accidentes naturales, el pueblo
entero corría peligro. De modo que, para protegerse, el pueblo trataba de matar al
infractor antes de que pudiese llegar al santuario.
Con el fin de que alcanzar el santuario fuese todavía más difícil, la región
inmediata que lo rodeaba era terreno muy sagrado —allí vivían los kahunas, los
sacerdotes y los jefes con su séquito real— de modo que el lugar era kapu para todos
los plebeyos. Los muros de la ciudad sagrada estaban protegidos por guardias reales,
y por lo tanto, el único modo de aproximación de un fugitivo era el mar.
Lopaka tenía suprema confianza en su capacidad para distanciarse de sus
perseguidores, y ese sentimiento muy pronto se vio justificado. Una hora después se
había alejado bastante, de modo que ya no podía oír los gritos. Pero sabía que no

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estaba a salvo del peligro, ni mucho menos. La noche tibia latía con el redoble de los
tambores, que enviaban mensajes con más velocidad que la que él podía desarrollar.
Los mensajes relataban la muerte de Koa y la fuga de su asesino, Lopaka.
"¡Interceptadlo! ¡Matad al asesino Lopaka! ¡Que no llegue al santuario!"
El hombre que corría sonrió ásperamente y continuó la fuga. No se dejó dominar
por el pánico, y no aumentó su velocidad. Tenía que recorrer mucha distancia y sabía
que era necesario ahorrar fuerzas.
Había un factor que lo favorecía. Prácticamente todos los varones aptos que vivían
en Hana o en sus proximidades, con las posibles excepciones de los jefes y los
sacerdotes del santuario, habían asistido al matrimonio de Koa. De modo que si los
dioses lo favorecían, no encontraría en su camino un guerrero que le impidiese
continuar la marcha.
Los dioses, Lopaka rió desdeñosamente. No creía en los dioses, ni en los de la isla,
ni ciertamente en el Dios cristiano de Isaac Jaggar. Había visto la oportunidad de
usar a Jaggar para sembrar la semilla de la disensión entre los habitantes de Hana y
lo había aprovechado, prometiendo a Jaggar que lo ayudaría a convertir a los isleños
a cambio de su colaboración en los esfuerzos por llegar a ocupar el trono. No tenía
intención de cumplir la promesa. Si Lopaka llegaba a convertirse en jefe de la isla,
desterraría de Maui a todos los misioneros blancos.
Asimismo, Lopaka se burlaba de la creencia en los dioses isleños. En su opinión,
esas ideas eran buenas para los niños. Por supuesto, tales convicciones religiosas
reflejaban la mentalidad infantil de la mayoría de los isleños. Volvió a sonreír. Esta
actitud determinaba que fuese más fácil manipularlos y controlarlos. Un jefe enérgico
podía someterlos fácilmente a su voluntad. Lopaka creía que él era precisamente ese
gobernante enérgico. Si podía convertirse en jefe de Hana ése sería sólo el primer
paso. Cuando hubiese convertido a los hombres de Hana en guerreros, cuando
hubiese formado con ellos una fuerza combativa eficaz, podría dominar todas las
islas y llegar a ser gobernante de las Sandwich.
Su sonrisa se esfumó, y sus pensamientos tomaron un sesgo más sombrío cuando
recordó los hechos de la noche. Comprendía ahora que había actuado con excesiva
precipitación, y cometido un error en su juicio acerca de los hombres de Hana.
Tendría que empezar de nuevo; estaba solo, y la tarea lenta y tediosa de reclutar
guerreros, que le había llevado dos años, debía recomenzar.
Lopaka continuó corriendo caviloso y sombrío. Cuando amanecía, llegó a un
sector accidentado de la costa. Allí la marejada rompía, y bañaba una y otra vez la
roca de lava oscura y espuma; los arrecifes eran como perversos dientes que
pertenecían a un enorme y rugiente monstruo marino. Los peñascos se elevaban en la
costa, y había pequeñas entradas como dedos apuntando hacia el interior de la tierra.

~25~
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Se formaban altas cascadas, y el agua corría sinuosa bajo la vegetación para volcarse
al mar.
El sol estaba bastante alto cuándo alcanzó a ver los muros de piedra del santuario.
Aminoró el paso y finalmente se detuvo. Lopaka estaba fatigado y le dolía el pecho,
la respiración le quemaba los pulmones.
Mientras huía se había mantenido alerta a la presencia de hombres que podían
cruzarse en el camino. Sorprendido, pensó que no había visto a nadie. Ahora
comprendía la razón.
Se habían reunido allí para detenerlo. Formaban una línea frente a las paredes de
piedra, y eran unos treinta hombres, de diferentes edades. Todos tenían lanzas u
otras armas.
Lopaka comprendió que no tenía posibilidades contra esa fuerza. La lucha sería
excesivamente desigual.
Sonrió imperturbable. La noche anterior quizá había subestimado a los hombres
de Hana, pero ahora ellos subestimaban a Lopaka, pues no habían hecho nada para
impedirle que entrase por el lado del mar. La razón era evidente. Pocos hombres
habían podido llegar al santuario por el mar. La fuerte marejada los arrojaba como
pedazos de madera y les esperaba una muerte segura cuando se herían en las rocas
afiladas que protegían la entrada.
Lopaka se acercó al borde del arrecife, y dirigió apenas una mirada al agua
hirviente que se agitaba allí abajo. Después, se volvió hacia los hombres que
esperaban. Elevó el puño cerrado y los amenazó, gritando su desafío; pero el grito se
perdió por el clamor de la marejada. Hizo frente al mar, y abandonó las rocas en una
elegante zambullida.
Contuvo el aliento cuando recibió el golpe del agua helada, y continuó
sumergiéndose hasta que los pulmones amenazaron estallar. Finalmente, volvió a la
superficie, ansioso de aire fresco. El movimiento de la marejada lo impulsó hacia el
peñasco y la muerte; era una fuerza poderosa. Lopaka nadó con fuertes brazadas.
Durante largo rato pareció que apenas lograba contrarrestar la fuerza de la marea,
pero poco a poco comenzó a progresar. Cuando sobrepasó la primera rompiente, y
estuvo en aguas relativamente tranquilas, los músculos de Lopaka parecieron
insensibles. Descansó un momento, flotando sobre la espalda.
Cuando recobró la fuerza comenzó de nuevo a nadar y se dirigió hacia la orilla. Ya
estaba frente al santuario, y entonces nadó hacia la costa. No había un muro que
protegiese a la Ciudad del Refugio por el lado del mar, pero la terrible marejada y la
roca volcánica constituían un desafío formidable.
De pronto una ola lo atrapó y lo elevó en el aire. Lopaka inspiró, llenando los
pulmones con el precioso aire; lo retuvo mientras se sumergía, cada vez más, y

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avanzaba con movimientos desordenados bajo la superficie. Allí no había arena, sólo
roca dura y negra. Y Lopaka, sabiendo que la fuerza del agua podía matarlo
golpeándolo contra el fondo del océano, mantuvo abiertos los ojos. Usó los pies y las
manos para separarse de las rocas.
De pronto, estuvo fuera del agua, avanzando con movimientos torpes sobre las
rocas resbaladizas, más o menos como un pez arrojado a la playa por la marea. La
marejada rugió otra vez tratando de atraparlo. Lopaka cerró los brazos alrededor de
una saliente rocosa, y cuando las aguas retrocedieron, se puso de pie y corrió hacia el
santuario, resbalando y deslizándose; una vez cayó de boca sobre un charco dejado
por las aguas del mar.
Tenía la piel quemada en muchos lugares del cuerpo, y cuando trató de ponerse
de pie descubrió que se había torcido un tobillo. El rugido de la marea que volvía a
romper sonó como un trueno en sus oídos. Se irguió y corrió cojeando hasta la costa.
Esta vez la ola gigantesca se quebró alrededor de sus tobillos, y Lopaka comprendió
que se había salvado.
Se desplomó sobre una roca, fuera del alcance de las ola, y se sentó con la cabeza
inclinada hasta que pudo respirar normalmente. Todavía faltaba una prueba, y él la
temía. Se puso de pie y se volvió, y mantuvo el cuerpo erguido y orgulloso. En el
santuario había varias personas, y todas lo miraron fijamente. Caminó como debe
hacerlo un jefe, rehusando cojear, y se alejó de la orilla del mar. Pasó entre los
observadores silenciosos como si no existieran, y avanzó en línea recta hacia la choza
del kahuna, levantada sobre una plataforma de piedra.
Un hombre alto y muy delgado, de cabellos grises salió por la puerta cuando
Lopaka ya subía los peldaños. Esperó con los brazos cruzados sobre el pecho,
mostraba fuertes rasgos impasibles.
Lopaka se detuvo frente a él.
—Soy Lopaka —dijo.
El sacerdote asintió.
—Me comunicaron tu llegada.
—Busco refugio.
—Es tu derecho. Es la ley de nuestro pueblo, y no puedo negar el santuario.
¿Deseas la ceremonia de la purificación?
—Sí.
El sacerdote asintió nuevamente.
—Es también tu derecho.

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A un gesto del anciano sacerdote, Lopaka se arrodilló con la cabeza inclinada, y el


kahuna comenzó la larga ceremonia de la purificación. Lopaka apenas prestó
atención a las antiguas palabras. Sabía que la ceremonia continuaría hasta cierta hora
del día siguiente. Pero en su condición de guerrero derrotado no podía alejarse
apenas concluyese el rito. Se le permitiría permanecer en el santuario hasta que sus
heridas hubiesen sanado y él estuviese dispuesto a partir.
Con la cabeza inclinada, Lopaka sonrió para sí mismo. Permanecería allí hasta que
hubiese pasado un tiempo y se hubiera calmado la cólera de los hombres de Hana.
Después regresaría entre ellos, y comenzaría a reagrupar secretamente sus fuerzas.
La tarea podía exigirle un año, incluso dos, pero al fin tendría un ejército tan
poderoso que podría atacar a los jefes que hubiesen reemplazado a Koa.
La próxima vez no fracasaría. La próxima vez no subestimaría a la oposición.
Había una cosa a su favor, ahora que Koa estaba muerto y Liliha había desaparecido,
durante un tiempo la realeza de Hana quedaría desorganizada, y asi el posible
ataque sería mucho más fácil.

Cuando vio que la lanza atravesaba el cuerpo de Koa, y el apuesto joven


comenzaba a caer, Akaki no pudo creer lo que estaba observando. El hecho evocaba
terribles recuerdos de los viejos tiempos de la guerra. Comenzó a acercarse al lugar
donde Koa había caído, pero al mismo tiempo con la mirada buscaba a Liliha.
Cuando se arrodilló al lado del cuerpo inmóvil de Koa y comprobó que estaba
muerto, se sintió tan ofendida que no pensó en otra cosa. Ella fue quien acicateó a los
hombres de Hana, incitándolos a combatir. Se incorporó, y su altura le permitió ver
más allá de los que se habían agrupado allí, y entonces comprobó que Lopaka y sus
partidarios avanzaban esgrimiendo lanzas. Sabía que Lopaka era un perturbador, un
descontento y un pretendiente a las túnicas emplumadas del jefe. Comprendió
instantáneamente que la lanza clavada en la espalda de Koa había sido arrojada por
Lopaka.
Con un dedo acusador señaló a Lopaka y gritó: —¡Allí! ¡Allí está el asesino de
Koa! Lopaka pretende ocupar el lugar de Koa. ¿Deseáis que un hombre tan perverso
gobierne Hana? No lo permitamos. Luchemos. Usemos varas y piedras, lo que
encontremos. ¡Encontradlo y matadlo! ¡No valdrá la pena vivir la vida bajo el
gobierno de Lopaka!
Los aldeanos respondieron a las exhortaciones. Se agruparon para formar una
unidad y se volvieron contra Lopaka y sus hombres. Akaki estaba en el centro,
incitándolos. Y cuando la suerte de la batalla cambió finalmente y Lopaka comenzó a
huir, Akaki los instó a perseguirlo y ordenó que los tambores enviaran mensajes
pidiendo que detuvieran al asesino. Comprendió instintivamente que Lopaka huía
hacia el santuario. Si lograba llegar allí realizaría la ceremonia de la purificación,

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evitaría el castigo que merecía por el asesinato de Koa y regresaría para molestarlos a
todos.
Ahora que los tambores enviaban sus mensajes, Akaki había hecho ya todo lo que
estaba a su alcance. Se sentía profundamente fatigada. Sólo entonces volvió a pensar
en Liliha y fue a buscarla con el corazón oprimido, porque sabía lo que la joven
estaría sintiendo. Cuando no pudo hallar a su hija, Akaki se alarmó. Después, habló
con una mujer que había visto el momento en que se apoderaron de Liliha y cómo el
hombre blanco, Asa Rudd, se la llevó hacia la bahía de Hana.
Akaki experimentó un cruel presentimiento. Recordó el barco de vela que había
anclado en la bahía dos días antes. Ninguno de sus tripulantes había bajado a tierra.
Entonces Akaki pensó que esa actitud era extraña, pero el hecho no la preocupó
demasiado; tan absorta estaba en los preparativos de la boda.
Ahora, corrió a la bahía y llegó a la playa en el mismo instante en que salía el sol.
¡El barco de vela había desaparecido!
Se arrodilló en la arena y se echó a llorar.
— ¿Por qué el hombre blanco te llevó, mi pequeña? ¿Por qué?
Akaki no dudaba de que Asa Rudd era el responsable.
Nadie conocía su propósito, pero Akaki había olido el mal en Rudd. Si ella no
hubiese estado tan atareada, habría intentado descubrir la razón de su visita a Hana.
Llegó a la conclusión de que los isleños eran excesivamente confiados. Daban la
bienvenida a cualquier extranjero sin demostrar demasiada curiosidad, y nunca
cuestionaban su presencia entre ellos, hasta que había alguna razón para proceder
así. Por desgracia, cuando llegaban a eso era demasiado tarde... como ahora.
Quizá estaba equivocada quizá Liliha, agobiada por la muerte de Koa, se había
ocultado para llorar a solas. Para Akaki era incomprensible que alguien quisiese
apartar a Liliha de Hana.
Animada por la nueva esperanza, Akaki volvió deprisa a la aldea. Allí recibió
peores noticias. El mensaje transmitido por los tambores le dijo que Lopaka había
llegado al santuario. Tan agobiada estaba por la inexplicable desaparición de Liliha
que prestó poca atención al asunto. Ya pensaría en ello después, cuando hallase a la
muchacha; entonces se preocuparía de Lopaka.
Revisó sin éxito todos los recovecos de la aldea. Después extendió su búsqueda a
los estanques de agua dulce donde Liliha solia nadar. Pasó el día entero buscando, y
en definitiva volvió a la aldea, fatigada, y desalentada. En su mente ya no cabía
ninguna duda... Liliha se había ido.
A su regreso, Akaki encontró a los aldeanos confundidos y al borde del pánico. No
tenían jefe. ¿Quién ocuparía el lugar de Koa?

~29~
Patricia Matthews Amor Pagano

Los hombres que habían perseguido sin éxito a Lopaka volvían uno por uno a la
aldea. Por primera vez Akaki intentó despreocuparse de la suerte de Liliha, y
consagrar su atención a asuntos más inmediatos.
La amargaba el hecho de que Lopaka hubiese evitado el castigo que su horrible
acto merecía. Sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que reuniera a un grupo
de descontentos y de nuevo intentase usurpar el cargo de jefe. Akaki estaba decidida
a evitarlo a toda costa. Estaba tan amargada que contempló la posibilidad de enviar
contra Lopaka a los hombres más vigorosos de la aldea, cuando el asesino
abandonase el santuario, con orden de matarlo. Pero sabía que eso no era posible; ese
acto contradecía las antiguas leyes de su pueblo.
El problema siguiente al que consagró si atención fue la elección del nuevo jefe. El
pueblo de Hana dependía de la existencia de una dirección firme, y sin dicho
liderazgo no podía vivir. Con la muerte de Koa quedaba casi extin¬guido el linaje
real de Hana. Sólo restaban Akaki, un hombre mayor llamado Nahi y algunos
primos de Akaki, todos demasiado jóvenes para gobernar.
Nahi estaba en la línea de sucesión, pero varios años atrás había caído de una
canoa mientras pescaba y un tiburón asesino lo había herido gravemente. Había
quedado mutilado y casi inválido, y ahora era bastante viejo, aunque su mente
todavía funcionaba con lucidez.
Sin embargo, Akaki oyó decir a los hombres que Nahi debía convertirse en jefe.
¿Acaso había otro candidato en Hana?
Esa noche, en el dormitorio de Nahi, discutieron el asunto. Nahi dormía solo,
porque no tenía esposa ni hijos.
Se sentía melancólico.
—Sé, Akaki, lo que dicen los hombres de Hana. Pero, ¿cómo puedo gobernar? No
soy un hombre entero. —Mostró su brazo atrofiado e inútil, y el rostro marcado por
las cicatrices, que mostraba una expresión de impotencia.
Akaki miró a los ojos a Nahi y comprendió claramente lo que debía hacer.
—No, Nahi, no puedes ser nuestro alii. Estás diciendo la verdad.
—Pero, ¿quién será? Tú, Akaki, y yo, somos las únicas personas de sangre real que
quedan en Hana.
—Entonces, yo seré la jefa —dijo sencillamente Akaki. Se puso de pie e irguió el
cuerpo a la luz parpadeante de las antorchas.— Está decidido. Yo, Akaki, seré el
nuevo jefe. Gobernaré bien y con justicia. ¿Quién puede negarlo? ¿Tú, Nahi?
El la miró fijamente un momento y después meneó la cabeza.
—No, Akaki. Yo no lo negaré. Pero no sé si los otros dirán lo mismo. Lopaka
también reclama la capa de plumas.

~30~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Lopaka es incapaz de gobernar, y su pretensión no tiene fundamento. No


gobernará Hana por lo menos mientras yo tenga algo que decir.
Y así fue... Akaki se convirtió en alii de Hana. En el duelo por Liliha y Koa, Akaki
ordenó que le cortaran muy cortos los cabellos y dedicó a su duelo íntimo el tiempo
que no consagraba al gobierno. El único dolor público que mostró por su hija perdida
se manifestó en las peregrinaciones que hacía todas las tardes, poco antes del
anochecer. Iba sola a sentarse en la playa de la bahía de Hana, y miraba anhelante el
mar, buscando siempre la imagen de las velas en el horizonte, las velas que nunca
aparecían.

~31~
Patricia Matthews Amor Pagano

Ca p í t u l o 3

Mientras los días se fundían unos en otros, cada uno igual al siguiente, Liliha
temió que la hubiesen confinado definitivamente al maloliente camarote de la nave.
En su corta vida nunca había encontrado ningún obstáculo para nadar en el mar
siempre que lo deseara. Jamás se había visto privada de la visión cotidiana del sol.
Sólo obedeciendo a un poderoso impulso de voluntad conseguía evitar la
desesperación y la apatía.
Las únicas cosas que le permitían mantener la cordura eran su dolor por Koa y la
promesa que se había hecho a sí misma de que más tarde o más temprano retornaría
a Hana y vengaría su muerte. Y una o dos veces por semana, por la noche, Rudd
abría la puerta del camarote y le permitía salir a cubierta una hora o poco más. Eso lo
hacía sólo las noches en que el mar estaba sereno, y toda la tripulación, excepto el
timonel y la guardia nocturna, estaba bajo cubierta, durmiendo en sus hamacas. Por
lo que Liliha sabía, ninguno de los miembros de la tripulación la había visto.
La primera noche que había ocurrido esto, Rudd gruñó:
—Princesa, la idea no es mía, pero el capitán dice que enfermarás o perderás la
cabeza si te dejamos allí abajo, y no te permitimos salir de vez en cuando.
Sin embargo, por extraño que pareciera, lo que más la ayudó a sobrevivir durante
el prolongado viaje fue la aparición cotidiana de Asa Rudd. Le traía la comida —muy
mediocre, comparada con lo que ella solía tomar —, vaciaba el orinal. Solía traerle
una palangana con agua sólo después de insistir mucho, y el agua siempre estaba
fría. De todos modos, ella conseguía mantener bastante limpia su persona, aunque su
kapa comenzaba a mostrar las consecuencias del uso casi constante.
Rudd jamás cesó en sus intentos de forzarla, pero las confrontaciones se
convirtieron en un juego para Liliha, a veces divertido, otras irritante. Por increíble
que pareciera, Rudd se sentía irresistible con las mujeres; Liliha pensaba que era el
ser más repulsivo que jamás hubía conocido. Lo mantenía a distancia con una
combinación de ingenio y fuerza física. Generalmente ella trataba de controlarse, con
el fin de evitar que el individuo se encolerizara demasiado, pues por naturaleza
Rudd era un hombre perverso y cruel, completamente desprovisto de sensibilidad, y
ella sabía que era muy capaz de dejarla morir, sin comida ni agua, si excitaba su
cólera. No temía por su vida. Rudd todavía no le había dicho con qué propósito la

~32~
Patricia Matthews Amor Pagano

había secuestrado, pero ella sabía que para realizar sus fines debía conservar la vida
hasta el final del viaje.
Sin embargo, había ocasiones en que él se mostraba tan desagradable que ella
necesitaba apelar a todos los recursos para salvarse.
Un ejemplo en este sentido ocurrió cuatro meses después de iniciado el viaje.
Rudd entró en el camarote con la comida nocturna —un pedazo de pan negro
mohoso y un cuenco de carne grisácea que nadaba en un líquido repugnante—
cuando examinó el cuenco, Liliha vio algo resbaladizo que se deslizaba sobre la
carne.
Asqueada, arrojó el cuenco. Golpeó el mamparo y cayó al piso, derramando su
contenido sobre las tablas. La joven gritó:
—¡En Hana no damos estas cosas ni siquiera a los perros!
—Princesa, será mejor que no te muestres tan exquisita —dijo riendo Rudd—.
Estamos en el mar, y ésa es la comida que tomarás hasta que lleguemos al lugar de
destino. No puedes pretender que te den la misma comida que a los marineros,
¿verdad? Ellos trabajan por sus raciones y su vaso de ron. Tú te sientas aquí sin hacer
nada productivo. —Su mirada adquirió una expresión astuta. —Por supuesto, tal vez
te traiga mejores alimentos si eres buena conmigo. Un favor concedido merece la
retribución de un favor. Es lo que yo siempre digo.
Comenzó a acercarse a ella.
Liliha retrocedió hasta que tuvo la espalda contra el mamparo.
—¡Manténgase lejos de mí, Asa Rudd! ¡Gritaré y alguien vendrá!
—Princesa, no vendrá nadie. —Esbozó un gesto despectivo.— Puedes gritar lo que
se te antoje, no vendrá nadie. Estás a mi cargo. Pagué tu pasaje de mi propio dinero.
Eres mía, y haré contigo lo que me plazca.
Sus ojos comenzaron a arder, y se lamió los labios finos. Su lengua recordó a Liliha
a los minúsculos y pálidos lagartos que eran tan numerosos en Maui.
Se estremeció, y por primera vez experimentó un sentimiento de temor;
comprendió que estaba a merced de ese individuo perverso. Pero con un esfuerzo
trató de disipar el miedo que la embargaba. El se acercó. Se le había enrojecido el
rostro y tenía la boca entreabierta y el aliento repugnante. Después, estuvo cerca y
casi la tocó. Liliha percibió el olor rancio, y comprendió que ese hombre no se había
bañado desde el momento en que el barco salió de Hana.
Rudd extendió la mano, y aferró la muñeca de Liliha. La otra mano le acarició el
seno desnudo. Ella medio se volvió, tratando de desprenderse, pero para tratarse de
un hombre de pequeña talla, Rudd poseía una fuerza sorprendente. La sostuvo con

~33~
Patricia Matthews Amor Pagano

firmeza, y la mano sobre el seno de Liliha se cerró todavía más y dio un pellizco
cruel, que arrancó un grito de dolor a la joven.
—¿Por qué no tratas de pasarlo un poco mejor? —Rudd sonrió lascivamente.— Y
de todos modos, no sé por qué te muestras tan quisquillosa. Caramba, conozco las
costumbres de las islas, y sé que a las muchachas no les importa acostarse con
cualquier hombre.
Liliha echó hacia atrás la cabeza.
—Lo hacemos únicamente con los hombres que nos inspiran simpatía, no con los
que odiamos.
— ¿De modo que me odias? Ya te mostraré lo que es odiar— La pellizcó otra vez,
y el dolor fue intenso. Liliha comenzó a perder fuerza, próxima al desmayo a causa
del dolor.
Rudd rió gozosamente. Retiró la mano del seno y la acercó al borde superior del
kapa de Liliha y la arrancó de la cintura de la joven. Después, con una zancadilla la
derribó al suelo. Cayó sobre ella y le sujetó los brazos con las manos.
—¡Ahora verás, mi hermosa princesa!
Liliha trató de luchar, pero había esperado demasiado. Ahora él se encontraba en
situación ventajosa. Su peso y la fuerza de sus músculos la redujeron a la impotencia.
El rostro enrojecido estaba sobre ella. Tenía la boca abierta, el aliento cálido caía
sobre el rostro de Liliha, y en los ojos se manifestaba un ansia sensual. Estaba entre
las piernas abiertas de la muchacha. Retiró una mano del brazo de Liliha y comenzó
a manipular sus pantalones.
Liliha movió el cuerpo, y consiguió desprenderse en parte del cuerpo que la
aprisionaba. Cuando Rudd trató de reconquistar la posición anterior; ella dobló una
rodilla y la hundió en el bajo vientre del hombre. Rudd lanzó un aullido de dolor.
Liliha lo apartó fácilmente a un costado y se incorporó con un movimiento rápido:
Ahora él estaba arrodillado se movía hacia adelante hacía atrás con las manos en el
vientre. De su garganta brotaban gemidos mezclados con un torrente de
obscenidades.
Liliha dijo con calma:
—Asa Rudd, se lo advertí. No me importa lo que haga, no me someteré a usted.
Rudd volvió hacia ella el rostro pálido y contorsionado por el dolor. Exclamó:
—¡Perra! ¡Lamentarás esto, ya lo verás!
Durante dos días la puerta del camarote permaneció cerrada, y Asa Rudd no
apareció. En ese espacio confinado, el olor llegó a ser intolerable. Liliha estaba
debilitada por el hambre y la falta de agua, incluso el olor de su cuerpo le parecía
nauseabundo.

~34~
Patricia Matthews Amor Pagano

Soportó estoicamente el sufrimiento, segura de que conquistaría su pequeña


victoria. Estaba segura de que, por cierta razón que no alcanzaba a desvelar, era muy
valiosa para Rudd. El era un hombre codicioso y posesivo, y la revelación de que
había pagado de su propio bolsillo el pasaje de Liliha había convencido a la joven de
que para ese hombre ella valía mucho dinero... viva. Quizás Rudd la obligase a sufrir,
pero no permitiría que muriese.
La tarde del segundo día se oyó el movimiento del cerrojo. Liliha se puso
rápidamente de pie. Se sentía débil y había adelgazado, pero permaneció erguida, sin
apoyarse en la pared, con la cabeza muy alta, cuando él entró en el camarote
trayendo un cuenco de comida y una jarra de agua.
—Aquí tienes algo para tu vientre —gruñó—. ¡Puff! —Arrugó la nariz.— ¡Qué mal
huele esto! Vamos, lávate. Liliha no se adelantó a recibir la comida. No deseaba
demostrarle lo hambrienta que estaba.
—Le agradezco lo que me ha traído, Asa Rudd.
—No me lo agradezcas. Si no hubiese invertido dinero en ti, te dejaría morir. ¡Sin
vacilar! Pero para mí vales dinero viva, no muerta. ¡Puedes agradecerlo a tus dioses,
perra!
Depositó en el suelo la comida y la jarra de agua, y retrocedió hacia la puerta.
Cuando oyó el ruido del cerro¬jo al cerrarse, Liliha corrió hacia el agua y el alimento,
y se arrodilló. Levantó la jarra y bebió el agua rancia con sorbos prudentes. Después
de calmar un poco la sed, se volvió hacia la comida y comenzó a alimentarse a pesar
del sabor repugnante. Después de vaciar el cuenco bebió otra vez y usó el resto para
lavarse.
La misma escena se repitió durante los días y las semanas que siguieron. Rudd
venía una vez al día, trayendo comida y agua. La ración era apenas la indispensable
para mantenerla viva, y la joven no alcanzó a recuperar el peso que había perdido:
ahora estaba delgada, casi macilenta. Los paseos furtivos sobre cubierta se
reanudaron, aunque no eran tan frecuentes como antes.
Rudd no intentó atacarla nuevamente. La dejaba en paz, y apenas le hablaba.
Finalmente, un día apareció con cuencos de comida rancia, una gran tina llena de
agua y un pedazo de jabón, además de una toalla. Después, salió y regresó con una
pila de ropas femeninas. Las dejó en el suelo y retrocedió un paso. Miró a Liliha con
una sonrisa burlona.
—Princesa, mañana llegaremos a destino. No es tu isla pagana, de modo que
tendrás que vestirse corno corresponde.
—No usaré —dijo desdeñosamente Liliha— esas túnicas del hombre blanco.

~35~
Patricia Matthews Amor Pagano

—No son túnicas, es lo que usan todas las señoras en el lugar adonde vamos. Y
tendrás que llevarlas; princesa. Si te ven así—sonrió— provocarás el pánico en las
calles. Si un policía ve tus tetas al aire te meterá en la cárcel. Y si te parece que esto es
una jaula, espera a ver el interior de nuestras prisiones. ¡Vaya que sí las conozco!
tengo bastante experiencia de ellas.
—¡No usaré eso! ¡No quiero esas ropas!
—Oh, sí, las usarás, aunque tenga que traer a dos marineros para que te sujeten
mientras te visto. —Sonriendo, se balanceó sobre los pies.— ¿Te agradaría que los
trajera? Algunos de ellos no han visto a una mujer desde hace varios meses. Bien... —
Su voz se hizo más dura.— Quiero verte vestida mañana cuando lleguemos a puerto.
Dio media vuelta y se dirigió a la puerta.
—¡Un momento! — Liliha avanzó un paso hacia Rudd.— Asa Rudd, este lugar al
que llegamos... ¿Cómo se llama?.
—Caramba, princesa, es Inglaterra. La ciudad de Londres. Creía que lo sabías. Te
agradará. En tu isla nunca soñaste siquiera con las maravillas que encontrarás aquí.
Salió y cerró la puerta con cerrojo, y Liliha miró despectiva la pila de ropas. Las
movió un poco con el pie. Pero su pensamiento estaba acupado sobre todo en la
información que Rudd le había revelado. ¡Inglaterra! Qué ironía ¡Asa Rudd la había
llevado a la patria de su padre! Aún no sabía con qué fin; sin embargo, no podía
reprimir un estremecimiento de excitación y curiosidad. Sería interesante ver el país
de su padre.
Se arrodilló en el suelo, y revolvió las prendas: el vestido largo, las prendas
interiores voluminosas. Se estremeció ante la idea de confinar de esa manera el
cuerpo; de todos modos, decidió usarlas, pues no tenía alternativa. Asa Rudd la
sacaría del barco, y tendrían que moverse entre personas vestidas así. Liliha sabía
que no podía aventurarse en medio de esa gente con su atuendo isleño. Si se
avergonzaba cuando estaba frente a su carcelero y sólo tenía puesto el kapa, ¿qué
sentiría entre muchos desconocidos?
Pero el problema era que esa colección de prendas la desconcertaba. No tenía la
más mínima idea del modo de ponérselas, y rehusaba solicitar la ayuda o el consejo
de Rudd. Por sí solos los zapatos la intimidaban, tan pequeños eran. ¿Cómo podría
calzárselos en esos pies que jamás se habían calzado?
Permaneció largo rato mirando las prendas, clasificándolas y preguntándose para
qué servían, y cuáles debía ponerse primero.
Por la mañana, la despertó el clamor de muchas voces en cubierta, y advirtió que
había cesado el movimiento de la nave. Se había acostado a dormir con las ropas que
Rudd le había dejado... es decir, todo excepto los zapatos. Jamás se había sentido tan
incómoda en su vida; salvo los zapatos, todo era demasiado grande para ella. Podía

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Patricia Matthews Amor Pagano

decirse que la ropa le bailaba. Para agravar aún más las cosas, todas las prendas
tenían olor a moho. Era evidente que las habían guardado mucho tiempo en un
espacio cerrado.
Le había llevado largo rato determinar en qué orden debía vestir esas prendas, y
cómo ponérselas. Finalmente, Liliha consiguió calzarse los zapatos, pero se los quitó
inmediatamente. Le oprimían terriblemente los pies; la sensación era tan dolorosa
como aquella vez cuando era niña y tocó con el dedo grande del pie una criatura
marina que se desplazaba por la playa. El animal le aferró el dedo con sus poderosas
pinzas, y Liliha gritó de dolor, hasta que Akaki corrió para auxiliarla.
Pero ahora metió los pies en los zapatos y soportó estoicamente la incomodidad,
mientras esperaba a Asa Rudd. La joven llevaba doblado en el brazo el kapa.
Poco después de que cesara el movimiento de la nave, se oyó el ruido del cerrojo y
Rudd entró. Se detuvo, y abrió la boca sorprendido.
— ¡Bien, princesa! Te vestiste. —Inclinando la cabeza a un lado, comenzó a
sonreír.— Pareces diferente, ¡claro que sí!
Liliha no contestó, y se limitó a mirarlo fijamente.
Rudd medio se volvió y esbozó una burlona reverencia.
—Después de ti, princesa.
Liliha salió del camarote, avanzando insegura a causa de la falta de costumbre con
el calzado. En cubierta hacía frío, y la desalentó ver una niebla gris y espesa que lo
cubría todo. La bruma era tan densa que apenas podía ver los mástiles de la nave. Al
lado del barco había un bote que, esperando, ya flotaba sobre las aguas. Liliha
descendió por la escala de cuerdas seguida de Rudd. Eran los únicos pasajeros que
desembarcaban. El bote estaba a cargo de dos remeros ceñudos, que miraban
furtivamente a Liliha. Ella los ignoró y se limitó a mirar al frente.
De pronto, una intensa brisa barrió la bruma, y Liliha contuvo una exclamación de
asombro cuando vio por primera vez la ciudad construida por el hombre blanco.
Ante ella se elevaban los altos edificios de piedra gris y ladrillo manchado de hollín.
Miró desconcertada las torres, y las cornisas. Los edificios se extendían hasta donde
la vista alcanzaba. Cuando la bruma se disipó todavía más, vio que el puerto estaba
poblado por innumerables naves ancladas; además, muchos botes más pequeños, de
diferentes formas, iban y venían entre las naves y los muelles.
—Un espectáculo interesante, ¿verdad, princesa? —dijo la voz de Rudd.
Liliha apenas lo oyó, tan absorta estaba. Sólo cuando se aproximaron al muelle
comenzó a sentir miedo. Los muelles hervían de gente que gritaba, empujaba y
maldecía, y la mayoría de los que allí estaban atendían la carga y la descarga de

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Patricia Matthews Amor Pagano

mercancías. Liliha jamás había visto tantas personas en un mismo lugar, y el ritmo de
los movimientos y la agitación le infundía temor.
Se sintió agobiada, y habría huido de ser posible. Como si hubiese adivinado su
reacción, Rudd le aferro firmemente el brazo apenas llegaron al muelle.
A pesar de las muchas maravillas que eslaba viendo, Liliha jamás se había sentido
tan sola y tan extraña. Verse confinada al compartimento de la nave, y tanto tiempo,
había sido una experiencia terrible; pero esto era peor, aunque de distinto modo. La
gente, toda vestida con ropas extrañas para ella, se apresuraba en diferentes
direcciones. Nadie le dirigía ni siquiera una mirada. Y hacía frío, un frío húmedo que
le penetraba los huesos. Acostumbrada al calor tropical de las islas, ella se sentía
helada, pese a que era bien avanzada la primavera.
Con la mayor rapidez posible, Rudd llamó a un coche que pasaba. Empujó a Liliha
al interior del carruaje y gritó al cochero:
—Hacia el sur de Londres, por el camino que va a Sussex. Se le pagará bien, no
tema.
Entró deprisa en el carruaje, en pos de Liliha.
A pesar de que se sentía perdida y fuera de su elemento y de su temor al verse en
ese vehículo extraño y ruidoso, Liliha no pudo menos que mirar furtivamente por la
ventanilla mientras el carruaje traqueteaba por los adoquines. La multitud de
personas en las calles estrechas y sórdidas, y la infinita variedad de tiendas y
vendedores ambulantes ofreciendo todos los tipos concebibles de mercancías
formaban un espectáculo incomprensible para ella. Acurrucada en el rincón para
defenderse del frío penetrante, observaba todo con temor y maravilla crecientes. Esa
ciudad de Londres era enorme; Liliha pensó que debía de ser la ciudad más grande
del mundo. Trató de recordar los fragmentos de información acerca de Londres y de
Inglaterra que había podido obtener de su padre. Podía considerarse afortunada,
porque su padre había poseído los dos libros con imágenes. Por lo menos, ella había
visto dibujos de los vehículos de ruedas y de los enormes animales llamados
caballos, y podía identificarlos. De ese modo, las cosas eran menos terroríficas... en
realidad, apenas, un poco menos.
De nuevo la maravilló el hecho de que estaba en la patria de su padre. Pero, ¿por
qué? ¿Por qué la habían llevado allí?
Se volvió hacia Asa Rudd.
—Otra vez le pregunto... ¿a dónde me lleva y con qué propósito?
El sonrió astutamente.
—Todo a su tiempo, princesa. El misterio no tardará en aclararse.

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Habían salido de la ciudad. La campiña inglesa era un abanico de colores


primaverales: el amarillo de los girasoles; los colores más estridentes de las azaleas;
los almendros florecidos con sus ramas que a veces se inclinaban elegantes bajo el
peso de las flores blancas.
Liliha aprendió después el nombre de las flores y las plantas, pero por el momento
le bastaba mirarlas. El paisaje formaba una planicie ondulada con algunos
bosquecillos verde por doquier.
Liliha se sentía agradecida de ver el verde, aunque los colores no eran tan
lujuriosos como en Hana, ni mucho menos. El carruaje pasaba entre los campos y
granjas; vio extensas propiedades con hermosas casas de piedra detrás de los árboles
y los matorrales.
El coche se desplazaba velozmente por el estrecho camino, levantando detrás de sí
una nube de polvo. El viaje suscitaba en ella un sentimiento de paz, y Liliha, fatigada
y ahora con menos frío, cabeceaba en el rincón del asiento. Pasó el tiempo, y varias
veces se sobresaltó, pero después volvió a dormitar.
De pronto, despertó completamente ante el sonido de la voz de Rudd. Se asomaba
a la ventanilla.
—Cochero, doble a la izquierda en el próximo desvío... ¡el que está bordeado por
grandes árboles!
El cochero aminoró la marcha del vehículo y después giró bruscamente, apoyando
el carruaje en dos ruedas.
Liliha intuyó que éste era finalmente el lugar de destino, miró ansiosa por la
ventanilla. Contuvo una exclamación ante lo que vio. Al fin del largo sendero había
un alto edificio, de dos pisos, una construcción de piedra gris, cuadrada e
impresionante. Varias chimeneas redondas y esbeltas sobresalían del tejado, y de
algunas brotaba humo. Un prado bien cuidado se extendía como un mantel verde.
Un auténtico laberinto de setos bien recortados rodeaba la casa, y una gran
diversidad de arbustos de jardín del frente habían sido recortados de modo que
tenían formas fantásticas. Detrás de la gran casa había colinas verdes, boscosas, que
formaban suaves ondulaciones.
Liliha todavía estaba bajo los efectos de la impresión cuando el carruaje se detuvo
frente a una escalinata de mármol que conducía a la gran puerta principal.
Rudd abrió la puerta del carruaje e indicó a la joven que descendiera.
—¡Hemos llegado, princesa!
Liliha descendió. La bruma se había disipado y el sol de media tarde le calentaba
el cuerpo. Preguntó:
—Asa Rudd, ¿dónde estamos?

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Todavía no, princesa. —Se balanceó sobre los pies muy complacido consigo
mismo.— No pasará mucho tiempo antes de que lo descubras.
Ascendieron los peldaños de la escalera y Rudd movió el llamador de bronce. Un
momento después se abrió una puerta y apareció un criado de librea.
Cuando vio el atuendo elegante, Liliha pensó que debía ser una persona muy
importante.
El criado enarcó el ceño.
—¿Señor?
—Diga a lady Anne que aquí está Asa Rudd con la persona que ella desea ver. —
Rudd sonrió descaradamente.
El criado miró altivo al hombre más pequeño. Con voz impertinente dijo:
—Por favor, espere aquí.
El criado se alejó después de cerrar la puerta. Rudd no se inmutó.
—No te preocupes, princesa. Lady Anne nos recibirá.
—¿Quién es lady Anne? —preguntó Liliha, demasiado fatigada y hambrienta para
preocuparse realmente.
—Ya lo verás, ya lo verás. Caramba, eres una mujer muy impaciente.
Después de prolongada espera se abrió la puerta, esta vez de par en par, y el
criado dijo con cierto acento burlón en la voz:
—Lady Anne los recibirá. Síganme, por favor.
Siguieron al hombre, y de nuevo Liliha quedó muda de temor. Estaban en una
larga galería que corría paralelamente al frente de la casa. Las paredes estaban
revestidas de libros, y los estantes llegaban casi hasta el techo de yeso. Liliha nunca
hubiera creído que podía haber tantos libros en el mundo. A intervalos había sillas
talladas mesas exquisitamente trabajadas, puestas contra las estanterías. En el alto
techo, a cada extremo de la galería, pendían dos candelabros muy grandes, objetos
totalmente ajenos a la experiencia de Liliha. No podía dejar de mirarlos. Pero incluso
temerosa, advirtió que el criado y Rudd caminaban pisando únicamente los dos
senderos escarlatas que cubrían el lustrado suelo de madera dura. Trató de seguir
cuidadosamente los pasos de los dos hombres.
En mitad de la larga galería había una ancha escalera. El criado comenzó a subir y
Rudd y Liliha lo siguieron.
Al final de la escalera, el criado golpeó suavemente a una puerta tallada. Una voz
de mujer contestó:
— ¡Que entren, James!

~40~
Patricia Matthews Amor Pagano

El criado abrió la puerta y les permitió entrar, después de saludar con una
inclinación de la cabeza se retiró.
Liliha estaba frente a una mujer recostada en un diván de madera dorada y
terciopelo. Era bastante vieja y delgada, y tenía la piel del color de la porcelana; era
evidente que se trataba de una inválida. Pero los cabellos, recogidos sobre la nuca
eran dorados, y los ojos en aquel rostro angosto eran verdes e intensos. Los ojos,
inteligentes y vivaces, le conferían una actitud imperiosa. Un hecho que desconcertó
a Liliha fue la expresión bastanle familiar de esa mujer, a quien jamás había visto
antes.
Esa mirada imperiosa descansó, ahora sobre la joven y para evitar la penetrante
mirada, Liliha comenzo a mirar el dormitorio.
Aturdida por ese explendor extraño, sin saber realmente lo que estaba viendo, sólo
podía asombrarse ante el techo de yeso, con sus bajorrelieves de pequeños ángeles
que tocaban instrumentos musicales; el hogar de oro y mármol, con un pequeño
fuego que ardía en el centro; las paredes, cubiertas con papel de flores; un alto dosel
circular, y un cubrecama de seda vestían el lecho.
Liliha pensó que, no importase quién fuera, esa mujer sin duda tenía mucho
dinero.
La mujer habló por primera vez.
—Rudd, ¿es ella?
—Lo es, lady Anne. ¡Es la hija de William Montjoy!
—¿Eso es cierto, niña?
Desconcertada Liliha dijo:
—Sí, William Montjoy fue mi padre.
—¿Fue? Entonces, ¿es cierto que William ha muerto?
Liliha asintió.
—Mi padre murió hace dos años.
Un gesto de dolor modificó el rostro de la mujer durante un instante; pero
después, recuperó su expresión anterior.
—Pobre William, siempre tuvo escaso sentido de la oportunidad. Aunque quizá
así es mejor. Ven aquí, niña. —Alzó una mano muy delgada en un gesto de mando.—
Más cerca. Por desgracia, mis ojos no son lo que eran antes.
Siempre desconcertada, Liliha avanzó hacia el diván.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—¡Santo Cielo, niña! Esas prendas son horrorosas. Y pareces tan delgada como yo.
Rudd, ¿qué ha ocurrido con esta joven? ¡Lo menos que podía hacer era traerla vestida
con propiedad!
—Lady Anne, debe comprender —dijo Rudd a la defensiva—, la joven es una
salvaje, o medio salvaje, y no sabe lo que significa vestirse apropiadamente.
Liliha dijo:
—¿Puedo preguntarle quién es usted?
La mujer irguió la cabeza.
—¿Acaso Rudd no te lo ha dicho?
—Asa Rudd no me dijo nada.
La mujer dirigió a Rudd su mirada orgullosa.
—¿Qué significa esto?
Rudd se movió incómodo.
—Pensé que recibir ahora la noticia sería para ella una sorpresa agradable.
—Ahora que la veo, me atrevo a decir que es más un golpe que un placer, y es fácil
comprender por qué. —La mujer miró a Liliha y se le ablandaron los rasgos.— Niña,
soy tu abuela. Soy la madre de William. Contraté a Rudd para que fuese a esas islas
lejanas y encontrase a mi hijo o a sus descendientes. Muchacha, soy lady Anne
Montjoy. Tu padre nació y se crió aquí, en Montjoy Hall. Era su hogar, como espero
que será el tuyo.
—¿La madre de mi padre? —dijo Liliha asombrada—. Pocas veces hablaba de
Inglaterra, o de su hogar.
Lady Anne asintió con tristeza.
—Lo comprendo. Pese a todos sus defectos, William era orgulloso, y, sin duda, se
sintió profundamente avergonzado por su destierro. ¿Cómo te llamas, niña?
—Liliha.
—Liliha —murmuró lady Anne—. ¡Qué hermoso nombre!
Rudd, que se balanceaba sobre los pies, dijo impaciente:
—Perdóneme, lady Anne. Sé que tienen mucho de qué hablar. De modo que si me
paga lo que me corresponde, me marcharé y las dejaré solas.
—Sí. —Lady Anne lo miró con el ceño fruncido. No lamentaré desembarazarme
de usted...
—¿Puedo hacer una pregunta?
—Por supuesto, niña.

~42~
Patricia Matthews Amor Pagano

—¿Piensa pagar a este hombre?


—Prometí a Rudd mil libras si volvía con mi hijo o con cualquiera de sus
descendientes.
—Antes de que le pague, ¿puedo hablar con usted a solas?
Lady Anne la miró fijamente.
—Si así lo deseas. Rudd, déjenos solas un momento.
Rudd explotó.
—¡Lady Anne, no escuche lo que ella diga! Es muy propensa a mentir. ¡Esos
isleños tienen la moral de los gatos vagabundos de las callejuelas de Londres!
—Rudd, ¡está hablando de la hija de mi hijo!
—Mis humildes disculpas, lady Anne, pero estoy diciendo la verdad —dijo Rudd
desesperado—. Lo juro.
—James. —Lady Anne recogió un bastón que estaba al lado del diván y dio varios
golpes en el suelo.
La puerta se abrió casi inmediatamente y el alto criado apareció en el umbral.
—James, escolte a este hombre a la planta baja hasta que yo lo llame.
—Muy bien, señora.
—Lady Anne, le ruego que no escuche a esta pagana.
—¡Silencio! ¡Está poniendo a prueba mi paciencia!
El bastón golpeó el suelo.
—¡O va por su propia voluntad, o le diré a James que lo lleve por la fuerza!
El mayordomo tomó del brazo a Rudd y lo sacó de la habitación. Rudd salió
murmurando imprecaciones con voz gimiente.
Lady Anne se volvió hacia Liliha.
—Bien, niña, ¿de qué se trata?
—Le pido que no pague a este hombre.
Lady Anne se irguió; los ojos le llameaban.
—Niña, eres mi nieta, pero eso no te da derecho a decirme lo que debo hacer. ¡Te
das muchos aires!
—Usted no sabe lo que él hizo —dijo tranquilamente Liliha—. Me retiró por la
fuerza de mi aldea...
Se apresuró a relatar el trato que había recibido en manos de Rudd.

~43~
Patricia Matthews Amor Pagano

Finalmente, lady Anne dijo con voz serena.


—Comprendo. —Golpeó el suelo con el bastón y no dijo una palabra más hasta
que James volvió con Rudd.— James, quédese aquí.
El criado asintió y permaneció detrás de Rudd, que se lamió los labios, moviendo
nerviosamente los ojos.
Con voz fría lady Anne dijo:
—Asa Rudd, usted es un sinvergüenza. No lo contraté para secuestrar a esta niña,
mantenerla encerrada en una jaula y alimentarla con comida podrida y agua sucia.
Lo que es peor, intentó atacarla.
Rudd gimió.
—¡Miente, lady Anne!
—¡Silencio! —Golpeó el suelo con el bastón.— No le daré dinero. ¡Y quiero que
salga inmediatamente de aquí!
—Es lo que me corresponde. Usted no entiende. La fuerza era el único modo de
traerla. De lo contrario, no habría venido.
— ¿Y ese trato sórdido que le infligió?
— ¡Le digo que miente!
—¿Sí? No le creo, Rudd. James, lleve a este sinvergüenza a la puerta de la calle.
— ¡Le juro que la obligaré a comparecer ante los magistrados! —gritó Rudd.
—Por desgracia, tiene derecho a hacerlo, pero escuche esto, Rudd... ¿Piensa que un
magistrado creerá su palabra contra la de una Montjoy? Dispongo de poder y mucha
riqueza, como usted bien sabe. Si intenta molestarme o molestar a mi familia,
utilizaré mis recursos para expulsarlo de Inglaterra: ¡Se lo prometo! ¿James?
James aferró del brazo a Rudd y comenzó a sacarlo de la habitación. Rudd se
debatía y profería insultos.
—¡Oh, James! —El bastón golpeó el suelo.— Ocúpese de que el cochero que espera
afuera reciba su pago, y de que lleve a este hombre de regreso a Londres. Deseo que
se aleje de Montjoy lo antes posible.
—Sí, señora.
En la puerta, Rudd se apartó un instante de James. Agitó el puño en dirección a la
mujer acostada y grito:
—¡Lamentará lo que ha hecho hoy! ¡Usted y esa perra pagana! ¡Ya verá que
cumplo mi promesa!

~44~
Patricia Matthews Amor Pagano

Ca p í t u l o 4

Era casi medianoche en el Coal Hole. La sala destinada a comedor y orquesta en la


atestada y humosa sala de fiestas estaba colmada de alegres clientes: Caballeros
elegantes, tocados con sus altos sombreros de copa, apuestos oficiales de la guardia
orgullosos de sus uniformes, y otros representantes de distintas profesiones. En la
escena mal iluminada, el viejo Joe Wells se movía con gestos obscenos y entonaba
una canción atrevida al compás de la música de un maltratado instrumento.
Sentado a una mesa, en un rincón, David Trevelyan se inclinaba sobre una copa de
coñac. La miraba con expresión ceñuda; prestando escasa atención a los sonidos de la
fiesta. Generalmente escuchaba a Joe Wells y las coplas atrevidas que él inventaba, y
las festejaba con grandes risas. Pero esa noche no estaba de humor. Era una noche
que deseaba olvidar cuanto antes. En primer lugar, había perdido cincuenta libras
jugando a los dados en un club cercano de la calle Saint James; después, había jugado
a los naipes. Había ganado las dos primeras vueltas, y entonces Johnnie Bond lo
acusó de tramposo. Eso fue excesivo. Furioso, David se incorporó de un salto, y
después de inclinarse sobre la mesa golpeó el rostro de Johnnie con el revés de la
mano.
Con la cara lívida, Johnnie dijo:
—Señor, exijo una satisfacción.
— ¡Usted exige una satisfacción! Yo soy el hombre cuyo honor ha sido
cuestionado. Pero no importa... para mí será un gran placer, señor Bond, concederle
esa satisfacción. ¿Le parece bien con pistolas, al alba, en El Prado?
Con el rostro apuesto todavía sonrojado, Johnnie había asentido con un gesto
rígido.
—Allí estaré, señor.
Ahora, mirando caviloso el coñac, la cólera de David se había calmado, y
lamentaba su actitud temeraria. ¿Cuántas veces su padre le había dicho que debía
aprender a dominar su carácter si quería abrirse paso en este mundo? Por supuesto,
lord Trevelyan a menudo sermoneaba a su hijo único, y censuraba sus actitudes
temerarias.
Suspirando, David apartó de los ojos azules un mechón de cabellos rubios, y paseó
la vista por la sala. A los veintitrés años, David Trevelyan tenía una notable apostura;

~45~
Patricia Matthews Amor Pagano

su cuerpo era delgado y musculoso, pero flexible, y medía un poco más de un metro
ochenta.
Experimentó un gusto desagradable en la boca al mirar a los borrachos, algunos
de los cuales escuchaban absortos la grosera balada de Joe Wells; otros continuaban
absorbiendo su excesiva ración de alcohol: ponche, coñac, ginebra, o jerez con agua; y
otros comían como glotones salchichas y ensaladas; o huevos pasados por agua con
ríñones.
No por primera vez David se preguntó por qué se relacionaba con gente de tan
escasa categoría. ¿Por qué los acompañaba en el juego, la bebida, las fanfarronadas y
las mujeres? Como su padre le había señalado a menudo, ¿ésta era la vida apropiada
para lord Trevelyan, un hombre importante, adinerado, dueño de grandes
propiedades y miembro respetado de la Cámara de los Lores?
David debía convenir en que la respuesta era negativa. Sin embargo, la existencia
ordenada y serena de la nobleza inglesa lo aburría mortalmente; en cambio, la vida
de los hombres a quienes frecuentaba —sin duda, una pandilla depravada— era
excitante; mantenía en movimiento la sangre y aguijoneaba los sentidos.
Volvió los ojos al pequeño escenario donde Joe Wells concluía su canción,
saludaba a los muchos aplausos y ritos de ruidosa aprobación. Inclinandose, el actor
y cantante salió de la sala.
Con un grito, otro hombre ocupó su lugar, era un individuo alto, de unos treinta y
cinco años, con espeso bigote rojo como fuego, vestido a la última moda: sombrero
de copa encasquetado en un atrevido ángulo, abrigo largo hasta los muslos, una
cadena de oro a la altura de la cintura, pantalones gris claro ajustados como guantes
a las piernas esbeltas y botas marrones en los pies tan pequeños que parecían casi
femeninos. Sostenía en la mano un bastón con mango de nácar, y con un gesto del
mismo pidió silencio. Los ojos azules chispeaban alegremente.
Se elevaron varias voces del público.
—¡Hola, Dickie Bird!
—¡Dickie, cántanos una canción!
—¡Que sea nueva!
—¡Que sea atrevida, Dickie!
El hombre era Richard Bird. Calavera, depravado, mujeriego e ingenioso,
aventurero y compositor de canciones de contenido bastante arriesgado. Sonriendo,
David se irguió, ahora más cómodo. Su mirada se encontró con la de Dick, quien
guiñó impúdicamente un ojo mientras continuaba pidiendo silencio. Finalmente, el
público se tranquilizó y Dick esbozó una reverencia.

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—Esta noche, para conformidad de todos... caballeros, tengo un hermoso y nuevo


verso amatorio, jamás recitado antes ante un público tan selecto. —Un movimiento
con el bastón.— George, por favor, unos pocos compases de En esta casa nadie tiene
suene.
El hombre delgado que tocaba la espineta, ejecutó la introducción, y Dick comenzó
a entonar una canción que él mismo había compuesto, titulada El alegre maestro de
música. Tenía una voz rica y llena, desbordante de contagioso buen humor.
David escuchó divertido:
Fue a principios de la primavera
Cuando las damas se muestran tan nerviosas,
Apareció en la ciudad,
Un apuesto maestro de música.
Muy pronto todas las damas de la ciudad
Le rogaron les diese lecciones.
El rumor se había difundido velozmente,
Ese maestro en efecto era muy bueno.
Y así, él enseñó a cada dama entusiasta El modo de hacerlo bien. Y las damas lo
elogiaron exaltadas, Y practicaban todas las noches.
El alcalde tenía una dama,
Que era más joven que él,
Los pechos como melones,
Y un trasero redondo y ágil.
También ella se entusiasmó
Y quiso aprender la última canción.
Y así el maestro de música
Le dio lecciones más largas que a las demás.
Y él enseñaba a cada dama entusiasta
El modo de hacerlo bien.
Y las damas lo elogiaban exaltadas
Y practicaban todas las noches.
Tuvo que enseñarle el ritmo,
Y la llevaba adelante y atrás,

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La levantaba y la bajaba,
Con su bastón grueso y firme.
El contaba las medidas,
Sobre los pechos grandes y blancos
Y ella le decía que él tenía que insistir
Hasta que ella aprendiese bien.
Y él enseñaba a cada dama entusiasta El modo de hacerlo bien. Y las damas lo
elogiaban exaltadas Y practicaban todas las noches.
Y cuando el maestro de música
Quiso seguir su camino,
Todas las damas de la ciudad protestaron,
Y le rogaron que se quedase,
"Pero no, queridas mías", dijo el maestro
"Todas ya tuvieron lo suyo,
Y hay otras ciudades, y hay otras damas,
Que necesitan aprender."
Y él mostraba a las damas entusiastas
El modo de hacerlo bien.
Y las damas lo elogiaban exaltadas
Y practicaban todas las noches.
El aplauso resonó estrepitoso al final de la canción. Dick se inclinó
profundamente, y con su sombrero de copa rozó el suelo. Le pidieron que repitiese,
pero Dick ignoró las peticiones, y fue a la mesa de David, y mientras se acercaba
saludaba al público con el bastón.
Se sentó frente a David y extendió las largas piernas en un gesto elegante.
—Bien, amigo David... ¿Te agradó la canción?
—Como siempre, Dickie. Es divertida. ¿Dijiste que es nueva?
Dick movió al descuido la mano delicada.
—Sabes que rara vez canto dos veces la misma canción. Me brotan fácilmente,
como la miel de una colmena.
David se echó a reír.
—Dick, jamás nadie te acusará de modestia. —David replicó solemnemente:

~48~
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—Si un hombre no reconoce y aprecia su propio valor, es improbable que otros lo


hagan.
—Imagino que en tu situación así es. Sin embargo, ¿cómo es posible que tus
hazañas amatorias estén en boca de todas las mujeres de Londres?
—Eso, querido David —Dick meneó un dedo—, es distinto. Cuanto más famoso
eres, más fácil es quebrar las defensas de una doncella, por paradójico que eso pueda
parecer.
David volvió a reír, y después recobró la seriedad.
—Como te dije antes, podrías llegar a ser rico y famoso con tus canciones.
—Pero, mi querido David, ya soy rico y famoso—dijo Dick—. ¿Por qué necesito
mejorar mi situación?
—Amigo mío, eres un caso desesperado, pero te considero un eficaz antídoto a la
tristeza, y mucho más que todo el resto de este club.
—¿Una de esas noches malas, amigo?
—Una de esas noches malas. Pero ahora las cosas están mucho mejor, gracias a ti.
¿Un coñac?
—¡Dios mío, pensé que nunca me invitarías! La composición de estas canciones
agrava la sed de un hombre. Y también lo hace atrevido. —Se inclinó hacia adelante
con una sonrisa perversa.— Un par de hermosas muñecas esperan después de
medianoche. Ambas están libres de la enfermedad francesa, o por lo menos eso
dicen. Había pensado satisfacer a ambas con mis talentos amatorios, pero no soy
egoísta. Estoy dispuesto a compartirlas.
David se había vuelto para llamar a un camarero. Pidió dos copas de coñac.
Después, miró con expresión seria a su interlocutor.
—Dick, antes de ocuparme de tus mujerzuelas, debo considerar un asunto más
apremiante. Esta noche desafié a Johnnie Bond, y debemos reunirnos en El Prado al
alba. Necesito un padrino. ¿Podrás ayudarme, amigo mío?
—¿Otra vez? ¡Ah, qué temperamento febril! —Dick meneó desesperado la
cabeza.— Ese carácter te llevará a la muerte. ¿Cuántas veces te he dicho que la vida
es para vivirla, no para morir? Si un hombre muere, ¿cómo puede divertirse con una
muchacha, entonar una canción, beber y cenar?
—Por favor, nada de sermones —dijo agriamente David.
Dick se encogió de hombros.
—De acuerdo. En todo caso, mis sermones anteriores de nada han servido. —
Suspiró profundamente y bebió un sorbo de su copa.— Lord Trevelyan no se sentirá
muy complacido, puedes estar seguro de ello.

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—Mi padre aprueba poco o nada de lo que hago, de modo que su opinión no
importa. —David bebió todo el coñac de la copa.
—¡David, David! —Dick sonrió.— Dios mío, lejos de mí la idea de sermonearte
acerca de la moral o los problemas éticos. Yo mismo no estoy muy firme en eso.
¡Participar en un duelo! Y por un asunto tan tonto como un juego de naipes. —Dick
tocó el pecho de David con la punta de su bastón.— Eres un excelente tirador, amigo
mío, pero uno de estos días la Dama Fortuna estará de mal humor, rehusará
sonreírte. Y entonces, tendré que acercarme a tu tumba. ¿Deseas que componga una
canción atrevida para esa sombría ocasión?
—¡No te burles de mí, Dick! Johnnie Bond me dijo que hacía trampas. ¿Qué
querías que hiciera? ¡Un hombre debe defender su honor!
—¡Honor! — Dick rezongó con escasa delicadeza— . Esa palabra vacía ha sido la
causa de innumerables muertes desde el comienzo de la historia. ¿Puedo preguntar
qué honor hay en la muerte? Pero no hablemos más de esto. Es tu propio pellejo. —
Movió el bastón.— Bebamos y alegrémonos, y vamos a gozar la noche, pues mañana
David Trevelyan quizá esté navegando en dirección al otro mundo.
Los dos hombres estaban bastante bebidos, y descendían por la estrecha calle,
entonando la última canción de Dick. Las casas frente a las cuales pasaban estaban a
oscuras, las puertas y las persianas cerradas, y en ese sector del Londres nocturno
nadie se atrevía a asomar la nariz para quejarse del escándalo provocado por los
transeúntes. Pese a su embriaguez, David sabía que otros hombres acechaban en la
sombra, los ojos relucientes de avaricia ante el espectáculo de dos elegantes que
descendían por una calle oscura; y, sin duda, los rufianes se preguntarían si valía la
pena correr el riesgo de arrebatar las bolsas de David y Dick.
Dick pasó el brazo por los hombros de David.
—Amigo, los cuartos de nuestras muchachas están a la vuelta de la esquina. Son
Jane y Bets. Para demostrarte mi carácter generoso te daré a Bets, que es la mejor de
las dos.
Su risa resonó como un trueno en la calle.
—¡Tu ingenio no me divierte mucho esta noche, Dick!
—¿Qué? ¡Qué ingratitud! —Dick trastabilló, y se llevó a la frente el dorso de la
mano.— ¿Sabes cuántos jóvenes londinenses esta noche se sentirían felices, y aun
digo entusiasmados, ante la perspectiva de acostarse con una doncella elegida por
Dickie Bird?
David prestó escasa atención a las payasadas de Dick. En realidad, esa noche tenía
escaso interés por el amor. Pero como Dick lo había incluido generosamente, no
podía negarse. Durante un momento deseó que una banda de asaltantes los atacase

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Patricia Matthews Amor Pagano

en una callejuela lateral. Una buena trifulca le aclararía la cabeza, y quizá después
podría decir que estaba herido para separarse de su amigo.
Pero no apareció nadie, y después fue demasiado tarde. Dick le había indicado
que se detuviera frente a una puerta de calle. Provocó un gran escándalo, ya que
golpeó la puerta y gritó:
—Han llegado Dickie Bird y su amigo, mujeres sin moral. Si estáis acostadas, de
pie, dejadnos entrar para compartir el lecho.
La puerta se entreabrió y una voz femenina murmuró:
—¡Basta, despertarás a la calle entera!
Riendo, Dick abrió del todo la puerta.
— En esta calle nadie duerme. ¿Quién lo sabe mejor que tú, Jane?
—¡Dickie Bird, eres imposible!
—Por supuesto —rugió Dick—. ¿Dónde está Bets? ¿Puedo presentar a mi amigo?
¡Lord Trevelyan! —Su voz tenía el sonido de las trompetas.
—Aquí estoy, Dickie —dijo una voz alegre. Tenía un acento de respetuoso
temor.— ¡Dios mío! ¡De modo que es un lord!
David pensó desengañar a la joven, pero después cambió de idea. Si a Dick le
agradaba que las mujeres creyesen que era un lord, él estaba dispuesto a cooperar en
el engaño.
Oyó cerrarse la puerta, y después sintió el cuerpo cálido y redondo que se pegaba
contra él. Se dejó llevar, pasó el brazo por los hombros de Bets; la acercó más, y su
mano siguió el contorno de un seno. Había una tenue luz al fondo de la habitación, y
David sólo pudo ver una cabellera castaña, un rostro blanco y redondo, y un cuerpo
lleno bajo una delgada prenda de noche. El olor de la mujer era intenso, su carne,
tibia y voluptuosa bajo las manos del joven. Se sentía mucho más reanimado, y ahora
advirtió que su virilidad comenzaba a agitarse.
Sagaz como siempre, Dick gritó:
—Príapo triunfante, ¿eh, David?
Al oír esto, David no tuvo más remedio que reírse, y su risa disipó los restos de la
opresión tan fácilmente como la escoba de un limpiador barre la suciedad de una
chimenea. Gritando alegremente se inclinó, y su boca buscó ansiosa los labios de la
mujer. Halló la boca abierta, cálida e invitadora, y se dejó hundir en la sensación.
Las dos horas siguientes fueron después una especie de punto ciego en su
memoria. Retuvo sólo una serie de imágenes sensuales; pero el interludio erótico
realizó el propósito que, como lo advirtió después, había sido la meta perseguida por
Dick.

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Bets era joven, pero su oficio le agradaba. Y precisamente por eso no era inmune al
placer, pese a que era una unión que ella aceptaba con fines comerciales. No se
encendió otra vela, pero las manos de David enviadas en misión exploradora, le
indicaron la juventud y la belleza de su compañera, la carne que aceptaba, los senos
generosos, el vientre redondo y firme, los muslos fuertes.
Ella recibió con jadeante complacencia la virilidad de David, y éste se zambulló en
un placer profundo y oscuro.
Las jóvenes tenían una sola habitación. ¿Acaso entonces las prostitutas
londinenses podían permitirse más?
Dick se acostó con la llamada Jane, casi al alcance del brazo de su amigo. En otro
tiempo, cuando era más inocente, quizá eso habría molestado a David, pero ahora ya
se había acostumbrado a estas cosas. No era la primera vez que ambos se divertían
con mujeres, todos en el mismo cuarto; y varias veces se habían dedicado al placer en
la misma cama. Sin embargo, pese al refinamiento y la fama de amante de Dick, en él
había una extraña inocencia, y jamás intentaba atraer a David a vericuetos
misteriosos de la carne.
La mayoría de los calaveras que David conocía relataban cuentos extravagantes de
orgías y exploraciones en lo perverso y lo depravado. Pero los apetitos de Richard
Bird, aunque enormes, eran sencillos y sin complicaciones. Por eso mismo David lo
admiraba y le alegraba tenerlo como amigo.
Pasó un momento, y la joven que estaba debajo de él emitió un suspiro, mientras
lo apretaba estrechamente con los brazos y las piernas. Un momento después David
se acostó al lado de la muchacha, y durmió con la cabeza apoyada en el seno
femenino.
Un golpe del bastón en la espalda despertó a David, y oyó la voz fuerte de Dick.
—Es hora de que partamos, David, si quieres cumplir tu cita con la muerte.
David se sentó en el borde de la cama, y en la oscuridad buscó sus ropas. Tampoco
ahora le agradaba la situación en que se había metido, pero tenía que afrontarla. Se
vistió y se calzó las botas. Oyó el ruido de las monedas cuando Dick dejó caer varias
en cada cama.
— Pagaré mi parte, Dick.
— Nada de eso, amigo mío. Aceptaste mi invitación, y yo pagaré. Dios mío, en
vista de las circunstancias es lo menos que puedo hacer.
Salieron y cerraron la puerta. David dijo:
—Debo decir que no haces mucho para aumentar el sentimiento de confianza de
un hombre.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Mi esperanza era desalentarte —dijo alegremente Dick—. Sé que es una


esperanza fútil, pero en mi carácter de amigo debo intentarlo.
—Quizá fue absurdo de mi parte enredarme en esto, pero sabes muy bien que el
honor de un caballero exige que empuñe las armas cuando se arroja el guante.
—¡El honor! —rezongó Dick—. ¡Repito que es una palabra vacía para uso de
estúpidos y tontos!
—Prefiero no discutir contigo los méritos del duelo a esta hora de la mañana.
—¿Méritos? ¿Qué méritos? No importa. —Dick movió una mano.— Continuar la
discusión sólo te irritaría, y deseo que te mantengas sereno, el dedo firme para
acometer la tarea que te espera. Por mucho que deploro la costumbre, de todos
modos trataré de animarte.
David guardó silencio. Avanzaron por la calle, silenciosa salvo por el resonar de
las botas sobre los adoquines. Llegó de lejos el canto de un gallo, un heraldo
prematuro de la madrugada.
David sabía que su amigo tenía razón: el duelo era una costumbre absurda,
practicada únicamente por los temerarios y los idiotas. Desde el punto de vista
intelectual lo aceptaba, pero por desgracia una vez lanzado un desafío, gobernaban
los sentimientos del hombre; y una vez que se había comprometido, la negativa a
afrontar el reto era inconcebible.
Era el cuarto duelo de David, y se prometía que sería el último. Dos veces había
dado muerte a otros hombres y durante el último duelo su antagonista había
quedado con un brazo inválido. Esa situación gravitaba pesadamente en su
conciencia, por mucho que se dijera que no tenía otra alternativa. Además, aunque le
desagradara aceptarlo, estaba el factor que Dick había mencionado. Por eficaz que él
fuese con una pistola en un duelo, la fortuna era caprichosa; y en su condición de
jugador, David sabía que con cada duelo las probabilidades contra él aumentaban.
¿Quizá esta mañana la Dama Fortuna decidiría mirarlo con malos ojos?
Durante varias semanas, los dos últimos duelos lo habían agobiado en la forma de
una pesadilla. En esa pesadilla él enfrentaba a un antagonista sin rostro, la pistola
preparada. El Prado estaba cubierto de bruma, los grandes árboles eran como
fantasmas, y la hierba bajo los pies parecía fluir como un río de sangre verde. El
hombre sin rostro siempre disparaba primero, y David sólo podía observar
impotente mientras el humo brotaba de la pistola del otro, y la bala venía hacia él, y
crecía cada vez más, con esa dimensión desproporcionada de los sueños, hasta que
destruía el mundo entero. Siempre despertaba bañado en sudor frío, un momento
antes de que la enorme bala de pistola lo golpease.
Caminando al lado de Dick, David se estremeció. ¿Por qué debía recordar el sueño
ahora? Antes, cuando iba al encuentro de la muerte, su mente estaba clara, y no tenía

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Patricia Matthews Amor Pagano

siquiera residuos de la pesadilla; ni dudas ni temores, sólo la certidumbre de que


saldría victorioso e indemne del encuentro.
Entraron en el establo. Dick despertó al mozo irritado, y exigió que ensillaran
inmediatamente los caballos. Poco después montaban y se dirigían hacia el sur, fuera
de Londres. El caballo de David era un gran caballo negro llamado Trueno. En el aire
frío de la mañana, el animal estaba nervioso, y brincaba y corcoveaba, y David tenía
que mantenerle cortas las riendas.
El Prado estaba en las afueras de Londres; era un pequeño claro cubierto de
hierba, rodeado por un bosque de árboles grandes y antiguos. Por lo menos, pensó
secamente David, estaba de camino a su casa... si es que él pudiera cabalgar después
que todo hubiese terminado.
Cuando entraron en el claro tuvo una sensación de melancolía. Por supuesto, allí
había mantenido todos sus duelos; sin embargo, la sensación de helada familiaridad
que experimentaba ahora no provenía de eso, sino de los fragmentos recordados de
la pesadilla repetida. Ya había pasado el alba, y El Prado estaba bañado de una luz
perlada. Johnnie Bond y su padrino ya estaban en el lugar, y permanecían de pie al
fondo del prado. La niebla envolvía los árboles y se posaba en el suelo. Cuando
David y Dick se acercaron, y David vio por primera vez a Johnnie Bond, quién sabe
por qué un retazo de niebla cubría el rostro de Johnnie. ¡El hombre sin rostro de la
pesadilla!
Con movimientos rígidos, todavía impresionado por el sueño, David desmontó,
dejó que Trueno quedase con las riendas colgando y atravesó el prado. Se detuvo,
Dick avanzó hacia la pareja que esperaba. La niebla que había cubierto a Johnnie se
había disipado, pero el rostro todavía parecía oscurecido. David parpadeó, tratando
de hacer más clara la imagen, pero el rostro que estaba a quince metros de distancia
titilaba. Tenía los rasgos deformados.
Dick y el segundo de Johnnie conversaron a solas unos momentos, y después
caminaron hacia Johnnie con la caja de pistolas. En su condición de desañado,
Johnnie podía elegir primero. Tomó una pistola, y Dick se acercó a David con la caja.
Dominado todavía por ese extraño estado de ensoñación, retiró la segunda pistola.
Apenas oyó la voz grave de Dick.
—¿Todavía estás decidido a continuar con esto, amigo mío?
No contestó. Examinó la pistola cómo si jamás hubiese visto una, y su mente
apenas advirtió el hecho de que estaba perfectamente preparada. Dick y el otro
padrino ocuparon posiciones a medio camino entre los dos duelistas, y Dick
pronunció con voz clara las instrucciones rituales. David oyó el murmullo de su voz,
pero no escuchó las palabras.
Y después llegó la orden:

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Caballeros, apunten sus pistolas.


Los dos hombres alzaron las armas y apuntaron con cuidado, y el padrino de
Johnnie dijo entonces:
—¡Fuego!
David no disparó. Pareció suspendido en el tiempo, incapaz de oprimir el
disparador.
Oyó débilmente la voz de Dick que lo apremiaba.
— ¡Dispara, David! ¡Maldito seas, David, dispara!
Aun así no disparó. Entonces se oyó el estampido de una pistola en la quietud del
bosque, y una nubecita de humo brotó del arma de Johnnie... una exacta repetición
de la pesadilla. Pero tampoco entonces David disparó. Esperó, esperó a que la bala
de la pistola se acercase y aumentase desproporcionadamente. Como no la vio,
parpadeó desconcertado.
Después oyó el silbido de la bala que pasó inofensiva a un lado. Rió brevemente.
El estado de ensoñación se quebró. Los cantos de los pájaros lo envolvieron, y oyó el
suspiro de la brisa matutina en los árboles. La hierba pareció infinitamente más
verde y el aroma de las plantas y las flores penetró en sus fosas nasales. Era como si
durante un momento todos sus sentidos se hubieran paralizado y hubieran
regresado a la vida.
Volvió a reír y apuntó la pistola; apuntó entre los pies del hombre que estaba a
escasos metros de distancia y disparó. La bala se hundió en la tierra, entre los pies de
Johnnie Bond.
Después, David arrojó lejos el arma, se volvió y caminó deprisa hacia Trueno. Oyó
la voz de Dick que lo llamaba. Pero David no hizo caso, montó en Trueno y salió de
El Prado.
Aunque la noche de juerga y la escasez de sueño se habían cobrado físicamente su
precio, David tenía la cabeza clara. Estaba mucho mejor y la sensación de presión se
había disipado.
Imaginaba que esa mejoría era imputable al hecho de que había tenido el valor de
no matar a un semejante. Sabía que la gente no opinaría lo mismo; lo considerarían
un acto de audacia, un gesto de desprecio hacia Johnnie Bond; y sería el tema de
muchos comentarios y murmuraciones en las salas de fiesta durante varias semanas.
Quizá, pensó David, Dick incluso escribiría una canción al respecto, pues, ¿hay algo
más obsceno que un hombre que corteja a la muerte?
De vuelta en el camino, obligó a Trueno a iniciar un galope constante y cabalgó
hacia el sur, en dirección a la residencia Trevelyan.

~55~
Patricia Matthews Amor Pagano

Cuando David llegó a su casa, sus padres estaban tomando el té de la tarde en la


terraza del fondo, de frente a la amplia extensión de prados que descendían hacia el
arroyuelo que cruzaba sinuoso la propiedad. Como no había comido desde hora
temprana de la tarde anterior, David tenía un apetito voraz. Mientras se acercaba al
lugar donde estaban sentados sus padres, detuvo a una criada y le pidió que le
trajese un poco de cordero frío.
Después, se acercó a la mesa y se inclinó para besar a su madre. Hizo un gesto en
dirección a su progenitor.
—Buenos días, padre.
Lord Trevelyan frunció el ceño.
— ¿Pasaste bien la noche, David? Parece que nuestro joven disoluto ha consentido
amablemente en reunirse con nosotros a beber el té. ¿Cuándo lo vimos por última
vez? ¿Hace una quincena?
"Espera a que te enteres del duelo" , pensó sardónicamente David; estaba seguro
de que el asunto llegaría a oídos de su padre, pues en Londres la murmuración se
eleva y difunde como el humo de las chimeneas. Pero en el actual estado de ánimo de
David, no deseaba permitir que su padre lo intimidase.
—Padre, no creo que haya pasado tanto tiempo. Se dejó caer en una silla al lado de
su madre.
—Está bien, querido. —La madre sonrió y le dio unas palmaditas en la mejilla.
Lord Trevelyan emitió un gruñido y se llevó a los labios la taza de té, mientras
Mary Trevelyan se atareaba sirviendo una taza para David. El sol de las últimas
horas de la tarde se reflejaba en los cabellos claros de la dama. De acuerdo con Mary
Trevelyan había sangre nórdica en su estirpe. Ella era muy rubia, y tenía ojos azules,
en cambio lord Trevelyan era más moreno, casi con la piel oscura.
Entre los padres de David había más diferencia que la mera apariencia física. Lord
Trevelyan era un hombre sereno y sobrio, como correspondía a un miembro de la
Cámara de los Lores, y a un individuo adinerado que poseía grandes propiedades.
En cambio, Mary Trevelyan tenía una naturaleza alegre y un sentido travieso del
humor, y comprendía y hasta cierto punto admiraba las escapadas de David. Por
desgracia, gran parte de su humor pasaba inadvertido para lord Trevelyan que
mostraba siempre un rostro severo y una actitud de desprecio hacia la frivolidad.
Lord Trevelyan gruñó:
—Señora, usted puede reírse de la vida desordenada del joven David, pero de ese
modo él no llegará a nada bueno. ¡Escúchame, David!
Mary Trevelyan volvió a reírse.

~56~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Vamos, Charles. El muchacho es joven, y tiene la sangre caliente, ya se calmará.


Con el tiempo llevará una vida más ordenada.
—¿Que es joven? A los veintitrés años yo administraba todas las propiedades de
los Trevelyan.
Mary Trevelyan suspiró.
—Sí, lo has dicho muchas veces, querido, y me temo que hasta el extremo del
tedio.
Como David había observado muchas veces antes, las púas que su madre lanzaba
seguramente rebotaban en la gruesa piel de lord Trevelyan, y rara vez lograban
penetrarla.
El padre bebió el último sorbo de té y con un golpe seco depositó la taza en el
platillo.
—¡Atención, señora! Si nuestro hijo continúa mucho tiempo más llevando la
misma vida, a los treinta años se convertirá en un depravado sin remedio.
—Quizá un ciudadano sólido y moderado en la familia es suficiente —dijo en voz
muy baja Mary Trevelyan.
Pero lo dijo de tal modo que David pudo oírla. Ocultó tras la mano una sonrisa. Le
agradaban esas disputas entre sus padres. No podía olvidar una observación de Dick
Bird quien a menudo era invitado de la casa, para gran desagrado del padre de
David: "Tu padre, mi querido David, me recuerda esas vejigas de cerdo infladas que
uno ve en las ferias de los condados, donde por medio penique puedes adquirir el
privilegio de arrojarles dardos, y ganas un premio si tu dardo las perfora. Tu madre,
que es una mujer notable arroja sus dardos una y otra vez, pero por desgracia él
jamás percibe que la vejiga ya no tiene aire y de nuevo se zambulle en la cosa y
vuelve a inflarse, y así la priva de su premio."
Como podía preverse, lord Trevelyan hizo lo mismo otra vez.
—¡Ojalá tuviese otro hijo, un hijo nacido con un poco de sentido de la
responsabilidad!
—¿Y puedo preguntar quién es el culpable de que el Destino no nos haya otorgado
la bendición de otro hijo?
Lord Trevelyan se limitó a mirar fijamente; era evidente que se había quedado sin
palabras. Incluso David se asombró; esa flecha era nueva.
La madre continuó diciendo con voz rápida:
—Por lo tanto, en vista de la falta de un segundo hijo, debes contentarte con un
nieto. ¿Y quién te dará un nieto? Por supuesto, David.

~57~
Patricia Matthews Amor Pagano

Lord Trevelyan gruñó, como si lo hubiesen golpeado y su rostro enrojeció. Se puso


de pie con tanta prisa que la taza se volcó con fuerte ruido.
—¡Señora, usted va demasiado lejos!
Sin decir otra palabra se alejó con paso firme por la terraza y entró en la casa, y
casi derribó a la criada que venía con una bandeja de cordero para David.
El joven, que evitó cuidadosamente mirar a su madre, agradecido, concentró la
atención en el cordero. Era una excusa para evitar el comentario.
Un momento después, su madre, tan serena como si el diálogo no hubiese
existido, comenzó a charlar y a comunicar a su hijo algunas murmuraciones locales.
Eso era casi un rito entre la madre y el joven. Como pasaba la mayor parte del tiempo
en Londres, David desconocía toda la información acerca de la nobleza local, y en ese
sentido dependía del aporte de su madre. Le encantaban esas charlas con ella, pues
se complacía en su ingenio y en su sagaz percepción de los pecadillos de sus amigos
y vecinos. La dama nunca se mostraba maliciosa, pero su lengua a menudo era
bastante perversa.
David comió con apetito y escuchó, y a veces introdujo una observación o una
pregunta. Ahora más tranquilo, satisfecha su necesidad de comer, comenzaba a
hundirse lentamente en un estado de somnolencia; pero de pronto, algo atrajo su
atención.
Se irguió en el asiento.
—¿Qué has dicho? ¿Acerca de lady Anne?
—¿Recuerdas a su hijo William?
David sonrió.
—Oh, sí, mi padre lo ha mencionado muchas veces, y siempre ha señalado
cuidadosamente que el mismo destino podría correr yo si no corrijo mis costumbres.
—No te preocupes, David, por lo menos mientras yo viva. Con una sonrisa, la
dama apretó la mano de su hijo.
—¿Te refieres a William Montjoy?
—Oh, sí. Bien, parece que lady Anne contrató a un hombre para buscar a William,
o por lo menos a un hijo de este hombre. Ese individuo regresó hace varios días. No
con William. El pobre ha muerto, pero regresó con la hija, una joven llamada Liliha.
—Extraño nombre —murmuró David—. Extraño, pero muy hermoso.
—De acuerdo con las versiones, es el resultado de la unión de William con una
mujer nativa en las Islas Sandwich.
David se mostró divertido.

~58~
Patricia Matthews Amor Pagano

—¿Esta Liliha es medio salvaje? ¡Seguramente la cosa impresionó mucho a lady


Anne y a los nobles de la región!
—Oh, sí. —Mary Trevelyan asintió.— Pero no es una salvaje, ni mucho menos, y,
en efecto, es muy bella.
—David sintió que se avivaba su interés. Dick había viajado a las Islas Sandwich y
había regresado con relatos notables acerca de la belleza de las nativas.
— Creo que me interesará conocer a esa joven isleña.

~59~
Patricia Matthews Amor Pagano

Ca p í t u l o 5

Habían pasado cuatro días desde que Asa Rudd apareció con Liliha en Montjoy
Hall, y para ella habían sido cuatro días muy extraños. Al principio había reclamado
que la devolviesen inmediatamente a Maui. Sin perder su aplomo, lady Anne había
rehusado de plano, y mantuvo esa actitud incluso cuando Liliha apeló a las lágrimas.
En lady Anne había mucho carácter, la misma firmeza de propósito que Liliha a
menudo había percibido en Akaki, y así pronto comprendió que por mucho que
llorase, o amenazase, sus esfuerzos serían inútiles. Al menos por el momento, tendría
que resignarse a ese exilio involuntario, lejos de Hana Maui.
—No soy insensible, niña —había dicho la abuela—. Sé que esto te impresiona
mucho y te desconcierta; sobre todo en vista del modo en que esa criatura te trajo
aquí. Pero por tus venas corre sangre de los Montjoy, eres mi nieta, y por lo tanto
debes ocupar aquí el lugar que te corresponde.
—¡El lugar que me corresponde está en Maui, con mi propia gente!
—¡Bah! Niña, estás aquí con tu propia gente. ¡Nada tienes que ver con los salvajes!
Lo siento. No debo decir eso. No eres una salvaje, y estoy segura de que tu gente
tampoco lo es. Liliha, haré un acuerdo contigo. —Lady Anne se inclino hacia
adelante, y los fieros ojos se suavizaron.— Si permaneces aquí cierto tiempo,
digamos un año, y tratas de aprender nuestras costumbres y tratas de adaptarte,
estoy segura de que ya no añorarás tus islas. Pero si no es así —la anciana respiró
hondo—, si al cabo de un año deseas regresar a tu isla, no me opondré. Me ocuparé
de que vuelvas.
El corazón de Liliha se sintió presa del desaliento. ¡Un año! Un año entre esa gente
extraña, en ese país frío hostil, parecía una eternidad. Pero, ¿acaso tenía otra
posibilidad? Carecía de fondos —y no veía el modo de conseguir el dinero para
pagar el pasaje—, y por lo tanto no podía salir de allí. De modo que asintió sin
hablar, tratando de disimular su dolor.
Ahora, en plena tarde del cuarto día, preguntó a la mujer acostada en la cama:
—¿Qué le ocurrió a mi padre? ¿Por qué salió de este país?
—Ah, mi pobre William. —Lady Anne suspiró. — Era un joven muy díscolo, no
puedo negarlo; jugaba y bebía demasiado, y tenía aventuras con mujeres. Fue
culpable de muchos pecados. Por mi parte, yo creía que con el tiempo... bien, se
adaptaría a su situación en la vida pero lord Montjoy no opinaba lo mismo. Después

~60~
Patricia Matthews Amor Pagano

de un episodio... William se enamoró de una de las mujerzuelas más notables de


Londres. Quizá eso no hubiera sido tan grave, pero la mujer vino aquí, por así decirlo
a tirar de la cola del león en su madriguera.
Lady Anne sonrió con picardía, y su rostro sufrió una breve transformación; Liliha
comprendió que esa mujer seguramente había sido muy bella antaño.
— Debo reconocer que a su modo era hermosa y comprendí la atracción que
seguramente ejercía sobre William. Pero lord Montjoy no veía las cosas de ese modo.
La mujer formuló exigencias extravagantes. Si no le pagaban cierto número de libras,
una suma bastante considerable, difundiría por todo Londres los detalles de su
relación con William. Por mi parte me sentía divertida, y para serte franca, en cierto
modo ansiaba conocer esos detalles. A mi marido de ningún modo le divertía.
Parecía que mientras las aventuras de William no llegaran a oídos de mi esposo él
podía ignorar!as. Pero lo que ahora estaba ocurriendo era demasiado, y él no lo
toleró. Temí que cayese muerto de un ataque de apoplejía; exactamente lo que
ocurrió tiempo después. Pagó a la mujer, la despachó, y después procedió a desterrar
a William. Traté de impedirlo, pero fue inútil. Lord Montjoy era un hombre virtuoso,
como la mayoría de las personas virtuosas, inconmovible en sus convicciones.
William... —Lady Anne adoptó una actitud reflexiva.— Bien, a su modo William era
tan orgulloso como su padre. Cuando supo que lo desterrarían, nada pudo retenerlo
aquí... incluso hubiese sido inútil que el padre cambiase de opinión. Hasta rehusó
aceptar una remesa. No debíamos saber una palabra de él a partir del día que salió
de Inglaterra. El día de la partida me dijo que pe¬saba dirigirse a las Islas Sandwich.
De no haber sido por esa información de última hora, yo no habría sabido hacia
dónde orientar la búsqueda de Asa Rudd.
Lady Anne dejó escapar una lágrima... la primera que Liliha veía derramar a esta
mujer. Lady Anne continuó:
—Mira, no tengo otro pariente cercano. Oh, hay una hermana, que tiene un hijo,
pero ella es tan inteligente como un gorrión, y su hijo Maurice es por desgracia tan
atractivo como un pan rancio, e igualmente tan desabrido, por eso deseaba saber si
mi hijo aún vivía; o, en el caso de que hubiera fallecido, si había dejado hijos, y ahora
que te conozco me alegro de haber procedido así. Por lo menos, puedo contar
contigo.
Aunque continuaba decidida a huir de ese lugar, Liliha comprendió la necesidad
que sentía esa mujer de continuar el linaje familiar. Era una necesidad con la cual ella
podía identificarse, porque en las islas los antepasados de una persona, sobre todo si
se trataba de un miembro del alii, eran muy importantes y la historia de cada familia
se transmitía oralmente de una generación a la siguiente. Liliha estaba acostumbrada
a las familias que incluían centenares de miembros. Sintió compasión por la anciana,
que contaba con tan escaso número de parientes. Después de un momento Liliha
dijo:

~61~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Yo amaba a mi padre.


—Estoy segura de que así es. —De nuevo la anciana mostró esa sonrisa picara.—
Al margen de sus defectos, William era un hombre encantador, especialmente con las
damas. ¡Bien! —Lady Anne se irguió bruscamente. —Ahora, muchacha, ¿qué te
parece si me cuentas algo de ti misma y de tus islas? No sé nada de tu persona.
Durante un momento Liliha rechazó la idea de hablar de Maui, o de Akaki. Le
pareció un sacrilegio compartir con esa extraña su vida en Maui. Pero comenzó a
hablar, al principio lentamente, y después se entusiasmó. Habló de Koa, de Hana y
de su madre.
Al final, tenía los ojos llenos de lágrimas, y era evidente que lady Anne estaba
conmovida.
—Ven aquí, niña. —Extendió la mano y Liliha se acercó. Se arrodilló junto a la
cama y apoyó la cabeza en el regazo de su abuela. Lady Anne le acarició los largos
cabellos y dijo:
—Tu madre parece una persona excelente. Si quieres podemos llamarla, y traerla
aquí, para que viva contigo.
Liliha se echó hacia atrás.
—¡Oh, no! No creo que Akaki desee vivir aquí.
—Entonces, debes escribirle y hablarle de tu paradero. Estoy segura de que esa
pobre mujer debe estar medio enloquecida a causa de la preocupación.
Liliha vaciló y dijo con voz lenta:
— Un mensaje... ¿Cuánto tiempo llevaría?
— Dios mío, niña, no lo sé. ¿Cuánto tiempo pasaste en el mar? ¿Seis meses?
Entonces, ése es el tiempo que necesita un mensaje para llegar a tu isla.
Seis meses... Liliha estaba convencida de que mucho antes que se cumpliese ese
plazo ella podría escapar de allí y regresar a Maui. ¿En tal caso para qué necesitaba
enviar un mensaje?
Respiró hondo.
—Lady Anne preferiría no enviar un mensaje a mi madre.
—Niña, llámame abuela, o sencillamente Anne. Lady Anne suena demasiado
formal. ¿Y por qué prefieres no enviar el mensaje? Después de todo es tu madre, y
estoy segura de que está muy preocupada.
Fue una de las pocas veces que Liliha dijo una mentira directa.
—Akaki se sentiría muy avergonzada de mi si supiera lo que me ocurrió.

~62~
Patricia Matthews Amor Pagano

—¿Avergonzada? ¿Una madre avergonzada? No puedo creer... —Lady Anne se


interrumpió y volvió los ojos fieros hacia Liliha. Esta tuvo la ingrata sensación de que
la mujer no sólo adivinaba la mentira, sino penetraba en el corazón mismo de la
joven.
Lady Anne suspiró y con expresión fatigada se recostó en el respaldo de la cama.
—Muy bien, niña, se hará como tú deseas. —Descargó un golpe con el bastón.—
Es hora de beber el té.
Mientras esperaban a que James llegase con la bandeja del té, Liliha se acercó
inquieta a la ventana, casi sin ver el prado y el bosquecillo que estaban detrás de la
mansión. La profunda oscuridad del bosque parecía invitarla; ansiaba correr entre los
árboles y encontrar un lugar sombrío secreto donde dar rienda suelta a su dolor
íntimo.
Los dedos tiraron nerviosamente de la tela del vestido largo y ancho que le habían
obligado a usar. Tenía que ponerse eso o permanecer desnuda. La primera noche
lady Anne había deseado arrojar al cubo de los residuos el kapa, pero Liliha se había
negado y resistido fieramente.
Le habían asignado su propio cuarto, su propia cama. Era la primera vez que
dormía en la cama de un blanco. El jergón de la choza en Hana, y el duro camastro
no la habían preparado para la blandura de la cama que ahora le asignaban. Al
principio estaba segura de que no podría dormir; pero no había comprendido la
intensidad de su profunda fatiga y se quedó dormida en el mismo instante en que se
preguntaba si podría conciliar el sueño.
Poco después del oscurecer se durmió, y el sol estaba muy alto cuando despertó
por la mañana. La despertaron el canto de los pájaros y el aroma de las flores y las
hierbas.
Durante un momento, Liliha creyó que había regresado a Maui. Después, la
blandura del colchón la devolvió a la realidad. Movió la cabeza y vio la luz del sol
que penetraba por la ventana abierta. Aun sabiendo dónde estaba, admitió que era
un lugar pacífico y cómodo, y se sentía tan descansada que tenía la cabeza clara,
como si se hubiese recuperado después de un ataque de fiebre.
Un rato después se sentó en la cama, retiró los pies del lecho y los apoyó en el
suelo. Su mirada fue hacia el suelo, donde la noche anterior había dejado caer el
vestido entregado por Asa Rudd y el kapa.
¡Habían desaparecido!
En el cuarto no había una sola prenda. ¿Tendría que permanecer desnuda? Liliha
pensó que esa posibilidad no la habría preocupado un instante en Maui; pero era
diferente allí, en el mundo del hombre blanco. Ya conocía el sentido de la vergüenza,
algo que antes ignoraba por completo.

~63~
Patricia Matthews Amor Pagano

¿Acaso lady Anne le había mentido? ¿Tendría que ser una prisionera, privada de
ropas para evitar que huyese?
La frustración y la cólera hirvieron en ella, y un grito de furia pura brotó de sus
labios.
Casi inmediatamente se oyó el sonido de pasos rápidos en el corredor. Después, se
abrió bruscamente la puerta y una joven vestida con uniforme de criada entró
corriendo en la habitación. Sin aliento, se detuvo bruscamente. Sus ojos azules se
agrandaron, impresionados, al ver desnuda a Liliha, y la joven desvió la mirada.
—Sus gritos me atemorizaron. ¡Lo digo de veras, señorita!
—¿Quién es usted? —Liliha observó que la muchacha tenía sobre el brazo un
vestido femenino.
—Soy Dorrie, señorita. Lady Anne me dijo que en adelante debía cuidar de usted.
—¡No necesito que me cuiden! —explotó Liliha las manos en la cadera—. ¿Dónde
está mi kapa!
—¿Se refiere a la falda de papel?
—¡No es papel! Es un tejido de la planta wauke. ¿Qué ha hecho con ella?
—Lady Anne ordenó que lo quemasen. —Dorrie arrugó la nariz.— Lo mismo que
las restantes prendas que usted usó.
—¡Lo quemaron! —Liliha sintió que se le llenaban de lágrimas los ojos. La
incineración de kapa le pareció la destrucción del último vínculo con Maui. Con un
gran esfuerzo de voluntad consiguió contener las lágrimas. Se irguió.
— ¡Lléveme inmediatamente ante lady Aune!
—Pero ella todavía está acostada —dijo Dorrie con desaliento.
— ¡Inmediatamente! Si usted no lo hace, iré sola.
—Pero señorita, no puede salir así. Vea... —Dorrie presentó los vestidos que
llevaba al brazo—, he traído estas cosas para usted.
—Iré así. Ella ordenó destruir mi kapa, y me dejó desnuda. Así iré a verla.
Protestando, Dorrie condujo a Liliha por el corredor hasta la puerta del dormitorio
de lady Anne. Llamó tímidamente.
Como no hubo respuesta, Liliha apartó a Dorrie, abrió la puerta y entró. En el
lecho de cuatro postes una figura se movió; parecía un animal en su nido. Asomó la
cabeza, y lady Anne parpadeó para disipar el sueño de sus ojos.
Liliha la miró, muda de asombro. ¡Su abuela no tenía un solo cabello en la cabeza!
Liliha retrocedió un paso.

~64~
Patricia Matthews Amor Pagano

Lady Anne dijo:


—¡Liliha! ¿Qué estás haciendo aquí, muchacha? ¡Y completamente desnuda!
Cuando comprendió lo que Liliha miraba asombrada, lady Anne se llevó las
manos a la cabeza. Se volvió y palpó la mesita de noche buscando una peluca con su
sujetador de cuero. Se la puso sobre la cabeza, un poco ladeada, y miró ofendida a
Liliha.
—Aunque seas mi nieta, eso no te otorga el privilegio de entrar sin anunciarte en
mi dormitorio. ¡ Sólo mi criada personal puede venir aquí antes de que yo abandone
la cama!
Liliha recordó lo que la había llevado allí y dijo:
—Usted ordenó que quemasen mi kapa. No tenía derecho a hacer eso.
—Tenia perfecto derecho. —Lady Anne se sentó.— Comprendo tu angustia,
Liliha, porque te transportaron bruscamente de una civilización a otra
completamente distinta para ti. Pero al margen de mi comprensión y mi simpatía, lo
cierto es que estás aquí, y ambas hicimos un trato. Aceptaste concederme un año.
Un sentimiento de rebeldía pugnó por manifestarse en Liliha. Deseaba recordar a
su abuela que la habían obligado a aceptar. En cambio, dijo :
—No acepté que destruyeran mi kapa. Es lo que usamos en Maui.
—¡Basta! Niña esto no es Maui, es Londres, Inglaterra. Esa prenda, si así puede
llamársela, estaba infestada de alimañas. ¿Crees realmente que puedes usar eso aquí?
Como sabía que lady Anne tenía razón, Liliha guardó silencio. ¿Cómo podía
explicar que la destrucción del kapa representaba la eliminación de todos los
vínculos que la unían a su país natal?
—Ordené a Dorrie que te suministrase prendas apropiadas. Necesitarás un tiempo
para acostumbrarte a esas ropas. Pero tienes que entender una cosa, niña... —La voz
de lady Anne se endureció— no retrocederé en esto. Tendrás los mejores modistos,
pero tendrás que vestir ropas apropiadas.
En definitiva, Liliha no tuvo más remedio que aceptar, por mucho que se sintiera
desolada por la pérdida de su kapa.
Ahora, mientras esperaba el servicio de té y miraba por la ventana del dormitorio
de lady Anne, la mirada de Liliha se posó en los establos, a cierta distancia de la casa
principal. Los mozos estaban sacando dos caballos para ejercitarlos. Uno era un gris
moteado de hermoso pelaje y bellas proporciones. El animal brincaba con serena
gracia. Liliha había superado el temor que inicialmente le inspiraban esas grandes
bestias, y sentía un extraño anhelo siempre que veía un jinete con su caballo
atravesando al galope el prado...

~65~
Patricia Matthews Amor Pagano

Detrás de ella, lady Anne decía:


—He pensado organizar un gran baile y presentarle en sociedad. Montjoy Hall en
otro tiempo fue famoso por sus bailes. La gente venía incluso desde Londres.
Acudirán otra vez, por curiosidad, si no por otra razón.
Liliha se volvió bruscamente. Dijo con amargura:
—¿Para ver a la muchacha salvaje en su propia salsa? Lady Anne movió una mano
fina.
—¡Bah, niña! No te exhibiremos como si fueses una criatura extraña. Eres mi nieta.
Ofreceremos el baile dentro de varios meses. Durante ese período aprenderás a
vestirte y a comportarte como una dama elegante. Con tu belleza y tu inteligencia
superarás a todas. Y afortunadamente, gracias al pobre William tu educación no será
tan difícil. Te enseñó bien. Tu inglés es bueno... sólo un poco duro, y eso se remedia
fácilmente. Tendrás los mejores instructores. Te aseguro que tengo confianza en ti. —
Fijó en Liliha el brillo de sus orgullosos ojos.— Y eso también es parte de nuestro
acuerdo, de modo que no te muestres obstinada. Por desgracia, heredaste el orgullo y
la testarudez de William. Cierta medida de orgullo puede ser una cualidad, pero un
exceso puede convertirse en una grave carga.
—Haré un trato con usted —dijo audazmente Liliha.
Lady Anne pareció ofendida, pero antes de que la anciana pudiese hablar, Liliha
continuó diciendo:
—Por lo que sé acerca de los tratos del hombre blanco, ambas partes del acuerdo
deben obtener ciertas ventajas. ¿Es así?
—En efecto, por supuesto, pero, niña... —-Lady Anne suspiró.— Ojalá no
continúes refiriéndote a nuestra gente, a mí, con las palabras "el hombre blanco"
dichas con tanto desprecio. Tú eres medio blanca —el rostro envejecido esbozó una
mueca de disgusto—, por mucho que la expresión me desagrade.
Liliha ignoró la observación.
—El acuerdo que usted concertó conmigo fue para su exclusivo beneficio, no para
el mío.
— ¡Eso no es verdad! Liliha, no puedes entender que eres la heredera de una gran
fortuna y miembro de la nobleza inglesa.
— La fortuna no me interesa. Con respecto a la nobleza... —Liliha se irguió.— En
Maui yo era una princesa real. Pero no importa... —Esbozó un gesto.— Ahora
propondré mi propio acuerdo. A cambio de realizar un esfuerzo y llegar al baile en
condiciones aceptables, pido que se me permita aprender a montar esas bestias
extrañas que denominan caballos.
Lady Anne pareció desconcertada. Después, se echó a reír.

~66~
Patricia Matthews Amor Pagano

—No veo motivo que lo impida. La equitación es un entretenimiento popular de


las damas, una de las pocas actividades masculinas aprobadas para las mujeres.
Liliha olvidó momentáneamente su seriedad, y emitió un grito casi infantil. Se
arrodilló junto a la cama y tomó la mano de su abuela.
—Entonces, ¿podré montar?
—¡Por supuesto, niña! ¿Por qué no? Oh... comprendo. Te preguntas si puedo
confiar en que no huirás. —Sonrio —No creo que puedas salvar a caballo toda la
distancia que te separa de tu isla. Además... —dio unas palmaditas en la mano de
Liliha— te arrancaré una promesa, y creo que te atendrás a ella. ¿Prometes que no
intentarás huir?
Liliha asintió sin hablar.
—Por supuesto, durante un tiempo y hasta que hayas aprendido a montar bien, te
acompañará un lacayo. La propiedad Montjoy es grande, y detrás del risco hay un
gran bosque. —La sonrisa de la dama tenía un aire misterioso.— A pesar de los
muchos defectos de lord Montjoy, siempre demostró gran amor por los árboles. La
tierra cultivable es un artículo escaso en Inglaterra. Pero lord Montjoy se opuso a
todas las peticiones de destinar la tierra para el cultivo. Le agradaba muchísimo
mantener los árboles preservados como era antaño. Los guardabosques patrullan
regularmente el lugar, y obligan a retirarse a los cazadores furtivos. El bosque
abunda en animales y pájaros. Mi marido incluso construyó una cascada entre los
árboles.
—¡Una cascada! ¿Puedo ir a verla?
—Por supuesto, por supuesto. Los vecinos opinaron que la cascada era un gasto
absurdo. Además, hay un pequeño lago. Lord Montjoy ordenó que practicasen un
roquedal en la ladera de la montaña, y construyó un dique para formar el lago, con
una vía de desagüe para pcmiiiir la caída del agua, que forma un pequeño estanque
en el fondo. Por desgracia fue su única debilidad; pero en lodo caso gracias a ella
parecía más humano.
Liliha dijo con expresión de añoranza:
—En Maui había muchas cascadas.
—Oh, niña, se ve que sufres mucho. Me agobia verte tan deprimida. Por favor,
dame y ofrece a la vida en Inglaterra una oportunidad de demostrar su valor. —
Apoyó las manos sobre las mejillas de Liliha.— Estoy convencida de que acabarás
aceptándonos. En ti yo encuentro la alegría que ansiaba. Estaba próxima a la muerte,
y me preparaba para recibirla. Y entonces apareciste, y de nuevo quise vivir. No me
había sentido así desde que el pobre William nos dejó.

~67~
Patricia Matthews Amor Pagano

Trató de contener las lágrimas, y desvió la mirada. Liliha experimentó un


sentimiento de compasión por la anciana. A pesar de que estaba en esa situación
contra su voluntad, sentía que simpatizaba cada vez más con lady Anne. Oprimió la
mano fina y murmuró:
— Lo siento, abuela. Lo intentaré. Se lo prometo.
— ¡Bien! —Lady Anne se sentó con un movimiento irritado de la cabeza.—
¿Dónde está ese perezoso de James y nuestro té?
Se apoderó del bastón y golpeó varias veces el suelo.
Durante las dos semanas siguientes, los profesores, los modistos y un maestro de
baile cayeron como langostas en Montjoy Hall. Liliha sentía antipatía por los
modistos, que la tocaban y manoseaban, pero sobre todo, le desagradaban las
prendas estrechas que ellos la obligaban a usar. No se preocupaba mucho por los
tutores, pues siempre había manifestado intensa sed de conocimientos; pero le
parecían risibles los "modales de gran dama" que insistían en enseñarle.
No prestó atención al maestro de danza. El baile era una de las pocas cosas que le
agradaban en esas primeras y fatigosas semanas.
El maestro de danza, un elegante envejecido que se llamaba Thomas Wilton, se
asombró de la rapidez con que ella aprendía los bailes más modernos.
—Señorita, usted me asombra. La mayoría de las jóvenes damas de su edad en
Inglaterra ya conocen los pasos fundamentales, porque dedican gran parte de su
tiempo a los bailes. Pero cuando a veces descubro una que no sabe bailar, la verdad
es que se mueve como una vaca lechera.
—Aprendí a bailar muy joven. Todos lo hacen en Maui. No recuerdo un momento
de mi vida en que no supiera bailar.
Wilton enarcó una ceja.
—¿Conocía nuestros bailes en esas islas paganas?
—No, sus bailes no, los nuestros.
Con dos movimientos rápidos se quitó los odiados zapatos, y comenzó a dibujar
los elegantes movimientos de una danza que ella conocía desde antiguo. Las manos y
los brazos expresándose en un lenguaje elocuente, y las caderas meneándose en un
acompañamiento rítmico. Como tenía puesta una falda larga, los movimientos del
cuerpo eran mucho menos libres de lo que habría sido el caso con un kapa. Sin
embargo, el rostro arrugado de Wilton dibujó una sonrisa, y los ojos comenzaron a
brillarle. Después de un momento se sobresaltó y miró furtivamente a su alrededor.
Felizmente, estaban solos en la sala de baile.
Con gestos frenéticos le pidió que se detuviese.

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—Mi querida Liliha, no sé qué significa esta danza, pero es hermosa. Sin embargo,
creo que no es apropiada para Inglaterra. Si la bailase en una fiesta, los hombres
enloquecerían, y acabarían aullando como lobos, y las mujeres... bien, la
despedazarían después de que hubiera pasado la primera impresión.
Ella interrumpió la danza para mirar asombrada al maestro.
—¿Por qué iban a hacer tal cosa? ¿Qué está mal? Es parte de nuestra cultura de
Maui.
—Quizá, pero... —Se interrumpió en mitad de la frase, meneó asombrado la
cabeza.— ¿De veras no lo comprende?
—No, no entiendo.
— ¡Qué inocencia! ¡Increíble! —Abrió los brazos, elevó los ojos al cielo.— Señorita,
acepte lo que le digo. La danza que usted acaba de bailar inflama los sentidos mucho
más que cualquiera de los libritos que se encuentran en ciertas librerías de la calle
Wych, en Londres. Pero no importa... —Batió el aire con una mano.— Le
enseñaremos las danzas apropiadas, mucho más decorosas. —Suspiró. Lástima.
Otra actividad que complacía a Liliha eran las lecciones de equitación, que recibía
todas las tardes. La sorprendió con cuánta facilidad pudo dominar la técnica
ecuestre. Pero durante la primera lección tuvo que hacer un esfuerzo para permitir
que el lacayo la instalase sobre la alta bestia. La sensación era parecida a la que había
recogido la primera vez que nadó en los Siete Estanques Sagrados de Hana, cuando
aprovechaba las cascadas para pasar de un estanque al otro. Al principio, había
sentido un temor intenso, pero después del primer salto, nunca volvió a tener miedo.
Aunque montar un caballo era por completo distinto, sus temores desaparecieron
después de la primera experiencia, y ahora siempre ansiaba que llegase el momento
de dar la lección siguiente.
Por supuesto, Teddy, el lacayo, había recibido instrucciones severas de lady Anne:
Liliha no debía montar caballos muy briosos mientras no supiese hacerlo bien. Tuvo
que aprender con un viejo caballo jubilado, un animal bastante torpe. Y donde quiera
que iba Liliha, la acompañaba uno de los criados, trotando al costado de la joven en
otro caballo que no se despegaba del lado de Liliha.
Finalmente, llegó el día en que le permitieron elegir uno de los caballos del
establo. Teddy, menudo y nudoso como un gnomo, dijo:
—Lady Anne dijo que puede elegir, señorita. El animal que usted escoja será
definitivamente suyo. No se permitirá que otra persona lo monte.
Liliha ya había elegido el gris moteado que viera desde la ventana del dormitorio
de lady Anne. Fue directamente al establo del caballo gris.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Tiene buen ojo para los caballos, señorita —dijo con admiración Teddy—. Esa
yegua es muy briosa. Antes de morir su señoría pensaba inscribirla en las carreras. Se
llama...
—No, no me lo diga. —Liliha levantó una mano. —Yo le daré mi propio nombre.
—Acarició la crin de la yegua, y dijo en su propia lengua:— He ino.
— ¿Cómo dice?
—En mi lengua, he ino significa tormenta. Así se llamará. Tormenta.
—Que así sea, señorita. Tal vez su señoría no hubiese aprobado que le cambiaran
el nombre, pero a lady Anne le importan poco los caballos. Dice que los mantiene
sólo en recuerdo de su marido, y con el fin de que los criados tengan algo que hacer.
Al principio, Liliha pudo cabalgar a Tormenta sólo en el prado, vigilada
atentamente por Teddy. Pero, ¡qué maravilloso era montar el magnífico animal, los
cabellos sueltos y flotantes al viento! Liliha rió estrepitosamente olvidando
momentáneamente el lugar en que se encontraba cuando permitió que la yegua
corriese a todo galope de un extremo al otro del prado.
Teddy la reprendió.
—Señorita, debe ser más prudente, por lo menos hasta que posea más experiencia.
Si llega a caerse y se lastima, lady Anne me regañará muchísimo.
—No necesita preocuparse —dijo riendo Liliha—. No caeré. Montar un caballo es
tan fácil como nadar. Sin advertirlo, en su voz se había deslizado un acento
arrogante.
—Sí, usted es una Montjoy —murmuró Teddy. Después asintió, y elevó la voz—.
Debo reconocer que aprende con rapidez.
Liliha aprovechó la oportunidad.
—Entonces, ¿puedo cabalgar sola en el bosque?
—Eso tendrá que decirlo lady Anne, no yo.
Lady Anne aceptó de mala gana.
—Sí Teddy está de acuerdo, imagino que puedes hacer lo que quieras.
—No me sentiré libre mientras no pueda cabalgar sola e ir donde desee —dijo
Liliha—. No quiero sugerir nada malo, pero la verdad es que aquí todavía me siento
prisionera.
—Prisionera, ¿eh?— Suspiró, lady Anne—. Es evidente que estamos ante la hija de
William. Pero no deseo mantenerte confinada; y ciertamente tampoco me agrada que
aquí te sientas prisionera.

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Y así, a la tarde siguiente Liliha abandonó el prado y se internó entre los árboles.
Vestía el traje nuevo de montar que su abuela le había regalado. Comenzaba a
acostumbrarse al rigor de las ropas extrañas que esa gente usaba, y tenía que
reconocer que las prendas en cuestión ofrecían cierta protección contra el frío.
Aunque ya era verano, y ella estaba más aclimatada, todavía extrañaba la calidez de
las islas.
Los bosques eran distintos de los que había en Maui. Había pocos arbustos, y en
todo caso no existía la jungla espesa de las florestas de Maui. Los árboles estaban
muy separados los unos de los otros, y era fácil cabalgar con Tormenta entre ellos.
Espoleó a la yegua, y buscó ansiosamente la cascada de la cual le había hablado su
abuela. La encontró repentinamente, cuando salía de los árboles para internarse en
una depresión. Sofrenó a Tormenta. A sus pies había un estanque de aguas
luminosas, y más lejos estaba la cascada. Liliha comprendió que había estado
escuchando un rato la caída de agua sin identificar el sonido. El risco tendría unos
diez metros, y la cascada misma formaba una faja estrecha de agua espumosa.
Liliha ató a Tormenta de modo que el animal pudiese descansar, y se sentó en la
orilla, mirando ansiosa la cascada y el estanque. La agobió la nostalgia, el anhelo de
volver a Hana, que era como un dolor en su interior. Se sentó así largo rato,
recordando episodios de su vida en las islas, y las cascadas que allí había, y la vez
que había conocido a Koa, en los Siete Estanques Sagrados.
Cuando advirtió que tenía los ojos húmedos, emitió un sonido irritado y se enjugó
las lágrimas. Se puso de pie, mirando alrededor. Hasta donde podía ver estaba sola.
Sin más vacilaciones, comenzó a quitarse las despreciadas ropas, y casi desgarró las
prendas en su apremio.
Desnuda, se estiró gozosa. Los rayos del sol eran más débiles que en Maui, pero de
todos modos le parecía maravilloso sobre la piel. Descendió corriendo la suave
pendiente, y al llegar a la orilla dio un salto. Se zambulló sin vacilar. El agua estaba
muy fría, mucho más fría que el mar frente a Hana en un día gris de invierno. El
estanque era profundo, pero Liliha descendió hasta el fondo con los ojos abiertos. El
agua era límpida como el cristal, apenas perturbada por el movimiento del cuerpo
femenino, y la joven vio muchos peces que nadaban frenéticamente, asustados por la
presencia extraña.
Subió a la superficie y lanzó un grito de exuberante alegría. Nadó de un extremo
al otro del pequeño estanque varias veces. No se había bañado al aire libre después
de salir de Maui, pero incluso así la desalentó ver con qué rapidez se fatigaba.
Vio una gran roca con una depresión al borde del agua. Era evidente que la habían
puesto allí para que sirviese como asiento. Trepó a la roca para descansar, del cuerpo
chorreaba agua. Se apoyó en las manos, el rostro vuelto hacia el sol, los ojos cerrados.

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Después que el sol la secó, Liliha abrió los ojos y miró el peñasco. Estaba cortado a
pico sólo en el sector en que la cascada caía al estanque. A cada lado del dique, la
tierra formaba una suave pendiente, y era fácil trepar. Sin molestarse en buscar sus
ropas, Liliha subió por la pendiente. Una vez arriba, vio un lago en miniatura,
formado por el dique que retenía las aguas. Los árboles crecían cerca del borde,
alrededor del lago. Liliha exploró el lugar, de pronto consciente de su propia
desnudes. No vio a nadie. Con un suspiro de alivio, se volvió. Entró caminando en
las aguas retenidas por el dique. Con una mirada destinada a calcular la profundidad
del agua luminosa que abajo formaba un espejo, abandonó el dique en una elegante
zambullida que la llevó al fondo del estanque.
Era muy agradable, y por primera vez desde su llegada a Inglaterra experimentó
cierta satisfacción. Era como una catarsis, que depuraba su mente y su cuerpo. Si
podía ir allí de vez en cuando, Liliha lograría sobrevivir el año que había prometido a
lady Anne hasta que llegase el momento de regresar a Maui.
De nuevo nadó hacia la roca y trepó. Se acostó con la cabeza apoyada en las
manos, calentándose al sol. Un rato después, un sentimiento de aprensión la dominó.
Abrió los ojos y miró directamente hacia el dique. Allí, de pie al borde del risco vio la
figura de un hombre. Tenía el sol a sus espaldas, y Liliha no podía verle los rasgos de
la cara, pero supo que él la miraba. Aunque el hombre no había hecho ningún
movimiento, ni le había hablado, su actitud era amenazadora. Un estremecimiento
recorrió el cuerpo de la joven.
Se metió rápidamente en el agua. Cuando volvió de nuevo a la superficie, su
mirada se posó inmediatamente en el risco. El hombre había desaparecido.
Liliha salió del estanque y corrió pendiente arriba, en busca de sus ropas. Mirando
con frecuencia alrededor, comenzó a vestirse. No volvió a ver al hombre, pero un
sentimiento de peligro flotaba en el aire. Recordó la sensación que solía tener en
Maui poco antes de que un tifón se abatiese sobre la isla. No volvió a sentirse segura
hasta que montó a Tormenta y comenzó a cabalgar entre los árboles; incluso
entonces, se preguntó si podría volver a ese lugar.

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Ca p í t u l o 6

Maurice Etheredge era un avaro, un atesorador de dinero, un adorador de la


riqueza. Tenía conciencia de lo que él mismo era y poco le importaba la impresión
que originaba en otros. Su padre había heredado una extensa propiedad, que había
pasado a Maurice, salvo el hecho de que Roger Etheredge había sido un manirroto y
un jugador. Cuando murió prematuramente a la edad de cuarenta años, a causa del
consumo excesivo de ginebra, la vasta propiedad estaba reducida a unas pocas
hectáreas alrededor de una residencia cuyo mantenimiento era muy costoso. La
madre de Maurice, llamada Margaret, no era más eficaz como administradora de lo
que había sido su marido. Era una mujer de poco juicio y carecía absolutamente del
sentido de la economía.
Maurice tenía veintidós años cuando murió su padre, y pocos días después supo
que él y su madre habían quedado casi en la miseria.
Tenía una sola esperanza: él y su madre eran los únicos parientes cercanos de lady
Anne Montjoy, y estaban destinados a heredar la propiedad de la dama. La fortuna
Montjoy era enorme, y la idea misma de apoderarse de dichos caudales excitaba el
alma ambiciosa de Maurice. Por supuesto, su madre ocupaba el primer lugar en la
línea de sucesión, pero por lo demás, Maurice no abrigaba el más mínimo temor.
Mimaba a su hijo, y él podía manipularla fácilmente. Además, la señora mostraba
considerable respeto por la capacidad de su hijo para mantener su jerarquía social;
por lo menos, Maurice conseguía conservar una fachada de bienestar.
Lo logró apelando a diferentes medios. Despidió a todos los criados, excepto a un
hombre y su esposa, que cumplieron las funciones de cocinero y ama de llaves; la
pareja tenía demasiada edad para hallar empleo en otras casas, y por lo tanto se veía
forzada a trabajar prácticamente por nada.
Utilizando los escasos bienes que su padre había dejado, Maurice se convirtió en
prestamista. Difundió entre los jóvenes disolutos y los jugadores de Londres el dato
de que prestaba dinero, a intereses elevados, a quienes mucho lo necesitaban. La
única condición era que las sumas debían reembolsarse en la fecha prometida, que la
transacción misma se mantuviese en secreto.
Cuando comenzó a trabajar, Maurice tuvo astucia suficiente para identificar los
problemas. Primero, el problema era asegurar el cobro de las deudas. Contrató a un
rufián y asesino. El hombre, llamado Pizarra—por supuesto, no era su verdadero

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nombre—, era eficiente con el cuchillo y la cachiporra, y usaba cualquiera de las dos
armas no sólo sin escrúpulos sino con sádico placer. Tenía los ojos del color de su
apellido, y por sí sola, la mirada de reptil generalmente bastaba para lograr que el
deudor recalcitrante se apresurase a pagar su dinero a Maurice. Si el infeliz no
reembolsaba la deuda después de la primera advertencia, Pizarra trabajaba con la
cachiporra. Si todo lo demás fracasaba, Pizarra recibía la orden de matarlo
clavándole un cuchillo entre las costillas. Después de unas pocas veces, se difundió la
noticia, y Maurice no tuvo inconveniente en cobrar lo que se le adeudaba.
El segundo problema exigía más cuidado. En definitiva, Maurice alquiló una
pequeña oficina en el barrio de Covent Garden, cerca de los clubes elegantes y los
garitos de juego. Con un nombre supuesto estaba en Londres unas pocas horas tres
días por semana, y así practicaba su sórdido negocio. En Londres se lo conocía por el
nombre de Ferret, lo cual le parecía apropiado, pues en la jerga de los bajos fondos
londinenses Ferret era el apelativo asig-nado a "un hombre que vende artículos a los
incautos, cobrando precios excesivos, para luego ostigarlos constantemente
exigiendo el pago de la deuda". Por supuesio el artículo que Maurice ofrecía era
dinero; pero en principio se trababa de la misma operación.
Sus vecinos en el campo nada sabían de la fuente de sus ingresos, y tampoco
Margaret Etheredge estaba enterada. Maurice le decía que obtenía sus recursos de
inversiones inteligentes, y ella aceptaba sin discutir la explicación; la admiración que
sentía por su astuto hijo era cada vez más profunda.
Como no escaseaban los clientes, la actividad comercial de Maurice creció
constantemente, y cuando ya dispuso de fondos suficientes, abordó otro rubro:
comenzó a traficar con mercancías robadas. En Londres abundaban los ladrones. La
mayoría de ellos eran estúpidos, y tenían escasa idea del valor de lo que habían
robado. Mediante el regateo astuto, Maurice generalmente pagaba muy poco por los
artículos robados y en definitiva obtenía una hermosa ganancia.
De este modo prosperó, y poco a poco acumuló un bonito capital. Pero detestaba
su propia actividad, y ansiaba que llegase el momento en que recibiera su herencia y
poder vivir la vida de un caballero.
No tenía escrúpulos de conciencia acerca de su actual modo de vida. Maurice
despreciaba a quienes creían en la conciencia. A su juicio, el mundo pertenecía a los
que tenían la rudeza y astucia suficiente para tomar lo que deseaban. Pero le
desagradaba firmemente la gente con la cual tenía que asociarse; eran canallas.
Después de la muerte de su padre, Maurice y su madre ya no fueron bien recibidos
en las elegantes residencias nobles que se elevaban a lo largo del camino a Sussex. El
único lugar que ahora podían visitar era Montjoy Hall; y esas visitas no eran más que
ritos semanales impuestos por la obligación, y Maurice bien sabía que en realidad allí
no eran recibidos con agrado.

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Maurice ni siquiera conocía la idea de que su propia actitud y su apariencia eran


en gran parte las causas de que sus vecinos lo rechazaran socialmente. Nada sabían
de su vida secreta en Londres, pero los años que había pasado en esos ambientes de
mala calaña le habían dejado su impronta. Maurice, que nunca había sido un hombre
muy apuesto, poco a poco adquirió un aire astuto y furtivo. Su habitual avaricia
había convertido su boca en una mera ranura, y cuando necesitaba hablar abría y
cerraba rápidamente los labios, más o menos como podía ocurrir con la bolsa de un
avaro. Todo tendía a convertirlo en un individuo que parecía mayor de sus treinta y
cuatro años.
Nunca se había decidido a gastar en la compra de una peluca, y tenía los cabellos
lacios y descuidados. Los rasgos mostraban una expresión grisácea, con la piel
manchada, y cuando sonreía, cosa que hacía raramente, mostraba los dientes
prominentes. Tenía los ojos pequeños y castaños, parecidos a los de una rata. Sus
ropas siempre aparecían descuidadas, manchadas de comida, como mapas de su
propio carácter. ¿Para qué molestarse en vestir buena ropa cuando debía tratar con
los canallas que entraban y salían de la pequeña oficina? Cuando recibiera su
herencia, entonces acudiría a los mejores sastres de Londres. Su apariencia sórdida
era una ventaja en vista de los hombres con quienes trataba; en ese ambiente, mostrar
indicios de riqueza era un error.
Esa tarde en su oficina de Londres, Maurice estaba solo. No esperaba más
visitantes, y pensaba regresar a su casa. Pero ahora apoyaba los codos en el escritorio
del contable, y contemplaba complacido el futuro. En sus labios finos se dibujaba una
de sus escasas sonrisas. Ya no necesitaría esperar mucho tiempo. Recordaba su
última visita a lady Anne. La había estudiado atentamente mientras su propia madre
revoloteaba alrededor de la mujer acostada, y pronunciaba palabras
tranquilizadoras, hasta que al fin lady Anne decidió reprenderla irritada. La mujer
que se interponía entre Maurice y su felicidad futura tenía el rostro pálido e inerte, y
parecía que la llama de la vida estaba a un paso de apagarse. Lady Anne Montjoy no
permanecería mucho tiempo en este mundo...
La puerta de la oficina se cerró con fuerte golpe y apareció un hombre de talla
menuda y aspecto poco saludable. Maurice jamás lo había visto antes.
Miró hostil al intruso.
— Señor, he terminado la actividad del día. Vuelva otra vez. Ahora no puedo
hablar de negocios con usted. Todo mi dinero está guardado en lugar seguro.
—Oh, usted me recibirá. —El hombre se balanceó sobre los pies.— ¡Claro que me
recibirá, señor Etheredge!
El nombre arrojado a la cara conmovió profundamente a Maurice, pero consiguió
mantener inmutable el rostro. Dijo fríamente:

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Buen hombre, me llamo Ferret, de modo que temo que usted ha cometido un
error...
—No hay error, Etheredge —dijo con expresión burlona el intruso—. Sé que usted
presta dinero a muchos inf¬lices de esta ciudad, y que lo hace usando el nombre de
Ferret, y que además su oficina se ocupa de comprar mercancías robadas; también
allí utiliza el mismo nombre. Pero sé también que su verdadero nombre es Maurice
Etheredge. Cuando cierra esta oficina y termina su día de trabajo vuelve a su casa,
esa hermosa mansión que está en el camino a Sussex, y allí se da aires de señor de la
propiedad.
Maurice no se había sentido tan conmovido desde la muerte de su padre, cuando
supo que prácticamente era un hombre pobre. ¡Lo habían descubierto! Su vida doble
había quedado expuesta. La impresión fue tan intensa que Maurice estuvo a un paso
del desmayo. Pero consiguió reunir fuerzas suficientes para graznar:
—¿Cómo sabe todo eso?
—Sé muchas cosas, señor Etcheredge. También sé que usted espera heredar la
fortuna Motjoy. —La voz del hombrecito se parecía al cacareo de las gallinas, y pasó
un tiempo antes de que Maurice comprendiese que el sonido que estaba oyendo
correspondía a la risa del intruso. Al fin se tranquilizó, y el hombre continuó
diciendo:
—Jefe, no se preocupe, no pienso revelar su secreto. Estoy aquí para hacer un trato
que puede beneficiarnos a ambos. —Se adelantó, y extendió la mano.— Yo soy Asa
Rudd.
Maurice no aceptó la mano que se le ofrecía. Recobró su aplomo y comenzó a
irritarse. A juzgar por la apariencia, ese Rudd no era mejor que el resto de la resaca
que acudía a la oficina a pedir ayuda. Dijo con voz dura:
—¿Cómo es posible que usted obtenga algo que nos beneficie a ambos?
Rudd emitió su risa parecida a un cacareo.
— Creo que usted todavía no conoce la noticia. Hace mucho que ansia apoderarse
del dinero de la familia Montjoy, porque cree que usted y su madre serán los
herederos. Piensa que excepto la vieja dama todos los Montjoy han muerto. Bien, está
equivocado.
Maurice endureció la expresión del rostro, y miró aprensivo a su interlocutor.
— ¿Qué quiere decir?
—Quiero decir que la vieja perra me contrató para ir a esas islas y asegurarme de
que William había muerto.
—¿Sugiere que William Montjoy todavía vive?

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—No, no. William ha muerto, pero tenía una hija. ¿Qué le parece eso, señor
Etheredge?
Maurice sintió que un frío extraño le atravesaba el corazón como una daga.
—¡Miente, Rudd!
—No es así, jefe. —Rudd sonrió muy divertido.— La traje precisamente ayer. Está
viva y sana, y ahora protegida por la vieja perra. Y es una bonita muchacha. Según
están las cosas ahora será la heredera, y usted no recibirá ni un penique.
Maurice no atinaba a aceptar la situación. Sentía las manos pegajosas y sudadas, y
la figura de Rudd bailoteaba ante sus ojos.
—¿Por qué ha venido a decirme esto? Me parece que usted ha concebido alguna
estafa.
—No, nada de eso. De ningún modo. —La sonrisa de Rudd se esfumó, y su voz
trasuntó amargura.— Vine a verlo porque la vieja perra me echó de su casa, y se
nego a pagarme. No quiso pagarme lo que había prometido que me daría si traía a
William o a alguno de sus descendientes.
Ahora Maurice estaba pensando. Consiguió dominar el desaliento y exploró la
posibilidad de una solución. Juzgó sagazmente a Rudd: sin escrúpulos, vengativo y
codicioso. Dijo:
—Aún no me ha aclarado cómo podemos cooperar para mutuo beneficio.
—Es muy sencillo, jefe. Si esta muchacha continúa aquí, usted no recibe la
herencia que le pertenece, y yo pierdo mi dinero. Ahora bien... —Rudd sonrió.— Si
muriese repentinamente, usted retornaría al punto en que estaba antes de que yo la
trajese a Inglaterra. Es probable incluso que la impresión mate a la vieja perra,
porque ya está bastante mal de salud. Usted tendría su dinero y yo el mío. Por
supuesto en este caso, yo reclamaría una recompensa un poco mayor en vista de que
la idea es mía...
Maurice fingió que estaba conmovido.
— ¿Propone que asesinemos a la muchacha?
—Vamos, jefe. No se haga el virtuoso conmigo. —Rudd rió groseramente.— Lo
conozco bien. Usted mataría a su propia madre si de ese modo pudiese obtener unas
pocas libras.
Maurice se irguió.
—Un momento, buen hombre...
—Jefe, le repito que no se haga el virtuoso. —Rudd esbozó un gesto.— Si vamos a
hacer negocios, no juguemos el uno con el otro. Si usted no desea obtener lo que le
corresponde, idearé otro modo de conseguir lo mío.

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Maurice abandonó toda actuación.


—Me parece que no será tan fácil. Como soy el heredero, no puedo atraer las
sospechas. ¿Usted propone cometer el hecho?
—¡Caramba, no! Esta Liliha me conoce. No es probable que permita que yo me
acerque a su persona, me teme. No le agradó venir aquí, de modo que tuve que
convencerla. —Rudd sonrió y se pavoneó un poco.
—¿Liliha? ¿Así se llama?
—Sí. Su madre es isleña. Cuando estuvo allí, William Montjoy vivió al estilo de los
nativos.
— ¿Es medio salvaje, y mi tía la protege? Me parece difícil aceptar eso.
—Es la hija de William, ¿eh? Y la nieta de la vieja perra. Oh, sí, la protege. Y hay
otra cosa que dificulta la situación. Piensa tenerla muy cerca un tiempo, porque teme
que escape. Habrá que montar guardia cerca de Montjoy Hall y ver cuándo permiten
salir a la muchacha. Lady Anne no puede retenerla indefinidamente. Esta Liliha está
acostumbrada a la libertad.
Maurice frunció el ceño.
—Entonces, la situación es difícil. ¿Qué sugiere, Rudd, contratar a un hombre?
—Eso mismo. Usted y yo planeamos el golpe. Que otra persona vigile la casa y
haga el trabajo sucio cuando llegue el momento.
—¿A quién sugiere?
—Caramba, a ese rufián que usted tiene. A Pizarra. El que se encarga de hacer las
cosas cuando usted no quiere ensuciarse las manos. ¿Acaso él no mató una o dos
veces porque usted se lo ordenó?
— ¿Pizarra? —Maurice reflexionó un momento.— Por supuesto, lo hará si se lo
ordeno.
—Entonces, ordéneselo. Dígale que vigile la casa y que nos informe en cuanto
permitan salir a la muchacha.
Pizarra era un producto de los barrios bajos londinenses. A los treinta años jamás
había salido de la ciudad. Cuando le dijeron lo que pretendían de él, Pizarra quiso
renunciar:
—No sé nada del campo, Ferret. En esos bosques me perdería.
Maurice lo miró con desprecio. Pizarra era alto, delgado, y su piel tenía el mismo
tono gris de una babosa. Maurice dijo:
—Un poco de sol en la piel te hará bien.

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—Pero allí me perdería. ¡Lo juro! Aquí, puedo hacer cualquier cosa. —De los
pliegues de su ropa, Pizarra extrajo un cuchillo y la hoja centelleó como la lengua de
una serpiente.— Pero allí, en el campo, ¿qué puedo hacer? ¿Cómo me acerco lo
suficiente para usar esto?
—¡Idiota, no es más que una muchacha! ¿No sabes manejar a una muchacha?
Además... —Maurice sonrió burlonamente— bastará que te vea para que caiga
muerta. Ahora mismo pareces un cadáver.
Pizarra meneó la cabeza y quiso hablar. Maurice se lo impidió alzando una mano.
—Escucha lo que te digo, Pizarra. Eres mío en cuerpo y alma... en el supuesto de
que tengas alma. Te compré y pagué. Poseo pruebas suficientes para enviarte a la
horca dos veces si digo dos palabras ante las autoridades. ¿A cuántos hombres has
asesinado hasta ahora?
Pizarra dijo obstinadamente:
—Maté porque usted me lo ordenó.
— ¿Y a quién creerán? ¿A ti o a mí? —Maurice se inclinó hacia adelante. Como
calculó que ya había amenazado bastante al individuo, suavizó la voz:— Pizarra, has
trabajado bien para mí. Ya no necesitas rebuscar los chelines en el bolsillo. Haz esto
para mí, y serás bien recompensado. Te daré mucho dinero.
El rostro frío de Pizarra mostró una expresión más viva que de costumbre, y
Maurice comprendió que ya lo tenía.
— Ante todo tendrás que vigilar de cerca Montjoy Hall hasta que aparezca la
joven. —Se frotó las manos. Más tarde o más temprano la verás. No podemos hacer
nada hasta que ella no salga de la casa. Cuando la veas, no hagas nada antes de
informarme. No podemos cometer errores. Habrá que planear el asunto hasta el
último detalle.
Pizarra informaba semanalmente en la oficina de Maurice en Londres. Los dos
primeros informes fueron desalentadores. Mucha gente entraba y salía de Montjoy
Hall, pero Pizarra no había visto a la joven. Lo que determinaba que la situación
fuese incluso más ingrata era el hecho de que Maurice no había podido entrar en
Montjoy Hall y ver por sí mismo a la muchacha. Las visitas semanales de Maurice y
su madre habían sido postergadas indefinidamente; lady Anne había enviado un
mensaje para informarles que ahora estaba demasiado ocupada para recibirlos. El
mensaje no aludía en absoluto a la hija de William. Maurice había contemplado la
posibilidad de ir a la casa sin invitación, pero conocía muy bien los accesos de
indignación de lady Anne. De nada serviría provocar su desagrado en ese momento
crucial. De modo que sólo restaba esperar y fastidiarse.
De pronto, Pizarra avisó que había visto a la joven. Estaba aprendiendo a montar.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Maurice se frotó las manos muy regocijado.


—Ahora, dentro de muy poco saldrá sola a caballo. Por lo que oigo decir es una
muchacha de espíritu independiente. Se distanciará de los criados. Vigila de cerca, y
comunícame inmediatamente cuando ocurra lo que prevemos. ¡Y entonces,
trazaremos nuestros planes!
Asa Rudd estaba en la oficina de Maurice cuando Pizarra presentó el siguiente
informe. Pizarra mostraba más animación que la que Maurice le había observado
nunca. Pronto se vio la razón de este hecho.
—Ferret, salió sola a caballo exactamente como usted dijo que haría. Me vi en
dificultades para seguirla porque estaba a pie y la perdí. Pero la encontré de nuevo
en un estanque que está en el fondo del bosque. —Se rascó entre las piernas y habló
con voz conspirativa. — Se quitó todas las ropas y se bañó desnuda. ¡Sí, desnuda!
¡Ah, es muy hermosa!
Los ojos de Pizarra relucieron de lascivia, y tenía entreabiertos los labios húmedos.
— ¡Bien, bien! —Maurice se frotó las manos. — ¿Y estaba completamente sola?
—Así es.
—Ahora, podemos trazar nuestros planes.
—Ferret... —Pizarra tragó ruidosamente, —¿Puedo tenerla? Es decir, antes de
matarla...
Maurice lo miró con desagrado.
—Veremos, Pizarra. Puedes marcharle. Vuelve a vigilarla. ¡Pero si quieres su
dinero no la toques hasta que yo te imparta la orden!
Lo despidió con un gesto y Pizarra salió. Maurice pensó en la petición de Pizarra.
Tal vez no fuese mala idea. Si la muchacha se paseaba desnuda en el bosque, y la
encontraban violada y muerta, el hecho podía atribuirse a la acción de un aldeano
que la había visto por casualidad y obedeció a sus impulsos de bestia.
—De modo que así es Pizarra —dijo Rudd—. Caramba, ese hombre me eriza la
piel.
—Es un cretino —dijo Maurice—, pero puede ser útil. No se preocupe, se ocupará
de nuestra doncella isleña. Rudd se balanceó sobre los pies.
—¿Por qué no le ordena hacerlo hoy? Cuanto antes mejor.
—Deseo que el momento esté bien elegido. Rudd, arriesgo más que usted.
— ¡Deseo ver muerta a la perra! —dijo Rudd con voz que expresaba profundo
rencor.
Maurice lo miró con el ceño fruncido.

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—Si tiene tanta prisa, lleve a cabo usted mismo la tarea.


—No, no, la muchacha me conoce, ya se lo dije. Jamás permitirá que me acerque a
ella.
Maurice examinó con curiosidad al hombre. Rudd parecía intimidado por esa
Liliha. Era un hombre que carecía completamente de escrúpulos, de modo que era
extraño que en este caso actuase así. ¿Quizá temía a la muchacha?
Rudd interrumpió los pensamientos de Maurice.
—Entonces, jefe, ¿cuándo impartirá la orden?
—Muy pronto, Rudd, muy pronto. —Maurice echó hacia atrás la cabeza y miró el
techo sucio. — Ante todo, debo hacer una visita a mi querida tía, y esta vez poco me
importará si me recibe bien o mal.
— ¿Por qué se arriesga? La joven puede verlo.
— Eso no me parece mal. En realidad, creo que el hecho de que me conozca
beneficiará nuestros planes. Me inspira curiosidad. Después de todo, es mi prima. —
Sonrió astutamente. — Sí, es natural que desee conocerla.
Mientras hablaba estaba elaborando mentalmente el plan... el modo de eliminar a
la joven, sin que nadie sospechase de él. Por otra parte, si sospechaban de Rudd e
incluso si lo acusaban del hecho, tanto mejor. Cuando la fortuna de lady Anne pasara
a manos de Maurice, no sería necesario compartirla con un hombre que esperaba
subir al patíbulo. Por esa razón, no dijo una palabra de su plan a Rudd.
Como preparación para su visita a Montjoy Hall y después de luchar con su
propia avaricia, Maurice compró ropas nuevas. Incluso él tuvo que reconocer que las
nuevas prendas no lo transformaban en un elegante, pero por lo menos lo hacían un
hombre más presentable. En su casa, admiró su propia imagen reflejada en el espejo,
envuelto en pantalones negros ajustados, atados a la altura del tobillo; una chaqueta
negra bien cortada; un chaleco a rayas con solapa; un cuello alto y ajustado, de modo
que el rostro estaba más amoratado que de costumbre y un alto sombrero de copa.
Oyó una carcajada.
—¡Bien, bien, Maurice! ¿Qué estás festejando? Hace mucho que no te veo vestido
así.
Maurice se volvió para mirar a su madre que frisaba en los sesenta años, y estaba
desagradablemente excedida de peso; tenía el rostro redondo como una pelota, y los
cabellos grises estaban tan desordenados como los del propio Maurice. A causa de la
ropa muy ajustada que insistía en usar para disimular su exceso de peso, Margaret
Etheredge siempre estaba jadeando.
Maurice dijo alegremente.

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—Querida madre, visitaremos a mi tía, tu apreciada hermana. Hace mucho que


hubiéramos debido conocer a esa misteriosa prima.
— ¡Ah! ¡Bien, bien! —La señora batió palmas, y sus manos parecían pájaros
regordetes y aleteantes. — Maurice, ¿crees que deberíamos ir? El mensaje que Anne
envió decía que no deseaba nuestra presencia allí.
—Entonces, debemos tratar de reunirnos con ella —dijo secamente Maurice—. Es
mi querida tía, ¿verdad? Y debemos considerar otra cosa, madre. Lady Anne no es la
misma desde que murió lord Montjoy.
—Muy cierto.
— ¿Y si esa joven pagana la ha seducido? Supon que la ha convencido de que es la
hija de William, cuando la realidad puede ser muy distinta.
—Pero, Maurice, ¿cómo podría haber hecho eso?
—Con brujería, madre. He oído decir que esos salvajes de las Islas Sandwich son
astutos practicantes de las artes mágicas.
— ¡Dios mío, Dios mío! —Su madre se llevó las manos a la boca; silbó entre los
dedos abiertos. — ¿Eso es cierto?
—Muy cierto, madre. —Maurice se sintió bastante complacido consigo mismo
después de decir esa mentira improvisada. Se frotó las manos. — De modo que
nuestra obligación es proteger a la doliente lady Anne. ¿Quién si no su querida
hermana y su sobrino podían preocuparse por ella?
Para sorpresa de Maurice, no hubo dificultades en Montjoy Hall. No los recibieron
con excesivo agrado, pero tampoco los rechazaron. James los atendió con su habitual
altivez y les dijo que esperase mientras consultaba con lady Anne. En lugar de subir
la escalera, como acostumbraba hacer, James entró por el largo corredor, y dejó atrás
la escalera.
Regresó poco después.
—Lady Anne los recibirá.
Mientras pasaban a un lado de la escalera, Maurice dijo:
—¿Mi tía no está en su dormitorio?
—Señor, recibe en la sala.
—¿La sala? —exclamó Maurice. En un aparte a su madre murmuró:
—¡Hace meses que no sale de su dormitorio! ¿Qué significa esto?
—Tal vez su salud ha mejorado —respondió Margaret Etheredge.
Maurice comenzó a formular una respuesta áspera, pero después lo pensó mejor;
de todos modos, sus pensamientos eran sombríos. Si la salud de Anne mejoraba, sus

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Patricia Matthews Amor Pagano

propias posibilidades se deterioraban. Su desaliento fue total cuando los introdujeron


en la sala y vio a lady Anne en un diván. El color de su piel era mejor de lo que había
sido durante mucho tiempo, y sus ojos tenían ese destello malicioso que Maurice
tanto temía. Significaba que se sentía bien, y que su lengua estaba más afilada que la
lengua proverbial de la serpiente.
—Te sorprende verme bien, ¿eh, Maurice? —dijo la dama—. Por desgracia,
todavía no estoy en mi lecho de muerte, y me propongo demorar todo lo posible ese
momento.
—Me alegro por usted, tía —dijo Maurice, que con un esfuerzo se inclinó
galantemente sobre la mano de la dama—. Tía, seguramente ha encontrado otro
médico, un hombre que posee el secreto del elixir de la vida.
—Puedes estar seguro de ello, sobrino, Y ahora te presentaré al elixir que he
encontrado recientemente. —Alzó la voz. — Niña, ven a conocer a tu primo.
La sala tenía techo y paredes de cristal y una profusión de plantas en macetas.
Detrás de un gran helécho emergió una hermosa joven.
—Es mi nieta—dijo orgullosa lady Anne—. Liliha, te presento a mi hermana,
Margaret Etheredge y a su hijo Maurice.
La experiencia de Maurice con las mujeres era limitada. Las de su propia clase lo
rechazaban, aunque eso no significaba que él las considerase muy atractivas. Su
sexualidad nunca había sido muy profunda. Cuando la necesidad era intensa,
siempre podía buscar una prostituta en las calles de Londres.
Pero esta Liliha era una belleza tan desconcertante que durante un momento él se
sintio incapaz de hablar. Abrió la boca y en su mente se dibujaron imágenes eroticas.
La excitación inmediata fue para él motivo de incomodidad.
Lady Anne dijo implacable:
—Sobrino, ¿no sabes qué decir? Siempre creí que eso era imposible.
Maurice tragó saliva, y trató de recobrar el aliento de sí mismo. Se adelantó un
paso, hizo una torpe reverencia y murmuró:
—Me complace conocerte, prima.
La risa de lady Anne fue hiriente.
— ¡Ah, sobrino! ¿De modo que te complace?
Maurice sintió que se sonrojaba. ¡Maldita perra! ¿Era inevitable que soportase
siempre los efectos de su ingenio ofensivo? Contuvo el sentimiento de cólera. No era
éste el momento de excitar el desagrado de la dama, por lo menos había que esperar
hasta que hubieran eliminado a la intrusa.
La joven sonrió con encanto.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Me alegro mucho de conocer a mi primo inglés. En Maui tenía muchos primos.
Pero eso fue antes de que me llevasen de allí. —Se le entristeció el rostro. — Me
preparaba para contraer matrimonio con mi primo Koa. Lo mataron ante mis propios
ojos.
La madre de Maurice contuvo una exclamación.
—¿Casada con tu primo? ¡Santo Dios! ¡Eso no se hace en Inglaterra!
—Vamos, querida hermana —dijo lady Anne—. Muchas familias reales de
Inglaterra han practicado ese tipo de matrimonio. Y Liliha me dice que ella y su
madre tienen sangre real.
— ¿Sangre real, los salvajes? —dijo despectivamente Margaret Etheredge.
—Basta ya, madre —dijo Maurice ásperamente—. Liliha no es una salvaje.
—Sí, querida hermana, esa es una observación que no aprecio. Te conviene
recordar que Liliha está emparentada contigo —dijo lady Anne con sequedad—. Y
que es mi nieta.
—¿Puede disculparme, abuela?
—Por supuesto, niña.
Liliha se inclinó para recibir el beso de lady Anne, saludó fríamente a Maurice y su
madre, y salió de la habitación.
—La muchacha está aprendiendo a montar.
Margaret Etheredge dijo:
—Debo reconocer que me sorprende su dominio del inglés.
Lady Anne dijo:
—Mi pobre William le enseñó y además recibe lecciones diarias...
Maurice no escuchaba. Se había acercado a la pared de cristal, y miraba a Liliha
que caminaba hacia el establo. Comprendía perfectamente el deseo que había
despertado en Pizarra. En cierto modo, Maurice también hubiera deseado tener su
oportunidad, antes de que Pizarra la matase.
Hoy era el día. Había ordenado a Pizarra que asesinase inmediatamente a la joven.
Maurice estaría en la casa, con la tía y la madre. Nadie sospecharía de él. Se
regocijaba íntimamente, y con dificultad mantenía el control de sus nervios. En muy
poco tiempo Liliha estaría muerta, ya no sería una amenaza para él, y ahora que veía
qué estrechos vínculos la unían con lady Anne, era probable que el cálculo de Rudd
acertase... La impresión provocada por la muerte de Liliha bien podía desencadenar
la muerte de su tía.

~84~
Patricia Matthews Amor Pagano

Liliha guió a Tormenta hacia el interior del bosquecillo. Ahora era una amazona
hábil, y sin riesgo podía pensar en otras cosas mientras cabalgaba.
Pensaba en Maurice Etheredge, sobrino de lady Anne... ¡y su propio primo!
Le pareció repulsivo; era una naturaleza fría y calculadora. Liliha tenía la
sensación de que ningún sentimiento —excepto quizá la avaricia— era muy
profundo en Maurice. Lady Anne le había explicado que la codicia era la pasión
dominante en su sobrino; y que la ansiedad por controlar la fortuna de los Montjoy
era como una enfermedad para ese hombre.
Ella lo había impresionado profundamente; Liliha estaba acostumbrada a suscitar
ese efecto en los hombres, y conocía todos los signos. Pero incluso así, aunque los
ojos de Maurice ardían de deseo, Liliha tuvo la sensación de que era una sensualidad
sin pasión, una sensualidad fría.
Liliha había prestado escasa atención a la madre de Maurice. Margaret Etheredge
le había parecido una mujer sin espíritu ni inteligencia, y Liliha se asombraba de la
diferencia entre las dos hermanas. Lady Anne tenía fuego y decisión, una voluntad
de hierro y un ingenio y un humor maravillosos; en cambio, Margaret Etheredge no
poseía ninguno de estos atributos.
Olvidó a los Etheredge y continuó cabalgando. Las primeras veces que había
regresado a la cascada, después de descubrir al hombre que la espiaba, Liliha se
había mostrado muy cautelosa; temía correr peligro. Pero cuando pasaron los días y
nada extraño había ocurrido, poco a poco bajó la guardia. Aunque estaba más
adaptada —por lo menos resignada— a la vida que llevaba en Inglaterra, el tiempo
que dedicaba al estanque era muy valioso para ella. Después de descansar allí,
regresaba a Montjoy Hall renovada y más capaz de afrontar los trabajos cotidianos.
Como era verano, prevalecía una temperatura más cálida que el día de su llegada,
y esta vez pudo zambullirse en el estanque sin sentir frío.
Dejó descansar a Tormenta, rápidamente se despojó de sus ropas y se zambulló en
el agua. Como siempre, la impresión del agua fría la obligó a reaccionar. Nadó de un
extremo al otro muy complacida. Ahora podía nadar y zambullirse todo lo que
deseaba sin fatigarse, y permanecer sumergida mucho tiempo, desplazándose en el
fondo del estanque, y examinando los diferentes peces. Los peces estaban
acostumbrados a su presencia, y nadaban cerca de ella sin alarmarse demasiado.
Después de un buen rato trepó a la roca y durante media hora se calentó al sol.
Más tarde, subió la pendiente hasta la cima, y se acercó al borde de la cascada.
Permaneció así unos instantes, con la cabeza echada, hacia atrás, los ojos cerrados. El
sol le acariciaba los párpados.

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Finalmente, abrió los ojos y comenzó a rodear el arroyo en dirección al dique,


preparándose para una nueva zambullida en el estanque. Había dado apenas unos
pasos cuando oyó un ruido detrás de sí.
Sobresaltada, Liliha se volvió. Entrevio la figura alta de un hombre que se
abalanzaba sobre ella. Antes de que Liliha pudiese escapar, él la aferró cruelmente.
La sostuvo desde atrás, sujetándole los brazos a los costados del cuerpo. Lo que
había alcanzado a ver de él era temible... los ojos fríos e inertes como piedras, la piel
del color grisáceo de un cadáver, la boca una fina ranura.
Sosteniéndola firmemente contra sí, el hombre usó una mano en una obscena
exploración del cuerpo de Liliha. Esta se sintió violada, y comenzó a luchar. Pero él la
sostuvo con fuerza brutal. Cuando la joven sintió la dureza de la virilidad del
hombre contra sus nalgas, comprendió lo que le esperaba. Dejó inerte el cuerpo, y de
ese modo él tuvo que aflojar un poco el apretón.
Aprovechando la momentánea ventaja, Liliha utilizó toda su fuerza para liberarse
de él. Pero apenas había dado dos pasos cuando el hombre ya estaba sobre ella, como
una bestia predatoria que se arroja sobre la presa.
Liliha luchó, arañó y escupió. Sus uñas formaron surcos sangrientos en el rostro
parecido a una calavera. Con un rugido, él descargó el dorso de la mano sobre el
rostro de la muchacha. El golpe la aturdió y Liliha sintió que la oscuridad descendía
sobre ella. Realmente desesperada, trató de reaccionar. Recordó el incidente con
Rudd en el barco. Liliha levantó la rodilla y la hundió en una ingle de su atacante.
La boca del hombre se abrió en un grito sin sonido, pero no por eso aflojó la mano
cerrada sobre el brazo de la muchacha. Y después, ambas manos ascendieron y se
cerraron sobre el cuello de Liliha. Por mucho que lo intentara, Liliha no podía
liberarse. Como el agua le rozaba los lóbulos, comprendió que en el curso de la lucha
se habían acercado al estanque. — Los pies resbalaban sobre las piedras cubiertas de
musgo. Las manos poderosas del hombre apretaban cada vez más, y le cortaban el
aliento. Ella sintió que le ardían los pulmones y que se debilitaba cada vez más.
Liliha comprendió que estaba a pocos instantes de la inconsciencia, y una vez que
llegase a ese punto, podía considerarse acabada.
Ahora intuyó que él se proponía matarla. Quizá a causa de la cólera, porque su
ataque sexual se había visto frustrado; en todo caso, la intención era clara.
Con los pies, Liliha trató de afirmarse en las piedras resbaladizas. Después,
reuniendo la totalidad de sus escasas fuerzas se arrojó hacia la derecha, en dirección
al estanque. El hombre no aflojó el apretón de sus manos sobre el cuello de la joven,
pero la fuerza del impulso de Liliha fue suficiente para determinar que ambos
cayesen al agua.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Ni por un instante el hombre del rostro grisáceo dejó de apretar el cuello de Liliha,
y comenzaron a hundirse en el agua, unidos como un par de amantes. Tocaron el
agua con los pies y comenzaron a sumergirse, cada vez más. Liliha pensó asombrada
que su atacante continuaba estrangulándola, pero por lo menos había aflojado un
poco el apretón y ella pudo aspirar un poco de aire antes de sumergirse.
Cuando el agua se cerró sobre las cabezas de ambos, el atacante sucumbió al
pánico que experimenta el individuo que no sabe nadar. Sus manos pasaron del
cuello a los hombros de Liliha, y después a la cabeza, y sus piernas trataron de
apoyarse en el torso de la joven. Intentaba literalmente trepar por el cuerpo de Liliha,
para llegar a la superficie.
Con los pulmones que parecían estallarle, Liliha sentía su propio pánico. Había
visto ahogarse así a uno de sus primos; se había hundido con un marinero a quien
había intentado salvar. Comprendió que el único modo de salvarse era dejar
inconsciente a su atacante. El hombre era mucho más corpulento que ella, y mucho
más fuerte, pero el miedo lo había aturdido por completo. Cuando volvieron a la
superficie un instante, ella respiró hondo y de nuevo apeló a todas sus reservas de
fuerza. Cuando el agua comenzó a cerrarse sobre las cabezas de ambos, unió las dos
manos y las dirigió contra la mandíbula del atacante.
Un dolor agudo le recorrió las manos y las muñecas pero el hombre, aturdido,
cayó hacia atrás. Liliha se apartó del cuerpo de su enemigo y subió a la superficie, y
comenzó a llenar de aire los pulmones hambrientos.
Manteniéndose lejos del lugar donde él se había hundido, esperó hasta que el
cuerpo del hombre emergiese, con la cara hacia abajo.
Con movimientos prudentes se acercó, aferró de los cabellos al hombre y lo llevó a
la orilla. A pesar de su delgadez, era un individuo pesado, y las fuerzas de Liliha
estaban agotándose cuando consiguió retirarlo parcialmente del agua.
Cuando él comenzó a moverse y a demostrar que recobraba la conciencia, ella
volvió nadando hacia el lugar más profundo del estanque.
Lo observó con calma mientras el vomitaba agua y comida, y se incorporaba con
movimientos vacilantes. Agobiado por su propia incomodidad y sufrimiento, no la
miró una sola vez, y en cambio comenzó a caminar hacia el interior del bosque.
De pronto, Liliha se sintió impresionada por la ironía de la situación: ella había
salvado la vida del hombre que la atacara, probablemente con intención de matarla.
Comenzó a reír y su risa sonora se elevó en el aire quieto del bosque. El hombre que
se alejaba se volvió para mirar hacia atrás, por encima del hombro, y después huyó
corriendo.
Liliha salió del estanque sólo cuando él ya había desaparecido. Allí, en su
elemento, se sentía capaz de afrontar todas las amenazas. Pero, ¿qué haría si él la

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atacaba en suelo firme? Comenzó a desear que sus instintos hubieran sido menos
humanos. Tenía la sensación de que hubiera sido mucho más conveniente para ella
permitir que el hombre se ahogase, y reflexionó con tristeza que ciertamente el
episodio no era motivo de risa.
—Hice todo lo posible, Ferret —dijo Pizarra— Ya le dije que no sé nada de las
costumbres del campo.
Rudd reía, y Maurice lo miró hostil.
— ¿De qué se ríe, Rudd?
Rudd, siempre emitiendo esa risa que parecía un cacareo, miraba divertido a
Pizarra.
—¿Trató de ahogar a esa muchacha?
—Nada de eso. Ella me enojó, y nada más —dijo Pizarra en tono ofendido—, y yo
estaba estrangulándola. Entonces ella consiguió que los dos cayéramos al agua. En
mi vida yo había estado en el agua. Casi me ahogué. —Los rasgos generalmente
inexpresivos de Pizarra mostraban un gesto de absoluto desconcierto. — Ella me
salvó la vida... sí, ¡y yo había intentado matarla!
Rudd tenía el cuerpo doblado, y casi no podía hablar a causa de la risa.
Maurice rezongó:
— ¡No veo nada divertido en esto!
Rudd al fin consiguió hablar.
—Usted no entiende, jefe. Las mujeres de esas islas se mueven como peces en el
agua. Caramba, la he visto nadar en aguas tan agitadas que un hombre se hubiese
ahogado. —Meneó la cabeza. —No, el modo de matar a esa muchacha no es
ahogarla.
Maurice miró hostil a Pizarra.
— ¿Por qué no usaste el cuchillo?
—Pensé que no tendría inconveniente con la muchacha, que era suficiente utilizar
las manos.
Maurice se inclinó hacia adelante, y sus manos aferraron los bordes del pequeño
escritorio.
— ¿Querías acostarte con ella, verdad?
Pizarra dijo con expresión hosca:
—Usted me dijo que podía tenerla.

~88~
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—Ahora, retardado, escúchame. También te dije que la quería muerta. Con el


dinero que recibirás por el trabajo, puedes comprarte a todas las prostitutas de
Londres, ahora que has echado a perder todo, será mucho más difícil. La muchacha
estará en guardia.
Pizarra parecía más reanimado.
—No creo que tuviese mucho miedo. Cuando yo me alejaba ella se reía.
— ¡Riéndose! —Maurice miró fijamente, la boca abierta. — ¡Envío a un rufián para
matarla y ella termina riéndose! Tal vez encuentre a otra persona que acepte la tarea.
Pizarra dijo inquieto:
—Ferret, puedo hacerlo. Déme otra oportunidad.
Aquí intervino Rudd.
—Jefe, encontrar a otro hombre que haga esto llevará tiempo. Déle otra
oportunidad. Pero la próxima vez, Pizarra, aléjese del agua.
Absorto en sus pensamientos, Maurice se recostó en el asiento. Siempre había
creído que después de la muerte de Liliha tendría que eliminar a Rudd y a Pizarra;
no era conveniente que dos hombres sin escrúpulos como estos supiesen que él había
planeado la muerte de Liliha Montjoy. Después de gastar el dinero que habían
recibido, podían usar lo que sabían para reclamarle otras sumas. De modo que si
empleaba a otro asesino para matar a Liliha, tres y no dos personas sabrían que él
estaba complicado en el asunto. Dijo:
—Una oportunidad más, Pizarra. Pero esta vez hazlo bien o tendrás que responder
ante mí por tus errores.
Con un movimiento rapidísimo de la mano, Pizarra extrajo el cuchillo, oculto entre
sus ropas, y la hoja centelleó perversamente a la escasa luz que provenía de la única
ventana del cuarto. En su rostro se dibujó una mueca salvaje.
—Con esto lo arreglaré, Ferret. Esta vez no fallaré.
Maurice asintió.
— ¡Espléndido! Pero escucha el consejo de Rudd... Aléjate del agua. Ataca a la
muchacha en el bosque, lejos del estanque. Hazlo dentro de una semana, mientras mi
madre y yo estemos con lady Anne.

~89~
Patricia Matthews Amor Pagano

Ca p í t u l o 7

—Caramba, mi querido David, si la joven te inspira tanta curiosidad, ¿por qué no


visitas a lady Anne? —preguntó Dick Bird.
Caía la tarde mientras los dos hombres compartían una botella de jerez en la
terraza. Dick había llegado de Londres para visitar a su amigo, aprovechando el
hecho de que el padre de David estaba pasando una semana en el continente.
David sorbió su jerez y suspiró.
—Un caballero educado no visita si no ha sido invitado.
—Si un hombre se adhiriese siempre al código del caballero, amigo mío, rara vez
podría bajar los calzones de una doncella.
David frunció el ceño.
—No es esa mi intención, Dick. Sólo siento curiosidad por esa joven. Mi intención
no es acostarme con ella.
—¡En tal caso, eres un tonto! —Un gesto lascivo cómicamente exagerado deformó
los rasgos regulares de Dick. — Por lo que vi de esas isleñas durante mi brevísima
estancia allí, casi todas son hermosas, y carecen de la reserva típicamente inglesa en
las cosas del amor. Si no te acercas pronto, lady Montjoy sin duda la instruirá bien, y
la joven aprenderá a mantener tan cerradas las piernas que ni siquiera un ratón
podrá deslizarse entre ellas.
David se echó a reír.
—Dick, ¡eres incorregible! ¿Solamente piensas en eso?
—En medida considerable. ¿Puedes pensar en nada más delicioso? —respondió
Dick.
—Hablando de instrucciones... Mi madre dice que lady Anne está enseñando a
Liliha a comportarse como una auténtica dama...
— ¿Ves? —exclamó triunfante Dick. — ¡Otra doncella a quien llevan por el mal
camino!
—Y pronto ofrecerán un gran baile en Montjoy Hall y lady Anne presentará en
sociedad a su nieta. Reconozco —agregó David con una sonrisa— que no estoy
dispuesto a esperar tanto tiempo para satisfacer mi curiosidad.

~90~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Entonces, amigo mío, no te habré aconsejado en vano. Un corazón débil jamás


derriba las defensas de una doncella... —Dick se echó hacia atrás; en el rostro tenía
una expresión soñadora. —Cuando mi barco entró en ese puerto de la isla de Hawai
creía que estaba atravesando las puertas del Paraíso. Morenas isleñas nadaron al
encuentro de la nave para darnos la bienvenida, todas bellas y desnudas como la
virgen Eva. David, esos isleños, la gente de la cual proviene esta Liliha, son
individuos felices. Les encanta la comida y la música y son aficionados a practicar el
arte del amor. No me interpretes mal. No aceptan a cualquier hombre, no son como
esas trotonas londinenses que se desnudan por un chelín que les dejas caer en la
pa¬ma de la mano. Pero como no han visto a muchos blancos, haoles como nos
llaman, como son curiosas, se sienten atraídas e interesadas. Y cómo yo soy
particularmente apuesto e ingenioso, como bien sabes, coseché los beneficios de una
cálida bienvenida...
Con una leve sonrisa en los labios, David escuchó mientras su amigo le relataba su
estancia en las Islas Sandwich. El relato agitó la sangre de David, y lo indujo a desear
una visita a esos parajes; pero al mismo tiempo, le parecía que se trataba de un idilio
imposible, por lo menos según lo relataba Dick. Sabía que Dick Bird, un
incomparable cuentista y narrador no estaba por encima del pecado de adornar sus
relatos para hacerlos más interesantes.
—... Les encanta la comida. Te lo he dicho ya, ¿verdad? Pero celebran una fiesta
que denominan imni, un cerdo entero lo envuelven con hojas y después lo cubren y
se cuece durante varias horas. Tienen un plato nativo que denominan poi y que no
me agradó mucho, pero es el fuerte de su dieta. Sin embargo, el cerdo cocido es
delicioso y la fiesta se prolonga varias horas, y mientras tanto los nativos danzan.
Son bailarines maravillosamente flexibles y sus danzas y el movimiento de las manos
son sumamente expresivos. Te aseguro David que vale la pena ver esos cuerpos casi
desnudos moviéndose a la luz del fuego.
Dick movió los ojos en una expresión de felicidad.
—Entonces, ¿tienen canciones y música?
—Los únicos instrumentos musicales son las calabazas, los sonajeros, los tambores
y la voz humana, pero es suficiente. De las canciones poco pude entender, pues no
estuve allí el tiempo necesario para aprender el idioma, pero utilizan muy
eficazmente el cuerpo y las manos, de modo que el lenguaje no es necesario. ¡Te
aseguro, amigo, que era bastante para agitar la sangre de un muerto!
David se echó a reír.
—Parece un material muy apropiado para una de tus baladas tan atrevidas.
En el rostro de Dick se dibujó una expresión de asombro.

~91~
Patricia Matthews Amor Pagano

— ¡Por Dios! ¡Siempre hay que escuchar a los inocentes y los niños! —Descargó un
golpe resonante sobre su rodilla.—¡Ciertamente, es un tema apropiado!
Dick echó hacia atrás la cabeza y cerró los ojos. David, que otras veces había visto
a su amigo en el proceso de la creación, esperó silencioso, con una sonrisa de
expectativa en el rostro.
— ¡Ya lo tengo! —gritó Dick, y bruscamente se puso de pie.
Se encasquetó un sombrero imaginario, batió el aire con un bastón también
imaginario y comenzó a cantar al son de una melodía popular:
En las lejanas Islas Sandwich Donde soplan los balsámicos vientos alisios, Vive
una doncella de piel morena y ojos pardos, El busto pleno, los muslos suaves.
Oh, la conocí bajo un cocotero, Y me la llevé a la arena, Y yo os digo, amigos y
camaradas, que mis sensaciones fueron infinitas...
Dick se interrumpió casi en mitad de la frase, con una expresión de desaliento. Se
llevó la mano a la frente y gimió:
— ¡Las Musas me abandonaron!
Se derrumbó en la silla, levantó la copa de jerez y la vació de un trago.
David lo miró, muy divertido. El relato de Dick ace¬ca de su visita a las islas y la
canción lo habían afectado da un modo inexplicable. Pero había decidido una cosa:
encontraría el modo de conocer a Liliha Montjoy, y muy pronto.
Ahora, Liliha se había resignado a los profesores que debía soportar día tras día, y
en realidad se sentía bastante orgullosa de la rapidez con que había mejorado su
conocimiento del inglés. No era que estuviese menos decidida que antes a regresar a
Maui; pero el sentido común le decía que el año que debía pasar en esa casa sería
más fácil y llevadero si ofrecía menos resistencia.
Todos los días se acercaba al estanque, aunque el placer que sentía allí ahora era
menor. Pero aunque en efecto percibía la amenaza de un peligro cada vez, que se
acercaba, el temor no era tan intenso que olvidara su necesidad de bañarse allí, y de
gozar de la paz y el descanso del lugar.
Ese día, después de la hora que solía pasar en el estanque, y después de la última
zambullida desde el borde de la cascada, se extendió sobre la roca para permitir que
el sol le secase el cuerpo. Después, su propósito era vestirse.
Se aproximó al gigantesco árbol, al que ataba a la yegua. Tormenta dejó de
mordisquear la hierba, elevó la hermosa cabeza y emitió un relincho. Liliha le
acarició el cuello, y comenzó a hablarle en voz baja. Había acabado por querer con
todo el corazón a Tormenta.

~92~
Patricia Matthews Amor Pagano

Liliha extendió la mano para desatar las riendas, aseguradas a una rama baja, pero
se inmovilizó cuando oyó el ruido de pasos cautelosos. Con el corazón que le latía
aceleradamente se volvió en redondo. A pocos pasos de ella estaba el mismo hombre
de piel grisácea que la había atacado antes.
Esta vez sostenía un cuchillo en la mano, pegada a la cadera derecha. No había
hacia dónde huir; el hombre le cerraba el paso, y atrás estaba Tormenta.
—Ríete de mí, ¿eh? —rugió el hombre—. ¡Veamos cómo te ríes de esto!
Sé abalanzó mientras levantaba el cuchillo. En el último momento Liliha se apartó.
El cuchillo atravesó la tela del vestido y la joven oyó el ruido de un desgarrón. El
atacante cayó sobre la yegua. El animal relinchó, y se movió inquieto.
El hombre gritó encolerizado:
— ¡Condenada bestia! —Alzó el cuchillo para herir a la yegua.
Liliha, que había estado dispuesta a huir, confiada en que podía aventajar a su
enemigo exclamó:
— ¡No!
Se arrojó sobre él y con ambas manos golpeó el brazo qué descendía. El golpe tuvo
fuerza suficiente para desviar el cuchillo. Incluso así, la afilada hoja rozó a la yegua, y
apareció un hilo de sangre.
El pensamiento de la huida se esfumó de la mente de Liliha ante su preocupación
por Tormenta; Liliha golpeó con las puños los hombros de su atacante. Los golpes
fueron ineficaces. El asesino se volvió hacia ella; en sus labios se dibujó una sonrisa.
El rostro parecido a una calavera era horrible: dientes amarillentos, los ojos hundidos
en las órbitas ardientes como los fuegos del Infierno.
Adelantó una mano y aferró la muñeca de Liliha. La arrojó contra el tronco del
árbol, y e lgolpe le cortó el aliento. Aturdida, buscó apoyo en el tronco. Sacudió la
cabeza, tratando de aclararse las ideas. Percibió un sonido extraño y zumbante, pero
no tuvo tiempo de averiguar qué era. Cuando se le aclaró la visión, vio que su
atacante avanzaba otra vez, siempre sonriendo. El cuchillo brillaba al sol. No tuvo
fuerza para esquivarlo. Se encogió contra el tronco del árbol, completamente
confundida, y en su mente la idea de que moriría en pocos instantes fue como un
grito silencioso.
El atacante alzó el cuchillo y comenzó a descenderlo hacia el pecho de la joven.
De pronto se oyó un estampido, y el individuo retrocedió un paso gruñendo. Se le
volvieron los ojos en las órbitas. La mano que sostenía el cuchillo cayó inofensiva a
un lado del cuerpo y el hombre comenzó a desplomarse.
Liliha miró incrédula el cuerpo caído. Un momento antes había estado a un paso
de la muerte, y ahora...

~93~
Patricia Matthews Amor Pagano

La voz de un hombre dijo:


—Señora, ¿está bien?
Liliha miró, y vio un par de ojos azules fijos en ella. Un joven de rasgos
armoniosos, un mechón de cabellos claros que le caían sobre la frente, la miraba con
ansiedad. Liliha vio que el joven sostenía una pistóla en la mano, que un gran caballo
negro permanecía inmóvil e impasible detrás de él. Comprendió ahora que el sonido
murmurante que había oído era el ruido de los cascos.
—¿Está bien? —dijo de nuevo el hombre—. ¿Alcanzó a herirla?
Liliha, fascinada por la apostura del joven, no pudo apartar los ojos del rostro
masculino.
—No, estoy bien. —Trató de sonreír. — Aunque en un momento...
Tragó saliva convulsivamente, y recordó la imagen del cuchillo que descendía
sobre ella. Recostó el cuerpo contra el tronco del árbol.
—Lo sé. Vi el cuchillo —dijo serenamente el joven—. El único modo de detenerlo a
tiempo fue disparar. Temí herirla, pero parece que mi práctica del duelo por una vez
me sirvió.
Su sonrisa tenía un aire irónico.
— ¿Duelo? —preguntó confundida Liliha.
—No importa —dijo el joven con aire negligente, y se volvió hacia el caballo
negro. Guardó la pistola en una cartuchera de cuero asegurada a la silla.
Liliha recordó a Tormenta. Con un grito ahogado corrió hacia la yegua. Había un
hilo de sangre donde el cuchillo hirió al animal, pero no era tan profundo que
hubiese que temer. La joven extrajo su pañuelo, lo humedeció con la lengua y con
cuidado limpió la sangre seca, mientras hablaba en voz baja a la yegua.
Cuando ella se volvió hacia el joven, éste se encontraba arrodillado al lado del
cuerpo que yacía en el suelo.
—Está muerto. —Se puso de pie. — ¿Lo había visto antes?
—Sí. Me atacó una vez, cerca de la cascada.
El joven entrecerró los ojos.
—Por lo tanto, no fue un acto casual. Pero, ¿por qué un canalla como éste la
acechaba?
Ella se encogió de hombros.
—No lo sé.

~94~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Es extraño —murmuró—. A propósito, señora, soy David Trevelyan. La


propiedad Trevelyan es adyacente a esta hacia el sur.
—Yo soy Liliha Montjoy.
—Me lo imaginaba. La nieta de lady Anne. Es imposible confundirla. —Se inclinó
levemente. — Al fin puedo conocerla.
—Entonces, ¿se ha hablado de mí?
—Naturalmente. ¿Creía posible otra cosa? Una encantadora y bella joven como
usted, con antecedentes tan exóticos. En la región se habla mucho de usted. Bien...—
Hizo un gesto.— Debemos regresar inmediatamente a Montjoy Hall y despachar un
mensajero a las autoridades locales para informarles de este episodio.
— ¿Tendrá dificultades?
— ¿Dificultades? —Enarcó el ceño. — Creo que no. Después de todo, me limité a
salvar a una dama en apuros. ¿Puede haber un acto más meritorio?
—Las costumbres de su país me parecen muy extrañas, no sé qué puede
considerarse kapu.
—¿Kapu ?
—Prohibido, señor. En mi lengua nativa, kapu significa prohibido, tabú.
David Trevelyan sonrió.
—Ayudar a una dama en apuros no está prohibido, Liliha.
—En tal caso, agradezco que haya venido a ayudarme, cuando me interroguen
diré exactamente qué ocurrió.
—Señora, será muy amable de su parte.
El joven sonreía y en sus ojos había una expresión burlona.
Liliha respondió a la sonrisa, y comprendió que se sentía atraída por David
Trevelyan. Era la primera vez, después de la muerte brutal de Koa, que sentía una
corriente de atracción entre ella y un hombre. El recuerdo de Koa le encogió el
corazón y se volvió mordiéndose el labio.
Cuando se acercó para montar a Tormenta, David dijo:
—Permítame, Liliha.
La ayudó a montar. El contacto de su mano envió una descarga eléctrica a su
cuerpo y ella se preguntó si el joven sentía lo mismo.
Montada, esperó mientras él se acercaba a su caballo y se instalaba en la silla.
Liliha dijo:
—Un hermoso animal. ¿Cómo se llama?

~95~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Trueno. —David dio unas palmadas el cuello de su caballo.


—Hekili.
—¿Cómo dice?
—Hekili significa trueno en mi idioma. —La joven rió por primera vez desde el
momento en que su atacante había saltado sobre ella. Tiró de las riendas de la
orgullosa Tormenta. — Ella es He ino Tormenta. ¡Qué extraño! Trueno y Tormenta
generalmente van juntos.
El se echó a reír.
—Sí, es extraño. Y acaba de ocurrírseme algo. La miraba con esa expresión burlona
que a ella le parecía tan inquietante.
— ¿Qué ha pensado, señor?
—Mi caballo es macho, el suyo una hembra, y los nombres están unidos. ¿Le
parece un buen presagio para nosotros, Liliha?
Ella sintió que se ruborizaba, y la habría desalentado mucho ver su propio rostro...
por primera vez en su vida sonrojado. Dijo:
—Señor, no sé dónde quiere ir a parar.
—Oh, creo que lo sabe muy bien —dijo el joven, divertido—. Sospecho que usted,
una mujer de tan extraña belleza, tiene suficiente inteligencia... lo cual, por desgracia,
no puede decirse de tantas de nuestras bellezas locales.
Maurice y Margaret Etheredge estaban todavía con lady Anne, bebiendo té,
cuando Liliha y David llegaron a Montjoy Hall.
David, que por supuesto conocía a los Etheredge observó distraídamente que
Maurice reaccionaba de un modo bastante extraño ante la aparición de Liliha.
Palideció, y durante un momento David tuvo la extraña impresión de que estaba
dispuesto a huir. Por otra parte, siempre había considerado que Maurice era un
individuo extraño, que no le agradaba; de modo que prestó escasa atención al
hombre. Los Etheredge partieron poco más tarde, después de haberse despedido.
Cuando James los acompañó hasta la puerta, lady Anne suspiró aliviada.
—Pensé que jamás se marcharían. Lamento decirlo, pero mi hermana y mi sobrino
son muy aburridos.—Extendió la mano para que David la besara; era evidente que
estaba complacida de verlo. — ¡Mi querido David! ¡Cómo me agrada verte! Veo que
conoces a mi nieta. ¿Cómo ha sucedido?
—Lady Anne... Me alegro de verla con tan buena salud.—El joven se irguió. —
Con respecto al modo en que conocí a su nieta, creo que será mejor que ella le
explique las circunstancias.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Lady Anne se inquietó mucho cuando supo lo ocurrido. Golpeó el suelo con su
bastón.
— ¿Por qué no me hablaste la primera vez que este hombre, sea quien fuere,
intentó atacarte?
—Abuela, no deseaba preocuparte —dijo Liliha con un encogimiento de
hombros—. No pensé que volvería a ocurrir.
—Lo que me inquieta es precisamente que él haya regresado. Cuéntame, niña, qué
ocurrió exactamente. Quiero decir, la primera vez. Oh, David... discúlpame.
Lady Anne se inclinó hacia adelante para tocar la mano de David.
—He contraído contigo una deuda eterna por haber ayudado a Liliha.
—Lady Anne, fue un placer y un privilegio. —David habló sin apartar los ojos de
Liliha. Desde que la había visto en el estanque, había tenido dificultad para apartar
de ella la mirada. — Tiene una hermosa nieta, una muchacha muy hermosa.
—Coincido totalmente —dijo lady Anne, sonriendo, y después volvió los ojos
preocupados hacia Liliha—. Ahora, niña, relátame detalladamente el primer
episodio.
—Bien, yo estaba en la cascada. No lo vi hasta que subí al dique para zambullirme
en el estanque...
— ¡Un momento! —Lady Anne alzó una mano. Tus ropas, muchacha... ¿qué tenías
puesto?
—Bien, nada—dijo Liliha—. Me había desnudado por completo. ¿Cómo es posible
nadar vestido?
David experimentó una profunda impresión.
—Usted estaba... bien, en estado natural.
—Por supuesto. —Ella lo miró.— ¿Qué sucede, David? En Maui a nadie se le
ocurriría zambullirse vestido en el agua.
El joven tragó saliva y advirtió avergonzado que el rostro se le había puesto rojo.
— ¡Pero esto no es Maui! ¡Es Inglaterra, y esas cosas no se hacen!
Una risa sonora provino de lady Anne.
— ¡Vaya, David! No perturbes a la muchacha. Es una hija de la naturaleza, y no ve
nada malo en lo que hizo. Tampoco yo. Lo considero encantador, y la envidio. Ojala
hubiera poseído el valor necesario para impresionar a unas pocas personas en mi
juventud.
David guardó silencio. Su turbación se acentuaba todavía más a causa de las
imágenes que atravesaban veloces su mente... vividas imágenes de la joven desnuda.

~97~
Patricia Matthews Amor Pagano

No creía ser un mojigato, pero ¡había límites! Ni siquiera una prostituta londinense
soñaría desvestirse en público, aún en un lugar presuntamente privado del bosque.
Lady Anne continuó diciendo:
—Por lo menos, ahora entiendo por qué regresó este rufián. Sin duda, es una
criatura de baja calaña, y sus apetitos bestiales se inflamaron. Gracias a Dios ha
muerto; no te molestará más. Y eso me recuerda una cosa... habría que notificar a las
autoridades, de modo que retiren de mi propiedad el cadáver de este individuo. —
Golpeó el suelo con el bastón. — Niña, no les diremos una palabra de tu desnudez.
No será necesario y sólo conseguiríamos provocar rumores. No deseamos eso, sobre
todo si tú quieres preservar tu refugio. Estoy segura—en su voz había un matiz de
burla— de que no necesitamos preocuparnos por David. Es un caballero y no dirá
una palabra. ¿Verdad, David?
—No, no, claro que no —balbuceó este.
Las dos mujeres lo miraban... lady Anne con gesto divertido, y Liliha con franca
curiosidad y desconcierto.
David estaba profundamente molesto, y se sentía como un escolar sorprendido en
un acto prohibido. Ansiaba salir inmediatamente de la casa. Lo salvó la aparición de
James.
—¿Sí, señora?
Lady Anne le explicó rápidamente la situación, y le ordenó que enviase a un
hombre para traer al condestable más próximo.
La noticia no conmovió en lo más mínimo a James.
—Señora, me ocuparé de eso inmediatamente. David aprovechó la oportunidad.
—Esperaré en el establo al condestable. Sin duda me pedirá que lo acompañe.
Así consiguió salir de la habitación. Se sentía un perfecto idiota. Estaba
convencido de que lady Anne se reía de él y que Liliha lo creía estúpido, de modo
que probablemente no desearía volver a verlo nunca.
En la habitación, lady Anne en efecto se reía de David, pero no era una risa cruel.
Sentía mucha simpatía por Trevelyan y escuchaba con agrado los relatos acerca de
sus diferentes aventuras. Por eso la divertía ahora el desconcierto del joven calavera.
Un hombre tan mujeriego, y ahora había encontrado la horma de su zapato. Para la
dama era evidente que David se sentía muy atraído por Liliha... No, más bien podía
decirse que estaba desconcertado.
Este pensamiento le devolvió la calma. Si podía conseguir que Liliha permaneciera
en Inglaterra —y ella no dudaba ni un minuto en que tendría éxito en su empresa—
llegaría el momento en que la joven tendría que casarse. ¿Acaso podía concebirse una
unión más conveniente que con David Trevelyan? Sí, era un joven salvaje y

~98~
Patricia Matthews Amor Pagano

temerario, pero de buena pasta; y ella estaba segura de que como solía ocurrir en esos
casos, la impetuosidad terminaría agotándose. El padre era en cierto modo un tonto,
pero la madre era una mujer excelente, de inteligencia vivaz y buen linaje. Sí, una
alianza con la familia Trevelyan sería conveniente.
Lady Anne advirtió que Liliha estaba hablando.
— Lo siento, niña. Estaba distraída. ¿Qué has dicho?
—Te he preguntado si este joven tendra problemas por haberme ayudado.
—¡Problemas! Por Dios, muchadia, ¿eso es posible? Por matar a un rufián como el
hombre que te ataco, deberían armarlo caballero. —Examinó atentamente a Liliha. —
¿Por qué te preocupa David?
—No me agrada que nadie sufra por mi causa.
—No te preocupes, nada le ocurrirá. ¿Te agrada David?
— ¿Si me agrada? —Liliha pareció sorprendida. — No he pensado en ello. Por
supuesto, le agradezco lo que hizo. Es simpático, tiene un hermoso cuerpo y es
apuesto: Pero hace un momento pareció incómodo. ¿Es un joven tímido?
— ¿Tímido? ¡De ningún modo! —Lady Anne rió de buena gana. — Tímido no es
la palabra aplicable a David. Tiene reputación de mujeriego. —Entrecerró los ojos.
Seguramente no eres tan inocente que no sepas por qué estaba incómodo, como tú
misma dijiste.
—Oh, sé que le agrado. —Liliha se encogió de hombros. — Pero estoy
acostumbrada a eso.
—Ah, ¿de veras? — Lady Anne se sintió divertida e irritada al mismo tiempo. En
muchos aspectos la joven era del todo inocente; una auténtica hija de la naturaleza.
Pero en otros era tan refinada como cualquier belleza admirada por los hombres. Y
en este refinamiento se mostraba arrogante. Consideraba sobreentendida la
adulación de los hombres, y jamás intentaba ocultar el hecho. Lady Anne llegó a la
conclusión de que la relación entre hombres y mujeres donde había nacido Liliha era
completamente distinta de la que prevalecía en Inglaterra. Durante un momento
deseó no ser tan vieja. Un viaje a las islas sin duda habría sido muy interesante.
Lady Anne desechó el pensamiento como la fant¬sía casi senil de una anciana.
Dijo:
— ¿No sentiste nada por David? ¿No te atrajo en lo más mínimo?
Por primera vez Liliha pareció sentirse insegura.
Frunció él ceño:
—Yo... imagino que sí. Pero no pertenece a mi raza ni a mi pueblo de modo que no
puede haber nada.

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—Niña... —Lady Anne suspiró exasperada. — ¿Cuando aceptarás el hecho de que


perteneces a nuestro país tanto como a tus islas? Ahora eres una de los nuestros y
debes aceptarlo.
Liliha dijo firmemente:
—Jamas aceptaré eso. No pertenezco a este lugar, y jamás seré feliz aquí. —Ahora
estaba encolerizada. — ¡Si crees que acoplarme con uno de tus ingleses me inducirá a
acceder a tus deseos, estás equivocada!

David dijo desconsoladamente:


—Dick, me porté como un tonto. Me sentí como un adolescente llorica a los pies
de su primer amor.
—Seguramente fue una escena divertida. David Trevelyan, que conquistó casi el
mismo número de doncellas que yo, representando el papel del enamorado tímido.
Dick rió de buena gana.
—Puedes reír todo lo que quieras, pero no estuviste allí. No te ocurrió lo mismo
que a mí.
David bebió un sorbo de té caliente.
—No, y no es probable que jamás me ocurra. —Dick miró atentamente a su amigo.
— ¿De modo que esta damisela isleña encendió tus sentidos?
—En efecto. Cuando supe que se había estado bañando desnuda como Afrodita
me excité hasta un extremo vergonzoso y creo que ella lo advirtió. —Su expresión era
hosca y cavilosa—. Dick, ¿podré verla nuevamente?
—En primer lugar, si comprendió la situación, el hecho no la impresionó
desagradablemente. Quizá la divirtió, pero no le desagradó. Ante todo, amigo David,
tienes que comprender que pertenece a una raza y a una cultura diferentes...
— ¡Es medio inglesa!
Dick rechazó la observación.
—Y las mujeres de sus islas no consideran nada vergonzoso provocar una reacción
fálica en un hombre. Más aún, es muy probable que lo consideren un cumplido.
Agregaré que tampoco les parece vergonzoso bañarse desnudas. Considerarían muy
extraño hacerlo vestidas.
—Ah, puedes decir lo que quieras, pero eso no mejora mi situación —suspiró
David—. El hecho liso y llano es que estoy enamorado de ella. Lo reconozco. Siempre
me ha reído de la frase "amor a primera vista", y, sin embargo, es lo que me ha
ocurrido. No concibo otra explicación.

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—¡Dios mío, qué mal estás! Creo que deberías prepararte para nuevas
impresiones, si te propones cortejar a la doncella. El choque de dos culturas tan
diferentes será una verdadera tortura. ¿Crees que podrás afrontar la situación?
—Si Liliha puede superar el inconveniente, yo no haré menos.
—¡Bravo! ¡Palabras muy valientes! —Dick batió palmas. — Entonces, ¿estás
decidido a cortejarla?
—Así es —dijo David con gesto sombrío. Vio a la criada que se acercaba hacia
ellos por el sendero trayendo una pequeña bandeja. Se irguió en el asiento. — Sí,
Clara, qué ocurre?
—Señor, ha llegado este mensaje para usted. —Clara acercó la bandeja.
Sobre ella había una hoja de papel doblada. David la recogió, esperó que la joven
se retirara y desplegó el papel. Era un mensaje de lady Anne Montjoy. "Mi querido
David, como nos prestó un importante servicio, y le estaré eternamente agradecida
por haber salvado la vida de mi nieta, consideré que era apropiada una nota
personal. Dentro de dos semanas, el veintiuno de junio, ofreceré un baile de disfraces
para presentar a Liliha en sociedad. Considere esta misiva su invitación personal.
También incluiré a su amigo y compañero de andanzas, Richard Bird. No he tenido
el placer de conocer a ese caballero, pero he oído hablar mucho de sus... ¿podemos
llamarlas hazañas? Sus estimados padres recibirán a su debido tiempo la
correspondiente invitación. Espero expectante que usted acepte, y les deseo bien a
usted y los suyos. Lady Anne Montjoy.
David dijo exuberante:
—¡Una feliz noticia, Dick! Ambos hemos sido invitados al baile que te mencioné
antes.
Leyó rápidamente a Dick la nota recibida.
Dick sonreía.
—Esta lady Anne parece un personaje bastante original para tratarse de un
miembro de la nobleza. ¿No sabe que Dickie Bird no tiene buena acogida en muchos
hogares?
—Tiene un sentido bastante liberal del humor, probablemente le agrada oír los
rumores que tú originas.
—Quizá debería disfrazarme de Casanova para honrar mi propia reputación de
mujeriego. —Dick arqueó el ceño. Amigo mío, por lo menos ya tienes resuelto tu
problema. Muy pronto podrás ver nuevamente a Liliha.
David de nuevo se mostró caviloso.

~101~
Patricia Matthews Amor Pagano

—No es muy pronto. Dos semanas es una eternidad. No sé cómo podré esperar
tanto.
—¡Dios mío! ¡Realmente te muestras muy apasionado ! Por mi parte, yo diría que
la situación es divertida. Después de compartir tantas aventuras amorosas contigo, se
diría que al fin has encontrado la horma de tu zapato.
—Tienes razón, y me propongo verla otra vez, y no al mismo tiempo que al
centenar de invitados de un baile.
—Mis condolencias, David. He afrontado muchos asuntos del corazón. Felizmente
siempre he salido indemne. —El rostro de Dick cobró una expresión grave.— Sólo
puedo abrigar la esperanza de que tú, amigo mío, no salgas incinerado por este ardor
que te consume.

Asa Rudd dijo:


— ¡Maldito sea, jefe! ¿Dice que Pizarra ha muerto?
—Así me informaron —dijo Maurice—. Quizá debemos considerarnos
afortunados porque ni siquiera se sospecha nuestra relación con ese hombre. Por lo
que oí decir, la gente cree que su muerte es mera consecuencia de su ataque
depravado a Liliha.
—Entonces, tendrá que contratar a otro que ocupe el lugar de Pizarra y que esta
vez no fracase.
Maurice meneó lentamente la cabeza.
—No lo creo. El riesgo es demasiado grave. Otro ataque a Liliha en esos bosques
atraerá inmediatamente las sospechas. Además, lady Anne ha aumentado el número
de hombres que vigilan el perímetro del lugar. Siempre tuvo algunos guardias para
defenderse de los cazadores furtivos. Ahora tienen órdenes de vigilar a todos los que
intenten entrar en la propiedad:
Rudd se balanceó sobre los pies.
—Entonces, ¿está dispuesto a abandonar el asunto?
—De ningún modo. Pero hay que planearlo con más cuidado, idear otro modo y
otro lugar.
—¿Qué lugar? ¿Dónde si no es en los bosques?
—No usaremos a otro hombre. Nosotros mismos ejecutaremos la tarea.
—¿Cómo? —dijo Rudd desalentado—. ¿No le dije que ella me conoce? No
permitirá que me acerque a su persona.

~102~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Hay un modo —dijo Maurice distraídamente—. Mi tía me habló de un baile de


disfraces que ofrecerá para presentar a Liliha a la nobleza de la región. Por supuesto,
como somos parientes cercanos —sonrió—, mi madre y yo hemos sido invitados.
—Y eso, ¿de qué nos servirá?
—Usted, Rudd, irá en lugar de mi madre. Vea... —Se inclinó hacia adelante,
frotándose las manos. — Todos irán disfrazados y enmascarados, y mantendrán sus
antifaces hasta medianoche. Ninguno de los dos seremos reconocidos. Como habrá
por lo menos un centenar de invitados, tendremos oportunidad de liquidar a Liliha
sin que nadie lo advierta...
Maurice continuó hablando, improvisando un plan. En realidad, no tenía ninguna
intención de ejecutarlo; no era más que un ardid para entretener a Rudd hasta que
llegase la oportunidad de eliminarlo.
Ahora que, por así decirlo, había visto a Liliha en carne y hueso, Maurice había
trazado otro plan. ¿Por qué matarla? Era una hembra deseable, y últimamente el
recuerdo de la joven turbaba las noches de Maurice. A menudo permanecía despierto
largo tiempo, rechinando los dientes en el deseo de poseerla.
Se proponía desposarla. De esa forma realizaría igualmente su propósito, y tendría
la ventaja adicional de compartir su lecho. De todos modos, la fortuna Montjoy sería
suya, y además gozaría del hermoso cuerpo de la joven.
Maurice apenas dudaba de que Liliha lo aceptaría. Quizá él no era tan apuesto
como alguno de los jóvenes calaveras —por ejemplo David Trevelyan—, pero era
miembro de la nobleza inglesa, y por lo tanto, Liliha se sentiría complacida de que él
la cortejase. Pensando en eso se frotaba las manos, apenas consciente de la voz
quejicosa de Rudd.
—No me agrada, jefe. Me parece peligroso. Si no quiere buscar un rufián que haga
el trabajo, yo puedo encontrarlo con bastante facilidad. Conozco a muchos que serían
capaces de matar a su propia madre por un puñado de chelines...
— ¡No hará nada de eso! —dijo con dureza Maurice. Se inclinó hacia adelante, en
un gesto amenazador. — No olvide cuál es su lugar, Rudd. Yo soy el jefe, y ordenaré
la muerte de Liliha cuando lo considere conveniente.

~103~
Patricia Matthews Amor Pagano

Ca p í t u l o 8

Liliha tomaba el sol acostada en su roca cuando el sonido de los cascos de un


caballo que se aproximaba la apartó de su evocación de Hana. Se puso de pie
rápidamente, alargó la mano hacia la falda de montar y cubrió su cuerpo con la
prenda.
No estaba muy alarmada, pues dudaba de que nadie que quisiera atacarla
cabalgase derechamente y sin adoptar precauciones en dirección al estanque; pero
como ahora conocía los extraños sentimientos que alimentaban estos ingleses en
relación con el cuerpo humano, no deseaba que de nuevo la sorprendiesen desnuda.
Tormenta irguió la cabeza y relinchó. Liliha se acercó a la yegua y trató de
calmarla.
El ruido de cascos cesó y una voz llamó desde el fondo del bosque.
— ¡Hola! Liliha, soy yo, David Trevelyan. ¿Puedo acercarme?
El pulso de Liliha aceleró sus latidos y ella misma se sintió sorprendida ante el
placer que experimentó. —Por supuesto, David, puede venir —dijo en voz alta.
Pocos instantes después David Trevelyan emergió de los árboles montado en su
caballo negro y sofrenó la montura al lado de la joven. Cabalgaba con desenvoltura, y
sonrió con inocencia a la muchacha. No había signos de la incomodidad que había
revelado la última vez que ella lo había visto. Dijo:
—No deseaba atemorizarla, de modo que hice todo el ruido posible. Espero no
molestarla.
Su mirada recorrió descaradamente la figura medio vestida.
—Después de oír el ruido de los cascos, me cubrí —dijo Liliha secamente—. Me
pareció mejor, puesto que ustedes los ingleses parecen creer que es tan pecaminoso
nadar sin ropas.
—Eso también me incluye, ¿no? —dijo David, muy divertido.
—Por supuesto. Lo vi muy inquieto el otro día, cuando dije a mi abuela que yo
nado aquí en estado natural.

~104~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Me rindo. —Contrajo visiblemente el rostro.— Tiene razón. Yo... estaba


sobresaltado, y lo demostré. Le ruego me perdone. Podría alegar ignorancia de las
costumbres de su pueblo; pero no lo haré.
Pasó la pierna sobre la montura y con un gesto elegante puso los pies en el suelo.
Liliha no había advertido antes qué dominante era la figura del joven. Sin
quererlo, retrocedió un paso. David dijo:
—Lo siento, debí preguntarle... ¿Puedo unirme a su idilio? —y agregó con cierto
humor.— Puesto que ambos estamos más o menos vestidos.
—No me opongo —se apresuró a decir Liliha. Pero comprendió que había
respondido con excesiva prontitud.
David se apoyó en el tronco del árbol, se reveló una pierna musculosa protegida
por ajustados pantalones.
—Vea, tengo un amigo que viaja mucho y que ha estado en sus islas. Se echó a reír
cuando le hablé de mi turbación, y dijo que nadar en estado natural es usual en las
Sandwich. De todos modos... "donde estuvieres, haz lo que vieres" —agregó—. Es un
antiguo dicho, que significa...
—Entiendo lo que quiere decir, señor Trevelyan —dijo fríamente la joven—.
Comprendo que me considere una salvaje, pero hasta cierto punto he sido educada.
Mi padre se ocupó de eso, y ahora mi abuela luí ordenado que me den lecciones
diarias.
—De nuevo me disculpo, Liliha. —David inclino la cabeza sin sonreír.— Le ruego
que sea paciento conmigo. Si descuidadamente digo algo que la ofende, no lo digo
con intención, se lo aseguro.
Olvidando su irritación momentánea, Liliha dijo con cierta ansiedad:
—Este amigo de quien usted habla... ¿estuvo en Maui?
—¿Maui? —David pareció asombrado.— Oh, su isla. No, por lo que me dijo Dick,
la única isla que visitó fue la principal, Hawai.
—Oh. —Liliha estaba desilusionada.
—Liliha, él no podría decirle nada —explicó David con gesto bondadoso—. Han
pasado dos años o más desde su visita a las islas. —Lo había conmovido la expresión
desolada que se dibujó en el rostro de la joven.— ¿Extraña mucho su isla, ese lugar
llamado Maui?
Ella asintió, y se mordió el labio.
—Prometí a lady Anne que permanecería aquí un año. Pero a veces es más de lo
que puedo soportar.

~105~
Patricia Matthews Amor Pagano

Las palabras fueron como un grito que brotó de su corazón.


—Quizá con el tiempo llegue a agradarle este país.
—¡Jamás! —Echó hacia atrás la cabeza.— No sé cómo, pero regresaré a Hana
Maui.
David pensó en una bella y salvaje criatura capturada y enjaulada. Murmuró:
—Cuenta con mi simpatía, Liliha.
El orgullo salvó a Liliha, y le permitió contener las lágrimas que amenazaban
ahogarla.
—Sobreviviré. Esto... —Con la mano indicó el estanque.— Mientras pueda
continuar viniendo aquí, podré resistir.
—Oh, sí, su cascada. —David miró interesado alrededor.— Había oído hablar de
este lugar, porque todos comentaron la "locura" de lord Montjoy... así la calificaba la
mayoría de sus vecinos. —Miró con cierta timidez a la joven. —Confieso que no vi
esto hasta el otro día. Conozco mejor los clubes de juego de música de Londres que la
campiña de los alrededores, pese a que mi hogar no está muy lejos.
Liliha frunció el ceño.
— ¿Clubes de música? ¿Qué quiere decir eso?
—No es probable que usted lo sepa —replicó secamente el joven—. Esos clubes
tienen una reputación bastante ingrata, y puedo agregar que la merecen.— Incómodo
ante la mirada escrutadora de Liliha, David volvió de nuevo los ojos hacia la cascada
y el estanque.— Ahora comprendo por qué este lugar la atrae tanto. Es un sitio
hermoso y tranquilo, aunque tal vez esas palabras no sean aplicables en vista de lo
que le ocurrió aquí. ¿Han vuelto a molestarla?
—No. Estoy segura de que no ocurrirá de nuevo.
—Liliha, le aconsejaría que no se descuide. Por supuesto, ahora está más segura en
vista de que lady Anne aumentó el número de hombres que patrullan el bosque. —
Sonrió.— Me costó mucho convencerlos de que mi intención no era atacarla. Tuve
que adoptar mi actitud más señorial y altiva. A veces la condición de noble tiene sus
ventajas. —La miró, y después apartó rápidamente los ojos.— ¿Usted... en fin, hoy ya
se ha bañado?
—Oh, sí. —Liliha sonrió.— Estuve tomando el sol sobre esa roca —esbozó un
gesto—, y de pronto oí los cascos de su caballo.
El se aclaró la voz.
—Supongo que... bien, ¿en estado natural?

~106~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Claro —dijo ella con expresión inocente—. En este lugar no estoy en su país.
Aunque sólo sea con la imaginación aquí regreso a Maui, y me comporto como lo
haría allí.
Casi sin quererlo; Liliha había comenzado a provocarlo y el ejercicio le parecía
encantador. Recordó la conversación con la abuela, y comprendió que en efecto
consideraba muy atractivo a este hombre. Al principio lo miraba con cierto respeto,
intimidada por su refinamiento, su cabal conocimiento de las costumbres del mundo
y sobre todo de este país; y especialmente por su conocimiento de las mujeres. Pero
ahora advirtió algo que hubiera debido percibir antes: frente a ella, desaparecía el
refinamiento de David y vacilaba su seguridad en sí mismo. Ella no sabía muy bien
por qué era así, y no dudaba de que duraría poco; pero mientras prevaleciera esa
situación era absurdo no aprovechar la ventaja que ella tenía.
Dijo con aire inocente:
—¿Lo impresiono, señor? ¿Se opone a que yo nade en... —lo imitó a la
perfección—, en estado natural?
David se sobresaltó.
—¿Si me opongo? ¡Claro que no! ¿Qué derechos tengo a oponerme? —Hizo una
pausa y sonrió.— Ya lo veo. Se burla de mí, y lo merezco. Debo confesar, Liliha, que
nunca antes había conocido a una joven como usted. Sólo le pido que tenga paciencia
conmigo, pues me he formulado el firme propósito de llegar a conocerla.
En un gesto atrevido, ella dijo:
—Quizá un modo de lograrlo es que usted nade conmigo. Abrevié mi baño a
causa de su inoportuna llegada. ¿Le agradaría acompañarme, David?
El pareció sobresaltado, y de pronto se dibujó en su rostro una expresión de
desaliento que era muy ridicula. Tragó saliva.
—¿Quiere decir... ahora?
—Sí —dijo ella sin vacilar.—. A menos que usted tema avergonzarse. Pienso
regresar al agua. Si no quiere acompañarme, le agradeceré que se marche.
Sin más trámites, Liliha dejó caer la falda que le cubría el cuerpo.
David permaneció inmovilizado durante lo que pareció una eternidad, paralizado
por la visión del cuerpo magnífico y la piel morena dorada por la luz del atardecer.
Era una delicia ambarina, acentuada por la oscura cascada de cabellos que le llegaba
hasta la cintura; y que se repetía en el tenue triángulo púbico.
Bruscamente se quebró el encanto y él avanzó unos pasos hacia su caballo, y
después se detuvo confundido.

~107~
Patricia Matthews Amor Pagano

Jamás había conocido a una mujer tan irritante como ésta. Intuyó que ella le había
lanzado un desafío sutil. Si ahora él se alejaba, jamás volvería a ser bien recibido por
la joven. Rechinando literalmente los dientes, David se volvió y comenzó a
desvestirse; pero sin mirar a Liliha. Mientras se quitaba las ropas pensó que, pese a
todas sus aventuras amorosas, nunca se había desvestido frente a una mujer a plena
luz del día... con ninguna clase de luz. Siempre había sido en una habitación a
oscuras. Antes que terminara de desnudarse oyó el golpe de un cuerpo contra el
agua, y comprendió que Liliha se había zambullido.
Finalmente, reunió todas sus fuerzas y se volvió. Liliha nadaba y atravesaba el
estanque para acercarse a la orilla donde estaba David. Cuando llegó a un lugar poco
profundo, la joven se puso de pie y se acercó a David como una ondina que emerge
de las aguas. La piel lisa y reluciente chorreaba y el agua caía también de los largos
cabellos negros. David contuvo el aliento. Rechazó el ansia intensa de cubrirse con
las manos. Después, fue demasiado tarde. A pesar de todos sus esfuerzos, estaba
excitado, inequívocamente excitado. Para decirlo con las palabras de Richard Bird,
Príapo había triunfado.
Al ver el estado de David, Liliha comprendió que había cometido un error. Como
estaban acostumbrados a la desnudez femenina, los hombres de Hana no tenían esa
reacción; pero aquí era diferente. Ella ya lo sabía muy bien. Su primer impulso fue
volver rápidamente al agua, y ocultarse lo mejor posible. Pero eso induciría a David a
creer que ella se avergonzaba. Permaneció de pie, en un gesto orgulloso, sin moverse.
Entonces, él comenzó a acercarse a Liliha. Cuando el agua le llegó a las rodillas,
David se zambulló con un gran chapoteo. Se dejó hundir un momento, y después
emergió su cara que chorreaba agua. David sonrió a Liliha; ahora de nuevo había
recobrado el dominio de sí mismo.
—Señora, si espera una disculpa puede desechar la idea. Su belleza encendería la
sangre de una estatua de piedra, y creo que usted debe sentirse complacida por ello.
—Lo estoy, David —dijo Liliha sin vacilar. Despues, se echó a reír y se zambulló
en el agua.
David nadó hacia ella. El frío entumecedor del agua se había ocupado de resolver
la ingrata situación de su cuerpo... al menos por el momento. El se sintió más cómodo
mientras nadaban a lo largo y ancho del estanque. Hacía muchos años que no
practicaba ese deporte. En su niñez, con otros muchachitos, había aprendido a nadar
en los ríos y estanques, y había llegado a dominar bastante este arte; pero hacía
tiempo que no practicaba placeres tan inocentes y había perdido la destreza. Muy
pronto comenzó a recobrar sus viejas cualidades, y pudo desenvolverse mejor.
Lo asombró la habilidad de Liliha en el agua. Nadando se sentía tan cómoda como
un pez, y fácilmente superaba a David. Un rato después ella se puso de pie en un
lugar en que el agua le llegaba hasta la cintura, y llamó a David.

~108~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Subiré a la cascada para zambullirme. ¿Vendrá conmigo?


El volvió los ojos hacia el dique, En realidad, no era muy alto, pero David, que
nunca se había zambullido desde nada que tuviese mayor altura que la orilla de un
río, consideró que la idea era absurda.
Volvió las ojos hacia Liliha. Su orgullo masculino lo indujo a aceptar el desafío;
pero podía ser un error. Si subía a ese lugar y trataba de igualar la destreza de Liliha,
y hacía el papel de tonto podía quedar liquidado a los ojos de la joven. Comenzaba a
aprender lenta y dolorosamente que, si bien las costumbres de Liliha eran diferentes
de las de cualquier mujer que él había conocido antes, también era mucho más
inteligente y sagaz.
Dijo:
—Señora, creo que me voy a negar. Debe recordar que no estoy acostumbrado a
nadar en estado natural, y que me sentiría avergonzado si apareciese de pie y
desnudo en ese lugar. —Se apresuró a agregar.— No, seré franco con usted, Liliha.
La idea misma de saltar desde esa altura al agua me aterroriza profundamente.
Ella lo examinó gravemente un momento, y después le dirigió una sonrisa de
aprobación. David agradeció solemnemente a su Dios porque había tenido la
sensatez de ser sincero con ella.
Se hundió en el agua poco profunda y se sentó en el fondo del estanque mientras
observaba a Liliha, que con movimientos ágiles ascendía la pendiente. El sol se reflejó
en la piel dorada de la joven cuando ella llegó al final de su recorrido, y vadeó el
agua para acercarse al borde del dique. Allí hizo una breve pausa, y se sacudió los
cabellos. Saludó con un gesto de la mano a David, y un seno perfecto se elevó cuando
ella alzó el brazo. Era el ser más hermoso que David había visto jamás, y su deseo se
convirtió en un sufrimiento interior. Desesperado, trató de borrar de su mente todos
los pensamientos carnales y concentró la atención en Liliha que inició su zambullida,
arqueando el cuerpo en el aire y deslizándose como un pájaro. Durante un momento
pareció que colgaba suspendida en el aire. Después, unió las manos y cortó el agua
casi sin agitarla.
Desapareció de la vista y permaneció en el fondo un lapso anormalmente largo.
David se movía inquieto, porque comenzó a sentir temor. Estaba contemplando la
posibilidad de zambullirse para buscarla cuando una mano le aferró el tobillo y lo
derribó, de modo que todo su cuerpo se hundió en el agua. Emergió escupiendo y
encontró a Liliha que flotaba al lado.
Ella se rió al ver la expresión del rostro del joven.
—¡Grandioso, David! Debería intentarlo.
El se limpió el agua de los ojos.

~109~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Liliha, es maravilloso verlo. Pero nunca podría hacerlo como usted.


—Yo le enseñaré —dijo Liliha complaciente.
El la miró fijamente.
—¿Eso significa que si regreso me dará la bienvenida?
—Claro. Siempre pensé que este era mi refugio secreto, pero la idea de compartirlo
con otra persona me atrae. —Lo miró con cierta dulzura.— Y compartirlo con usted,
David, me complacerá.
Ahora, David cabalgaba todos los días hasta el estanque. Su presencia llegó a ser
aceptada por los hombres que patrullaban el bosque, y que lo saludaban sin
oponerse a su paso.
En general, Liliha ya estaba en el estanque cuando él llegaba. Cuando no era el
caso, David se desvestía y entraba primero en el agua. Ya no se sentía avergonzado
de su propia desnudez en presencia de la joven. Incluso podía controlar la faz
amorosa de su carácter mientras estaba con ella. Pero por la noche tenía sueños
sumamente eróticos, y todos se relacionaban con Liliha. Ahora se sentía mucho más
cómodo en el agua, e incluso se había aventurado a zambullirse desde el borde de la
cascada. Al principio lo hacía torpemente, y salpicaba agua en todas direcciones
cuando tocaba la superficie del estanque; pero bajo la guía de Liliha mejoró
constantemente. Ya podía arreglarse bastante bien, pero sabía que jamás se sentiría
tan cómodo como ella.
Esa tarde, pocos días antes del baile, Liliha ya estaba en el agua cuando él llegó.
Liliha sabía que David asistiría a la fiesta, pero la joven hablaba poco del asunto. De
lo que ella había dicho, David deducía que la aterrorizaba la idea de presentarse
frente a un centenar de personas, todos desconocidos, en un país extraño. El había
tratado de tranquilizarla; pero no sabía si había tenido éxito en la empresa. Mientras
él se acercaba a la orilla y comenzaba a desvestirse, Liliha lo vio y llamó.
—¡David! ¡Llegas tarde!
—Lo siento, Liliha. Por desgracia, mi padre acaba de regresar del continente, y
tuve que soportar uno de sus sermones acerca de mis perversas costumbres. En
general, cuando él regresa de un viaje yo me ausento y paso la mayor parte de mi
tiempo en Londres. Nada me retiene en el campo. Pero esta vez es diferente. —Entró
desnudo en el agua.— Esta vez pienso que el campo es mucho más atractivo que
Londres.
— ¿Y por qué, señor? —preguntó ella con gravedad.
—Conoces muy bien la razón, Liliha. —Comenzó a entrar en el agua, y flotó al
lado de la joven.— Aquí, contigo, este lugar es para mí más atractivo que todos los
centros de diversión de Londres.

~110~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Me honras muchísimo, David.


Ella se acercó, tomó la mano de David y lo obligó a volverse hasta que los dos
rostros estuvieron muy cerca el uno del otro.
Y entonces sucedió. El autocontrol que él había impuesto a sus sentimientos se vio
desbordado, y David la abrazó. Esperaba cierta resistencia, pero no encontró
ninguna. Percibió sólo la calidez de la entrega, y una respuesta enérgica encendió
todavía más los deseos de David.
Liliha entreabrió los labios, y su aliento era dulce como el aroma de las flores.
Cuando se unieron en un beso ardiente, David sintió contra el suyo la flexible
longitud de ese cuerpo maravilloso. El agua hacía resbaladiza la piel de la joven, y las
manos de David se deslizaron libremente por el cuerpo de Liliha en una actitud de
ávida exploración.
Ella fue la que interrumpió el beso, en el mismo instante en que David sentía que
sus pulmones doloridos estallarían por falta de aire. El rostro de Liliha tenía una
expresión blanda y luminosa. Ella unió las manos brevemente alrededor del rostro de
David y después se volvió y se alejó nadando.
Durante un momento él creyó que Liliha se internaba en aguas más profundas
para evitarlo, pero después comprendió que ella se acercaba a la orilla. David
continuaba flotando de espaldas, aturdido y desconcertado, cuando ella llegó a un
lugar menos profundo.
Liliha se puso de pie y se volvió para dirigirle un gesto.
—Ven, David.
David se incorporó con excesiva rapidez, trastabilló un momento y después
recobró el equilibrio y fue deprisa hacia ella. Cerca de la orilla había un lugar
cubierto de hierba. Cuando él llegó al sitio, Liliha estaba acostada, y los largos
cabellos negros formaban una suerte de chal detrás de su cabeza.
David no recordó que estaban al aire libre, ni pensó en la posibilidad de que los
observasen. Lo dominaba una pasión más intensa que todo lo que había
experimentado jamás. Era el momento que él había soñado desde el día que viera por
primera vez a Liliha. Había tal atmósfera de irrealidad en el asunto que recordó el
día del duelo con Johnnie Bond. Imaginó que era así porque había hecho el amor con
Liliha tantas veces en sus sueños, y la realización de su fantasía le había parecido
inalcanzable.
Cayó de rodillas al lado de Liliha. Se sentía tan atraído por ella que temblaba, y
mostraba la torpeza de un joven en su primer encuentro amoroso.

~111~
Patricia Matthews Amor Pagano

Apenas la tocó, la torpeza desapareció, y sintió que se dominaba más. Al


principio, Liliha permaneció inmóvil a pesar de las caricias. Sólo sus ojos se movían y
seguían la dirección de la mirada de David.
Con el rostro apretado contra el pecho femenino, él murmuró:
—Querida Liliha, te amo con todo el corazón.
Sintió que ella endurecía apenas el cuerpo bajo los besos masculinos. Después, los
dedos de la muchacha retorcieron los cabellos de David, obligando a los labios del
joven a oprimir con más fuerza el seno.
Ella dijo algo en su lengua nativa. Aunque no entendía las palabras, David
comprendió que era una expresión de afecto. Después, ella dijo en inglés:
—Sí, mi David. También tú tienes mi amor.
Cuando confesó su amor por él, había un sentimiento de tristeza en Liliha. Hasta
ese momento no sabía que lo amaba realmente, y el hecho le parecía una traición a la
memoria de Koa y un modo de rechazar Maui. ¿Cómo podía reconciliar su amor por
este hombre con el deseo de regresar a Maui? Pues cualquiera fuese el compromiso
que concertara David, ella estaba convencida de que nada tendría que ver con su isla
nativa. David Trevelyan era inglés de la cabeza a los pies; ese país era su patria, y ella
intuía que nada lograría quebrar el dominio de Inglaterra sobre él.
Después, una oleada de sentimiento la inundó como respuesta a las manos que la
acariciaban y a los labios tie¬nos del joven; todo el resto desapareció de su mente y se
entregó del todo.
Con sus manos fuertes, Liliha acercó al suyo el rostro de David. Un instante antes
de que ella le ofreciera sus labios dijo con voz grave:
—Ámame, David. ¡Ámame!
—Sí, Liliha. ¡Oh,sí!
Los labios de David cubrieron la boca de Liliha ella recibió con un grito ahogado la
penetración. El la poseyó totalmente. Una grata calidez, que partía del centro de su
cuerpo, se difundió hasta los brazos y las piernas. Liliha se entregó a un tormento de
los sentidos, y murmuraba y repetía el nombre de David.
El fue un amante fuerte pero tierno, cauteloso al principio, como si temiese herirla.
Con las manos y los labios Liliha lo exhortaba a presionar con más fuerza, y
enfrentaba los impulsos del hombre con un arqueo cada vez más acentuado de las
caderas.
David era el primer hombre que la amaba después de la muerte de Koa. Los
impulsos sanos de su cuerpo se habían visto reprimidos durante casi un año, y ella
gozó con el placer del acto. Se entregó a ese placer con cortos gritos. Sus manos

~112~
Patricia Matthews Amor Pagano

acariciaban la espalda del hombre con creciente urgencia, Liliha le besaba el rostro y
los hombros, y le mordisqueaba la piel.
De pronto, David endureció el cuerpo.
—¡Liliha, mi dulce Liliha!
—¡Sí, David!
Ella se irguió, y hundió las uñas en los hombros de David, y su propio éxtasis
culminó. Cuando retrocedió la ola de placer ella relajó el cuerpo. Después del último
espasmo, David la besó suavemente en la boca y movió el cuerpo para acostarse al
lado de la muchacha.
Liliha yacía con los ojos cerrados, el pecho agitado. David levantó la cabeza para
mirarla. Ahora que había pasado el impulso más ciego de su propia pasión, su mente
era un tumulto de emociones contradictorias. Jamás había conocido una mujer que
expresase un placer tan franco y sincero en el acto del amor. Era cierto que muchas
de las trotonas de Londres no rehusaban participar rendidamente, ni se negaban a
expresar su propio éxtasis; pero aunque educada en el paganismo, Liliha pertenecía a
la nobleza. Por mucho que lo deseara, David no podía impedir que la duda se
insinuase en su mente. ¿Qué clase de dama podía actuar así, como una prostituta?
—David...
El se sobresaltó inquieto.
— ¿Sí, querida?
Liliha se apoyó en un codo y se inclinó sobre él. La cascada de cabellos sobre el
rostro era como una red perfumada.
—Ahora que te he encontrado y que conozco tu amor, no me siento tan sola en
este país extraño. —Lo besó suavemente.— Y te lo agradezco.
—Me alegro de que así sea.
Sosteniendo con una mano la cabeza de Liliha, él le acercó el rostro a su propio
pecho, temeroso de que ella leyese la expresión de su cara. Se sentía avergonzado de
sus propios pensamientos, pero no podía evitarlo. Era el resultado de su educación,
el concepto del modo en que una dama decente debía comportarse había sido
asimilado casi desde el nacimiento. Lo sabía muy bien, pero la conciencia del hecho
no contribuía a atenuar su vergüenza.
Lo peor del asunto, pensó con desagrado, era que sus sentimientos no impedirían
que retornase una y otra vez a ese lugar, y a los brazos de Liliha. Ansiaba volver con
la mayor frecuencia posible.

~113~
Patricia Matthews Amor Pagano

Maurice Etheredge nunca había cortejado debidamente a una mujer, de modo que
pidió consejo a su madre.
—Madre, deseo que Liliha Montjoy sea mi esposa. ¡Si llegamos a eso, ejerceremos
el control absoluto de la fortuna Montjoy!
Margaret se mostró asombrada.
—Maurice, ¿pretendes casarte con una salvaje? ¡Recuerda que eres un Etheredge!
Si lo supiera, tu pobre padre saldría de su tumba.
—Mi pobre padre —se burló Maurice— dejó a su esposa y su único hijo en la más
absoluta pobreza, de modo que creo que nada tiene que decir en este asunto. Y sí
estoy dispuesto a desposar a una salvaje, o a quien fuere, si eso ayuda a mejorar
nuestra situación. Además, madre, difícilmente puedas afirmar que Liliha es salvaje.
Por sus venas corre sangre Montjoy, es decir sangre noble. Es una mujer hermosa y
deseable, y cuando lady Anne haya completado su educación será tan refinada como
las mejores damas de nuestra sociedad.
—Santo Dios, Maurice. Jamás habría creído esto de ti. Que uno de mis hijos, un
Etheredge, descienda a un matrimonio de conveniencia. ¡De veras te lo digo, estoy
asombrada!
—Puedes estar segura de que no será del todo un matrimonio de conveniencia.
Esta joven me ha encendido la sangre. —Sus labios finos se entreabrieron en una
sonrisa sensual.—Creo que incluso el mejor partido entre los jóvenes de la región no
se opondría a que Liliha le caliente la cama.
—Maurice, acuéstate con ella si es necesario. Creo que te sería bastante fácil
lograrlo. Cerraré los ojos a eso, pero el matrimonio es inconcebible.
—Mi querida madre, ya lo tengo decidido —dijo Maurice con voz suave. Miró a
Margaret Etheredge, a esa mujer floja y regordeta que había vivido siempre en el lujo
y la ociosidad; y el recuerdo de lo que él tenía que afrontar en Londres todas las
semanas para mantener el estilo de vida de su madre lo irritó.
—¿Qué harías, madre, si te vieses obligada a renunciar a la vida que llevas aquí, si
te vieses forzada a traspasar a nuestros acreedores esta hermosa casa? ¿Qué dirías si
te informase que es necesario que yo concierte este matrimonio para evitar tan
desagradable desenlace? ¿Qué dirías en ese caso, querida madre?
Ella retrocedió con una exclamación ahogada.
—¡Maurice, no hablarás en serio! —Madre, hablo con absoluta seriedad. —Pero,
¿cómo es posible tal cosa? —La dama agitó las manos.— Has realizado buenas
inversiones.
—¿Inversiones, madre? Te hablaré de mis inversiones. En Londres poseo otra
identidad. Allí me llamo Ferret. Madre, soy prestamista...

~114~
Patricia Matthews Amor Pagano

Le habló de su doble vida en Londres y omitió sólo el hecho de que compraba y


vendía mercancías robadas, y de que en varias ocasiones había impartido órdenes
que habían provocado la muerte de algunos hombres.
Al escucharlo, Margaret Etheredge comenzó a inquietarse y a palidecer cada vez
más, y cuando él concluyó, la dama cayó desmayada. Maurice la sostuvo antes de
que tocase el suelo y la llevó a un diván. Se acercó a la alacena, sirvió un vaso de
clarete y regresó en el instante mismo en que su madre comenzaba a moverse y sus
ojos parpadeaban. La ayudó a sentarse y después llevó el vaso a los labios de
Margaret. Ella le arrebató el vaso y tragó febrilmente el licor. Los ojos lo miraban
incrédulos por encima del cristal.
—Como ves, madre, puedes elegir. O me ayudas a cortejar a Liliha y apruebas la
boda, o tus amigos sabrán de mi vida en Londres. ¿Qué prefieres, eh?
—¡No te atreverás a eso!
—Pues sí, me atreveré, Créelo, me atreveré.
Maurice no tenía intención de decir una palabra, pero deseaba convencerla de lo
contrario para obtener su cooperación. En vista de la escasa inteligencia de Margaret,
Maurice no creía que fuera difícil convencerla.
En lo cual no se equivocaba. La dama vació el vaso de clarete, cerró los ojos y
suspiró. Dijo soñadoramente:
—Cuando tu padre me cortejaba, era un hombre muy galante y encantador. Yo
creí que mi pobre corazón estallaría de amor por él. Siempre traía flores, bombones e
incluso pequeños regalos. Me llevaba a los grandes bailes y las ferias rurales. Oh, fue
una época maravillosa...
Maurice pensó con acritud que su finado padre hubiese hecho mejor en consagrar
el tiempo a la eficaz administración de su propiedad, en lugar de despilfarrar fondos
en tales tonterías; y la idea misma de verse obligado a gastar su propio dinero de ese
modo para cortejar a Liliha lo indujo a reflexionar. Después, trató de escuchar más
atentamente. Si era necesario, tendría que hacerlo. En cierto modo podría
considerarlo una inversión, el preludio de excelentes dividendos.
La vez siguiente que visitó Montjoy Hall, Maurice apareció llevando un ramo de
flores y una caja con excelente bombones. Su madre lo había convencido de que se
cortase los cabellos y se le veía espléndido con sus prendas nuevas. Fue solo, esta vez
sin la compañía de Margaret Etheredge.
James abrió la puerta y a! ver las flores y los bombones enarcó el ceño. Alargó la
mano.
—¿Quiere que lleve esto, señor?
Maurice retrocedió bruscamente y rezongó:

~115~
Patricia Matthews Amor Pagano

—¡De ningún modo! ¡No quiero que los bombones y las flores vayan a parar a
manos de una criada! Lo entregaré personalmente a Liliha.
—Muy bien, señor —dijo desdeñosamente James.
Se dirigió hacia la sala.
Maurice estaba todavía de mal humor cuando lady Anne lo saludó batiendo
palmas.
—¡Bien, sobrino, flores y bombones! Has cambiado mucho. Y qué me dices... —Lo
miró de arriba abajo.— Si la naturaleza hubiera sido más generosa con tu rostro, casi
podríamos considerarte presentable.
—Las flores y los bombones son para Liliha —dijo Maurice con voz dura.
—¡Liliha! —Lady Anne se echó a reír. Pero un momento después consiguió
dominarse.— En verdad, me alegro de que Dios me haya dado vida para ver esto. —
Elevó la voz.— ¡Liliha! Ven, niña. ¡Ven a saludar a tu nuevo pretendiente!
Liliha, que ya estaba vestida con ropa de montar, entró en la habitación.
— ¿Sí, abuela? —preguntó. Su mirada se volvió hacia Maurice.
Lady Anne señaló con el bastón, y volvió a reír.
—Tu primo ha venido a cortejarte.
— ¿Cortejarme? —La mirada asombrada de Liliha se posó en Maurice.
El se adelantó e hizo una torpe reverencia.
—Para ti, querida prima. —Presentó las flores y los bombones.
Liliha los recibió con un gesto vacilante, y aún más desconcertada.
— ¿Para mí? Me temo que no entiendo...
—Niña, tu primo ha venido á cortejarte. ¿No te sientes muy honrada?
Liliha miró insegura las flores y los bombones, y después volvió los ojos hacia
Maurice.
—Todavía no comprendo. ¿Por qué tú...?
Maurice intuyó que las cosas habían llegado a un punto de equilibrio inestable.
Por primera vez en su vida tomaba la iniciativa con una mujer. Con un gesto que
esperaba fuese apropiadamente humilde y afectuoso dijo:
—Prima, tu belleza me abruma. ¿Aceptarás bondadosamente mis pretensiones?
Comprendo que sabes poco de mí, y es todo lo que pido, la oportunidad de que me
conozcas mejor.
Liliha no supo qué hacer. Fijó los ojos en ese hombre repulsivo —y los modales
pretendidamente afectuosos lo hacían todavía más desagradable—, y no supo qué

~116~
Patricia Matthews Amor Pagano

responder. Su primer impulso fue despedirlo altivamente, impedir que la farsa


continuase; pero quizá eso fuese cruel e innecesario. Después de todo, era un
pariente cercano de lady Anne. Dirigió una mirada a su abuela, esperando que ella le
indicase el mejor modo de actuar. El rostro de lady Anne se mostraba totalmente
inexpresivo. La anciana estaba inclinada hacia adelante, el bastón apoyado en el
suelo, las manos cruzadas sobre la empuñadura. Sólo sus ojos tenían una mirada
luminosa e interesada. Liliha dijo con voz pausada:
—Maurice, todavía no sé qué deseas de mí.
—Sólo tu permiso para visitarte y el placer ocasional de tu compañía.
Liliha no pudo dejar de comparar a este hombre con David. ¡ Qué sorprendente la
diferencia entre ambos! El cálido recuerdo de las tardes pasadas a orillas del
estanque con David asaltó su mente, y la joven sonrió secretamente para sí misma.
Después, comprendería que ese recuerdo era probablemente lo que la había inducido
a acceder a la petición de Maurice. Colmada de amor por David, se sentía expansiva
y dispuesta a aceptar la situación. Dijo amablemente.
—Puedes visitarme, primo, si tanto lo deseas. No te prometo más que eso. Me
temo que el tiempo que pueda concederte será escaso, pues estoy muy atareada.
Maurice le tomó la mano y se inclinó sobre ella.
—Te agradeceré el tiempo que puedas dedicarme.
Se oyó la risa de lady Anne.
—Liliha, quizá puedas convencer a Maurice de que cabalgue contigo.
Liliha se sobresaltó cuando miró a lady Anne y vio la expresión perversa en los
ojos de la anciana. No había hablado a la abuela de sus encuentros cor David. ¿Quizá
lady Anne había adivinado la verdad?
Maurice retrocedió visiblemente.
—Me temo que tendré que declinar este placer. Mi tiempo también es muy escaso,
pues los negocios me reclaman. Si es posible, Liliha, limitaré mis visitas a esta hora
del día... un rato antes de que salgas a cabalgar. Y ahora me marcho. Mi eterna
gratitud, prima, por acceder a mi petición. No lo lamentarás. Buenos días, tía.
Se inclinó en dirección a lady Anne y salió de la habitación.
—¡Lamentarlo! Ciertamente, niña, acabarás lamentándolo. Mi querido sobrino te
aburrirá mortalmente. ¿Por qué le has permitido que te visite?
—Imagino que por compasión. Se le ve tan... tan patético. —Liliha se encogió de
hombros.— Además, abuela, es tu sobrino.
—Algo que lamentaré eternamente. —Lady Anne se recostó en el respaldo del
asiento, y la expresión perve¬sa retornó a sus ojos.— ¿Sabes por qué rechazó el

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Patricia Matthews Amor Pagano

ofrecimiento de salir a cabalgar? Maurice experimenta terror frente a los animales, y


sobre todo a los caballos. A William le encantaba montar, y cierta vez Maurice vino
de visita. Su madre insistió en que acompañase a William, y Maurice huyó y se
escondió. Y cierta vez, William lo obligó en broma a montar un caballo, y Maurice
salió despedido y cayó sobre su... Ah, su gluteous maximus antes de que el animal
hubiese avanzado dos pasos. —Su mirada cobro una expresión seria.— Debo
decirte, Liliha, que me sorprendes. Pensé que te reirías en su cara.
—Tuve la intención de hacerlo, pero como lo vi sentí que...
—Comprendo, comprendo —dijo impaciente lady Anne—. Lo compadeciste. Pero
no es sólo eso. Últimamente he advertido un cambio en ti. Como sabes, no soy del
lodo tonta. No sólo se te ve más contenta, y rara vez le quejas de permanecer aquí
contra tu voluntad, sino que se diría que gozas de cierta felicidad. ¿Puedes
explicarme el cambio?
Liliha sostuvo la mirada de la anciana y sonrió apenas.
—Quizá me he resignado. Además, he llegado a sentir afecto por ti, abuela.
Para sorpresa de Liliha, lady Anne se ruborizó y pareció un tanto turbada.
—¡Vaya, niña! No... no seré hipócrita. Tus palabras me complacen mucho. Ven
aquí, muchacha.
Lady Anne extendió los brazos.
Liliha se acercó a la anciana y se arrodilló junto al sillón. Lady Anne la abrazó; la
fuerza de sus brazos y sus manos era sorprendente en una mujer tan anciana.
Liliha sintió cierta humedad en la mejilla de la abuela, y lady Anne dijo :
—Liliha, ¿puedo decirte lo que llevo en el corazón?
—Claro, abuela.
—Si tú, en momentos menos sentimentales, repites esto, negaré haberlo dicho
jamás —murmuró lady Anne—. Pero si yo muriese antes de cumplir el año, puedes
regresar a tu isla con mi bendición. Más aún, te recomiendo que lo hagas. No
permanezcas aquí para sufrir la influencia de personas como mi hermana y Maurice.
Sólo pido que concedas un deseo a una anciana egoísta... quédate conmigo hasta que
yo no esté en este mundo. ¿Me lo prometes?
—Lo prometo, abuela —murmuró Liliha. Asombrada, advirtió que formulaba
fácilmente la promesa, y comprendió la razón... David.
A medida que se hacía más profundo su amor por David, Maui e incluso Akaki
parecían alejarse más y más. En lugar de pasar el tiempo en el estanque pensando en
Hana, esperaba a David, emocionada por la expectativa, y sólo pensaba en el joven. Y
cuando él llegaba, su mente y su cuerpo parecían absortos en él. Incluso comenzaba a

~118~
Patricia Matthews Amor Pagano

mirar con ojos más afectuosos ese país; pero no era tan tonta que no comprendiese
que su nueva visión de Inglaterra era consecuencia de su amor por David. Sin él, sin
su amor, se habría sentido más desolada que nunca.
¿Qué ocurriría entonces cuando se completase el plazo, o lady Anne muriese y ella
pudiese regresar a su patria? ¿Qué sería de ella y David? Ese interrogante agobiaba
su mente día tras día, y ahora, como había hecho otras veces, Liliha trató de desviar
su atención hacia otros asuntos.
—¡Bien! —Lady Anne apartó a Liliha y se irguió en el asiento, de nuevo imperiosa
y dominante.— No te arrancaré la promesa de que rechaces a Maurice. ¡Imagino que
tienes sensatez suficiente para hacerlo por tu propia cuenta!
Casi todos los días de la semana siguiente, Maurice Etheredge visitó Montjoy Hall.
Después del segundo día, dejó de traer flores y bombones. Había advertido que
Liliha demostraba poco interés en ambas cosas. Por lo tanto, ¿para qué hacer gastos
innecesarios?
Después de la segunda visita, lady Anne no estaba en la habitación cuando él llegó
para ver a Liliha. Maurice agradecía que se le ahorrase la risa cruel y las bromas
irónicas. Liliha siempre esperaba vestida con su traje de montar. No le demostraba
particular simpatía, y se mantenía lejana y fría; de todos modos, siempre lo recibía
cortésmente. Como Maurice había tenido muy escasa experiencia en el galanteo, no
le parecía que la conducta de Liliha revelase nada extraño. Sabía por su madre que
para las mujeres el matrimonio era un asunto serio.
A esta altura de las cosas, Maurice estaba tan enamorado de la impresionante
belleza de Liliha y tan dominado por el deseo sensual que nada lo arredraba. En todo
caso, hacía lo posible para controlar su ardiente pasión. En general, después de las
breves visitas se sentia torturado por febriles visiones, y se imaginaba arrancando las
ropas de Liliha poseyéndola en el suelo de la habitación. Tan febriles eran sus
pensamientos durante el tiempo que pasaba con Liliha, que recordaba poco o nada
de lo que ambos vivían. Lo cual quizá era más conveniente. Como carecía de gracia y
elegancia, y no tenía habilidad para la charla intrascendente, Maurice balbuceaba
acerca de lo primero que le venía a la mente.
Gran parte de lo que Maurice decía interesaba poco a Liliha. Muchas de las frases
de ese hombre eran absolutamente incomprensibles, y Liliha conseguía mantener la
seriedad realizando un gran esfuerzo. Su abuela tenía razón; Maurice Etheredge era
terriblemente aburrido. Ella no concebía la posibilidad de pasar el resto de su vida en
compañía de este hombre, y la sola idea de que él pudiese tocarla en el acto del amor
le provocaba un estremecimiento. Cuando él la rozaba casualmente, ella disimulaba
dificultosamente su repugnancia.
Lo único que le permitía tolerar las entrevistas con Maurice era la expectativa del
encuentro con David en la cascada. No había hablado a David del galanteo de

~119~
Patricia Matthews Amor Pagano

Maurice. Aunque consideraba patéticas y divertidas las atenciones de su primo,


intuía que la reacción de David sería distinta. Ya había aprendido que David tenía un
temperamento explosivo; le había hablado algo de su vida antes de conocerla, de los
duelos y los hombres a quienes había matado. Aunque deploraba el derramamiento
de sangre y juraba que no repetiría esa conducta, Liliha sospechaba que si se
enteraba de la actitud de Maurice, era muy probable que fuese a buscar a su rival con
una pistola amartillada.
De modo que soportaba con paciencia, y siempre buscaba el modo más cortés de
terminar con el asunto. Cuanto más ella daba largas a la cosa, más ardiente se
mostraba Maurice, que sin duda interpretaba su silencio como una forma de aliento.
Cada vez que ella adoptaba la decisión de finalizar el episodio, de nuevo la
dominaba el sentimiento de compasión por el esforzado y balbuciente Maurice.
Cuatro días antes del baile, el propio Maurice llevó el asunto a su culminación.
Había adoptado la costumbre de caminar con ella hasta el establo antes de que Liliha
montara a Tormenta.
Ese día, como siempre, Liliha en realidad no escuchaba las palabras de Maurice;
pero algo que él dijo atrajo su atención. Se volvió hacia él.
—Lo siento, Maurice. No estaba escuchando. ¿Qué has dicho?
El rostro de Maurice esbozó esa sonrisa fatua, y el joven dijo:
—Prima, ¿qué disfraz usarás en el baile?
Ella frunció el ceño.
—Sabes lo que dijo la abuela. Tiene que ser una sorpresa para todos. Es la única
que sabrá quién soy. Maurice, si lo supieras, no sería una sorpresa, ¿verdad?
La sonrisa de Maurice se acentuó.
—Pero Liliha, puesto que soy tu futuro marido debo saberlo; de ese modo podré
cuidarte. Alguno de estos jóvenes caballeros pueden ser... en fin, pueden mostrarse
inoportunos.
Liliha ya no soportó más la situación.
—Maurice, jamás he sugerido que llegaría a ser tu esposa.
El se detuvo con evidente desaliento.
— ¡Pero pensé que estaba sobrentendido! ¡No hubiera continuado mi galanteo si
no hubiese pensado que tú respondías a mis expectativas!
—Maurice, el galanteo fue tu idea, nunca la mía —le recordó ella—. Acepté
porque te mostraste tan insistente.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Pero no comprendo. ¿No te parezco un marido apropiado? Pertenezco a una


buena familia, y cuando fallezca lady Anne ambos heredaremos una vasta
propiedad. Y considero que poseo las cualidades necesarias para administrarla.
—Maurice, yo no te amo.
Ahora él estaba totalmente desconcertado.
— ¿Qué tiene que ver eso? En Inglaterra no nos casamos por amor. Si deseas amor,
ya vendrá... después de que nos casemos. Ya verás que acabas amándome. Soy más
hombre que esos jóvenes gallitos que galantean.
Se irguió con una sonrisa satisfecha en el rostro. De pronto, Liliha sintió que ese
hombre era muy divertido... ese hombre vano y repulsivo que quería ser su esposo.
La risa que venía acumulándose desde hacía tiempo brotó repentina.
Maurice se puso lívido.
— ¡Y aún te burlas de mí! —Alzó una mano, como dispuesto a golpearla, pero la
dejó caer mientras miraba alrededor. Se acercó más a Liliha.— Tú, una perra pagana
de una isla incivilizada, te ríes de un hombre importante como yo. ¿Quién crees ser?
—dijo con voz que era un silbido.
—Soy Liliha Montjoy —dijo la joven, ahora también encolerizada—. Soy una alii y
prefiero acostarme con un cerdo antes que hacerlo contigo, primo. La idea misma de
que me toques me enferma. Ahora vete, y no vuelvas a acercarte.
—De modo que te enfermo, ¿eh? —rugió Maurice, tenía el rostro muy pálido—.
¡Perra, lamentarás este día! ¡Te lo prometo! Te has burlado de mí, y nadie hace eso a
Maurice Etheredge. —Se volvió bruscamente y caminó hacia la casa.
Liliha lo miró un momento, meneando compasiva la cabeza. Sabía que por lo
menos en parte era responsable de la conducta de Maurice. Si no hubiese alentado su
galanteo permitiéndole que la visitara, eso no habría ocurrido. Sin embargo, si antes
le parecía desagradable, el aspecto de la persona de Maurice que ahora se le había
revelado le parecía aún más repugnante. Experimentó un súbito escalofrío y el
cuerpo se le encogió.
Después, movió decidida la cabeza; trató de olvidar a Maurice y orientó sus
pensamientos hacia David. La escena la había retrasado, y David probablemente ya
estaría esperándola a orillas del estanque.
Al día siguiente, en su oficina de Londres, Maurice aún estaba furioso. Nunca se
había sentido tan humillado, y experimentaba la extraña sensación de esperar a
Liliha en el bosque para asesinarla. Sabía que matarla lo complacería profundamente.
Pero en definitiva, el buen sentido prevaleció; era demasiado arriesgado.
Ahora, ocultando su furia bajo una aparente calma, dijo a Asa Rudd:

~121~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Ejecutaremos el plan como dije antes. El baile se celebra dentro de tres días.
Iremos ambos, disfrazados y enmascarados. Nadie nos reconocerá. No somos tan
conocidos por el resto de los invitados. La única persona que quizá me reconozca es
lady Anne, y en vista de su escasa salud no circulará mucho entre los invitados.
Rudd dijo con expresión hostil:
—Jefe, hace días que no lo veo. Pensé que había renunciado a la idea y quería
alejarse de mí.
Maurice desechó las objeciones.
—He estado muy ocupado trazando planes. No he olvidado nada. Deseo tanto
como usted ver muerta a esa perra.
—No me agrada mucho su plan. Se lo aseguro. ¿Cómo conseguiremos matarla
habiendo tanta gente alrededor?
—Eso nos favorecerá en lugar de perjudicarnos —argumento Maurice. Después de
sufrir el desprecio de Liliha, y cuando comenzó a pensar seriamente en la posibilidad
de asesinarla durante el baile, Maurice se había devanado los sesos buscando un plan
viable. Se inclinó hacia adelante.— La esperaremos fuera de la casa, en los jardines. Si
no sale por propia voluntad, encontraremos el modo de atraerla. Montjoy Hall tiene
un verdadero laberinto de setos en el prado que se extiende frente a la casa. Allí
podemos hacer la faena, volver al salón y mezclarnos con los invitados, sin que nadie
advierta nada...

~122~
Patricia Matthews Amor Pagano

Ca p í t u l o 9

Los días eran cada vez más cálidos y ahora el aire de la tarde en el refugio secreto
de Liliha estaba cargado con la fragancia del verano.
Liliha, que descansaba en los brazos de David, emitió una exclamación de alegría
cuando su placer se acentuó. Levantó una mano y hundió los dedos en los cabellos
abundantes y relucientes, que brillaban como oro puro a la luz del sol.
—Te amo, David —murmuró al oído del joven, mientras los cuerpos de ambos se
tensaban en el momento culminante de la pasión.
Se habían reunido allí todos los días después del primer gozoso encuentro.
Mientras cada uno conocía mejor el cuerpo del otro, el acto del amor aumentaba en
intensidad y pasión; hasta que ahora los idilios vespertinos los dejaban excitados y
cansados al mismo tiempo, tan absortos en sus propios sentimientos que apenas
tenían tiempo en pensar en los detalles de la vida cotidiana.
Pero ahora estaban calmados y somnolientos, y Liliha recordó la escena de la
víspera con Maurice. La proposición de su primo le había parecido ridicula, y sin
embargo, la joven experimentaba un impreciso sentimiento de peligro y de temor. Se
estremeció levemente.
David se movió.
— ¿Qué ocurre, Liliha?
Ahora que el galanteo de Maurice había terminado Liliha pensó que podía hablar
a David. El la escuchó inquieto, murmurando irritado en ocasiones. Dijo:
—Siempre pensé que Maurice era un tonto, pero nunca había soñado que tuviese
el descaro de cortejarte.
—David, la culpa fue sobre todo mía. No debí otorgarle mi permiso. Lady Anne
me advirtió, pero no la escuché. Lo compadecí, y pensé que debía mostrarme más
bondadosa. Hubiera debido saber que los ingleses siempre se las arreglan para
interpretar mal mis motivos, y que para el caso poco importa lo que yo haga.
— ¿Los ingleses? ¡Espero que no me incluyas en la misma categoría que a Maurice
Étheredge!

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Está claro que no. Yo alenté tus pretensiones, ¿verdad?—Besó el pecho del
joven, le mordió levemente la piel, y después lo acarició con dulzura.— Te aseguro,
David, que si me propusieras matrimonio no me reiría de ti.
El se puso rígido. Después de un momento la apartó suavemente y se sentó, los
ojos fijos en el estanque, en el rostro una expresión grave.
Inquieta, Liliha también se sentó.
—¿Qué ocurre, David? ¿He dicho algo malo?
—No, querida. —Se volvió hacia ella con una sonrisa y le acarició la mejilla.—
Liliha, quiero que sepas que te amo.
—Yo también te amo, David. —Lo miró, y examinó atentamente el rostro de
David. A pesar de que él lo negaba, Liliha comprendió que algo de lo que ella había
dicho lo había perturbado mucho; y eso sólo podía ser el comentario juguetón acerca
de su buena disposición ante una propuesta de matrimonio.
Esa tarde mientras volvía cabalgando a su casa, David se sentía muy inquieto. Se
encontraba vapuleado por dos sentimientos contradictorios: su amor por Liliha y la
perspectiva de desposarla. La amaba desesperadamente, tanto como bien sabía jamás
amaría a otra mujer; pero el matrimonio era asunto muy distinto. Había contemplado
la posibilidad en distintos momentos, y había preferido elegir el camino del cobarde;
negarse a pensar en ello. Ahora, ya no podía ignorar el asunto. Aunque ella había
hablado medio en broma, el tema estaba planteado, y David sabía que volvería a
surgir en el curso de la conversación.
En su casa, después de dejar a Trueno en el establo, caminó hacia la residencia en
busca de su madre. La encontró en la terraza bebiendo una copa de jerez. David supo
aliviado que su padre no estaba.
Mary Trevelyan lo recibió con una sonrisa afectuosa.
—¡David, qué agradable! ¿Quieres beber un sorbo de jerez?
El joven ocupó una silla frente a la dama, se sirvió una copa y bebió.
—¿Cómo estás, madre?
—Muy bien, querido, muy bien. David... —Se inclinó hacia adelante para dar unas
palmadas en la mano de su hijo.— Me has hecho muy feliz estos últimos días
quedándote en casa.
El respondió secamente:
— ¿Tan feliz que no te preguntaste el motivo?
—Oh, pensé en ello, pero no me atreví a investigar demasiado nuestra buena
suerte. Tu padre también está complacido.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—¿De veras? —Jugó un momento con el pie de su copa, y después dijo


bruscamente: —Madre, estoy enamorado de Liliha Montjoy.
Mary Trevelyan le dirigió una mirada sobresaltada.
— ¿La nieta de lady Anne? Ni siquiera sabía que la conocías.
—Oh, conozco a la joven, la conozco bastante bien.
— ¡Oh, David! —La dama pareció un tanto turbada. ¿Te parece que tu actitud es
sensata?
—Quizá no, pero así están las cosas —dijo David con gesto sombrío.
La señora volvió los ojos hacia la casa.
— No creo que sea conveniente informar de la novedad a tu padre.
—No temas, no tengo esa intención. Por lo menos por ahora. Pero llegará el
momento en que será necesario hablar.
—Oh, querido. No estarás pensando en matrimonio, ¿verdad, David? Es una
observación poco afortunada, en vista de que ni siquiera conozco a la joven. Pero he
oído hablar mucho de ella. Es... —Mary Treveiyan se sonrojó levemente.— Bien,
viene de esas islas lejanas, es una pagana... o eso me dijeron.
David sonrió levemente
—Me temo que así es, madre.
—Estoy segura de que se trata de una excelente joven, pues si no fuera así no te
habrías enamorado de ella. Y entiendo que también es muy bella, pero David, está
joven pertenece a una cultura diferente. Me temo que tu padre jamás aprobará la
unión.
—Estoy seguro de que no lo hará. Sin embargo, la aprobación de mi padre es lo
que menos importa. Pero, en el momento mismo de decir estas palabras, David se
preguntaba hasta qué punto eran ciertas. A pesar de la animosidad que sentía hacia
Charles Treveiyan, era su padre, y para los varones de la clase de David el respeto al
padre era un don preciado.
Prosiguió su madre:
—David, preveo muchos problemas que impedirán que tengas un futuro feliz con
esta joven. Es medio nativa, eso no puedes evitarlo. No es probable que la acepten
del todo, ni siquiera nuestros amigos, por mucho que por sus venas corra la sangre
de los Montjoy. Y los niños, David.., ¿has pensado cómo mirará la gente a los niños?
¡Los despreciarán y dirán que son mestizos!
—Lo sé, madre —dijo David con expresión sombría—. Créeme, he pensado en
todos esos factores.

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—Por favor, no me interpretes mal. —Se inclinó hacia adelante para tomar entre
las suyas la mano de su hijo. Eres mi hijo, y lo que te haga feliz será también mi
felicidad. Tendré afecto por la esposa que elijas, como lo tendría por mi propia hija, si
la tuviese. Pero pienso en ti, hijo mío, y en tu futuro.
David sonrió con dureza.
—Sé lo que piensas, madre, y aprecio tu comprensión. —Se puso bruscamente de
pie.— Creo que iré a Londres a visitar a Dick Bird.
Mary Treveiyan pareció desalentada, pero se apresuró a ocultar sus sentimientos.
—Pero el baile de lady Anne... se celebra dentro de dos días. Tu y tu amigo habéis
sido invitados.
—Oh, madre, iremos al baile. Te lo prometo. Puedes estar segura de que iré, y no
dudo de que también Dick asistirá.
David Treveiyan y Dick Bird estaban borrachos, y avanzaban trastabillando por la
estrecha calle. Dick cantaba a gritos una canción. Era bastante después de la
medianoche, y se dirigían a una cita con Juicy Jane y Bosony Bets. Habían cenado
bien y recorrido los clubes de juego, donde David había ganado fácilmente todas las
veces que se acercó a las mesas. Se habían demorado bastante en el Goal Hole, donde
Dick había ofrecido una de sus mejores representaciones.
David realizó un esfuerzo decidido para mantener a Liliha apartada de su
pensamiento. No había tenido verdadero éxito; ni siquiera la asombrosa cantidad de
alcohol que había consumido impidió que el recuerdo de la joven lo agobiase. Le
parecía irónico que las apuestas temerarias, que infringían todas las normas de la
prudencia, le hubieran aportado ganancias más jugosas que en cualquier ocasión
anterior.
Dick interrumpió su canción y pasó el brazo por los hombros de David.
—No tuviste éxito, ¿eh, amigo?
David volvió hacia Dick la miraba turbia.
—No sé qué quieres decir.
—Oh, lo sabes. Aunque esta noche bebiste mucho, a menudo vi en tu rostro una
expresión melancólica. Crees que no sé que intentabas borrar el recuerdo de tu joven
isleña, ¿eh?
David intentó ordenar sus pensamientos confusos. No había dicho a Dick por qué
había regresado a Londres después de dos semanas de ausencia. Ni siquiera estaba
seguro del motivo de su regreso, excepto que se relacionaba con Liliha, y ciertamente
el joven calculaba que Dick miraría con burla un motivo de ese carácter. Ahora
parecía que con su habitual agudeza, Dick había adivinado la razón de la conducta
de su amigo.

~126~
Patricia Matthews Amor Pagano

Con un suspiro abandonó el intento.


—Dick, no quiero borrar el recuerdo de la joven. La amo, pero se aproxima
rápidamente una crisis y no sé cómo resolver el dilema.
Dick formuló otra conjetura astuta.
— ¿La dama en cuestión piensa en el matrimonio?
—Maldito seas, Dick, ¡a veces me intimidas! ¿Cómo has llegado a esa conclusión?
Dick se encogió de hombros.
—No es tan difícil, amigo David. Es la tendencia natural de una mujer, trátese de
una joven pagana o de la dama más refinada... todas piensan en la bienaventuranza
matrimonial después de un tiempo de diversión. Es la maldición de nuestro tiempo,
el modo en que los padres y las madres educan a sus bellas hijas. No permitirás que
un hombre te abrace si no formula primero los votos matrimoniales. O si por
casualidad prevalece la debilidad de la carne, debes trabajar con todas tus fuerzas
para corregir la omisión cometida en ese instante.
David se echó a reír.
—No creo que Liliha padezca esa obsesión. Debes recordar que se la educó de
acuerdo con un tipo de familia completamente distinta. La mención del matrimonio
fue casual, te lo aseguro.
— ¡David! ¡Qué ingenuidad! Cuando una dama menciona el matrimonio nunca lo
hace por casualidad. Acepta la palabra de un hombre que sabe.
David meneó la cabeza.
—En este caso estoy seguro de que así fue. Dick. amo a esta mujer y ella me ama.
La conozco muy bien. En sus islas la sangre real implica tanto orgullo como en
nuestra propia realeza. Liliha tiene excesivo orgullo para arriesgarse a un
menosprecio después de introducir en una conversación el tema del matrimonio. No,
fue un hecho casual, provocado por una situación que es muy complicada y no
puedo explicarte.
Dick miró a su amigo.
—Bien, ¿de modo que también el asunto está en tu pensamiento?
—Así es —admitió sombríamente David—. Por primera vez en mi vida estoy
pensando en casarme.
—Y por supuesto, el problema es que tu princesa isleña tiene mezcla de sangres y
pertenece a una cultura presuntamente sin civilizar. ¿Ese es el quid de la cuestión,
amigo David?

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Patricia Matthews Amor Pagano

—En esencia se trata de eso. Imagino que es mezquino de mi parte, pero no puedo
dejar de sentir que para Liliha casarse con un inglés y verse obligada a vivir en
Inglaterra será tan desagradable como podría serlo para mí.
Dick dijo:
—Me temo que los ingleses estamos sometidos a nuestra herencia y nuestra
educación. Por desgracia, incluso yo, que me complazco en pisotear todas las
costumbres, tengo argumentos de arrepentimiento. A menudo me pregunto si no me
sentina más satisfecho de mí mismo ajustándome a los moldes establecidos, en lugar
de vagabundear libre como los pájaros. Felizmente, esos pensamientos melancólicos
no me molestan mucho tiempo. Pienso en las mujeres con quienes no me habría
acostado, en las canciones que no habría compuesto y cantado, en las copas y los
buenos amigos que no habría tenido, y entonces esas absurdas preocupaciones
desaparecen. —Se inclinó hacia David, echándole en la cara el aliento cargado de
alcohol.— Y con respecto a ti, David, dije cierta vez que abrigaba la esperanza de que
el ardor de tu corazón no te calcinase. Aparentemente lo ha hecho. Pero ten valor,
querido amigo.
Dio unas palmadas en el hombro de David.
—Mi experiencia feliz ha sido que el mejor modo de olvidar las dificultades con
una doncella es copular cálidamente con otra. Y eso es lo que haremos. Tal vez no
calme el dolor del corazón, pero hace maravillas para apuntalar la dignidad de un
hombre, y sospecho que la tuya en este momento se encuentra en un punto bastante
bajo.
Los esfuerzos de David por recobrar la sobriedad durante la conversación se
habían debilitado, y los efectos del coñac se manifestaron nuevamente en su cerebro.
Masculló:
—Por otra parte, estoy completamente borracho.
David se echó a reír.
—Bets excitará tu ardor, puedes estar seguro de ello. Tiene experiencia en la
materia.
David no se sentía tan seguro, pero no hizo comentarios. Ahora estaban frente a la
puerta de calle de las muchachas, y Dick descargó fuertes golpes en la hoja de
madera, anunciando su presencia a gritos.
La puerta se entreabrió, y una voz femenina dijo en un murmullo indignado:
— ¡Dickie Bird, no es necesario que despiertes a los muertos! ¡Se te oye a varias
manzanas de distancia!
Dick empujó la puerta y obligó a David a entrar.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Ah, mi dulce Jane, cuando Dickie Bird va al encuentro de una mujer no lo hace
en secreto, sino que lo anuncia orgullosamente al mundo entero.
Jane rió.
—¡Sí, de eso una puede estar segura!
La puerta volvió a cerrarse y David sintió la cálida redondez de Bets contra su
propio cuerpo. Ella se puso de puntillas y le cubrió de besos el rostro; su lengua
pequeña le lamía la piel; esa lengua tenía la textura áspera como la de un gato. Las
manos de la muchacha lo tocaban aquí y allá. David trató de aclararse la mente,
desechando todas las preocupaciones, y concentró la atención en el cuerpo generoso
que tenía entre las manos. Entretanto, ella lo guiaba hacia la cama donde ambos se
habían acostado antes.
Cuando llegaron allí él retrocedió y comenzó a manipular los botones de su ropa.
—No, no, Su Señoría —dijo ella con voz, ronca—. Bets lo hará por ti.
—Sí, Su Señoría —Se oyó la voz, divertida de Dick desde el fondo de la
habitación—. ¡Que Bets se ocupe de todo!
Se oyó un ruido sordo cuando la otra pareja cayó en la cama, y de nuevo la risa de
Dick. Casi inmediatamente comenzó un movimiento rítmico.
Los dedos ágiles de Bets, actuaron hábilmente en la oscuridad, y poco después
David quedó desnudo. Bets retrocedió un paso y comenzó a quitarse su propia ropa,
David cerró los ojos y sintió su mente colmada de imágenes de esas tardes soleadas a
orillas del estanque, con Liliha, ambos desvergonzadamente desnudos a la luz del sol
y complacidos en su propio estado.
Se estremeció, y sintió que se encogía en la oscuridad y la atmosfera enrarecida de
la habitación. En lo que estaba haciendo había algo furtivo y vergonzoso. Se
preguntó desesperado si su propio cuerpo respondería a las necesidades de la
situación.
Bets lo tocó, y descubrió que el joven no reaccionaba.
—Oh —dijo con voz que era un arrullo—. ¡Mi amigo no está dispuesto! ¿Quizá
Bets no le parece deseable?
—Tu amigo está borracho —dijo ásperamente David.
De pronto, se sintió disgustado consigo mismo, disgustado con su presencia allí, y
con su aceptación del placer sin amor. ¡Cómo había cambiado! Apenas dos semanas
antes se había complacido en la relación con esa mujer, exactamente como le ocurría
a Dick con Jane.
"Liliha, ¿tengo que agradecerte esto?"
Emitio una risa seca, y Bets retiró las manos.

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—Su Señoría, ¿provoco sólo tu risa?


—No me reía de ti, muchacha. Y no soy un lord — gruñó David—, de modo que
no me apliques ese título. No fue más que un capricho de Dick.
Empujó a la mujer hacia la estrecha cama, y quiso pensar sólo en ella y en el grato
placer que la joven le ofrecía. Bets lo esperaba ansiosa.
Después de un momento David gimió, y se sentó en la cama. Era inútil. Exceso de
alcohol, el recuerdo de Liliha y el consiguiente sentimiento de culpabilidad... fuera
cual fuese la causa, él nada podía hacer.
Se puso de pie y comenzó a vestirse.
Bets murmuró algo, y después extendió la mano y tocó el muslo de David. Dijo:
—¿No te agrado?
El le apartó la mano.
—Nada tiene que ver contigo, muchacha. —Se puso los pantalones.
—¿Qué ocurre, David? —dijo Dick desde la otra cama—. ¿Ya has terminado?
—No he terminado, Dick. Pero me marcho. No debí venir aquí. Te pido disculpas,
amigo mío. No te preocupes. Saldré discretamente, como un ladrón en la noche. —
Rió con amargura.— Lo cual está muy bien, pues algo apagó mi ardor. —Dijo a Bets:
—Te pido disculpas, Bets. Quizá otra vez.
Ya vestido se dirigió hacia la puerta. Oyó los juramentos contenidos de Dick,
seguidos por ruidos que venían de la segunda cama. David salió a la calle.
Apenas había recorrido unos metros cuando oyó un grito. Se detuvo, y miró hacia
atrás. A la media luz vio a Dick que corría hacia él, todavía arreglándose las ropas.
—Debiste quedarte allí, Dick.
— ¿Y permitir que anduvieses solo por la calle, a merced de las pandillas de
asaltantes? —Dick se acercó, casi sin aliento. Sonrió astutamente.— Es cierto que
venero a Eros, pero incluso eso no puede interponerse en el camino de la amistad.
—Esta noche me agradaría un encuentro con esos asaltantes.
—Es lo que yo temía. —Dick dio unas palmadas en el hombro de David y ambos
continuaron caminando.—Amigo mío, en tu actual estado mental, eres impotente
como un niño. Mi acto amoroso puede esperar.
—Dick, el baile de disfraces de lady nune se cele¬bra dentro de dos días. ¿Volverás
conmigo y permaneceras en la residencia Trevelyan hasta la noche de la fiesta?
—Con mucho gusto, amigo mío. ¡Por nada del mundo me perdería esa fiesta y la
oportunidad de conocer a tu isleña!

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Patricia Matthews Amor Pagano

Los días que precedieron al baile fueron cada vez más agitados, y cuando llegó el
día mismo, Liliha vio que el ritmo adquiría un carácter casi frenético. Entrada la
mañana, Dorrie la despertó, y Liliha apenas tuvo para sí misma un minuto el resto
del día.

Montjoy Hall era como una colmena; la gente se apresuraba frenética de un lado
para otro realizando los preparativos de último momento para la celebración de la
noche.
Dorrie llevó el desayuno a la cama de Liliha.
—Señorita, es mejor que permanezca en su habitación la mayor parte del día. Si
sale de aquí, los sirvientes tropezarán con usted a cada momento.
Los pensamientos de Liliha se orientaban menos hacia el baile que hacia David.
Después de la tarde en que él había reaccionado de un modo extraño cuando ella
comentó risueñamente la posibilidad del matrimonio, no había acudido a las citas en
el estanque. Liliha volvió a buscarlo en vano y se había sentido cada vez más
deprimida. Esperaba por lo menos un mensaje o cualquier otro tipo de
comunicación. Quizá había ocurrido algo malo. Sintió la tentación de enviar un
criado a preguntar en la casa de David, pero si procedía de ese modo el rumor se
difundiría como un incendio en Montjoy Hall, y ciertamente lady Anne sabría a qué
atenerse. Esa reflexión y el propio orgullo de Liliha la indujeron a evitar cualquier
iniciativa.
Después del desayuno, Dorrie estuvo en la habitación realizando arreglos de
último momento en el vestido que debía usar Liliha. El disfraz había sido idea de
lady Anne, y Liliha se sintió horrorizada la primera vez que se lo probó.
La prenda pretendía ser el atuendo de una pastora, pero cuando Liliha vio la
ancha falda de satén, adornada con racimos de flores, y la alta peluca empolvada que
debía usar, no supo si reírse o llorar. Seguramente, ninguna pastora verdadera
hubiera podido cumplir sus obligaciones con ese atuendo tan complicado y elegante.
Completaba el disfraz un alto y blanco báculo, adornado también con flores y hojas.
Ahora Liliha estaba de pie frente a lady Anne, y se sentía muy incómoda. Dijo
desalentada:
—Abuela, ¡con esta ropa ni siquiera puedo sentarme!
Lady Anne sonrió.
—Niña, vas a asistir a un baile. A menos que yo me equivoque mucho, bailarás la
noche entera: y no tendrás tiempo de sentarte. ¿Por qué crees que contraté a un
maestro de baile para ti? —Lady Anne estaba más animada que lo que Liliha la había
visto jamás. Completamente absorta en los preparativos de la fiesta, demostraba
mucha energía y tenía las mejillas arreboladas. Se inclinó hacia adelante.— Liliha, la

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Patricia Matthews Amor Pagano

mayoría de las jóvenes a quienes yo conozco, de buena gana sacrificarían su alma


inmortal por merecer tanto honor en un baile como éste.
Liliha todavía se sentía muy incómoda con el vestido, pero no deseaba arruinar la
felicidad de lady Anne. Dijo con expresión dubitativa:
—Ni siquiera estoy segura de que pueda bailar con esta ropa.
—Caramba, niña. Claro que podrás. El vestido fue diseñado pensando
precisamente en la danza.
Ahora, en su dormitorio, Liliha apartó sus pensamientos de David y miró
nuevamente el vestido, con el cual estaba atareada Dorrie.
Después de dar la última puntada, la doncella retrocedió un paso y examinó la
prenda. Asintió satisfecha.
—Creo que está bien —dijo, y se volvió hacia Liliha:
—Ahora, señorita, tendremos que bañarla y perfumarla.
—¿Ahora?—dijoLiliha—. ¡Si todavía no es medio día!
—Se necesitará el resto del día para prepararla.
—Pero, ¿no voy a montar a caballo por la tarde?
—Hoy no. Volvería oliendo a caballo. —Dorrie sonrió.—Creí que estaría tan
entusiasmada por el baile que no pensaría en los caballos.
Liliha pensó: ¿Y si David acudía al estanque, y ella no estaba? Se puso de pie, muy
decidida.
—Hablaré de esto con mi abuela.
Dorrie trató de cortarle el paso.
—Por favor, señorita, Su Señoría dio instrucciones para que usted permaneciera
aquí.
Liliha dijo altivamente:
—No soy una criada para que me impartan órdenes de ese modo.
Salió de la habitación, y Dorrie caminó detrás de ella pisándole los talones a la vez
que se frotaba las manos. Lady Anne no estaba en su dormitorio; tampoco la
encontró en otras habitaciones del primer piso. Ni siquiera estaba en la sala. Al final,
Liliha encontró a su abuela en la enorme cocina. Estaba de pie, y blandía
amenazadora el bastón frente a un puñado de criados que la miraban temerosos.
— ¡Ni uno solo de ustedes tiene el cerebro de una gallina! —Lady Anne golpeó la
pared con el bastón, peligrosamente cerca del cocinero jefe—. ¡Estúpido, esa salsa de

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Patricia Matthews Amor Pagano

coñac tiene el gusto agrio del vinagre! ¿No ordené que fuese una salsa espesa y
sabrosa para que las damas presentes se pusiesen verdes de envidia?
El cocinero jefe dijo:
—Es el coñac, Su Señoría. La culpa no es mía. El coñac está mal.
—¡Bah! Les enviaré más coñac. ¡Inmediatamente!
Lady Anne golpeó el suelo con el bastón. Se balanceó repentinamente y parpadeó.
El rostro palideció bruscamente.
Liliha se apresuró a sostener a la mujer antes que cayese al suelo.
—Abuela —dijo con voz severa—, no debería estar aquí.
—Y si yo no vengo, ¿quién se ocupará de vigilar las cosas? —Lady Anne abrió los
ojos.—¿Y qué haces en la planta baja, niña? Deberías estar en tu cuarto preparándote
para la fiesta.
—Hay mucho tiempo para eso. Vamos, abuela.
Pese a las protestas no muy sinceras de lady Anne, Liliha la ayudó a salir al
vestíbulo, la llevó a la sala y la acercó al diván.
Cuando Liliha se enderezó, vio a James en la puerta; su rostro generalmente
inexpresivo tenía un aire de preocupación.
—James, creo que mi abuela necesita una copa de coñac.
Lady Anne se movió.
—Con tal que no sea ese brebaje que usaron en la salsa.
—Inmediatamente, señora.
Lady Anne sonrió débilmente a Liliha.
—Lo siento, muchacha. Admito que me esforcé demasiado.
—Sí, abuela, eso hiciste —dijo Liliha con voz severa—. Contrataste a varios criados
más. Ellos se ocuparán de todo.
—Liliha, es lamentable sentirse viejo y débil. —Buscó la mano de Liliha.— Pero
mira, nunca tuve tanta expectativa como ahora. Quiero que todo salga bien.
Naturalmente, lo hago por ti, pero también por mí. Y la servidumbre en los tiempos
que corren es muy irresponsable menos que se la vigile rigurosamente.
—Abuela, tu bienestar es más importante. Si insistes en que se les vigile, yo me
encargaré.
—¡No! Lo prohibo. —Lady Anne apretó la mano de Liliha.— Tú no debes hacer
otra cosa que prepararte para la fiesta.
Liliha trató de disimular su exasperación.

~133~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Pero abuela, no necesito el resto del día para prepararme.


—Tienes que descansar, Liliha, En mis tiempos...—Lady Anne se recostó en el
respaldo del diván y sonrió, perdida en sus recuerdos.— La semana anterior a un
gran baile, muchas jóvenes descansaban el día entero. Decían que el descanso
prolongado restablecía la belleza de una dama. Sin embargo... —Sonrió.— Creo que
tu belleza no necesita cuidados especiales.
Liliha miró frustrada a su abuela; ya se había resignado a la idea de renunciar a su
visita al estanque. Lady Anne lo juzgaría un capricho si ella insistía en eso, y en
definitiva, lo único que la joven conseguiría sería echar a perder el placer que la
anciana esperaba extraer de la fiesta.
De todos modos, pensó Liliha en un súbito acceso de cólera, David no iría al
estanque. De eso estaba segura. ¿Por qué ella debía ir, como un mendigo, a
esperarlo?
En ese momento decidió mostrarse fría con él, si en efecto aparecía en la fiesta. Por
desgracia, impulsada por el amor, había desobedecido las instrucciones de su abuela
y revelado a David qué disfraz usaría. Si no lo hubiese hecho, habría podido evitar
una confrontación, por lo menos hasta la medianoche, la hora de quitarse los
antifaces.
Liliha descendió a la planta baja sólo cuando ya había llegado la mayoría de los
invitados. Lady Anne le había dicho:
—La homenajeada aparece sólo cuando ya han llegado todos los demás. En los
bailes sin máscaras, el propósito es realizar una entrada grandiosa. Por supuesto, no
puede aplicarse lo mismo a este caso; pero si llegas demasiado temprano algunos
adivinarán tu identidad. Liliha, deseo que sea una gran sorpresa para todos.
El día entero Liliha había vacilado entre la excitación y el miedo. Varias veces se
había sentido tentada de ir al establo y montar a Tormenta en una rápida carrera
hasta el bosque, donde se ocultaría hasta mucho rato después de la medianoche. Lo
único que le impedía proceder así era el pensamiento de que lady Anne se ofendería
profundamente.
De modo que a la hora señalada apareció al final de la escalera y comenzó a
descender con movimientos breves, convencida de que caería rodando antes de
llegar al final. Le dolían los pies calzados con las minúsculas sandalias, y la
voluminosa falda ocupaba todo el ancho de la escalera. Liliha tenía que caminar
siguiendo exactamente la línea del centro para evitar que el vestido se enredase en la
baranda. Con la peluca sobre la cabeza, sentía un peso excesivo en el cráneo. Le
agradó sostener en la mano el cayado de pastora, porque lo usaba para asegurar el
equilibrio cada vez que descendía un peldaño.

~134~
Patricia Matthews Amor Pagano

El amplio salón era un agitado mar de personas, hombres y mujeres ataviados con
disfraces fantásticos y deslumbrantes. Todos estaban demasiado absortos en la
diversión, la comida y la bebida y no prestaron mucha atención a la joven. Liliha se
sintió agradecida de que todos usaran máscara, incluso ella. Por supuesto, eran
desconocidos, pero las máscaras les conferían un aire más impersonal.
La música llenaba con sus sones el salón entero. Cuando Liliha llegó al pie de la
escalera y dobló en esa dirección vio a lady Anne en la puerta, apoyada en el bastón.
Su abuela era la única persona que no estaba disfrazada ni tenía antifaz, Lady Anne
la vio y sonrió. Un párpado descendió en un guiño subrepticio.
Liliha entró en el salón de baile. Un cuarteto de cuerdas brindaba música al fondo
de la enorme habitación. Grandes candelabros colgaban del techo; las paredes
revestidas de espejos y el suelo bien encerado reflejaban los colores y el movimiento
de los bailarines.
El salón estaba colmado de gente y hacía mucho calor. Incluso los ventanales
abiertos al balcón poco contribuían a aliviar el calor generado por tantos cuerpos.
Liliha habría jurado que nadie había advertido su entrada; sin embargo,
inmediatamente se vio rodeada por jóvenes que exhibían una desconcertante
colección de disfraces muy extraños; y todos le pedían el honor del baile. Sonriendo
detrás de la máscara, Liliha aceptó a uno de ellos, un hombre alto disfrazado de
demonio.
Cerró los ojos mientras se deslizaba por la sala. La música era seductora, y la
joven se entregó al placer de la danza. Formuló en silencio una expresión de gratitud
para lady Anne que había insistido en que Liliha aprendiese a bailar. Su cuerpo se
movía casi sin voluntad propia, balanceándose al compás de la música, al unísono
con su compañero. El hombre era un soberbio bailarín, y Liliha de pronto se sintió
muy reanimada. El baile y los muchos invitados ya no la intimidaban, estaba
pasándolo muy bien.
Volvió los ojos hacia su compañero cuando éste le dijo algo al oído.
—Disculpe, señor, ¿qué me ha dicho?
—Le he preguntado su nombre, señora. No dudo de que es la bailarina más
maravillosa que he conocido jamás. Me agradaría conocer su nombre.
—Qué vergüenza, señor —dijo ella riendo—, para saberlo tendrá que esperar
hasta medianoche, del mismo modo que yo tendré que esperar para conocer el suyo..
—Pero estoy más que dispuesto a decírselo. Yo soy...
Liliha apoyó los dedos en los labios de su compañero.
—Por favor, señor. Debemos observar las reglas.

~135~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Ahora usted ha avivado mi curiosidad —dijo él—. Las horas que faltan hasta
medianoche para mí pasarán muy lentamente.
—Quizá usted crea que no valió la pena esperar —dijo ella con picardía—, cuando
sepa quien soy.
Liliha estaba sorprendida de su propia conducta.
¡Estaba coqueteando, y le agradaba!
En ese momento la música cesó ytooos los bailarines se detuvieron. En la breve
pausa, un murmullo de voces asombradas partió de la entrada del salón. Liliha y su
compañero se volvieron.
En la puerta había dos hombres de impresionante presencia. Uno tenía un notable
disfraz completamente blanco, con ribetes dorados; se cubría los cabellos con una
peluca empolvada, y tenía un sombrero emplumado y la correspondiente máscara.
Pero el segundo de los dos hombres atrajo la atención de Liliha. Comprendió que
también era la causa de los murmullos de la gente que se sentía impresionada. El
hombre era alto, y tenía un hermoso físico: anchos hombros, caderas estrechas, y
piernas musculosas. Estos atributos se ofrecían a la vista de todos, por la sencilla
razón de que el recién llegado usaba sólo dos cosas: una máscara negra que la cubría
la mayor parte del rostro, y un kapa alrededor de las caderas. ¡Era David Trevelyan!
La primera reacción de Liliha fue de ofensa. ¡David había elegido ese disfraz para
burlarse de ella!
El hombre que se había disfrazado de diablo dijo con desagrado:
—¡Ese disfraz es vergonzoso! ¿Quién se atreve a venir en ese estado de desnudez?
¡Creo que lady Anne debería expulsarlo de la casa!
Liliha se echó a reír inesperadamente. Sí, era cómico, incluso si David había
elegido el kapa para burlarse de ella. El joven usaba una peluca negra, para ocultar
sus propios cabellos claros. La piel, antes pálida, ahora se había bronceado gracias a
los rayos del sol, y tenía casi el mismo tono que ostentaban los hombres de Hana. El
hecho de que las largas tardes dedicadas al amor, a orillas del estanque, fueran la
causa de ese estado, acentuaba aún más la diversión de Liliha.
El hombre que estaba al lado dijo:
—Señora, ¿por qué se ríe así?
Ella contuvo una exclamación.
—Me temo que usted no entendería...
Liliha vio que David paseaba la mirada por la habitación. Como sabía que él
estaba buscándola, la joven irguió orgullosamente la cabeza. Finalmente, la mirada
de David la encontró. Ella devolvió fríamente su mirada.

~136~
Patricia Matthews Amor Pagano

En ese momento se reanudó la música, y Liliha vio que David se acercaba a ella. Se
apresuró a decir:
—¿Bailamos, señor?
—Con mucho gusto, señora.
David vio que Liliha se alejaba en brazos del hombre disfrazado de demonio y
aminoró el paso y miró impotente alrededor.
Dick se había acercado y murmuró:
—¿De modo que ésa es tu Liliha? Parece que tendré que esperar hasta la
medianoche antes de contemplar su belleza. Con ese disfraz, podría ser fea como la
muerte y nadie lo sabría.
—Sí, ésa es Liliha. Aunque no me hubiese dicho qué disfraz usaría, la hubiese
reconocido.
Permaneció observando el baile de Liliha, y recordó que jamás había danzado con
ella. Era una bailarina maravillosa. Incluso ataviada con el disfraz de pastora, no
podía disimular los movimientos flexibles de su cuerpo. Ella lo había identificado; la
mirada fría que le dirigía lo demostraba. No por primera vez, David se sintió
aprensivo ante su propio disfraz.
Había sido idea de Dick.
—¿Acaso puedes concebir mejor disfraz, amigo mío, que las prendas que usan los
hombres de las islas? Por supuesto, no podemos comprar ropa así en Inglaterra, pero
recuerdo muy bien como es un kapa. Lo vi muchas veces. Diseñaremos algo parecido
para ti.
Después de ponerse el pedazo de tela, que le cubría sólo el bajo vientre y parte de
los muslos, David se sintió turbado.
—Dick, si aparezco vestido así en el baile de lady Anne me expulsarán. ¡Las
mujeres se escandalizarán y los hombres me evitarán como la peste!
—¿Y qué? Siempre me agradó escandalizar a la nobleza. ¿Por qué tienes que
mostrarte tímido? Por lo que me dijiste de lady Anne Montjoy, tiene mucho sentido
del humor. Y tu Liliha se sentirá halagada y divertida. Ya lo verás.
Ahora, David dudaba todavía más. Liliha no parecía halagada ni divertida. Desde
luego, estaba irritada con él a causa de su ausencia. Había pensado varias veces
enviarle un mensaje disculpándose porque no iba a verla, pero sabía que sus excusas
serían muy débiles, y así había dado largas al asunto. Esa misma tarde había
cabalgado hasta el estanque y esperado a Liliha. La joven no había aparecido. David
sabía que no iría, porque era el día de la fiesta.
—David Trevelyan —dijo una voz al lado—, su disfraz es absurdo.

~137~
Patricia Matthews Amor Pagano

Se volvió y encontró el rostro sonriente de lady Anne.


Estaba apoyada en su bastón y le sonreía. David dijo avergonzado:
—Lady Anne, espero sinceramente no haber convertido su fiesta en materia de
murmuración.
— ¿Murmuración? ¡Bah! —La anciana sonrió.— David gracias a ti mi fiesta es un
éxito. Las expresiones en el rostro de la gente perdurarán mucho tiempo en mi
recuerdo.
Dick le dio un codazo.
— ¿David?
— ¡Oh! Disculpa. Lady Anne, este defectuoso remedo de Casanova es mi amigo,
Dick Bird. Dick, nuestra anfitriona, lady Anne Montjoy.
— Un verdadero placer, Su Señoría. —Dick acercó los labios a la delgada mano y
ia rozó apenas.—Esperaba con mucha expectativa este momento.
David vio divertido que lady Anne se sonrojaba. ¡Santo Dios, pensó, seduce
incluso a las ancianas!
Lady Anne dijo :
—Su expectativa no habrá sido tan intensa como la mía. Dígame, Dick Bird,.. —
inclinó la cabeza a un lado—... ¿Son auténticos los extravagantes relatos que circulan
acerca de usted?
—Por supuesto, Su Señoría. Soy una leyenda en vida.
La anciana se echó a reír.
—Señor, ¿cómo sabe lo que llegó a mis oídos?
—Claro que lo sé. La razón es sencilla, y la diré si usted jura que no lo repetirá a
nadie. —Se inclinó hacia adelante, y su voz se convirtió en un murmullo
conspirativo.— Yo mismo inventé esas historias.
—Ay, señor, me decepciona profundamente. ¿De modo que priva a una vieja
dama del placer de vivir sustitutivamente esas hazañas amatorias?
Siempre en un murmullo Dick dijo:
—Le aseguro, lady Anne, que si usted me otorgara el divino privilegio de derribar
las puertas de su castidad, esas hazañas de las que usted oyó hablar se convertirían
en realidad.
Lady Anne lanzó una sonora carcajada.
—¡Ah, hermoso sinvergüenza! —Se golpeó el muslo con el bastón y suspiró.—
¡Dick Bird, si yo fuera más joven! La música llegó a su fin en ese momento, David

~138~
Patricia Matthews Amor Pagano

dejó de escuchar la charla de la anciana y Dick. Su mirada rara vez se había apartado
de Liliha. Ahora, al ver que se apartaba de los brazos de Satán, atravesó el salón en
dirección a ella.
Dick dijo:
—Espérame, David.
David apresuró el paso. Ya los caballeros se reunían alrededor de Liliha y pedían
que los favoreciese con la siguiente pieza. David irrumpió rudamente entre ellos. Los
hombres retrocedieron y miraron con desagrado el escaso vestido del joven. David
tomó la mano de Liliha y se inclinó sobre ella mientras murmuraba:
—Señora, ¿puedo pedir la próxima pieza?
Liliha apartó la mano. Dijo fríamente:
—Señor, usted es muy grosero. Otros caballeros se han anticipado.
—De ningún modo. —La tomó del brazo y comenzó a empujarla hacia los
ventanales.— Mi pretensión tiene prioridad. —Agregó al oído de Liliha:—Liliha,
deseo hablar contigo.
Liliha trató de apartarse, pero él le aferraba firmemente el brazo. David vio
complacido que el balcón estaba vacío. Soltó el brazo de Liliha.
—Querida, deseo disculparme por no haber cumplido la cita en el estanque. Yo...
—Vaciló.—Tenía asuntos apremiantes en Londres.
Ella inclinó la cabeza.
—Señor, ¿por qué se disculpa? Es libre de ir y venir como le plazca.
Picado, él replicó con aspereza:
—Es cierto, soy libre. Y como sabes, tengo otras preocupaciones.
— ¿Por ejemplo los clubes de música de Londres?
El recuerdo de Bets todavía vivido en su mente, David retrocedió. Liliha presionó
aún más.
—Si eso es todo, señor Trevelyan, regresaré con mis invitados...
—No, ¡eso no es todo! —Aferró de nuevo el brazo de la joven.— Fue grosero de mi
parte irme así. Pero necesitaba separarme de ti para pensar con claridad. —Esbozó
una sonrisa.— En ti, Liliha, hay algo de bruja. Enturbias el pensamiento de un
hombre.
Ella emitió un breve grito.

~139~
Patricia Matthews Amor Pagano

—David, ¿acaso no pensaste que podía preocuparme por ti? Cuando estuviste
ausente dos días enteros, temí que te hubiese ocurrido algo. Por lo menos podrías
haber enviado un mensaje. ¡Estaba muy inquieta por ti!
El dijo agobiado:
—Perdóname, querida Liliha, yo...
—¡Ah, amigo David aquí estás. —Era la voz de Dick. David murmuró por lo bajo
una maldición y se volvió. Dick se acercó a ellos. Tenía ojos sólo para Liliha.
—Esta debe ser la doncella isleña de quien he oído hablar tanto.
Se quitó el sombrero emplumado y besó la mano de la joven.
David dijo torpemente:
—Liliha, este es mi amigo Dick Bird. —Después sonrió, más tranquilo.— Dickie
Bird, enamorado de las mujeres, autor de... bien, baladas bastante atrevidas.
Dick dijo perversamente:
—Y ya estoy enamorado de usted, Liliha, y eso sin haberla visto bien ni una sola
vez.
Olvidada su irritación, Liliha dijo con cierta ansiedad:
—¿Usted es el amigo de David que visitó Maui?
—No fui a Maui, lamento decirlo. Pero estuve en sus islas. Y fue una visita
maravillosa.
—Entonces usted... —Conteniendo apenas la risa señaló a David.— ¿Fue suya la
idea de vestirlo con un kapu?
—Así es —dijo gravemente Dick—. Una de mis mejores ideas, si me permite. ¿No
le parece que nuestro David está sumamente atractivo?
—¡Oh, sí! Muy atractivo —dijo Liliha, tratando de ocultar su burla.
David dijo maliciosamente:
—Liliha, Dick compuso una canción sobre tus islas. Es decir, comenzó a
componerla. Pero por una vez las Musas le fallaron y no la terminó.
— ¡Oh! —Liliha dio palmas.— ¿Puedo oírla, señor? ¿Por lo menos la parte que ya
terminó?
Dick dirigió una mirada enfurecida a David. De¬pués, se dominó y dijo:
—Con muchísimo gusto, querida amiga. Y para que lo sepas, amigo David,
compuse estrofas adicionales. Aún no he terminado la canción. Como Liliha es mi
tema, es posible que a medida que la conozca desee agregar versos. Un compositor
de baladas debe conocer bien el tema.

~140~
Patricia Matthews Amor Pagano

David sospechaba firmemente que Dick se disponía a componer nuevos versos a


medida que recitaba, pero mantuvo una expresión seria mientras su amigo
desgranaba las dos estrofas que había recitado antes y después agregaba más texto:
Oh, Liliha, princesa de las islas, Jamás olvidaré ese día,
Cuando te amé bajo los cocoteros
En aquella isla lejana.
Oh, Liliha es una danzarina,
Y sus manos pueden tejer una magia.
Que enloquece a los hombres
Y hunde en el infierno a los pastores.
Mientras uno contempla los movimientos gráciles, De sus caderas gentiles .
Siente deseos de renunciar a su lugar en el paraíso por la oportunidad de besarle
los labios.
David había escuchado con creciente aprensión, y ahora vio que sus temores se
justificaban, porque Liliha contuvo apenas una exclamación. Sin advertencia previa,
la joven descargó la mano en la mejilla de David. Asombrado, él retrocedió un paso.
— ¡Señor, usted es un sinvergüenza! Habló de nuestras relaciones a este hombre, y
le reveló cosas de Hana que yo le había relatado en confianza. Y usted —se volvió
hacia Dick—, incluso es peor. Su canción es una burla a mi persona. ¿La entonó en
sus clubes de música?
David no había visto nunca a Dick tan desconcertado.
—Señora, le aseguro que no compuse ni entoné esta canción por divertirme ni
burlarme de usted. A veces un verso, que es fruto de la improvisación, tiene que ser
perfeccionado. Si la he ofendido, le pido humildemente disculpas.
—Liliha —dijo David—. Dick ha compuesto los últimos versos en este mismo
instante. Tu nombre no ha sido mencionado en esos clubes...
— ¡No lo creo! —dijo Liliha con vehemencia—. Señor, deposité en usted mi
confianza y la ha traicionado. Aprovechó nuestro amor para su propio placer.
Imagino que es una lección que yo merecía. ¡Jamás volveré a confiar en un inglés!
—Liliha, te juro que eso no es cierto. Jamás me interesó el placer momentáneo.
Ella lo miró desafiante.
—Si eso no es cierto, ¿por qué se ausentó sin decirme una palabra?
Como no tenía una respuesta apropiada, David la miró con expresión doliente.

~141~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Entonces, ¿no tengo razón? —La voz de Liliha se quebró, y ella se volvió, hacia
los ventanales. David avanzó un paso hacia ella.
—Liliha, querida... permíteme explicar este asunto.
Ella entró en el salón. Cuando David quiso seguirla, Dick apoyó una mano en el
hombro de su amigo.
—Amigo, te aconsejo que esperes. Está enojada, y razonar con una mujer enojada
es completamente inútil. David le apartó la maño.
—No creo que hasta ahora me haya ido muy bien, después de seguir tus consejos.
En adelante, Dick, te agradeceré que guardes para ti mismo tus opiniones.
Dick se limitó a mirarlo, e hizo un gesto de impotencia con las manos.
Maurice no había previsto que se vería en dificultades para identificar a Liliha,
pero lo cierto era que él y Asa Rudd llevaban en el baile más de una hora y no habían
podido reconocerla en la multitud desconcertante de disfraces e invitados.
Maurice y Rudd se habían disfrazado de piratas. El atuendo de bucanero les
ofrecía una excelente excusa para portar armas. Maurice llevaba un machete a la
cintura, y ,Rudd, Un puñal.
—No creo que tengamos que usar estas armas —explicó Maurice a Rudd—, pero
pueden ser útiles si hay dificultades. Matar a Liliha con un machete o un cuchillo
después que las dos armas habían sido vistas por un centenar de testigos hubiera
sido el colmo de la estupidez. Maurice sabía a qué atenerse en ese sentido. En el
bolsillo llevaba un cordel tejido con hilos de seda, fuertes como el acero, un arma
excelente en manos de un estrangulador.
Además de la máscara, Maurice se había puesto una barba negra, y Rudd se había
cubierto la cara con una capucha perforada únicamente a la altura de los ojos. La
barba y la máscara era útiles para los fines de Maurice. Ninguno de los invitados, y
tampoco lady Anne, lo habían reconocido.
Mientras las agujas del reloj se desplazaban inexorables y se acercaban a la
medianoche, el momento en que todos deberían quitarse los antifaces, la frustración
de Maurice se acentuaba. ¿Tanto trabajo sería completamente inútil? Tendrían que
retirarse discretamente antes de que llegase la hora.
— ¡Caramba, vea eso! —dijo Rudd.
Maurice siguió la dirección indicada por el dedo de Rudd. A la entrada del salón,
conversando con lady Anne, estaban dos recién llegados, un hombre tocado con un
sombrero de plumas, y otro que tenía un lienzo asegurado a la cintura.
Rudd murmuró.
—Eso, jefe, es la ropa que usan los isleños.

~142~
Patricia Matthews Amor Pagano

— ¿Se refiere a las islas de donde vino Liliha?


—En efecto. Lo llaman kapu.
Un momento después Maurice vio que el hombre semidesnudo atravesaba el
salón en dirección a una mujer disfrazada de pastora. Maurice la había visto un rato
antes, pero le había dirigido apenas una ojeada superficial. Ahora, cuando vio que el
hombre cubierto con el kapa se ace¬caba a la pastora, Maurice comprendió.
—¡Ese hombre es David Trevelyan, y la pastora es Liliha!
La cólera lo ahogó cuando vio cómo Trevelyan tomaba del brazo a Liliha y salía al
balcón. Aunque Liliha parecía irritada, en la pareja había una atmósfera de
intimidad, y Maurice comprendió que se había burlado de él. Mientras él la cortejaba,
Liliha veía clandestinamente a Trevelyan. Si no era así, ¿de qué modo explicar el
hecho de que Trevelyan conociera el disfraz que Liliha usaba? Y el propio David
había llegado vistiendo el atuendo de los varones de las Islas Sandwich, lo cual era
una prueba suplementaria, si tal cosa se necesitaba, de su intimidad con Liliha.
A Maurice ligeramente le rechinaron los dientes. Había venido preparado para
matar a Liliha por dos razones excelentes; ahora tenía una tercera, tan apremiante
como las dos anteriores.
Al lado de Maurice, Asa Rudd se movió inquieto. Dijo con voz ansiosa:
— ¿Cuándo lo hacemos, jefe? Ahora que estamos aquí, deseo acabar de una vez.
La espera me molesta, ¡se lo aseguro!
—Esperamos nuestra oportunidad —dijo Maurice.
—¿Por qué no ahora? La perra está afuera.
Maurice vio que el hombre del sombrero de plumas seguía a Trevelyan y a Liliha.
—Ahora no, hay dos hombres con ella.
Durante la hora siguiente Maurice, siempre a cierta distancia, mantuvo una
estrecha vigilancia sobre Liliha. La vio regresar sola y volver al baile. Poco después,
Trevelyan y su compañero también entraron al salón, y unos minutos más tarde
ambos bailaban.
Maurice se sintió cada vez más nervioso a medida que se acercaba la medianoche.
Liliha estaba asediada por los festejantes, y no se perdía una sola pieza.
— ¿Esa muchacha nunca se cansa? —murmuró Maurice a Rudd.
Rudd sonrió.
—Como todos los isleños, es muy sana. Recuerde que supo enfrentarse a Pizarra.
¡Eh, ahí va!

~143~
Patricia Matthews Amor Pagano

Maurice había apartado un momento los ojos de Liliha. Ahora miró, y vio que la
joven atravesaba las puertas del jardín, esta vez sola.
—Sigámosla —dijo en un murmullo tenso.
Los dos hombres se abrieron paso entre las parejas, y salieron del salón.
Alcanzaron a ver a Liliha que descendía la escalera que conducía a los jardines.
—¡Magnífico! —exclamó jubiloso Maurice—. Se propone un paseo en el
laberinto... exactamente lo que yo deseaba. ¡Esta es nuestra oportunidad, Rudd!
Salieron al balcón y descendieron la escalera. Liliha ya había desaparecido en el
laberinto de setos. Los arbustos tenían tres metros de altura en la mayoría de los
lugares, y formaban dibujos inesperados. No había luna, y la única luz provenía de
los faroles encendidos sobre los postes, bastante distanciados unos de otros.
Maurice extrajo el cordel y lo envolvió alrededor de la mano derecha. Con pasos
cautelosos él y Rudd avanzaron por el estrecho sendero entre los setos. En cada
esquina Maurice detenía a Rudd con un toque en el brazo, y espiaba las avenidas
laterales, finalmente, se vio recompensado. Allí, en un pequeño claro, Liliha estaba
de pie bajo un farol. Se mantenía perfectamente inmóvil, de espaldas a los dos
hombres. Maurice hizo un gesto a Rudd y ambos avanzaron con suma cautela. En el
último momento, los pies de Rudd movieron los guijarros del sendero.
Liliha se volvió y lanzó un grito. Los dos hombres estaban casi sobre ella. La joven
alzó el cayado de pastora y lo descargó sobre los hombros de Maurice. Este apartó el
cayado con las manos y gritó:
— ¡Agárrela, Rudd!
Rudd ya estaba sobre ella. Liliha medio se volvió para huir, pero Rudd le cerró el
paso. La aferró con ambos brazos y la inmovilizó. Liliha comenzó a debatirse
desordenadamente, usando las rodillas y los pies, Rudd no aflojó el apretón y para
protegerse hundió la cabeza en el pecho de la joven.
— ¡Venga, jefe! —dijo con voz ahogada—. ¡ No puedo sostener mucho más a esta
perra!
Maurice aseguró el otro extremo de la cuerda alrededor de la mano izquierda, y se
puso detrás de Liliha. Ella lanzó un grito agudo, un instante antes de que la cuerda
de seda se cerrase sobre su cuello, ahogando el sonido de la voz.
La sensación que Maurice tuvo cuando cerró la cuerda mortal alrededor del cuello
fue de carácter sexual. Cerró los ojos con éxtasis, y apretó cada vez más la cuerda.
Sintió humedad en las manos, y comprendió que estaba sangrando.
Como jamás había usado antes ese instrumento de muerte, lo manejaba con
torpeza.

~144~
Patricia Matthews Amor Pagano

Sin embargo, sabía que todo lo que tenía que hacer era apretar con más fuerza,
cada vez con más fuerza.

~145~
Patricia Matthews Amor Pagano

Capítulo 10

Decidido a ignorar a Liliha, David se zambulló en la música.


Algunas mujeres, ofendidas por su casi total desnudez, rechazaron sus
invitaciones a bailar; pero por cada una que rehusaba, otras aceptaban, así que
bastantes mujeres sonrojadas y alegres bailaron en sus brazos.
Una murmuró a su oído.
—¡Señor, es muy atrevido de su parte venir aquí ataviado de ese modo!
El respondió:
—Señora, piénselo... podrá decir a sus hijos que cierta vez bailó, a la vista de un
centenar de personas, con un hombre casi desnudo.
Otra preguntó acerca de su identidad,y David contestó:
—Ese es mi secreto, señora.
—Pero lo sabremos a medianoche. ¿Por qué no me lo dice ahora?
—A medianoche, señora, me desvaneceré como una bocanada de humo y nadie
sabrá jamás quién soy. David se proponía hacer precisamente eso. Mientras un
hombre se mantuviese en el anonimato, podía divertirse con las murmuraciones
escandalizadas, pero sabía que sentiria de distinto modo cuando todos supieran que
era David Trevelyan, un David Trevelyan casi desnudo. Además, ello avergonzaría a
Liliha.
A pesar de la decisión de ignorarla, la mirada de David se volvía constantemente
hacia ella. Parecía que se divertía muchísimo. Al final de cada baile, los ardientes
jóvenes se agrupaban alrededor de Liliha y le pedían la pieza siguiente.
Vio que ella salía poco antes de medianoche. David se disculpó con su pareja, y se
separó de los brazos de la mujer.
La mujer con quien había estado bailando aferró el brazo de David.
—Señor, es grosero de su parte abandonar a una dama en mitad de una danza.
¿Qué pensarán todos?
El se volvió y la miró. Era una pelirroja disfrazada de criada, con un escote tan
acentuado que su amplio busto amenazaba liberarse de la pechera.

~146~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Lo siento, señora. Necesito el aire de la noche. Trató de separar de su brazo la


mano de la mujer.
Los dedos femeninos se hundieron como espolones en el brazo de David.
—Yo también deseo el aire de la noche. Lo acompañaré.
—No —dijo él con firmeza—. Deseo estar solo.
Apartó la mano de la mujer y caminó hacia las pue¬tas por donde había salido
Liliha.
Cuando estuvo afuera, no la vio. Permaneció un momento en el balcón, un tanto
confundido. ¿Quizá había regresado al salón? Cuando ya se volvía hacia las puertas,
apareció Dick Bird.
—Dick, ¿has visto regresar a Liliha?
—No, pensé que estaba aquí. La vi salir, y después tú la seguiste...
Un grito ahogado cubrió las últimas palabras de Dick; provenía de los setos del
laberinto.
David entró inmediatamente en acción, y corrió a la mayor velocidad posible; Dick
lo siguió sin vacilar. Ambos descendieron la escalera y entraron en el laberinto. En el
primer recodo David se detuvo y miró deprisa a ambos lados. No vio nada. Alzó una
mano para pedir silencio y escuchó atentamente. Oyó ruidos de lucha a la izquierda.
—¡Por aquí!
Cuando llegaron a la esquina, David presenció una escena impresionante. A la luz
del farol tres figuras se debatían en mortal combate. Cuando las figuras se separaron
un instante, David pudo ver que la del medio era Liliha, y durante un momento la
luz iluminó de lleno el cordel alrededor de su cuello, un cordel sostenido por una
figura alta disfrazada de pirata.
En ese instante, el cuerpo de Liliha se curvaba como un arco. Con un rugido de
cólera David atravesó el pequeño claro. Advirtió que el hombre más bajo le dirigía
una mirada de sobresalto. Después, descargó el puño en la cabeza del pirata más
alto. El hombre emitió un gruñido de dolor, y sus manos soltaron el cordel.
Retrocedió un paso y David lo siguió implacable. Con un golpe salvaje derribó al
hombre, y cuando vio que ya no se movía, miró alrededor, aturdido, y advirtió que
Dick se había arrodillado al lado de la figura caída de Liliha.
Se acercó rápidamente a ellos y dobló una rodilla.
— ¿Está gravemente herida?
Liliha se movió, y abrió los ojos.
—Yo... —Se llevó las manos al cuello y se le contrajo el rostro en un gesto de dolor.

~147~
Patricia Matthews Amor Pagano

David apartó suavemente las manos de la joven y vio una fina línea de sangre
alrededor del cuello, donde la tensa cuerda había quebrado la piel.
—No es muy grave. Pero si no hubiese intervenido a tiempo... —Volvió los ojos
hacia el hombre caído— ¡ Un asesino! ¡Debí matarlo mientras estaba en eso!
—El más bajo huyó —dijo Dick—. Mientras yo atendía a Liliha desapareció entre
los setos.
David dijo con gesto sombrío:
—Bien, tenemos al que apretaba la cuerda, y me ocuparé de que pague caro lo que
intentó hacer.
El grito de Liliha y los ruidos de lucha habían atraído la atención de los invitados,
que ahora salían de la casa y se internaban en el laberinto. Y finalmente llegó lady
Anne, que imperiosamente ordenó a los huéspedes que se apartasen del camino.
Apoyada en el bastón, con el rostro pálido, miró a Liliha. Su voz tembló al hablar.
—David, ¿qué ha ocurrido aquí?
David se incorporó.
— ¡Liliha fue atacada! Ese canalla, el que esta ahi —hizo un gesto en dirección a la
figura del pirata caído— intentó estrangularla.
—¿Quién es ese canalla? —preguntó lady Anne—. David, arráncale la máscara.
Liliha se sentó con cierta dificultad.
—Abuela, no deberías estar aquí.
—Muchacha, no te preocupes. Estoy bien. David, haz lo que te pido. Quita la
máscara a este asesino.
David se acercó al hombre caído en el suelo, arrancó la máscara y la barba postiza,
y miró el rostro pálido y laxo de Maurice Etheredge.
— ¡Maurice! —exclamó lady Anne. Se había inclinado al lado de David, y buscó el
apoyo del brazo del joven. —¡Dios mío, mi propio sobrino! Debí imaginarlo.
¡Naturalmente! Así se explican los anteriores ataques. —Tenía el rostro escarlata de
cólera. En ese momento Maurice comenzó a moverse.—David, ¿traerás a este hombre
a la sala? Dick, ayude a entrar a Liliha. —Miró a los invitados y dijo en voz alta—
Discúlpenme, queridos amigos. Este trágico episodio significa el final de la fiesta. Mi
nieta no puede continuar, y yo no estoy de humor. Abrigo la esperanza de que todos
comprenderán y perdonarán. Quizá, si las circunstancias lo permiten, muy pronto
vuelva a invitarlos.
En la sala, la pálida y conmovida lady Anne se recostó en el diván, mientras Liliha,
cuyo cuello había sido atendido, se sentaba cerca. David aferraba firmemente al
atemorizado Maurice, y Dick vigilaba la puerta.

~148~
Patricia Matthews Amor Pagano

Lady Anne golpeó el suelo con el bastón y dijo con una expresión sombría:
—Ahora, sobrino, quiero que digas la verdad.
Las palabras de Maurice fueron pronunciadas con sonidos casi ininteligibles.
—Fue el plan de Asa Rudd, yo no quería, pero él me obligó...
— ¡He dicho que no aceptaba mentiras! De modo que Asa Rudd está
comprometido en esto, ¿eh? Hubiera debido imaginarlo. Lamento el día que lo
contraté. Pero tú, un hombre de mi propia sangre. Creo que sé lo que había en tu
mente... —Se inclinó hacia adelante.— Creíste que yo estaba al borde de la muerte y
que la propiedad Montjoy sería tuya. Después, apareció Liliha. Conspiraste con ese
asesino a quien David mató y quisiste asesinar a mi nieta. Cuando fracasaste en eso
intentaste desposarla. Un nuevo fracaso, y esta noche quisiste resolver
definitivamente el problema. ¿Esa es la verdad, sobrino? —El bastón golpeó el
suelo.— ¡No mientas otra vez, porque lo lamentarás!
Maurice retrocedió ante la fiera mirada de la anciana. Dijo con expresión hosca:
— ¡Sí! —Miró enfurecido a Liliha.— ¡La fortuna me pertenece y así estaban las
cosas hasta que apareció esta perra!
David levantó una mano para golpearlo, y Maurice se apartó.
—Sobrino, la propiedad Montjoy no te pertenece—dijo lady Anne—. Quizá habría
sido tuya, pero ahora no, porque has demostrado ser un villano. Ordenaré llamar a
mi abogado, mañana mismo, y nos ocuparemos de que jamás recibas un chelín de mi
fortuna... al margen del destino que Liliha y yo corramos.
Maurice se pasó la lengua por los labios, y miró alrededor furtivamente.
—Tía, ¿qué será de mí?
— ¡No me llames tía! —El bastón golpeó de nuevo el suelo.— Ya no nos une
ningún parentesco. Debería entregarte a las autoridades, y que te ahorcaran por lo
que intentaste hacer; y lo haría, si no fuese por el escándalo. Después de todo, hay
que tener en cuenta los sentimientos de tu pobre madre. Creo que sufrirá bastante
sabiendo que tu absurda conducta ha determinado que yo te desherede. ¡Y ahora,
fuera de aquí! No quiero verte nunca más. —Movió el bastón.— Si vuelves a
acercarte a esta casa, me ocuparé de que sufras el castigo que impone la ley.
¡Márchate!
Maurice avanzó hacia la puerta, pero Dick le cortó el paso y dirigió una mirada a
David.
David dijo:
—Lady Anne, ¿está segura de que esa actitud es la mejor? Si este asesino atentó
contra la vida de Liliha, quizá haya nuevas agresiones.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Es demasiado cobarde, sobre todo ahora que conocemos su villanía. —Lady
Anne se recostó en el respaldo del diván y suspiró con expresión fatigada.— Dejadlo
ir. Envenena el aire que respira.
—Por favor, David —dijo Liliha con voz ahogada—. Esta noche ya hubo bastante
violencia.
David asintió de mala gana y Dick se apartó a un lado. Maurice salió disparado
por la puerta.
Lady Anne emitió un gemido de dolor. Un momento después Liliha estaba al lado
de la anciana.
—¿Qué ocurre, abuela?
—Esta noche ha sido muy dura para una anciana.—Lady Anne hablaba con voz
débil.— Dios mío, siento un dolor muy agudo en el corazón.
—David... —Liliha volvió el rostro hacia el joven. —Ordena a James que envíe un
hombre en busca del médico de la abuela.
—Iré yo mismo. Esta noche vine montado en Trueno. Así llegaré antes. —Se
volvió hacia la puerta, pero se detuvo un instante para quitarse la máscara. La dejó
en una mesita, con una sonrisa renuente, y miró su propio cuerpo.— Este atuendo es
razón suficiente para provocar mi detención. Con la máscara fácilmente podrían
considerarme un salteador de caminos.
Meneó la cabeza y salió. Dick se acercó al diván.
—Aunque no soy médico, inevitablemente he acumulado bastante experiencia en
una serie de dolencias durante mis viajes a países extranjeros.
Tomó el pulso de lady Anne, y después puso su oído al pecho de la anciana. Se
enderezó y dijo con leveza.
—El corazón está muy débil.
Lady Anne abrió los ojos.
—Soy una anciana, estúpido. ¿Esperaba oír el latido de una mujer de veinte años?
Niña... —buscó la mano de Liliha.— Di a James que me traiga una copa de coñac.
Liliha miró dubitativa a Dick Bird. El joven asintió.
—Ciertamente, no le hará daño. El alcohol mejorará su estado.
Liliha se acercó a la puerta y llamó a James. Cuando este apareció, la joven le
ordenó que trajese una botella de coñac. Lady Anne había cerrado nuevamente los
ojos, y yacía inmóvil, con el rostro muy pálido.

~150~
Patricia Matthews Amor Pagano

Liliha contuvo las lágrimas. Tuvo el firme presentimiento de la muerte inminente


de su abuela, y se sintió casi tan perdida y sola como durante el viaje en barco hacia
Inglaterra.
El médico personal de lady Anne, un individuo pomposo de vientre redondo y
mal aliento, confirmó los temores de Liliha.
—Joven —dijo—, su abuela está a las puertas de la muerte. Prepárese para lo peor.
El corazón ha estado decayendo durante años, y parece que la impresión suscitada
por lo que ocurrió esta noche lo ha debilitado irremediablemente.
Liliha dijo:
—Señor, ¿no puede hacer nada?
El médico tosió, y su mal aliento impregnó el ambiente.
—Joven, un médico no es un curandero. Si su abuela hubiese cumplido mis
instrucciones esto no habría ocurrido. Le dije que permaneciese en su dormitorio, y
que ni siquiera descendiese a la planta baja. No sólo desobedece mis instrucciones
sino que además —hizo un gesto desdeñoso—, ofrece una fiesta. Me parece que si
usted hubiese tenido presente el bienestar de la anciana, no le habría permitido
esforzarse así.
La miró con expresión desaprobadora.
Liliha dijo:
—La abuela tiene mucho carácter. Dudo de que hubiera podido disuadirla.
El profesional se encogió de hombros.
—Por lo tanto, ahora debe soportar las consecuencias de su locura.
Furiosa ante la pedantería del médico, Liliha contuvo una réplica acalorada y se
volvió hacia David. Estaba de pie en el corredor, frente a la puerta de lady Anne.
David y Liliha comenzaron a descender la escalera, y dejaron atrás al médico de
hosco ceño.
Después de llamar al médico, David había ido a su casa para vestirse
apropiadamente. Dick Bird había esperado el regreso de David a Montjoy Hall, y
después partió para Londres. Dijo a David:
—Creo que, en estas circunstancias, debes estar sólo con tu Liliha. Será mejor que
tú mismo reconquistes su confianza sin la presencia perturbadora de un tercero.
Ahora, mientras acompañaba a Liliha, David dudaba de que jamás pudiese
reconquistar la buena voluntad de la joven. Aunque ella no había aludido
nuevamente a la escena del balcón, se mostraba fría y distante con él. Por supuesto,
estaba muy conmovida, y la situación de lady Anne la inquietaba profundamente;
por eso mismo David no sabía muy bien cómo abordarla.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Liliha fue a la sala. Era la habitación de la casa donde se sentía más cómoda. Quizá
ello se debía a las plantas medio tropicales, o tal vez porque a esa hora, las tres de la
madrugada, era el lugar más cálido de la mansión, puesto que retenía el calor
acumulado durante el día.
La joven se volvió suspirando hacia David.
—Me siento impotente. La abuela se está muriendo y nada puedo hacer. Y me
considero culpable, porque sé que, hace apenas unas semanas, habría dado la
bienvenida a su desaparición... en efecto, eso habría significado que yo era libre, libre
de regresar a Maui.
—Consuélate con la idea de que diste felicidad a su vida durante todos estos
meses. Lady Anne estaba muriendose cuando tú llegaste. Si no hubiera sido por tu
presencia, probablemente hace mucho que habría fallecido. Tu le infundiste nueva
vida.
—David, ¿lo crees realmente?
—Sí, lo creo. —Abrió los brazos y esperó conteniendo el aliento. Después de una
brevísima vacilación, ella aceptó. Apoyó la cabeza en el pecho del joven, que le
acarició los cabellos.— Querida, cuentas con el amor de esta anciana. Y también con
el mío.
Después de un momento ella retrocedió y clavó la mirada en el rostro de David.
—David, la abuela exigió que le prometiese algo.
—¿Qué fue?
—Me obligó a prometer que a su muerte regresaría a las islas.
David la miró sobresaltado.
—Liliha, ¿te propones cumplir esa promesa?
Ella dijo con expresión grave:
—Eso dependerá de ti.
Lady Anne se debilitó gradualmente. Liliha veía con el corazón oprimido cómo la
anciana decaía inexorablemente, acostada en el enorme lecho. La joven tenía la
sensación de que la mujer ya había pasado al otro mundo, de modo que sólo restaba
su espectro. Yacía sin moverse, y comía muy poco. El médico la mantenía casi
constantemente en estado comatoso gracias al suministro casi permanente de
láudano.
Liliha pasaba la mayor parte del tiempo con su abuela; después del baile, no había
regresado a la cascada. David iba a visitarla todos los días, pero Liliha estaba tan
preocupada por la situación de lady Anne que disponía de escaso tiempo para él. El
propio David parecía bastante deprimido, y se hubiera dicho que estaba librando

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Patricia Matthews Amor Pagano

una batalla íntima. Varias veces Liliha lo miró y advirtió que David tenía los ojos fijos
en ella; y en esos ojos había una mirada que expresaba sufrimiento.
Hacia el cuarto día después de la fiesta, lady Anne reaccionó. Esa mañana le
habían dado una cucharada de láudano y desde entonces dormía profundamente.
Liliha estaba muy fatigada, y dormitaba en un sillón, cerca de la cama.
— ¿Niña?
No fue más que un murmullo, pero bastó para despertar a Liliha. Se inclinó hacia
adelante para tomar la mano de lady Anne. La sintió liviana como una pluma.
— ¿Sí, abuela? ¿Sufres? ¿Te doy una cucharada de medicina?
— ¡No! —La voz era más firme, y en los ojos había reaparecido parte del antiguo
fuego. Hizo un gesto con la mano.— Liliha, ayúdame, quiero sentarme.
Liliha la acomodó con varios gruesos almohadones detrás de la espalda y la
cabeza.
—Ese médico idiota... ¿ha estado dándome láudano?
—Abuela, dijo que debías descansar, y que el láudano alivia el dolor.
— ¡Bah! Estoy muriendome, niña, y no soy tan estúpida que no lo sepa.
— ¡No digas eso, abuela!
Lady Anne no hizo caso de la interrupción.
—Y me propongo morir con cierta dignidad, no con el seso aturdido por el
láudano. Liliha, quiero que me prometas... ¡No permitas que ese idiota me administre
más láudano!
Resignada, Liliha dijo:
—Lo prometo, abuela.
—La otra promesa que te arranqué hace unos días...
—La mano de lady Anne aferró la de Liliha, y lo hizo con fuerza sorprendente.—
¿Lo recuerdas?
—Lo recuerdo.
—Deseo que después de mi muerte regreses a tu isla. Me equivoqué cuando
ordené que te trajesen aquí. El otro día, cuando vino mi abogado y arreglé el
testamento, desheredé a Maurice, le informé acerca de todo esto. Se ocupara de la
administración de la propiedad, y arreglara con tigo todos los asuntos legales.
—Abuela, no deseo aceptar la propiedad —dijo Liliha con voz ahogada—.
Solamente quiero que sanes.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Debes aceptarla. Gástalo como te parezca mejor, pero no podré descansar en mi


tumba si pienso que ese perverso Maurice recibe un solo chelín. ¿También eso lo
prometes?
—Lo prometo.
— ¿Y regresarás a tu Maui?
Liliha pensó en David y en la observación que ella misma había formulado de que
su regreso a Maui dependía de él... una observación que aún no había obtenido
respuesta.
Dijo:
—Sí, abuela.
—Bien. —Lady Anne aflojó el apretón y volvió a hundirse en las almohadas. Con
los ojos cerrados dijo:
—De todos modos quiero decirte que has alegrado mucho el corazón de una
anciana. Sin ti, habría muerto siendo una vieja solitaria y amargada.
Liliha se puso de pie.
—Ahora debes descansar. Duerme, abuela. —Rozó con los labios la mejilla reseca
y hundida.
Lady Anne Montjoy murió mientras dormía, esa noche misma, y a la mañana
siguiente su doncella descubrió lo sucedido.
Mucha gente asistió al funeral de lady Anne, y algunos llegaban de lugares aún
más distantes que Londres. La enterraron en la cripta de la familia, construida en una
pequeña elevación, detrás de Montjoy Hall. Liliha lloró cuando se enteró del
fallecimiento de la abuela, pero ahora tenía los ojos secos y durante la ceremonia
fúnebre se sintió en una especie de limbo, indiferente a las miradas de curiosidad y
los murmullos de los muchos presentes.
David asistió con sus padres. David, apuesto y sombrío con su traje negro,
permaneció al lado de Liliha durante la ceremonia; por su parte, lord y lady
Trevelyan se sentaron a un lado. Liliha sabía por David que los padres habían
asistido a la fiesta, pero esa noche no había llegado a conocerlos, precisamente a
causa del desorden que siguió al atentado contra su vida. Lord Trevelyan, un hombre
ceñudo y formidable, ni una sola vez apartó de la joven pareja la mirada de
desaprobación.
Una vez concluidos los servicios, y cuando los asistentes comenzaban a retirarse,
David tocó el brazo de Liliha.
—Liliha, tenemos que hablar. ¿Crees que podrás hacerlo?
Ella lo miró.

~154~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Claro, David. ¿Vuelves conmigo a la casa?


El vaciló, y miró por encima del hombro.
—Ante todo quiero hablar con mis padres. Enseguida estaré contigo.
Ella asintió.
—Te esperaré en la sala. —Dicho esto, caminó hacia la casa.
David la miró un momento, y después cuadró los hombros y se acercó a sus
padres que esperaban. Por la actitud de lord Trevelyan comprendió que su padre
había adivinado la intimidad que lo unía con Liliha, y sentía desagrado.
David deseó con fervor que Dick Bird estuviese allí, pues su amigo siempre lo
alegraba; pero Dick le había dicho:
—No, David, no iré contigo al funeral de lady Anne. Simpaticé con Su Señoría lo
que duró nuestra brevísima relación, pero me opongo firmemente a los funerales.
Debemos celebrar la vida, no su fin. Y tu Liliha no simpatiza conmigo. Temo que mi
presencia no será bienvenida.
Cuando David se acercó a Charles Trevelyan dijo con voz ronca:
—No considero apropiado que mi hijo esté al lado de esa pagana. Debiste
acompañarnos. David, ¿cuál es tu relación con esa mujer? Ni siquiera sabía que la
conocías.
—La conozco muy bien, padre. Más aún, la amo.
—¿Qué? —La voz de lord Trevelyan fue un mugido, y varias personas se
volvieron para mirarlo. Moderó un poco su tono.— Escúchame, joven descarado. He
soportado tus aventuras, y tu madre siempre me ha dicho que con el tiempo
sentarías cabeza, ¡pero esto no lo toleraré! ¡Te prohibo mantener esa relación!
— ¿Lo prohibes, padre? —dijo fríamente David—. Ahora soy independiente, pues
hace mucho que llegué a la mayoría de edad. Amo a Liliha y me propongo...
— ¡Te propones nada! —La voz de lord Trevelyan fue como un latigazo.—
Escúchame. Si insistes en esta locura, te repudiaré. Más aún, te desheredaré. Haré
contigo lo que lord Montjoy hizo con su hijo William. ¡Afrontarás la vergüenza
pública!
Mary Trevelyan dijo con voz que intentaba calmar a su marido:
—Charles, te prevengo que es mejor que no formules amenazas apresuradas,
impulsadas por la cólera, porque acabarás lamentando tus propias palabras. —
Apoyó una mano en el brazo de su marido.
Lord Trevelyan apartó la mano de su esposa.

~155~
Patricia Matthews Amor Pagano

— ¡No lamentaré nada, señora! Escúchame, David. Si insistes en esta locura, te


pesará.
—Padre, haré lo que me parezca apropiado. —David temblaba a causa de su
propia cólera.— Si ella me acepta, desposaré a Liliha.
Lord Trevelyan vaciló, como si le hubieran asestado un golpe.
— ¡Casarte! No permitiré que tal vergüenza afecte al nombre y el honor de los
Trevelyan. ¡Jamás aprobaré esa unión!
—Me arreglaré perfectamente bien sin tu aprobación.
—David se volvió y comenzó a caminar hacia Montjoy Hall.
Lord Trevelyan gritó:
— ¡Nos ocuparemos de que no recibas un solo penique de nuestra fortuna!
Consciente de las miradas de curiosidad de los presentes, David inclinó la cabeza
y continuó caminando.
Ahora la región entera conocería lo que había entre Liliha y él. ¡Cómo hablarían
los murmuradores y los chismosos!
Encontró a Liliha esperándolo en la sala. Le pareció casi una extraña con su
vestido negro y el rostro pálido y sombrío.
Pero ella no vaciló en acercarse y abrazarlo. David la abrazó tiernamente, con el
corazón henchido de amor. Ella dijo con voz temblorosa:
—David, la extrañaré. Aunque la conocí muy poco tiempo, llegué a amarla.
—Lo sé, querida. Todos los que conocieron a lady Anne Montjoy la amaron. —
Dejó pasar un minuto antes de preguntar:
—Liliha, ¿qué harás ahora?
Ella se desprendió de los brazos de David y lo miró a los ojos.
—El día de su muerte la abuela me obligó a prometer que retornaría a Maui
después de su fallecimiento.
El la miró desalentado.
—Pero, ¿cómo puedes hacer eso? Eres la única heredera. Debes administrar esta
enorme propiedad. ¿No comprendes, Liliha? Ahora es tuya.
La joven se encogió de hombros.
—Éso me preocupa muy poco. La abuela impartió instrucciones a su abogado.
Después de mi partida, él se ocupará de la administración.
David la miró.

~156~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Hablas como si en efecto pensaras regresar.


—David, la decisión definitiva es tuya —dijo Liliha con voz suave. Le volvió la
espalda, y fijó la mirada en el establo.— Antes de conocerte, no habría vacilado en
regresar. Ahora me siento perdida entre mi amor por ti y el anhelo de volver a mi
patria. Si deseas que me quede, dímelo ahora...
—En efecto, quiero que te quedes aquí. ¡Bien lo sabes! — Avanzó un paso hacia
ella.— Pero...
— ¿Pero qué, David?
La joven se volvió para mirarlo.
—Hay algunos obstáculos y primero debemos superarlos.
— ¿Qué obstáculos?
—Mi padre... —Tragó saliva.— Querida, si te desposo, mi padre amenazó con
desheredarme.
—No veo que eso sea un obstáculo.
—Sin embargo, lo es. No tendré medios de vida. Mi padre a menudo me acusó de
ser un manirroto. En lo cual tiene razón. No domino ninguna profesión, ni tengo
conocimientos que me permitan ganar dinero. Así son las cosas en Inglaterra. Se
espera que el hijo de un lord administre la propiedad de la familia y se convierta en
miembro de la Cámara de los Lores. Si mi padre me repudia, no tendré nada.
—Aun así, no entiendo. Como tú misino dijiste, heredaré la fortuna de los
Montjoy. Si te casas conmigo, también será tuya.
— ¡Liliha, no podría aceptar que me mantuvieras!
—Pero, ¿por qué no? —Liliha estaba sinceramente asombrada.— En Maui poco
nos importa la riqueza, pues apenas la necesitamos, pero cuando una mujer se casa,
sus bienes mundanos pertenecen también al hombre elegido.
—Un auténtico caballero no vive de los recursos de su esposa —dijo él con
sequedad.
— ¡Pero David, eso es absurdo! Todo esto... —Hizo un gesto con la mano.— No
me importa en absoluto. Y lady Anne me dijo que en Inglaterra muchos hombres se
casan por dinero, exactamente como quiso hacer Maurice conmigo.
—Por desgracia, eso es bastante frecuente, pero esos hombres son sinvergüenzas,
individuos sin principios. Yo no puedo hacer eso.
—Entonces, renunciaremos a todo. Estoy segura de que podremos arreglarnos.
Necesito poco. Sólo necesito tu amor, David. Podríamos viajar a Maui. Allí te darían

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Patricia Matthews Amor Pagano

la bienvenida, y no te mirarían con malos ojos porque eres pobre. Mi padre hizo
precisamente eso.
—Entonces, ¿querrías que me convirtiera en un vagabundo de las playas, como
William Montjoy?
Liliha irguió orgullosamente la cabeza.
— ¡Mi padre fue un hombre excelente!
—Estoy seguro de que así era, Liliha. Te ruego me perdones. No quise mostrarme
despectivo. —Respiró hondo.— Liliha... todo lo que pido es un poco de tiempo.
Estoy seguro de que podré convencer a mi padre de que apruebe nuestra boda.
—No me casaré con tu padre, David. Y poco me importa su opinión.
— ¡Pero a mí sí me importa! —exclamó David—. No puedo proceder de otro
modo. En Inglaterra respetamos a nuestros padres.
—En Maui también reverenciamos a la madre y al padre. Y sin embargo, mi
madre no se opondría si yo eligiese a un hombre que no tiene sangre real —dijo
Liliha—. ¿Por qué tu padre se opone a mí? Yo tengo sangre real.
—Pero no se te considera así en Inglaterra, ¿entiendes? —dijo David, y después
pensó que hubiera sido mejor morderse la lengua.
—Entiendo —dijo ella fríamente—. Sí, comprendo. Aquí me creen una salvaje.
¿Esa es la verdad, David? Quizá quien se opone no es tu padre, sino tú.
—Eso no es cierto. Y tú lo sabes.
—No, no lo sé.
—No debí decir lo que dije —observó deprimido David—. Perdóname, Liliha.
Pero ella no estaba dispuesta a perdonar.
—David, creo que ahora deberías marcharte.
—Está bien, me iré. Pero te ruego que no hagas nada apresurado. Dame tiempo
para convencer a mi padre.
—Consideraré tu propuesta. Es todo lo que puedo prometer.
David pronto comprendió que era inútil discutir con Charles Trevelyan. La
discusión se prolongó dos días con sus noches, y el único resultado fue que lord
Trevelyan se afirmó cada vez más en sus conclusiones.
En la tarde del tercer día David se sentó frente a la mesa de la terraza, con su
madre, mientras lord Trevelyan se paseaba de un extremo a otro como un
paquidermo enfurecido. David estaba harto del asunto, y completamente disgustado
consigo mismo porque había accedido a mantener esa discusión.

~158~
Patricia Matthews Amor Pagano

No había visto a Liliha desde el día del funeral de lady Anne, y un sentimiento de
urgencia de pronto lo dominó. Se irguió en el asiento.
—Padre, esto no nos lleva a ninguna parte, y ya estoy cansado de discutir.
Lord Trevelyan volvió hacia su hijo el rostro enrojecido.
—Ah, ¿al fin comprendes lo absurda que es tu actitud?
—No, comprendo que es absurdo discutir contigo el problema. Jamás entenderás
lo que vale Liliha. Eres un hombre mezquino, con una mente estrecha y yo me estoy
rebajando a tu nivel cuando mantengo esta discusión.
Lord Trevelyan quedó mudo de asombro. Sólo pudo mirar fijamente a su hijo con
la boca abierta.
La madre dijo:
—David, debes mostrarte más respetuoso con tu padre.
— ¿Más respetuoso, madre? No lo creo. Me debo a mí mismo más respeto. No soy
un niño quejica que debe obtener el permiso de su padre para casarse. Soy un
hombre adulto y hace mucho que me comporto como tal. —Se puso de pie.— Iré
inmediatamente a Montjoy Hall para rogar a Liliha me perdone esta demora
injustificada. Nuevamente le declararé mi amor, y me propongo desposarla si ella me
acepta.
—Si haces eso, David, serás desterrado de esta casa. ¡Jamás daré la bienvenida en
mi casa a esa mestiza! —Ahora, lord Trevelyan gritaba.
—Puedes repudiarme, si así lo deseas —dijo tranquilamente David—. No lo
lamentaré demasiado. Y dudo que Liliha se preocupe si le impides entrar en la
residencia Trevelyan. —Inclinó la cabeza hacia su madre.— Adiós, madre.
Mary Trevelyan dijo compungida:
—Te deseo suerte, hijo mío. Yo siempre daré la bienvenida a tu Liliha.
—No hará tal cosa, señora —rugió Charles Trevelyan—. Me ocuparé de ello.
—Oh, cállate Charles —dijo ella contrariada—. Estás haciendo el papel del tonto.
David ya caminaba hacia la casa. Su padre le habló a gritos. El joven no le hizo
caso y continuó su camino. Ensilló a Trueno y cabalgó fuera de la casa; ahora se
sentía impaciente. El sentido de urgencia lo apremiaba. Obligó a Trueno a galopar
hasta Montjoy Hall. El animal estaba casi agotado cuando David llegó a la mansión.
James contestó a la puerta. David dijo:
—Vengo a ver a Liliha.
—Señor, la señorita Montjoy no está —dijo altivamente James.

~159~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Entonces la esperaré.
David intentó entrar, pero el mayordomo no le cortó el paso.
—Señor, me temo que será una espera muy larga —dijo secamente James—. La
señorita embarcó en una nave que esta mañana salió del puerto de Londres en
dirección al país natal de la señorita.
—¡Pero eso es imposible! —David sintió que su cor¬zón era un bloque de hielo en
el pecho.— ¿Se marchó definitivamente?
—Eso me temo, señor.
—Seguramente dejó un mensaje para mí—dijo esperanzado David.
—No, señor. No hay mensaje.

~160~
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Capítulo 11

La vida de Hana había cambiado drásticamente después de la brusca desaparición


de Liliha.
Akaki había gobernado, pero había sido un régimen inestable. Muchos hombres
no miraban con buenos ojos que Akaki se convirtiera en la alii-nui, pues algunos
creían que el hecho de que una mujer gobernara atraía la cólera de los dioses.
Al principio esta actitud se había expresado únicamente en ciertos murmullos de
descontento. Después, Lopaka abandonó el santuario y se perdió en la jungla que
bordeaba la costa. Pronto comenzaron a difundirse rumores en el sentido de que
estaba reclutando hombres para atacar Hana. Uno por uno los descontentos más
agresivos comenzaron a abandonar la aldea para unirse a Lopaka.
Akaki hizo todo lo posible para convencer a los hombres de la aldea de que les
convenía mantenerse fieles a ella misma. Explicó que Lopaka era un hombre
perverso, cuyo propósito era la destrucción de Hana y de todos los habitantes que
estorbaran sus planes. La mayoría de los hombres la escucharon, pero algunos
adoptaron una actitud diferente.
Akaki ya sabía que Lopaka había participado en la desaparición de Liliha, y por
eso mismo su odio a ese hombre casi la obsesionaba.
Casi un año había pasado desde que Lopaka saliera del santuario, y aunque
todavía no había desencadenado su ataque a Hana, de hecho la aldea estaba sitiada.
Los aldeanos que viajaban hacia el sur, a lo largo de la costa, corrían peligro de caer
en emboscadas tendidas por guerreros de Lopaka; y más recientemente, los hombres
que se dirigían en dirección contraria, hacia Lahaina, también habían sido atacados.
Ahora, el único modo seguro de llegar a Lahaina era viajar en canoa, por mar, y
corrían rumores en el sentido de que los merodeadores de Lopaka también vigilaban
el mar y se desplazaban frente a la costa en sus propias canoas.
Akaki sabía que Lopaka hacía tiempo hasta que llegara el momento de disponer
de una fuerza tan considerable que pudiese atacar con éxito Hana. Akaki poco podía
hacer para modificar la situación; a lo sumo, podía exhortar a los aldeanos a
prepararse mejor para afrontar el ataque. Pero la mayoría de sus avisos eran
recibidos con indiferencia; de todos modos, ella había logrado que los hombres

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Patricia Matthews Amor Pagano

construyesen un alto muro alrededor de la propia aldea. Era usual que los nativos
levantasen muros que limitaban las pequeñas aldeas, las granjas y los heisus, es
decir, los templos. Sin embargo, este muro era mucho más alto que lo normal, y
Akaki había encomendado a una serie de hombres la tarea de patrullarlo. De todos
modos, si no se contaba con el apoyo sincero de los guerreros de Hana, el ataque de
una fuerza enemiga ocuparía la aldea sin mucha dificultad.
—Nahi, los hombres no me toman en serio —dijo Akaki una tarde en la choza de
Nahi—. No creen en la amenaza de Lopaka. Sé que cuando no los veo se ríen de mí.
Se ríen y murmuran: "Akaki es una vieja que teme a las sombras." —Suspiró.— No
respetan el gobierno de una mujer.
—Akaki, quizá no te respetan tanto como deberían hacerlo —dijo Nahi. Había
envejecido en el último año, y estaba tan enfermo que rara vez salía de su choza. —
Están confundidos y no les agrada la abolición de los antiguos kapus.
El rey Kamehameha había fallecido durante la ausencia de Liliha. El nuevo moi,
llamado Liholiho, exhortado por Kha—ahumamu, la favorita del finado rey
Kamehameha, había ordenado que los sacerdotes y los jefes de las familias quemasen
las imágenes simbólicas de las tribus, los clanes y la familia, y la orden se había
cumplido en todos los lugares públicos y privados.
Pero aún más inquietante era el hecho de que el nuevo rey había abolido los kapus
que influían sobre los alimentos y la condición de las mujeres. Hasta donde los
isleños podían recordar, las mujeres y los niños estaban obligados a comer apartados
de los hombres, y las mujeres que menstruaban estaban aisladas de los hombres.
Akaki aprobaba las nuevas normas, pero se veía obligada a reconocer que habían
sido impuestas con bastante brusquedad.
Ahora, ni los hombres ni las mujeres ni los niños sabían a qué atenerse en relación
con el orden, la jerarquía o la autoridad de la casa. Los isleños no sabían quiénes eran
sus jefes y Akaki comprendía que era natural que los molestase el gobierno de una
mujer, y sobre todo de una mujer que había asumido la jefatura incluso antes de la
abolición de los kapus.
Nahi continuó diciendo:
—Necesitarán tiempo para habituarse a las nuevas costumbres. Además, se
acostumbraron demasiado a la paz y olvidaron las virtudes guerreras. No desean
creer que Lopaka los amenaza.
—Es necesario obligarlos a creer —dijo desesperadamente Akaki—. Si no resisten,
Lopaka arrasará la aldea como una terrible tormenta venida del mar, y matará a
todos los que se crucen en su camino. Y no se satisfará sólo con Maui. Conozco bien a
ese individuo tan perverso. Su propósito es convertirse en rey de todas las islas.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Hana será sólo el comienzo. Si no lo detenemos aquí, la sangre correrá como agua en
todas las islas.
—Quizá tienes razón. —Nahi se pasó una mano fatigada sobre el rostro pálido. —
Pero un pez que ha nadado en un lago sereno toda su vida no teme al tiburón asesino
hasta que es demasiado tarde.
—Tienes que ayudarme a convencerlos. —Akaki tomó entre sus manos la de Nahi.
—Lo intentaré, pero soy viejo y estoy cerca de la muerte. Tal vez se rían también
de mí. —Quizá —vaciló—... quizá debamos dar la bienvenida a los misioneros
blancos que ahora están en Lahaina. Afirman que su dios es el dios de la paz. Tal vez
si les permitimos entrar en Hana podrán detener a Lopaka. Y si él se convierte a esa
religión, es posible que elija el camino de la paz.
Akaki rezongó:
— ¿Qué pueden hacer ellos que no pueda hacer el hombre Jaggar? Este sacerdote
blanco ayudó a Lopaka a matar a Koa y a secuestrar a Liliha. Oí decir que este
sacerdote del dios del hombre blanco ahora ayuda a Lopaka en su refugio secreto.
—Quizá el es kapu entre los misioneros blancos, lo mismo que Lopaka para el
pueblo de Hana. A mis oídos llegaron rumores que afirman que los misioneros que
llegan a Lahaina están imponiendo allí un nuevo orden. Enseñan a los habitantes,
curan sus enfermedades y les explican el modo de gobernar y ordenar sus hogares.
—De todos modos, les enseñan un modo diferente, el modo del hombre blanco —
dijo Akaki—. Obligan a nuestra gente a vestirse, y enseñan que sus cuerpos son
motivo de vergüenza. Ese gran dios blanco mira con malos ojos las alegrías de la
vida. Tienen mucho más kapus que nuestros antiguos dioses, y los isleños están
atemorizados por la amenaza del castigo eterno. No, Nahi, mientras yo sea alii-nui de
Hana no se los recibirá bien aquí. Si vienen, gobernarán a nuestro pueblo, y éste
jamás podrá gozar de la vida.
—Pero quizá si vienen se opongan a Lopaka —dijo esperanzado Nahi—.
Podríamos aprovecharlos para rechazar a Lopaka. Una vez logrado eso, cerraríamos
nuestros hogares y evitaríamos que nuestras familias los escuchen.
—No creo que eso sea posible. Nahi, nuestros dioses me hablaron. Si permitimos
la entrada de los sacerdotes blancos, jamás nos libraremos de ellos. No, no deben
venir aquí.
—Entonces, ¿qué harás con respecto a Lopaka?
—Nos defenderemos cuando llegue aquí. Conseguiré que los hombres se
organicen para pelear por la aldea.
—Se puso de pie y su figura de elevada estatura se inclinó sobre el anciano.
Con voz suave dijo:

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Ahora descansa, Nahi. No debí traerte mis problemas, pero eres el único a quien
puedo pedir consejo.
Nahi había vuelto a acostarse en su estera. Con voz débil dijo:
—Amiga mía, si yo fuera un hombre entero para combatir a tu lado...
Su voz se apagó y ya estaba dormido cuando Akaki salió.
El sol, un disco de vivo color, descendía detrás de Haleakala. Como acostumbraba
a hacer desde el día que Liliha había sido arrancada de Maui en el velero, Akaki
descendió a la playa y se sentó en la arena. Su mirada recorrió el mar abierto, en la
permanente búsqueda de las velas que podían significar el regreso de su hija. Akaki
no había renunciado; en el fondo del corazón sentía que Liliha regresaría y no había
permitido que el lento transcurrir de los días amortiguara su esperanza.
Cerró los ojos y entonó una plegaria a los dioses de Hana pidiéndoles el regreso de
su hija.
Pero el retorno de Liliha a Maui no sería anunciado por las velas desplegadas en el
horizonte.
Al anochecer, diez días después de su conversación con Nahi, Akaki mantenía su
vigilia en la playa cuado oyó el sonido de los tambores. Su oído no era tan agudo
como en otro tiempo y no pudo entender el mensaje, pero percibió la urgencia de la
llamada. Temiendo que fuese la advertencia de un ataque inminente por Lopaka, ya
se ponía torpemente de pie cuando un aldeano se acercó deprisa.
Sin aliento, con una ancha sonrisa en el rostro, el hombre transmitió el mensaje:
— ¡Liliha regresó a Maui!
— ¿Dónde? —En un gesto involuntario Akaki miró hacia el mar.
—No está aquí, aún no llegó a Hana. ¡Los tambores hablan de la llegada a
Lahaina! —El aldeano comenzó a alejarse, y dijo por encima del hombro:
—Difundiré la buena nueva.
Después de que el hombre desapareciera, Akaki volvió el rostro hacia Haleakala y
murmuró una plegaria de agradecimiento.
El mensaje trasmitido por los tambores alcanzó a Lopaka en el valle que era su
escondrijo, al sur de Hana.
Con los brazos cruzados, miró primero a Asa Rudd y después a Isaac Jaggar.
Contempló malévolo a Rudd.
— De modo que Liliha ha regresado. Me mentiste, Asa Rudd. ¡Me dijiste que la
habías enviado a la patria de su padre blanco y que allí había muerto!
Rudd retrocedió un paso:

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—Caramba, Lopaka, creí que había muerto. Lo juro. La última vez que la vi,
Maurice Etheredge estaba estrangulándola. ¿Es posible que los tambores se
equivoquen?
—Los tambores nunca se equivocan. —Lopaka volvió la mirada hostil hacia Isaac
Jaggar.— ¿Qué piensas, sacerdote blanco?
—Liliha, la hija del pecado, no debe gobernar Hana—canturreó Isaac Jaggar—.
Lopaka, ella corromperá a tu pueblo.
—Eso no ocurrirá jamás. Yo me ocuparé de impedirlo —dijo ásperamente
Lopaka—. Liliha nunca gobernará Hana.
Se apartó de los dos hombres y abandonó el pequeño claro donde habían instalado
el campamento. Ascendió por el accidentado sendero que permitía salir del valle.
Llegó a la cima, y caminó hacia el promontorio que dominaba el mar. Allá abajo, la
marejada se rompía espumosa e irritada contra las rocas.
Con los brazos cruzados sobre el ancho pecho, Lopaka miró impasible el mar. De
nuevo reflexionó acerca de la conveniencia de mantener a los dos blancos. Asa Rudd
era un cobarde, y a juicio de Lopaka, el pastor Isaac Jaggar estaba loco, obsesionado
por la idea de convertir al pueblo de Hana a la religión del hombre blanco. Pero
Lopaka era un hombre previsor, y si su grandioso plan de conquistar todas las islas
se realizaba, era evidente que más tarde o más temprano tendría que tratar con el
blanco. Tener a dos blancos de su lado ahora le ofrecía la oportunidad de
familiarizarse con el pensamiento de esos individuos tan distintos y con sus
costumbres extrañas. De ese modo estaría mejor preparado para lidiar con otros de la
misma raza.
Incluso en el aislamiento del valle donde organizaba lentamente su ejército,
Lopaka estaba enterado de lo que ocurría en el resto de Maui, y también en las demás
islas. Sabía que habían llegado muchos misioneros blancos a Lahaina. Llegaría el
momento en que tendría que afrontarlos. Precisamente por eso Issac Jaggar sería
valioso. En cuanto a Rudd regresó a Maui, fue directamente a ver a Lopaka y le rogó
que le permitiese unir sus fuerzas a las del jefe indígena. Lopaka al principio se
mostró renuente, y al fin, consintió; si Asa Rudd dejaba de serle útil, no tendría el
más mínimo escrúpulo en matarlo.
Pero primero debía ocuparse de Liliha...
Pronto sería tan fuerte que podría desencademar el ataque contra Hana. Lopaka
tenía espías en la aldea y sabía que Akaki no era una jefa popular. Pero Liliha podía
modificar la situación, era joven, bella, y valerosa, y podía agrupar alrededor de sí a
los aldeanos.
Jamás debía llegar viva a Hana.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Después de realizar diferentes gestiones para regresar a Maui, Liliha comprobó


que el único barco que partía inmediatamente para las Islas Sandwich era un
ballenero de Lahaina, en Maui, y Liliha se consideró afortunada cuando consiguió un
pequeño camarote.
Este viaje, de Londres a Lahaina, fue muy distinto del que había realizado en
Inglaterra con Asa Rudd. Por una parte, el camarote de Liliha era lujoso comparado
con la jaula que había ocupado en el primer barco, y además era libre de ir y venir a
su antojo. Su comida, servida en el compartimento era sencilla pero nutritiva.
Pese a su impaciencia por regresar, Liliha gozó del largo viaje. Incluso los mareos
ocasionales, y una fiera tormenta que debieron afrontar no la molestaron demasiado.
Cada vez que el movimiento de la nave la mareaba, se consolaba pensando que se
acortaba la distancia que la separaba de Maui.
Lo único que no le agradó fue el retraso de una semana durante el viaje. La nave
encontró un grupo de ballenas, y el capitán decidió matar el mayor número posible
de animales. El navio era nuevo, y realizaba su viaje de bautizo a las pesquerías
descubiertas recientemente en los Mares del Sur.
Durante una semana el barco persiguió a las ballenas. Todos los días los arponeros
salían en sus botes y retornaban con las enormes ballenas que flotaban detrás; el agua
se teñía de rojo con la sangre de los mamíferos muertos y moribundos.
Después, izaban a cubierta las ballenas y los hombres comenzaban a trabajar en
los animales. Todos los marineros estaban armados con cuchillos; la cubierta se
convertía en una pista resbaladiza a causa de la sangre. El hedor era terrible.
Al segundo día de la matanza Liliha vio al capitán del barco. Se acercó a él.
—Señor, ¿esto es necesario? ¡Es un espectáculo repugnante!
El capitán, un escocés rudo y barbado dijo:
—Señora, este es nuestro trabajo.
— ¡Pero parece una matanza tan insensata! Esas pobres criaturas... y mire eso, los
hombres arrojan al mar gran parte del cuerpo de la ballena.
—Oh, señora, no conservamos lo que no podemos vender. El esperma se convierte
en aceite para las lámparas que se consume en el mundo entero. Excepto los huesos,
nada podemos hacer con el resto de la criatura.
—En Hana pescamos, pero sólo para comer, para llenar el estómago. Sólo se
arrojan las espinas, y no siempre. ¡Esto es criminal!
Imperturbable, el capitán dijo:
— Joven, nosotros no arrojamos los huesos. —Sonrió agriamente.—Los huesos
gozan de mucha demanda para fabricar corsés de señoras.

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Patricia Matthews Amor Pagano

— ¡Señor, pagué mi pasaje a Maui! —dijo ella irritada—. No pagué el pasaje para
perder tiempo aquí mientras ustedes matan ballenas. ¡Capitán, exijo que continúe el
viaje inmediatamente!
— Señora, no haré tal cosa mientras sigamos a la vista de este grupo de ballenas —
dijo secamente el capitán—. Mi nave es un buque ballenero, y en general, no lleva
pasajeros. Si la aceptamos fue sólo porque se trata del viaje inaugural. La tripulación
y el barco son nuevos y necesitan practicar. Sí, nuestro trabajo es la pesca de ballenas
y nada nos aparta de eso. Si usted es tan delicada, le sugiero —agregó con una
sonrisa— que permanezca en su camarote hasta que reanudemos el viaje hasta las
islas.
Pese a su desagrado, Liliha aceptó la sugerencia, y permaneció en su
compartimento hasta que la nave desplegó de nuevo las velas; los marineros lavaron
la cubierta, y limpiaron los restos de sangre y huesos de las ballenas. Cuando al fin
Liliha retornó a cubierta no había signos de lo que habían hecho allí durante la
semana precedente. Pero a veces se elevaban olores desagradables de la bodega
donde se había acumulado el aceite de las ballenas.
Además de su disgusto ante la matanza, Liliha estaba irritada por la demora. Se
sentía fatigada de pasar tanto tiempo en el mar y ansiaba ver tierra, ver nuevamente
a su amada isla de Maui. Todas las tardes permanecía largo rato en cubierta, mirando
hacia el oeste, mientras el sol descendía en el horizonte.
Finalmente, su vigilia se vio recompensada. Apareció la primera de la larga
cadena de islas. Después un promontorio oscuro en el horizonte; cuando a la mañana
siguiente subió a cubierta, apenas se puso el sol, la isla se extendía verde y lujuriosa a
la izquierda. La nave pasó a pocos kilómetros de la isla, pero no entró en la bahía.
Liliha se alegró de que la primera escala de la nave fuese Lahaina, y mentalmente
agradeció el carácter firme del capitán. Aunque la nave ya tenía poca agua dulce y
escasos alimentos, el capitán había seguido imperturbablemente el curso fijado de
antemano.
Reinaba un tiempo cálido cuando entraron en el puerto de Lahama. Durante unos
días habían navegado lentamente, impulsados por una brisa balsámica tan grata para
Liliha después de su larga permanencia en el clima frío de un país extranjero.
Experimentó la firme tentación de quitarse las incómodas prendas de una dama
inglesa, y regresar a la isla vistiendo solamente un kapa.
Mientras el bote la llevaba a la orilla, Liliha miraba ansiosa alrededor. La
impresionó el cambio sufrido por Lahaina. Por supuesto, habían pasado más de tres
años desde la última vez que viera la aldea y el puerto, pues cuando la secuestraron
hacía más de un aflo que no visitaba el sitio. Entonces no era más que una aldea
somnolienta con chozas comunes, y aquí y allá un barco extranjero anclado.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Ahora, el puerto estaba atestado de barcos balleneros de altos mástiles, y Liliha


podía ver estructuras de madera en la costa: las casas del hombre blanco.
El desaliento de Liliha se acentuó cuando pisó tierra firme. Vio a muchos blancos
en el puerto, y la mayoría eran hombres de aspecto rudo, barbados y vestidos como
la mayoría de los marineros. Había una desconcertante mezcla de razas, y alrededor
se hablaban lenguas que ella no conocía. Pocos minutos después vio una misión
religiosa de dos pisos, e incluso un hotel para los tripulantes de los balleneros.
Experimentó un sentimiento de depresión. Lahaina le pareció tan extraña, como
en otro momento Londres. ¿Era posible que también Hana hubiese cambiado
durante su ausencia? Ansiaba llegar allí cuanto antes.
Pero primero fue a visitar a un primo de Akaki; deseaba tener noticias de Hana.
Lo que oyó la inquietó mucho. Había pensado dirigirse a Hana ese mismo día, y
hacerlo por tierra. Pero el primo llamado Moki, le acón sejó que no hiciera tal cosa. Le
informó que Lopaka tenía prácticamente sitiada la aldea de Hana.
—Sería muy peligroso para ti, la hija de Akaki. Sabemos que los hombres de
Lopaka matan a los viajeros que se trasladan por tierra hasta tu aldea.
— ¿Entonces, cómo llegaré?
—Por mar. Mañana te llevaré en mi canoa. Saldremos temprano. Es el único
modo, Liliha. Puedes pasar la noche en mi choza. Los tambores informarán de tu
regreso. Y el corazón de tu madre se alegrará.
Por consejo del abogado de su abuela, Liliha había llevado consigo una suma de
libras inglesas. Esa moneda tenía poco valor en Hana. De modo que Liliha visitó las
tiendas que se habían abierto en Lahaina después de su última visita, y compró
regalos para Akaki y otras personas. Gastó todo el dinero y decidió no guardar un
penique. Recordó divertida su conversación con el abogado de lady Anne la víspera
de su partida de Inglaterra.
El abogado, George Masters, un hombre de corta estatura y rostro austero, que
tenía alrededor de sesenta años, se sintió horrorizado cuando Liliha salió de
Inglaterra en dirección a Maui; y aún más horrorizado cuando supo que ella no tenía
el más mínimo interés en la fortuna que había recibido.
—Pero mi querida Liliha, ¡esto es incomprensible ! Ahora todo es suyo gracias al
testamento de lady Anne. ¿Cómo puede renunciar a esto para ir a una isla lejana?
—No sólo deseo ir, sino que lo prometí a la abuela.
—Ella estaba moribunda. ¿Acaso usted podía hacer otra cosa? Pero las promesas
formuladas a un moribundo no obligan legalmente. —Desechó la idea con un
encogimiento de hombros. —Quizá usted no comprende la importancia de la
herencia...

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—Señor, en Hana no necesitamos dinero —se limitó a decir Liliha—. No tengo en


qué gastarlo. Lo único que necesito es una suma para pagar el pasaje a Maui.
—Pero la propiedad es suya. ¿Qué hará con ella?
Liliha alzó los hombros.
—Poco me importa. ¿No hay un pariente a quien pueda serle útil?
—Sólo Maurice Etheredge y su madre.
— ¡No! —dijo ella bruscamente—. Eso no lo acep¬to.
—Tampoco podría regalársela. Su abuela dejó instrucciones explícitas acerca de
los Etheredge. De todos modos, resta el asunto de la propiedad. ¿Qué hará con ella?
Liliha suspiró. El problema de la fortuna de los Montjoy representaba una pesada
carga para ella y no deseaba ocuparse del asunto.
—Señor Masters, mi abuela me informó que usted es un hombre honesto y sagaz.
Por el momento dejaré la fortuna en sus manos, y usted la administrará como mejor
le parezca; quizá en el futuro yo adopte una decisión definitiva. La abuela me dijo
que le había impartido instrucciones del modo de proceder.
—Así es, pero yo nunca pensé que usted se marcharía realmente. —Se encogió de
hombros.— Muy bien. ¿Podré comunicarme con usted?
—Estaré en Hana. Una carta enviada a ese lugar, más tarde o más temprano
llegará a mis manos. Pero por favor, no me moleste si no es absolutamente necesario.
Firmaré los documentos que lo autorizarán a actuar en mi nombre.
Y así se hizo, para horror y desaprobación de George Masters. Finalmente, el
abogado le entregó los fondos necesarios para el viaje y la obligó a aceptar algunas
libras más "para casos urgentes".
Ahora, mientras hacía compras, Liliha pensó que no era probable que George
Masters aceptara que los artículos que estaba adquiriendo en ese momento
representaban necesidades urgentes. Meneó la cabeza, y trató de olvidar todo lo que
se refería a Inglaterra.
Hubiese deseado que fuese fácil apartar de su mente a David Trevelyan. Por
mucho que quisiera rechazar el recuerdo del joven, siempre era parte de sus
pensamientos, incluso después de viajar tantos miles de kilómetros; la memoria de
David era como un peso que gravitaba en su mente y en su corazón.
A la mañana siguiente muy temprano, ella y Moke salieron de Lahaina en una
pequeña canoa. Liliha había recibido un kapa de la esposa de Moke, y por primera
vez sentía que había regresado realmente a su hogar. La canoa recibió los regalos
destinados a su pueblo, y ambos partieron en dirección a Hana.

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Durante todo el trayecto se mantuvieron cerca de la costa. Liliha manejaba un


remo y Moke el otro; y no pasó mucho tiempo antes de que una saliente rocosa
ocultase la visión de Lahaina. Ahora, habían desaparecido todos los signos de la
civilización. Después del pulcro orden de la campiña inglesa Liliha se regocijó con la
abundancia tropical que sus ojos percibían; las enormes palmeras se inclinaban
grácilmente bajo la carga de los cocos; los árboles koa se elevaban majestuosos; y los
bosquecillos de kukui sagrados, aparecían cubiertos por enredaderas e iluminados
por los vivos colores de las flores.
Respiró profundamente el aire, tan tibio y húmedo, tan fragante, que le traía el
recuerdo del hogar. Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero no se detuvo para
enjugarlas.
Liliha se sintió reanimada cuando estuvo más cerca de Hana. La noticia de la
traición de Lopaka y el asedio a Hana la había alarmado, pero incluso ese temor pasó
a segundo plano en su pensamiento cuando estuvo más cerca de la aldea. Liliha
confiaba en que los aldeanos podían derrocar a Lopaka si unían fuerzas. Cuando
estuvieran en Hana ella haría todo lo posible para agrupar a los hombres. Estaba
decidida a hablarles con toda la elocuencia posible, a invocar su lealtad a las antiguas
costumbres. Sin duda, podría lograr que comprendiesen que su modo de vida se
vería amenazado por la destrucción si Lopaka tenía éxito en sus planes de conquista.
Ella y Moke remaban con ritmo regular. Hacía mucho que Liliha no usaba los
remos de una canoa y se fatigó muy pronto; pero impulsada por el ansia de llegar a
Hana, sus esfuerzos no se debilitaron visiblemente. Cuando Moke le preguntó si
deseaba descansar, ella meneó la cabeza.
De pronto rodearon un promontorio y enfilaron hacia la boca de una pequeña
caleta. Liliha las vio antes que Moke; dos grandes canoas de guerra que salían de la
caleta, tripuladas cada una con cuatro hombres. Liliha no se sintió muy alarmada,
pues creyó que eran pescadotes, o quizá un comité de bienvenida de Hana.
De pronto, Moke los vio. El cuerpo se le puso rígido, gritó con voz aguda:
—Liliha, los hombres de Lopaka. ¡Rema más rápido!
Remando furiosamente, alimentaron la velocidad, pero poco después vieron que
las canoas de guerra se dirigían directamente hacia ellos. El temor dominó a Liliha, y
redobló sus esfuerzos: Sintió que la desesperación se apoderaba de ella. Las grandes
canoas podían desarrollar bastante velocidad, y cada una contaba con cuatro
remeros. Ella y Moke no tenían posibilidades de distanciarse.
Ahora las canoas de guerra ya estaban casi sobre ellos. Una maniobró para
situarse detrás, sin duda con la intención de evitar que Liliha y Moke retrocedieran.
La segunda se acercó por la izquierda. Chocó contra el lado de la canoa que los
perseguidos ocupaban, y los obligo a aminorar la marcha. Todo estaba ocurriendo

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Patricia Matthews Amor Pagano

con tal velocidad que Liliha apenas podía comprender la situación. Vio que uno de
los hombres de Lopaka se ponía de pie y descargaba un garrote sobre Moke. El arma
alcanzó a Moke en el cuello y los hombros y lo arrojó al agua.
Después, varias manos quisieron atrapar a Liliha. Ella las esquivó, y se deslizó por
un lado de la canoa y cayó al agua. Con fuertes brazadas nadó bajo el agua en
dirección a Hana, siempre manteniendo un curso paralelo a la costa. Nadó hasta que
sintió que los pulmones le estallaban. Emergió un instante, y después de respirar
varias veces miró hacia atrás. Las canoas de guerra estaban a varios centenares de
metros, y los hombres al parecer no sabían dónde buscarla.
Liliha se sumergió nuevamente y nadó en la misma dirección, pero esta vez enfiló
hacia la costa. Comprendió que no podía nadar todo el trayecto hasta la bahía de
Hana. Finalmente sintió el fondo bajo los pies, y decidió incorporarse. Miró de nuevo
hacia atrás y advirtió que las ranuras de guerra habían desaparecido.
De pronto, una enorme ola la atrapó. Agotada, se sintió casi impotente. Permitió
que la marejada la empujase más y más llevándola hacia la costa. Se lastimó los
brazos y las piernas al rozar el coral, y al fin el agua la arrojó a una estrecha franja de
arena. Antes de que otra ola pudiese atraparla se incorporó y caminó hacia la línea de
vegetación que comenzaba a pocos metros de distancia. Poco antes de llegar allí,
tropezó y cayó. Estaba arrodillada; cuando elevó los ojos vio a Lopaka sobre ella.
Ataviado solamente con un kapa se le veía majestuoso y dominante. Con los brazos
cruzados sobre el pecho, la miró altivo, sin sonreír, y Liliha sintió que el miedo le
formaba un nudo en la garganta.
De pronto, apareció Asa Rudd. Brincó alegremente y sonrió sensual.
— ¡Bien, princesa! ¡De nuevo nos encontramos!
Otro hombre emergió de la jungla. Era Isaac Jaggar, con su fúnebre traje negro.
También él se acercó y aproximó las manos a la cabeza de Liliha. Canturreó:
—Niña, mientras estás arrodillada debes aprovechar para pedir el perdón por tus
pecados.
La parálisis del miedo cesó, y Liliha trató de echarse a un lado en un intento de
incorporarse y huir. Con la rapidez de un animal salvaje, Lopaka le aferró el brazo y
la sostuvo.
—No es el momento oportuno, Isaac Jaggar. —La sonrisa de Lopaka era cruel y
burlona.— Liliha nos acompañará. Ya tendrá tiempo de rezar con ella antes de que
yo le quite la vida.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Capítulo 12

Fue un largo viaje hasta el valle secreto de Lopaka, al otro lado de Hana. Los
hombres que habían capturado a Liliha inevitablemente tuvieron que hacer un rodeo
para evitar la aldea. Atravesaron las laderas que formaban la base del volcán
Haleakala, y después siguieron a lo largo de la costa, entrando y saliendo de los
muchos valles.
Gran parte del tiempo avanzaron entre espesos matorrales, y antes de que
hubiesen transcurrido muchas horas, Liliha se tambaleaba de fatiga. Muchas veces
cayó, pero siempre alguno de los dos hombres encargados por Lopaka de vigilarla la
obligaba rudamente a incorporarse y la empujaba hacia adelante. Cayó la noche
mucho antes de que llegaran a destino, pero Lopaka insistió en continuar la marcha.
El comienzo del viaje Lopaka le advirtió:
—Liliha, si intentas escapar morirás. ¡Conviene que no pongas a prueba mi
paciencia!
Liliha lo miró imperturbable.
— ¿Importa si muero ahora o después?
La expresión de Lopaka no varió.
—Creo que la vida debe ser preciosa para una mujer como tú, eres fuerte; no
renunciarás a la esperanza hasta el fin mismo.
Y Liliha comprendió que Lopaka decía la verdad. Mientras ella creyese que había
una oportunidad, no renunciaría a la esperanza, y ahora, aunque fatigada y
golpeada, su mente no dejaba de buscar un medio para fugarse antes de que llegase
al campamento de Lopaka.
Pero no se le presentó ninguna oportunidad, ya que los dos guardias siempre la
vigilaban de cerca. Momentáneamente resignada avanzó a tropezones, concentrando
la atención en poner un pie delante del otro.
Poco antes del amanecer llegaron a destino. Liliha estaba demasiado fatigada y
aturdida como para prestar atención al lugar. El campamento estaba sumido en
sombras, y Liliha fue empujada con tal violencia al interior de una choza que cayó de
rodillas.

~172~
Patricia Matthews Amor Pagano

Con movimientos fatigados, tanteó el interior de la pequeña choza, y pronto


descubrió que estaba hecha con bambú entretejido; era una prisión tan eficaz como
las que utilizan barras de acero. No había muebles, ni siquiera un jergón para
acostarse. Estaba tan agotada que se acurrucó en el suelo duro y pocos minutos
después se durmió.
No mucho después del amanecer, despertó a causa de los gritos de los hombres y
los golpes de la madera contra la madera. Dolorida, se arrastró hasta un lado de la
choza y espió a través de una ranura en el bambú. Su visión era inevitablemente
limitada, pero de todos modos lo que vio le provocó un escalofrío. Se había
practicado un claro en la jungla, y un nutrido grupo de hombres realizaba ejercicios
de combate con garrotes de guerra y lanzas. Lopaka estaba de pie a un lado y
observaba atentamente. Ostentaba todos los atributos de un guerrero: una falda de
plumas y un alto tocado de plumas amarillas y rojas.
Era un espectáculo que intimidaba, y demostraba que lo que Moke le había dicho
era cierto. Lopaka estaba entrenando a sus guerreros para la batalla, porque su
propósito era conquistar la aldea de Hana. El ejercicio de combate se desarrollaba con
terrible seriedad. Mientras observaba, Liliha vio que un hombre intentaba dar un
golpe en la cabeza de otro, y que en el último instante contenía el arma y se echaba a
reír. El segundo guerrero alzó su garrote y antes de que el primer hombre pudiese
retirar su arma lo golpeó en la cabeza derribándolo.
Lopaka se acercó a los dos. Miró al guerrero caído que sacudía aturdido la cabeza
y después se incorporaba lentamente. Liliha estaba demasiado lejos para oír lo que
Lopaka decía, pero la expresión encolerizada de su rostro y los gestos elocuentes
revelaban que estaba reprendiendo a los hombres porque no tomaban en serio el
ejercicio de combate.
Lopaka retrocedió y los dos guerreros reanudaron el ejercicio. Esta vez, el que
había sido derrotado utilizó su garrote con temible ferocidad, obligando al otro a
retroceder constantemente. Lopaka asentía y sonreía en un gesto de aprobación.
Con un estremecimiento, Liliha retrocedió y apoyó la espalda en la pared. Por un
momento olvidó la situación en que se encontraba; recordó que Moke había sido
enviado al fondo del mar por un golpe de un garrote. No cabía duda de que estaba
muerto; había sido asesinado brutalmente por orden de Lopaka. ¿Cómo era posible
detener a un hombre así?
La desesperación la dominó. Estaba segura de que Lopaka se proponía matarla;
pero lo que era aún peor, ¿todos los que se oponían a Lopaka serían masacrados
igualmente?
Oyó un sonido que provenía de la entrada, y se puso bruscamente de pie,
agazapándose contra la pared de la choza, a la mayor distancia posible de la puerta;
pero esta se abrió apenas lo suficiente para permitir que una mano introdujese

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algunas frutas: dos mangos y medio coco. Después, introdujeron un cuenco lleno de
agua. A Liliha se le hizo la boca agua al ver la fruta, y recordó que no había comido
desde el día anterior por la mañana.
Esperó hasta que cerraran la puerta y después se arrodilló junto al alimento. Bebió
un poco de agua, y después comió los mangos. No le habían traído utensilios para
comer, y era difícil extraer la pulpa del coco. Imaginó que temían que cualquier
instrumento con filo le permitiera abrir un boquete en la pared de bambú.
Usando las uñas, consiguió desprender de la cascara parte de la pulpa blanca del
coco. Como aún estaba cansada, se tendió en el suelo duro y dormitó inquieta; se
despertó de vez en cuando, cuando los sonidos del ejercicio de combate realizado
fuera cobraron mayor volumen.
Nadie se acercó a la choza hasta el atardecer. Entonces, la puerta se entreabrió e
introdujeron un cuenco medio lleno de poi. Ahora habían encendido fuego para
cocinar, y Liliha olió el aroma de la carne asada. Parecía que no le ofrecerían
alimentos más sustanciosos, reservados para aumentar la fuerza de los guerreros.
Liliha vació con los dedos el cuenco de poi, y pensó cuánto había pasado desde la
última vez que había ingerido ese plato tan apreciado por su pueblo. De tanto en
tanto espiaba por las rendijas que dejaban los bambúes. Ahora, los hombres estaban
comiendo.
Una cosa atrajo su atención. La comida era la ocasión apropiada para charlar y
reír, una ocasión festiva; pero esos guerreros se mostraban sombríos; ominosamente
silenciosos. No se oían risas, ni la acostumbrada charla masculina. Liliha observó
atentamente, y vio que Lopaka se paseaba entre los hombres sentados alrededor del
fuego. Y comprendió que la presencia del jefe impedía que los hombres demostrasen
su alegría.
Vio también que los fuegos fueron apagados antes del oscurecer, y llegó a la
conclusión de que Lopaka temía que la luz de las llamas revelase la ubicación del
campamento. Liliha se acostó a dormir y de nuevo pasó una noche inquieta.
A la mañana siguiente, cuando se abrió la puerta, pensó que como antes, sus
carceleros se limitarían a dejarle un cuenco de comida; pero esta vez la puerta se
abrió del todo y ella se sintió tensa e inquieta. Entró un joven de cuerpo armonioso,
trayendo un cuenco con agua y una fuente con pescado, frutas y poi.
Liliha lo reconoció y apenas pudo contener una exclamación.
— ¡Kawika !
—Salud, Liliha—dijo tímidamente el joven. Le ofreció la bandeja.— Pensé que te
agradaría un poco de pescado en lugar de la fruta que fue tu única comida ayer.

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Ella lo miró con expresión preocupada, Kawika era un joven de la aldea de Hana;
el hijo mayor del mejor pescador del pueblo.
— ¿Por qué estás aquí? ¿Has vuello la espalda a nuestro pueblo?
—Lopaka pertenece a nuestro pueblo —afirmó obstinadamente el joven.
—Lopaka es kapu. Es un animal, y ya no se le reconoce como uno de los hombres
de Hana. ¿Por qué, Kawika? ¿Por qué haces esto?
Los ojos oscuros centellearon.
—La paz es aburrida. Lopaka dice que hemos llegado a ser un pueblo perezoso, y
que nos limitamos a pescar en el mar. Bajo la dirección de Lopaka los hombres de
Hana de nuevo serán individuos orgullosos. ¡Gobernaremos en todas las islas!
Liliha escupió el suelo en un gesto despectivo.
—Esto es lo que opino de tu Lopaka y sus guerras. Masacrará a nuestras mujeres y
nuestros pequeños, y no sólo los hombres.
—No, él lo ha prometido. Matará sólo a los hombres, y además únicamente a
quienes se le opongan. No dañará a nuestras mujeres.
—Entonces, ¿por qué me tiene cautiva?
—Tú eres diferente, Liliha. Tienes sangre real. El te retendrá aquí hasta que nos
apoderemos de Hana. Me dijo que temía que tú convencieras a los hombres de Hana
de la necesidad de resistir, y me dijo que, en definitiva, eso significaría más muertes
inútiles.
—Kawika, si te dijo eso, miente. Su intención es matarme. El mismo me lo confesó.
—No, Liliha—insistió tercamente Kawika—. Intentas volverme contra él. Me
advirtió que eso podía ocurrirme. Yo te respeto, Liliha, a causa de tu madre, que es la
reina de Hana. Pero no lograrás que te ayude. Aquí tienes. Come.
Dejó la fuente en el suelo y fue hacia la puerta, negándose a escuchar a Liliha. Con
un suspiro, orientó su atención hacia el alimento.
El resto del día permaneció sola. Abrigaba la esperanza de que Kawika le trajese la
comida esa noche; pero en su lugar apareció otro hombre que introdujo la fruta y el
poi después de entreabrir apenas la puerta.
Le costó dormirse; acurrucada en un rincón de su prisión; recordaba que estaba
muy lejos de los blandos lechos y las comodidades de Inglaterra.
Despertó sobresaltada; durante un momento se sintió completamente confundida.
Después recordó dónde estaba. De nuevo oyó el sonido que la había despertado, un
ruido furtivo en la puerta de la choza. Un rayo de luz de luna penetraba a través de
las rendijas de bambú. El corazón comenzó a latirle desordenadamente cuando vio

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que la puerta se abría. En silencio se puso de pie, y entonces vio la figura de un


hombre que entraba silenciosamente en la choza.
No era un isleño, vestía las ropas de los blancos y tenía escasa estatura. ¡Era Asa
Rudd! Un rayo de luz de luna se reflejó en un objeto que el hombre llevaba en la
mano. Había entrado empuñando un cuchillo.
Se adelantó dos pasos. Su voz era un mero murmullo cuando dijo:
— ¿Dónde estas, princesa?
Otro paso, y la luz de la luna iluminó sus rasgos. El rostro dibujaba una mueca
lasciva. Ella pudo percibir el olor de Rudd, un olor rancio de sudor y sensualidad
masculina. Liliha dijo con voz serena:
— ¿Qué desea de mí, Asa Rudd?
En cuanto habló comprendió que había cometido un error. El sonido de su voz
permitía que él la localizara. Rudd sé acercó a ella, arrastrando los pies por el polvo.
—Princesa, tú y yo tenemos que terminar un asunto. Me costaste muy cara, y
ahora vengo a cobrar una deuda.
—Gritaré. Lopaka me oirá y lo matará.
— ¿Qué le importa a Lopaka? Se propone matarte. ¿Qué le importa si yo lo hago
primero? Por otra parte no tiene sentido que se desperdicie tanta belleza, ¿no te
parece?
Estaba muy cerca, y ella alcanzó a ver la punía del cuchillo a pocos centímetros de
su rostro. Rudd dijo:
—Princesa, será mejor que te acuestes con el sucio y aceptes todo, a menos que
desees —tocó con el cuchillo el rostro de Liliha— que trabaje con el cuchillo en esa
bonita cara. ¡La cortaré de tal modo que te sentirás feliz de morir!
Liliha se irguió con dignidad.
—Entonces, Asa Rudd, tendrá que hacerlo. No me someteré a usted. Por lo menos
mientras tenga fuerzas. ¡Antes prefiero la muerte!
El parecía desconcertado.
—Vamos princesa. Eso no está bien. Yo no quiero lastimarte. Sólo quiero lo que
me corresponde.
— ¡Prefiero acostarme con un perro!
—Bien, princesa, si así tiene que ser —rezongó, y tenía la voz aguda de cólera.—
Conseguiste que me expulsaran de mi propio país. Me arruinaste la vida entera... Sí,
eso hiciste.

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Amenazó a Liliha con el cuchillo, la punta reluciente buscaba el rostro de la


muchacha. Ella logró apartarse en el último momento; pero Rudd era rápido y se
deslizó junto a la pared buscando a Liliha, y un momento después de nuevo la había
arrinconado.
Cuando movió el cuchillo para herir el rostro de Liliha, una voz dijo:
—Asa Rudd, ¿por qué no me ataca con esa arma de los blancos?
Era Kawika; había hablado utilizando la lengua nativa, pero el sentido de sus
palabras era claro. Rudd se volvió bruscamente y se agazapó.
—No sé quién es usted, pero esto no le concierne. ¡Es un asunto entre la princesa y
yo!
—Liliha tiene sangre real. Dañarla es kapu.
Mientras Kawika hablaba se acercaba cada vez más. Liliha contuvo la respiración,
temerosa de que Rudd advirtiese la maniobra del nativo.
De pronto, Kawika actuó; con ambas manos aferró la muñeca de Rudd y la golpeó
contra su propio muslo musculoso. Rudd lanzó un grito de dolor y el cuchillo cayó al
suelo. Kawika empujó al hombre más pequeño, y Rudd cayó al suelo, gimiendo de
dolor.
— ¿Te ha hecho daño, Liliha?
—No, estoy bien, Kawika —dijo ella gravemente—. Te agradezco...
Se interrumpió al ver la luz de una antorcha frente a la puerta. Un momento
después entró Lopaka, seguido por un hombre que sostenía en alto una antorcha.
Con los brazos cruzados Lopaka observó la escena. Después, Isaac Jaggar entró en la
choza.
Lopaka dijo :
—Kawika. ¿Qué ha ocurrido aquí?
—Este hombre —Kawika señaló a Rudd—. Trataba de someter a Liliha.
Liliha vio que los labios gruesos de Lopaka se distendían en una sonrisa divertida;
pero después, el nativo, se volvió hacia Rudd y dijo severamente:
— ¿No dije que esta choza estaba prohibida, Asa Rudd?
Este se puso de pie. A la luz de la antorcha sus ojos brillaron de miedo. Gimió:
—Lopaka, pensé que esa orden valía para tu gente. Ella tiene una deuda conmigo.
¿Qué daño podría hacer, puesto que de todos modos morirá?
Lopaka miró involuntariamente a Kawika.

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—Esa decisión es sólo mía. Es una alii. Por lo tanto, es necesario respetarla. —
Dirigió una mirada irónica a Liliha.— ¿No es así, mi señora?
Liliha se sintió orgullosa.
—Lopaka, no soy tu señora. Para el pueblo de Hana es un proscrito, ya nada tiene
que ver con nosotros.
Lopaka silbó entre dientes.
—Muchos de los guerreros que ahora me siguen son hombres de Hana y pronto,
no sólo regresaré allí, sino que gobernaré al pueblo. Liliha, no estás en condiciones de
impedirlo, y los hombres de Hana carecen de coraje para oponerse a mis guerreros.
—Se apartó de ella con un gesto despectivo.— Y usted, Asa Rudd, no vuelva a entrar
en esta choza. ¿Entendido?
—Entendido—dijo Rudd con gesto hostil. Isaac Jaggar intervino.
—Asa Rudd, es pecado codiciar la carne de una mujer. Debe arrepentirse o sufrirá
el castigo eterno.
— ¡Ah, acabe reverendo! Si el deseo es pecado, usted está condenado. ¿Cree que
no sé cómo se arroja sobre las mujeres nativas cada vez que tiene una oportunidad?
Lo he observado, ¡vaya si lo he visto!
Jaggar palideció a causa de la ofensa. Rudd pasó frente al religioso. Lopaka movió
una mano y el hombre que sostenía la antorcha salió. Lopaka empujó a Jaggar hacia
la entrada. En la puerta se volvió.
—Kawika, hiciste bien en impedir que el hombre blanco atacase a Liliha. ¡Pero no
lo olvides! No cometas tonterías. Recuerda que yo soy tu jefe, no Liliha. Cierra bien la
puerta al salir.
Kawika esperó hasta que los hombres se alejaron, y después dijo en voz baja a
Liliha:
—Oí lo que te dijo el hombre blanco cuando mencionó que Lopaka quiere matarte.
Ella preguntó ansiosa:
— ¿Entonces, ahora me crees?
—Te creo, Liliha. —El joven habló con voz saturada de tristeza.— Lopaka es como
tú dijiste. Traicionó mi confianza.
—Debo huir de este lugar, Kawika, y llegar a Hana. ¿Me ayudarás?
—Te ayudaré. Ahora té seré fiel. Pero no creas que lo conseguiremos fácilmente.
Lopaka me vigilará. Debemos esperar la oportunidad.
—No podemos esperar mucho tiempo. Sospecho que Lopaka ordenará muy
pronto mi muerte.

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A la tarde siguiente, Liliha recibió la visita de Lopaka y lo que él propuso la


asombró.
—Liliha, estás completamente en mi poder. Seguramente lo sabes y he adoptado
una decisión, y ahora te propongo que elijas. Por una parte, afrontas la muerte; o tal
vez prefieras casarte conmigo de modo que unidos gobernemos Hana. —Su voz
alcanzó matices apasionados.— No sólo gobernaremos Hana, también serán nuestras
Maui y las restantes islas.
Aturdida, Liliha dijo:
— ¿Deseas casarte conmigo? En nombre de Pele, ¿por qué? ¡Sabes que te odio!
El se encogió de hombros.
—Eso no me inquieta lo más mínimo. Eres una hermosa mujer, y a mi lado serás
una magnífica reina. También eres una mujer de carácter fuerte. Ambos seríamos
excelentes gobernantes de nuestro pueblo.
— ¡Nuestro pueblo! —exclamó Liliha—. Lopaka, ¿cómo puedes afirmar tal cosa?
No me importa en absoluto nuestro pueblo, pues si no fuera así, no hubieras
planeado esta masacre.
—También ellos pueden elegir —se limitó a decir Lopaka—. Si no oponen
resistencia, nadie morirá.
—No lo creo. Eres un hombre dominado por la sed de sangre y también por la
ambición de poder. Matarás sencillamente por el placer de hacerlo.
— ¡Basta ya! Soy Lopaka—dijo orgullosamente—, y nadie discute mis órdenes.
Exijo que contestes ahora mismo. ¿Cuándo nos casaremos?
— ¡Nunca! En el país llamado Inglaterra creen que somos salvajes, y eres
exactamente eso, un salvaje, y si consigues triunfar, tienen razones suficientes para
creer que todos somos salvajes. Jamás me iré contigo, en el matrimonio o de
cualquier otro modo.
—Prefieres morir —dijo Lopaka con asombro.
—Desde luego.
Lopaka meneó la cabeza.
—Liliha, eres una mujer tonta. Te creía más sensata. No tienes la inteligencia de
apreciar el honor de ser la reina de Lopaka y por eso mereces un castigo. Antes de
ordenar que te maten, te entregaré a Asa Rudd y después al sacerdote blanco. Más
tarde, pasarás a las manos de mis guerreros; si te aceptan después de que te hayan
humillado los dos blancos. Liliha, no es una amenaza para inducirte a cambiar de
idea. Ahora no le soportaría a mi lado aunque lo quisieras.
Ella no vaciló ante la mirada dura de Lopaka.

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—Si crees que pediré compasión, te equivocas.


El se encogió de hombros en un gesto indiferente.
—Así será —dijo.
Salió de la choza, y Liliha pasó el resto de la tarde dominada por el temor. Paseó
de un lado a otro de la choza hasta que al fin estuvo tan fatigada que se dejó caer al
suelo. Dudaba que él cumpliese su amenaza antes de la noche, pero ¿qué ocurriría si
Lopaka no permitía que Kawika le trajese la comida esa tarde?
Suspiró aliviada cuando se abrió la puerta y entró Kawika con la bandeja de
alimentos.
Ella le aferró el brazo y lo acercó al centro de la choza mientras miraba al hombre
que de espaldas a la choza montaba guardia frente a la entrada.
—Esta noche debo escapar —murmuró al oído de Kawika.
— ¿Esta noche? ¡Eso no es posible! —Se apartó de ella y volvió los ojos hacia la
espalda del guardia.— No hemos trazado planes.
—Este no es el momento indicado para planes.—Le relató rápidamente las
amenazas de Lopaka.— No sé cuándo procederá. Es un hombre cruel y le agrada
torturar a sus víctimas. Tal vez no permita que Asa Rudd y Jaggar entren en la choza
esta noche; pero estoy segura de que lo hará muy pronto. Debo huir antes de que eso
ocurra. ¿No puedes dejar sin cerrojo la puerta después de salir? Y esta noche muy
tarde, cuando el guardia tenga sueño, quizá yo pueda deslizarme y escapar a la
aldea.
Kawika meneó la cabeza.
—Lopaka sabría inmediatamente que yo soy el responsable...
—Y por eso te matará, sí, sin duda te matará. —Liliha apretó la mano de Kawika.
—Entonces, Kawika, debes partir conmigo. No puedes quedarte aquí. Además; tu
obligación es regresar a tu pueblo, a Hana.
—Sí, Liliha, tienes razón. —Los rasgos bronceados mostraban una expresión de
desconsuelo.— Pero he faltado a las leyes tribales. Tal vez no me reciban muy bien.
—No temas. Yo cuidaré de que te den la bienvenida. —La voz de Liliha se hizo
apremiante— Pero debemos huir sin pérdida de tiempo. Si nos demoramos, puede
costarnos la vida.
De nuevo Kawika miró furtivamente al guardia.
—Bien, será esta noche. Muy tarde. A esa hora el guardia tal vez esté muy cansado
y se descuide. Toma, Liliha... —Le entregó la bandeja.— Necesitas comer. No
podemos llevar alimentos con nosotros, y la distancia que nos separa de la aldea es
grande. No es posible seguir una ruta directa. Lopaka sabrá dónde vamos, y tiene

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guerreros escalonados a lo largo del camino. De modo que come todo lo que puedas,
pues necesitarás fuerzas para hacer el viaje.
Después que Kawika saliera de la choza, Liliha siguió su consejo y comió todo lo
que el nativo le había traído. Más tarde, se sentó en el suelo, cerca de la puerta,
intentó descansar, pero estaba demasiado nerviosa y no pudo conciliar el sueño.
¿Volvería a ver Hana? ¿Había viajado tanto e iba a morir cuando estaba ya tan cerca
de su hogar? Inclinó la cabeza y la apoyó contra la pared de bambú; durante un
momento se entregó a la desesperación que hasta entonces había logrado controlar.
Después, se enderezó y apeló a toda la fuerza de su carácter. No se entregaría;
mientras viviese tendría esperanza, y la muerte era preferible a la unión con Lopaka.
Las horas se sucedieron lentamente, y el silencio se extendió por todo el
campamento. Tensa, Liliha esperó el sonido de los pasos que se aproximaban, y se
preparó para hacer cara a Asa Rudd o al falso sacerdote Jaggar; pero nadie fue.
Estaba segura de que en su propia choza Lopaka sonreía pensando en el miedo que
ella experimentaba.
La noche avanzó, y Liliha comenzó a temer que tampoco Kawika llegase. Quizá
temía ayudarla, incluso era posible que hubiese ido a ver a Lopaka para revelarle
todo.
Poco antes del amanecer, la alertó subitamente un sonido que provenía de un
lugar, sonaba a un gruñido. Trató de oír mejor, pero volvió a escuchar el sonido.
Después, un débil roce en la puerta. Se puso rapidamente de pie y se sintió muy
aliviada cuando oyó un debil murmullo:
— ¿Liliha?
— ¡Kawika! ¡Alabados sean los dioses!
—Vamos. Deprisa.
La puerta se abrió para permitir que ella pasara y Kawika la tomó de la mano y la
guió. Había luz suficiente para ver la forma del guardia en el suelo.
— ¿Está muerto?
—Sí. No podía permitir que viviese. Habría dado la alarma al campamento. De
este modo, nada sabrán hasta el amanecer. Vamos, toma esto.
Puso algo en las manos de Liliha. Liliha palpó el bulto que Kawika le había
entregado, y comprendió que era un par de sandalias tejidas, del tipo que los isleños
usaban para protegerse los pies cuando recorrían largas distancias sobre suelo
desigual. Se las ató rápidamente alrededor de la cintura, utilizando los largos
cordeles que servían para asegurar las sandalias.
Liliha no tenía la más mínima idea del lugar donde estaba el campamento, ni la
dirección que debía seguir para llegar a Hana; por lo tanto, tenía que depender de la

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Patricia Matthews Amor Pagano

ayuda de Kawika. Lo siguió de cerca y un rato después llegaron a las empinadas


laderas del estrecho valle.
Kawika dijo:
—Debemos abandonar el valle y atravesar la meseta. No podemos ariesgarnos a
caminar a lo largo de la costa. Si fuéramos por ese lado, algunos de los guerreros de
Lopaka nos verían.
Las paredes del valle estaban cubiertas de espesa vegetación. Ascendieron
resbalando y deslizándose en la tierra húmeda, abriéndose paso entre las
enredaderas y los densos matorrales, hasta que al fin llegaron a la cima, donde Liliha
se sentó agradecida. Kawika se puso en cuclillas al lado de la joven; también él
jadeaba.
—Liliha, no podemos permanecer aquí mucho tiempo. Conviene que cuando
amanezca estemos lejos; y mira, el cielo ya está aclarando.
Señaló hacia el este, donde comenzaba a insinuarse la primera luz del alba.
—Debemos continuar el ascenso hasta las laderas inferiores de Haleakala. No
esperarán que sigamos ese rumbo. Creerán que quisimos utilizar el camino más
rápido a Hana. Además, el miedo a Haleakala nos protegerá.
—Entonces, Kawika, ¿tú no temes?
El bajó los ojos, y después miró a Liliha.
—Sí—dijo sencillamente—, pero afirman que Pele protege a los que son puros de
corazón; y yo temo más la cólera de Lopaka.
Liliha sonrió.
—Entonces, vamos... y yo rogaré a Pele que nos proteja.
Cuando se pusieron de pie, el frío viento del mar, no compensado por la escasa
vegetación de la montaña, pegó el kapa de Liliha a su cuerpo y apartó de su rostro
los cabellos empapados de sudor.
Por un instante, ella saboreó el aire dulzón y húmedo, cargado con el perfume de
la isla y el aroma salino del mar; sintió bajo los pies la tierra de Mau, y una oleada de
amor y fuerza la conmovió.
Inclinó la cabeza y en silencio murmuró una plegaria a Pele. Pidió que la diosa
perdonase esa intromisión en sus dominios, al mismo tiempo que pidió su ayuda y
protección.
Después, Kawika esbozó un gesto, y ambos comenzaron a subir la pendiente,
encaminándose hacia uno de los bosquecillos que salpicaban la ladera. Estaban en
mitad del ascenso cuando Liliha oyó los tambores de la aldea que quedaba atrás.

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Kawika se detuvo y se volvió hacia Liliha.


—Han descubierto nuestra fuga, y Lopaka transmite la noticia a los guerreros que
están fuera del campamento. Liliha, ahora comenzarán a perseguirnos.
Avanzó un paso hacia ella.
—Nos espera un viaje muy difícil. —La miró, dubitativo.— Hace mucho que te
fuiste de Maui, y llevaste una vida diferente. ¿Podrás mantener la marcha?
—Tú irás delante, y yo te seguiré. —Lo miró tranquilamente.— Mantendré la
marcha que tú determines.
Y, sin embargo, mientras ascendían la pendiente,
Liliha pensó que hubiera sido mucho más fácil si hubiese contado con Tormenta.
Kawika hizo una breve pausa en el bosquecillo. El sol se elevaba en el horizonte,
derramando su luz dorada por las montañas. Liliha pudo ver los mangos maduros
que colgaban de las ramas de los árboles. Kawika arrancó cuatro frutos, entregó dos
a la muchacha y reservó dos para sí.
Liliha comió vorazmente la fruta sin dejar de caminar. El hecho de que esa sencilla
comida pudiese ser la ultima le confirió más sabor.
Los tambores redoblaban incesantes, pero el sol alcanzó bastante altura antes de
que Liliha y Kawika viesen signos tangibles de persecución. Liliha fue la primera en
ver a sus perseguidores, cuando se detuvo un momento y se volvió para contemplar
la ladera que se extendía por detrás. Llamó inmediatamente a Kawika, que se había
adelantado un poco. El joven se volvió y se acercó al lugar donde ella estaba.
— ¡Mira! —Liliha indicó la ladera hacia la derecha. A lo lejos, tan distantes que
parecían apenas puntos móviles, un grupo de hombres venía hacia ellos.
Kawika endureció los rasgos del rostro.
—Pensé que no adivinarían la dirección que habíamos tomado. Me equivoqué. Lo
siento.
Liliha le tocó el brazo.
—No era muy probable que pudiésemos evitar la persecución. Ahora, debemos ir
más rápido.
Kawika señaló hacia la izquierda.
—También por allí se acercan. El único modo de escapar es continuar el ascenso.
—Entonces, hagámoslo.
—Pero allí están el pozo de fuego y la roca ardiente. Es el centro mismo del hogar
de Pele, dónde viven ella y su familia. Los kahunas dicen que la familia del fuego se

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enoja y escupe rocas ardientes y fuego cuando un hombre se atreve a contemplar la


residencia de Pele.
Liliha apretó con más fuerza el brazo de Kavvika.
—Está bien, Kawika. Yo no temo. Nuestros corazones son puros, y quizá ella se
compadezca.
El rostro de Kawika aparecía tenso y preocupado, por lo que Liliha comprendió
bien el efecto de sus palabras sobre el joven. Como ella había dicho que no temía,
Kawika no se atrevía a reconocer su propio miedo, no fuese que perdiera mana.
Sin sonreír, asintió.
—Entonces, continuaremos.
Había caído la noche cuando llegaron a la cima de la segunda estribación. Ahora
ambos se tambaleaban de cansancio. La última vez que Liliha había visto a los
guerreros que los perseguían, le pareció que poco a poco acortaban la distancia. En
todo caso, en la oscuridad ella ya no podía verlos.
Casi sin aliento dijo:
— ¿Crees que continuarán persiguiéndonos durante la noche?
Kawika contestó señalando un lugar al pie de la montaña.
—Ahí está tu respuesta —dijo.
Liliha se volvió en redondo. Minúsculos fuegos comenzaron a encenderse unos
tras otros, formando una línea irregular sobre la ladera.
Kawika dijo:
—Están encendiendo los fuegos de modo que no podamos volver sobre nuestros
pasos y deslizamos entre ellos en la oscuridad. Continuarán al lado de los fuegos
hasta el alba.
Liliha se dejó caer al suelo.
—Los dioses son buenos con nosotros. Descansaremos aquí hasta poco antes de la
primera luz.
Kawika frunció el ceño.
—Pero si continuamos toda la noche, por la mañana nos habremos distanciado
mucho.
—Sí, pero estaremos frescos y descansados. No, Kawika, descansemos. Todavia
tenemos mucho que andar.
Pocos minutos antes de que oscureciera totalmente, Liliha vio un bosquecillo que
se levantaba a poca distancia. Se acercaron a ese lugar. Un arroyo formaba un

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estanque de agua fresca y fría; la hierba crecía abundante y alta. Había un solo
bananero, y la fruta madura col¬gaba formando racimos dorados. Mientras Kawika
recogía bananas para la comida, Liliha alisó la hierba para formar un lecho y
amontonó plantitas para que fuese más cómodo.
Cuando Kawika regresó, los dos jóvenes se sentaron y devoraron la fruta. Después
de concluir la sencilla comida Liliha dijo :
—En el campamento todos los fuegos se apagaban al oscurecer. Supuse que
Lopaka no deseaba mantener encendidos los fuegos durante la noche por temor de
que indicaran la ubicación del campamento. Sin embargo, los guerreros que ahora
nos persiguen parecen despreocuparse del asunto.
El tono de Kawika fue muy amargo.
—Yo diría qué Lopaka no se preocupa por unos pocos hombres. Lo único que le
interesa es un ataque por sorpresa contra su ejército.
Liliha se sintió conmovida por la desilusión que expresaba la voz de Kawika. Dijo
amablemente:
—Es mejor que sepas qué clase de hombre es. Si ejecutase su plan, lo sabrías
demasiado tarde y entonces tus manos ya estarían manchadas con la sangre de tus
hermanos.
—Lo sé, Liliha. Agradezco la oportunidad de saberlo ahora, y la posibilidad de
haberte ayudado a reconquistar la libertad, aunque aún no podemos considerar que
nos hemos salvado.
—Creo que saldremos bien de esta aventura.
La joven tocó la mejilla de Kawika. Era un gesto destinado a reconfortarlo, pero
sin que Liliha lo advirtiese, al principio se convirtió en una caricia.
Kawika tomó la mano de Liliha, la volvió y le besó la palma. Una oleada de
sensaciones recorrió el cuerpo de Liliha, la joven se acercó más, y uno de sus pechos
rozó el hombro del nativo. Cuando sintió el contacto, Kawika se volvió y abrazó a
Liliha. El tenía la piel lisa y tibia. En lugar de besarla, como ella había esperado, se
limitó a sostenerla con sus fuertes brazos, y durante un momento, ella descansó allí,
extrayendo fuerza y tibieza del contacto de los cuerpos; después, Liliha elevó
lentamente la cabeza y apretó sus labios contra los de Kawika. El respondió
instantáneamente con una suerte de fiera ansia.
Durante el tiempo anterior a su brusca salida de Hana, Liliha había prestado
escasa atención a Kawika. Lo conocía desde que ambos eran niños. Lo había visto a
menudo, era como un miembro de su familia, y jamás había tenido pensamientos
románticos en relación con él. En el campamento de Lopaka ella se había sentido

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excesivamente preocupada por su propia situación y no le había prestado mucha


atención, salvo para observar que era un joven gallardo y bien formado.
Ahora, abrazada por Kawika, con los labios del nativo sobre los suyos, Liliha
experimentó una tensa atracción física, algo parecido a una poderosa corriente
marina. Pensó fugazmente en David Trevelyan; y después apartó la idea, porque los
impulsos de su propio cuerpo se acentuaron. Había oído decir que el peligro
acrecienta el amor entre un hombre y una mujer y le confiere más sabor. Al margen
de las razones posibles para ello, Liliha sabía que deseaba a ese hombre; deseaba y
necesitaba la comodidad física y el olvido que él podía darle, y ansiaba concederle el
mismo don. Aceptó el hecho de que ése sería quizá el último contacto íntimo que
cualquiera de ellos tendría jamás.
Cuando los labios de Kawika descendieron de nu¬vo sobre los de Liliha, con un
rápido movimiento ella se quitó la falda kapa, porque deseaba que las manos
masculinas que la acariciaban tuviesen acceso más libre. Cuando las caricias se
aceleraron, y buscaron los lugares secretos del cuerpo femenino, una languidez la
invadió, así que se tendió sobre la aplastada hierba.
Los labios de Kawika buscaron y encontraron los pechos de Liliha, y ella emitió un
breve grito y se arqueó al sentir la boca del joven. Las manos de Kawika se mostraron
más audaces y acariciaron la cara interior de los muslos. El contacto de los dedos de
Kawika era débil como el roce de una pluma. Ella sintió que el calor irradiaba del
centro de su ser.
La pasión que ella sentía no era la necesidad devoradora, casi irreflexiva, que
había experimentado siempre en los brazos de David; de todos modos su deseo llegó
a ser abrumador. Poco después ella yacía esperándolo, y con las caricias de sus
manos y la voz espesa y murmurante lo exhortaba a poseerla.
Kawika cubrió con su cuerpo el de Liliha. Se mostró fiero y exigente, casi duro a
causa de su propia necesidad. En la unión, Liliha se aferró a él. Rodeó el cuerpo
masculino con los brazos y las piernas, y respondió a la potencia del hombre con
pequeños gritos de placer.
El goce la arrastró como una rugiente marea, desplazando todas las restantes
preocupaciones. Olvidó a los guerreros que los perseguían, el peligro que afrontaban,
y se entregó a la tortura de los sentidos hasta que su éxtasis estalló en una cascada de
sensaciones. Al mismo tiempo oyó el gemido de Kawika, y el estremecimiento de
todo su cuerpo. Ella se incorporó y se aferró a él hasta que pasaron los espasmos
finales; después, cayó de nuevo sobre la tierra.
Ahora, cierta lasitud la dominó, y comenzó a adormecerse. Kawika estaba
extendido a su lado. En voz baja murmuraba, y en su voz había una pregunta.
Liliha reaccionó apenas lo necesario para acariciarle la mejilla.

~186~
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—Sí, querido Kawika. Ahora tenemos que descansar. Sea lo que fuere, lo
hablaremos por la mañana.
Pero lo que Kawika había deseado comentar no fue discutido por la mañana.
Liliha fue la primera en despertar. Había dormido profundamente, y en los primeros
instantes después de despertar experimentó una perezosa satisfacción. Sin embargo,
ese estado de ánimo no perduró, pues lo reemplazó un intenso sentimiento de
peligro, el mismo que la había despertado. Miró alrededor y vio que hacía rato había
amanecido. ¡Habían dormido demasiado!
Se incorporó de un salto, se puso el kapa y las sandalias, y se acercó hacia los
árboles; con la mirada exploró la ladera de la montaña. Lo primero que vio fue una
larga línea de guerreros que avanzaban deprisa. Habían cubierto bastante terreno, y
seguramente estaban marchando desde las primeras luces del día.
Liliha volvió deprisa donde dormía Kawika, y lo sacudió.
—Despierta, Kawika. Hemos dormido demasiado, ¡Se aproximan los hombres de
Lopaka!
Kawika se sentó, y extendió la mano hacia su propio kapa. Se lo puso y se
incorporó en un solo movimiento.
—Lo siento, Liliha, no debí dormir tanto. Pero anoche...
Se interrumpió, y avergonzado desvió la mirada.
Ella se echó a reír y quebró la tensión.
—Kawika, no te preocupes, todavía no nos han atrapado. —Se inclinó para besar
al joven.— ¡Ahora, en marcha!
Tornados de la mano salieron del bosquecillo y reanudaron la ascensión. Los
guerreros estaban ahora mucho más cerca, pues un coro de gritos se elevó en el aire
cuando fueron vistos por sus perseguidores.
Bien descansados, marcharon con la mayor rapidez posible; corrían cuando el
suelo lo permitía y caminaban cuando no tenían otra alternativa. A veces la ladera
era tan empinada que debían arrastrarse, utilizando todos los puntos de apoyo
posibles.
Cuando el sol comenzó a recorrer su curso descendente, hacia el oeste, alcanzaron
a ver la cúspide. Arriba y alrededor se extendía un páramo de arena y lava, un
paisaje tan desolado y extraño como el Infierno cristiano.
Los enormes peñascos se erguían oscuros y amenazadores a la luz cada vez más
débil del sol, y Lililia se estremeció cuando la temperatura comenzó a descender.
Junto a los pies de ambos, la montaña rezongaba, y Liliha sintió que la tierra
temblaba apenas.

~187~
Patricia Matthews Amor Pagano

Al lado de la joven, Kawika respiró hondo, Lililia le tomó la mano para


tranquilizarlo.
—No temo, Kawika. Si hay dioses que moran en el fondo, nos protegerán. Si se
enojan, será contra Lopaka y sus guerreros. Ellos son los perversos, no nosotros.
Continuaron avanzando. El terreno era ahora mucho más accidentado. La ladera
de la montaña era más empinada, y del suelo emergían trozos de roca áspera,
semejantes a los excrementos de una enorme bestia. Progresaban lentamente, pero
Liliha que a menudo miraba hacia atrás, comprobó satisfecha que sus perseguidores
afrontaban idénticas dificultades.
La oscuridad cayó sobre ellos mucho antes de que hubiesen llegado a la cima. De
nuevo se extendió por detrás la línea de fuegos encendidos. Liliha sabía que a esa
altura casi no había combustible, y dudaba que pudieran mantener los fuegos
encendidos toda la noche. Contempló la posibilidad de esperar algunas horas y
después tratar de deslizarse entre ellos. Pero si llevaban a cabo esa táctica, Lopaka
comprendería lo ocurrido apenas saliera el sol, e inmediatamente iniciaría la
persecución con sus guerreros. Allí había pocos escondrijos, y Liliha sabía que serían
tan visibles como un par de insectos deslizándose por una pared. Debían atenerse al
plan original.
El aire era mucho más frío a esa altura, y sobre ellos descendió una bruma espesa
y húmeda. Liliha ansiaba el calor de un fuego. Además, allí no había alimentos. Trató
de olvidar su apetito y se acurrucó en los brazos de Kawika al reparo poco
satisfactorio de una pila de lava.
De nuevo Kawika le hizo el amor, y arrastrada por la pasión Liliha pudo olvidar
su incomodidad. Sobre un jergón formado con los kapas de ambos, Kawika la
acarició y le besó el cuerpo, hasta que ella sintió la tortura de la necesidad.
Kawika se mostraba más atrevido, y también más exigente. Liliha le murmuraba
palabras de aliento. Cuando él finalmente la poseyó, la mutua necesidad era tal que
el éxtasis de ambos se encendió como el fuego de Pele, ardiendo con una intensidad
devoradora.
Ya satisfechos, con el cuerpo tibio, Kawika dijo:
—Cuando regresemos a Hana, ¿me repudiarás? Ella acercó a su hombro la cabeza
del joven.
—No, Kawika. Serás mi amor.
—Pero tú serás alii-nui, ¿no es así? Y yo soy sólo un plebeyo.
Liliha no había prestado mucha atención a esta posibilidad, pero ahora
comprendió que tenía que afrontar el problema. Por los rumores que habían llegado
a sus oídos Akaki no era una jefa popular, y en momentos de grave crisis, el pueblo

~188~
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de Hana necesitaba un gobernante que los unificase, si querían tener la posibilidad


de vencer a los guerreros de Lopaka. ¿Quién podía hacerlo? Ella dudaba que le
hubiese interesado antes reinar en Hana; pero ahora que había estado en un país
lejano comprendía que para, ella Maui y Hana eran lugares maravillosos. Haría todo
lo que fuese necesario para conseguir que sobreviviese el estilo de vida al que ella
estaba acostumbrada.
Con una sonrisa en los labios ella dijo:
—Sí, Kawika; posiblemente sea alii-aui: Pero no temas, me acompañarás. Oí decir
que la condición de las mujeres ha cambiado mientras yo estuve ausente.
Aprovecharé ese cambio. Además —rió francamente—, si soy alii, ¿quién se atreverá
a discutir lo que yo haga? —Se acarició los cabellos húmedos.— Duerme ahora, amor
mío, mañana nos espera otro día de esfuerzos.
Esta vez durmieron con un sueño liviano, y despertaron al alba para reanudar la
marcha. Aunque habían descansado bien, la falta de alimento minaba las fuerzas de
los dos jóvenes; las sandalias estaban rotas y deshilachadas, de modo que partes de
los pies rozaban la áspera lava. De todos modos, llegaron a la cima de la montaña
antes de que el sol estuviese alto.
La escena que vieron allí era de sombría desolación. El paisaje adoptaba la forma
de un enorme cuenco poco profundo, de muchos kilómetros de diámetro, rodeado
por conos de ceniza. Allí no había vida; sólo unos pocos surtidores de vapor que
brotaban por las fisuras de la tierra. Incluso mientras observaban se oyó el rugido
que provenía del cráter. La tierra tembló bajo los pies de los intrusos.
Era un espectáculo sobrecogedor, y Liliha experimentó un escalofrío. Al lado,
Kawika contuvo la respiración.
Ella buscó la mano del nativo, y ambos comenzaron ascender hacia el cráter. El
suelo mismo bajo los pies estaba caliente, y Liliha exhortó a Kawika a marchar más
deprisa.
Habían recorrido la mitad del camino cuando se oyó otro retumbo, parecido al
eructo de un gigante dormido, y la tierra se estremeció otra vez. Detrás de sí, oyeron
gritos de miedo.
Ambos se volvieron, y miraron hacia el lugar de donde habían partido. La
mayoría de los perseguidores había llegado al borde del cráter. Formaban una línea,
pero habían detenido la marcha.
—Kawika, no nos siguen —exclamó alegremente Liliha—. ¡Tienen miedo!
Incluso a esa distancia Liliha identificó la figura alta y dominante de Lopaka entre
los guerreros. Con gestos irritados exhortaba a sus hombres a seguir a Liliha y
Kawika; pero ninguno de ellos lo obedecía. Todo lo contrario, comenzaban a alejarse.
Uno por uno desaparecieron de la vista, y al fin sólo quedó Lopaka.

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—Ahora podemos considerarnos seguros —dijo la joven—. La distancia es


excesiva, y no pueden rodear el cráter para cortarnos el paso al otro lado de la
montaña. Seguiremos el mismo rumbo que hasta ahora y llegaremos a Hana. Será un
camino largo, pero más seguro.
Con renovada energía echaron a andar, afrontando esperanzados la desolación del
gran cráter; para ambos el objetivo supremo era llegar cuanto antes a Hana.

Lopaka hervía de cólera y frustración. Por mucho que amenazara y exhortase a sus
guerreros, estos rehusaron seguir a Liliha y al traidor Kawika a través del cráter.
— ¡Sois todos niños, niños miedosos! —gritó Lopaka—. No hay nada que temer.
Los dioses no se enojarán. En este cráter no hay dioses hostiles, ¿entendéis?
Los hombres rehusaban encontrar la mirada de Lopaka, y se volvían y
comenzaban a descender la ladera de la montaña.
Lopaka consiguió controlarse. En efecto, eran niños y de nada servía reprenderlos.
Les volvió la espalda con un gesto despectivo y miró a Liliha y Kawika. Se
desplazaban deprisa a través del fondo del cráter.
Lopaka contempló brevemente la posibilidad de perseguirlos solo; pero decidió
que no valía la pena. No por temor, pues confiaba en que podría matar fácilmente a
ambos. Pero no convenía que un jefe se rebajase de ese modo. Era una tarea
reservada a sus guerreros, y si estos no estaban dispuestos a ejecutarla, había que
aceptar que la pareja de fugados obtenía así un respiro.
—Sólo un respiro, Liliha —dijo en voz alta—. Recuérdalo bien.
En ese momento decidió que haría todo lo que estuviese a su alcance para
apresurar el momento del ataque a Hana. No podía darse el lujo de permitir que
Liliha dispusiera de tiempo para fortalecer la voluntad de resistencia de los aldeanos.
—Pronto, Liliha. Pronto morirás, y me ocuparé de que tu muerte sea dolorosa y
degradante.

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Capítulo 13

David no se sorprendió cuando Dick Bird aceptó entusiasmado la idea de


acompañarlo a las Islas Sandwich.
—Amigo David, ansio vivir una aventura diferente —dijo Dick—. La vida aquí
me aburre. Hace mucho que no corro aventuras. Y las Islas Sandwich... —Se frotó las
manos, sonriendo anticipadamente.— Mi estancia allí fue muy breve. No dispuse de
tiempo suficiente para saborear bien la vida natural.
—Tal vez no regrese, Dick —dijo serenamente David—. Todo dependerá de Liliha.
Tal vez esté tan enojada que ni siquiera acepte hablarme; pero me propongo
asediarla. Te aseguro que no renunciaré fácilmente.
Dick lo examinó atentamente.
— ¿Estás dispuesto a renunciar a tu vida aquí?
— Si es lo que se necesita para conquistar a Liliha. He comprendido, quizá
demasiado tarde, que ella es lo que más me importa en la vida.
— ¡Bravo, amigo mío! Aplaudo tu actitud. A pesar de mi cinismo, tengo una
visión romántica de la vida. Lo cual no quiere decir que jamás me comprometa
eternamente con una doncella; pero respeto a los hombres que aceptan tales
compromisos. —Enarcó una ceja.— Sin embargo siento cierta curiosidad... ¿cómo
financiarás este viaje? ¿Acaso lord Trevelyan se ha ablandado y ahora aprueba tu
actitud?
—No, y jamás lo hará —dijo secamente David.
—David, tengo dinero, más del que podré usar jamás. Con mucho gusto te haría
un préstamo.
—Te lo agradezco, Dick, pero eso no será necesario. He acumulado bastante
dinero gracias al juego, y mi madre me apoya. Tiene su propia fortuna, y ha aceptado
darme todo lo que necesite.
—Por lo menos pagaré mi parte de los gastos. Insisto en eso. David... me complace
que me pidas que te acompañe. Pero Dick no miró con buenos ojos la siguiente
propuesta de David.
—Tengo otro plan, Dick, un proyecto que puede parecerte extraño, pues sé que no
te interesan demasiado los caballos.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Dick lo miró fijamente.


— ¿Los caballos? Dios mío, amigo, ¿cómo es que entran los equinos en esta
conversación?
—Como sabes, Liliha aprendió a cabalgar mientras estaba en Inglaterra, y siente
mucho afecto por Tormenta, la yegua que ella montaba. Me propongo llevar en este
viaje tanto a Tormenta como a mi propio caballo, Trueno.
—Santo Dios, David, ¡seguramente estas loco! —Dick se llevó una mano a la
frente.
David meneó la cabeza.
—No, creo que estoy perfectamente cuerdo. Por lo que me dijeron de Maui un
caballo sería muy útil y estoy seguro de que mi iniciativa complacerá inmensamente
a Liliha. ¿No entiendes? Es una oferta de paz. Fui un tonto cuando permití que se
alejara de mí y he comprendido demasiado tarde mi error. Pero abrigo la esperanza
de que este gesto ayude a convencer a Liliha de lo mucho que la amo.
— ¿No es suficiente viajar al otro extremo del mundo para verla?
David se echó a reír.
—Quizá, y espero que así sea; pero si no es ése el caso, tal vez el hecho de que le
lleve a Tormenta contribuya a ablandar su corazón.
—Amigo mío... —Dick suspiró.— Los problemas del transporte de dos caballos
son abrumadores. Y el viaje llevará muchos meses. Morirán mucho antes de que
lleguemos a destino.
—No será así si se les atiende bien; se les suministra comida y agua y se les ejercita
un poco. Ya comenté este asunto con el capitán del barco que he contratado. Tropecé
con cierta resistencia, pero la suma de dinero que le ofrecí finalmente lo convenció.
Dick silbó por lo bajo.
—Seguramente esto te cuesta mucho.
—Así es, pero creo que vale la pena. Deseo iniciar cuando antes el viaje. Si fuera en
un buque de carga, como se acostumbra, soportaría interminables demoras mientras
el barco se detiene en diferentes puertos. De este modo, haremos únicamente las
escalas necesarias para abastecernos. En este mismo instante el capitán Roundtree
está realizando las modificaciones que hacen falta para recibir a los caballos.
Dick meneó la cabeza
—Incurrir en tales gastos... —De pronto sonrió. — Pero se trata de un gesto
quijotesco y gallardo, y por esa razón te admiro. ¿Quizá pueda convencerte de que
también llevemos un par de mujeres? Será un viaje prolongado y solitario, y dos
bellas mozas nos ayudarían a pasar el tiempo.

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Patricia Matthews Amor Pagano

David sonrió, pero meneó firmemente la cabeza.


—Dos caballos ya serán bastante problema. Un par de mujeres agravaría mucho
las cosas.
—Una mujer nunca es demasiado para Dickie Bird.
—Suspiró entristecido, y después meneó la cabe¬za.— ¿No habrás adoptado la
extraña idea de permanecer fiel a tu Liliha?
—Así es. —David agregó:—Por lo menos, hasta que sepa que me rechaza.
—¡Dios mío! De veras, estás enamorado. —Dick hizo un gesto con las manos.—
¿Cómo nos apoderaremos del caballo de Liliha?
—Lo robaremos.
Dick gimió.
— ¿De modo que ahora me convertiré en ladrón de caballos, eh?
—El abogado que está a cargo de la propiedad de los Montjoy es un hombre
rígido. Jamás consentirá en desviarse de lo que considera propio. Y estoy seguro de
que no aceptará entregarme la yegua.
—Entonces, ¿por qué no compras el maldito animal? ¿Qué importa una
extravagancia más?
—Ese hombre no acepta vender sin obtener primero la autorización de Liliha. Me
acerqué a él a través de un intermediario. Y la respuesta de Liliha tardaría por lo
menos un año. —Dio una palmada sobre el hombro de Dick.— En rigor, no será un
robo, pues llevaremos el animal a su propietaria.
Pero David en efecto sintió que era un ladrón cuando esa misma noche se
introdujeron subrepticiamente en el establo de la propiedad de los Montjoy. Había
dicho a Dick que no era necesario que él viniese, y Dick contestó.
—Amigo mío, si te enviaran a la cárcel por robo de caballos, necesitarás un amigo
que te ayude a pasar el tiempo.
Pero fue una tarea ridiculamente fácil. Los caballerizos se habían marchado mucho
rato antes, y los dos jóvenes pudieron retirar del establo a Tormenta y salir sin
escándalo. David había dejado a Trueno atado a poca distancia de la Residencia
Montjoy. Cuando llegaron al lugar, David montó su caballo. Dick se acomodó sobre
Tormenta, y ambos regresaron al trote a Londres.
A la mañana siguiente, el capitán EzraRoundtree los esperaba a bordo de la nave,
el Promesa. Estaba al extremo de la planchada mientras David y Dick lidiaban con
los caballos. David comenzó a subir la planchada montado en Trueno. El gran caballo
negro se estremecía, relinchaba y movía salvajemente los ojos. David le hablaba con
voz serena y acariciadora. Trueno volvió a retroceder, y durante un momento, David

~193~
Patricia Matthews Amor Pagano

temió que el animal saltase de la planchada al agua. Finalmente, consiguió


controlarlo, y poco a poco lo obligó a subir. Ahora ya se había reunido toda la
tripulación del barco, y los hombres reían de buena gana al ver las dificultades de
David.
Ezra Roundtree era un hombre delgado y alto, de unos cincuenta años, que
generalmente tenía una expresión sombría en el rostro. Cuando David llegó a
cubierta montado en Trueno, el capitán dijo agriamente :
—Seguramente debo estar loco por aceptar este absurdo.
—Ni usted ni sus hombres han ayudado mucho —dijo secamente David.
—Acepté llevar como carga sus malditos animales..
—Por lo cual se le paga bien.
—Pero aclaré, señor Trevelyan, que la atención de las bestias correría por su
cuenta.
— ¿Están preparados los lugares bajo cubierta?
—Están preparados, señor. Lo mismo que su condenada rampa —dijo el capitán
Roundtree—. Seguramente estoy loco si permito que destruyan mi barco por recibir a
dos caballos.
David guió a Trueno sobre cubierta y con él la rampa de madera que conducía a la
bodega. Cuando desmontó, David acarició unos instantes a Trueno y le dijo palabras
afectuosas en voz baja. El caballo estaba nervioso y sobresaltado. David llenó con
agua fresca un cubo y se ocupó de que el animal tuviese alimento. Después, regresó a
cubierta para ayudar a embarcar a Tormenta.
Al parecer, la novedad ya no atraía, pues el capitán y sus tripulantes se habían
dispersado y se preparaban para soltar amarras.
Media hora después, David y Dick estaban de pie apoyados en la baranda. Los
marineros soltaban los cabos, y el navio comenzaba a alejarse de la orilla. Las velas
pronto se hincharon con el fuerte viento del oeste, y el Promesa inició su viaje.
Dick dijo secamente:
—Amigo mío, de veras confío en que el barco haga honor a su nombre.
—Lo mismo digo, Dick. Lo mismo digo.
Como David nunca había navegado, al principio todo le pareció nuevo y
sugestivo. Pero no tardó mucho tiempo en comenzar a sentir los efectos del hastío.
Día tras día el Promesa avanzaba en dirección oeste suroeste, y no había más que
ver que la inmensa vastedad del mar. Aunque recorrían rutas marinas muy
transitadas, a veces pasaban días sin cruzarse con otra nave.

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No pasó mucho tiempo sin que David se preguntase si no había cometido una
enorme tontería al llevar los caballos. David se ocupaba solo de atender a las bestias,
pues no creía que fuera apropiado encomendar a Dick ninguna de las pesadas
obligaciones del caso; en efecto, Dick no había aprobado la iniciativa.
A medida que pasaron los días, comenzó a sentirse cada vez más preocupado por
los animales. El confinamiento bajo cubierta, el movimiento constante del barco, la
falta de ejercicio, todos estos factores contribuían a agravar la situación. Los caballos
enflaquecieron y perdieron vivacidad, a la vez que el pelaje cobró un matiz opaco. El
único ejercicio posible era el que realizaban en el estrecho corredor que había frente a
las cuadras improvisadas. David pasaba mucho tiempo con ellos. El corredor era tan
corto y estrecho que incluso era difícil lograr que Trueno volviese grupas, y además
sólo podía avanzar unos pocos pasos en cada dirección. David les suministraba agua
y comida, les cepillaba el pelaje y les hablaba; pero temía que los caballos muriesen
mucho antes de terminar el viaje.
La monotonía y el tedio de la travesía y los cuidados que dispensaba a los
animales, comenzaban a producir su efecto en David y a agriar su humor.
Un día dijo a Dick:
—Siempre he oído hablar del romance y la aventura del mar. Bien —escupió al
agua—, hasta ahora lo único que he visto es el agua rancia, la comida en mal estado,
el mareo y el tedio. ¡Dios mío, qué monotonía!
—Amigo mío, el romance y la aventura que tú mencionas provienen de los lugares
que uno visita. Los países extraños y exóticos. Te concedo que el tiempo invertido en
el viaje hasta esos lugares a menudo puede ser muy aburrido.
—Aburrido es una palabra suave— murmuró David.
—Por supuesto, si por casualidad nos atacasen los piratas —dijo burlonamente
Dick— podrías encontrar la excitación y la aventura que tanto anhelas.
David miró a su amigo.
— ¿Eso es probable?
—Probable quizá no, pero sí posible, —Dick se encogió de hombros.— Las aguas
que surcaremos dentro de poco están infestadas de piratas... por lo que sé
especialmente las aguas del Caribe.
—Dick... ¿por qué no dijiste una palabra mas acerca de mi idea de traer los
caballos? Me lo advertiste, y tenías razón. Fue un error.
Dick se encogió de hombros.
—David, rara vez censuro las locuras de un hombre, Yo mismo cometo muchas.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Me temo que no sobrevivirán a este largo viaje —dijo David con acento de
desconsuelo.
—Creo que tendrás que modificar un poco los planes. Los animales necesitan
ejercicio, y por lo tanto tendrás que decir al capitán que entre en uno de los puertos
del trayecto. Quizá convenga una escala de una semana en cada uno. Así podrías
descender a tierra con tus preciosos caballos para ofrecerles el ejercicio que tanto
necesitan.
David meneó la cabeza.
—Eso significaría un considerable retraso. Deseo llegar cuanto antes a donde está
Liliha.
—Amigo David, creo que tendrás que elegir. Un encuentro más cercano con tu
doncella isleña o el bienestar de tus animales. Y agregaré que son los mismos
animales cuyo transporte te ha exigido mucho dinero y grandes esfuerzos.
David guardó silencio y reflexionó. Sabía que Dick tenía razón en un aspecto: los
caballos no sobrevivirían, y se le oprimía el corazón cuando pensaba en la
posibilidad de perder a Trueno. Ocupaba un lugar especial en su afecto. Por otra
parte, la idea de retrasar el encuentro con Liliha lo desalentaba.
Con su habitual sagacidad Dick dijo:
—David, Liliha no partió mucho antes que nosotros. No puede llevarnos una
delantera considerable. ¿Qué importan unas pocas semanas más?
David lo miró y vio la sonrisa expectante en los labios de su amigo.
—Sé lo que piensas. Las mujeres que conocerás en todos esos puertos a los cuales
aludes.
—Cierto. Muy cierto —dijo imperturbable Dick—. No lo negaré. En efecto, este
prolongado viaje llegaría a ser más grato.
David suspiró y dijo de mala gana:
—Tienes razón. Lo comprendo perfectamente.
—En ese caso, sugiero que ordenes al capitán Roundtree cambiar el rumbo, y
enfilar hacia Charleston, en las Carolinas, con el rumbo actual, nuestra primera escala
será en el Caribe, y no puedes esperar tanto tiempo. —Agregó:—He oído decir que el
puerto de Charleston, en Carolina del Sur, es un lugar famoso por sus mujeres y sus
tabernas.
—¡Señor, soy capitán del Promesal —tronó Roundtree—. ¡No cambio mi rumbo
por el capricho de un pasajero!

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—Capitán, no soy un pasajero común —dijo David—. Contraté su barco, y


descubrí, reconozco que tardíamente, que es necesario desembarcar de vez en
cuando; los caballos de lo contrario, morirán.
— ¡Esos malditos animales! —El capitán movió los ojos exasperado.— Son una
condenada molestia, y me arrepiento del día en que acepté transportarlos.
—No debe preocuparse tanto. Lamento el retraso, pero parece que no tengo
alternativa. Se le pagará una suma adicional por el retraso y las molestias. Y le
aseguro, señor, que se le recompensará.
De modo que pocos días después llegaron al activo puerto de Charleston. Dick
explicó a David que los Estados sureños de América estaban produciendo
abundantes cosechas de algodón y tabaco, y que Inglaterra y Francia representaban
para esos productos un mercado lucrativo. Charleston era uno de los puertos más
activos del sur de la bahía, David identificó las banderas de más de una docena de
países.
El espacio en los muelles era escaso, y el Promesa tuvo que esperar anclado hasta
la mañana siguiente. David y Dick estaban en cubierta, observando impresionados la
actividad del puerto. Muchas veces descargaban las mercancías en largos botes, en
lugar de esperar que hubiese espacio junto a los muelles.
—Preveo que habrá un problema —dijo Dick—. Sé por propia experiencia que
muchos puertos que serán escala en nuestra ruta no tienen instalaciones de carga y
descarga. El embarque o desembarco debe realizarse apelando a los botes. Y no creo
que tus caballos —dijo riendo— puedan desembarcar y regresar en bote.
—En ese caso, nadaré con ellos. Tal vez se necesite un poco de costumbre, pero
finalmente se adaptarán.
Intrigado, Dick preguntó:
— ¿Cómo los subirás y bajarás del barco?
—Utilizaremos una red, y de ese modo podremos embarcarlos y desembarcarlos.
—Dios mío, eres un hombre decidido. —Dick meneó admirado la cabeza.— Estoy
seguro de que el capitán Roundtree estará dispuesto a asesinarte antes de que
termine este viaje.
—Se le pagará bien —dijo obstinadamente David. Se enjugó el sudor que le cubría
la frente. Desde hacía varios días la temperatura era cada vez más elevada, en la
costa sureña de América, el calor era casi sofocante. Vio que los negros que
trabajaban en el muelle y tripulaban los botes vestían sólo pantalones, cortados en las
rodillas. Al parecer no les preocupaba el calor, y eso a pesar de que llevaban a cabo
trabajos penosos. Dijo:
—El calor en el sur americano es infernal.

~197~
Patricia Matthews Amor Pagano

Dick se echó a reír.


—Acostúmbrate, amigo mío. Estamos acercándonos al trópico. Este calor es nada
comparado con lo que hallaras después; y las islas pueden ser muy cálidas si no
soplan los vientos alisios.
A la mañana siguiente, el Promesa se acercó al muelle de madera y comenzó la
ardua tarea de desembarcar los caballos. David se consideró afortunado en un
aspecto : los dos animales estaban aletargados y aceptaron dócilmente que se los
llevase de la brida. En sí mismo, el hecho era inquietante; David temía que el largo
encierro resultara fatal.
De nuevo los marineros se reunieron para contemplar la maniobra. Los hombres
que trabajaban en el muelle abandonaron temporalmente sus labores y se acercaron a
ver. Al principio observaron en silencio, pero no pasó mucho tiempo antes de que la
escena que estaban contemplando provocase comentarios burlones y estridentes.
David los ignoró y continuó su trabajo.
Finalmente, Trueno y Tormenta llegaron al muelle; los animales mantenían gacha
la cabeza mientras David y Dick los ensillaban. David regresó a la planchada para
hablar con el capitán Roundtree.
—Nos internaremos tierra adentro con los caballos para ejercitarnos. Estaremos
ausentes varios días, quizá una semana.
—Nunca volveré a contratar mi nave para realizar una empresa tan absurda —
gruñó el capitán Roundtree.
—Pero en este caso lo ha hecho, señor —dijo David con firmeza—. Tenemos un
acuerdo, y usted debe cumplirlo.
David abandonó la nave y se reunió con Dick en el muelle. Montaron los caballos
y cabalgaron por las calles del puerto, repletas de tabernas.
Dick dijo :
—David, tengo una sed terrible. ¿Podemos detenernos a beber una copa? ¿O dos?
—Ahora no —dijo David—. Descendimos a tierra con un propósito concreto.
Lamento el retraso, pero es necesario. Me sentiria culpable si dedicase el tiempo a las
mujeres y al alcohol.
Dick acató la indicación gruñendo por lo bajo. Se detuvieron frente a una tienda,
en las afueras de la ciudad, y compraron comida y dos botellas de vino.
Cuando estuvieron fuera de la ciudad, los caballos comenzaron a reanimarse
gracias al intenso olor del pasto y de las plantas en general. Trueno irguió las orejas y
relinchó, y poco después comenzó a marchar con paso más vivo.

~198~
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Pronto se encontraron en un camino rural. A cada lado podían verse algodonales.


Estaban llegando al final del verano, y las plantas de algodón aparecían cubiertas de
copos blancos como la nieve. David, que nunca había visto un algodonal, estaba
fascinado. Allí todo se hacía en escala mucho mayor que en Inglaterra. Las casas
coloniales, rodeadas de arboledas y levantadas a cierta distancia del camino, lo
impresionaron. Casi todas eran blancas, y tenían por lo menos dos pisos, con altas
columnas al frente. A veces, atravesaban espesos bosques, donde abundaban los
grandes robles, y la hierba era verde y alta. No había empalizadas, y Trueno pugnaba
constantemente por acercarse a los jugosos prados.
Finalmente, David cedió.
—Es casi mediodía. Detengámonos aquí, y dejemos que los caballos coman
mientras tomamos nuestra comida fría.
A escasa distancia del camino encontraron un gran árbol, y poco más allá una
pequeña fuente. Los hombres desmontaron y David descargó las alforjas. Habían
traído mantas, pues pensaban dormir al aire libre, y también las pistolas. Habían
incluido las armas por insistencia de Dick. David había preguntado:
— ¿Por qué son necesarias? Tengo entendido que los indios salvajes ya no atacan a
las colonias.
—Amigo David, aún es una región de la frontera, y puedes tener la certeza de que
nos cruzaremos con bandidos y rufianes. Tenemos aspecto de personas prósperas,
presas fáciles de los ladrones. Es mejor andar armado.
David aflojó las monturas, y soltó a los caballos a pocos metros de los árboles. Los
dejó con las riendas y regresó donde Dick ya se había instalado sobre una manta bajo
un gran roble. Dick estaba abriendo una botella de vino.
David se sentó al lado de su amigo, apoyando la espalda en el tronco del árbol.
Dick le pasó la botella de vino.
—Puesto que te niegas a entrar a una taberna, habrá que conformarse con esto. —
Dick suspiró ostensiblemente. —Ahora, si por lo menos tuviésemos una mujer o dos.
La risa de David no reflejó mucha simpatía. Bebió un largo trago de vino. Se
pasaron uno al otro la botella hasta que estuvo vacía, y después David, se instaló
cómodamente contra el árbol. Era un lugar pacífico e incluso el calor del mediodía
era tan reconfortante que provocó en el joven cierta somnolencia. Los insectos
zumbaban en el prado y David advirtió que los caballos habían mejorado bastante.
En cierto momento, Trueno incluso dejó de mordisquear la hierba y dio a Tormenta
un mordisco juguetón en el cuello. David se dijo que si decidía a permanecer en Maui
podía ser una idea espléndida cruzar a la yegua con Trueno e iniciar un linaje de
caballos a partir del corpulento corcel. A Liliha le agradaría la idea. Cuando pensó en
Liliha, David sonrió.

~199~
Patricia Matthews Amor Pagano

— ¿Una pata de pollo?


David se puso de pie y miró alrededor. Dick le ofrecía una pata de pollo frito. Era
la primera vez que David veía el pollo cocido de ese modo. Mordió la carne tersa y la
encontró deliciosa. Después de la comida, Dick se acostó sobre la manta, y pronto
comenzó a roncar suavemente.
David también se sentía somnoliento, adormecido por el calor y el zumbido de los
insectos, repleto de vino y comida. Era grato sentir de nuevo bajo los pies la tierra
firme, después de varias semanas tratando de acostumbrarse al movimiento del mar,
después de dirigir una última mirada a los caballos, abandonó la tarea y se extendió
al lado de Dick, que dormía.
— ¡David!
Se sentó, alertado por el acento de alarma en la voz de su amigo.
— ¿Qué ocurre?
— ¡Los caballos! —Dick señaló el prado vacío.— ¡ No están!
— ¡Maldita sea! —David se incorporó de un salto y corrió hacia el prado mirando
en todas direcciones. Los caballos no estaban.— Quizá se alejaron por propia
voluntad, pero lo dudo. Trueno jamás ha hecho eso.
Atravesó el prado y estudió el terreno. En el centro había un lugar libre de pasto, y
la lluvia reciente había dejado húmedo el suelo. David dobló una rodilla. Había
huellas de botas. A juzgar por las indicios, todo había ocurrido durante la última
hora.
Se incorporó y maldijo por lo bajo.
— ¡Dick, han robado los caballos!
Dick se acercó y David señaló las huellas de las botas. Dick dijo:
— ¿Qué hacemos ahora?
David contestó hoscamente:
—Los perseguiremos. No he llegado tan lejos ni me he tomado tanto trabajo para
perder los caballos.
— ¡David, no soy un rastreador del desierto!
—Tampoco lo soy yo, pero debemos intentarlo.
Regresó deprisa al roble, recogió las alforjas y dobló la manta. Cuando Dick se
acercó David dijo:
—Por suerte trajimos las pistolas. Tenías razón. —Examinó una de las armas.—
Ahora, busquemos a los ladrones de caballos.

~200~
Patricia Matthews Amor Pagano

Dick suspiró.
—Tú y tus condenados equinos. ¿Cuántas dificultades nos acarrearán?
Ahora que tenía un plan de acción, parte de la cólera de David se calmó y el joven
pudo sonreír.
—Dick, hablaste de aventuras. Ahora me parece que habrá algo de eso.
—Seguir la pistas de ladrones no es el tipo de aventura que me atrae.
Con un gesto dirigido a su compañero, David comenzó a caminar. Fue muy fácil
seguir las huellas de los caballos. Salían del bosquecillo de robles y llegaban al
camino principal. Incluso allí, donde había que distinguirlas de las huellas dejadas
por las ruedas de los carros y de otros animales, no fue demasiado difícil seguir el
rastro de Trueno y Tormenta, porque sus pisadas eran mucho más recientes.
Además, a causa del tamaño y del peso de Trueno, sus cascos se hundían más
profundamente en la tierra del camino que los cascos de los caballos que habían
pasado antes.
—Creo que nos conviene vigilar la posibilidad de que las huellas se aparten del
camino. Ocúpate de un lado y yo haré lo mismo con el otro. No pueden estar muy
lejos.
Con la cabeza inclinada, caminaron uno a cada lado de la estrecha huella. Aunque
hacía mucho que el sol había sobrepasado el cénit, y ahora descendía hacia el oeste,
el calor aún era muy ingrato. David tenía que secarse a menudo la transpiración que
le enturbiaba la vista. Pero continuaba obstinadamente la marcha.
Habían estado caminando más de dos horas, casi siempre en silencio, cuando Dick
dijo.
—David, creo que salieron del camino aquí mismo.
David se acercó deprisa. Las huellas profundas de Trueno era inconfundibles.
David se enderezó y miró a lo lejos, en la dirección seguida por las huellas. Un
estrecho sendero se internaba entre palmeras y robles; la vegetación era tan densa
que no podían ver qué había más allá.
David desenfundó su pistola.
— ¡Adelante, Dick!
Marchando al frente, comenzó a internarse por el sendero. La tierra aún estaba
blanda a causa de las lluvias, y no era difícil seguir las huellas. David se detuvo
bruscamente, y Dick chocó contra él. Aferró el brazo de su compañero y lo obligó a
ocultarse detrás de un árbol.

~201~
Patricia Matthews Amor Pagano

— ¡Mira eso! —Hizo un movimiento con la cabeza. El bosque se interrumpía


bruscamente, y en un claro, a poca distancia, se levantaba una típica casa sureña.
Trueno y Tormenta estaban atados a un poste que se levantaba frente a la casa.
La mirada de David examinó la casa y el área circundante. Aunque tenía
aproximadamente las mismas proporciones que otras residencias que él había visto
el mismo día, ésta exhibía signos de descuido. La maleza había invadido lo que en
otro tiempo podía haber sido un hermoso prado frente a la casa. El frente de la
construcción mostraba la pintura descascarada, y varias persianas colgaban de los
goznes. Al fondo podían verse algunas construcciones anexas, también bastante
deterioradas; y un algodonal comenzaba poco después de los edificios. En el lugar
reinaba un extraño silencio, y los dos jóvenes no alcanzaban a ver una sola persona.
—¿Crees que la casa está vacía? —murmuró Dick—. Tal vez nuestros bandidos se
detuvieron aquí para descansar un rato, creyendo que no les perseguiríamos.
David iba a contestar, cuando un grito agudo quebró el extraño silencio. ¡Era una
voz femenina!
David movió su pistola.
—¡Vamos!
Sin vacilar corrió hacia la casa. Podía oír el ruido de los pasos de Dick que venía
detrás. Cuando pasó al lado de los caballos David vio que los habían castigado, y
comprendió que los ladrones habían forzado la marcha de los animales.
Antes de que llegaran al porche, otro grito partió del interior de la casa. Sin
preocuparse de disimular sus movimientos, David subió la escalera del frente de dos
en dos peldaños, y cruzó el ancho porche. La gran puerta principal estaba
entreabierta. David la empujó con la palma de la mano y se abalanzó hacia el interior
de la vivienda. El interior estaba en penumbras, pero la puerta abierta de par en par
permitía ahora el paso de la luz, de modo que David pudo ver lo que ocurría.
Estaba en un amplio vestíbulo. A la derecha, una escalera llevaba al primer piso, y
directamente frente a él cuatro personas luchaban en el suelo. Dos eran mujeres, y se
debatían las faldas de crinolina levantadas, mostrando las blancas enaguas, sujetas
por dos hombres toscamente ataviados. Más allá de las dos parejas, David alcanzó a
ver el rostro oscuro y atemorizado de una tercera mujer, que espiaba por una puerta
entreabierta.
Dick dijo:
— ¿Qué demonios significa esto?
—Yo me ocuparé del villano de la derecha, y dejo a tu cargo el otro.
Con una carcajada, Dick contestó:
— ¡A ellos, amigo David!

~202~
Patricia Matthews Amor Pagano

Los dos atacantes de las mujeres estaban tan absortos en lo que hacían que
ninguno había prestado atención a los recién llegados. David guardó la pistola bajo el
cinto, atravesó corriendo el vestíbulo en dirección al hombre de cabellos largos y
grasientos, y después de hundir los dedos en la larga cabellera pegó un fuerte tirón.
El hombre gritó; no intentó resistirse. Los pantalones, desabrochados, cayeron hasta
los propios tobillos. David lo obligó a volverse y descargó un puñetazo en el rostro.
El golpe envió al hombre contra la escalera. Tenía la cara de un caballo, con
dientes grandes y amarillentos, una barba descuidada le cubría el rostro.
El individuo se enderezó, miró con odio a David y se agachó para levantarse los
pantalones. David volvió los ojos hacia Dick y su contrincante, enzarzados en un
combate implacable. Mientas David miraba Dick consiguió librarse de las garras del
villano, y comenzó a descargar fuertes golpes, una verdadera lluvia de izquierdas y
derechas. Bajo el efecto de la descarga de puñetazos, el hombre retrocedió hasta la
pared, tratando vanamente de cubrirse el rostro con las manos.
La mirada de David volvió hacia las dos muchachas. Ambas se habían sentado y
con movimientos frenéticos trataban de alisarse las faldas. Ambas eran jóvenes y
bonitas, y se parecían mucho. Eso fue todo lo que pudo observar, pues la muchacha a
quien había salvado, miraba detrás de David con expresión de temor. Alzó un dedo
tembloroso y señaló.
David volvió los ojos hacia el hombre a quien había arrojado contra la escalera.
Casi fue demasiado tarde. El hombre de la cara de caballo seguramente tenía un
cuchillo escondido entre las ropas. Lo había desenfundado, y avanzaba para atacar a
David. La punta del cuchillo resplandecía malignamente. David rebuscó la pistola en
su cinto. ¡Había desaparecido! En la pelea seguramente se le había caído.
No se atrevió a buscarla. Sin apartar los ojos del hombre que se acercaba, comenzó
a describir un círculo. Los ojos de su enemigo eran grises y fríos, tan inexpresivos
como los de una muñeca.
Mientras retrocedía, el pie de David chocó contra el primer peldaño de la escalera,
y el joven perdió el equilibrio. El hombre del cuchillo emitió un grito de triunfo y se
arrojó sobre David. Al advertir la situación, David se dejó caer del fondo. Rodó con la
mayor rapidez posible, hasta que chocó contra las piernas de su enemigo. La fuerza
del impacto fue suficiente para derribar a su antagonista.
El hombre de la cara de caballo cayó pesadamente al suelo. Con la velocidad del
rayo, David volvió a rodar sobre sí mismo y esta vez cayó sobre su contrincante.
Estaba boca abajo y trataba de incorporarse. Lo sujetó contra el suelo, y cerró las dos
manos sobre la muñeca del individuo. Alzó el brazo del bandido y lo golpeó contra
el borde del primer peldaño. El hombre aulló de dolor, y contorsionó el cuerpo, pero
el cuchillo saltó de su mano, y fue a aterrizar fuera de su alcance.

~203~
Patricia Matthews Amor Pagano

De nuevo David hundió los dedos en los cabellos lacios. Alzó la cabeza del
hombre y la golpeó contra el peldaño. Se oyó un fuerte ruido, y el cuerpo se movió
una vez y después quedó paralizado.
David se puso de pie cautelosamente, pero el hombre no se movió. El joven miró a
su amigo. Dick había vencido a su adversario. Sujetaba los brazos del hombre detrás
de la espalda. Sonriendo Dick dijo:
—Este canalla ha perdido la voluntad de luchar. ¿Qué hacemos con ellos, David?
Después de reflexionar un momento David miró a las dos inquietas mujeres, que
ya estaban de pie.
—¿Las hirieron?
Una se adelantó.
—Gracias a usted, no cometieron... el ultraje definitivo pero unos instantes más y...
—se estremeció.
—Deberíamos ahorcarlos —dijo David al hombre a quien sujetaba—. No sólo por
lo que intentaron hacer aquí, sino por robar nuestros caballos; pero eso podría
ofender todavía más la sensibilidad de las damas. ¡De modo que márchense! —
Indicó con un gesto al hombre tendido en el suelo que ahora mostraba signos de que
estaba recobrando el conocimiento.— Llévese a su amigo, y nunca vuelva a aparecer
por aquí, ¿entendido?
El hombre asintió ansiosamente. Dick lo soltó y el individuo corrió hacia su
compañero.
—Vamos, ven. ¡De pie! —dijo con voz tensa—. ¡Nos dejan libres !
Ayudó a incorporarse al caído. Aturdido y sin entender lo que ocurría, el cómplice
comenzó a caminar hacia la salida. David los siguió hasta el porche, y los vio alejarse
deprisa. Esperó hasta que desaparecieron, y después regresó al interior de la casa.
Las dos mujeres habían recobrado el dominio de sí mismas, y conversaban con
Dick. La que había hablado antes dirigió una sonrisa agradecida a David.
—Señor, les estamos eternamente agradecidas... y eso vale para usted y su amigo.
Yo soy Caroline Bradewell y ella es mi hermana menor, Louise.
—David Trevelyan, a sus órdenes, señora. —Inclinó la cabeza— y éste es Dick
Bird.
Dick también saludó con una reverencia más profunda y después acercó los labios
a la mano de cada una de las jóvenes y las besó, mientras formulaba cumplidos
extravagantes en elogio de la belleza de las muchachas. Caroline no apartaba la
mirada de David, pero Louise evidentemente seducida por las atenciones de Dick, se
sonrojó bellamente.

~204~
Patricia Matthews Amor Pagano

Ambas jóvenes tenían largos cabellos rubios, ojos muy azules, y el cutis sonrosado.
David preguntó :
—¿Viven solas aquí?
Caroline asintió.
—Salvo la compañía de la servidumbre y los esclavos del campo. Cuando esos
hombres entraron, estaban aquí sólo las criadas.
— ¿No hay hombres en la casa? Caroline meneó la cabeza.
—Nuestros padres fallecieron el año pasado a causa de la fiebre. Louise y yo
hemos tratado de administrar la plantación, y como pueden ver, no hemos tenido
mucho éxito. —Con un gesto indicó el decaimiento de la casa.— Todavía no somos
muy eficaces, pero poco a poco aprendemos. —Irguió orgullosamente la cabeza.—
Estamos decididas a salir adelante y no nos declaramos derrotadas.
—Estoy seguro de que tendrán éxito —dijo amablemente David.
—Perdone nuestra descortesía, señor. —Caroline esbozó un gesto con la mano.—
¿Puedo ofrecerles refrescos?
—Claro que puede, señora —se apresuró a decir Dick—. Y de ese modo merecerá
mi eterna gratitud.
David dijo:
—Esa pareja maltrató a nuestros caballos. Veo que los castigaron con látigos.
Señorita Bridewell, ¿puedo pedirle agua y forraje para los animales?
—Encontrará establos detrás de la casa; allí hay forraje y agua. Puedo llamar a un
esclavo de los campos, y se ocupará de atender a los caballos.
—No es necesario. Puedo arreglarme solo. Los caballos seguramente no desean
que se les acerquen otros desconocidos.
Cuando David regresó, después de atender a los animales, encontró a Dick
instalado cómodamente frente a una mesa, al fondo del porche, mientras las dos
mujeres escuchaban muy atentamente el relato del viaje de los dos amigos.
Sobre la mesa había altos vasos llenos de bebida. Dick se interrumpió y levantó su
vaso.
—Una tradicional bebida sureña, según me informan las damas. Un jarabe. Con
coñac, y quién sabe cuántos ingredientes más. Pero es deliciosamente refrescante.
Mis cumplidos, estimadas señoras.
Louise se sonrojó nuevamente y bajó los ojos. Caroline se limitó a asentir, y volvió
la mirada a David mientras éste se sentaba y dijo:

~205~
Patricia Matthews Amor Pagano

—El señor Bird ha estado relatándonos sus aventuras. Considero encantadora la


historia de su búsqueda de la joven isleña; pero, por otra parte, debo confesar que
soy una romántica sin remedio. Ojalá yo tuviese un caballero que me amase tanto.
Que transportase mi caballo al otro extremo del mundo.
—Todas las damas deberían ser irremediablemente románticas —dijo Dick.
—No soy tan romántico como parece —observó secamente David—. Transportar
dos caballos a través del océano es una tarea tediosa. —Probó la bebida. Estaba fría y
tenía cierto aroma de menta, además de un intenso fondo de coñac.
La criada continuó trayendo vasos de jarabe, y David pronto se sintió más cómodo
de lo que había estado en mucho tiempo. Las mujeres lo escuchaban con avidez, pero
de vez en cuando la mirada de Caroline se posaba en David, y hubiera sido estúpido
si no hubiese aceptado la invitación que esos ojos trasmitían. Aunque ella no lo
alentaba francamente, David vio rechazada la posibilidad.
Al menos por el momento Liliha estaba lejos, muy lejos, y era poco más que un
recuerdo.
Caroline estaba hablándole. David despertó de su ensoñación y dijo:
—Discúlpeme, señora...
—Dick acaba de decirnos que ustedes desean pasar una semana en tierra con el
propósito de que los caballos recuperen la salud. ¿Por qué no permanecen aquí en la
plantación? Louise y yo los alojaremos de buena gana. Hay un prado que nunca
usamos, y allí crecen abundantes pastos. De ese modo, usted y su amigo pueden
descansar bien antes de continuar el difícil viaje.
Dick dijo:
—David, me parece una idea espléndida.
David advirtió que Dick aferraba bajo la mesa la mano de Louise. Dijo:
—Sería abusar de su hospitalidad...
Caroline meneó la cabeza.
—Todo lo contrario, David. Nos alegraría mucho la compañía de ambos. Aquí
vivimos muy solas. Los vecinos no aprueban que dos mujeres administren solas una
plantación. —Esbozó una amarga sonrisa.— De hecho, vivimos aisladas. Son los
primeros invitados en mucho tiempo.
Ella lo miraba directamente a los ojos. Y David tuvo que reconocer que la idea era
tentadora. Dijo.
—Lo pensaré.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Me agradaría que aceptaran —dijo Caroline. Se inclinó hacia adelante para tocar
la mano de David. El joven sintió que la piel le ardía donde ella lo había tocado y al
ver los cálidos ojos azules de Caroline comprendió que hacía mucho tiempo que no
estaba con una mujer.
—Por lo menos, ¿se quedarán a cenar?
David asintió sin hablar.
—Bien, —sonrió alegremente. Se puso de pie.— Hablaré a la cocinera. —
Desapareció en el interior de la casa y después de dirigir una mirada dé adoración a
Dick, Louise fue en pos de su hermana.
Dick se estiró lánguidamente.
—Sería agradable hacer la vida de un dueño de plantaciones, ¿eh, amigo David?
—Dudo que dijeses lo mismo después de un tiempo —replicó David—. Creo que
es necesario trabajar mucho pese al elevado número de esclavos.
Dick hizo una mueca.
—La esclavitud es una institución bárbara. Aunque soy un hombre perezoso, la
desapruebo enérgicamente. —Después sonrió.— Pero abrigo la esperanza de que
aceptes permanecer aquí esta semana. ¿Por qué necesitamos vagabundear por la
campiña cuando podemos descansar tranquilamente?
—Creo que Louise te ha echado el ojo como presunto marido.
— ¡Dios mío! ¿Crees eso? —Dick se incorporó con una expresión alarmada.—
Entonces, debo desengañar a la joven, es hermosa pero conviene desalentar la idea
del matrimonio.
David aún reía cuando Caroline apareció en la puerta. La joven dijo:
—Caballeros, la cena estará lista en unas dos horas. Louise y yo descansaremos
hasta ese momento. ¿Desean hacer lo mismo? Siempre tenemos cuartos preparados
ante la posibilidad de recibir huéspedes inesperados. —Insinuó una sonrisa sin
alegría.— Caballeros, ustedes tienen el honor de ser los primeros.
David se puso de pie con movimientos un tanto inseguros.
—Creo que es una sugerencia espléndida. Esos jarabes que nos han servido, han
provocado cierto efecto.
Cenaron en un comedor deslumbrante a causa de la cristalería y los manteles
blancos como la nieve.
Del techo colgaba un candelabro cuyas luces arrancaban reflejos al fino cristal. La
cena consistió en muchos manjares desconocidos para David y Dick. El plato
principal fue pollo frito, suave y delicioso, pero otros platos representaron una

~207~
Patricia Matthews Amor Pagano

novedad absoluta para los dos jóvenes, y con su insaciable curiosidad, Dick preguntó
acerca de ellos.
Muy divertida, Caroline aceptó explicar.
—En el Sur cultivamos mucho maíz. Por ejemplo, el pan es de maíz. El guiso ha
sido preparado con maíz molido; primero se blanquearon con lejía las vainas de
maíz, y después fueron hervidas. Las otras verduras — señaló sucesivamente cada
una— son ocras, guisantes y habas americanas.
Dick miró con desconfianza los platos, pero probó de cada uno, y finalmente
declaró que eran excelentes. La comida a bordo del Promesa había sido espartana, de
modo que ambos hombres comieron con buen apetito. Hn lugar de sentirse renovado
después de la siesta, David descubrió que tenía aún más sueño cuando terminó la
comida pesada aunque nutritiva.
Ni siquiera la belleza de sus anfitrionas consiguió disipar su pesadez. Era evidente
que ambas mujeres habían dedicado gran parte del tiempo antes de la cena a mejorar
su apariencia en lugar de dormir.
En Inglaterra, David había oído hablar de la notable belleza de las sureñas, y ahora
comprendió que no le habían mentido. Bajo el suave resplandor de las velas, las
hermanas Bridewell exhibían una belleza seductora. Se habían puesto vestidos
diferentes para la cena. Louise tenía una prenda azul de ancho escote, y el vestido de
Caroline era rosa pálido. Las rubias trenzas habían sido cepilladas, y ahora emitían
reflejos dorados; por otra parte, el cutis de ambas mostraba un color más intenso,
fuese por la excitación o porque se habían pintado. También se habían aplicado un
suave perfume que flotaba en el aire y embriagaba los sentidos.
Mientras Caroline hablaba, tenía los ojos fijos en el rostro de David, y sus labios
rojos entreabiertos mostraban unos dientes blancos y parejos:
David no podía negar que experimentaba cierra inquietud. Sin embargo, sentía
pesadas las piernas, como si lo hubieran drogado; y precisamente en medio de una
frase que Caroline estaba diciendo, el joven bostezó sin disimular.
Avergonzado dijo:
—Mis disculpas, Caroline. Le aseguro que no se trata de que esté aburrido.
La risa de Caroline resonó en el comedor.
—Tuvieron un día largo y difícil, y oí decir que los extranjeros en el Sur a menudo
sufren ataques de languidez, porque no están acostumbrados a nuestro calor. Venga.
—Se puso de pie y le ofreció la mano,— lo escoltaré hasta su dormitorio. Se sentirá
mucho más descansado después de dormir la noche entera.
David murmuró una protesta, pero ella lo obligó a callar con un gesto majestuoso.
El joven se sometió, y se puso de pie para tomar la mano de Caroline. La sintió

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Patricia Matthews Amor Pagano

blanda y cálida sobre la suya. Volvió los ojos a la mesa para despedirse de Dick y
Louise; pero ambos estaban tan absortos el uno en el otro que David dudó que ni
siquiera hubieran advertido que él salía del comedor.
Caroline retiró una vela de una mesa del vestíbulo, la encendió acercándola a la
llama de otra que ardía en un soporte unido a la pared, y después, ambos
comenzaron a subir la escalera. Ella no le había soltado la mano. Caroline dobló hacia
la izquierda cuando llegó al final y se dirigió al cuarto que habían reservado para
David unas horas antes.
—Mi cuarto es éste, al lado del suyo —dijo Caroline señalando una puerta cerrada.
El dirigió una rápida mirada a la joven, pero ella mostraba un rostro inexpresivo,
y, por lo tanto, él no supo si las palabras que ella había pronunciado eran una sutil
indirecta. Frente a la puerta de la habitación de David, ella se detuvo, y la abrió. Una
vela ardía frente a un escritorio.
—Que descanse, David Trevelyan —dijo Caroline en voz baja—. De nuevo le
agradezco haber salvado hoy nuestro honor. Y espero que pueda arreglar las cosas
de modo que nos acompañe entera la semana.
Extendió la mano para tocar la mejilla de David. Los labios de la joven, tenían una
expresión blanda y anhelante, por lo que él pensó besarle la mano; pero se abstuvo.
—Prometo que pensaré en ello. Buenas noches, Caroline —dijo formalmente
David: Después de murmurar las buenas noches; ella se volvió.
Una vez que entró en su cuarto; David cerró la puerta y escuchó un momento; oyó
abrirse y cerrarse la puerta del cuarto contiguo.
Sonriendo para sus adentros, comenzó a desvestirse. Había una palangana con
agua tibia sobre el escritorio David se lavó, y después terminó de desvestirse, apagó
la vela y se deslizó entre las sábanas. Un débil raya de luz de luna entraba por la
ventana. La cama era muy cómoda y David se estiró con un suspiro de satisfacción,
lisiaba medio dormido, y pensaba en Caroline. Pistaba seguro de que sus instintos no
le habían engañado, y de que ella le había formulado una sutil invitación. Se sintió
tentado de ir hasta la puerta contigua. Pero al mismo tiempo temía comprometerse
en un asunto sentimental. Abrigaba la esperanza de que Liliha estuviera
aguardándolo al linal del largo viaje, y una aventura amorosa ahora, sólo contribuiría
a embrollar sus sentimientos. Por esa razón, quizá era mejor salir de allí, alejarse
apenas despuntase el día. Sabía que Dick no miraría con buenos ojos la idea.
Oyó un ruido en la puerta y levantó la cabeza. Se abría casi sin ruido, y una voz
llegó hasta el joven.
— ¿David, puedo entrar?

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Sí, Caroline, entre —dijo David y rió en silencio para sí mismo. ¡Vaya, de qué
valían las buenas intenciones! Ella se deslizó hacia el lecho, y pasó frente a la ventana
iluminada por la luna. Vestía un camisón casi transparente, y David adivinó los
perfiles voluptuosos de su figura.
Caroline se detuvo frente a la cama y buscó la mano de David. Casi sin aliento
dijo:
—Confío en que no pensará que es una actitud muy atrevida de mi parte, pero
tenía la sensación de que si yo no tomaba la iniciativa, nadie lo haría. Si desea que me
marche inmediatamente, dígamelo y me iré.
David suspiró.
—No, Caroline. Quédese. —Oprimió la mano de la joven, y la obligó a sentarse en
la cama.
—David, no le pido promesas de amor —dijo ella—. Pero este último año lo he
pasado muy sola y sé que usted también debe de sentirse así en vista de su
prolongado viaje. Imaginé que podríamos complacernos el uno en el otro...
—Calla, Caroline —dijo él amablemente—. No necesitamos palabras. Eres una
hermosa mujer, y yo tuve conciencia de tus encantos desde el instante en que te vi.
—También tú, David Trevelyan eres un hombre apuesto...
David la besó, y de ese modo cortó el nervioso flujo de palabras. Ella devolvió el
beso, y su cuerpo flexible comenzó a moverse bajo las manos de David.
—Espera, David —murmuró. Se apartó de él para quitarse el camisón, y después
regresó a los brazos del joven.
Tenía los pechos llenos y firmes, y su piel poseía la frescura de la seda tibia bajo
las manos masculinas que la acariciaban. El se sintió instantáneamente atraído,
apenas la vio a la luz de la luna. Cuando Caroline exploró el cuerpo de David
comprobó el hecho.
Caroline se aferró al hombre, y él comenzó a acariciarla con movimientos lentos y
lánguidos. Cosa extraña, aunque estaba excitado y la deseaba, todos sus
movimientos parecían los de un sueño, quizá como consecuencia de su fatiga y del
vino que había bebido durante la cena.
Caroline murmuraba al oído de David palabras casi incomprensibles de aliento y
afecto. Después, ella se volvió, y aferró al hombre con frenético empeño. Cuando él
sintió debajo de sí el cuerpo blando, su propia necesidad lo abrumó. Con un
sentimiento ciego de compulsión la poseyó, llegando al centro cálido del cuerpo de
Caroline, mientras ella se movía ansiosa para responder al impulso; la pasión de
Caroline acentuó la de David, hasta que al fin la culminación desencadenó el
espasmo ciego de la liberación.

~210~
Patricia Matthews Amor Pagano

Cuando los cuerpos de ambos se aquietaron, David se sintió abrumado por una
profunda ola de ternura y gratitud. Suavemente apartó los cabellos húmedos de la
frente de Caroline y la besó. Mientras estaba en eso, los brazos de la mujer le
rodearon el cuello y lo apretó con fuerza. David sintió la necesidad de su compañera
—otra necesidad no sexual— y comprendió que ella no le facilitaría la despedida.
Un rato después, Caroline se separó de David, que estaba medio dormido.
Abandonó el lecho y se inclinó para besar la frente de su amante.
—Que descanses, David Trevelyan. Buenas noches.
David yació en un estado de semiconciencia varios minutos después que ella
saliera de la habitación. Estaba casi dormido cuando oyó una risa masculina frente a
su puerta, y como respuesta un grito regocijado, que se apagó casi inmediatamente.
Sonrió en la oscuridad: su amigo y Louise se dirigían al cuarto de Dick para
responder a los mandatos de Eros, como habría dicho Dick.
David comprendió que había decidido permanecer allí hasta el día del regreso a
Charleston, y al Promesa. El último pensamiento antes de dormirse definitivamente
fue que Dick Bird se sentiría complacido, sumamente complacido.
Los días siguientes fueron un intermedio pacífico.
—"Un interludio de amor," como dirían los franceses —observó Dick con su
sonrisa más sensual.
David se sentía un tanto inseguro de su propia actitud. Estaba descansando; los
caballos mejoraban a medida que pasaban los días, y las noches eran episodios de
amor con Caroline. Esto último era lo que lo turbaba. Percibía que ella estaba cada
vez más unida a él. Cada vez que abordaba el tema de la partida, ella hablaba
intencionadamente de otra cosa. Cuando llegase el momento, Caroline afrontaría una
situación muy difícil: David estaba decidido a continuar su viaje... nada podía
apartarlo de eso.
Durante el día, Caroline se atareaba administrando la plantación y preparando la
cosecha de algodón, un acontecimiento que debía iniciarse dos semanas después.
Pero aunque durante los días prolongados, cálidos y pere¬zosos ella se mostraba
muy activa, no permitía que David o Dick hiciesen nada más fatigoso que descansar
en el porche, bebiendo y combatiendo el calor con abanicos de pluma de pavo. El
único ejercicio que David realizaba todas las mañanas era la salida con los caballos.
Caroline incluso quiso que uno de los esclavos se ocupase de esa tarea, pero David se
mantuvo firme.
—Aprecio tu preocupación, pero soy el responsable de los caballos. A Trueno no
le agrada que lo monte un desconocido, y después de todo continuarán a mi cargo
cuando partamos.
—Ella lo miró inquieta.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Caroline —dijo amablemente David—, sabías que yo debía irme. No he


cambiado de idea y no lo haré. Confío en que no abrigarás la esperanza de que
continúe aquí.
—No. Por lo menos, me digo que no debo alimentar tales esperanzas. —Sus labios
dibujaron una sonrisa descolorida.— Perdóname, David. Prometí que no te
presionaría. ¿Cuándo os marcharéis?
—A finales de esta semana, el día que fijé para regresar a la nave.
David había esperado cierta oposición de su compañero, pero se sorprendió
cuando el propio Dick abordó el tema de la partida. Al ver la expresión de David,
Dick sonrió.
—Creíste que pediría permanecer más tiempo aquí ¿eh, amigo mío? Todavía no
me conoces bien. Han sido días agradables, muy agradables. No podría haber
deseado mejor compañera de lecho que la hermosa Louise. Pero ansio conocer a otras
mujeres, y mi deseo es demasiado profundo para permitirme permanecer mucho
tiempo aquí. Estoy dispuesto a partir cuando tú quieras.
Sin embargo, cuando iniciaron el viaje de regreso a Charleston llevaban, un día de
retraso. La mañana del día fijado llovió intensamente en toda la región. El cielo
estaba muy nublado, y la lluvia formaba una masa casi sólida. Los rayos y los
truenos se sucedían como fuego de cañón. El trueno inquietaba a los animales,
especialmente a la yegua, y David temió que Tormenta se dejase dominar por el
pánico. El camino ya era un pantano, y si se asustaban los caballos, fácilmente
podrían quebrarse una pata. De mala gana David postergó la partida hasta el día
siguiente.
Por la mañana el cielo había aclarado, y los dos jóvenes salieron temprano de la
plantación. Había lágrimas en los ojos de las dos hermanas, pero soportaron bien la
situación y no formularon recriminaciones, con gran alivio para David.
Los caballos, que estaban descansados, recorrieron en poco tiempo la distancia que
los separaba. Llegaron al muelle en plena tarde. Como no esperaba que el Promesa
estuviese amarrado al muelle, David no se alarmó inmediatamente. Descendió de
Trueno y permaneció de pie, con las manos en las caderas, explorando con la mirada
los barcos anclados en la bahía. No vio al Promesa.
Volvió a examinar los barcos, y ahora prestó más atención. Dick se había acercado
a su amigo. Mientras David murmuraba por lo bajo una maldición, Dick dijo:
— ¿Qué ocurre, David?
—El Promesa. No lo veo aquí. ¡Maldito sea el capitán Roundtree! Imagino que no
se habrá atrevido a...

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Patricia Matthews Amor Pagano

Se interrumpió cuando vio al jefe del puerto, un hombre de aspecto rudo a quien
había visto un momento mientras descargaban los caballos.
—Señor, quizá usted no nos recuerde.
El jefe del puerto sonrió.
—Sí, los recuerdo. No es probable que olvide a dos hombres que descargan un par
de caballos en mi muelle.
—El Promesa... el barco que nos trajo desde Inglaterra. ¿Dónde está?
—¿El Promesa? —El jefe del puerto escupió al agua. —Caramba, partió de aquí
hace cuatro días.

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Capítulo 14

Acompañada por Kawika, Liliha se dirigía a todos los hombres de Hana:


—Tenéis que comprender la amenaza que Lopaka representa para Hana. Se
propone atacar la aldea y matar a todos los que se le opongan. ¡Debemos resistir con
todas nuestras fuerzas!
Una voz que ella no identificó habló desde el fondo del grupo.
—Liliha, si lo que dices es cierto, sus guerreros están entrenados para combatir.
Nosotros no. Quizá sea mejor que no resistamos. Tal vez nos convenga el gobierno
de Lopaka.
Al oír una exclamación irritada de Kawika, Liliha apoyó una mano en el brazo del
nativo para tranquilizarlo. No respondió inmediatamente, y examinó sucesivamente
una cara tras otra. Las mujeres estaban en sus chozas; Akaki había llevado a los niños
a la playa de la bahía de Hana.
—Conozco bien a este hombre. Sé lo que hay en su corazón —dijo con voz firme—
Es un individuo perverso, obsesionado por la sed de sangre y el hambre de poder.
Incluso si no resistimos, incluso si nos postramos ante él, creo que matará a muchos
por el mero placer de matar.—Hizo una pausa y respiró hondo.— Ya visteis qué le
hizo a Koa. Ordenó matar a Moke, y pensó hacer lo mismo conmigo. ¿Sabéis cómo
actúa el tiburón asesino, que mata todo lo que está cerca apenas huele la sangre? Así
es Lopaka, un tiburón asesino entre los hombres. Pero incluso eso no es lo peor... Si
se le permite hacer su voluntad, destruirá nuestro modo de vida en las islas. Todos
serán esclavos: ¿Eso es lo que deseáis para vosotros, para vuestras mujeres e hijos?
¿Una vida de abyecta esclavitud?
Otra voz dijo:
—Pero Liliha, lo que se ha dicho es cierto. Hace mucho que nos acostumbramos a
la paz, y no estamos entrenados en el arte de la guerra.
—Corregiremos eso en la medida de lo posible y en el tiempo disponible —dijo
ella con voz serena—. Créedme hay poco tiempo. El hombre-tiburón atacará muy
pronto. Como sabéis, mi madre Akaki ha abdicado al cargo de aliinui de Hana.
Ahora yo, Liliha, soy la que gobierna. Por lo tanto, designo a Kawika —apoyó una
mano en el hombro del joven—, como jefe de guerra. Es joven y fuerte, y conoce bien

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Patricia Matthews Amor Pagano

la traición de Lopaka. Odia profundamente a ese hombre-tiburón. Como ninguno de


vosotros tiene experiencia en la lucha, él es el más apropiado para dirigiros.
No hubo murmullos de resentimiento; en cambio, se oyeron algunos débiles vivas.
Kawika se irguió orgulloso. En su rostro no se dibujó expresión alguna.
Cuando los hombres volvieron a callar, Liliha dijo:
—Yo soy quien gobierna, y no ordeno a nadie que se alce para luchar. Aquí deben
permanecer sólo los que estén dispuestos a combatir hasta la muerte. No retendré a
nadie contra su voluntad. —Avanzó un paso, la cabeza alta, la voz temblando de
pasión.—Cuando llegue el momento, estaré al lado de mi pueblo. Si es necesario,
también yo combatiré hasta la muerte. ¡Creo con todo mi corazón que debemos
oponernos a Lopaka! ¿No queréis que los hermanos de otras islas aplaudan la
bravura de nuestra aldea? ¿Aceptaréis que vuestros hijos o los hijos de vuestros hijos
vivan sabiendo que no quisisteis combatir por vuestros derechos? ¡Vamos a luchar, y
las leyendas de nuestro pueblo hablarán de nuestra bravura durante muchas
generaciones! ¡Si nuestro corazón es fuerte, venceremos! ¡Pele, la diosa del fuego, nos
mira desde su morada! —Extendió el brazo, y un dedo apuntó hacia Haleakala.—
¡Nos acompaña, y con su bendición derrotaremos a este intruso!
Los vivas fueron clamorosos. Liliha suspiró aliviada; ahora todos estaban con ella.
En el fondo de su corazón y su mente estaba segura de que nadie se atrevería a
afrontar el desprecio de sus hermanos, y por lo tanto, no esquivaría su
responsabilidad. Durante un momento un pensamiento desalentador asaltó su
mente... ¿cuántos de los que ahora la escuchaban morirían a causa de su apasionado
alegato? Después, sus dudas se esfumaron; en realidad, no había alternativa.
Kawika se había adelantado, y los hombres se reunieron alrededor del joven para
escuchar atentamente sus instrucciones. Liliha, que se sentía muy cansada, esperó
apartada hasta que Kawika terminó y se acercó. El le tomó las manos.
—Hablaste bien, Liliha. Creo que vuelven a sentirse orgullosos de sí mismos.
—¿Combatirán cuando llegue el momento? —Kawika asintió.—Estoy convencido
de ello.
—Nuestro problema es el tiempo. —Liliha suspiró. —Lopaka no nos da mucho.
Estoy segura de que está loco de rabia, y que desea vengarse. Bien... —Adoptó una
actitud más enérgica.— Kawika, ordena que fabriquen armas con la mayor rapidez
posible y entrégalas a nuestros guerreros. Que practiquen. Que practiquen todo lo
posible, de acuerdo con el tiempo que tenemos. Y estemos alerta, siempre alerta.
Cuando lleguen los guerreros de Lopaka, no habrá aviso previo. Akaki procedió bien
cuando ordenó construir el muro, pero debes ocuparte de que se refuercen las
guardias.
—Lo haré —prometió Kawika— Liliha... —Vaciló, frunciendo el ceño.

~215~
Patricia Matthews Amor Pagano

—¿Qué ocurre, Kawika?


—Será mejor que te marches a otra isla hasta que termine esto...
—No! ¿No me oíste prometer que lucharía al lado de mi gente?
—Pero ahora eres nuestra alü-nui. ¿Quién nos dirigirá si te matan?
—Si llegamos a eso, no habrá habitantes a quienes dirigir —dijo Liliha—. No, no
escucharé tus palabras. Aprecio tu intención. Sé que hablas así porque me amas, y
también porque te preocupa la suerte de tu reina. Pero hasta que ganemos la batalla,
debes prescindir de tu amor. —Lo besó. —Ahora, ve y prepara a los hombres lo
mejor posible. ¡Cada minuto perdido representa un peligro para Hana!
Akaki estaba sentada en la arena, cerca del agua con los niños de Hana, que se
habían reunido alrededor. A gritos pedían que les contase un cuento. Akaki,
distraída, en realidad no les prestaba atención.
La alegraba mucho el regreso de Liliha, pero las cosas que su hija le había
explicado acerca de Lopaka eran inquietantes. Si Lopaka los atacaba ahora,
probablemente los destruiría en una sola batalla. Akaki estaba triste cuando pensaba
en ese desenlace. Ahora que Liliha había retornado la aldea de Hana hubiera debido
vivir feliz; pero eso era imposible a causa de la permanente amenaza representada
por Lopaka.
Akaki se había sentido satisfecha de entregar el trono a Liliha. Se sentía vieja y
cansada, y en cambio su hija tenía el fuego, la pasión y la dedicación de la juventud.
Con la guía y el esfuerzo de Liliha, aún era posible salvar Hana.
El clamor de los niños interrumpió su meditación. Riendo, alzó las manos para
pedir silencio.
—Si queréis oír un cuento, os complaceré, pero sólo si os tranquilizáis y me
escucháis.
Los niños callaron, y volvieron hacia ella los rostros atentos.
—Bien, ¿hablamos de Pele?
Los niños gritaron para manifestar su aprobación. Akaki asintió, y después de
pensar un rato comenzó:
—Escuchad, niños, y escuchad bien. La reina del fuego es una diosa imprevisible,
y cuando está enojada, su venganza es pronta y terrible. Oíd ahora la historia de
Lohiau, que se convirtió en amante de Pele. Hace muchos, muchísimos años, cuando
apenas un fino velo dividía los espíritus de los muertos, y los hombres podían ver a
los dioses, Pele y sus hermanos y sus hermanas solían divertirse con ciertos
entretenimientos propios de los mortales.

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Patricia Matthews Amor Pagano

"Pele y su familia solían viajar entre las islas, y permanecían un tiempo en cada
uno de los grandes fuegos. Cierto día, salieron de sus impresionantes cámaras de
Haleakala y descendieron a la bahía de Hana, precisamente donde estamos ahora,
para bañarse, chapotear en el agua y divertirse sobre la arena. Esa vez adoptaron
formas humanas, de modo que tenían apetitos humanos".
"Mientras sus hermanos y sus hermanas se divertían, Pele, que se había disfrazado
de anciana, descansaba a la sombra de un árbol hala. Bien, la hermana favorita de
Pele se llamaba Hiiaka, y era más joven que ella. Había acompañado a Pele y
descansaba a la sombra de un árbol; sentada al lado de Pele la refrescaba con un
abanico de hojas de palmera".
"Pele estaba fatigada, y ordenó a Hiiaka que no permitiera que nadie la despertase,
sin importar las circunstancias, y por mucho que ella durmiese".
"Pero apenas hubo cerrado los ojos, oyó el rumor lejano de un tambor. El sonido
venía de lejos, pero era insistente, y despertó la curiosidad de Pele".
"La diosa abandonó el cuerpo adormecido y con su forma espiritual buscó el
origen del sonido. Lo persiguió de lugar en lugar, a través de las islas, hasta que al
fin encontró en la playa Kaena al hombre que tocaba el tambor".
"Planeó sin ser vista sobre la playa y vio que el sonido provenía de un pahu-hula,
o tambor, y que lo tocaba Lohiau, el joven y apuesto príncipe de Kauai, famoso por el
esplendor de sus fiestas, y por su atracción personal como bailarín y músico".
"En la playa había muchas personas divirtiéndose y Pele adoptó la forma de una
hermosa mujer y se presentó , ante la feliz multitud. Como era más hermosa que las
mujeres terrenales, inmediatamente atrajo la atención, y Lohiau se sintió tan
fascinado que dejó de tocar el tambor y se alejó de la multitud acompañando a la
diosa".
"Pele pensaba que el joven era hermoso y fuerte, y a su vez él no pudo negar nada
a la diosa, y sólo deseaba que fuese su mujer".
"Y así Pele y Lohiau se casaron. Durante varios meses vivieron en armonía y
felicidad, una felicidad mayor que la que cualquier mortal tuvo jamás".
"Pero llegó el momento en que Pele debía volver a Maui, y la diosa obligó a
Lohiau a jurar fidelidad, y regresó en alas del viento, hasta el cuerpo que aún yacía
durmiendo bajo el árbol hala".
"Lohiau la lloraba, y todos los días esperaba que ella regresara. Pero ella no volvió,
y desesperado Lohiau se debilitó y murió. Era muy amado por su pueblo, y los
habitantes envolvieron el cuerpo en muchos pliegues de kapa y lo mantuvieron en el
palacio real".

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Patricia Matthews Amor Pagano

"Entretanto, Pele regresó a su hogar en el cráter de Haleakala, y jamás tuvo la


intención de ver nuevamente a Lohiau ; pero el joven era tan atractivo que la diosa
vio que lo extrañaba mucho, y decidió llamarlo".
"Envió a su hermana favorita Hiiaka en busca de Lohiau, pues sabía que Hiiaka no
rechazaría la petición".
"Hiiaka adoptó la forma humana, y fue a Kaena. Como había adoptado la forma
humana, padeció todas las dificultades y las fatigas propias de la humanidad. En el
camino encontró muchos peligros, entre ellos un enorme lagarto de cien pasos o más
de longitud, y un demonio de enormes proporciones que trató de detenerla, pero
Pele había advertido el peligro que corría su hermana ordenó a sus hermanos que la
protegiesen con una lluvia de fuego y lava".
"Finalmente, Hiiaka llegó a Kaena, y allí descubrió que Lohiau había muerto.
Podía ver su espíritu que asomaba por la boca de una caverna en las montañas; allí lo
habían ocultado las mujeres-lagartos, Kilioa y Kala mainu. Hiiaka se dirigió
inmediatamente a las montanas para combatir a las mujeres-demonios y rescatar el
espíritu del príncipe muerto".
"Después de entrar en la caverna, Hiiaka agitó el borde de su kapa, y con irritados
silbidos los demonios desaparecieron. Encontró el alma de Lohiau en un cuenco en
las rocas, porque allí la había colocado un rayo de luz de luna. Hiiaka la recibió
tiernamente en sus manos, la guardó en un pliegue de su kapa y después de hacerse
invisible descendió flotando la ladera de la montaña".
"Hiiaka llevó el alma de Lohiau hasta el lugar donde estaba el cuerpo y esperó
hasta la noche. Después, entró en la cámara de la muerte, invisible, y devolvió el
espíritu al cuerpo de Lohiau".
"Lohiau no necesitó mucho tiempo para recuperar su fuerza, y muy pronto él y
Hiiaka embarcaron en una magnífica canoa doble que ostentaba el estandarte real, y
partieron hacia Maui con todo el séquito de Lohiau".
"Ahora bien, todo esto había exigido bastante tiempo y Pele, que como dije es una
diosa impaciente, se enojó mucho, pues pensó que Hiiaka la había traicionado, que
deseaba a Lohiau para ella misma. Impulsada por la cólera, Pele provocó un flujo de
lava que destruyó el hermoso hala y los bosquecillos de lehua de Hiiaka, cerca de la
playa. Después esperó, abrumada por la cólera, en sus cámaras de fuego".
"Entretanto, Lohiau y Hiiaka habían llegado a Maui con unos pocos compañeros, y
continuaban el viaje por tierra en dirección a Haleakala. Hiiaka había visto lo que
había sido de sus bosquecillos y se aproximó al cráter con aprensión y temor ante la
cólera de su hermana. Pensó que era mejor ordenar que se adelantaran dos de sus
compañeras para anunciar su regreso con Lohiau; pero la enfurecida Pele ordenó que

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ambas mujeres fuesen asesinadas inmediatamente, y decidió que haría lo mismo con
Lohiau".
"Hiiaka comprendió lo que había ocurrido, pues también ella era diosa, pero como
tenía menos poder que su hermana, no pudo evitar el destino de Lohiau. Con los
brazos rodeó al príncipe, a quien había llegado a amar con sentimiento puro, sin
ofender a su hermana, y lo besó y le reveló el destino que le esperaba".
"Pele, que presenció este gesto, se encolerizó aún más, y ordenó que un río de lava
líquida separase a Hiiaka de Lohiau; después, ordenó la instantánea destrucción del
príncipe por el fuego".
"Mientras las hermanas de Pele ascendían los muros del cráter para cumplir sus
órdenes, Lohiau entonó un canto a la diosa, explicándole su inocencia y pidiéndole
compasión; pero Pele, terriblemente ofendida, hizo oídos sordos a los ruegos del
joven".
"Compadecidas de Lohiau, las hermanas de Pele apenas lo rozaron, pero Pele lo
advirtió y les ordenó que consumieran el cuerpo de su amante".
"Gracias al poder que ejercía, y del que aún no estaba privada, Hiiaka consiguió
que el cuerpo de Lohiau fuese insensible al dolor, y por lo tanto el joven no padeció
cuando se convirtió en piedra por la acción de las hermanas de Pele".
Una niñita elevó los ojos que ya se llenaban de lágrimas.
— ¿Y el hermoso príncipe quedó así?
Akaki se inclinó hacia adelante.
—Ah, no, mi pequeña. ¿No os he dicho que Pele es una diosa imprevisible? Al
final, se enfrió su cólera, y comprendió que había actuado sin motivo. Devolvió la
vida a Lohiau, y bendijo la unión entre él y Hiiaka. Después, Hiiaka se reconcilió del
todo con su hermana, pero mientras Lohiau vivió, Hiiaka pasó gran parte de su
tiempo en Kuai...
Cuando Akaki concluyó el relato, vio que Liliha se había acercado en silencio y
estaba sentada entre los niños con una expresión absorta en el rostro. Akaki
preguntó:
—Liliha, ¿ahora está todo bien?
Liliha se sobresaltó, como si despertase de un sueño, y asintió. Akaki dio palmas.
—Venga, niños. Id a jugar.
Los niños se incorporaron y dispersaron, y algunos regresaron a la aldea y otros se
acercaron al agua. Liliha se puso de pie y se aproximó a su madre..
Teníalos ojos llenos de lágrimas.

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—Akaki, mientras escuchaba tu relato mi mente volvía a otra época, cuando yo era
pequeña y me encantaba oír tus historias. Me agradó escucharte otra vez.
—Me alegro de ello, hija mía —dijo solemnemente Akaki.
Liliha suspiró.
—La leyenda de Pele es muy apropiada en este momento. Estoy segura de que
necesitaremos su bendición.
— ¿Los hombres te escucharon?
—Me escucharon.
—¿Les infundiste valor para oponerse a Lopaka?
—Creo que sí. Pero temo por ellos, madre. Cuando terminé de hablarles, pensé en
la posibilidad de que muriesen a causa de mis palabras. Y ese pensamiento fue como
una nube negra sobre mi cabeza.
—Me alegro de que hayas regresado a tiempo. A mí no me hubieran escuchado. Es
cierto que quizá algunos mueran. Pero así son las cosas, hija mía. La carga del
gobierno es muy pesada. En otro tiempo, los reyes de las islas ordenaban a los
hombres que entrasen en batalla y muriesen, y a menudo lo hacían por razones
perversas. Tú pides a los hombres de Hana que combatan por una buena causa.
—Eso me digo, madre. —Liliha se había sentado al lado de Akaki en la arena. Se
estremeció.— Pero las dudas persisten... —Se interrumpió, y miró las olas iluminadas
por los rayos del sol. Después agregó con firmeza:
—Pero es cierto. Lopaka, el hombre-tiburón, debe ser derrotado.
—Sí, hija mía —dijo en voz baja Akaki. Después, para apartar del presente la
mente de Liliha agregó :
—No me has hablado mucho del tiempo que pasaste en la patria de tu padre.
Una expresión de dolor se dibujó en el rostro de Liliha.
—Me agobia recordarlo.
—Entonces, ¿fue muy malo?
Liliha dijo con expresión reflexiva:
—Sí, fue malo. Pero también hubo cosas buenas.
Con la mirada fija en el mar, Liliha comenzó a relatar sus aventuras en Inglaterra.
Al principio habló con frases entrecortadas y muchas pausas, pero después pareció
entusiasmarse y reveló a su madre todo lo ocurrido, incluso el episodio con David.
Abrigaba la esperanza de que, como Akaki también había amado a un inglés,
pudiera entender.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Akaki dijo :
—Este David... ¿lo amaste mucho?
—Sí, madre.
—Y ahora, ¿todavía lo ansias?
—Yo... —Liliha vaciló.— No lo sé. Tengo el corazón muy herido, y hago lo posible
para evitar el recuerdo de David. Me duele mucho.
—Se parece a mi William. —Akaki tenía una expresión soñadora en el rostro.
Después, miró a Liliha con una actitud al mismo tiempo comprensiva y bondadosa.
Tomó la mano de su hija y la acarició.— Es mejor que supieses a tiempo que él no te
amaba bastante, hija mía. Con el correr del tiempo el dolor de tu corazón se calmará.
—Imagino que tienes razón —dijo Liliha con voz neutra. Continuó contemplando
las aguas de la bahía. Creía que ya había olvidado a David, pero al hablar de él con
Akaki había evocado toda la angustia que experimentara anteriormente. Permaneció
sentada largo rato cavilosa. Akaki respetó la reserva de su hija, y permaneció
silenciosa e inmóvil.
Finalmente, Liliha dijo con voz áspera:
—Bien, David es cosa del pasado, y debo olvidarlo. —Se puso de pie.— Voy a
nadar.
Se despojó del lienzo kapa y entró en el agua. Cuando el agua le llegó a la cintura,
se zambulló y nadó hacia el mar, más allá de la entrada de la bahía. Era la primera
oportunidad que se le ofrecía para nadar después de su regreso. Amaba
apasionadamente el mar, y como siempre, podía olvidar el resto, incluso la
permanente amenaza de Lopaka, cuando experimentaba el placer del agua.
Se internó en el mar y después nadó a lo largo do la costa durante un corto trecho
hasta el lugar donde podía descansar flotando de espaldas. Cuando una enorme ola
la llevó hacia la playa y arrojó su cuerpo sobre la arena, la joven rió alegremente.
Después, yació sobre la arena húmeda hasta que recuperó el aliento.
Oscurecía cuando al fin emprendió el regreso hacia la aldea. Mientras caminaba
por la playa, vio una figura que se acercaba. Durante un momento sintió temor,
después vio que era Kawika.
La cólera que Lopaka le inspiraba la dominó. Nunca antes había existido motivo
para sentir terror o miedo mientras uno caminaba por los alrededores de Maui.
Kawika se acercó con paso rápido.
—Liliha, estaba preocupado por ti. Akaki me dijo que habías ido a bañarte en el
mar, pero ya es tarde.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Lo siento, Kawika.—dijo ella, arrepentida—. Me agradó tanto el agua que olvidé
el paso del tiempo. —Tocó el rostro del joven con un gesto acariciador.— ¿Cómo han
ido las cosas esta tarde?
—Será difícil. —Los anchos hombros mostraban una expresión de desaliento. —
Ahora los hombres tienen firme voluntad de lucha, pero hace mucho tiempo qué no
han utilizado las armas; se muestran torpes, y yo tengo apenas más experiencia que
ellos. Quizá sea mejor que des el mando a otro hombre.
— ¿A quién? No hay otra persona. Por lo menos tú practicaste algo con los
guerreros de Lopaka. —Agregó con cierta amargura.— Estoy segura de que a él le
agrada entrenar a los hombres para matar. —Tomó del brazo a Kawika.— Ven, ya es
hora de cenar.
Se alejaron de la playa y caminaron entre las palmeras. Habían caminado apenas
unos metros cuando Kawika se detuvo y obligó a hacer lo mismo a Liliha.
—Liliha, desde que regresamos a Hana no hemos tenido tiempo de estar solos.
La sonrisa de Liliha fue luminosa.
—Lo siento, querido Kawika. He estado muy atareada.
Lo besó tiernamente, y el rostro de Kawika se iluminó.
—Temí que aquí, en nuestro pueblo, ya no tuviese tu favor.
—Calla. —Puso un dedo en los labios de Kawika. —Te dije que las cosas no serían
así.
Más audaz, él la abrazó. La pasión que ambos habían descubierto en la ladera de
Haleakala se encendió de nuevo. Esta vez no fue el apremio nacido del peligro, sino
un lento y cálido incremento del deseo, hasta que poco después cayeron sobre la
arena blanda, con los cuerpos desnudos y entregados a las mutuas caricias.
Liliha yació lánguidamente mientras Kawika le besaba la boca y los pechos, y sus
dedos y sus labios acariciaban gentilmente el cuerpo femenino, hasta que el cuerpo
de la joven latió impulsado por sensaciones que se elevaban hasta el frenesí del
deseo. Ella cerró las manos sobre los brazos de Kawika, exhortándolo a la posesión, y
con un grito él unió su cuerpo al de la amada.
El prolongado preludio había despertado del todo a Liliha, y el éxtasis se inició
casi inmediatamente. Durante algunos instantes los sonidos del placer que ella
experimentaba se difundieron en el bosquecillo y Kawika la abrazó con la fuerza de
su propia pasión, originada en su pecho y transmitida a Liliha. Así permanecieron un
instante, en la cumbre del goce. Después, la cabeza de Kawika yació en los pechos de
Liliha, y ella le acarició los cabellos húmedos, murmurando palabras dulces a su
oído.

~222~
Patricia Matthews Amor Pagano

Por el sonido de la respiración Liliha comprendió que Kawika dormía.


Suavemente lo sacudió.
—Ven, debemos apresurarnos a regresar a la aldea.—Con cierta ironía agregó:—
Después de todo, ahora soy alii y es posible que el pueblo de Hana se preocupe si me
ausento demasiado tiempo.
Más avanzada la noche, después de una comida de pescado y poi, ella volvió a
aludir a su jerarquía real, pero ahora lo hizo con mayor serenidad. Cuando
abandonaron juntos el fuego, Kawika preguntó:
—Liliha, ¿compartiré tu choza?
—No creo que eso sea sensato —se apresuró a decir Liliha—. Puede causar
desagrado que yo comparta mi choza con un hombre que no es mi marido, Kawika,
ahora no podemos permitir que haya descontento. —Rozó el brazo del joven.— Ten
paciencia hasta que hayamos derrotado a Lopaka. Cuando vuelva a reinar la paz,
podremos pensar en nosotros mismos.
—Seré paciente —dijo Kawika con expresión grave. Liliha se sintió avergonzada,
porque la respuesta que había ofrecido a Kawika era un modo de esquivar la
situación. Ella sabía que los aldeanos no cuestionarían nada de lo que su reina
hiciera. La verdad era que por ahora no estaba dispuesta a contraer matrimonio con
Kawika y sabía muy bien que él reclamaría una unión definitiva si ella permitía que
la relación llegase a ser más íntima de lo que era el caso. Sí, tenía mucho afecto a
Kawika y lo apreciaba como amante. Con él la vida era más grata y el joven nativo
contribuía a suavizar el dolor que David había provocado; pero no lo amaba como
había amado a David. De todos modos, el amor no era importante si ella continuaba
gobernando Hana. Si Kawika representaba un papel importante en la defensa de la
aldea contra Lopaka, y de ese modo conquistaba el respeto de los aldeanos, su
hazaña lo haría famoso en las islas, y sería un hombre apropiado para gobernar al
lado de Liliha.
Se apostaron guardias a la puerta de la choza de Liliha. Ella les deseó las buenas
noches y entró a dormir. Estaba muy fatigada y se durmió inmediatamente.
Un ruido extraño la despertó. Uno de los guardias se inclinaba sobre ella,
sosteniendo en la mano una antorcha.
—Mi reina, tienes que despertarte.
La voz era suave pero apremiante.
—¿Qué ocurre, Huko?
—Los guerreros de Lopaka atacan. Kawika ordenó que te lleváramos a un lugar
seguro.

~223~
Patricia Matthews Amor Pagano

—¡No!—Liliha se sentó.— Prometí a mis hermanos que lucharía con ellos. ¿El
hombre-tiburón está atacando con todas sus fuerzas?
—No lo sé. Llegó la noticia de que querían entrar por el lado sur del muro.
Liliha se puso de pie.
—Entonces, Huko, llévame allí. ¡Deprisa, antes de que sea demasiado tarde!
—Kawika juró que me desterraría si no te protegía bien.
—Kawika no es tu jefe. Yo, Liliha, soy tu alii, te ordeno que me obedezcas.
Llévame al lugar donde los guerreros de Lopaka intentan asaltar el muro. ¡Ahora
mismo!
Huko obedeció. Con Huko y el segundo guardia, uno a cada lado de Liliha,
caminaron sin antorchas hasta el lugar del ataque. Mucho antes de llegar allí Liliha
oyó los gritos defensores. Tenían antorchas encendidas en el alto muro y se percibían
los ruidos del combate. No había luna, pero los defensores tenían antorchas
encendidas en el alto muro y su luz iluminaba claramente la zona. Incluso desde lejos
Liliha vio que la fuerza atacante no era muy numerosa, por lo que se tranquilizó.
Astuto como siempre, Lopaka había enviado una fuerza destinada a comprobar la
capacidad de respuesta de los aldeanos, así como su voluntad y su decisión. En cierto
modo, esa actitud de su enemigo sorprendió a Liliha. Ella había previsto que Lopaka
volcaría toda la fuerza de sus guerreros en el ataque con la esperanza de triunfar
gracias a la sorpresa y a la fuerza misma del número. Después recordó el día de la
muerte de Koa: ese día Lopaka había arriesgado todas sus fuerzas y perdido la
batalla...
En ese momento vio una lanza emplumada que volaba por el aire y venía
directamente hacia ella y Huko. Huko la vio en el mismo instante. Con un grito se
arrojó sobre ella, derribándola y cubriendo con el suyo el cuerpo de la reina. Liliha
miró hacia atrás. La lanza había pasado de largo, y se había enterrado en el suelo a
pocos metros de distancia.
Una voz que expresaba tremenda cólera dijo:
—Huko, ¿no te ordené que apañases un refugio a Liliha?
Huko se incorporó deprisa. Antes de que el pudiese responder, Liliha también se
puso de pie y dijo fríamente.
—Kawika, no reprendas a Huko. Yo le ordené que me trajese aquí y él obedeció,
como tenía que hacer.
Ante la cólera de Liliha, Kawika retrocedió, y trató de justificar su actitud.
—Pero ese lugar no es seguro. Si esa lanza hubiese encontrado el blanco, habrías
muerto.

~224~
Patricia Matthews Amor Pagano

Ella hizo un gesto.


—Como puedes ver, no he sufrido ningún daño.
—Sin embargo, pudiste haber caído. Por el bien de Hana, debes permanecer fuera
de la zona de peligro.
—Kawika, ya hemos discutido esto. —La joven volvió los ojos hacia el muro y vio
que los defensores habían tenido éxito. Los guerreros de Lopaka se retiraban hacia la
protección de la noche. Liliha recorrió el área con la mirada, y se sintió muy aliviada
cuando vio que ninguno de los hombres de Hana había caído. Había algunos
heridos, pero todos estaban de pie, y cuando vieron que habían triunfado se elevaron
enérgicos gritos de alegría.
Liliha miró de nuevo a Kawika:
—¿Hay hombres apostados en los restantes tramos del muro? Esto puede ser un
ardid para traer hacia aquí a nuestros guerreros, de modo que Lopaka pueda
irrumpir en otros lugares.
—Pensé en ello, y aposté hombres en todos los sectores del muro.
Kawika se frotó los ojos fatigados.
Con voz más suave, Liliha le tocó la mano.
—Luchaste bien, Kawika. Me siento orgullosa de ti.
El se animó al oír las palabras elogiosas, y dijo humildemente:
—Gracias. —De nuevo su rostro adoptó una expresión sombría.— Pero debemos
hablar. Ven, Liliha.
Le aferró el brazo y la llevó aparte, porque no deseaba que otros oyesen lo que
decían.
—¿Qué ocurre? —preguntó la joven.— Tengo que hablar a los guerreros y elogiar
su coraje y su valor.
—Se trata de eso, Liliha —dijo Kawika con voz suave pero firme.— Si yo mando a
los guerreros yo debo elogiarlos.
Ella frunció el ceño.
—¡Pero yo les inspiré coraje!
—Eso no admite discusión y si salimos victoriosos las leyendas de nuestro pueblo
lo mencionarán. Estoy seguro de ello. Tus palabras les infundieron valor y voluntad,
pero yo debo dirigirlos; yo siempre debo estar al frente en la batalla, como ha
ocurrido esta noche. Sé que posees coraje suficiente para hacer lo mismo, pero sería
un error que combatieses. No eres un guerrero. Tú eres alii. Los hombres lucharán
para protegerte, y si tú murieses, perderían el deseo de combatir.

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Liliha lo miró fijamente; cada vez más desalentada, porque tenía inteligencia
suficiente para saber que él estaba en lo cierto. No importaba cuál fuese la nueva
jerarquía de las mujeres en las islas, pero lo cierto era que estar a la cabeza de un
grupo de guerreros no correspondía a su posición.
—Tienes razón, Kawika. —Su voz trasuntaba profunda amargura.— Parece qué
no sólo nada tengo que hacer, sino que también estorbo.
—Eso no es cierto, Liliha. Sí, durante el combate estorbas. Pero tienes una función,
una función mucho más importante.
—¿Y cuál ¿s?
—Eres alii-nui. Como dijiste, eres nuestra inspiración. —Hizo una pausa, pero
como ella no formuló ningún comentario Kawika continuó diciendo.—Y por esa
razón debes huir a un refugio seguro, a Hawai, hasta que hayamos triunfado...
—¡No! —dijo firmemente Liliha.— Ya hablamos de eso, Kawika. Mi lugar está
aquí.
El meneó la cabeza. En el rostro había una expresión obstinada.
—Tienes que irte, Liliha. No pienso sólo en tu seguridad sino en nuestros
guerreros. Si estás aquí, habrá que utilizar hombres para protegerte. Si te vas de
Hana, y mientras los guerreros sepan que esperas segura en otro sitio, que esperas
ansiosamente nuestra victoria para regresar triunfante, lucharán mucho mejor.
Ella se limitó a mirar a Kawika. Si quería ser sincera tenía que reconocer que él
estaba en lo cierto.
Kawika continuó diciendo:
—No sólo tú sino también las mujeres y los niños deben huir. Sólo así podremos
consagrar todos nuestros pensamientos a combatir contra Lopaka.
Liliha meneó la cabeza.
—Pero, ¿por qué debemos ir a Hawai? Tenemos nuestro propio santuario.
Durante centenares de años nuestras mujeres y niños encontraron seguridad allí
mientras se libraban las batallas.
Kawika apretó los labios.
—Porque nuestro santuario quizá no esté a salvo de Lopaka. A pesar de las
antiguas prohibiciones, temo que ni siquiera allí puedas evitar su furia. El no respeta
las leyes del santuario, a pesar de que las aprovechó para salvarse. No, tienes que ir a
otra isla. —La miró intensamente.— ¿Estás de acuerdo, Liliha? Si te opones, tendrás
qué buscar otro jefe.
—Parece que tengo pocas alternativas —dijo Liliha con amargura—. Puesto que
me presentas un ultimátum.

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El asintió, y parte de la tensión se disipó.


—Está bien, Liliha. Cuando llegue el día usaremos las canoas para transportarte y
llevar a las mujeres y los niños a la isla de Hawai... Allí reina la paz y el rey Liho-liho
te recibirá bien. Después, cuando hayamos triunfado y puedas regresar a Hana y
vivir segura, serás mi esposa. —Su mirada era intensa, pero el joven sonreía
tiernamente.— ¿No es así, Liliha?
Liliha suspiró. Había llegado la pregunta que ella temiera. Pensó fugazmente en
David Trevelyan, pero el tiempo y la distancia habían desdibujado los recuerdos.
Con un sentimiento de profunda tristeza, se despidió silenciosamente de David y
dijo:
—Sí, querido Kawika, al regreso seré tu esposa.
Ahora él sonrió más tranquilo.
—Ah, eso está bien. —Apoyó las manos en los hombros de Liliha y la atrajo hacia
él. La besó tiernamente.
Lopaka no se sentía muy decepcionado porque hubiese fracasado la incursión de
sus guerreros. Había enviado sólo una pequeña fuerza para probar las defensas de
los hombres de Hana. El fracaso de la incursión confirmó sus temores en el sentido
de que Liliha había conseguido afirmar la decisión de resistir de los hombres de
Hana.
Pero cuando uno de sus espías en Hana llegó al campamento, la noche después de
la incursión, para informarle que Liliha había huido a la isla de Hawai, Lopaka se
sintió dominado por una fría cólera. Incluso si conseguía dominar a los defensores de
Hana, Liliha continuaría viva, y con su belleza y su capacidad de persuasión podría
convencer a los gobernantes de las restantes islas, que se unirían para resistir a
Lopaka cuando llegase el momento de que él extendiese más allá de Maui los límites
de su imperio.
¡Liliha debía morir!
Después de reflexionar largo rato, ordenó llamar a Asa Rudd y a Isaac Jaggar.
—Liliha escapó de Hana. Es necesario que la encontréis y eliminéis.
Rudd retrocedió, gimiendo.
—¿Por qué yo, Lopaka? ¿Por qué no envías a uno de tus hombres? En cuanto
aparezca por allí llamaré la atención.
La mirada de Lopaka era inflexible.
—Te convertirás en un sacerdote blanco; como Isaac Jaggar. He oído decir que
ahora hay muchos en la isla de Hawai. De ese modo podrás averiguar dónde se
oculta Liliha, y acercarte a ella.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Pero la perra me conoce. Además, tiene más vidas que un gato...


—¡Silencio! —tronó Lopaka—. Si deseas recibir abundantes recompensas cuando
yo sea alii de las islas, obedece mis órdenes.
Rudd se encogió.
—Está bien, Lopaka, está bien. Lo haré.
—¿Y usted, Isaac Jaggar?
El misionero lo miró con ojos ardientes.
—Lopaka, no soy su asesino a sueldo. Soy ministro de Nuestro Señor y no mato.
Lopaka sabía que ese loco exigía un trato diferente que Asa Rudd. Con voz
tranquila dijo:
—Sacerdote blanco, ¿ha olvidado su temor de lo que ocurrirá si Liliha se convierte
en indiscutida gobernante de Hana? Mantendrá al pueblo de Hana en el culto de los
dioses paganos, y se ocupará de que usted salga de la isla. No permitirá que el
pueblo lo escuche. ¿En qué quedará su dios blanco? ¿Desea que ocurra eso?
Los ojos hundidos de Jaggar brillaron con el fuego del fanático y su voz profunda
resonó.
—La mujer es el pecado en carne y hueso. ¡No quiere arrepentirse y marcha por el
camino de la virtud! ¡No debe permitirse que prevalezca!
Lopaka sonrió para sus adentros.
—Entonces, Isaac Jaggar, ¿ejecutará esta tarea para mí?
Casi sin prestar atención, el misionero continuó renegando:
—Esa mujer Liliha es pagana y enseña el culto de los dioses paganos. Es necesario
destruir a los dioses paganos. Si eso significa que es necesario destruir a la princesa
pagana, ¡lo haremos!
Rudd miraba temeroso y desconcertado al sacerdote blanco. Lopaka sonrió
francamente. Aunque no había recibido una respuesta directa a su pregunta,
confiaba en que Isaac Jaggar consagraría todos sus esfuerzos a a terminar lo antes
posible con la vida de Liliha.

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Capítulo 15

David Trevelyan se apoyó en la baranda del Promesa que navegaba frente a la


costa de Maui, en busca del puerto de Lahaina. Había sido un viaje prolongado y
difícil pero ya estaba tocando a su fin. David se había acostumbrado al calor tropical;
y ahora, mientras el Promesa navegaba impulsado por el viento, se sentía muy
cómodo.
Además, la visión de la increíble belleza de las Islas Sandwich era fascinante. El
calor, la humedad y la vegetación lujuriosa, como de invernadero, eran novedades
para David pero que por extraño que pareciera, se sentía cómodo. Esa sensación
contradecía todas las normas de la lógica, pero por alguna razón David sabía que él
mismo no miraba con malos ojos la idea de pasar allí el resto de su vida. Todo
dependía de Liliha. Si ella lo perdonaba y aceptaba, David permanecería en las islas
si ése fuese el deseo de su amada. Si ella lo rechazaba, no tendría más alternativa que
regresar a Inglaterra.
Ahora comenzaba a divisarse el puerto de Lahaina. David sonrió para sí mismo
cuando recordó la conversación que había sostenido pocos días antes con el capitán
Roundtree.
—Señor Travelyan, no poseo cartas náuticas que me muestren el modo de entrar
con el Promesa en la bahía de Hana. En Lahaina sí, porque es un puerto ballenero
pero desde ese lugar en adelante toda la responsabilidad recae sobre sus hombros.
—Capitán, usted y su nave permanecerán a mi servicio mientras yo lo exija —dijo
David—. Si vuelve a dejarme abandonado, me ocuparé de manchar su reputación en
todos los puertos del mundo. Se lo prometo, señor. Todos sabrán que usted zarpó de
Charleston abandonando a sus pasajeros.
El capitán Roundtree se sonrojó.
—Volví a buscarlo, ¿no es así?
—Pero resta el hecho de que usted se fue. Es cierto que regresó, probablemente
porque su conciencia le reprochó el hecho. Por eso, o por el temor de que yo
difundiese que usted era un hombre indigno de confianza.
—Ya le expliqué eso. Como me ofrecieron una carga con la promesa de una buena
ganancia no vi motivos para rechazar la propuesta, en lugar de permanecer ocioso y
anclado. Los marineros tienden a dejar se dominar por el descontento cuando están

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ociosos. Era un viaje de sólo cuatro días y en circunstancias normales habría


regresado a Charleston mucho antes de su regreso. No tenía modo de saber que el
casco de mi nave se perforaría y que sería necesario perder tiempo en reparaciones.
—Aún no estoy seguro de creerle, capitán, pero como después he aprendido que
usted es un hombre codicioso, admito la posibilidad de lo que usted me dice. La
mayoría de los marinos se habría contentado con la bonita suma que le estoy
pagando.
—Pero regresé, y estoy dispuesto a hacer todo lo posible para enmendar mi
conducta anterior.
—Para compensar eso, capitán Roundtree, usted y su nave estarán a mi
disposición todo el tiempo que yo lo desee. Si no es así, cumpliré mi promesa de
manchar su nombre.
El capitán Roundtree dijo con voz seca:
—Señor, ¿está amenazándome?
—Exactamente —dijo serenamente David.
—Eso no es necesario. Estoy a su disposición, señor, el tiempo que necesite mis
servicios.
David confiaba en que el capitán no provocaría más dificultades y en eso estaba en
lo cierto. El capitán Roundtree no se había quejado de nuevo, y a veces incluso se
había mostrado casi afable.
Dick se unió a David frente a la baranda de la cubierta, mientras el barco anclaba
frente a las costas de Lahaina, Dick dijo:
—El fin de nuestro viaje, ¿eh, David?
—No exactamente. Todavía tenemos que ir a Hana y encontrar a Liliha.
—No estás muy seguro de que te dé la bienvenida ¿eh?
—En efecto —dijo sombríamente David—. Pero estoy decidido, como ya habrás
visto.—Con un gesto de la mano indicó las restantes naves ancladas.— Francamente,
me sorprende ver tantos barcos de bandera inglesa. También veo banderas de otras
naciones, pero la mayoría enarbola los colores ingleses.
—Son balleneros, David. Las ballenas son muy valiosas para la humanidad de
nuestro tiempo, y hace poco se sabe que en las aguas del Pacífico Sur abundan estos
mamíferos. Los hombres se dedican a perseguirlas con encarnizamiento. —Paseó la
mirada por la bahía.— ¿Entiendo que no permaneceremos mucho aquí?
—Sólo el tiempo necesario para saber en qué dirección está Hana.

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—Tengo una sugerencia, amigo David. En la isla poca gente habla nuestra lengua.
Sé que Liliha habla inglés, y muy bien, pero mientras la buscas tropezarás con
muchos que no pueden hablar nuestro idioma. Por lo tanto, sugiero que contrates los
servicios de un intérprete antes de continuar el viaje.
David frunció el ceño, desconcertado.
Liliha estará allí. No veo la necesidad de un intérprete.
—Quizá no esté. O por lo menos no podamos encontrarla inmediatamente.
Perdóname, amigo mío, pero tú no has viajado a través de pueblos que hablan una
lengua desconocida, como yo ya he hecho.
David tuvo la suerte de encontrar en Laliaina un hombre que podía servir como
intérprete y como guía para dirigir al Promesa hasta la bahía de Hana. Peka era un
isleño pequeño y enjuto, que no sólo hablaba las lenguas de las islas, sino que
también conocía bastante el inglés. Además, era pariente lejano de Liliha.
Ante la expresión sorprendida de David, el rostro de mono de Peka se arrugó en
una mueca.
—No te sorprendas, inglés. Aquí en las islas muchas personas están emparentadas
unas con otras.
—¿Cómo está Liliha? —preguntó ansiosamente David—. Seguramente llegó bien
de Inglaterra...
Peka adoptó una expresión grave.
—Llegó, inglés. Fue a Hana en canoa con otro primo, Moke. Los tambores dicen
que la apresó ese demonio de Lopaka, y que Moke fue asesinado.
David sintió que palidecía.
—¿Apresada? ¿Quieres decir que la tienen cautiva?
—Se fugó y regresó a Hana, pero el pueblo de Hana está en guerra con Lopaka.
Hace muchas noches dicen los tambores que hubo un ataque contra la aldea de
Hana. Después, los tambores callaron. Peka no sabe si ahora Liliha está bien.
—Entonces, debo llegar cuanto antes a Hana. ¡Vamos, Peka!
David caminó deprisa con el pequeño isleño por las calles atestadas de Lahaina, y
se detuvo sólo para retirar de una caberna a Dick, que protestaba enérgicamente. Los
obligó a embarcar en la lancha de la nave y regresar al Promesa. Había pedido al
capitán Roundtree que mantuviese a bordo a sus marineros, con la esperanza de
partir para Hana tan pronto fuese posible. De modo que, en definitiva iniciaron el
viaje poco tiempo después.
David pasó carcomido por la impaciencia las horas que duró el viaje hasta la bahía
de Hana. Se censuraba de nuevo por las vacilaciones que había demostrado en

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Inglaterra. Si hubiese desafiado a su padre y aceptado por esposa a Liliha, ella aún
estaría en Inglaterra, sana y salva. Ahora, sólo Dios sabía en qué aprietos se
encontraba.
Incluso era posible que ese Lopaka hubiese asesinado a todos los habitantes de la
aldea. Recordaba muy bien lo que Liliha le había dicho de Lopaka, por ejemplo, que
él había sido parcialmente responsable de su secuestro y la muerte de Koa.
Evidentemente Lopaka era un hombre sin escrúpulos, capaz de todo.
Estaba sobre cubierta cuando anclaron frente a Hana. Al lado, Dick murmuró:
—Qué extraño. Ni un alma en la playa para recibirnos.
—¿Por qué te parece tan extraño?
—Siempre que me he acercado en barco a las aldeas de estas islas, los nativos se
reunían en las playas para recibirnos. Aquí ocurre algo, amigo mío.
Cada vez más aprensivo, David esperó impaciente mientras descendían la lancha.
El capitán Roundtree, que estaba cerca, dijo:
—Señor Trevelyan, si los nativos se muestran hostiles, como parece creer su
amigo, quizá sea mejor que envíe con usted un contingente armado.
—No. —David meneó la cabeza.— ¿Por qué querrían hacernos daflo? Y si Liliha
me ve llegar a la costa acompañado por hombres armados, se enojará. No, capitán,
sólo dos hombres para los remos, Peka y Dick... —Miró a su amigo.— Si lo deseas
puedes permanecer a bordo. Quizá haya peligro, de modo que tu actitud me
parecería perfectamente razonable.
Dick rió y esbozó un gesto despectivo.
—Nada de eso, amigo David. Hasta ahora el viaje ha sido tan aburrido que ansio
un poco de diversión.
Descendieron por la escala y en el bote remaron hasta la costa. David se sentía
menos confiado que lo que había demostrado ante el capitán Roundtree, pues si
Hana había sido capturada por Lopaka, era muy probable que encontraran fuerzas
hostiles. Finalmente, desechó la posibilidad en cuestión.
La playa permanecía desierta y silenciosa hasta que descendieron del bote. De
pronto, detrás de las palmeras apareció una línea irregular de nativos, que se
extendía hacia los dos extremos de la playa. Avanzaban en silencio; todos estaban
armados, con garrotes de guerra o lanzas emplumadas.
Uno de los marineros que estaba en los remos dijo con voz tensa:
—Señor, tal vez sea conveniente regresar al Promesa. Ese grupo tiene malas
intenciones.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Nos quedaremos —dijo con firmeza David—. Si desean irse, háganlo...


Se interrumpió cuando el hombre que estaba en el centro de la línea de nativos
hizo un gesto y los isleños se detuvieron, aunque permanecieron alerta, las armas
prontas. El hombre de elevada estatura se acercó. Tenía una figura imponente, los
cabellos negros como ala de cuervo y la piel bronceada. Vestía sólo un lienzo
alrededor de la cintura y tenía una figura musculosa y bien formada.
Al lado de David, Peka dijo en voz baja:
—Inglés, ese, es Kawika. Los tambores dicen que es el jefe de los guerreros de
Hana, y que lucha contra Lopaka.
—Entonces, aún no se han apoderado de la aldea —dijo aliviado David—. Liliha
debe estar a salvo.
La figura imponente de Kawika se detuvo a pocos metros, y sus fieros ojos negros
se clavaron en el rostro de David.
David ordenó:
—Peka, pregúntale acerca de Liliha.
Peka se adelantó y comenzó a hablar con rapidez; la única palabra que David
pudo entender fue Liliha. Cuando oyó mencionar el nombre, Kawika frunció el ceño,
irritado. Hizo un gesto ordenando callar a Peka; y habló con voz profunda.
Después que Kawika calló, Peka dijo:
—Inglés; dice que Liliha no está aquí.
—¿No está aquí? —David sintió que se le oprimía el corazón.— Pregúntale si está
bien.
Peka habló de nuevo. Un momento después tradujo la respuesta de Kawika:
—Kawika dice que Liliha está bien, pero no se encuentra aquí. Desea saber quién
pregunta por ella.
—¡Díselo, maldito seas! —rugió David. Peka volvió a hablar, esta vez largamente,
en el idioma de las islas. Cuando oyó mencionar el nombre de David los ojos oscuros
de Kawika centellearon, y su apuesto rostro se fijó en una expresión severa. Después
que Peka terminó, Kawika habló más de un minuto, y su voz era dura y áspera.
Peka tradujo:
—Kawika dice que le han hablado de usted, inglés.
Usted es un mal hombre, usted traicionó la confianza de Liliha. Liliha ahora es alii-
nui de Hana, y no desea verlo.
—Pero si ella es la reina, debe estar aquí —replicó David—. Estoy seguro de que
aceptará verme. Dígale a Kawika que le informe que estoy aquí, y que ella decida.

~233~
Patricia Matthews Amor Pagano

Después de otro rápido cambio de palabras con Kawika, Peka dijo:


—Kawika dice que Liliha no desea verlo, y repite que no está aquí sino en otra
isla...
—Pregúntele en qué isla. Iré personalmente a verla.
Un momento después Peka informó:
—Kawika rehusa decir en qué isla. —Se interrumpió cuando Kawika pronunció
algunas palabras con acento gutural e hizo un gesto a sus guerreros, que comenzaron
a adelantarse amenazadoramente. Peka se apresuró a decir:
—Kawika dice que se marche, inglés. No lo quieren en Hana. Si no se va en paz,
sus guerreros lo echarán al mar.
David avanzó un paso y dijo irritado:
—¡Maldito sea ese hombre! ¡Exijo saber dónde está Liliha!
—Cálmate, amigo. —Dick le aferró el brazo.— Creo que este hombre habla en
serio, y somos muy pocos, además de que estamos desarmados. Aconsejo retirarnos
momentáneamente del campo de batalla. Después de que pase el peligro
seguramente podremos conocer el paradero de Liliha.
Peka dijo:
—Inglés, regrese a la nave. Me quedaré en Hana y averiguaré dónde está Liliha.
Esta noche regresaré nadando al barco.
Pese a su cólera y su frustración, David comprendió que no tenía alternativa...
tenía que marcharse. Con un gesto resignado se volvió hacia el bote.
Kawika habló de pronto, y su voz apasionada resonó como un trompetazo. David
esperó la traducción de Peka:
—Kawika dice que Liliha se comprometió con él y no desea ver nunca más a los
blancos del país extranjero. Cuando Lopaka sea derrotado, la reina Liliha se
convertirá en esposa de Kawika. Y ambos gobernarán Hana.
David se sintió profundamente deprimido. ¡Había llegado muy tarde! Había
destruido la fe de Liliha en él, y también su amor, y ella se había comprometido con
ese nombre, apuesto y poderoso; un hombre de su propia raza, no un nativo de
Inglaterra, país que detestó desde el comienzo.
De todos modos, no estaba dispuesto a renunciar; por lo menos mientras no oyese
la negativa final de labios de la propia Liliha. Dijo:
—Peka, lo esperaré en la nave. Averigüe dónde está Liliha. Le encomiendo esa
tarea, Peka, ¡no me falle!

~234~
Patricia Matthews Amor Pagano

Incapaz de dormir, David estaba de pie en cubierta, apoyado en la baranda del


Promesa. La nave estaba a oscuras, en silencio, excepto el crujido del cordaje y los
suaves sonidos del agua que golpeaba el casco. El aire estaba perfumado por los
aromas vegetales de la isla, y la imagen de Liliha parecía tan real en la mente de
David que su anhelo de ella era casi tangible. Hacía mucho que había pasado la
medianoche; David permanecía allí desde hacía varias horas, esperando oír el sonido
de la aproximación de Peka.
Finalmente, su vigilia se vio recompensada. Oyó un ruido en el agua y se inclinó
por la baranda. Gracias al resplandor fosforescente del mar pudo ver una figura
pequeña que trepaba por la cuerda que colgaba a un lado del barco.
Cuando la figura llegó a la cubierta, David le ofreció una mano para pasar la
baranda. Era Peka, y su rostro dibujaba una sonrisa. David preguntó ansioso:
—¿Peka, qué averiguaste? ¿Dónde está Liliha? ¿Lo descubriste?
—Sí, inglés. Liliha fue enviada a la isla de Hawai. Fue a visitar al nuevo mol, el rey
Liholiho.
—¿Está bien?
Peka encogió apenas los hombros.
—No sé, inglés. Nadie me lo dijo.

A pesar de las seguridades ofrecidas por Kawika, Liliha no recibió una cálida
acogida en la corte del rey Liholiho en Kailua. A causa de la destrucción de los kapus
reinaba el caos. Como la cosa había empezado ahí, su efecto era mucho más
inmediato que en otros sitios; en vista del escaso tiempo transcurrido aún no había
sido posible afirmar el nuevo orden impuesto por el rey Liholiho.
Además, la llegada de Liliha no fue vista con buenos ojos por Ka'ahumanu, la
favorita del fallecido rey Kamehameha. Por insistencia de la favorita se habían
anulado los antiguos kapus. La ambiciosa Ka'ahumanu, miró suspicaz a otra mujer
allí, temerosa de que Liliha pudiese tratar de usurpar parte del poder que ella ejercía
gracias a su influencia sobre Liholiho, que según decían todos era un gobernante
débil.
Para empeorar la situación, la corte de Liholiho desbordaba de alü y subjefes de
todas las islas, y todos pedían audiencia al moi para protestar contra el nuevo orden.
Las mujeres y los niños de Hana fueron bien recibidos en Kailua, pero no ocurrió lo
mismo con Liliha cuando se supo que ella era alii-nui de Hana. En definitiva, la
ignoraron totalmente. Liliha había abrigado la esperanza de que, cuando explicase
que Hana estaba amenazada por Lopaka, el rey enviaría guerreros en auxilio de la
aldea.

~235~
Patricia Matthews Amor Pagano

Pero por mucho que se esforzaba, no obtenía audiencia con el rey. Sólo después
supo que todas las peticiones de audiencia pasaban por Ka'ahumanu, y que ella
autorizaba sólo las audiencias de las personas que gozaban de su simpatía.
Gracias a la obstinación y la tenacidad de Liliha finalmente le otorgaron un breve
encuentro con la propia Ka'ahumanu. La reina recibió a Liliha en su choza real. La
choza era grande y estaba muy adornada. La decoración incluía algunos lujos
propios del hombre blanco. La reina, que medía más de un metro ochenta y era muy
gruesa, estaba ataviada con las vestiduras reales y descansaba en un trono de madera
tallado a mano, un mueble tan grande que podía abarcar a su voluminosa ocupante.
La reina estaba comiendo cerdo —antes prohibido a las mujeres— con los dedos.
Miró con el ceño fruncido a Liliha y dijo con voz dura:
—Eres una joven descarada, pues insistes en ver al rey. Está ocupado con asuntos
importantes, y no puede dedicarte tiempo.
—Soy la alii de Hana —dijo serenamente Liliha—. Por lo tanto, tengo derecho a
una audiencia con el rey.
Ka'ahumanu emitió un rezongo despectivo.
— ¡Tienes derecho a nada! Todavía ni siquiera eres una mujer.
La cólera de Liliha se acentuó.
—Exijo verlo.
La mujer corpulenta se inclinó hacia adelante.
— ¡Muchacha, no me hables así! Por tu descaro podría desterrarte de la isla.
—No creo que comprendas. —Liliha trató de domina su cólera.— En Maui hay un
hombre llamado Lopaka que intenta apoderarse de Hana, y después de Maui entera,
apelando a la fuerza. Si no se le detiene allí, caerá sobre todas las islas como una
tormenta destructora. Amenaza el trono de Liholiho. Quiere convertirse en moi de
toda la cadena de islas.
—Ese Lopaka... no hemos oído hablar de él —dijo secamente Ka'ahumanu. —No
puede atemorizarnos.
—Pero lo hará. Lopaka es tan peligroso como el tiburon asesino del mar.
Ka'ahumanu hizo un gesto con la mano.
—Creo que esto es algo que inventaste en tus sueños de adolescente.
—¡Eso no es cierto! Incluso ahora nuestra aldea corre peligro. Está sitiada.
Necesitarnos ayuda. Si el rey enviase a sus guerreros antes de que fuese demasiado
tarde...

~236~
Patricia Matthews Amor Pagano

—¿Guerreros? —La mujer que ocupaba el trono rió burlonamente.— Aquí no


tenemos guerreros. ¿Acaso no lo sabes? Reina la paz. Mi esposo, el finado rey,
impuso la paz eterna en las islas.
—¡Pero incluso esa paz ahora está amenazada! —A pesar de sí misma, Liliha
estaba rogando.— Lopaka quebró la paz. Es un hombre que tiene sed de sangre y un
hambre devoradora de poder. ¡No se detendrá ante nada!
—No te creo. —Ka'aliumanu se inclinó hacia adelante. —¿Sabes lo que pienso?
Pienso que viniste para seducir a Linoliho. Esperas usar tu condición de mujer para
conseguir su favor. ¿Crees que no lo sé? No eres la primera descarada que lo intenta.
No conseguirás nada. ¡Estoy aquí para cuidar eso! —Ka'ahumanu elevó la voz y de
pronto descargó un golpe sobre el brazo del trono. —Liholiho tiene que resolver
importantes asuntos oficiales, y no puede perder el tiempo con una muchacha cuyo
único propósito es seducirlo con sus muslos pecadores.
—¡Pero ése no es mi propósito! —dijo Liliha con vehemencia—. Por favor deja que
hable con él.
—No, ... ¡Ah, Liliha! ¡Ahora recuerdo quien eres! No perteneces del todo a nuestra
raza. Eres en parte hao-le, mestiza! —Ka'ahumanu alzó el brazo y apuntó con un
dedo acusador.— ¡Vete, muchacha! Si no partes inmediatamente le diré al rey
Liholiho que te condene a muerte. ¡Márchate!
Como comprendió que era inútil continuar rogando, Liliha abandonó la choza.
Ella y Akaki ocupaban una choza con techo de paja en las afueras de Kailua, y hacia
allí fue ahora, con el corazón profundamente deprimido.
Entró en el interior penumbroso de la choza y dijo:
—¿Akaki? Fue completamente inútil...
Se interrumpió y contuvo la respiración cuando una alta figura vestida de negro
emergió de las sombras y una voz sonora dijo:
—Liliha, tu madre no está aquí. Esperé hasta que se marchara pues deseaba hablar
a solas contigo.
—¡Reverendo Jaggar! —Liliha retrocedió, dispuesta a huir; pero cambió de idea y
decidió enfrentarse al visitante. —¿Qué hace aquí? ¿Qué desea de mí?
Como sus ojos todavía no se habían acomodado a la oscuridad, no pudo ver la
expresión del hombre; pero percibió cierta vacilación.
Después, la voz de Jaggar retumbó.
—¡He venido a ofrecerte la salvación!
—¿Lo... Lopaka lo envió?
Jaggar vaciló de nuevo.

~237~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Estoy aquí para servir al Todopoderoso. Si te arrepientes de tus costumbres


paganas, ya no necesitarás temer a Lopaka. Te convertirás en una oveja de mi rebaño,
y nadie se atreverá a agredir a una hija del Señor.
—¿Lopaka le dijo esto?
—Me prometió que cuando reine entre los paganos me permitirá enseñarles el
camino de la redención.
—¡Si le dijo eso, miente! —Casi escupió las palabras al rostro de Jaggar.— El no
cree en nada, ni siquiera en los dioses de su propio pueblo. Está usándolo para sus
fines. Reverendo Jaggar, si usted le cree esta está ciego.
—Liliha, tú eres quien está ciega. Si te arrodillas ahora mismo y te arrepientes,
estarás segura en los brazos de Nuestro Señor. Después, vendrás conmigo y yo veré
que en adelante estés protegida. Lopaka ya no tendrá nada que temer de ti...
—No me arrodillaré ante usted —dijo ella. Sus ojos centelleaban despectivos.—
Después de vivir en Inglaterra sé algo de las costumbres cristianas. Señor, usted es
un hombre perverso. Es un renegado de su propia congregación, y Dios lo mira con
desprecio y repugnancia.
El rostro de Jaggar se ensombreció, contorsionado por la cólera.
—¡Mujer, no me hables de ese modo! No sabes a quién estás hablando. —Cerró los
ojos y apoyó la mano en la cabeza de Liliha. Elevó los ojos al cielo y canturreó:
—Perdónala, Señor, porque no sabe lo que dice. Bajo mi guía ella se arrepentirá
sinceramente y se humillará ante ti.
Liliha trató de apartarse, pero esa mano tenía una fuerza sorprendente. De pronto,
ella advirtió que Jaggar había abierto los ojos y la miraba fijamente. La otra mano le
tocó el rostro y descendió por el cuello hacia el seno desnudo. Cuando lo tocó, sus
ojos adquirieron un brillo sensual. Su tacto era tan frío como las profundidades del
mar, y Liliha retrocedió, impulsada por la repugnancia.
—Ven, niña, ven conmigo. Eres agradable a mis ojos — susurró. Comenzó a brotar
saliva de las comisuras de sus labios.— Únete a mí, y te prometo que no sufrirás.
Liliha retrocedió, pero al hacerlo se internó todavía más en la choza; y entonces
Jaggar se interpuso entre ella y la puerta.
—¡Reverendo Jaggar, usted no me engaña! —dijo la joven con amargura—. Usted
no me desea como conversa de su Dios. ¡Usted quiere unirse a mí en la carne! Es tan
malo como Lopaka. No, peor, porque él no pretende ser otra cosa que lo que es. No
iré con usted, Jaggar. ¡El contacto mismo de su cuerpo me enferma!
Jaggar alzó una mano como si deseara golpearla, pero cuando ella retrocedió para
evitar la agresión, él dejó caer la mano y sacudió la cabeza, al parecer con la intención

~238~
Patricia Matthews Amor Pagano

de aclararse las ideas. Ahora sus ojos ardientes la miraron con fijeza y su voz resonó
en la pequeña choza.
—¡Liliha, tú eres la perversa! Tientas a los hombres con tu cuerpo y apelas a sus
instintos más bajos. —Su mirada recorrió el cuerpo de Liliha y ella tuvo que resistir el
ansia de encogerse, en un intento de evitar la mirada de aquellos ojos.— Te exhibes
casi desnuda ante los hombres.
Eres tan corrupta como Eva en el Paraíso. Induces al hombre a pecar contigo, y te
ríes de él cuando él sufre la condenación eterna. Tu contacto es semejante al de un
leproso, que contamina todo lo que toca. Exijo que ahora vengas conmigo, porque
quiero rezar por ti y salvar tu alma de la condenación eterna.
Avanzó un paso hacia ella. En ese momento una sombra apareció en la puerta, y la
voz de Akaki dijo:
—¿Qué ocurre aquí? —Akaki entró en la choza. —Liliha, ¿qué hace aquí este
hombre?
Jaggar se volvió bruscamente. Cuando vio a Akaki pareció encogerse. Emitió una
sorda exclamación y salió disparado de la tienda; en su prisa casi derribó a Akaki.
Akaki lo miró desconcertada antes de volverse hacia Liliha.
—¿Ese es un sacerdote blanco, verdad? Oí decir que estaba con Lopaka. ¿Qué...?—
Su rostro expresaba preocupación mientras se acercaba a Liliha.— ¿Te atacó?
—No. Estoy bien. —Liliha se estremeció y abrazó a su madre.— Pero es un
hombre muy perverso.
Jaggar encontró a Asa Rudd esperándolo en la playa, a cierta distancia de la aldea.
Cuando llegó al lugar donde estaba Rudd, el misionero había recobrado parte del
dominio de sí mismo.
Rudd avanzó al encuentro de Jaggar con una expresión de ansiedad en el rostro.
—Reverendo, ¿liquidó a la perra?
Jaggar hizo una pausa antes de contestar. En otra ocasión, el atuendo de misionero
de Rudd lo habría divertido. No importaba lo que usara, Rudd parecía siempre lo
que era, un hijo del Demonio. Era un chacal enviado desde las profundidades del
infierno para devorar a sus semejantes, del mismo modo que Liliha era una tentadora
enviada por Satán para inducir a los hombres a cometer los pecados de la carne, y
por lo tanto, para llevarlos a sufrir la condenación eterna. Pero Liliha no triunfaría
frente a Jaggar. ¡Por Dios, que no lo lograría!
Jaggar cerró los puños y hundió las uñas en las palmas de las manos. El dolor lo
calmó; ayudaba a rechazar el recuerdo del episodio, del modo en que casi había sido
tentado a perder la gracia.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Oyó apenas el gemido irritado de la voz de Rudd:


—Bien; reverendo, ¿lo hizo?
—No. Soy ministro del Todopoderoso, no un asesino de sus hijos, no importa lo
pecadores que puedan ser ellos.
—Pero le prometimos eso a Lopaka—dijo Rudd con voz agitada, saltando sobre la
arena—. No nos recibirá bien si no hacemos la faena, ¡se lo aseguro!
—Con la ayuda del Todopoderoso encontraré el modo. Esa pagana es una leprosa
moral y debe sufrir por sus pecados. —Jaggar tenía los ojos fijos en el mar. Un
recuerdo se agitó en su mente. En la zona se hablaba de Molokai, una pequeña isla
que estaba después de Maui. Al norte había una ancha península, un liso
promontorio de tierra firme separado del resto de la isla por grandes riscos de mil
metros de altura a un lado, y por el mar por los tres lados restantes. Era la península
de Kalaupapa, y hasta poco antes apenas tenía habitantes a causa del difícil acceso;
había sólo un estrecho sendero que descendía desde los altos riscos y se le vigilaba
muy bien. Por los tres lados restantes el mar batía fieramente la costa de modo que ni
los barcos ni los botes podían acercarse. Fuera del camino que descendía de los
riscos, el único modo de llegar a la península consistía en arrojarse al agua y nadar.
Jaggar recordó los relatos que había oído. Lo que le interesaba sobre todo era que
se acostumbraba trasladar en bote a los leprosos para arrojarlos al agua frente a
Kalaupapa, de modo que se ahogaban o conseguían llegar a la playa. Los efectos de
la terrible enfermedad dejaban horriblemente deformadas y marcadas a las víctimas,
que repugnaban al ojo humano; y era justo que esas personas enfermas fuesen
aisladas del resto del mundo. Era un purgatorio en la Tierra...
—Y allí debe ir la pagana Liliha —murmuró Jaggar en voz muy baja.
—¿Qué, reverendo? ¿Qué ha dicho?
Jaggar volvió los ojos hacia Rudd e insinuó una sonrisa virtuosa.
—Ahora sé lo que haremos con ella. He descubierto la forma de que su posible
muerte recaiga sobre ella misma, de modo que ya no moleste a Lopaka, y jamás
pueda gobernar al pueblo de Hana.
Excitado, Rudd comenzó a saltar.
—¿Qué es, reverendo? ¡Dígame cómo nos libraremos de la perra!
En tono conspirativo, Jaggar le explicó lo que reservaba a Liliha.

Cuando al fin comprendió que sus intentos para que el rey Liholiho le concediera
audiencia eran inútiles, Liliha se sintió muy deprimida. Era lamentable, pero tenía
que aceptarlo: los isleños que vivían lejos de Hana poco se preocupaban por lo que

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Patricia Matthews Amor Pagano

ocurría en la aldea distante. La reciente eliminación de los antiguos tabúes, y la


creciente influencia del blanco en las islas eran asuntos más urgentes.
Había escasas noticias de Hana. El último mensaje que ella había recibido de
Kawika afirmaba que la aldea se mantenía firme ante los ataques de Lopaka, de
modo que el joven amante de Liliha disponía de tiempo para entrenar a los
guerreros. No era mucho para Liliha, pero lo que la frustraba especialmente era la
conciencia de que nada podía hacer para ayudar a Kawika y a su pueblo.
Como siempre, se volvió hacia el mar en busca de alivio. Se acostumbró a nadar
una hora o más todos los días, al atardecer; con ese fin, había elegido un tramo
relativamente desierto de la playa, a cierta distancia de Kai-lua. Por lo menos durante
ese breve lapso podía olvidar sus dificultades y divertirse en el agua.
A la misma playa fue varios días después de la sorprendente aparición de Isaac
Jaggar en la choza. Liliha se internó bastante en el mar, y permaneció en el agua
hasta que se sintió fatigada. El sol se había puesto cuando al fin comenzó a nadar
hacia la costa.
A medio camino comprendió que estaba más cansada de lo que había creído. Se
volvió de espaldas y flotó un rato. Cuando de nuevo comenzó a nadar hacia la orilla,
la sobresaltó ver una canoa de guerra que avanzaba directamente hacia ella y que
estaba a pocos metros de distancia. Entrevio a cuatro hawaianos que manejaban los
reinos, y a dos hombres más vestidos de negro.
Liliha vio todo esto en un instante, y experimentó un firme presentimiento de
peligro. Casi sin pensarlo, se hundió en el agua. Aún había bastante luz para ver la
sombra de la canoa encima. Al mismo tiempo vio dos figuras que se zambullían en el
agua, una a cada lado. Se sumergió todavía más. Allí el agua era poco profunda, y
Liliha tocó el fondo antes de lo que esperaba. Miró hacia la izquierda, y después
hacia la derecha, y vio que las dos figuras se cerraban sobre ella. Con un esfuerzo
supremo trató de distanciarse, pero había pasado mucho tiempo en el agua y tenía
pocas fuerzas, de modo que no logró su propósito. La atraparon, una de cada lado, y
le aferraron los brazos.
Comenzaron a emerger, arrastrándola. Liliha trató de librarse, pero no tuvo éxito.
Llegaron a la superficie, y allí otras manos se apoderaron de la joven y la subieron a
la canoa.
Lo primero que vio fue el rostro sonriente de Asa Rudd.
—Bien, princesa —dijo el hombre con una sonrisa de triunfo—. Esta vez te hemos
atrapado. Y ahora no escaparás. Atrás, vio los rasgos sombríos de Jaggar. Dijo:
—Liliha, si me hubieses escuchado y te hubieras arrepentido como yo te pedí, esto
no habría sido necesario.
—¿Qué es necesario? —preguntó ella—. ¿Me llevan donde está Lopaka?

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Patricia Matthews Amor Pagano

Jaggar meneó la cabeza.


—No, te llevaremos con otras personas de tu propia clase. Muchacha, eres una
leprosa moral, y ahora llegarás a ser una auténtica leprosa.
Ella parpadeó desconcertada.
—No entiendo, reverendo Jaggar.
—Pronto entenderás, y dispondrás de sobrado tiempo para reflexionar acerca del
error de tus costumbres.
—¡Usted está loco, realmente loco! —exclamó Liliha—. ¡Exijo que me liberen
inmediatamente!
Miró alrededor. Las cuatro isleños ya manipulaban los remos y se alejaban
rápidamente. La orilla estaba demasiado lejos y de nada serviría gritar. Liliha se
preguntó si podría liberarse de Rudd.
Como si hubiese leído sus pensamientos, el hombre rió brevemente.
—No puedes escapar, princesa. No malgastes tus fuerzas intentándolo.
—Asa Rudd, ate a la espalda las manos de la pagana.
—Tiene razón, reverendo. —Con la ayuda de Jaggar, Rudd ató las manos de
Liliha, y después unió las cuerdas a un soporte de madera que estaba a un lado de la
canoa.
La mirada de Liliha se volvió hacia los hombres que manejaban los remos. Habló
en la lengua nativa.
—¡Ayúdenme, por favor! Soy una de vosotros. Soy Liliha, de Hana. ¿Vais a ayudar
a este sacerdote loco y a su compañero a proceder así con una persona de vuestra
propia raza?
La ignoraron, como si no hubiese hablado. Rudd rió al oído de Liliha.
—Princesa, no sé qué les estás diciendo, pero pierdes el tiempo. Esos nativos
fueron bien pagados. Y harán lo que les digamos.
—Ponle la mordaza, Rudd —dijo contrariado Jaggar—. No deseo escuchar sus
quejas. Tendremos que recorrer un largo trecho.
Un trapo maloliente se cerró sobre la boca de Liliha y le impidió pronunciar una
sola palabra más.
Después, el tiempo pasó lentamente; Liliha no sabía dónde iban. Los nativos
remaban con movimientos regulares e infatigables, y ella llegó a la conclusión de
que, en efecto, tenían que recorrer mucha distancia. Después de largo rato, la fatiga y
la desesperación la dominaron, y durmió nerviosamente. Mucho después despertó

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Patricia Matthews Amor Pagano

sobresaltada. Estaban en aguas agitadas; la canoa cabeceaba y se bamboleaba. Era el


alba, y Liliha miró alrededor realmente asustada.
Hacia la derecha había una isla que ella no conocía. Al frente, un promontorio liso,
y mucho más lejos unos altos riscos. La extensión llana parecía desolada e inhóspita;
allí el mar estaba muy agitado, y las olas se sucedían y rompían con gran fuerza
contra la costa irregular. En ninguna parte había trechos de agua serena.
—Aquí termina tu viaje, princesa —dijo Rudd. Comenzó a desatar las cuerdas que
sujetaban las muñecas de Liliha.
Todavía perdida y sin comprender, Liliha no estaba preparada cuando él la aferró
de los hombros y comenzó a empujarla hacia el agua. Rudd dijo:
—Tienes que nadar o ahogarte. No nos importa lo que hagas. Como dice tu
pueblo, aloha, princesa!
Liliha trató de aferrarse al borde de la canoa, pero había reaccionado demasiado
tarde. Estaba en el agua y se hundía. Antes de descender demasiado consiguió
recobrar el equilibrio y regresó a la superficie. Apenas emergió miró rápidamente
alrededor. La canoa regresaba hacia el mar abierto; no tenía la más mínima
posibilidad de alcanzarla. Al verla, Rudd la saludó burlonamente y gritó algo, pero el
sentido de sus palabras se perdió a causa del estrépito de la marejada.
Ya la había alcanzado una poderosa corriente, que la empujaba implacable hacia la
costa. Dondequiera que mirase, veía únicamente sombrías rocas negras y el mar
agitado de aguas espumosas.
Liliha nadó con fuertes brazadas, conservando el mayor control posible de sus
movimientos en esas circunstancias. Las rocas se aproximaban con terrible velocidad.
De pronto, casi cayó sobre ellas. En el último instante vio un pequeño paso entre dos
altas rocas, y consiguió entrar por allí. Chocó contra la playa con tremenda fuerza, y
casi inmediatamente el mar la atrajo, y quiso tragársela... y ella sabía que eso hubiera
significado la muerte.
En el último momento su mano aferró las raíces de un pequeño arbusto que crecía
precariamente en la empinada pendiente. Con movimientos lentos y pesados
comenzó a incorporarse. Después de un lapso que pareció infinito consiguió tenderse
sobre la arena, jadeante y agotada.
Permaneció de espaldas largo rato, hasta que recuperó el aliento y la fuerza.
Finalmente se sentó y miró alrededor con curiosidad. Había un espeso matorral que
crecía a lo largo de la orilla. Oyó un ruido y prestó atención.
Dos arbustos se apartaron y apareció un hombre que la miró. Liliha se llevó la
mano a la boca y ahogó un grito. Era como ver la aparición de una pesadilla. Las
manos del hombre estaban terriblemente deformadas, los ojos hundidos la miraban
desde una cara sin nariz.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Liliha, porque ahora sabía dónde estaba. La


habían arrojado al mar frente a Kalaupapa, donde según decían, los leprosos vivían o
morían. Kalaupapa, de donde nadie regresaba.

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Capítulo 16

—¿Queréis un cuento? —dijo Akaki a los niños reunidos alrededor—. Me habéis


dicho que os intriga la razón por la cual tuvimos que salir de Hana. El cuento que os
voy a contar es la historia de Hua, que era el rey de Hana hace mucho, muchísimo
tiempo.
"De acuerdo con la historia, Hua era un rey perverso, el más perverso que las islas
conocieron jamás. Era un allí temerario y belicoso. Construyó muchas canoas de
guerra, y cuando no libraba batallas con sus vecinos en Maui organizaba
expediciones de saqueo a Hawai y Molokai. Hua fue quien comenzó la más antigua
guerra que se recuerda entre Maui y Hawai".
"Ahora bien, el sumo sacerdote de Hana en ese momento era Luahoomoe.
Afirmaba que era un iku-pau, descendiente directo del gran dios Kane, y por eso,
exigía absoluto respeto a su persona y a sus derechos sagrados. Le desagradaban los
actos agresivos de Hua, y le aconsejaba que guiase al pueblo de Hana para que
tuviese una vida más pacífica. Advertía que los actos de Hua despertarían la cólera
de los dioses".
"Esta oposición irritó a Huía, y el sumo sacerdote y el rey de Hana comenzaron a
distanciarse. Hua imputó sus ocasionales derrotas en la batalla a la actitud de
Luahoomoe, pues decía que el sumo sacerdote no rezaba pidiendo la victoria".
"Cierta vez, cuando regresaba de un fracasado ataque a Molokafi, Hua depositó su
kapu en una fuente, destinada al uso del heiau, y lanceó a un perro negro que estaba
destinado al sacrificio. Cuando Luahoomoe se quejó del hecho, el rey lo amenazó con
dispensarle el mismo trato".
"La conducta de Hua cuando no hacía la guerra también desagradaba al sumo
sacerdote. El rey ocupaba su tiempo libre en diversiones y todo género de
depravaciones. Disponía de un centenar de danzarinas, y los festines mensuales
generalmente se prolongaban días y semanas. A menudo, borracho de awa, mantenía
en ascuas a toda la población de Hana durante sus temporadas de placer".
"Por la época a la cual me refiero, se acercaba el festival anual de cinco días del
dios Lono. Como sabéis, es nuestro festival más celebrado; el comienzo del nuevo
año. Como preparación, para él, Hua exigió contribuciones muy elevadas al pueblo
de Hana, y en previsión de otra incursión hostil en territorio de Hawai, ordenó que le

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Patricia Matthews Amor Pagano

trajesen grandes contingentes de guerreros, canoas y provisiones; además, ordenó


que los jefes menores se presentasen ante él en Hana durante las celebraciones".
"Bien, esta orden provocó mucho descontento en el pueblo, y Luahoomoe y sus
sacerdotes, en lugar de calmar el descontento, exhortaron al pueblo a protestar
todavía mas".
"Cuando Hua lo supo, resolvió librarse definitivamente de lo que él consideraba
una interferencia de los sacerdotes en sus asuntos. Su intención era matar a
Luohoomoe. Contaba con el apoyo de Luuana, un segundo sacerdote que esperaba
ocupar el lugar de Luahoomoe".
"Hua hizo todo lo posible para encontrar una excusa que le permitiese matar a
Luahoomoe, pero el sumo sacerdote era muy anciano, su conducta era siempre
ejemplar y el pueblo lo amaba. Finalmente, Hua encontró el pretexto para matarlo".
"En una ocasión pública, ordenó que le trajesen algunos hua de las montañas.
Como sabéis, el hua es un ave acuática y rara vez aparece en las tierras altas. Como la
carne no es comestible y las plumas no pueden usarse como adorno, sin duda a todos
les extrañó la petición de Hua; pero los reyes de aquella época, como ocurre todavía
hoy, cara vez aceptaban explicar sus actos. En definitiva, se realizaron preparativos
con el fin de organizar un grupo de cazadores".
"Cuando el grupo estaba listo para partir, Hua dijo: "Quiero que las aves
provengan sólo de las montañas. No acepto ninguna que venga del mar.'
"Ahora bien, el jefe del grupo de cazadores sabía que el hua es un ave acuática, y
se sintió sorprendido. Miró a Luahoomoe, que estaba de pie cerca, y le preguntó:
"¿Pero es posible hallarlas en las montañas?"
"El sacerdote replicó: "Las aves que vais a buscar no están en las montañas, de
modo que tendréis que tender trampas a orillas del mar.'
"Hua se encolerizó terriblemente, y preguntó a Luahoomoe: "¿Te atreves a desafiar
mis órdenes? ¡Ordeno a los cazadores que vayan a las montañas, y tú les dices que
tiendan sus trampas junto al mar!".
"El sumo sacerdote replicó humildemente: "Pido al rey que recuerde que yo no
imparto órdenes."
¡Pero te has atrevido a interferir en las mías! Escucha sacerdote. Mis hombres irán
a las montañas a buscar las aves que yo reclamo. Si las encuentran, ordenaré que te
maten, porque eres un falso profeta y un engañador del pueblo!"
"Luahoomoe sabía bien lo que significaban las palabras del rey. Representaban la
muerte para él y la destrucción de su familia. Expresó un temblé voto: "Como los
dioses lo desean, debo someterme al sacrificio, pero cuidado con la mano que me
golpee, con los ojos que presencien la agresión y con la tierra que beba mi sangre".

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Patricia Matthews Amor Pagano

"A la mañana siguiente muy temprano, los cazadores regresaron trayendo consigo
gran número de aves; juraron que todas habían sido cazadas en las montañas".
"El perverso rey señaló las aves y dijo al sumo sacerdote: "Todas estas aves fueron
atrapadas en las montañas. Por lo tanto, te condeno a morir como falso profeta, como
hombre que se separó de los dioses y como engañador del pueblo."
"El sacerdote se apoderó de una de las aves y declaró serenamente: 'Estas aves no
provienen de las montañas. Aún tienen el olor del mar".
"Pero los cazadores afirmaron enérgicamente que las aves habían sido atrapadas
en las regiones altas, y Hua declaró que la palabra de esos hombres demostraba que
el sacerdote mentía".
"Sabiendo que estaba condenado y que los cazadores habían recibido del rey la
orden de mentir, Luahoomoe decidió demostrar al pueblo de Hana que él no era un
falso profeta. Pidió permiso para abrir tres de las aves. De mala gana, el rey lo
autorizó".
"El sumo sacerdote abrió los buches de las tres aves y todos estaban repletos de
peces pequeños y trozos de algas marinas. De modo que el sacerdote exclamó:" ¡Estos
son mis testigos!' y mostró los buches abiertos a todos los presentes".
"Encolerizado, Hua se apoderó de una lanza, y la hundió salvajemente en el
corazón de Luahoomoe, matándolo en el sitio mismo. Un grito brotó de los que
presenciaron el crimen, pues la violencia contra un sumo sacerdote era inconcebible.
Pero el rey Hua no se inmutó. Serenamente le entregó a un servidor el arma
sangrienta, y se alejó caminando. Mandó llamar a Luuana, y le ordenó que quemase
la casa del sumo sacerdote muerto y que ejecutase a todos los miembros de la familia
de Luahoomoe".
"Orgulloso del honor que representaba su condición de sumo sacerdote de Hana,
Luuana cumplió las órdenes del rey, y después se dirigió al helau con el cuerpo de
Luahoomoe. Cuando se aproximó a la entrada, el alto pea, la cruz de madera que
indica la santidad del heiau, cayó al suelo. En el interior del recinto la tierra comenzó
a temblar, brotaron gemidos de las imágenes talladas de los dioses, y el altar cayó al
suelo, y formó una abertura de la cual brotaron fuego y humo. Luuana y sus
servidores dejaron caer el cuerpo del sumó sacerdote y huyeron temblando de
miedo".
"El informe de Luuana acerca de lo que había ocurrido suscitó escaso temor en
Hana; hubo hechos incluso más temibles. La tierra temblaba leve pero
constantemente; del sur venía un viento cálido y sofocante; se oían extraños sonidos
en el aire; el cielo mostraba el color de la sangre; e incluso gotas de sangre caían de
las nubes. Lo que era peor, de todos los rincones de Hana llegaban informes de que
los arroyos y las fuentes estaban secándose".

~247~
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"Los jefes fueron rápidamente convocados a un Consejo. En una actitud mucho


más moderada, Hua reconoció que había irritado a los dioses al matar a Luahoomoe.
El Consejo de jefes discutió lo que podía hacerse. Se propuso ofrecer sacrificios
humanos a los dioses irritados; pero el aterrorizado Luuana rehusó aparecer de
nuevo en el heiau, y renunció a su cargo de sumo sacerdote. Designaron a otro
sacerdote y se ofrecieron ceremoniosamente sacrificios humanos. No fue difícil
obtener víctimas, pues el pueblo estaba desesperado y muchos se ofrecían sin vacilar.
Desaparecieron los restantes signos de desagrado de los dioses, pero la sequía
continuó y el sufrimiento general se acentuó día tras día".
"Incluso se construyó un imuloa, donde se quemaron cuerpos humanos, ofrecidos
a los dioses. Pero las fuentes continuaron secas, y las nubes no producían lluvia.
Mucha gente se ahogó en el mar, enloquecida por la sed".
"La gran sequía se extendió incluso a las montañas; y la gente huyó de allí; pero
donde quiera que iba, los arroyos se secaban y las lluvias cesaban. El conocimiento
de esta maldición se difundió a través de Maui, y los refugiados se veían rechazados
cuando intentaban entrar en otra región".
"Después de que todos sus esfuerzos para suspender la temida maldición
fracasaron, y viendo que su reino quedaba casi despoblado, Hua huyó en secreto con
unos pocos de sus fieles a Hawai. Desembarcó en Kona, pero la sequía lo siguió
incluso allí. Dondequiera que iba, el agua dulce se hundía en la tierra y las nubes no
producían lluvia. De modo que viajó de lugar en lugar, llevando consigo el hambre y
la sed. Durante tres años erró, y en el curso de sus viajes destruyó casi un tercio de la
isla de Hawai".
"Finalmente, el rey Hua murió de sed y de hambre, como lo habían decretado los
dioses. Sus huesos fueron dejados al sol, y desde entonces se oye el antiguo
proverbio: "Se pudren al sol los huesos de Hua".
"Pero no sólo los pasos de Hua traían cielos sin lluvia y sequía. Adonde quiera que
iba el pueblo de Hana, lo seguía la misma aflicción. Se afirma que ellos llevaron el
hambre y muchos sufrimientos a todas las islas".
"Y así continuó durante tres largos años y más —dijo Akaki, mirando uno tras otro
los rostros del semicírculo de niños".
Un pequeño dijo :
—¿Lopaka sería un mal rey, como Hua?
Akaki respondió gravemente:
—Sí, hijo mío. Si se convirtiera en alii de Hana, los dioses de nuevo se irritarían y
caería una lluvia de fuego y muerte, y jamás nuestro pueblo podría saciar su sed. Por
eso estamos aquí, porque queremos que Kawika y sus bravos guerreros puedan
combatir serenamente contra el perverso Lopaka.

~248~
Patricia Matthews Amor Pagano

Un movimiento en la playa atrajo la mirada de Akaki; vio aproximarse a tres


hombres. Dos eran blancos, y el tercero un isleño enjuto. La mujer se puso de pie, y
despidió a los niños, y se arregló las ropas. Uno de los hombres era alto y rubio, con
los cabellos dorados, y ella comprendió quién era mucho antes de que él mencionase
su propio nombre.
Los tres se detuvieron ante ella, y el más pequeño habló primero:
—Yo soy Peka, de Lahaina. Estoy aquí para interpretar nuestra lengua al inglés y
su amigo.
—Te conozco, primo. Y sabes muy bien que hablo la lengua del blanco —dijo ella
con voz cortante. Miró al rubio.
—Yo soy David Trevelyan —dijo él—. Me dijeron que aquí encontraría a la madre
de Liliha. ¿Es usted?
—Sí, soy Akaki, madre de Liliha.
El rostro de David se iluminó con una sonrisa.
—¡Al fin! Gracias a Dios, al fin puedo verla. ¿Dónde está?
—Tengo malas noticias, David Trevelyan —dijo Akaki—. Liliha se desvaneció
como el humo de un fuego. Fue hace cinco días, se dirigía al mar, como
acostumbraba a hacer, y desde entonces nadie !a ha visto. He llorado por ella tanto
que ya no puedo más.
—¡Maldita sea! —El rostro de David se ensombreció. Después adquirió una
expresión tan angustiada que Akaki sintió profunda compasión.— Después de
recorrer miles de millas, de nuevo la he perdido. ¡El destino no puede ser tan cruel
conmigo!
—Parece que así es, amigo David —dijo el hombre que lo acompañaba. Hizo una
breve reverencia.— Señora, soy Dick Bird, compañero de David en esta odisea. ¿No
tiene la menor sospecha del paradero de su hija?
Akaki meneó la cabeza.
—No, nada sé —dijo con tristeza.
David dijo:
—¿Es posible que haya regresado a Maui?
—Me lo habría dicho si ése hubiese sido su propósito. Lo único que sé... —
Vaciló.— Pocos días antes de desaparecer estuvo aquí el sacerdote blanco Issac
Jaggar. También oí decir que otro blanco muy perverso, Asa Rudd, lo acompañaba.
David dirigió una mirada dura a la mujer.

~249~
Patricia Matthews Amor Pagano

—¿Rudd? ¿Asa Rudd? ¿Cómo es posible? ¡Ese villano trató de matar a Liliha en
Inglaterra! ¡No es posible que esté aquí!
—David Trevelyan, él regresó a Maui —dijo Akaki—. Cuando volvió de
Inglaterra, Liliha fue apresada por los hombres de Lopaka incluso antes de llegar a
Hana. Cuando se fugó, me dijo que los dos hombres blancos estaban con Lopaka.
—Liliha me habló del misionero, el hombre llamado Jaggar. —David frunció el
ceño, en actitud reflexiva. —Si esa pareja está con Lopaka, ¿es posible que hayan
apresado a Liliha para llevarla donde está él?
—Tampoco puedo contestar a esa pregunta, —Akaki estaba muy deprimida.— La
intención de Lopaka era matarla. Si le entregaron a mi hija, podemos darla por
muerta.
—¡No! —dijo enérgicamente David—. Me niego a creerlo.—Si eso fuera cierto, yo
lo sabría. —Como Dick y Akaki lo miraron asombrados, David dijo en actitud
defensiva:—Sé que eso puede parecer extraño; pero créanme, lo sabría. De un modo
o de otro sabría a qué atenerme. ¡Estoy seguro de que Liliha todavía está viva!
Akaki dijo en voz baja:
—Le creo, David Trevelyan.
Aquí intervino Peka:
—Inglés, puedo saber si Liliha regresó a Maui.
Akaki dijo secamente:
—Peka, los guerreros de Hana no deben saber que ella ha desaparecido.
Debilitaría su voluntad de luchar contra Lopaka si supieran que su alii-nui ha sido
secuestrada o corre peligro. No debemos permitir eso.
—Akaki, lo descubriremos sin necesidad de llegar a eso. —Sonrió.— Peka
encontrará el modo de saberlo. Y ahora me marcho.
Después de saludar con un gesto de la cabeza, Peka se volvió y comenzó a alejarse
por la playa.
—Akaki, la noticia de que ahora Liliha es la reina de Hana me sorprendió —dijo
David—. ¿Qué pasó?
—Venga, David, venga a nuestra choza —dijo Akaki—. Comeremos y beberemos,
y yo le explicaré lo que usted desea saber.
En la choza, los hombres satisficieron su apetito y su sed, mientras Akaki relataba
por qué Liliha era alii-nui de Hana.
Finalmente, David dijo:
—Y Kawika... me dijo que Liliha sería su esposa.

~250~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Es la promesa que ella formuló —dijo Akaki. Al ver la expresión dolorida del
joven agregó—. David, mi hija me dijo que usted la ofendió mucho, y que destruyó el
amor que ella le tenía. No esperaba volver a verlo. Liliha es ahora nuestra alii-nui, y
no está bien que gobierne Hana sin tener marido.
David asintió.
—No niego que provoqué el sufrimiento de su hija. Fui un tonto. Pero abrigaba la
esperanza de enmendar mi conducta. Por eso realicé el largo viaje hasta aquí.
Su rostro adquirió una expresión de riego:
—Akaki ¿cree que ella se mostrará dispuesta a perdonar?
Akaki sintió que simpatizaba con David. Le agraciaba ese inglés; le recordaba
mucho a William. Ansiaba abrazarlo y consolarlo, pero no manifestó sus
sentimientos y se limitó a decir:
—David, no sé qué ocurre en el corazón de mi hija, y no puedo hablar por ella.
David suspiró.
—Bien, debo encontrarla primero. Entiendo que ésta es una isla muy grande. Dick,
descargaremos los caballos y descansaremos mientras esperamos noticias de Peka.
Quizá Liliha esté escondida en algún lugar de esta isla.
Dick comenzó a menear la cabeza para expresar su escepticismo, pero cambió de
idea.
—Lo que tú desees, amigo mío —dijo.
Durante los pocos días que siguieron, David y su amigo recorrieron a caballo la
isla de Hawai. David consideró fascinante el lugar, y comprendió que lo que
observaba le habría interesado más si no se hubiese sentido tan preocupado por
Liliha. Los caballos no provocaron tantos comentarios como él había esperado.
Akaki explicó la causa de esa actitud.
—En esta isla ya han visto caballos. Y no sólo los caballos sino también esos
extraños animales del blanco, los vacunos. Creo que los llaman... Bien, el pueblo de
Hawai los ha visto en distintas ocasiones. No ha ocurrido lo mismo en las restantes
islas. Estoy segura de que en Maui estas extrañas bestias provocarían muchos
comentarios.
Dick dijo asombrado:
—¿Hay ganado vacuno en esta isla? ¡Me parece increíble!
Akaki sonrió ante la reacción del joven.
—Un hombre que vino en un barco, llamado Vancouver, lo trajo como regalo para
el rey Kamehameha... eso fue hace muchos años. El pueblo los miraba con

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desconcierto y miedo, y se dejaron en libertad; un kapu real prohibió que los


matasen. De modo que se multiplicaron, y ahora pueblan los prados de las
montañas. Todavía es kapu matarlos.
David y Dick salieron de Kailua y cabalgaron varios días recorriendo la llanura
ondulada de Hohala; por la noche dormían al raso. El lugar era hermoso y pacífico;
las lomas se elevaban y descendían suavemente; y en los lugares altos los dos jinetes
se veían envueltos por la bruma. Pronto vieron que Akaki había dicho la verdad; el
ganado pastaba satisfecho, y se alimentaba con las jugosas hierbas.
Las tierras altas estaban apenas pobladas, pues los isleños se alimentaban sobre
todo con los productos del mar, y por lo tanto, vivían cerca de la costa. El único signo
de actividad estaba representado por los hombres que se dedicaban a talar el árbol
del sándalo. David se había enterado de que ese árbol era muy apreciado en otros
países y especialmente en los orientales; así, poco a poco estaba desnudándose de
árboles la ladera de la montaña.
En todas partes David preguntaba por Liliha. Ya conocía bastante bien la lengua
de los isleños, y por lo menos podía formular algunas frases sencillas, pero era difícil
hacerse entender cuando preguntaba por Liliha. Siempre recibía como respuesta
miradas inexpresivas o movimientos negativos de la cabeza.
Cuando retornaron a Kailua y a la choza de Akaki descubrieron que aún no había
noticias de Liliha; por su parte, Peka todavía no había regresado.
David no se desalentó.
—Creo que pediré audiencia al rey.
Dick dijo:
—Pero Akaki nos explicó que Liliha trató de verlo y se le negó la audiencia.
—Es cierto —confirmó Akaki—. Pero tal vez, sea diferente con ustedes. Son
blancos, y el rey Liholiho simpatiza mucho con los blancos. —Rió muy divertida. -
Siempre le llevan regalos.
—En ese caso es probable que espere que hagamos lo mismo.
Dick miró a David, y dijo medio en broma:
—Amigo David, tal vez debamos regalarle uno de los caballos!
David ignoró la broma, y dijo a Akaki:
—¿Pedirá que nos conceda una audiencia?
Akaki asintió gravemente.
—Hablaré a los servidores reales. Ya mucha gente habla de la presencia de los dos
blancos recién llegados. Creo que no será muy difícil. Pero debo advertirle que en el

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Patricia Matthews Amor Pagano

palacio ahora hay mucha agitación a causa de los jefes de las islas que a cada
momento piden ser recibidos por el rey.
Dos días después Akaki dijo a David que se había concertado una audiencia para
ellos. Ataviados con sus mejores prendas, los dos jóvenes se acercaron a la residencia
real.
Dick incluso llevaba el bastón que solía usar en sus representaciones. Se echó a
reír.
—Parecemos un par de elegantes que recorren los mejores clubes de Londres, y
ciertamente estamos fuera de lugar aquí. —Movió el bastón. —David, ¿crees que
podría divertir a Su Majestad con una canción atrevida?
—Dick, este no es momento para bromas. Trata de que tu conducta no origine
reproches.
David vio asombrado una serie de cañones distribuidos alrededor de la gran casa
del rey Liholiho. La residencia no tenía ventanas, y la puerta medía apenas un metro
de altura. Después de informarse de la identidad de los visitantes, el guardia que
defendía la entrada dio un paso a un lado y los invitó a pasar.
Se inclinaron y entraron en la amplia sala. David con dificultad aceptó el
testimonio de sus propios ojos. Sobre una estrella estaba sentado un hombre que
según supieron después era el rey: un joven de piel oscura y ensortijados cabellos
negros, labios gruesos y nariz ancha. Como Akaki lo había preparado, David no se
asombró al ver a las mujeres que rodeaban al joven, sus cinco esposas. Sus ropas eran
todavía más asombrosas.
Hasta allí, todos los varones hawaianos a quienes David había visto usaban la
sencilla prenda que ellos llamaban kapa. No era el caso del joven rey. Tenía en la
cabeza un tricornio británico, y bajo la capa real vestía un uniforme rojo y oro. David
comprendió lo que había querido decir Akaki con su observación acerca de la
simpatía del rey Liholiho por los blancos. El rey y sus esposas comían poi, cerdo
asado y patatas dulces.
David se sintió aliviado cuando supo que el rey hablaba bastante inglés, de modo
que eran innecesarios los servicios de un intérprete. Después que los ingleses se
presentaron, el rey los invitó a sentarse y dijo:
—¿Desean comer con nosotros?
David rechazó amablemente; y dijo que habían comido poco antes. Los labios
gruesos del rey esbozaron un mohín caprichoso y en adelante los ignoró y se
consagró a la comida; David temió que su rechazo pudiera haberlo ofendido. Pero
poco después Liholiho pidió que un criado trajese una calabaza de agua. Se lavó las
manos y se las secó utilizando varias hojas. Después, consagró toda su atención a los
visitantes y adoptó una actitud cordial. Con voz profunda y agradable preguntó:

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—¿En qué puedo servirlos, caballeros?


Alentado, David habló de la desaparición de Liliha y de sus temores. Cuando oyó
mencionar el nombre de Liliha el rey frunció el ceño y su gesto amable desapareció.
Después que David terminó de hablar, el rey dijo con voz dura:
—Sí, he oído hablar de esta Liliha a quienes ustedes se refieren. Ka'aliumanu me
dijo que pidió verme. No es más que una muchacha, y relató una historia acerca de
cierta guerra en Maui. Ka'ahumanu la despidió.
David lo interrumpió:
—Pero, Su Majestad, no es una historia inventada. ¡Todo lo que ella dijo es cierto!
Su aldea está siendo atacada por ese guerrero y necesitan ayuda. Temo que ahora
Lopaka sea el culpable de la desaparición de Liliha.
Liholiho hizo un gesto lánguido. Comenzó a hablar pero lo interrumpió la llegada
de dos hombres. El terceto se enzarzó en una viva discusión, y David llegó a la
conclusión de que los recién llegados eran jetes de una isla.
Cuando los jefes nativos finalmente se marcharon, Liholiho se volvió hacia los dos
ingleses, y era evidente que aún estaba irritado a causa de su discusión con los
nativos.
—No sé por qué han venido a verme. Nada sé nada de esta Liliha, y como pueden
ver, estoy muy ocupado con asuntos importantes para dedicarme a esa joven.
—Su Majestad, abrigaba la esperanza —dijo David—de que se pudiese ordenar
una investigación oficial de su desaparición. Mi compañero y yo la hemos buscado
sin éxito, pero no dominamos el idioma, y eso dificulta las cosas. Pero si usted
difundiese la noticia a su propio pueblo...
De nuevo fueron interrumpidos por otro jefe isleño. David advirtió que todos los
visitantes traían regalos para el rey, y se preguntó si no habría sido un error faltar a
esa costumbre.
Cuando el último jefe al fin se marchó, y casi como confirmaban los temores de
David, el monarca dijo altivamente:
—Es costumbre que quienes piden el favor real traigan regalos.
David no supo qué responder, pero Dick se adelanto con el bastón en la mano. Lo
presentó al rey.
—Su Majestad, disculpe nuestra escasa educación. Esto es para usted. Por favor,
acéptelo con nuestros cumplidos.
El rey Liholiho lo recibió con una mirada dubitativa.
—¿Qué necesidad tengo de un bastón? No soy cojo, y no necesito apoyo cuando
camino.

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Cuando el monarca comenzó a fruncir el ceño Dick dijo:


—Su Majestad, es mucho más que un bastón. Permítame. —Tomó el bastón de
manos del rey, oprimió un botón inserto en el extremo superior, y apareció una
espada reluciente y afilada.— En mi país lo llamamos espada-bastón. Es muy eficaz
contra los enemigos.
En el rostro del rey se dibujó una sonrisa.
—Tengo muchos enemigos, como siempre les ocurre a los reyes.
Dick le devolvió el bastón, y los dos ingleses observaron al rey mientras accionaba
varías veces el mecanismo con una expresión beatífica en el rostro.
Por tercera vez apareció un jefe que reclamaba audiencia. El rey Liholiho lo
atendió de mala gana, y pronto lo despidió groseramente, sin dejar de jugar con la
espada-bastón. Después que el jefe se retirara, el rey miró a David y Dick con una
expresión de sorpresa, como si le desagradase que aún estuviesen allí.
David percibió que estaba despidiéndolos y se puso de pie.
—Su Majestad, ¿nos hará este favor?
— ¿Qué favor es? Oh... La muchacha. —En su rostro se dibujó una mueca.—
Preguntaré por ella.
Hizo un último gesto de despedida, y David y Dick se retiraron. Fuera, David dijo
con expresión sombría:
—Hemos perdido el tiempo, Dick. Creo que poco le importa el bienestar de Liliha
y que no se sentiría muy incómodo si ella desapareciese definitivamente. Parece que
piensa que ella es una amenaza para su poder.
—Amigo mío, eso me parece muy verosímil. Todos los monarcas, trátese de un rey
de Europa o de los que reinan en estas islas, temen las amenazas a su poder, por
improbables que sean. —Dick sonreía.— ¿Y sabes qué me parece más extraño en la
escena que acabamos de presenciar? Advierto aquí la misma intriga y la misma
pugna por el favor real que observé en las cortes reales del Continente, o para el caso
en nuestra propia Inglaterra. —Meneó la cabeza.— Pero coincido contigo, David. No
creo que este rey nos ayude mucho. De todos modos, lo intrigó bastante mi pequeño
artefacto, ¿verdad? —Su rostro adquirió una expresión más seria.— Por suerte, aquí
no tenemos que lidiar con los asaltantes que infestan las calles de Londres. Ahora no
tengo con qué defenderme.
En la choza de Akaki les esperaban malas noticias. Peka había regresado de Maui.
—Inglés, en Hana nadie sabe una palabra de Liliha. Ni siquiera los hombres de
Lopaka. Allí todos creen que está aquí, en Kailua.

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—Por supuesto, si Lopaka es el responsable de su desaparición, probablemente no


hablará del asunto. —David suspiró.— No sé qué hacer. ¿Qué podemos intentar
ahora?
De pronto, Akaki intervino en la conversación.
—David, hay algo que aún no hemos intentado.
—¿De qué se trata?
Akaki dijo con expresión cautelosa:
—Todavía no hemos consultado a un kahuna.
—¿Qué es un kahuna?
—Un sacerdote, un hombre que ejerce mucho poder. Un kahuna tiene una
poderosa magia, y puede ver cosas que los hombres comunes ignoran.
David la miró fijamente. Se pasó una mano por los ojos.
—Akaki, creo que no entiendo.
—David, Akaki habla de un mago. ¡Un brujo! —Dick rió complacido.— Me atrae
esta posibilidad y quizá sepamos algo.
—¿Sepamos algo? Dios mío, Dick, ¿el sol tropical te ha trastornado? ¡Este es un
asunto serio, no un ejercicio de necromancia!
—Es una costumbre de nuestro pueblo —dijo Akaki, en actitud defensiva—. He
visto a algunos kahunas realizar actos mágicos maravillosos. Sé que ustedes dudan
de eso. Mi William también dudaba, hasta que lo vio con sus propios ojos.
—David, ¿qué mal puede hacer? —preguntó Dick—. Tú mismo has reconocido
que estamos al cabo de nuestros recursos. Por lo tanto, ¿qué nos impide probar?
—¡Seguramente hablas en broma!
—No, amigo mío, nada de eso —dijo Dick—. Dios mío no creo mucho en lo
sobrenatural. Y, sin embargo, durante mis viajes he visto cosas que no pueden
explicar Dios ni el hombre.
A! final David aceptó, más por inercia que por credulidad. Y sin embargo, tenía
que reconocer que en su mente se agitaba una llamita de esperanza.
Avanzada la tarde, Akaki los llevó al heiau, el templo de los kahunas locales. El
templo se levantaba sobre una pila maciza de grandes peñascos grises, a unos tres
metros de altura. Sobre esta amplia plataforma había una serie de chozas. En voz baja
Akaki informó a David que una se utilizaba para los sacrificios animales, otra
guardaba los tambores, y una tercera era la residencia de un dios. Alrededor del
perímetro del recinto sagrado había un muro de unos siete metros de altura, y a cada
lado de la entrada podía verse un kabu, es decir, una cruz.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Sobre las chozas se levantaba una elevada estructura de estacas. De acuerdo con
Akaki, esa era la torre del oráculo, donde se depositaban las ofrendas de alimento
para los dioses. Akaki dijo en voz baja:
—Cuando el kahuna desea comulgar con los dioses, sube a la torre del oráculo.
Después de que entraron en el recinto los recibió un servidor del templo, que
habló severamente a Akaki. Ella replicó en la lengua nativa, animadamente y durante
un buen rato. Finalmente, el ayudante entró en una de las chozas.
David dijo:
—¿De qué han hablado?
—Pedí una consulta con el kaula, el profeta.
Impulsado por la curiosidad, Dick preguntó:
—¿No hemos venido para ver al kahuna, el sumo sacerdote?
—Hay muchos kahunas con muchos títulos diferentes —replicó Akaki—. El sumo
sacerdote está por encima de todos, y él sirve únicamente al rey, cuando el monarca
viene a consultarlo.
El servidor regresó, y les indicó que entraran al templo. Los detuvo frente a un
pequeño recinto de mimbre, y les indicó que esperasen. Los muros externos estaban
adornados con amuletos e imágenes sagradas. Las grandes imágenes talladas tenían
expresiones fieras y severas; suscitaron un sentimiento de aprensión, incluso en
David, que ciertamente no compartía las creencias nativas.
Akaki dijo:
—Este es el anu, el templo interior del profeta. No podemos entrar.
Un hombre alto, ataviado con vestiduras sacerdotales salió del recinto de mimbre
y habló a Akaki. Conversaron largamente, y David comprendió que Akaki estaba
rogando al sacerdote. Finalmente, el profeta los invitó a sentarse, y los tres se
acomodaron en el suelo. El kahuna alzó los brazos y comenzó a cantar.
Akaki murmuró:
—Es un canto dirigido a Kane, el primero de nuestros dioses, el creador de nuestra
tierra y nuestro pueblo. La plegaria es un canto a la creación y un ruego a Kane,
solicitándole que dispense su divina orientación.
Akaki tradujo una parte del canto:
Kane, el de la gran Noche
Ku y Lono de la gran Noche,
Hika-po-loa, el rey

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La Noche que se aparta,


La Noche venenosa,
La Noche hostil y desolada
La permanente oscuridad de medianoche,
La Noche, la maldita.
Oh, Kane, oh Ku-ka-pao,
Y el gran Lono que mora en el agua,
Así nacen el Cielo y la Tierra,
En un rápido movimiento,
Que forma los continentes.
Kane, señor de la Noche, Señor Padre,
Ku-ka-pao, en los cálidos Cielos,
El Gran Lono de ojos centelleantes
Oh, Kane, oh, Lono, pido tu ayuda...
Cuando concluyó el encantamiento, el kahuna hizo señas a su servidor, que trajo
una gran cuenco de madera lleno de agua. El profeta se puso en cuclillas frente al
cuenco. Pasó las manos varias veces sobre él, y después lo examinó atentamente
largo rato; tanto tiempo mantuvo la mirada, tan inmóvil estaba el kahuna que David
creyó que había entrado en trance.
De pronto, una expresión de horror y miedo se dibujó en su rostro, y dijo en un
murmullo sibilante:
—¡Kalaipahoa!
Al lado de David, Akaki respiró hondo. Cuando el kahuna de nuevo guardó
silencio; siempre con los ojos fijos en el agua, David murmuró:
—¿Qué ocurre, Akaki? ¿Por qué parece tan atemorizado?
—En el agua ha visto la imagen de Kalaipahoa.
—¿Quién es?
—Es la diosa perversa y venenosa de Molokai. Hace mucho, muchísimo tiempo
vino a la islas desde un país desconocido. Entró en un bosquecillo de Molokai, y dejó
allí un veneno tan terrible que las aves caían muertas sólo con volar entre las ramas.
El sumo sacerdote aconsejó al rey que tallase un dios con uno de los árboles
envenenados. Centenares de subditos perecieron en la tarea, pero al fin terminaron
de tallar el dios y lo presentaron al rey envuelto en muchos pliegues de kapa, para

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que él no se contaminase. —Akaki se estremeció.— Es un dios muy temido por


nuestro pueblo.
David se movió impaciente.
—Pero, ¿qué tiene que ver eso con Liliha?
—No lo sé, David —dlijo Akaki con voz que expresa¬ba aprensión—, pero no me
agrada.
—¡Qué tontería! Creo que me iré de aquí.
Cuando intentó moverse, Akaki apoyó una mano en la rodilla del joven.
—No, David, le ruego que se quede.
David nunca pudo saber si hubiese aceptado o no la invitación, porque en ese
momento el kahuna volvió a hablar, y su expresión nuevamente fue de miedo. David
se puso tenso cuando oyó que el profeta pronunciaba el nombre de Liliha.
Cuando el profeta volvió a callar; siempre con la mirada fija en el agua, David se
volvió hacia Akaki. Ella estaba pálida y temblaba. David dijo:
—¿Qué ha dicho ahora? Oí que mencionaba a Liliha.
Con voz temblorosa Akaki respondió:
—El kahuna... ha mencionado a Liliha y a Mai Pake en la misma frase. ¡Ruego a
Pele que proteja a mi hija!
David frunció el ceño, desconcertado.
—¡Mai Pakel ¿Qué significa eso?
Pero Akaki se había sumergido en su propio mundo y Dick se ocupó de contestar.
—Es una frase que alude a la enfermedad china.
—Pero, en nombre de Dios, ¿qué tiene que ver eso con Liliha? —La voz de David
se elevó exasperada.
—Calla, amigo mío. —Dick se inclinó hacia él.— La enfermedad en cuestión es
común en China y en otras regiones de Oriente. He leído que está difundiéndose en
estas islas. Mai Pake, David, significa... —Vaciló, y respiró hondo. —Significa lepra.
No sé qué relación tiene este asunto con Liliha. Si es lo que temo, que Dios se apiade
de la joven.
David guardó silencio, tratando de entender. Su mente repasó las imágenes
horribles que evocaban todo lo que él había leído acerca de la temida enfermedad.
Antes de que pudiese volver a hablar, el kahuna de nuevo dijo algo. David escuchó,
clavada su mirada en el rostro de Akaki que se mostraba cada vez más inquieta.

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El profeta terminó, hizo un gesto de despedida y se volvió hacia el recinto de


mimbre. Parecía que Akaki se convertido en piedra. Apenas respiraba. Finalmente la
impaciencia fue mayor que la consideración por ella, y David preguntó:
—Akaki, ¿qué le ha dicho?
La mujer corpulenta volvió el rostro dolorido hacia David.
—Dijo que Liliha está en Molokai, Kalaupapa, adonde envían a los leprosos. ¡Oh,
hija mía! —La voz se convirtió en un gemido.— ¡La he perdido!
Se puso de pie y salió sollozando del templo. David la llamó.
—Pero, si está allí, ¿cómo pudo llegar a esa isla?
Pero Akaki se había marchado. Dick se puso de pie y ayudó a hacer lo mismo a
David.
—También nosotros podemos irnos; nada más sabremos aquí.
Deprimido por lo que había oído, David salió con su amigo. Mientras regresaban a
la choza de Akaki; David meneó enérgicamente la cabeza y dijo:
—¡No creo lo que dicen de Liliha! ¿Qué pueden saber de ella los brujos y los
hechiceros? —Miró fijamente a Dick.— ¿Crees en estas tonterías?
—Como ya te dije, amigo mío, he presenciado muchas cosas extrañas en el curso
de mis viajes. Por supuesto —Dick esbozó un gesto negligente— hay muchos modos
de explicar lo que el sacerdote sabe acerca de Liliha. Los fieles dicen en secreto a los
sacerdotes muchas cosas que no desean revelar públicamente. Es posible que un
aldeano se enterase de la suerte corrida por Liliha y hablase con este hombre; por su
parte, el sacerdote, ataviado con su atuendo sobrenatural, nos transmite la cosa como
la palabra de los dioses.
Sonrió tímidamente.
—Entonces, ¿en efecto crees que Liliha está allí? —Dick se encogió de hombros.
—No lo sé, amigo mío. Pero Liliha ha desaparecido, y si alguien quiso destruirla,
ese es uno de los modos más eficaces. Si en verdad está allí, David, puede decirse que
la has perdido definitivamente.
David se detuvo, aferró el brazo de Dick y lo obligó a volverse.
—¿Qué quieres decir? Si está allí, ¡yo la encontraré!
—No, amigo mío. No te forjes ilusiones —dijo con Iristeza Dick—. Si en efecto está
allí, ya le habrá afectado la más temible enfermedad que el hombre conoce. No sólo
es una dolencia terrible, que acaba con una muerte espantosa; además, es muy
contagiosa. Si te acercaras a ella, y te aventurases entre los leprosos, sin duda sería tu
destrucción. Nunca le permitirán salir de ese lugar, y tampoco tú podrías hacerlo, si

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mostrases tanta temeridad que desembarcases en la isla. No, David. —Dick apoyó la
mano en el hombro de su amigo.— Debes aceptar el hecho lamentable de que has
perdido definitivamente a Liliha.

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Capítulo 17

Mientras Liliha miraba el rostro detrozado del leproso, el hombre realizó un


movimiento tímido, como si quisiera acercarse. Liliha sintió que el miedo la ahogaba,
y al fin retrocedió mientras profería un grito de terror y repugnancia. Al oír el grito,
el leproso elevó ambas manos al rostro destruido, y volvió a desaparecer entre los
matorrales.
Agotada y desesperada, Liliha sólo pudo derramar lágrimas de alivio. Sólo
después comprendió que quizá el hombre había deseado ayudarla, y que al
demostrar horror ante su apariencia, ella le había provocado un sufrimiento
innecesario.
La primera noche se deslizó entre los matorrales y se durmió rápidamente; estaba
demasiado débil para perder el tiempo buscando un lugar más protegido.
La despertaron los sonidos matutinos de la isla, y al abrir los ojos descubrió una
mañana perfecta. Sentía el cuerpo entumecido; se apartó del rostro los cabellos
endurecidos por la sal y miró alrededor.
A pesar del uso que se daba al lugar, la belleza del paisaje era considerable. A
cierta distancia de la playa crecían los árboles; entre ellos había mangos, bananos,
árboles del pan, y cocoteros, de modo que podía encontrar algunos alimentos. La
marejada rompía cruelmente en los riscos, pero tenía una salvaje belleza, y terminaba
en la arena formando ondas espumosas.
La punzada del hambre recordó a Liliha que había pasado mucho tiempo desde la
última comida; además, necesitaba beber. Se incorporó con gran esfuerzo y se internó
en la isla. No encontró agua, pero vio un árbol del cual colgaban tentadores mangos
maduros. Gracias a ellos satisfizo su hambre y su sed.
Siempre buscando agua, se acercó a los riscos; los músculos doloridos protestaban
con cada paso que daba. A medida que avanzaba, tenía más conciencia de que era
observada; alguien, quizás varias personas caminaban paralelamente a ella, pero sin
dejarse ver.
Liliha recordó al hombre sin nariz, y se estremeció y sintió que se le ponía carne de
gallina. ¿Cuál sería la suerte que la esperaba? ¿También se le pudriría la carne, y se le
caería a pedazos? ¿Los huesos se le ablandarían y disolverían como cera fundida?

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Patricia Matthews Amor Pagano

¿Su belleza se esfumaría, y su cuerpo se convertiría en una horrible caricatura de lo


que había sido?
Helada de horror, continuó la marcha, sin atreverse a hacer una pausa. Al fin,
cerca de la base de los riscos halló un arroyo pequeño pero de aguas claras. El área
que se extendía alrededor del arroyo estaba relativamente libre de matorrales, y no
alcanzaba a ver a ninguno de los observadores invisibles. Aunque se sentía indefensa
y vulnerable, Liliha se bañó en las aguas claras y frías, después de haber saciado la
sed.
Ahora que se sentía mejor física y espiritualmente, buscó un lugar donde pasar la
noche. Mientras estaba en eso descubrió varios grupos de chozas y refugios de
aspecto sórdido. Los observó, siempre desde lejos, pero no vio a nadie que entrara o
saliese. Los miró con cierto anhelo, pero como sabía que estaban ocupados por los
leprosos evitó acercarse.
También durante este recorrido la siguieron, y aunque nadie se acercó ni intentó
hacerle daño, Liliha no pudo evita el sentimiento de temor y la aprensión.
Entrada la tarde, cuando caminaba por un sendero abierto en el matorral, encontró
un kapa tirado en el camino. Vaciló y miró alrededor. No vio a nadie, pero tuvo la
extraña impresión de que habían dejado el kapa apenas unos momentos antes para
ella. Ya no vaciló; se inclinó y lo recogió. Se lo puso alrededor de la cintura, feliz de
poder cubrir su desnudez; después, continuó internándose por el sendero.
Después de alimentarse con las frutas y las nueces que pudo hallar—muy pocas, a
pesar de la abundancia de árboles— Liliha al fin encontró un lugar protegido, no
muy lejos del arroyo. Al día siguiente vaciaría un coco o hallaría una calabaza que le
permitiera guardar agua para recorrer una distancia más larga; pero por el momento
era suficiente que hubiese encontrado alimentos y agua y que nadie la hubiera
molestado.
Liliha pasó momentos de inquietud mientras esperaba dormirse, pues temía que
los leprosos se aproximaran mientras ella estuviera durmiendo y la marcaran con la
enfermedad para el resto de sus días; pero al fin llegó el sueño; y durante algunos
breves instantes la joven olvidó el terrible aprieto en que ahora se encontraba.
En los días siguientes, Liliha consiguió encontrar alimentos y agua, por lo menos
en la medida suficiente para evitar un debilitamiento excesivo. Al fin comprendió
que, si bien en la península había muchos árboles que producían frutos alimenticios,
su número no alcanzaba a mantener a la población que evidentemente habitaba allí.
A medida que pasaron los días, Liliha vio a varios leprosos, aunque comprobó que
la mayoría la evitaba tanto como ella a ellos, y que no deseaban que otros viesen los
rostros y los cuerpos enfermos.

~263~
Patricia Matthews Amor Pagano

Entonces Liliha experimentó una compasión que la movió a reconsiderar sus


opiniones iniciales. Esos pobres individuos no eran monstruos sino semejantes que se
habían visto afectados por una terrible enfermedad. La apariencia que mostraban
podía ser temible, pero esos cuerpos deformes estaban habitados por almas
humanas.
Siempre que era inevitable una confrontación, Liliha se imponía una expresión
serena. No demostraba temor ni repugnancia, y si podía, incluso intentaba ayudar.
Pero sabía que esa actitud podía crear una situación incontrolable, y si ella lo
permitía, incluso abrumadora, pues eran muchos los que no estaban en condiciones
de cuidarse. Muchos de ellos vivían dominados por la desesperación, y poco les
importaba vivir o morir. Otros no podían soportar la destrucción de su propio
cuerpo, ni el hecho de que otros los viesen en ese horrible estado, de modo que se
arrastraban hasta los matorrales, y allí esperaban la muerte.
En vista de la escasez de comida y de la población formada principalmente por
enfermos y moribundos, aparentemente había poco lugar para una actitud caritativa.
Los que deseaban vivir estaban demasiado atareados tratando de hacer algo, y no
podían perder tiempo ayudando a los que eran menos fuertes y estaban menos
motivados que ellos mismos. Liliha comenzó a comprender que en la sociedad que se
había formado había poco espacio para la caballerosidad. Incluso entre los enfermos
la norma era la supervivencia del más apto.
Cinco días después de su llegada, Liliha estaba de pie cerca del lugar donde había
tocado tierra. Había preparado un sencillo aparejo de pesca, y confiaba en que a
pesar de la violencia de la marejada que golpeaba contra los riscos podría atrapar un
pez.
Como miraba hacia el mar, vio una embarcación que se acercaba a la orilla.
Horrorizada, pudo ver a varias personas que eran arrojadas al agua.
Observó impotente cómo media docena de personas se debatían en el oleaje.
Trepó a un risco, con la idea de zambullirse para ayudar a esa gente, pero
comprendió que era inútil. Sólo conseguiría morir, sin beneficio para nadie.
De la media docena de personas arrojadas al mar, desde el bote, que ya se alejaba,
sólo dos habían conseguido sobrevivir a la furia del oleaje, y se acercaban a la orilla;
pero corrían grave peligro de que la fuerza de las olas las destrozara contra las rocas.
Liliha corrió por la playa hacia el lugar donde ella misma había tocado tierra cinco
días antes. Agitó las manos, gritó. La marejada ahogó el sonido de su voz, pero al
parecer sus gestos fueron vistos, porque vio una mano que se movía débilmente. La
pareja del agua trató de acercarse a Liliha, y un momento después llegaron a la orilla.
Liliha se inclinó para ayudarlos a incorporarse, y uno, un hombre; le aferró la
mano; pero Liliha miró desesperada a la segunda persona, que según veía ahora era

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una mujer. No podía ayudar a los dos náufragos, y la mujer sería arrastrada
nuevamente al mar antes de que Liliha rescatase al hombre y acudiese nuevamente
para auxiliarla.
De pronto, Liliha vio al lado la figura de un hombre que se arrodillaba.
—Vamos, la ayudaré —dijo mientras se inclinaba y aferraba de la muñeca a la
mujer.
Sorprendida y agradecida al mismo tiempo, Liliha concentró sus esfuerzos en la
tarea de llevar a lugar seguro al hombre. Poco después, el hombre y la mujer yacían a
salvo en la arena. Ambos eran hawaianos, y Liliha vio con una repugnancia que
intentó disimular que mientras el hombre no mostraba los efectos de la lepra, la
mujer estaba gravemente dañada por la enfermedad.
El hombre que había acudido a ayudar a Liliha se había arrodillado y atendía a la
mujer agotada, y ahora Liliha pudo examinarlo con más calma. ¡Era un blanco, no un
isleño! De pronto cobró conciencia de que él había hablado en inglés; pero ella había
estado tan absorta en la tarea de salvar a los náufragos que no había prestado
atención al hecho.
Era un hombre de elevada estatura, con un mechón de desordenados cabellos
grises que le caían sobre los hombros y una barba descuidada. Vestía sólo un par de
pantalones cortados a la rodilla. Tenía la piel bronceada por el sol; pero parecía que
la terrible enfermedad no lo había afectado, aunque estaba tan delgado que se le
veían claramente las costillas.
Liliha se preguntaba qué hacía allí un blanco, y además, un hombre que no era
leproso; cuando se incorporó con un suspiro se volvió hacia ella con una sonrisa
melancólica. Tenía muy hundidos los ojos grises.
—Creo que reaccionarán... aunque no sé si la palabra puede aplicarse a las pobres
almas arrojadas a este agujero infernal... Disculpe, señora. ¿Habla inglés?
Ella asintió en silencio.
El hombre volvió a suspirar:
—Me alegro de ello. Todavía no domino bien la lengua de las islas. —Inclinó la
cabeza.— Señora, soy Caleb Thornas, antes de la costa de China, y aún antes de
Nueva Inglaterra, en América del Norte.
—Yo soy Liliha. Antes de... —Por primera vez desde el día de su llegada quiso
hacer una broma.— Londres, Inglaterra, y aún antes de Hana Maui.
Las cejas espesas se arquearon, y los ojos grises mostraron cierta diversión
sardónica.
—Entonces, usted es una joven viajera. Me agradaría saber cómo esa ruta tan
complicada la trajo a este lugar trágico. Pero ante todo —volvió los ojos hacia la

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Patricia Matthews Amor Pagano

pareja tendida en el suelo,— creo que debemos llevarlos a un refugio y tratar de


atenderlos. Usted habla la lengua de las islas, ¿verdad?
Cuando Liliha asintió, el hombre dijo: —¿Puede preguntar al hombre si está en
condiciones de caminar? Por mi parte, puedo llevar a la mujer.
Liliha preguntó al hombre si podía caminar, y recibió en respuesta un fatigado
gesto de asentimiento. Caleb alzó el frágil cuerpo de la mujer y comenzó a caminar.
Después de ayudar a incorporarse al hombre, Liliha lo sostuvo mientras cojeaba
laboriosamente en pos de la alta figura de Caleb.
Pese a su apariencia de fragilidad, Caleb parecía perfectamente capaz de sostener
el peso de la mujer. Avanzaba con perfecta desenvoltura. Volvió la cabeza y dijo por
encima del hombro:
—Mi vivienda está en el extremo de la península; no es fácil llegar. Pero está más
protegida y es más fácil pescar.
—Caleb, ¿por qué está aquí? Quiero decir... —Liliha buscó las palabras
apropiadas—... usted no parece enfermo.
Caleb se detuvo y esperó a que Liliha y el hombre lo alcanzaran. Después continuó
caminando más lentamenle.
—Gracias a Dios, no estoy enfermo. Pero mi pobre Mary, mi esposa —dijo Caleb,
pesaroso— no tuvo tanta suerte. Está en las últimas fases de la enfermedad. Lo único
que puedo hacer es aliviar todo lo posible su sufrimiento. Después de que nos
desterraron a esta península infernal, me he convertido en una especie de
farmacéutico, realicé experimentos con diferentes raíces y hierbas y descubrí que
algunas, bien combinadas, contribuyen a aliviar la enfermedad.
—¿Cuánto tiempo hace que están aquí usted y su esposa?
—Veamos... aquí un hombre tiende a ignorar el paso del tiempo. De ese modo la
vida es más llevadera. —Reflexionó un momento—. Yo diría que unos tres años.
Liliha lo miró.
—Sin embargo, usted no está enfermo. Y dicen que es la más contagiosa de las
enfermedades.
—Lo sé. Eso me inquietó mucho, pero hasta ahora no he visto en mí signos de
contagio. Con respecto a la razón por la cual estamos aquí, le diré que he sido marino
casi toda mi vida. Hace cuatro años, la empresa que es propietaria de los barcos en
los cuales navegaba casi siempre me ofreció un puesto en sus oficinas de China. La
pobre Mary ya lleva veinticinco años casada conmigo, y veía a su marido a lo sumo
dos veces al año. Como deseaba complacerla, acepté el empleo y fuimos a China. Fue
la peor decisión que pude adoptar. —Sus labios se curvaron en un gesto amargo.—
Según dicen, allí se originó la terrible enfermedad, y apenas habíamos estado un año

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en China cuando la pobre Mary se contagió. Por eso vinimos aquí. Pero usted,
Liliha... —Sin acortar el paso la miró.— A juzgar por lo que veo, no está enferma.
—No, no estoy aquí por esa razón. —Suspiró. —Es una larga historia y la relataré
en otra ocasión. Llegué hace apenas cinco días, y he estado muy atareada tratando de
mantenerme viva. ¿Hay mucha gente aquí? Todavía he visto muy poco la península.
—Más o menos un centenar de personas, y probablemente las dos terceras partes
son enfermos. El resto es como yo... está sano, pero permanece en este lugar para
atender a sus seres queridos. En su idioma los llaman ko-kuas... no leprosos.
—Es una actitud admirable, y seguramente exige mucho valor... arriesgarse a
contraer una enfermedad tan terrible por acompañar al ser amado.
—Yo pensé que no había muchas alternativas. Mary es para mí la vida entera —
dijo sencillamente el hombre—. Además, si yo no estuviera, ¿quién aliviaria sus
sufrimientos?
Liliha recordó a todos los blancos a quienes había conocido durante el último año:
Maurice Etheredge y Asa Rudd en Inglaterra, y Asa Rudd e Isaac Jaggar en las islas...
Todos hombres sin conciencia. ¡Qué distintos eran de CalebThomas!
¿Y qué podía decirse de David Trevelyan? El recuerdo provocó en ella una
punzada de dolor.
No debía pensar nuevamente en él. Tanto David como Kawika no estaban a su
alcance; no sólo estaba condenada a permanecer allí, sino que su propio cuerpo se
hallaba contaminado. ¡Con cuánta eficacia había razonado el cerebro perverso de
Jaggar! El destino al que la había condenado la convertía en una proscrita para su
propio pueblo.
Caleb hablaba nuevamente. Liliha dijo:
—Discúlpeme. ¿Qué decía, Caleb?
—Estaba pensando en la ironía de la situación —dijo Caleb—. Cuando era niño
deseaba convertirme en médico. Mi pobre madre estaba muy enferma, y no podía
abandonar el lecho; finalmente, después de muchos años murió. En mis fantasías
infantiles yo soñaba que era un gran médico y descubría una cura milagrosa que le
devolvía la salud. Pero eso nunca se convirtió en realidad. Ahora afronto la misma
situación con Mary, pero ya es demasiado tarde...
Se interrumpió cuando vieron aparecer a varios hombres que llevaban un cadáver
por el lateral de la colina que estaban atravesando.
Liliha preguntó:
—Qué están haciendo?
Caleb suspiró.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—En la cima de la colina hay un pozo, y en el fondo un lago. Liliha, en la


península hay varios grupos. Uno de los grupos arroja sus cadáveres al lago. No es
una costumbre que yo apruebe, pero hace mucho descubrí que aquí no es
conveniente interferir en las costumbres ajenas.
Liliha se estremeció y apresuró la marcha. Cuando el fúnebre grupo quedó atrás la
joven dijo:
—¿Qué quiso decir, Caleb, cuando habló de varias facciones?
—Parece que los leprosos se dividen en cuatro grupos principales. El grupo más
importante está formado por los que renunciaron a luchar y ahora esperan la muerte.
Algunos incluso apresuran el proceso suicidándose o negándose a comer hasta que
llega la muerte.
"Otro grupo se ha consagrado a la religión, y la abraza con un fanatismo increíble;
estos ruegan a sus dioses que los curen. En la península hay varios heiaus; y cada
uno tiene un kahuna. Los miembros del grupo dedican al heiaus todas sus horas
libres."
"Otro grupo rechaza todos los dioses y se ha entregado al alcohol y el desenfreno;
tratan de gozar todo lo posible. El rito fúnebre que acabamos de presenciar
corresponde a un miembro de ese grupo. Cuando uno de los miembros muere,
arrojan los restos al lago y retornan ansiosos a sus orgías y festejos..."
Liliha interrumpió la explicación de Caleb.
—Entonces, ¿todos están resignados a su suerte?
—De ningún modo. Está el cuarto grupo, sin duda el más pequeño, y al que yo
mismo pertenezco. Aún conservamos la esperanza, aunque no sé muy bien por qué,
en vista de la desesperada condición de Mary. Imagino que la razón consiste en que
no corresponde a mi carácter permitir que las circunstancias me derroten —agregó
con una sonrisa sin alegría—. No aceptaré que la muerte me haya derrotado hasta
que mi Mary exhale el último suspiro. Bien, aquí está mi casa..
Luiría miró en la dirección que Caleb señalaba. Habían caminado a través de un
bosquecillo de pequeños árboles y altos matorrales, y de pronto habían salido a un
claro. Vio una abigarrada colección de chozas agrupadas cerca de la orilla del mar.
Entre las chozas había una estructura más amplia, formada por pedazos de madera y
leños.
Parecía incongruente entre las chozas de techo de paja.
—¿Su casa es la construcción de madera?
—En efecto, y la construí sobre todo con las maderas arrojadas a la playa por el
mar —dijo Caleb con seco orgullo—. Quizás fue absurdo de mi parte dedicar tanto
tiempo y esfuerzo a esa casa, pero a decir verdad no me siento cómodo en las chozas

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Patricia Matthews Amor Pagano

nativas. Mi carácter yanqui me induce a desear algo más sólido alrededor, y como
estoy condenado a pasar aquí el resto de mi vida, incluso después del fallecimiento
de Mary, decidí tener una casa tan cómoda como fuera posible.
Una tosca baranda corría a lo largo del frente de la casa, y con la mujer enferma en
los brazos, Caleb ascendió los pocos peldaños de la escalera de acceso. Liliha lo
siguió al interior, fresco y luminoso, y vio un conjunto de muebles, sin duda, hechos
a mano. Era una habitación amplia, de aspecto cómodo. A cada lado había ventanas
largas y angostas, con persianas de madera que estaban abiertas y que dejaban pasar
la fresca brisa.
Al fondo de la habitación había un camastro, y detrás un estante de libros. Caleb
se acercó al camastro para dejar a la mujer. Ahora la enferma había recobrado del
todo la conciencia, y gemía, Caleb se volvió hacia uno de los estantes y retiró un
frasco de la colección de recipientes y botellas que allí había.
—Es uno de mis preparados —dijo—. Contribuye a aliviar el dolor.
Vertió en una taza un poco del líquido, y lo dio a beber a la mujer. Cuando miró
alrededor, Liliha vio que el hombre, completamente agotado, se había derrumbado
con la espalda apoyada contra la pared y dormía.
Mientras Caleb atendía a la mujer, Liliha examinó los títulos de los libros de los
estantes. Todos eran libros médicos de diferentes clases. Liliha retiró el más grande y
lo hojeó. Era una enciclopedia médica.
Caleb dijo:
—Cuando supe cuál era la enfermedad de Mary y comprendí que nos traerían
aquí; compré todos los libros que pude hallar acerca de esta maldita dolencia. Los
envolví en seda encerada y logré que llegasen flotando lo mismo que los escasos
artículos que nos permitieron traer. Me asombró, mejor dicho me desconcertó, qué
poco se ha escrito acerca de esto. Parece que están aterrorizados no sólo los enfermos
de lepra, sino también los médicos... Tan aterrorizados que no se atreven a tratar el
tema.
Se enderezó.
—Bien, esto calmará un poco los sufrimientos de la pobre mujer. Enfrente hay una
choza vacía. Apenas la mujer haya descansado un poco, los instalaré allí. Debo
confesar que incluso yo —emitió una risa breve y dura— me resisto un poco a tener
demasiado cerca a los enfermos. Por otra parte, se sentirán más cómodos en su
propia choza.
—Y yo —preguntó Liliha—, ¿dónde viviré?
—Puede permanecer aquí. No está enferma, y ojalá continúe así. Puede ocupar mi
cuarto. —Indicó una puerta cerrada detrás del camastro.— Y yo ocuparé el camastro.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Por otra parte, casi siempre duermo aquí... de ese modo puedo oír a Mary si me
llama. Ella tiene su propio cuarto, detrás de esa puerta.
Indicó otra puerta cerrada al fondo de la habitación.
Liliha quiso protestar, y decir que era una molestia injustificada que imponía a
Caleb, pero al final no dijo nada. Estaba cansada y deprimida, y dudaba que pudiera
sobrevivir mucho tiempo en esa isla si no tenía compañía. Se limitó a responder:
—Acepto su ofrecimiento, Caleb.
—Esta mañana obtuve una buena pesca —dijo él—, y enseguida prepararé la
comida.
—Dice que su esposa ocupa esa habitación. ¿Tal vez yo podría hacer algo por ella?
Con mucho gusto le prestaré los servicios que me solicite.
—No, no, eso no es posible —dijo Caleb con expresión alarmada—. Lo siento,
Liliha, no quise mostrarme duro, y de verdad aprecio su bondad. Pero Mary no
quiere que nadie, salvo yo, la vea en el estado en que está ahora. Se encuentra en las
últimas etapas de la enfermedad, y se ha aislado del mundo. Dice —el rostro de
Caleb adoptó una expresión melancólica— que sólo yo sé cómo era antes, y por lo
tanto, soy la única persona que todavía puede vería. Y yo debo respetar sus deseos.
—¡Cuánto lo lamento! —dijo involuntariamente Liliha—. Pero comprendo su
actitud, y también me atendré a sus deseos.
Caleb recogió a la enferma y la retiró de la casa. El marido se puso de pie y los
siguió.
Liliha miró hacia afuera y vio un fuego detrás de la casa. Había trapos y una toalla
colgada de un soporte fijado a la puerta del fondo. Llevó al interior de la casa una
palangana de agua caliente y comenzó a lavarse. Estaba secándose los pechos
desnudos cuando Caleb regresó.
El evitó mirarla y habló con cierta timidez.
—Por favor, créame, Liliha, si le digo que no experimento deseos carnales en
relación con usted. Pero aunque no estoy en la flor de la juventud soy hombre, y me
facilitaría las cosas que usted se cubriese. Puedo ignorar a las restantes isleñas, pero
si usted vive en la misma casa... —Su sonrisa era forzada.— Perdone que se lo pida,
Liliha, pero lamentablemente hace mucho que estoy acostumbrado a ver el cuerpo de
una mujer vestida, excepto en el dormitorio.
—Está bien, Caleb. Entiendo.
—Me parece que usted y Mary tienen aproximadamente las mismas medidas. Le
traeré uno de sus viejos vestidos... Oh, no necesita temer el contagio. Hace mucho
que ella no los usa, y además todos fueron lavados con agua hirviendo.

~270~
Patricia Matthews Amor Pagano

Trajo un vestido descolorido y Liliha se retiró al cuarto que Caleb le había


destinado. Era un lugar estrecho, con una angosta cama acolchada con esteras de
estilo hawaiano, pero también aquí Caleb había tenido la sensatez de abrir dos
ventanas, una frente a la otra, de manera que una suave brisa ventilaba la habitación.
Liliha se puso el vestido, que le sentaba bastante bien. Sonrió para sí cuando recordó
con cuánta ansiedad había desechado los vestidos occidentales a su llegada a Maui;
entonces había jurado que jamás volvería a usarlos. Pero las circunstancias habían
cambiado, y si quería vivir allí, era necesario que se cubriese, por respeto a los
sentimientos de Caleb. Le estaba muy agradecida por ofrecerle refugio y compañía.
Cuando regresó a la habitación principal, Caleb estaba fuera, frente al fuego,
cociendo pescado sobre las llamas que había avivado:
Liliha se acercó.
—Caleb —dijo—, ¿puedo hacer esto por usted?
Caleb se volvió para mirarla y sonrió.
—Se lo agradezco, Liliha, pero preparo la comida desde el día que llegamos aquí,
y estoy acostumbrado a esta tarea. ¿Por qué no descansa y me cuenta cómo llegó a
esta isla? Tengo profunda curiosidad por saberlo.
Liliha se sentó en el suelo, apoyó la espalda en la pared de la casa y relató su caso.
Comenzó con su regreso de Inglaterra a Maui y explicó todo lo que había ocurrido
desde ese día. Caleb escuchaba atentamente, y de vez en cuando le dirigía una
mirada incrédula, pero no interrumpió una sola vez la narración.
La comida estuvo preparada mucho antes de que ella concluyese el relato. Había
oscurecido, y ambos comieron a la luz del fuego. La dieta de frutas y nueces de los
últimos cinco días había provocado en Liliha el deseo de un alimento más
sustancioso, y ahora comió vorazmente. Aunque el estilo gastronómico de Caleb era
el típico del blanco, el pescado tierno y las verduras hervidas estaban muy sabrosos.
Incluso había agregado algunas patatas dulces.
Caleb sonrió cuando sorprendió la mirada de Liliha, y habló por primera vez
desde que ella había iniciado su relato.
—Sí, patatas dulces. Traje algunas semillas, y las cultivo en un pequeño huerto. En
este momento las patatas dulces son los únicos productos de la estación.
Entre un bocado y otro Liliha continuó relatando su historia. Cuando ella
concluyó, Caleb meneó la cabeza, asombrado.
—Es difícil creer que una joven haya soportado tantas desgracias. —Sonrió.— ¡Y
nada menos que una alii-nui!—Insinuó una burlona reverencia.— Me siento
honrado, Su Majestad. —Pero enseguida recobró la seriedad.— Pero, ¿su pueblo no
la buscará? ¡Imagino que la desaparición de su jefa provocará un gran escándalo!

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Nunca volverán a recibirme bien —dijo Liliha con voz fatigada—. Sobre todo
después que sepan que he estado aquí. La enfermedad los aterroriza.
—Pero tal vez no lleguen a saberlo.
—Aunque no lo sepan no me arriesgaría a contagiarlos después de haber vivido
un tiempo en contacto con los enfermos. Representaría un grave peligro para mi
pueblo.
Caleb meneó apenas la cabeza:
—Liliha, hay muchos mitos en relación con la lepra. Dicen que es muy contagiosa,
pero míreme —señaló su propio cuerpo—, ha pasado mucho tiempo, y no he
enfermado, lo mismo ocurre con muchos habitantes de la península. Pero ahora no
hablemos más de esto. Debo llevar la comida a Mary.
Sirvió un plato, y desapareció en el interior de la casa. Liliha oyó el murmullo de
las voces. Como no deseaba escuchar la conversación de los esposos fue a su cuarto.
La cama la atraía, después de varios días de dormir al raso. Se desvistió, se acostó, y
pronto concilio el sueño.
Durante los días siguientes, el terror de Liliha a la lepra se debilitó cada vez más.
Se relacionó con muchos enfermos, y ayudó a Caleb a asistirlos. La mayoría eran
amables, y agradecían a Caleb la atención que él les dispensaba. Liliha observó que
en efecto los toscos remedios contribuían a aliviar el sufrimiento. En general, Caleb
acudia solamente a los que vivían en el pequeño número de chozas levantadas
alrededor de su casa, pero de vez, en cuando iba algún hombre de otro lugar de la
península y le solicitaba ayuda. Caleb jamás se negaba. Recogía sus frasquitos y
acompañaba a todos los que le pedían ayuda.
Liliha se ofreció acompañarlo, pero Caleb rehusó.
—Liliha, sería peligroso. Como le dije, algunos habitantes de la península se han
convertido en bandidos. Usted es una mujer hermosa, y alguno de estos individuos
depravados podría atacarla. Estará a salvó en la aldea. No se atreverán a venir aquí.
Durante las largas tardes, cuando no había nada que hacer, Liliha solía sentarse
cerca de las rocas, frente al mar, y contemplaba las olas, y volvía soñadora los ojos en
dirección a su amada Maui. ¿Cómo estaba el pueblo de Hana? ¿Kawika habría
podido rechazar los ataques de Lopaka? ¿O habría sido asesinado y la aldea de Hana
estaba ahora dominada por el enemigo? La idea de que se hallaba confinada allí,
impotente, sin saber lo que ocurría, era profundamente ingrata.
Por mucho que lo deseara, Liliha ni siquiera podía nadar. La marejada era
demasiado violenta, y las olas rompían en las rocas que parecían dientes afilados.
Caleb le informó que en toda la costa de la península no había una sola zona de agua
serena donde se pudiese nadar.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Una tarde la sorprendió ver un objeto en el horizonte de agua azul. Se agrandó


cada vez más; hasta que al fin se convirtió en una nave que navegaba con todas las
velas desplegadas. Una o dos veces había visto veleros, pero nunca tan cerca. ¡Era
evidente que la nave se dirigía hacia la isla!
¿Acaso el capitán no conocía el riesgo que corría si se acercaba?
Liliha se puso de pie cuando el barco ya estaba muy cerca. De pronto, la nave giró,
y siguió una línea paralela a la costa. Liliha suspiró aliviada; al parecer, el capitán
había comprendido a tiempo el peligro. Cuando ya comenzaba a volverse se detuvo
y paipadeó incrédula. Por un lateral de la nave estaban bajando un bote. ¿Otro
cargamento de leprosos? Liliha permaneció inmóvil, en el mismo lugar, y ya colmada
de compasión hacia los infelices que pretendían abandonar allí.
Ahora, el bote se separaba del barco y se dirigía directamente hacia el lugar en que
ella estaba. Liliha forzó la vista, y tampoco entonces pudo creer lo que veía. En el
bote había una sola persona que manejaba los remos. Todavía estaba demasiado lejos
y ella no podía ver bien, pero la figura parecía ser la de un hombre. ¡Era insensato!
¿Acaso una persona en su sano juicio, leprosa o no, intentaría llegar a la costa, y sola?
Las posibilidades de supervivencia eran escasas.
Mientras ella observaba, el pequeño bote fue atrapado por una enorme ola y
elevado a gran altura. Se mantuvo precariamente en la cresta de la ola, y después se
deslizó con velocidad vertiginosa. Un instante después caía hacia el fondo de la gran
ola. Otro golpe de mar avanzó inmediatamente detrás del primero, y de nuevo el
minúsculo bote se elevó en el aire. Se deslizó un momento como una frágil cascara de
nuez, y después volcó. Liliha vio que la figura salía despedida del bote y desaparecía
en el agua.
Corrió hasta el borde mismo de las rocas. Oyó un grito.
—¡No, Liliha! ¡Es una muerte segura! —Caleb corrió hacia ella, y le aferró con
fuerza el brazo.— ¿Qué clase de loco es ése?
Liliha no contestó, y su mirada exploró el agua, tratando de descubrir al hombre
que se había acercado en el bote.
Pasó un minuto entero, y no había signos del solitario tripulante. Liliha se sintió
profundamente deprimida. Con un suspiro, Caleb le soltó el brazo.
—Me temo que esta noche Neptuno tendrá un invitado —murmuró. Descargó un
puñetazo contra su propio muslo—. ¿Qué imbécil intentar algo tan absurdo?
Liliha puso en tensión el cuerpo cuando vio una sombra en el agua; parecía un
gran pez. ¿Era él...? Sí, era.
—¡Allí, allí está! —gritó señalando el lugar.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—¡Ya lo veo! ¡Dios mío! —De un salto Caleb pasó a la estrecha franja de arena, en
el mismo instante en que el mar turbulento arrojaba a la tierra una figura inerte.
Antes de que el mar pudiese recuperar su presa, Caleb la había agarrado por los
brazos y la arrastraba a lugar seguro. Todo lo que Liliha pudo ver era un blanco,
vestido únicamente con pantalones, porque Caleb trataba de retirar al hombre de la
playa, y con su propio cuerpo le impedía ver bien. Ahora, cuando Caleb se volvió y
dejó el hombre en el suelo, Liliha alcanzó a verle el rostro y experimentó una
impresión que le provocó un temblor en todo el cuerpo.
Caleb había extendido el cuerpo del hombre, y con sus manos poderosas intentaba
obligarlo a soltar el agua que tenía en los pulmones. El hombre tosió y escupió, y su
cuerpo se retorció.
—Ah, así esta bien —dijo Caleb—, ahora, veremos si puede sentarse. Ayudó al
hombre a incorporarse, y Liliha exclamó:
—¡David!
Caleb la miró.
—¿Conoce a este hombre?
Incapaz de contestar Liliha se arrodilló en el suelo.
—¿David? ¡Eres tú!
David abrió los ojos, trató de sonreír, y dijo con voz apagada.
—¿Liliha? ¡Dios mío! Después de tanto tiempo... al fin te encuentro.
Se estremeció súbitamente y cerró los ojos. Comenzó caer, pero Caleb lo sostuvo
antes de que se desplomara. Caleb dijo:
—Tenemos que llevarlo a la casa y atenderlo.
Ayudó a David a incorporarse, y lo sostuvo todo el trayecto hasta la casa. Liliha lo
siguió, todavía aturdida, tratando de asimilar el hecho de que David estaba allí.
Sentía que se le henchía el corazón porque veía que él la había seguido de un
extremo al otro del mundo. Pero después se deprimió profundamente, y recordó
dónde estaba y todo lo que había ocurrido. No había motivo para alegrarse. Hacía
mucho que había decidido cortar todos los vínculos con David Trevelyan, y ahora él
había venido voluntariamente a ese lugar tan terrible, el lugar de donde nadie
regresaba.
¿Acaso no sabía lo que era Kalaupaka? ¡Tenía que estar loco para haber llegado
allí!
Como no deseaba ver a David cuando él comprendiese en qué aprieto se había
metido, Liliha pensó alejarse de la aldea, y esconderse en algún rincón de la
península. Tuvo que obligarse a entrar con ellos en la casa. Se sentó al lado de la

~274~
Patricia Matthews Amor Pagano

ventana, con los ojos fijos en el mar, profundamente deprimida, mientras Caleb
tendía a David en el camastro y lo atendía.
Finalmente, Caleb se acercó.
—Vivirá —dijo con voz ronca—. Pero ha tenido mucha suerte. La mayoría no
sobrevive a la marejada. —La miró con curiosidad.— Como es evidente que afrontó
tantos peligros para verla, seguramente la ama, Liliha.
Antes de que ella pudiese contestar, David llamó con voz débil desde el camastro.
—¿Liliha?
Como aún se resistía a hacerle frente, Liliha avanzó unos pasos y se detuvo a cierta
distancia del joven.
Ahora el color había retornado al rostro de David. Se sentó y buscó el rostro de
Liliha.
—¡Al fin! Un día te contaré todo lo que he pasado para encontrarte.
Ella retiró la mano.
—David, ¿no sabes dónde estás?
—Me dijeron que es el lugar donde están confinados los leprosos.
—¡Sí! Todos los que vienen aquí están condenados a pasar en este territorio el
resto de sus días.
—Si así están las cosas, sea. —David trató de sonreír.—Por lo menos estaremos
juntos.
Ella contuvo las lágrimas.
—¡Oh! ¡Eres un tonto, David Trevelyan!
—Liliha, descubrí demasiado tarde que mi vida nada significa sin ti. Te amo con
todo mi corazón. Sé que te ofendí, y por eso te pido perdón.
—No es el momento del perdón. —Meneó la cabeza.— Esto no es Inglaterra. Es un
lugar para los enfermos, los seres a los cuales espera una muerte terrible.
Sin conmoverse él la miró atentamente.
—Liliha, no veo en ti los efectos de la enfermedad.
Ella replicó secamente:
—Quizá es demasiado temprano.
—Y tu amigo... se llama Caleb. ¿Verdad? Tampoco está enfermo.
—¡Oh! ¿Por qué intento hablar contigo?

~275~
Patricia Matthews Amor Pagano

Comenzaban a brotar lágrimas de sus ojos, y ella se volvió para ocultarlas. Salió de
la casa, sin hacer caso de David, también ignoró la advertencia de Caleb acerca del
peligro que podía correr su persona, y se alejó bastante de la pequeña aldea. Oh,
tenía que reconocer que la presencia de David suscitaba intensos sentimientos en
ella.
Después de tanto tiempo, ella había creído que David era cosa del pasado; pero
ahora comprendía que no era así, los intensos sentimientos que él suscitaba se
manifestaban tan vivos como siempre. Se debatía entre la alegría de tenerlo cerca otra
vez y la cólera de los absurdos riesgos que él había afrontado, recorrió la península, y
regresó a la casa sólo después de atardecer.
Ahora, David se había recobrado por completo, y los dos hombres la reprendieron
por haberse alejado. Ella no prestó atención a lo que le decían, e intencionadamente
ignoró a David, y rehusó hablar con él. Un instante después de comer entró en su
habitación y cerró la puerta. Evitaba especialmente el hecho de que Caleb y David
parecían entenderse muy bien.
A la mañana siguiente, Liliha salió temprano de la casa, decidida a mantenerse tan
lejos de David como fuese posible. Durante el paseo de la víspera no había visto a
nadie, pero esa mañana se había ausentado de la casa hacia menos de una hora
cuando oyó un crujido en los matorrales, a cierta distancia del lugar donde ella
estaba. Recordó la advertencia de Caleb y se preparó para huir.
Una voz conocida llamó.
—¡Liliha, espérame!
Se tranquilizó y esperó. Un momento después David apareció en el claro. Ella dijo
contrariada:
—¿Qué deseas de mí?
El rostro de David demostró su enojo.
—Quiero hablarte. Desde que llegué estás evitándome.
—No tenemos nada de que hablar.
Ella se volvió para seguir su camino, y él le aferró firmemente el brazo.
—Maldita sea. ¡Me escucharás! No he viajado tanto, ni soportado tantas cosas para
permitir que me menosprecies.
—No te pedí que vinieses.
—Pero he venido. ¡Y por lo menos podrás concederme una audiencia!
Ella capituló con un suspiro.
—Está bien, David. Parece que me dejas pocas alternativas.

~276~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Eso está mejor.


Fue con ella hasta la sombra de un árbol cercano. De pronto ella sonrió. David
tenía un aspecto ridículo. El agua del mar le había encogido los pantalones, y la
camisa que Caleb le había prestado era demasiado pequeña.
El la miró con suspicacia.
—¿De qué te ríes?
—No pareces tan elegante con esas ropas.
—Ya lo sé —dijo él avergonzado, y se miró.— Dick diría que estoy impropiamente
vestido para cortejar a una doncella.
Ella lo miró incrédula.
—¿Dick Bird? ¿Está contigo?
—Sí. No sólo Dick, sino —sonrió— también tu yegua Tormenta.
A pesar de sí misma, Liliha experimentó una profunda alegría.
—¿Tormenta! ¿La trajiste en este viaje? Las molestias que te tomaste para... —Su
rostro cambió de expresión.— ¡Y todo por nada!
—¡No digas eso, Liliha! —Los dedos apretaron con más fuerza el brazo de la
joven.
—Tantas molestias para llegar a esto. —Con un amplio gesto de la mano indicó el
territorio circundante, en una alusión a la desesperada situación en que estaban.
—Eso me importa poco. Sólo deseo tu perdón y tu amor.
—¡Está bien, te perdono! ¿Eso te alegra?
Ahora estaba gritando a la cara de David.
Conmovido por su vehemencia, David la soltó, y sin querer retrocedió un paso.
—Lo que me alegraría sería oírte decir que me amas.
—David, no me oirás decir eso. Esto no es Inglaterra, es el extremo opuesto del
mundo. Estamos muy separados el uno del otro. No habría servido en Inglaterra. Así
me lo hiciste entender; y tampoco servirá aquí.
—Sirvió para tu madre y William Montjoy —dijo él con tanta vehemencia como la
que ella había demostrado—. Hablé con Akaki. Fue muy feliz con tu padre mientras
el vivió.
Liliha dijo gravemente:
—Estoy comprometida con otro hombre, con Kawika.

~277~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Ya lo sé. No significa nada. —Desechó el asunto con un encogimiento de


hombros.— Eso no es amor. Sería a lo sumo un matrimonio de conveniencia.
También conocemos esas uniones en Inglaterra. Te amo, Liliha. Si no deseas regresar
a Inglaterra, permaneceré aquí, en tus islas, donde sea, mientras tú seas mía.
—¿Harías eso? —dijo extrañada Liliha. Después meneó la cabeza—. Mi amor por
ti ha muerto...
—No lo creo. Me amaste una vez, y volverás a amarme. Y esto, ¿también esto ha
muerto?
Sin advertencia previa la abrazó. Los labios de David apretaron con fuerza los de
Liliha, y al sentir el contacto el antiguo sentimiento comenzó a revivir. El beso de
David la encendió. Se sometió apenas un instante, y después comenzó a luchar y
gritó:
—¡No, David, no!
Tanto podría haber gritado al viento. Las manos de David estaban ahora en el
cuerpo de Liliha, y la boca del joven no se apartó un instante de los labios de la
nativa. Las manos acariciadoras de David provocaron una explosión de necesidad en
ella, y después de un momento Liliha permitió que ese fuego la consumiera y
devolvió el beso con ansiosa pasión.
Pronto estuvieron en el suelo. El cuerpo de David desnudo cubrió el de Liliha.
Consciente sólo de su ansia, Liliha abrazó a David, y lo guió hacia ella. Un gemido
escapó de los labios de Liliha en la unión, y fue como si nunca se hubiesen separado.
Ella se retorció en una agonía de tierna pasión, estrechando a David fuertemente
contra su pecho, repitiendo su nombre una y otra vez; y comprendió, como siempre
lo había sabido en el fondo del corazón, que su amor por él era tan intenso como
siempre.
Ahora que había sucumbido a él, Liliha exigía. David satisfizo la necesidad de la
amada con una pasión tumultuosa, y pronto iniciaron la vertiginosa pendiente del
éxtasis. Una oleada tras otra de sensaciones la cubrió, y se sintió perdida, sumergida
en una marejada de amor y placer.
Cuando el remolino se calmó, estaban agotados y jadeantes. Liliha yacía aturdida,
y el corazón le latía aceleradamente. Después de un rato, David, que yacía junto a
Liliha, extendió la mano para tocar los labios de la joven. Murmuró :
—Te amo, querida Liliha. Este es el momento que soñé durante todos esos largos
meses, colmados de hastío, y ha sido más bello que todo lo que yo esperaba.
Liliha pensó un momento antes de contestar:
—Pero esto no puede durar, David. Nuestro amor es imposible.
Esa noche, mientras cenaban, David dijo inesperadamente:

~278~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Liliha, saldremos de este lugar maldito. Quiero que lo abandonemos cuanto


antes.
Liliha vio asombrada que Caleb coincidía con David.
—Una actitud sensata, David. Ninguno de los dos tiene nada que hacer aquí.
Ambos sois jóvenes y vitales. Tenéis toda la vida por delante. ¡Por el amor de Dios;
no os quedéis aquí!
—Pero, ¿cómo podemos salir? —exclamó Liliha—. Contagiaremos a otros; y nos
enviarán de regreso cuando perciban la marca de la muerte en nuestras personas.
—Maldita sea; Liliha —dijo David—. Me niego a creer que padezcas lepra. No hay
signos de la enfermedad, pero ciertamente el peligro del contagio se agrada con cada
día que continúes aquí.
—Tiene razón, Liliha —dijo Caleb—. Yo la habría exhortado a salir de este lugar
maldito, pero sola habría sido inconcebible, y quizá imposible. Con David, las
posibilidades son buenas.
—Pero, ¿cómo? —preguntó Liliha— Llegar a nado es la muerte casi segura, a
menos que uno tenga mucha suerte. ¿Y cómo salir nadando?
—No, eso no es posible, pero existe otro modo... atravesar los riscos siguiendo el
sendero que comunica la península con el resto de la isla. Es peligroso, pero posible.
—Caleb, usted dijo que siempre hay un guardia al linal del sendero.
—Así es, Liliha, pero podremos distraer al guardia y en plena noche podréis
evitarlo. Hay un factor que nos favorece... hace mucho que nadie intenta huir, y es
posible que los guardias no vigilen con tanto cuidado.
—Además, ordené al capitán Roundtree del Promesa que esperase anclado del
lado opuesto de la isla hasta que recibiera noticias mías —dijo David—. Esperará en
el lugar indicado; no creo que se atreva a provocarme otra vez.
Liliha estaba silenciosa y pensativa. Deseaba creer que la huida era posible;
ansiaba salir de ese lugar terrible. Dijo:
—Pero mi pueblo se enterará de que he estado aquí. No querrán saber nada de mí.
—Quizá no lo sepan, Liliha—dijo David—. Sólo por casualidad supe que habías
venido a esta isla. ¡Y en circunstancias tan extrañas que no lo creerás! —
Entusiasmado se puso de pie y comenzó a pasearse.— Partiremos esta misma noche.
Sí, ¿para qué postergarlo?
—¿Esta noche? —Liliha tuvo la impresión de que las cosas se desarrollaban con
excesiva rapidez, y la obligaban a realizar actos temerarios de los cuales quizá llegara
a arrepentirse.
—¡Sí!; ¡Esta noche! —exclamó David—. ¿Caleb?

~279~
Patricia Matthews Amor Pagano

—No veo razón que lo impida —dijo sensatamente Caleb—. Si estáis decididos,
esta noche es tan apropiada como cualquier otra. Y no hay luna. —Se dio una
palmada en el muslo, también él entusiasmado.— ¡Será esta noche!
La ausencia de luna podía ser una bendición, pensó Liliha mientras subían por el
sendero sinuoso; pero también dificultaba más una tarea de por sí ardua.
Habían salido de la casa de Caleb casi inmediatamente después de adoptar la
decisión. Aunque Liliha todavía no estaba segura del acierto del plan; no había
formulado más objeciones.
Caleb, que conocía bastante bien el sendero, marchaba delante. Liliha estaba en el
medio, con los dedos enganchados al cinturón de Caleb, y David iba atrás, con la
mano sobre el hombro de la joven.
Liliha pensó que estaban perdiendo mucho tiempo, y temió que amaneciera antes
de llegar a la cima. Caleb, que al parecer temía lo mismo, les había concedido escaso
respiro, y Liliha se tambaleaba de cansancio. Más de una vez la joven tropezó y
habría caído si David no hubiese estado detrás para sostenerla.
Finalmente, Caleb se detuvo. Liliha tropezó con él cu la oscuridad, y Caleb se
volvió para sostenerla. Hablando en voz muy baja dijo:
—El final del sendero está a pocos metros de aquí. Yo me adelantaré. Cuando
llegue allí, pasaré corriendo junto al guardia y trataré de alejarlo. Mientras él esté
ocupado conmigo, vosotros dos debéis aprovechar la oportunidad para huir.
—Pero Caleb, ¿no es muy peligroso para usted? —dijo Liliha alarmada—. ¿Si él lo
hiere?
—Rara vez hacen eso. Son supersticiosos y no quieren dañar a los leprosos. En la
mayoría de los casos se limitan a rechazarlos.
—Caleb... ¿volveré a verlo? ¿Se marchará cuando...?
—¿Cuando mi Mary se haya ido? —preguntó Caleb—. No, querida Liliha.
Terminaré aquí mi vida, haciendo lo que pueda por estas pobres almas condenadas.
No me importa. Me satisface ayudar lo poco que puedo.
—Querido Caleb. Gracias por todo lo que ha hecho por mí. —Extendió la mano y
en la oscuridad encontró el: rostro de Caleb y después lo besó tiernamente.
—Liliha, tu presencia aquí ha sido recompensa suficiente. —En su voz se
adivinaba una sonrisa.— Ahora me iré. Esperad hasta oír la conmoción. Después,
marchaos deprisa, pero con el menor ruido posible.
Desapareció, y la oscuridad se lo tragó. Liliha aferró con fuerza la mano de David
y ambos esperaron. Pocos momentos después un grito resonó en la cima.
—¡Vamos, Liliha! —Sin soltarle la mano, David echó a correr.

~280~
Patricia Matthews Amor Pagano

En pocos instantes llegaron al final del sendero. Se oian gritos y el ruido de la


persecución a la derecha. Inclinados, se desviaron hacia la izquierda, con
movimientos rapidos pero silenciosos. Antes de que pasara mucho tiempo, ya no
oyeron nada, y cesaron los ruidos de la búsqueda.
David disminuyó la rapidez de la carrera.
—Creo que ahora estamos a salvo. Debemos conservar nuestras fuerzas. Habrá
que caminar mucho hasta el lugar donde nos espera el Promesa.
Tardaron casi dos días para recorrer la distancia que los separaba del extremo
opuesto de la isla, y David comenzaba a preocuparse ante la posibilidad de que el
Promesa hubiese zarpado. Pero hacia el final de la segunda tarde alcanzaron la
última elevación del terreno, y ante ellos apareció la bahía. Un buque de vela estaba
anclado a cierta distancia de la orilla.
David suspiró aliviado.
—Aún están aquí. —Rió y señaló.— ¡Y ahí está Dick!
Liliha vio a Dick Bird bajo una palmera; el joven se abanicaba lánguidamente con
una hoja de palma y bebía de una botella de vino.
David tomó la mano de Liliha y apretó el paso. Cuando se acercaron, vieron a otro
hombre que Liliha identificó. Era Peka, uno de sus primos.
Al oír el ruido de los pasos, Dick volvió hacia ellos los ojos y los vio. Se le iluminó
el rostro y con un grito se puso de pie.
—¡David, amigo mío! Tuviste éxito en tu misión. —Hizo una reverencia.— Mi
querida Liliha, me alegra mucho verte otra vez.
Liliha asintió fríamente. Teníalos ojos fijos en Peka, en cuyo rostro se esbozaba una
sonrisa complacida.
—Peka —dijo Liliha—, ¿cómo están Kawika y la aldea de Hana?
La sonrisa se desvaneció.
—No muy bien, prima. De acuerdo con el último mensaje de los tambores, los
guerreros de Hana resisten, pero los guerreros de Lopaka presionan intensamente.
—Cuanto antes envía a Hana un mensaje con los tambores. Diles que su reina
Liliha va hacia allí. Nunca debí abandonarlos.
Habían estado hablando en la lengua de la isla, y David se impacientó.
—¿Qué ocurre, Liliha? ¿De qué habláis?
Con una ancha sonrisa Peka dijo orgullosamente:
—Liliha de Hana regresa para guiar a sus guerreros a una gran victoria.

~281~
Patricia Matthews Amor Pagano

Capítulo 18

Mientras Lopaka escuchaba el mensaje de los tambores que anunciaban el


inminente retorno de Liliha a Hana, su sentimiento de cólera se acentuaba. Ordenó
llamar a Issac Jaggar y a Asa Rudd, y se paseó de un extremo al otro de su choza
mientras los esperaba.
Su furia se renovó cuando la pareja entró en la choza, y sin decir palabra golpeó
con el puño el rostro del misionero. Jaggar cayó al suelo. Aturdido miró sobresaltado
y se llevó una mano al labio cortado. Un hilo de sangre le corría por el mentón.
Dijo:
—¿Lopaka, por qué me golpea?
—¡Liliha! —Lopaka pronunció el nombre como una maldición.— Me dijisteis que
la habíais eliminado. ¡Ambos lo jurasteis!
—Pero es cierto, ella no lo molestará más. ¡Lo juro por el Todopoderoso!
Rudd bailoteaba apoyándose primero en un pie y después en otro; era evidente
que estaba dominado por el miedo. Exclamó:
—Lopaka, yo nada tengo que ver. Fue idea del reverendo. ¡Yo me opuse desde el
principio!
Jaggar se sentó.
—Liliha está condenada para siempre.
Lopaka los miró hostil.
—Entonces, ¿por qué los tambores hablan de su retorno a Hana? ¿Tiene una
explicación para eso, sacerdote?
—¡Pero eso no es posible! —Jaggar se puso lentamente de pie.— Liliha fue
arrojada al lugar de los leprosos, en Molokai. Los que llegan allí están condenados.
No hay regreso.
—Los tambores hablan de su regreso, y los tambores no mienten. ¿Por qué no la
matasteis, como yo os ordené hacer?
Rudd continuaba brincando y saltando.
—Se lo dije, Lopaka, le dije que liquidase a la perra.

~282~
Patricia Matthews Amor Pagano

—¡Cállate! —rugió Lopaka—. No deseo escuchar tu absurda charla. ¿Y bien,


sacerdote?
Jaggar se incorporó.
—Era un destino apropiado para la pagana Liliha. Allí se contagiaría la
enfermedad de los condenados, y nunca se atrevería a mostrar otra vez la cara. —
Frunció el ceño.— No entiendo la noticia. No se atrevería a regresar con su pueblo.
—Al parecer, se atreve. ¿Por qué siempre debo lidiar con estúpidos? Debería
atravesaros el corazón con una lanza —dijo perversamente Lopaka—, y aún es
posible que lo haga. Fuera de mi vista los dos, mientras decido cuál será el castigo.
—Yo no soy estúpido, Lopaka. No me hable así. ¡Soy ministro del Todopoderoso!
—Sacerdote, te hablaré como me plazca. Ambos me pertenecéis. No lo dudes. Os
hablaré como quiera, y haré con los dos lo que quiera. ¡Ahora, fuera!
Rudd ya salió de la choza, pero Jaggar se demoró un momento. Ardiendo de
indignación, permanecía erguido y desafiante; sus ojos sostenían la mirada de
Lopaka.
Lopaka dio unos pocos pasos hacia un lado y se apoderó de una lanza apoyada
contra la pared. La alzó a la altura del hombro. Dijo con sorda amenaza.
—Sacerdote, ¿deseas que esta lanza te atraviese el corazón?
Murmurando, Jaggar se volvió y salió de la choza.
Ardiendo de cólera, Lopaka hundió la lanza en el suelo. El mango emplumado
todavía temblaba cuando él salió de la choza. Sin mirar a derecha ni a izquierda, salió
del campamento, y ascendió la pendiente que partía del valle; después, caminó por el
risco hasta que llegó al alto promontorio que dominaba el mar. y vio las olas
irritadas, las aguas turbulentas que armonizaban con sus propios sentimientos.
Se hubiera sentido muy satisfecho de arrojar al mar a los dos blancos para verlos
perecer en las terribles rocas del arrecife. Sin embargo, quizá aún pudiera utilizarlos;
Lopaka era un hombre práctico, y siempre le desagradaba desechar lo que podía
serle útil.
Con los brazos cruzados sobre el pecho, rechazó un instante el pensamiento de
Jaggar y Rudd, y consideró lo que el retorno de Liliha podía significar para él.
Durante la ausencia de Liliha había ordenado cinco ataques de sus guerreros
contra Hana; en general, eran incursiones exploratorias, como la primera; y en todas
las ocasiones la aldea se había mantenido firme. Lopaka había quedado
decepcionado pero cada ataque había determinado la muerte de algunos aldeanos, y
por sí solo el desgaste comenzaba a disminuir las fuerzas mandadas por Kawika.

~283~
Patricia Matthews Amor Pagano

Lopaka aún no estaba preparado para un ataque en gran escala; el recuerdo del
primer intento estaba fresco en su mente. Deseaba alcanzar una adecuada
preparación, de modo que el asalto general no pudiese fracasar. Sabía que después
que se hubiese apoderado de Hana, los gobernantes de las restantes islas se
alarmarían y comenzarían a prepararse. Por los informes que había recogido fuera de
Maui, otros jefes no lo consideraban por ahora una amenaza; todos creían que era un
conflicto local. Pero en cuanto Hana fuese suya, esa situación cambiaría, y Lopaka
deseaba estar preparado para desencadenar un ataque con éxito contra una isla tras
otra.
Pero ahora sabía que tendría que acelerar el ritmo; el retorno de Liliha a Hana
modificaría la situación. Ajuzgar por los informes de sus espías en Hana, Liliha
representaba un tactor unificador de la aldea, y su presencia allí acentuaría la
decisión de los hombres. Tendría que alistarse para la última y definitiva batalla poco
después del regreso de Liliha.
Lopaka contempló la idea de decir a sus espías que Liliha había estado con los
leprosos en Molokai. Sabía poco de la lepra, pero conocía bien el terrible temor que
los isleños tenían a la enfermedad y a quien hubiese estado cerca de un contaminado;
sin embargo, también conocía el temor infantil de los nativos a todo lo que no
comprendían. Si se hablaba a los aldeanos de la posibilidad de que Liliha estuviese
afectada por la enfermedad, podían rechazarla; pero también cabía considerar la
perspectiva de que, si se enteraban, los propios guerreros de Lopaka rehusaran
atacar Hana mientras Liliha estuviese allí; del mismo modo que se habían negado a
perseguir a Liliha y Kawika cruzando el valle del volcán por temor a los dioses.
Después de sopesar ambas posibilidades, Lopaka decidió que era mejor ocultar la
estancia de Liliha con los leprosos. Reuniría a todos los guerreros y los lanzaría
contra la aldea. Esta vez marcharía a la cabeza de sus hombres. Esta vez tendrían
éxito, y durante el combate Liliha moriría.
Una ancha sonrisa se dibujó en el rostro de Lopaka, pues le agradaba la
perspectiva de encontrar a Liliha en, la aldea. Esta vez la liquidaría personalmente,
de modo que pudiera reunirse con los dioses a quienes los aldeanos tanto amaban y
temían.
Liliha permaneció de pie, sola, apoyada en la baranda del Promesa mientras la isla
de Maui se dibujaba en el horizonte. La nave se dirigía a la bahía de Hana, y Liliha
sintió que se le llenaban de lágrimas los ojos al ver el paisaje tan conocido.
Cuando la nave entró en la bahía, vio que David y Dick Bird subían a cubierta.
David la miró, pero Liliha desvio los ojos. Lo había evitado todo lo posible después
de salir de Molokai. El había intentado convencerla de que representaba un grave
riesgo para ella regresar a Hana, pero Liliha no había hecho caso de los argumentos.

~284~
Patricia Matthews Amor Pagano

Estaba decidida a retornar a su hogar y permanecer allí hasta que Lopaka fuese
derrotado.
La alivió comprobar que David había advertido la actitud de rechazo que ella
adoptaba, y que no se acercaba demasiado. Con respecto a David, Liliha se sentía
agobiada por sentimientos contradictorios. Su cuerpo mili respondía al contacto de
David; incluso ahora lo deseaba. El breve episodio en brazos del joven inglés, allá en
Molokai, había reavivado la pasión dormida, y el ansia de un nuevo contacto ahora
era para ella como una fiebre.
Sin embargo, cuando podía dominar sus sentimientos y pensaba racionalmente,
Liliha comprendía que eso nunca podría ser. Pertenecían a dos razas y a dos culturas
diferentes, cada una ajena a la otra. A pesar de su sangre inglesa, ella era
completamente hawaiana, aunque dijese lo contrario. David jamás se sentiría
satisfecho de vivir mucho tiempo en las islas. Con el tiempo exigiría que regresara
con él a Inglaterra, a su pueblo y su país. Y ella jamás haría tal cosa, aunque eso
significara perder a David y rechazar su amor.
Pertenecía a este lugar. Las islas eran su hogar, el pueblo era su pueblo. Y sobre
todo era la alii-nui de Hana; su jerarquía real le imponía fidelidad a su pueblo. En
adelante, el bienestar de la gente debía ser su principal preocupación. No, en cuanto
Lopaka fuese derrotado y se restableciera la paz en Hana, ella se convertiría en
esposa de Kawika.
Sabía que Kawika se enojaría al ver que regresaba a Hana, y que su cólera sería
aún más profunda porque volvía con David. Temía lo que ocurriría cuando los dos
hombres se enfrentasen. Por eso no había querido que David desembarcara en Maui;
sin embargo, no veía el modo de impedirlo. El la había salvado de los leprosos con
grave riesgo personal, y ella retornaba en su barco. Una actitud semejante no sólo
sería cruel y grosera; además, ella sospechaba que también sería inútil. Si la amenaza
de contraer la lepra o de sufrir horrible muerte destrozado por las rocas frente a
Kalaupapa no lo había disuadido, ¿acaso podría lograr el mismo propósito nada de
lo que ella dijese o hiciera?
Sus cavilaciones concluyeron cuando el ancla descendió y se hundió en el agua.
Liliha exploró ansiosa la costa de la bahía y comprobó decepcionada que allí no había
un alma.
Se volvió cuando oyó el relincho de un caballo. Trueno, el corcel de David, estaba
subiendo la rampa improvisada para salir a cubierta. El animal relinchó, y apoyó con
tal fuerza una pata delantera que la cubierta tembló bajo los pies de Liliha. Detrás del
caballo apareció Tormenta. Liliha estaba conmovida ante el gesto de David de traerle
su yegua, y por supuesto, amaba tanto como siempre al animal. Lamentaba que aun
no hubiese tenido oportunidad de cabalgar.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Atravesó deprisa la cubierta para acercarse a los animales y se detuvo junto a la


yegua, le acarició el cuello tembloroso y pronunció palabras cariñosas junto a la oreja
erguida. Poco a poco Tormenta se tranquilizó.
Liliha dijo:
—David, ¿qué te propones hacer con los caballos?
El vestía sólo un par de pantalones cortados y Liliha apartó la mirada del ancho
torso, porque sintió que comenzaba a ruborizarse.
El le dirigió una mirada de sorpresa.
—Por supuesto, nadaré con ellos hasta la costa. Te dije, Liliha, que ahora ya están
acostumbrados al mar.
—Lo sé. Pero aquí... —Hizo un gesto.— Nadie sabe qué encontraremos en Hana.
Los animales pueden correr peligro.
El exploró la orilla con una mirada.
—Parece bastante tranquilo. Además... —volvió a mirar a Liliha— no podemos
dejar mucho tiempo los caballos a bordo de la nave. Necesitan ejercicio. Y pensé que
ansiabas montar la yegua.
—Así es, David. —Liliha se encogió de hombros, resignada—. Haz lo que quieras.
Ya estaban preparando las redes. Los hombres ayudaron a los caballos a
ocuparlas. Como ya estaban acostumbrados al procedimiento, los animales se
mostraron bastante dóciles e incluso parecieron deseosos de cooperar, como si
entendieran lo que eso significaba.
David ya estaba descendiendo por la escala para arrojarse al agua. Se acercó a la
baranda y miró. Cuando los animales fueron bajados al mar, David aflojó las redes,
ayudó a las bestias a liberarse de las cuerdas y después con una mano tomó las
riendas y comenzó a nadar en dirección a la orilla lejana. Los caballos nadaron
enérgicamente bajo la guía del hombre. Liliha observó, y sonrió al recordar la
primera vez, en la cascada, allá en Inglaterra, cuando David se resistía a entrar en el
estanque, y en vano trataba de ocultar sus vacilaciones. Ahora parecía sentirse tan
cómodo como ella en el agua.
Se sobresaltó al sentir que alguien le tocaba el hombro. Se volvió y encontró el
rostro sonriente de Dick.
—Liliha, ¿está preparada para el retorno triunfal a sus dominios?
Liliha advirtió que mientras estaba absorta mirando a David, habían descendido al
agua el bote. Durante los últimos días había llegado a simpatizar más con Dick Bird.
Bajo su máscara de cinismo y frivolidad, era un hombre sensible, y por él llegó a
conocer los detalles del tedioso viaje que David había realizado para encontrarla. La

~286~
Patricia Matthews Amor Pagano

conmovió profundamente el testimonio de Dick acerca del amor de David; pero eso
no impedía que estuviese decidida a evitar que los sentimientos de David influyesen
en ella.
Con una sonrisa traviesa Liliha dijo:
—Estoy lista, Dick Bird. ¿Tal vez usted desee convertirse en trovador de mi corte?
—Sería más propio hablar de bufón de la corte —Hizo una burlona reverencia.—
Después de usted, Su Majestad. —Riendo, Liliha descendió la escala y pasó al bote.
Su risa se apagó cuando los hombres comenzaron a remar hacia la costa, pues al
frente vio a David que se acercaba a tierra con los caballos y a unos diez guerreros
que se adelantaban para cortarle el paso. Todos llevaban lanzas, Liliha vio en el
centro la alta figura de Kawika.
Temiendo por la seguridad de David, dijo con voz premiosa:
—Más rápido, por favor. ¡Remen más deprisa!
Pero al parecer, Kawika había recibido el mensaje de los tambores, y sospechaba
que ella estaba en el Promesa. Alzó una mano, ordenando detenerse a sus guerreros,
avanzó solo hasta la orilla y permaneció de pie, esperando. Cuando el bote llegó a la
playa, Kawika no intentó ayudar a descender a Liliha, y en cambio permaneció de
pie, con los brazos cruzados. Un gesto de enojo se dibujaba en el rostro bronceado.
Dijo severamente:
—De modo que has regresado, Liliha, contrariando mis deseos.
—He regresado. Nunca debí salir de aquí —replicó la joven—. A este lugar
pertenezco, y nada de lo que digas me llevará a cambiar nuevamente de idea.
Con voz cargada de desaprobación, Kawika dijo :
—Entonces tu deberás dirigir a los guerreros en la batalla.
—Kawika, no digas tonterías —dijo fríamente Liliha—. ¿Deseas parecer menos
hombre a los ojos de los varones de Hana? Te designé jefe de guerra, y debes retener
ese cargo. Estoy aquí porque soy tu alii-nui, no un guerrero. No interferiré en tus
órdenes, y tú no volverás a mencionar mi regreso. No volveremos a hablar de esto.
Ahora... ¿Todavía estamos resistiendo los ataques de Lopaka?
—Lopaka no ha conseguido pasar los muros de Hana, aunque ha hecho varios
intentos. Lo hemos rechazado.
Kawika continuaba enojado con ella, pero no pudo impedir que el orgullo
suscitado por la hazaña se expresara en su voz. Liliha asintió.
—Me alegro de que así estén las cosas.
—Pero creo que aún no ha lanzado contra nosotros toda su fuerza.

~287~
Patricia Matthews Amor Pagano

—Y ahora que he regresado, no perderá mucho liempo.


Volvió a asentir.
—Eso también es bueno. Debemos acabar de una vez este conflicto, y hacerlo de
un modo o de otro.
Ella se interrumpió, y vio que Kawika ya no la miraba, y en cambio tenía los ojos
fijos en David, que estaba de pie a poca distancia, sosteniendo de la brida a los
caballos.
Kawika la miró, y sus ojos oscuros expresaban una ardiente furia.
—¡El extranjero te encontró!
Ella sostuvo la mirada de Kawika.
—Me encontró. —Pensó decirle dónde y cómo David la había hallado, pero
prefirió callar.
—¿Por qué está aquí? ¿Por qué no vuelve al lugar de donde vino? ¿No le dijiste
que estás comprometida conmigo?
—Se lo dije, sí.
—Entonces, ¿por qué no se marcha? ¡No lo queremos aquí!
El temperamento de Liliha se encendió.
—Kawika, él y su amigo son huéspedes. ¿Desde cuándo nos mostramos groseros
con los huéspedes?
Sin ceder, él dijo:
—Este no es momento para huéspedes. Y lo que es más, él fue antes tu amante...
Con el corazón oprimido, Liliha advirtió que David había dejado los caballos y se
acercaba. Por la expresión del rostro, Liliha comprendió que él había advertido que la
conversación le concernía. Se detuvo al lado de la joven y miró con gesto belicoso a
Kawika.
—¿Este hombre no me da una bienvenida muy cál¬da?
Kawika hizo un gesto despectivo.
—No sé qué dice en su lengua extranjera, pero puedes explicarle, Liliha, que si no
se marcha inmediatamente ordenaré que los auerreros lo arrojen al mar. ¡Por Pele,
eso haré!
El desaliento de Liliha se acentuó. El conflicto entre David y Kawika podía
perjudicar la defensa de la aldea. Se interpuso entre los dos.
—Kawika, repito que olvidas tus obligaciones. Yo soy alii-nui de Hana, y este
hombre es mi invitado. ¡Se le respetará como corresponde!

~288~
Patricia Matthews Amor Pagano

Kawika no cedió.
—Hace apenas un momento me dijiste que aún soy el jefe de los guerreros.
—En la batalla sí, pero no con respecto a quien es kapu en la aldea. Yo decidiré
eso. ¿Por qué no diriges tu cólera contra Lopaka? Ahora, reúne a los guerreros —hizo
un gesto— y devuélvelos a sus puestos. Si Lopaka eligiese este momento para atacar,
nuestras defensas estarían debilitadas. ¡Te lo ordeno, Kawika!
Kawika afrontó sin inmutarse la mirada de Liliha, pero después de un momento
cedió. Se volvió, y con voz dura impartió órdenes a sus guerreros; pero su
indignación aún se manifestaba en su actitud general. Los guerreros se dispersaron, y
Kawika los siguió. Un rato después Liliha estaba sola con David, Dick y los caballos.
David dijo a los marineros del bote que podían retornar al Promesa.
—Pero informen al capitán Roundtree que todavía está bajo mis órdenes. En
ningún caso podrá zarpar si yo no se lo digo.
Retiró del bote sus pertenencias personales y las de Dick, incluso una camisa para
él mismo, botas y dos pistolas. Entregó una pistola a Dick, guardó la otra bajo el
cinturón y se puso la camisa.
Después se volvió hacia Liliha; tenía los ojos fijos en la dirección en que Kawika
había desaparecido.
—Liliha, confieso que siento una renuente admiración por tu Kawika, pero el odio
que me tiene es tan profundo que parece casi una bofetada en el rostro.
—David, tú y tu amigo sois aquí los intrusos —dijo ella con voz serena—. Son
momentos difíciles para nuestra aldea, y Kawika no desea que nada distraiga a los
guerreros.
—¿Por qué nuestra presencia ha de distraerlos?
—Cuando Lopaka ataque, puede ser necesario usar hombres para proteger a los
dos invitados.
—Dick y yo no necesitamos protección —dijo David—. Podemos arreglarnos muy
bien.
—¿Por qué habríais de hacer esto, David? Es una cuestión que no os interesa.
—Lo que te concierna, querida, me concierne.
Intentó tomarle la mano. Ella lo evitó.
—¡No deseo oír tus palabras de amor!
—Las oirás, salvo que ordenes a tu jefe de guerra que me elimine. —Sonrió sin
alegría.— ¿O quizá prefieras oírlas de su boca?
—David Trevelyan, lo que ocurra entre Kawika y yo no te importa.

~289~
Patricia Matthews Amor Pagano

—¡Por supuesto, sabes que él te mostrará hostilidad mientras yo esté aquí!


—Entonces, ¿por qué no te marchas? —dijo Liliha con voz grave e intensa—. Te
agradezco la ayuda que me has prestado, y reconozco que me conmueve que hayas
viajado tanto para verme; pero así están las cosas.
La sonrisa de David ahora era encantadora; sus ojos tenían un brillo perverso.
—Oh, no, Liliha, no me desaliento tan fácilmente. Si así fuera, jamás te habría
abrazado en la isla de los leprosos.
Ella retrocedió ante esas palabras, y después con gesto decidido desvió la mirada y
endureció el corazón. Se encogió de hombros.
—Que te marches o permanezcas aquí, para mí es lo mismo. Ahora debo hablar a
los hombres de Hana.
David y Dick la siguieron y todos caminaron hacia la aldea. En el camino había
una parcela, antaño habitada por una familia, que estaba rodeada por una
empalizada de piedra. En el pequeño recinto, la hierba crecía abundante. Dejaron allí
a los caballos para que descansasen, comiesen y, mientras, Liliha y los dos hombres
continuaron la marcha.
El aspecto de la aldea entristeció a Liliha, porque tenía un aire de abandono. Liliha
nunca había visto la aldea privada de los niños que jugaban ruidosamente, ahora, ni
siquiera había hombres.
Los hombres estaban todos en las barricadas, alrededor del alto muro que Akaki
había ordenado levantar. Kawika ignoró a David y Dick, como si los dos ingleses no
existieran, y recorrió el lugar en compañía de Liliha. Ella se mostró impresionada por
el modo en que Kawika había organizado la defensa; pero sobre todo la complació
ver que los guerreros la recibían con alegría. Era muy evidente que su presencia allí
reanimaba los espíritus y fortalecía la voluntad de lucha.
Incluso Kawika reconoció de mala gana que la presencia de Liliha suscitaba ese
efecto.
—Liliha, quizá me equivoqué. Esperar el ataque general de Lopaka ha sido tedioso
y ha desgastado a los hombres. Ahora, todos se sienten más reanimados.
Liliha percibió que no necesitarían esperar mucho tiempo la ofensiva de Lopaka.
Cuando se enterase de su regreso, si ya no lo sabía, sería tan intensa su furia que
desencadenaría el ataque final contra Hana. Liliha dijo:
—Estoy orgullosa de ti, Kawika. Trabajaste bien. Mi fe en ti ha rendido sus frutos.
Kawika sonrió ante el elogio, pero su actitud inmediatamente cobró un matiz más
sombrío.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—No te he dicho una cosa —afirmó—. Liliha, escasean los alimentos. No podemos
enviar grupos de cazadores porque los hombres de Lopaka esperan cerca de la
muralla. No podemos distraer hombres en la pesca. Lopaka observaría el hecho y
enviaría sus guerreros contra la aldea aprovechando nuestra debilidad. Muy pronto
tendremos el vientre vacío. Incluso se agotarán las frutas y las nueces que crecen en
la aldea.
Liliha se inquietó ante la noticia. David advirtió la expresión de la joven y
preguntó:
—¿Qué ocurre, Liliha?
Con gesto hosco ella explicó que comenzaban a escasear las provisiones de
alimentos.
David concibió un modo de ayudar a la defensa.
—Ordenaré al capitán Roundtree que vaya con el Promesa a Lahaina, a recoger
comida y otros objetos necesarios.
—Te lo agradecería, David. —Después, frunció el ceño.— Pero para comprar
comida en Lahaina se necesita dinero, el dinero del blanco. Aquí no tenemos nada
parecido. —Rió secamente.— Ahora veo que fue una tontería de mi parte rechazar la
herencia de la abuela. Precisamente en esta ocasión sería muy útil.
El rechazó la objeción.
—No hay motivo para preocuparse. Yo solventaré los gastos, y con mucho gusto
prestaré ese servicio. No sólo por ti, Liliha, sino —se le endureció el rostro— para
contrariar a este agresor, porque deseo que sufra por lo que te hizo. Eso me
recompensará. Iré inmediatamente a ordenar que el Promesa cumpla esta misión.
Vamos, Dick.
Los dos hombres salieron y fueron hasta la bahía, entonces el irritado Kawika
preguntó:
—¿Qué te han dicho esos dos?
Liliha se lo explicó. El rostro de Kawika se ensombreció todavía más, y dijo:
—Liliha, no quiero deber nada al inglés.
—A mí me interesa una sola cosa: la supervivencia de Hana y el bienestar de
nuestros guerreros.
Se volvió bruscamente, y Kawika la llamó.
—¡Espera, Liliha! Ordenaré que un guerrero te acompañe. No estarás segura si te
alejas sola.
Ella se volvió y dijo con gesto agrio:

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Patricia Matthews Amor Pagano

—¡Kawika, deseo estar sola! No soy una niña que necesita que la cuiden. Dedica
tus preocupaciones a Lopaka y no te inquietes por mí.
Se alejó deprisa hasta que desapareció de la vista de Kawika. Después caminó con
paso más sereno, sumida en sus pensamientos. De pronto oyó el relincho de un
caballo y miró en esa dirección. Tormenta se había acercado a la empalizada de
piedra del recinto y agitaba la cabeza.
Corrió hacia la yegua. Tormenta relinchó de nuevo y refregó el hocico en la mano
de su ama. Liliha le acarició el cuello y pronunció palabras afectuosas. Experimentó
un profundo anhelo. Miró alrededor furtivamente, sabiendo muy bien que lo que
deseaba era absurdo, y al mismo tiempo sabía que eso era precisamente lo que quería
hacer. De pronto recordó vividamente los gratos paseos a caballo en Inglaterra,
montada en Tormenta. Entonces obtenía casi tanto placer cabalgando como nadando.
Después de todo lo que había soportado y de lo que aún tenía que afrontar,
merecía un poco de placer. Sin más trámites, entró en el recinto y dejó abierta la
salida. Al fondo, Trueno irguió la cabeza y la miró con ojos vivaces. Por lo que Liliha
sabía, las sillas todavía estaban a bordo del Promesa. Bien, se arreglaría sin montura.
Después de recoger las riendas, retiró del recinto a la yegua, volvió a cerrar la
salida y montó de un salto. Recogió las riendas y espoleó a Tormenta en dirección al
norte, hacia el límite de la aldea. En ese momento Liliha se alegró de que la aldea
estuviese desierta, porque de ese modo nadie podría verla.
Se desvió hacia la orilla del mar, y después comenzó a cabalgar por la arena.
Pronto llegó al alto muro. El muro llegaba casi hasta el mar, pero la marea estaba baja
y aún había una faja de arena húmeda.
Mientras pasaba con Tormenta frente al muro, Liliha oyó un grito, y comprendió
que uno de los guardias la había visto. Liliha se inclinó sobre el cuello de Tormenta,
clavó los talones desnudos en los flancos del animal y gritó al oído de la yegua:
"¡Vamos, Tormenta!"
Tormenta respondió instantáneamente. Después de cobrar impulso durante unos
pocos metros, comenzó a volar sobre la faja de arena. Liliha sostenía las riendas, sus
cabellos flotaban al viento, y gritaba palabras ininteligibles de puro placer. Se sentía
limpia, como si la aldea y sus dificultades hubieran quedado muy atrás.
No temía encontrar a los hombres de Lopaka. Y aunque tuviese que enfrentarlos,
podría distanciarse fácilmente gracias a la velocidad de su montura.
Después de un rato sofrenó a la yegua, que continuó avanzando al paso. Habían
recorrido bastante distancia desde la aldea, y Liliha no deseaba fatigar a Tormenta,
no fuese que se viera obligada a huir de las guerreros de Lopaka. No se alejó de la
playa ni se internó entre los árboles, donde sus enemigos podían acechar;
constantemente se mantenía alerta explorando la playa con los ojos. La playa estaba

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Patricia Matthews Amor Pagano

desierta, y la joven pronto llegó a un lugar donde la tierra se internaba en el mar


como un dedo.
Liliha cabalgó hasta allí y dejó descansar a Tormenta.
El sol había descendido, y el crepúsculo se difundía suavemente sobre la isla y el
mar. El agua cambiaba de color con la aproximación de la noche, y al oscurecerse
acentuaba por contraste el blanco de las rompientes distribuidas en la playa.
Liliha permaneció inmóvil, durante un momento en paz consigo misma, a salvo de
los pensamientos que agobiaban su mente.
Isaac Jaggar había soportado excesivos insultos de Lopaka, por lo que al final
adoptó una decisión que ya no tenía sentido. Abandonó el campamento de Lopaka y
avanzó en dirección a Hana.
Era ministro del Evangelio, y su misión en la vida era llevar las enseñanzas del
Todopoderoso a los hombres sin dios. Al principio había creído que su alianza con
Lopaka le permitiría alcanzar su meta, pero ahora comprendía que eso no era cierto.
Lopaka lo usaba para sus propios perversos fines —exactamente como había dicho
Liliha — y no tenía ninguna intención de promover la conversión de los paganos. El
objetivo de Lopaka era la conquista, y haría todo lo posible para obtenerlo.
Jaggar había comprendido al fin que si deseaba llevar a los isleños la palabra del
Todopoderoso, tendría que actuar solo. Los métodos de Lopaka no aportaban la
salvación, sino la muerte y la destrucción.
Durante una noche y la mayor parte del día, Jaggar erró sin rumbo de un lugar a
otro de la isla. Finalmente, vio el alto muro que protegía a Hana; también vio a los
guerreros de Lopaka ocultos tras los árboles, alrededor de la aldea, y comprendió
que se preparaba el ataque definitivo al poblado. Su intención era reconquistar la
buena voluntad de los aldeanos; quizá lo lograría advirtiéndoles del inminente
ataque de Lopaka.
Pero estaba demasiado fatigado a causa de su larga caminata. Los hombres de
Lopaka, que creían que aún era uno de ellos, no lo molestaron, y Jaggar se retiró a
cierta distancia de los guerreros y se refugió en un bosquecillo de palmeras cocoleras,
cerca de la playa; allí se acostó a dormir y descansar.
Pero no podía dormir. Su mente estaba atormentada por imágenes de Liliha,
desnuda y sensual como el fruto del Árbol; Liliha y el muchacho muerto, Koa, en la
unión carnal; los pechos desnudos de Liliha en la choza de Kai-lua y la mano del
propio Jaggar acariciándolos.
Jaggar se volvió inquieto, murmurando, mientras su cuerpo traicionero
reaccionaba ante las imágenes eróticas. Se maldijo, y con el puño golpeó el tronco de
la palmera hasta que le sangraron las manos. Después, otra imagen de Liliha asaltó

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su mente: Liliha destruida, su belleza víctima de la lepra, y la sangre en sus venas


que un instante antes fluía cálida, se convirtió en hielo.
Comprendió la verdad, clara y sombría como la expresión de cólera del
Todopoderoso. Regresaba a Hana porque Liliha podía estar allí. Lo obsesionaba el
deseo de ver a la muchacha, y experimentaba un deseo igualmente enérgico pero
pervertido de verla destruida por su convivencia con los leprosos.
Parecía que cohabitaban dos personas en el mismo cuerpo; el hombre de Dios que
flagelaba al pecador que no se arrepentía, que era un hombre de carne y hueso
cegado por la sensualidad.
Rezó en voz alta:
—Dios Todopoderoso, ayúdame en este momento de prueba. Ayúdame a resistir
la tentación. Ayúdame a llevar la salvación a los paganos y a rechazar las tentaciones
de la carne...
Se interrumpió al oír un ruido extraño; parecían los cascos de un caballo. Por un
momento Jaggar creyó que era un signo del Todopoderoso. Pero el repiqueteo de los
cascos continuó, y fue cada vez más sonoro, y Jaggar se arrastró cautelosamente
hasta el límite del bosquecillo de palmeras, y miró hacia la playa.
La aldea no le mostró nada anormal. Después, sus ojos se desviaron hacia el lado
opuesto, ¡y allí estaba! La luz reflejada por el agua formaba un halo nebuloso
alrededor del animal lanzado al galope, y Jaggar tuvo la certeza de que era una
visión enviada por el Todopoderoso.
Parpadeó, tratando de ver mejor, pero la imagen se esfumó, desvanecida en un
instante, como solía ocurrir en las visiones. ¿Retornaría?
Jaggar se recostó contra el tronco de la palmera.
—Oh, Señor, ¿qué significa esto? ¡Te ruego me devuelvas esta visión, porque
quiero recibir cabalmente tu mensaje!
Esperó, y una especie de paz descendió sobre él, y alivió su alma torturada. El
tiempo pasó lentamente, y Jaggar hundió la cabeza en el pecho. Se durmió.
Un repiqueteo reverberó en sus oídos. Emergió lentamente del sueño profundo.
Reinaba la más completa oscuridad, y del mar llegaba apenas una débil luminosidad.
El tamborileo era más intenso, y de nuevo reconoció el ruido de los cascos de un
caballo. ¡La visión retornaba a él!
Alcanzó a ver confusamente un caballo que venía al galope por la arena. Se puso
de pie y avanzó trastabillando hasta la playa. Cayó de rodillas exactamente en el
camino del caballo que se aproximaba; sus manos se elevaron en un gesto de súplica.
El animal estuvo casi sobre él antes de que Jaggar viese a Liliha. Su belleza era
abrumadora, y la sensualidad lo saturó, espesa y cálida, aturdiéndolo. El caballo cayó

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Patricia Matthews Amor Pagano

sobre él, terrorífico en sus proporciones, y en el último instante, Jaggar se arrojó a un


lado. Incluso así, el caballo lo golpeó en el hombro y lo derribó sobre la arena.
Cuando cayó hacia atrás, el caballo y la amazona se inclinaron sobre él, y de pronto
pareció a Jaggar que Liliha ya no tenía nariz, y la carne misma de su rostro se
desprendía.
Retrocedió, defendiéndose con las manos, para rechazar a la joven.
— ¡No, no. no me toques! ¡El contacto del leproso es la muerte! ¡No le acerques!
Se volvió y huyó corriendo a tropezones, en direc¬ción al bosque de palmeras.
Desconcertada, Liliha miró al misionero, y sus ojos examinaron cautelosamente las
sombras. Si Jaggar estaba allí, era muy posible que Liliha se viese rodeada por los
hombres de Lopaka. La desconcertaba la conducta del misionero; le parecía que al
verla se sintió aterrorizado.
De pronto comprendió la situación, y rió sarcásticamente. Ese hombre debía de
creer que Liliha era leprosa, y temía el contagio. Merecía la tortura del miedo, pero
pese a todo, lo compadecía al mismo tiempo que lo odiaba. Ahora estaba realmente
loco.
Cuando él desapareció en el interior del bosque de palmeras y no se presentó
ninguno de los hombres de Lopaka, Liliha volvió grupas a la yegua y avanzó al trote
hacia la aldea.
De pronto, en la noche resonó un tambor. Liliha frenó la marcha a Tormenta y
escuchó atentamente. El miedo le provocó un escalofrío. El mensaje del tambor era
muy claro... ¡Lopaka estaba atacando con todas sus fuerzas Hana!
Clavó los talones en los flancos de Tormenta y lanzó a la yegua a una loca carrera
sobre la arena.

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Capítulo 19

Durante tres días Lopaka había desplegado astutamente a sus guerreros alrededor
de la aldea de Hana, manteniendo el cuerpo principal a cierta distancia del muro,
disimulado por los árboles y los matorrales, con el fin de que los aldeanos no
advirtiesen que se disponía a lanzar un ataque general.
Todos los hombres disponibles estaban preparados para avanzar cuando él lo
ordenase. Había encontrado un lugar en un promontorio que dominaba la bahía, y
allí se apostó para vigilar personalmente, pues no deseaba atacar antes del regreso de
Liliha.
Cuando vio las velas del barco del hombre blanco en la bahía, y observó que el
navio anclaba frente a la costa, Lopaka se sintió desalentado, pues al principio creyó
que Liliha había obtenido ayuda del hombre blanco. Sabía que los cañones y las
armas de fuego más pequeñas del blanco eran mortales; sus guerreros, armados
únicamente con lanzas y garrotes de guerra, jamás podrían tomar la aldea si tenían
que enfrentarse a las armas de fuego. En ese caso, poco importaría la superioridad
del número.
Se sintió aliviado cuando vio que Liliha se acercaba a la orilla en un bote,
acompañada sólo por unos pocos blancos. Estaban demasiado lejos para comprobar
si venían armados, pero eso no importaba; ese número, incluso con armas de fuego,
no representaba una amenaza muy grave. Lo sorprendió ver a un blanco que nadaba
hacia la costa con dos grandes animales. Aunque nunca había visto uno, Lopaka
había oído hablar de los caballos, "los perros de orejas largas", como los llamaban los
isleños. Lopaka había oído decir que los blancos habían llevado esos animales a
Lahaina muchos años antes.
Desde su atalaya, Lopaka esperó con estoica paciencia. Ya había decidido que
ordenaría el ataque poco después de oscurecer. Cuando vio a Liliha conversar con
Kawika y el blanco en la playa, el odio de Lopaka a la mujer le provocó una cólera
tan violenta que tuvo que realizar un esfuerzo para abstenerse de ordenar
inmediatamente el ataque. Sería prematuro y absurdo, de modo que esperó.
Aproximadamente una hora antes del oscurecer, vio que el blanco de cabellos
dorados se dirigía al barco. Poco después el mismo hombre regresó a la costa. En
cuanto el bote volvió al barco, los marineros izaron las velas; el viento las hinchó, y la
nave salió majestuosamente de la bahía en dirección a Lahaina. Lopaka esperó hasta

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que el navio desapareció, y entonces se tranquilizó. La nave no representaba una


amenaza, pero ahora podía desencadenar su ataque con la seguridad de que los
defensores no usarían el cañón contra sus guerreros.
Cuando el sol se hundió detrás del horizonte, Lopaka se volvió y fue al lugar
donde sus subordinados esperaban la orden.
Había llegado el momento.
La batalla se había generalizado cuando Liliha entró en el recinto montada en
Tormenta. Las antorchas llameaban a intervalos a lo largo de la pared. Sofrenó un
momento a Tormenta, y entonces vio una verdadera lluvia de lanzas que cruzaban el
aire sobre el muro y aterrizaban en el interior del recinto. Vio caer a un hombre con
una lanza enterrada en el pecho.
Agudos gritos resonaron al otro lado, y vio a los guerreros arrojarse contra el
muro. Fueron enfrentados por los hombres de Hana, y los dos grupos se trabaron en
dura pelea.
Fue un choque breve pero violento. Concluyó cuando los hombres de Lopaka
tuvieron que retroceder; la mayoría volvió a pasar el muro para llegar a lugar seguro,
pero unos pocos quedaron muertos en el suelo.
Liliha sentía que le dolía el corazón a causa de las bajas —de ambos bandos—,
pero tenía que sentirse orgullosa de los guerreros de Hana. Tenían el corazón firme,
estaban dispuestos a luchar. No importaba lo que en definitiva ocurriese, no se
dejarían derrotar fácilmente.
Se sobresaltó al oír un disparo. Obligó a Tormenta a galopar hacia el origen del
estampido, y atravesó la aldea vacía para acercarse al sector oeste del muro. Poco
después vio a David montado en Trueno; el joven inglés cabalgaba de un extremo al
otro de las defensas. Cuando ella detuvo a Tormenta, vio que David apuntaba a un
guerrero atacante encaramado en el muro. David disparó, y el guerrero se desplomó
muerto.
David se volvió, reconoció a Liliha y obligó a Trueno a acercarse.
—¡Liliha! ¿Dónde demonios has estado? Estaba desesperado, y me proponía salir a
buscarte cuando comenzó el ataque.
—Estuve ejercitando a Tormenta.
—¡Maldita sea, mujer! ¡Este no es el momento de ejercitar a un caballo! ¡Podrían
haberte matado si te hubieran encontrado sola!
—También tú podrías haber muerto aquí —replicó secamente Liliha.
Una sonrisa maliciosa iluminó el rostro de David.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Estoy divirtiéndome mucho. No necesitas temer por mí, Liliha. Montado en


Trueno puedo distanciarme de cualquiera de los guerreros. Te aseguro que liquidaré
a muchos. —Alzó la pistola humeante. Se le ensombreció el rostro.— Soy excelente
tirador.
—¿Por qué haces esto, David? Esta guerra no te interesa.
—En eso te equivocas. Querida, lo que te amenace, también a mí me amenaza.
—Y nada mejor que un poco de pelea para limpiar la sangre ¡eh, amigo mío?
La voz venía de un lugar que estaba detrás de Liliha. Ella volvió los ojos en esa
dirección y vio a Dick Bird que le sonreía; también él tenía una pistola en la mano.
Liliha dijo:
—¿Tú también?
—Por supuesto, mi querida Liliha. Vaya, los caballeros están obligados a defender
a la dama del ataque de los bandidos.
Liliha meneó la cabeza. La reconfortaba que ellos acudieran a defenderla, pero no
deseaba que lo supiesen. Antes de que Liliha pudiese hablar, Kawika se acercó.
Brotaba sangre de una herida que tenía en la frente.
Alarmada, Liliha dijo:
—¡Kawika, estás herido!
El se encogió de hombros.
—No es nada. Un garrote de guerra me rozó la cabeza.
—Kawika, los hombres de Hana se defienden bien. Estoy muy orgullosa.
El guerrero nativo dijo con expresión sombría:
—Liliha, puedes tener la certeza de que lucharemos hasta el último hombre. —
Miró a David, y su rostro tenía una expresión de desconcierto.— Liliha, no
comprendo. Esta no es la lucha del hombre blanco. ¿Por qué pelean?
—Será mejor que se lo agradezcamos, Kawika. ¿No han sido útiles?
Kawika asintió de mala gana:
—Sí, fueron útiles. Si tuviéramos esas armas, podríamos arrojar al mar a Lopaka.
Pero no puedo entender por qué...
Su voz se apagó, y Kawika se volvió, meneando la cabeza ante la conducta
inexplicable del blanco.
Liliha miró a David, y se disponía a decirle que había visto en la playa al
reverendo Jaggar, pero en ese momento se oyó un clamor proveniente del muro. Se

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volvió para ver muchas lanzas que atravesaban el aire, y los guerreros trepaban el
muro. Los hombres de Lopaka volvían al ataque.
Esta vez el número era más elevado, pero los guerreros de Hana luchaban como
poseidos. Una y otra vez rechazaron a los atacantes. Liliha pensó que en un sentido
podían considerarse afortunados. Los hombres de Lopaka no atacaban
concentradamente en un sitio, en cambio estaban distribuidos, de modo que cada
guerrero de Hana tenía que enfrentar a lo sumo a dos contrincantes
simultáneamente. Si Lopaka modificaba su táctica y embestía el muro en un solo
lugar con una fuerza concentrada, sus hombres conseguirían irrumpir en el recinto,
pues Kawika no tenía más remedio que desplegar a sus guerreros por todo el muro.
David y Dick Bird estaban en el centro de la batalla. David cabalgaba en Trueno y
trotaba de un extremo al otro disparando su pistola. Incluso Liliha recogió el garrote
de un guerrero caído, y montada en Tormenta acompañó a sus hombres. Cuando un
guerrero conseguía atravesar la delgada línea de defensores, Liliha se dirigía hacia él,
alzando el garrote. Nunca necesitaba descargarlo; tan pronto el atacante veía que la
yegua se le venía encima, alzaba las manos y huía aterrorizado.
La ferocidad del ataque disminuyó, y después los hombres de Lopaka se retiraron,
dejando detrás muchos muertos y heridos. Liliha se detuvo para recobrar el aliento, y
vio que David cabalgaba tras uno de los guerreros en fuga, utilizando su pistola
como una cachiporra. Se inclinó hacia adelante y golpeó al fugitivo. La pistola golpeó
en el hombro. El individuo vaciló un momento, recobró el equilibrio y continuó
corriendo. David detuvo el caballo.
En ese momento David parecía parte del caballo, y Liliha pensó que nunca había
visto nada tan elegante y bello como el caballo, que se alzaba sobre las dos patas, y el
hombre que lo montaba. Ahora sentía su propio amor como un dolor muy profundo
e íntimo.
David volvió grupas al caballo y al trote se acercó a Liliha. Reía, y los dientes blancos
relucían en el rostro ennegrecido por el humo.
Una rápida mirada alrededor indicó a Liliha que de nuevo sus guerreros se habían
mantenido firmes contra las fuerzas de Lopaka. Kawika estaba con ellos,
pronunciando palabras de aliento y elogio.
David sofrenó el caballo al lado de Liliha.
—Ya no tengo pólvora, y el resto de mis balas y la pólvora están a bordo del
Promesa. Fue una estupidez de mi parte no prever esta situación. Dick, ¿todavía
tienes algo?
—Amigo, mi situación es la misma—dijo Dick, que se había acercado . Agregó con
gesto pesaroso:—Ojalá no hubiese regalado mi espada al rey Liho-Hho. Ahora
podría utilizarla.

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Preocupada, Liliha dijo:


—David, quizá tú y Dick deberíais retiraros a la bahía. Si no podéis continuar
usando las armas, correréis grave riesgo. Habéis luchado bien y os estoy agradecida,
pero los guerreros pueden sobrellevar el peso de la lucha.
David meneó la cabeza.
—Liliha, no podrás desembarazarte tan fácilmente de nosotros. Si estos hombres
pueden usar las lanzas y los garrotes de guerra, también nosotros los emplearemos,
¿verdad, Dick?
—Estoy completamente de acuerdo, David —dijo enérgicamente Dick—. Estoy
divirtiéndome mucho.
—¡Ambos me irritáis! —exclamó Liliha—. Los hombres de Hana están entrenados
para usar las lanzas y los garrotes de guerra, ¡pero vosotros no!
—Entonces, aprenderemos. Además... —David se echó a reír, mientras la luz
inquieta de las antorchas se reflejaba en sus cabellos dorados— los atacantes están
atemorizados por la aparición de los caballos. ¿Lo observaste, Liliha?
—Es cierto, sí, están atemorizados. Nunca han visto a estos animales.
Dick dijo:
—Probablemente creen que están más o menos relacionados con sus dioses.
—Sea cual fuera el razonamiento —observó David—el miedo que inspiran nos
conviene. —Miró alrededor. Por ahora todo parece bastante tranquilo. ¿Podremos
descansar un momento? ¿Allí? —Con un gesto de la cabeza indicó un recipiente de
madera lleno de agua, bajo un mango.— Los caballos podrían beber.
Con un movimiento de la rodilla ordenó a Trueno que se acercara al árbol.
Indecisa, Liliha miró alrededor.
Kawika todavía estaba con los guerreros, de modo que ella espoleó a la yegua y
siguió a David. El ya había desmontado. Hundió dos calabazas en el recipiente de
madera, y entregó una a Liliha, que bebió ávidamente mientras los dos hombres
utilizaban la otra. Después, David permitió que los caballos calmaran su sed.
Dick ya se había recostado contra el tronco del árbol. Liliha se sentó al lado, y
David pronto se reunió con la joven. Liliha no había advertido qué fatigada estaba,
pero descansar era un lujo casi pecaminoso, pese a que su cuerpo todavía estaba
tenso a causa del miedo. Lopaka muy pronto reorganizaría sus fuerzas para atacar
otra vez. ¿Cuánto tiempo resistirían los ataques repetidos?
David habló:
—Liliha, tus islas me agradan. Ahora casi no me preocupa el calor tropical. Todo
es tan verde y lujurioso; sí, es un auténtico paraíso en la Tierra. Imagino el futuro en

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que estas Islas Sandwich serán un próspero centro del comercio mundial, una región
dedicada a la exportación de alimentos. ¡Imagino lo que sería si las frutas y las
nueces que ahora crecen naturalmente, por ejemplo las bananas y los cocos, pudieran
cultivarse! En Inglaterra jamás hemos saboreado estos productos exóticos. Uno de los
tripulantes del Promesa, un hombre que vivió mucho tiempo en estas islas, me dijo
que ahora cultivan la caña de azúcar en Maui. Entiendo que se cultiva en cantidad
limitada, y de un modo bastante primitivo.
"Dick, piensa lo que sería si un hombre tuviese muchas hectáreas de esta tierra
fértil para cultivar la caña de azúcar. Imagino un mercado mundial ilimitado para el
azúcar producido de ese modo. ¿Qué dirías de una plantación de caña de azúcar, en
lugar de las hectáreas cultivadas con algodón que vimos en el sur norteamericano?
Una vez alcanzado el nivel de la producción plena, un hombre podría llegar a ser tan
adinerado como Creso, y vivir una vida distinta de todo lo que podría concebirse en
América o Inglaterra. ¿Eh, Dick?"
Liliha miró a Dick Bird. Estaba profundamente dormido.
David se echó a reír.
—Dick es el hombre más imperturbable que conozco. Al principio la gente cree
que es un joven frivolo y haragán, pero se trata de una impresión falsa. ¿Sería posible
encontrar otro individuo capaz de dormirse en medio de una batalla? Es uno de los
pocos hombres que he conocido que en verdad no temen a nada.
—David, ahora yo también simpatizo con tu amigo —dijo Liliha—. Cuando lo
conocí, en Montjoy Hall, me desagradó, pero estos últimos días, desde que partimos
de Molokai, he cambiado de idea.
—Liliha, él no quiso burlarse de ti con esa canción. Bajo la apariencia cínica, tiene
un corazón bondadoso.
—Ahora lo sé.
David tomó la mano de Liliha y la sostuvo amablemente. A la luz de las antorchas
en su rostro se dibujó una sonrisa.
—Y yo, querida Liliha... ¿simpatizas conmigo?
Ella retiró la mano.
—¡David, qué pregunta absurda!
—No tan absurda. Últimamente has conseguido esquivarme. ¿Has reencontrado
tu amor por mí?
—¡Ahora no quiero hablar de amor!
—¿Y cuándo lo harás? —dijo David obstinadamente—. Si es necesario, continuaré
preguntando hasta la eternidad.

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Patricia Matthews Amor Pagano

Liliha se apartó de él, tratando de contener las lágrimas.


—¿Por qué tú...?
Se interrumpió y permaneció inmóvil. Sintió un débil temblor que conmovía la
tierra bajo sus pies. Volvió los ojos hacia el Haleakala. ¿Había un resplandor rojizo en
el cielo nocturno, sobre el cráter? Parpadeó, fijó los ojos, y de pronto comprobó que
en efecto había visto un pálido resplandor. Contuvo la respiración cuando otro
temblor ahora más fuerte, sacudió el suelo.
David dijo:
—¿Qué ocurre, Liliha? ¿Algo te ha impresionado? ¿Quizá Pele deseaba expresar
su desagrado?
Liliha decidió no hablar del asunto a David. Probablemente se reiría de ella. Dijo:
—No es nada, David. Estoy cansada...
La interrumpió un coro de gritos que venía de la muralla. De un salto se
incorporó, y en el mismo instante, varios guerreros armados con lanza aparecieron
en la cima del muro.
—¡Lopaka ataca otra vez!
También David y Dick se pusieron de pie. David dijo:
—Liliha, prométeme que te quedarás aquí, en el lugar más seguro posible. Nada
puedes hacer en medio de la batalla, y el riesgo es innecesario. ¿Me lo prometes?
—Pero ahora permaneceré aquí —dijo serenamente Liliha—, pero intervendré si
me necesitan. Es todo lo que puedo prometer.
David la miró hostil, y emitió una exclamación desesperada. Meneando la cabeza,
montó en Trueno y avanzó hacia el centro de la batalla. Dick ya se había alejado.
Con el corazón oprimido Liliha vio que Lopaka finalmente había modificado su
táctica. Esta vez sus guerreros concentraban el ataque en un sector del muro; al
parecer, allí estaba la mayoría de las fuerzas enemigas. Sus hombres desbordaban las
defensas formando un torrente que parecía interminable. Los hombres dispersos de
Hana ya comenzaban a ceder.
Liliha corrió hacia Kawika. Lo aferró del brazo y lo obligó a dar un paso hacia
atrás. Le gritó al oído:
—¡Los hombres de Lopaka están franqueando la muralla! ¡Debes convocar aquí,
ahora mismo, a todos nuestros guerreros!
Kawika volvió los ojos hacia el muro.
—Tienes razón, Liliha, pero en ese caso el resto del muro quedará indefenso.

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—Debemos afrontar ese riesgo. De lo contrario, los pocos guerreros que tenemos
aquí no podrán sostenerse.
Kawika asintió, y después volvió deprisa al foco del combate. Liliha vio que
aferraba del brazo a dos isleños y los apartaba, y que hablaba y gesticulaba. Los dos
guerreros partieron inmediatamente, corriendo en direcciones contrarias. Kawika se
zambulló inmediatamente en la pelea, blandiendo el garrote de guerra con furia
salvaje.
Liliha, que se sentía impotente, retornó a un lugar desde el cual podía ver toda el
área. Los guerreros de Lopaka continuaban desbordando el muro. Miró hacia
derecha e izquierda, y advirtió complacida que sus propios hombres acudían al lugar
del peligro e intervenían inmediatamente en la batalla.
Formuló una plegaria silenciosa a Pele, pidiéndole que diese a los hombres de
Hana la fuerza necesaria para sostenerse, pero la situación no parecía favorable.
Pronto se vieron abrumados por la superioridad del número.
Su mente buscó frenéticamente una estratagema astuta que diera la victoria a los
guerreros de Hana. Pero no se le ocurrió nada.
Sintió detrás una presencia, y comenzó a volverse. Un brazo le rodeó la cintura,
sujetándole los brazos a los costados, y de pronto Liliha sintió algo frío y agudo en el
cuello.
—No grites, princesa, ni trates de huir. Si hablas, este cuchillo te degollará ahora
mismo. Vamos, retrocedamos en silencio, y encontremos un lugar un poco más
íntimo. Finalmente me pagarás lo que debes. ¡Princesa, ahora serás mía!
Cuando Issac Jaggar desapareció, Asa Rudd pensó que Lopaka tendría un
estallido de cólera.
Pero le sorprendió comprobar que Lopaka simplemente se encogía de hombros y
decía:
—No es ninguna pérdida. El sacerdote blanco de nada me sirve. En poco tiempo
más lo habría matado. Tú, Asa Rudd... —Volvió hacia él una mirada cargada de
fiereza—, no te atrevas a abandonarme, porque ordenaré a mis guerreros que te
apresen y te maten. Necesitaré contar con un blanco a mi lado cuando Hana sea mía.
Eres cobarde como un perro de aldea, y de nada sirves en la batalla. Lo sé bien, pero
a su debido tiempo podrás serme útil.
Asa Rudd continuó al lado de Lopaka; no tenía otra alternativa. ¿Adonde ir si salía
de allí? Carecía de dinero para pagar el pasaje en un barco, y aún lo alentaba la firme
esperanza de que Lopaka lo convirtiese en un hombre rico si permanecía a su lado.
Como sabía con cuanta intensidad Lopaka deseaba la muerte de Liliha, Rudd
concibió el modo de demostrar su lealtad al futuro rey de Hana. Si podía matar a

~303~
Patricia Matthews Amor Pagano

Liliha, si por así decirlo podía presentar a Lopaka la cabeza de la joven en una
bandeja, el jefe nativo ciertamente se sentiría muy complacido.
De modo que cuando comenzó el ataque definitivo a Hana, Rudd desapareció
discretamente. Sabía que Lopaka atareado con sus planes de batalla, no advertiría la
ausencia. Y por otra parte, Rudd no tenía estómago para arriesgar la vida atacando el
muro. Esperó hasta que Lopaka reunió a todos sus guerreros para descargar un
ataque concentrado, y se deslizó a lo largo del muro hasta el lugar en que comenzaba
el mar. Como había sospechado, los defensores de Hana habían acudido todos al
lugar donde los hombres de Lopaka atacaban, dejando sin defensa el resto del muro.
Rodeó el extremo de la pared y avanzó en silencio a través de la aldea desierta.
Cuando los ruidos del combate cobraron más intensidad, pasó de un tronco de árbol
a otro evitando ser visto. Finalmente, llegó al último árbol y se ocultó, y espió
cuidadosamente desde el lugar en que se había refugiado.
La escena, iluminada por las antorchas, le pareció terrible. Los hombres, chocaban
unos contra otros, las lanzas volaban por el aire y los garrotes de guerra caían sobre
las cabezas y los cuerpos. El estrépito era temblé, y se mezclaba con los gritos de
cólera y los alaridos de los heridos. Era suficiente para atemorizar a un hombre
valeroso, y Rudd, que estaba muy lejos de serlo, se sintió tentado de renunciar a su
plan y buscar un lugar seguro, hasta que los hombres de Lopaka conquistaran la
victoria.
De pronto vio algo que lo indujo a cambiar de idea. Liliha estaba a menos de
veinte metros de distancia. Se encontraba sola, de espaldas a Rudd, absorta en la
batalla. Rudd bailoteó alegremente, riendo en una actitud de silencioso regocijo.
Había dudado un poco, pues recordaba la vez que él y el reverendo habían
arrojado al agua a la perra, y los relatos que había escuchado acerca de la lepra. Pero
ahora Liliha medio se volvió y Rudd pudo verla bien. No estaba afectada por la
enfermedad; parecía tan hermosa y seductora como siempre.
La mano de Rudd se deslizó hasta el cinturón, y extrajo el letal cuchillo. Recorrió
con los ojos la escena de la batalla y vio que todos estaban demasiado absortos en el
combate para advertir otra cosa. Respiró hondo y se acercó a Liliha de puntillas.
Cuando dio el último paso, Liliha hizo un movimiento y comenzó a volverse. Rudd
le rodeó la cintura con un brazo y delicadamente apoyó la punta del cuchillo en el
cuello vulnerable. Dijo:
—No grites, princesa, ni trates de huir...
El terror invadió el corazón de Liliha, y la joven necesitó toda su fuerza de
voluntad para evitar un grito, pues sabía que estaría muerta mucho antes de que
nadie viniese a ayudarla. Esperó a que Rudd cesara de hablar, y entonces dijo:

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—Asa Rudd, jamás me tendrá. Estuve en la morada de los leprosos y por mucho
que temí el contacto con los enfermos, jamás me parecieron tan repugnantes como
usted.
Se oyó la risa perversa de Asa Rudd.
—Me parece que no tienes muchas alternativas. Con esta joyita apoyada en tu
cuello, harás lo que te diga, ¡te lo aseguro!
Rudd comenzó a retroceder lentamente, y obligó a Liliha a seguirlo.
Liliha se mantuvo alerta, esperando la más mínima oportunidad de liberarse.
Cuando estuvieran fuera de la zona de combate y Rudd pudiera consagrarle toda su
atención, las posibilidades de Liliha valdrían muy poco.
Paso a paso se alejaron de la batalla. De pronto, Rudd tropezó y cayó. Lanzó un
grosero juramento y la punta del cuchillo se apartó del cuello de Liliha. La joven
movilizó toda su fuerza, se apartó, se liberó de la mano de Rudd y giró bruscamente.
Rudd recobró el equilibrio y avanzó hacia ella, apuntándola con el cuchillo.
Liliha estaba segura de que era mucho más ágil que Rudd y podía ganarle en la
carrera; pero no deseaba huir de ese individuo repulsivo que la había perseguido
durante tanto tiempo. Su mente evocó el amargo recuerdo de las muchas veces que él
había intentado ofenderla. La frustración que ella sentía en vista del curso negativo
de la batalla ahora pareció concentrarse en Asa Rudd.
Mientras Rudd avanzaba, ella retrocedía cautelosamente, pero sólo lo necesario
para mantenerse fuera del alcance del hombre cada vez que él blandía el arma.
Cuando Rudd comprendió que Liliha no deseaba huir, su rostro adoptó una
expresión gozosa y triunfante. Cuando oyó un sonido seco al lado, Liliha arriesgó
una mirada hacia la derecha. Una lanza había venido desde el centro de la batalla y
se había clavado en la tierra, al alcance de la mano. Todavía vibraba, y las plumas se
movían como agitadas por un fuerte viento.
Cerró las dos manos alrededor del mango y arrancó del suelo la lanza. Todavía
sosteniéndola con ambas manos, Liliha se volvió. El miedo deformó el rostro de
Rudd, y el hombre movió nerviosamente los ojos. Después, sus labios esbozaron una
mueca salvaje.
—Princesa, tú no eres guerrera. ¡No tendrás valor para usar esa lanza!
Liliha no dijo nada, pero el arma que sostenía en las manos no vaciló. Rudd
avanzaba y retrocedía, e intentaba herirla con el cuchillo. Liliha seguía todos los
movimientos del hombre con la punta de la lanza, defendiendo bien su terreno,
mientras continuaba la danza mortal. Rudd, que estaba cada vez más impaciente,
comenzó a demostrar más audacia, y una vez se acercó tanto que la punta de la lanza
le tocó la ropa:

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Retrocedió con un rápido salto.


—¡Maldita seas, perra, esto ya dura demasiado!
Se desvió rápidamente hacia la derecha, y trató de acercarse a Liliha. La punta de
la lanza lo siguió. Casi demasiado tarde, Liliha comprendió la intención, pues Rudd
cambió de dirección con la velocidad del rayo y se acercó a ella por el lado opuesto.
Liliha movió el cuerpo y apuntó a Rudd con la lanza.
La punta penetró en el pecho de Rudd exactamente debajo del esternón. Un grito
estrangulado brotó de sus labios y pareció que durante un momento interminable
colgó de la punta de la lanza, los ojos desorbitados. Un espasmo le recorrió el cuerpo
al morir. Liliha soltó la lanza y retrocedió horrorizada. Rudd se derrumbó lentamente
y yació de costado; la lanza le sostenía grotescamente el cuerpo a pocos centímetros
del suelo.
Liliha miró fijamente al muerto; se sentía entumecida por la impresión. Si un
hombre merecía morir era Asa Rudd; sin embargo, Liliha experimentó un
estremecimiento de repugnancia al pensar que había matado con el arma que ella
manejaba. Había sido un acto casi inconsciente de su parte, pero ella había
provocado esa muerte.
Apartó resueltamente la mirada del cadáver, y por primera vez después de un
lapso que le pareció que había durado varias horas miró a las dos fuerzas
contendientes; y vio entonces que durante la noche habían muerto otros hombres,
hombres mucho mejores que Asa Rudd. Olvidó del todo a Rudd, y vio que Kawika y
sus guerreros perdían terreno constantemente. El muro ya no les pertenecía, y ahora
luchaban para salvar la vida. Liliha comprendió claramente que habían perdido la
batalla, y que la aldea de Hana pronto pertenecería a Lopaka.
Bajo los pies desnudos de Liliha el suelo tembló de nuevo, pero esta vez con
mayor violencia. Después, un tercer temblor sacudió la tierra y lo hizo con tal fuerza
que Liliha cayó. Un rugido gigantesco rasgó el cielo, y la mirada de la joven volvió
instintivamente hacia Hale-akala. Una gran nube de fuego, del color de la sangre,
estaba suspendida como un dosel sobre la montaña, y en el acto mismo de mirar
comenzó a agrandarse. Era una visión terrorífica, pero al mismo tiempo había en ella
una belleza tan sobrecogedora que Liliha sintió que se le cortaba el aliento.
De nuevo tembló la tierra y entonces Liliha comprendió lo que ocurría.
Pele demostraba su cólera y su desagrado, y poco después, un mar de fuego y
rocas ardientes caería sobre la aldea de Hana.

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Capítulo 20

Lopaka, que concentraba la atención en su combate con un guerrero de Hana, no


advirtió los temblores de la tierra. Cuando su contrincante al fin cayó, derribado por
un terrible golpe del garrote y quedó inmóvil en el suelo, Lopaka se irguió y se
volvió. Lo sobresaltó ver que, excepto unos pocos, los guerreros de ambos bandos
habían cesado la lucha y miraban en dirección a Haleakala.
En ese momento el temblor más intenso sacudió el suelo bajo los pies de Lopaka, y
éste oyó un estampido parecido a un trueno lejano. Lo desalentó e irritó comprobar
que la mayoría de sus guerreros arrojaban las armas y comenzaban a huir. Después,
su mirada se volvió hacia la montaña, y vio el resplandor rojo sobre la ladera.
Consciente de que poco después comenzaría a avanzar la lava, Lopaka corrió entre
sus guerreros gritando y exhortándolos a terminar la batalla.
—¡No hay nada que temer! ¡La tierra arroja fuego, pero aquí no tenemos nada que
temer!
Detuvo a un guerrero que pasaba huyendo. El hombre volvió hacia Lopaka el
rostro deformado por el miedo.
—¡Lopaka, Pele está enojada! ¡Envía contra nosotros una lluvia destructora!
¡Moriremos todos si permanecemos aquí!
—Aunque eso fuera cierto, pasará un tiempo antes de que la lava llegue a Hana.
Primero debemos derrotar a los guerreros de Hana. La victoria está al alcance de la
mano.
—¡No! —El guerrero se desprendió de la mano de Lopaka y huyó.
Maldiciendo, Lopaka avanzó unos pasos en la misma dirección, pero después se
detuvo. La desesperación lo abrumó cuando miró alrededor. Todos sus hombres
habían dejado de luchar; pudo ver sólo un puñado, y también estos huían.
¿Por qué debía afrontar la maldición de tener como guerreros a estos niños? Elevó
los ojos al cielo y expresó su cólera y su frustración con un potente grito. Todos sus
planes y sus esfuerzos de nada habían servido. Todo había terminado, y Lopaka
sabía que jamás podría organizar otro ataque contra Hana. En pocas horas, los
tambores difundirían la noticia de que Lopaka y sus guerreros habían perdido la
batalla, y todo porque la tierra había temblado bajo sus pies. En adelante, cuando se
pronunciara el nombre de Lopaka provocaría la risa de quienes lo oyesen.

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Otro temblor sacudió la tierra, y la mirada de Lopaka se volvió hacia las laderas
del Haleakala. El resplandor rojizo parecía más grande, pero Lopaka tampoco ahora
tuvo miedo; sólo experimentaba un sombrío sentimiento de derrota.
Su mirada recorrió de nuevo la zona de la batalla. Incluso los hombres de Hana
huían. De pronto, Lopaka vio a Liliha, de pie a cierta distancia del lugar del combate,
con los ojos fijos en Haleakala. La joven parecía no temer, y se mantenía
orgullosamente inmóvil, con la cabeza erguida. El odio explotó en Lopaka, y fue una
erupción más violenta que la del volcán. Su odio le recorrió la sangre como un
veneno; allí estaba la causa de su derrota y su vergüenza, y en un instante los
restantes pensamientos se borraron de su mente.
Sin pensarlo más, cruzó el claro con grandes zancadas. Al oír el ruido de los pasos,
Liliha miró alrededor, y agrandó los ojos cuando vio a Lopaka. El la rodeó con sus
brazos y se la puso al hombro antes de que ella pudiera moverse. El guerrero se
volvió y comenzó a cruzar la aldea. Sosteniendo contra él la figura que se debatía,
usó el segundo brazo para trepar el muro. Permaneció de pie sobre el borde sólo un
momento, mirando la ladera, y tratando de calcular la dirección del río de lava. Pero
no había modo de saberlo. De pronto, dos manos fuertes aferraron el hombro libre de
Lopaka. Lopaka miró al rostro furioso de Kawika. De una ojeada comprobó que el
otro no tenía lanza ni garrote de guerra. Kawika gritó:
—¡Déjala!
Lopaka rió brutalmente.
—Kawika, no acepto órdenes de un traidor. —Sin la más mínima advertencia,
Lopaka movió el brazo y lo descargó como un garrote de guerra. El antebrazo duro
como una roca golpeó el rostro de Kawika y le aplastó la nariz. Kawika retrocedió
tambaleándose, y movió desesperadamente los brazos en un intento de recobrar el
equilibrio. Lopaka volvió a golpearlo, y Kawika cayó del borde del muro. Golpeó con
fuerza el suelo, y yació inmóvil.
Lopaka volvió a reírse, apartando de su pensamiento al adversario. Miró hacia el
sur, y saltó al suelo por el lado externo de la pared. Conocía mejor ese lugar del
muro, ya que su campamento estaba en esa dirección.
No era que temiese la persecución, por lo menos inmediatamente. Incluso con
Liliha al hombro, fácilmente podía distanciarse de los hombres de Hana. Lo único
que necesitaba era delantera suficiente para matar a Liliha del modo más cruento y
doloroso posible. Una vez que lo lograse, se preocuparía del futuro.
David estaba tan comprometido en la batalla que tampoco prestó atención a los
primeros temblores de tierra. Sólo advirtió que ocurría algo extraño cuando de
pronto vio que no había combatientes alrededor. Había estado cabalgando en Trueno
y esgrimiendo el garrote de guerra, tenía que reconocer que con escasa eficacia.

~308~
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Probablemente la única razón por la cual aún estaba vivo era porqué los isleños
temían al caballo.
Detuvo a Trueno en un lugar libre de enemigos. Miró alrededor, desconcertado, y
sólo pudo ver guerreros que huían. Entonces oyó el retumbo y sintió temblar la tierra
bajo las patas del caballo. Trueno relinchó y se alzó sobre las patas traseras mientras
las delanteras batían el aire. David lo sofrenó, y se inclinó hacia adelante para
murmurar algo al oído del animal. Después, volvió los ojos hacia la ladera de la
montaña y vio el resplandor rojo en el cielo.
Una voz gritó exaltada:
—¿David?
Se volvió y encontró el rostro de Dick. El joven dijo:
—¿Qué demonios está ocurriendo? Todos huyen, y el suelo tiembla...
—Amigo mío, el volcán está activo. Hacia allá. —Dick indicó la montaña que se
dibujaba confusamente en la noche.— Es una erupción. La lava ardiente brota de las
entrañas de la isla, y sale por las grietas de la corteza terrestre. Ya está derramándose
hacia el mar. Abriguemos la esperanza de que el flujo de lava no venga en esta
dirección.
David recordó a Liliha, y miró rápidamente alrededor. No la vio. Después miró
hacia el muro. Vio dos hombres a la luz de las antorchas moribundas. Uno era
Kawika, y el otro tenía a Liliha sobre el hombro.
Antes de que David pudiera reaccionar de su asombro, vio que el hombre que
sostenía a Liliha golpeaba una y otra vez a Kawika y éste caía del muro y aterrizaba
en el suelo.
David comprendió que el hombre que tenía a Liliha debía de ser el guerrero
Lopaka. Un instante después la pareja desaparecía, oculta por el propio muro.
David espoleó a Trueno, y se acercó al lugar donde los había visto por última vez.
Utilizando como apoyo al caballo, trepó al muro, y tuvo tiempo de ver a Lopaka que
desaparecía en la jungla. Se dirigía hacia el sur, en una línea que tendía a acercarlo a
la costa.
David comenzó a descender con el propósito de iniciar la persecución. Después,
vaciló. A pesar de la carga de Liliha, el jefe nativo corría con notable velocidad, y
David comprendió que jamás lo alcanzaría a pie.
Volvió a montar en Trueno, volvió grupas al caballo y enfrentó de nuevo el muro.
Pensó saltarlo con Trueno. Pero vaciló nuevamente. En Inglaterra había salvado
vallas con el caballo, que solía actuar bien; pero nunca había saltado un obstáculo tan
alto. De acuerdo con su cálculo el muro tenía una altura aproximada de tres metros.
David sabía que Trueno era un animal valiente; por lo menos intentaría hacer lo que

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Patricia Matthews Amor Pagano

se le pidiese. Pero si fracasaba era muy probable que muriese en el intento. En ese
caso, David tendría que iniciar la persecución a pie, y sería responsable de la muerte
de un magnífico animal. De mala gana, obligó girar a Trueno, y en ese momento Dick
se acercó corriendo.
Sin aliento, Dick dijo:
—¿Se ha apoderado ese bandido de Liliha?
—Así es. Voy tras ellos —dijo David con gesto sombrío. Movió la cabeza cuando
llegó desde lo alto un estampido aún más fuerte que los anteriores. Contempló el
resplandor cada vez más intenso.— Dick, será mejor que vayas a la bahía, no sea que
el río de lava llegue aquí. No sé qué más podría sugerirte.
—¿Y tú?
—Si no salvo a Liliha de Lopaka, mi destino poco importará. —Se inclinó hacia
adelante, y aferró las riendas del caballo.— ¡Ahora, Trueno!
En pocos segundos Trueno corría a la mayor velocidad posible. David lo guió
hacia la playa; era el único camino que él conocía para evitar el muro. Se alegró de
que el recinto interior estuviese relativamente libre de matorrales, porque de ese
modo podía dar rienda suelta a su cabalgadura. Para el caballo era bastante fácil
esquivar los arbustos muy distanciados unos de otros.
El caballo salió de la aldea y David enfiló hacia el sur. La arena húmeda apagaba
el ruido de los cascos. David agradeció el resplandor de la erupción; emitía una luz
pálida y rojiza que le permitía ver los obstáculos en el camino. Después, advirtió que
no toda la luz provenía del volcán; comenzaba a amanecer.
Al frente vio el perfil del muro. Formuló una plegaria silenciosa, porque podría
rodear el extremo de la pared. Después, llegó al extremo de la construcción, y hasta
donde podía ver, el muro terminaba en el agua. El mar golpeaba su base.
Detuvo a Trueno y se aproximó más lentamente. Cuando una ola se retiró, vio una
faja de arena húmeda que tenía anchura suficiente para permitir el paso del caballo.
Cuando la ola siguiente rompió, retrocedió David y espoleó al animal. El caballo se
adelantó inquieto, y antes de que hubieran dejado atrás el muro, apareció la ola
siguiente, que rozó los flancos de Trueno. Se movió inquieto, y el pánico lo habría
dominado si David no le hubiese dicho al oído palabras tranquilizadoras.
Después, dejaron atrás el muro y comenzaron a remontar la orilla. David detuvo
un momento al caballo, y exploró la playa con la mirada. No vio a Lopaka; hasta
donde alcanzaba la vista, la playa estaba desierta. Como no deseaba demorarse,
David decidió avanzar hacia el sur, y obligó al caballo a iniciar un galope rápido.
Después de recorrer varios kilómetros de playa, aún no había visto a nadie.
¿Quizá Lopaka había huido en dirección contraria? ¿O se había internado en la isla?

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David experimentó un profundo desaliento. El guerrero podía haberse ocultado


en muchos lugares, y para empeorar las cosas, David no conocía bien la isla fuera de
la aldea.
No tenía más remedio que continuar el camino que había tomado.

Cuando de pronto se encontró en poder de Lopaka, Liliha se sintió aturdida y


conmovida. Tuvo relativa conciencia de los esfuerzos de Kawika para salvarla, y lo
vio tendido en el suelo un segundo antes de que Lopaka saltara del muro. ¿Kawika
había muerto?
Pero su inquietud más inmediata era el aprieto en que se hallaba. En su mente no
había muchas dudas acerca de las intenciones del jefe enemigo. El ataque a Hana
había fracasado, pero él la tenía en su poder, y Liliha estaba condenada a morir a
manos de Lopaka.
El corría velozmente, como si ella no pesara más que una lanza que cargara al
hombro; con cada paso que el hombre daba sacudía a Liliha, pero por lo menos,
impedía que recobrase del todo la lucidez.
Liliha alzó la cabeza para mirar hacia atrás, y la sorprendió ver que comenzaba a
amanecer. Podía ver un largo trecho vacío atrás; nadie los perseguía. A causa de la
confusión originada por el temblor de tierra, era probable que nadie hubiese visto a
Lopaka escapar con ella. Comenzó a luchar, y con los puños golpeó la ancha espalda
del nativo, al mismo tiempo que intentaba golpearle el rostro con las rodillas.
—Lucha cuanto quieras, Liliha; de nada te servirá.
Lopaka rió agriamente y la apretó con más fuerza, hasta que ella sintió que una
faja de acero le oprimía las entrañas. Comenzó a respirar con dificultad, y sus
esfuerzos se debilitaron. Temerosa de desmayarse, Liliha abandonó la lucha,
decidida a esperar hasta que sus posibilidades de fuga fuesen mejores.
Vio que Lopaka corría a lo largo de los riscos, y que se acercaba al valle que se
extendía por el centro de la isla. Se volvió para evitar que las ramas de un árbol le
golpeasen el rostro, y en ese instante vio el centelleo de una cascada a poca distancia.
Adivinó que él la llevaba a su campamento, el lugar de donde ella había huido con
Kawika. Pero, ¿por qué no cortaba camino por la ladera de la montaña? La línea de la
costa implicaba un recorrido por lo menos doble. Pronto comprendió cuál era la
respuesta; atravesar la jungla implicaba avanzar más lentamente, y en cambio, un
sendero muy transitado seguía la sinuosa línea de la costa.
Y entonces lo oyó... el repiqueteo distante de los cascos de un caballo. ¡Tenía que
ser David montado en Trueno. Se sintió más reanimada. Lopaka también lo oyó. Se
detuvo y escuchó con la cabeza inclinada.

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—Es el blanco, tu inglés —dijo con un gruñido— montado en su perro de orejas


largas. Pero no te salvará, Liliha; yo lo impediré, aunque signifique mi propia
muerte. Mis planes han fracasado, y si he de morir, tú me acompañarás.
Las palabras de Lopaka apenas se registraron en la conciencia de Liliha. Alzó la
cabeza y con toda la fuerza de sus pulmones gritó el nombre de David.
Lopaka rió y reanudó la carrera. Aguzando el oído, Liliha trataba de percibir el
más mínimo ruido. Le pareció que los cascos del caballo indicaban una carrera más
veloz, y que se acercaban. Y entonces lo vio: el gran caballo negro que se acercaba, y
David montado en él.
Lopaka se detuvo, y miró hacia atrás. Con un gruñido cambió de dirección y
avanzó hacia el borde del risco. Aún no estaban muy cerca del borde, y por lo tanto,
Liliha no podía ver la playa; pero conocía ese tramo del sendero. Abajo había
infinidad de ariscas rocas, y ella comprendió la intención de Lopaka. ¡Pensaba saltar
del risco, de modo que ambos muriesen en la caída!
Liliha reunió todas sus fuerzas. Apoyó ambas manos sobre la espalda de Lopaka,
y recogió las rodillas. Después, presionando con las manos y las rodillas, arqueó la
espalda con toda su fuerza y consiguió desprenderse de la mano de Lopaka y caer al
suelo. Golpeó el suelo con tremenda fuerza, pero tuvo presencia de ánimo suficiente
como para comenzar a rodar inmediatamente con la esperanza de que su
movimiento la alejase del borde del risco.
Después de rodar sobre sí misma media docena de veces, se arriesgó a mirar hacia
atrás. Lopaka había reaccionado, y se acercaba dando grandes saltos. Apoyándose en
las manos y las rodillas, Liliha lo esquivó; pero sabía que nunca podría escapar del
todo. Lopaka era demasiado rápido.
El repiqueteo de los cascos resonó muy cerca, y una forma oscura se interpuso
entre ella y Lopaka. Liliha se sentó, a tiempo para ver que David salía despedido de
la montura del caballo. El inglés golpeó a Lopaka entre los hombros, al tiempo que
cerraba los brazos sobre el cuerpo del guerrero. El impacto del salto derribó a los dos
hombres, y un instante después se aferraron el uno al otro, rodando como si hubieran
sido un solo cuerpo.
Alarmada, Liliha advirtió que se acercaban al borde del risco. Se incorporó de un
salto y gritó:
—¡David! ¡Vais hacia el abismo!
Por lo que pudo ver, ninguno de los dos hombres la oyó; y tampoco le prestaron
atención. Estaban unidos en mortal abrazo, y David parecía frágil como una caña de
bambú contra los anchos hombros y el pecho de Lopaka. Liliha vio que Lopaka
acentuaba la presión de su apretón sobre el pecho de David. La cabeza de David se
arqueó hacia atrás, y abrió la boca en un grito silencioso de agonía. Frenética, Liliha

~312~
Patricia Matthews Amor Pagano

buscó algo que pudiera usar como arma. No había nada, ni siquiera un pedazo de
madera.
Cuando volvió los ojos hacia los combatientes, la sobresaltó ver que se habían
puesto de pie. Ambos estaban peligrosamente cerca del borde del abismo. Siempre
abrazados, se balanceaban hacia adelante y hacia atrás, mientras los brazos
poderosos de Lopaka apretaban el pecho de David. David tenía el rostro enrojecido y
pugnaba por respirar; pero aun así luchaba gallardamente.
Liliha se acercó, tratando de encontrar el modo de ayudar. Entonces vio que David
separaba los pies calzados con botas. Pareció encogerse a causa del apretón de
Lopaka y de pronto abrió los brazos y golpeó los bíceps del nativo. Cuando Lopaka
tuvo que aflojar el apretón, David apoyó los brazos en el pecho del guerrero y
empujó. Lopaka perdió el equilibrio, y se acercó trastabillando al borde del arrecife.
Después, comenzó a caer, pero al hacerlo extendió una mano que parecía una gran
garra y aferró el hombro de David.
Lopaka cayó, llevándose consigo a David, y los dos hombres desaparecieron.
Liliha corrió y gritó, y se arrodilló al borde del vacío. Tenía los ojos enturbiados
por las lágrimas, y como a través de una bruma vio el cuerpo de Lopaka golpear las
rocas, allá abajo. Gritó:
—¡David! ¡Amor mío!
Una voz gritó:
—¡Liliha!
Era la voz de David. Ella se enjugó las lágrimas. ¿Estaba oyendo voces,
imaginando algo que no existía?
—Aquí, Liliha. Aquí abajo.
Se inclinó hacia adelante, peligrosamente, y vio aliviada la figura de David. Había
una estrecha saliente rocosa unos tres metros más abajo. David estaba acostado allí,
aferrado a un arbusto que crecía entre las rocas.
—¡David! ¿Estás bien?
—Creo que no tengo nada roto, sólo que estoy sin aliento. —Tenía la voz débil.
Miró hacia arriba.— Pero no tengo espacio para permanecer de pie, y aunque
pudiera, el borde está muy alto y no logro alcanzarlo.
—No te muevas. Quédate así. Regresaré en un momento.
Liliha se apartó del borde y se puso de pie. A poca distancia había un árbol, y
sobre él crecía una gran enredadera. Liliha se acercó rápidamente al árbol. Los
zarcillos de la enredadera eran gruesos y sólidos. La joven dio un salto y arrancó un
extremo de la planta, y continuó su trabajo hasta que tuvo casi diez metros

~313~
Patricia Matthews Amor Pagano

enroscados en el suelo. Dobló la espesa enredadera, tratando de quebrarla, pero


resistió todos sus esfuerzos.
Exploró el lugar hasta que encontró dos rocas, una grande y lisa, la otra más
pequeña y afilada. Depositó bajo la enredadera la roca más grande y comenzó a
golpear aquella con el borde afilado de la segunda roca. Después de muchos
esfuerzos, la enredadera finalmente se cortó. Mientras musitaba una plegaria de
agradecimiento, Liliha corrió hacia el borde del acantilado.
—¡David, toma esto!
Dejó caer la enredadera, hasta que David pudo aferrar el extremo.
—¿Tienes fuerzas para elevarte?
—Creo que sí.
—Enrosca la enredadera alrededor de tus muñecas y apoya los pies en la pared
del risco.
El asintió. Liliha como hasta un cocotero próximo, y aseguró la enredadera al
tronco. Gritó:
—Ahora, David. Ya está bien firme.
Un instante después la enredadera se puso tensa; Liliha apoyó los pies contra el
tronco de la palmera, y sostuvo firmemente la improvisada cuerda. Una vez que la
enredadera comenzó a deslizarse, la fricción le quemó las palmas de las manos. Pero
ella aferró con más fuerza y consiguió evitar que continuara deslizándose.
Oyó ruidos atrás, y miró por encima del hombro. Un momento después
aparecieron la cabeza y los hombros de David. Jadeando, David pasó laboriosamente
el extremo del risco. Finalmente, se acostó en el suelo.
—Ya está, Liliha. Puedes soltar eso.
Ella dejó caer la enredadera y corrió hacia David. El joven estaba sentado; dirigió
una sonrisa triste a Liliha. Ella se arrodilló y lo abrazó.
—¡Oh, David! Sentí que se me paralizaba el corazón cuando creí que habías
muerto al mismo tiempo que Lopaka —dijo entre sollozos, mientras le cubría de
besos el rostro.
David la abrazó, y pronunció palabras tranquilizadoras al oído de Liliha. Se
acostaron en el suelo, y Liliha al fin comprendió que no podía negar su amor por él,
por mucho que hubiese intentado rechazarlo.
—David, para mí lo eres todo —murmuró—. Estaba equivocada. No puedo vivir
sin ti.
El sonrió.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Yo sabía que si demostraba bastante tenacidad, con el tiempo comprenderías la


verdad.
En cualquier ocasión, incluso una hora antes, la seguridad que él demostraba la
habría irritado. Ahora, ella se limitó a reír afectuosamente y se sentó, mientras se
apartaba los cabellos de los ojos. Desde el lugar en que Liliha estaba podía ver todo el
valle. De pronto contuvo la res¬piración.
—¡David, mira!
David se volvió para mirar en la dirección qué ella señalaba. Un río de lava
descendía inexorable por la ladera y se mezclaba con el agua de la cascada. Cuando
la lava candente chocaba con el agua, se elevaban nubes de vapor.
—¡Dios mío! —exclamó asombrado David.
Liliha se volvió para mirar en la dirección en que estaba Hana. Se puso de pie y se
acercó a un lugar desde el cual podía ver la ladera de la montaña. La lava que
descendía por una quebrada, hacia el valle, se desplazaba velozmente, pero un brazo
de roca fundida también avanzaba hacia el lugar que ellos ocupaban. Cuando David
se acercó, Liliha le mostró el peligro que los amenazaba.
—David, debemos regresar deprisa a Hana, porque de lo contrario la lava nos
arrinconará contra el mar. E incluso si partimos ahora es posible que no nos
salvemos.
—Lo lograremos. —David entró en acción. Emitió un agudo silbido y Trueno
respondió a la llamada desde el lugar en que estaba reposando, a poca distancia de
allí. El animal se acercó al trote.— Estoy seguro de que gracias a Trueno saldremos a
tiempo de este lugar.
Montó, y ofreció la mano a Liliha para ayudarla a hacer lo mismo.
Liliha ciertamente no estaba tan segura de que Trueno pudiera ganarle la carrera a
la lava. Gracias a los relatos escuchados desde su infancia, sabía que la velocidad de
la lava podía ser muy engañosa. A veces parecía que se desplazaba lentamente, pero
en realidad se movía con velocidad mucho mayor que lo que el ojo percibía. Además,
podía cobrar velocidad a causa de la presión originada en el volcán. Trueno
avanzaba a buen paso y Liliha miraba aprensiva hacia la ladera. A veces veía el
temible flujo a través de los huecos que dejaban los árboles.
David sofrenó bruscamente a Trueno.
—Maldición —exclamó—. Y ahora, ¿qué es esto?
Detrás de David, Liliha asomó la cabeza para ver. Ante ellos vio arrodillado a un
hombre vestido de negro. Estaba directamente en el camino del flujo de lava, las
manos unidas en actitud de súplica. Era el reverendo Jaggar, y Liliha vio que movía
los labios en una plegaria silenciosa.

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Patricia Matthews Amor Pagano

—Reverendo Jaggar —gritó Liliha—. Salga de aquí. ¡La lava lo quemará vivo!
Durante un momento Liliha pensó que no la había oído. Después, volvió la cabeza
hacía ella. Esos ojos negros, generalmente iluminados por el fanatismo, ahora estaban
apagados e inertes.
—Eres tú, Liliha. Perdóname por todo lo que te he hecho...
—¡Maldito sea, hombre! —rugió David—. ¿No oye lo que ella dice? Es hombre
muerto si continúa aquí. ¿Es tan estúpido que no lo entiende?
—Es la suerte que merezco —murmuró Jaggar—. El Todopoderoso descarga su
cólera sobre mí. Desea que yo expíe mis pecados. Sólo puedo desear que él me
perdone antes de descargar su cólera sobre mi cabeza.
—Reverendo, su actitud es absurda —dijo Liliha. Involuntariamente miró hacia la
ladera de la montaña. La lava estaba más cerca, mucho más cerca, y Liliha vio que se
movía más velozmente.— No niego que usted ha hecho cosas terribles, pero su
muerte nada resolverá. Creo que su Dios será más bondadoso con usted si continúa
trabajando por El.
—No soy digno —dijo Jaggar, pero Liliha creyó ver una luz de esperanza en los
ojos hundidos.
—Si le perdono lo que me hizo y prometo ayudarle, ¿reconsiderará su absurda
actitud?
Jaggar se puso de píe; en su rostro se dibujó una expresión ansiosa.
—¿Haría eso, Liliha? ¿Perdonaría todas las ofensas que yo le he infligido?
—Lo intentaré —dijo Liliha, y casi enseguida comprendió que decía la verdad. Ya
no sentía animosidad contra él, y en Hana ya habían muerto muchos hombres... la
muerte de este ser lamentable no sería útil para nadie.
David desmontó.
—Cabalgue con Liliha. Vamos, hombre, no hay tiempo que perder.
Sobresaltada, Liliha preguntó:
—David, ¿crees que...?
David hizo un gesto.
—No te preocupes, querida —dijo. Jaggar avanzó vacilante, y David tomó de la
cintura al ministro y lo montó sobre el caballo, detrás de Liliha. David descargó una
palmada sobre la grupa del caballo, y Trueno comenzó a trotar.
David corría al lado, con las riendas en la mano. Corrieron un trecho
paralelamente al río de lava, pero de pronto treparon una pendiente que pasaba al

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lado de una quebrada; el flujo ardiente se hundió en la hondonada, a pocos metros


de distancia.
Liliha frenó a Trueno y desmontó. Ella y David contemplaron temerosos la lava
humeante que se hundía en la quebrada y caía al mar. Del río de fuego brotaron
grandes nubes de vapor, chispas y cenizas ardientes. Una chispa tocó el brazo de
Liliha; la joven retrocedió un paso y se tocó el brazo. Ansiosa de ver qué suerte había
corrido la aldea, se volvió para hablar a David, pero casi enseguida se interrumpió.
El reverendo Jaggar se había arrodillado al borde de la quebrada, y alzaba las
manos unidas.
—Dios Todopoderoso, te agradezco nuestra salvación. En adelante, consagraré
todos mis esfuerzos a tu obra, cooperando con la reina Liliha, y todo cuanto esté a mi
alcance para corregir mis costumbres pecaminosas...
Al fin, la paz volvió a Hana.
El belicoso Lopaka había muerto, y ahora que no tenían jefe, sus guerreros no
constituían una amenaza. Incluso la cólera de Pele se calmó ante la muerte de
Lopaka, y el río de lava no dañó a Hana. La montaña se tranquilizó y retornó a su
pacífico sueño; el angosto río de lava se enfrió y endureció.
La tercera noche después de la demostración de cólera de Pele, el pueblo de Hana
se reunió en la playa de la bahía y celebró el retorno de la paz con un luau. Ardió un
enorme fuego, y un gran cerdo traído de Lahaina por el Promesa fue enterrado en la
arena, rodeado por piedras calientes y envuelto en hojas. Todos se reunieron
alrededor del fuego y bebieron el licor awa en calabazas. Al día siguiente los
nombres partirían en canoas para la isla de Hawai, y regresarían con las mujeres y
los niños. El regreso de la caravana naturalmente sería festejado con otro luau,
destinado a homenajear a la tripulación del Promesa, que al día siguiente partiría sin
la presencia de David Trevelyan.
Liliha sonrió a David, que estaba al lado, y extendió la mano para acariciarle el
muslo. El inclinó la cabeza y guiñó un ojo mientras se llevaba a los labios la calabaza
llena de awa. Liliha se sentía feliz, satisfecha y amada. Su mirada encontró la de
Kawika, que estaba enfrente. Las palabras no habían sido necesarias; cuando ella
regresó a la aldea con David, una sola mirada dirigida a la pareja indicó a Kawika
que la había perdido. Después, él se mostró silencioso y retraído, pero resignado,
pues no había intentado presionarla.
Kawika se puso de pie, y después de rodear el fuego se acercó a Liliha. Ella lo
miró, temiendo una escena desagradable. Pero Kawika estaba pensando en otra cosa.
—Liliha —dijo—, ¿continuarás siendo alii-nui de Hana?
—No. —Liliha meneó firmemente la cabeza.— Jamás olvidaré cuántos hombres de
Hana murieron por obedecer mis órdenes. Cuando las mujeres y los niños regresen,

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¿cómo les explicaré la suerte que corrieron los hombres a quienes enterramos ayer?
¡Temo mirarlos a la cara!
—Pero eso es absurdo, Liliha—protestó Kawika—. Fue necesario para defender la
aldea contra Lopaka, y Lopaka ya no existe.
—Siempre puede aparecer otro Lopaka, y deseo no verme otra vez en la
obligación de decretar la muerte de nuestros hombres. Mi último acto como alii-nui
será ordenar que derriben el muro y que arrojen las piedras al mar.
—Entonces, ¿quién será alii?
—Mi madre, Akaki. Ahora que se ha restablecido la paz, la aceptarán y respetarán,
y yo le hablaré de tu valentía, Kawika. —Sonrió.— Se sentirá agradecida, como lo
estamos todos, y puedes tener la certeza de que utilizará tus servicios.
Kawika le dirigió una mirada inescrutable, miró un instante a David y se alejó.
David dijo en voz baja:
—Lo compadezco, al mismo tiempo que experimento un sentimiento de triunfo
porque al fin te he conquistado.
—No es necesario que lo compadezcas. Amará a otra mujer. —Adoptó una actitud
pensativa.— Es lamentable, pero muchas mujeres hermosas no tendrán marido ni
amante a causa de las muchas muertes que sufrimos en combate.
Ella calló cuando los tambores y las calabazas comenzaron a sonar, y las voces
entonaron un coro. Con alegres gritos varios hombres se pusieron de pie y
comenzaron a bailar. Todos callaron alrededor del fuego mientras los bailarines
explicaban con los movimientos de las manos y el cuerpo la historia del triunfo de los
guerreros de Hana sobre el perverso Lopaka.
Liliha miraba, pero sólo una parte de su mente prestaba atención a los bailarines.
Sus pensamientos se ocupaban sobre todo de David y de la vida que él había
planeado para ambos. David ya había explorado la isla en busca de tierras que
fuesen aptas para el cultivo de la caña de azúcar. La tarde de la víspera él la llevó a
un hermoso promontorio que se elevaba sobre la costa sur de Hana; allí proyectaba
levantar la casa donde habitarían. Liliha nunca lo había visto tan entusiasmado; ella
compartía ese entusiasmo, pues sabía que poco importaba si el plan de cultivo de la
caña terminaba en nada. Liliha se sentiría feliz mientras ella y David estuviesen
unidos, mientras compartiesen el resto de sus vidas.
Su atención retornó al fuego cuando cesó el repiqueteo de los tambores. Vio que
Dick Bird se ponía de pie. Estaba resplandeciente con sus prendas más elegantes, e
incluso se había puesto el sombrero de copa. Había bebido bastante, y tenía las
mejillas sonrosadas y los ojos brillantes. Los bailarines y los músicos permanecían
quietos y callados, lo miraban asombrados.

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Frente a Liliha, Dick se descubrió e inclinó el cuerpo en una reverencia. Dijo:


—En Inglaterra recité algunos versos para Liliha. Pero no concluí esas estrofas.
Ahora las he terminado, y deseo que todos las escuchen, si me conceden su amable
atención.
Oh, Liliha fue una dama
Y princesa de su isla
Y acabó amando a un haole,
Un hombre de piel blanca y rubios cabellos
El la salvó de Molokai
Y combatió por ella
Y el final de esta historia es muy feliz
Porque pronto ella será su esposa
Oh, Liliha, princesa de las islas
Jamás olvidaré el día
Cuando te casamos bajo los cocoteros
En la lejana Maui.

Al final del verso, Dick se inclinó y casi perdió el equilibrio. Aunque los isleños no
habían entendido una palabra, manifestaron a gritos su aprobación, y Liliha aplaudió
entusiasmada. Extrañaría a Dick; partiría al día siguiente en el Promesa. David y
Liliha habían intentado convencerlo de que se quedara por lo menos hasta la boda,
pero Dick había rehusado, diciendo:
—Hay muchas aventuras que todavía no he vivido, muchas canciones que aún no
he compuesto. No, reanudaré mis viajes. Pero os aseguro que un día regresaré.
La mirada de Liliha se volvió hacia el reverendo Jaggar, temiendo que el religioso
desaprobara tan pecaminosa frivolidad; pero el sacerdote aplaudía como los demás,
sus labios dibujaban una leve sonrisa. El misionero había cambiado mucho. Pronto
viajaría a otras islas para cumplir lo que consideraba su misión; pero había aceptado
permanecer en Hana con el fin de celebrar el matrimonio cristiano de David y Liliha,
una ceremonia que, como bien lo sabía Liliha, complacería mucho a su amado, a
pesar de que él se había abstenido cuidadosamente de mencionar el hecho.
Con una sonrisa, ella se inclinó para murmurar algo al oído de David. El asintió, se
puso de pie y ayudó a incorporarse a la joven. Tomados de la mano se alejaron del
fuego, mientras los tambores volvían a sonar.

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Había luna llena, y sus rayos iluminaban la playa. Continuaron caminando hasta
que ya no pudieron ser vistos por los hombres reunidos alrededor del fuego; pero
aún podían oír la pulsación rítmica de los tambores.
Finalmente, Liliha pidió a David que se detuvieran. Dijo:
—No es costumbre de nuestro pueblo que las mujeres bailen el huía, aunque estoy
segura de que eso cambiará muy pronto. Pero las mujeres conocen bien el huía.
Bailamos en secreto la danza, o a veces —agregó sonriendo— para nuestros hombres,
en la intimidad de las chozas. Ahora, David, quiero danzar para ti.
Liliha se apartó de David, y se despojó de la falda kapa. Con los ojos fijos en
Liliha, David se sentó para mirar.
Al principio, lentamente, Liliha comenzó la antigua danza, y las manos y el cuerpo
hablaron un lenguaje que era elocuente y universal.
David, que observaba atentamente, se sintió conmovido casi hasta las lágrimas,
pues sin palabras ella estaba explicándole su amor, un amor que vencía todos los
obstáculos, un amor que jamás moriría.
Cuando la danza terminó, David abrió los brazos:
—Ven querida —dijo.
Liliha se acercó, casi con timidez, y él la acostó a su lado sobre la arena que aún
estaba tibia por el calor del día.

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