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Deuda, vivienda y trabajo: una agenda feminista para la

pospandemia
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El virus aceleró en todo el planeta la comprensión del


neoliberalismo en sus mecanismos perversos sobre cuerpos
concretos. ¿Alguien imagina qué sería de esta pandemia sin la
previa que vienen haciendo el feminismo y otras militancias sobre
la politización de los cuidados, los trabajos esenciales
invisibilizados, el endeudamiento público, los extractivismos, la
violencia machista? El campo de batalla del capital contra la vida
no es abstracto, está compuesto de cada lucha contra la
precariedad que están atravesando ahora mismo esta crisis. Por
Verónica Gago y Luci Cavallero.

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Este ensayo se publica simultáneamente en Revista Anfibia y elsaltodiario.com

De las imágenes de dolor que circulan hace semanas, no hay trivialización posible. El
virus ha acelerado en forma simultánea en todo el planeta la comprensión del
neoliberalismo en sus mecanismos mortíferos sobre cuerpos concretos. Podríamos decir
que esto no es una novedad. El neoliberalismo ha mostrado que convive perfectamente
con máquinas de muerte: las que suceden en las fronteras y en los campos de
refugiadxs por nombrar las más brutales. Pero ahora el virus, que no discrimina por
clase y no selecciona según el pasaporte, ha montado un ensayo general de la vida
neoliberal como un espectáculo que vemos suceder online, con conteo necropolítico en
tiempo real. A partir de ésto, hay dos lugares de enunciación que no nos resultan
eficaces. Una rápida partida de defunción para el capitalismo (que incluye desde un
editorial del Washington Post pasando por teóricos consagrados) o, en contrapunto, una
insistencia en que la pandemia confirma el control capitalista totalitario sobre la vida.

Queremos enunciar desde nuestra práctica al interior del movimiento feminista para
preguntarnos cuáles son las luchas que empujaron a la crisis de legitimidad del
neoliberalismo actual y marcar los campos abiertos hoy mismo, en la crisis y, por tanto, lo
que está en juego como posibles salidas. Queremos, por eso, poner en acción las claves de
lectura que produjo el feminismo para comprender el futuro que se está haciendo ahora
mismo. ¿O alguien se imagina qué sería esta pandemia sin la previa politización de los
cuidados, sin la militancia por el reconocimiento de las tareas de reproducción y la
valorización de las infraestructuras de trabajos invisibilizados, sin la denuncia del
endeudamiento público y privado, sin la contundencia de las luchas anti-extractivistas
para defender los territorios del saqueo de las corporaciones?
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Foto: Emiliana Miguelez

No es de la nada que hoy existe un vocabulario y unas prácticas para denunciar los
efectos del despojo de la salud pública, de la superexplotación de los trabajos precarios y
migrantes y del aumento de la violencia doméstica en el encierro. A nivel mundial, los
movimientos sociales están en alerta porque al fin de la pandemia existe el riesgo de
quedar más endeudadxs por acumulación de alquileres y servicios impagos, por
alimentos que no dejan de aumentar, por mayor deuda de los estados que decidan
salvar a los bancos. Se denuncian, cada día, las derivas securitistas, militaristas y racistas
de la crisis. Es necesario explicitar las luchas que están atravesando ahora mismo esta
crisis, resaltar las demandas de los feminismos y de los movimientos contra la
precariedad en general. Y, finalmente, insistir con que si el mundo está cambiando es
porque, como se lee en algunas paredes, la llamada normalidad era y sigue siendo el
problema.

Queremos plantear entonces una serie de puntos que actualizan una agenda abierta,
colectiva, que existía previa a la pandemia y que nos sirve, como recurso común, para
respirar e imaginar salidas.

Extender la cuarentena a las finanzas

A medida que avanzaban los números de los cuerpos infectados por el virus, las bolsas
de todo el mundo iban cayendo. Una vez más, las finanzas exhiben su dependencia de la
fuerza de trabajo a la hora de detentar valor. Los gobiernos pro-austeridad de Europa
dieron un volantazo y derivaron recursos a los servicios sociales en emergencia, pero
reforzando tintes nacionalistas o securitistas. En Argentina, la emergencia desplazó la
renegociación de la deuda con el FMI, mientras el propio FMI -junto al Banco Mundial-
pidió la condonación de deuda para algunos países para aliviar los efectos de la
pandemia.

Sin embargo, esto no anula el problema del endeudamiento público y privado. Sino que,
más bien, nos plantea la exigencia de expandir la cuarentena financiera más allá de la
pandemia. Una semana antes de que se conociera el primer caso de coronavirus en
Argentina, las feministas marchábamos con una bandera que decía “La deuda es con
nosotres” y “¡Vivas, libres y desendeudadas nos queremos!”, poniendo imágenes
concretas al diagnóstico que ahora se hizo sentido común: que el capital explota
nuestras vidas precarizadas tengamos o no tengamos salario.

Sabemos que una posibilidad que se juega en esta crisis a nivel global es el
relanzamiento de la deuda privada como manera de completar los ingresos que no
alcanzan para pagar alquileres que se acumularán, para comprar alimentos cada vez
más caros y para pagar servicios públicos. Un nuevo ciclo de endeudamiento fue lo que
en Europa y EEUU se planteó como “solución” para relanzar el consumo después de la
crisis de 2008. ¿Hay capacidad para que esta vez esa “salida” no sea una opción?

A partir de demandas específicas de los movimientos sociales, varios gobiernos


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aplazaron los pagos de préstamos personales e hipotecarios, suspendieron desalojos y
otorgaron ingresos extraordinarios para la cuarentena. La pregunta es qué sucederá una
vez que esas medidas se relajen y, sobre todo, en tanto no logren evitar el
endeudamiento personal para atravesar la crisis. Queda evidenciada una disputa por el
destino y el monto de los gastos sociales. Legitimados como extraordinarios por la
emergencia sanitaria, no pueden aislarse como medidas de excepción sino que son la
punta de lanza de una reorganización necesaria y urgente del destino de los fondos
públicos y de reorientación de la estructura tributaria.

Sabemos que los subsidios sociales que parecen meras transferencias monetarias están
cargados de valores morales que legitiman o deslegitiman formas de vida. Desde el
latiguillo de que los subsidios retribuyen la vagancia (una discusión que viene del siglo
XVIII) a los mandatos de género que se ensamblan con los recortes presupuestarios,
podemos ver qué población es seleccionada en cada momento para asumir las
privaciones y los castigos. Ahora, ante el suspenso global de la austeridad como medida
emergencial, la disputa es cómo se determina políticamente a quiénes van las ayudas y
cómo dejan de tener carácter transitorio.

La batalla por lo público no es sino batalla por la redistribución de la riqueza. El colapso


lo están conteniendo lxs trabajadorxs de la salud y las redes y organizaciones populares
que producen desde barbijos hasta reparten alimentos. Hoy más que nunca es posible
cuestionar la segmentación clasista en el acceso a la salud.

Aquí se juega también, una concepción sobre el trabajo, sobre quiénes producen valor y
sobre qué modos de vida merecen ser asistidos, cuidados y rentados.

En ese sentido se inscriben los reclamos por una renta básica, universal, por una renta
de cuidados y lo que, de modo general, podría pensarse como un “salario feminista”.
Todas medidas que son indisolubles, para que sean efectivas, de la ampliación de los
servicios públicos.

Foto: Gisela Volá

Lo doméstico como laboratorio del capital.

El retraso de algunos gobiernos en declarar la cuarentena o la burla sobre la gravedad


de la pandemia de otros ha marcado escenarios políticos bien diversos. Están los
mandatarios que en una performance de virilidad decadente apostaron a un
malthusianismo social con consecuencias catastróficas -como vemos en Estados Unidos,
en Gran Bretaña y como se anuncia en Brasil e India-. Podría pensarse cada una de estas
respuestas como una particular conjunción entre un neoliberalismo que no termina de
morir y unas formas fascistas que vienen a su salvataje. Hay otros mandatarios que
retacearon las medidas de seguridad para lxs trabajadorxs -como en Chile y Ecuador o
hasta cierto momento en Italia-. En Argentina, en cambio, el gobierno se ha anticipado
con medidas sanitarias y económicas para la contención de los efectos de la pandemia.

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La cuarentena como medida pública está siendo eficaz en reducir la cantidad de
contagios por día, en el marco de países con sistemas de salud devastados por años de
políticas neoliberales.

Por otro lado, como se insiste especialmente desde las perspectivas feministas, sabemos
que hay múltiples formas de cuarentena, segmentadas por géneros, clase y raza y, aún
más, que no todos los cuerpos tienen la posibilidad de quedarse en una casa y también
que los encierros implican abusos y violencias machistas para muchxs. En este
panorama aparece la complejidad, relevada desde abajo, de lo que implican medidas
sanitarias globales y generales. Por eso, vemos cómo las luchas por el derecho a la
vivienda se interconectan y se complejizan con las denuncias por el aumento de la
violencia machista. El récord de femicidios en tiempos de cuarentena exhibe algo que se
venía ya diagnosticando: la implosión de hogares, verdaderos campos de guerra para
muchas mujeres, lesbianas, travestis y trans que ensayan tácticas de fuga y que ahora,
virus mediante, pasan 24 horas con los agresores. El ruidazo feminista del lunes pasado
en Argentina puso audio a esa violencia sorda. Se caceroleó en pasillos de la villa, en
balcones y patios, inventando formas de protesta para evidenciar que la cuarentena no
sea sinónimo de aislamiento. Porque la casa no puede ser un lugar de especulación
inmobiliaria ni de violencia machista es que cuando pase esta pandemia quedará un
horizonte en relación a la lucha por el acceso a la vivienda y una pregunta más profunda:
¿dónde, cómo y con quién queremos vivir? ¿Qué significa producir una espacialidad
feminista que a la vez que problematice el #quedateencasa propuesto por los gobiernos
no solo contraproponga como alternativa a la violencia machista la construcción de
refugios? También aquí la pregunta que se reitera es por qué hogar es sinónimo de
familia nuclear heterosexual: es en esas familias donde se produjeron 12 femicidios en
los primeros 10 días de cuarentena. Estos diagnósticos son profusos gracias a una
politización feminista que lo ha puesto de relieve desde el primer momento y que ha
desidealizado la noción misma de espacio doméstico como lugar seguro.

Queremos dar un paso más y preguntarnos cómo el capital aprovechará esta medida de
encierro para reconfigurar las formas de trabajo, los modos de consumo, los parámetros
de ingreso y las relaciones sexo-genéricas. Más concretamente: ¿estamos ante una
reestructuración de las relaciones de clase que toma como escena principal el ámbito de la
reproducción?

La politización del espacio doméstico es una bandera feminista. Hemos dicho que ahí se
produce valor, que los cuidados que sostienen la vida son históricamente invisibilizados
e imprescindibles, que el encierro entre cuatro paredes es un orden político de
jerarquías patriarcales. ¿Puede leerse aquí una traducción del capital que busca
aprovechar esta crisis hiperexplotando el espacio doméstico? ¿Será que el imperativo del
tele-trabajo, de la escuela en casa, del home-office, está llevando al máximo la exigencia
de productividad a esa casa-fábrica que funciona puertas adentro y todos los días de la
semana sin límite horario? ¿Quién puede asegurar que una vez pasada la emergencia
sanitaria esos avances en la flexibilización laboral que atomizan a lxs trabajadorxs y que
los precarizan aún más vayan a retroceder?
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Volvemos a preguntarnos: ¿de qué tipo de casas hablamos? Interiores con poco espacio,
saturados con cargas familiares, ahora también deben ser productivos en trabajos que
hasta hace unos días se realizaban en oficinas, fábricas, talleres, comercios, escuelas y
universidades. Hay una exigencia de hiperactividad a la vez que cada vez nos movemos
menos. El capital minimiza sus costos: nosotrxs, trabajadorxs, pagamos el alquiler y los
servicios de “nuestro” lugar de trabajo; nuestra reproducción social si no “necesitamos”
transporte para ir a trabajar también se abarata; mientras los delivery por plataformas
aseguran logísticas precarias de reparto.

El espacio doméstico también excede las casas: está formado por los espacios barriales y
comunitarios, que son súper-explotados ante la crisis, que inventan redes con recursos
escasos y que hace tiempo ya hablan de una situación de emergencia.

Foto: Emiliana Miguelez

La lectura feminista del trabajo deviene clave anti-neoliberal general

La cuarentena amplifica la escena de la reproducción social: es decir, la evidencia de la


infraestructura que sostiene la vida colectiva y de la precariedad que soporta. ¿Quiénes
sostienen la cuarentena? Todos los cuidados, las tareas de limpieza y mantenimiento, los
múltiples trabajos del sistema de salud y de agricultura hoy son la infraestructura
imprescindible. ¿Cuál es el criterio para declararlos como tales? Que expresan el límite del
capital: aquello de lo que no puede prescindir la vida social para continuar. También hay
toda un área de logística y reparto del capitalismo de plataforma que a pesar de confiar
en la metafìsica de los algoritmos y el GPS se sostiene con cuerpo concretos. Esos
cuerpos, en general migrantes, son los que cruzan la ciudad desierta, los que permiten -
con su exposición- mantener y abastecer el refugio de muches.

Se trata de áreas de trabajo que tienen los rasgos del trabajo feminizado y precario. Las
tareas históricamente depreciadas, mal pagas, no reconocidas o directamente
declaradas no-trabajo se revelan como la única infraestructura insustituible. Una suerte
de inversión de la tortilla del reconocimiento. Aquí el trabajo comunitario tiene un rol
fundamental: de los centros de salud a la recolección de basura, de los comedores a las
́ han sustituído lo que ha sido sucesivamente privatizado, despojado,
guarderias
desfinanciado. Tan insustituibles son esas tareas que en muchos barrios se hizo
imposible pensar en una cuarentena que implique un confinamiento en cada casa,
lanzando la consigna “Quedate en tu barrio”.

Estas infraestructuras colectivas son las verdaderas tramas de interdependencia, en las


que se delega la reproducción a la vez que se las sigue despreciando. Si eso estaba claro
en los países del tercer mundo, hoy la escena es inmediatamente global.

Es sobre estas tareas que el movimiento feminista ha hecho una pedagogía del
reconocimiento en los últimos años, llamando a huelgas internacionales y profundizando
en diagnósticos que evidenciaron a la precariedad como una economía específica de la
violencia. Hoy, ese diagnóstico es tapa de todos los diarios del planeta. Desde esta
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constatación, es necesario pensar la reorganización global de los trabajos -sus
reconocimientos, salarios y jerarquías- durante y pos-pandemia. O dicho de otra manera:
la pandemia puede ser también ensayo general de otra organización del trabajo. No
podemos ser ingenuas al respecto. La relación de fuerzas no permite dar por hecho
ningún triunfo. La crisis de legitimidad del neoliberalismo intentará subsanarse con más
fascismo: más miedo, más amenaza de lxs otrxs como enemigxs y todo lo que lleve a
una elaboración paranoica de la incertidumbre compartida.

Foto: Emiliana Miguelez

La huelga en disputa o quién tiene el poder de “parar”

Podríamos decir que el freno de mano al mundo que activó la pandemia parece un
simulacro de “huelga”. Después del enorme paro feminista internacional en América
Latina (aunque en Italia ya no se pudo hacer por el coronavirus y en España las
feministas sufrieron las acusaciones por haberlo hecho), no deja de ser llamativa esta
“inversión” del parate, de la detención a nivel global. Y aún así la pandemia no deja de
llenarse, en su interior, de llamados a huelga: de alquileres, de lxs trabajadorxs de
Amazon, de lxs metalmecánicos en Italia, de trabajadorxs de la salud, de estudiantes.

Como han afirmado las feministas de la Coordinadora 8M de Chile, es necesario una


huelga de las tareas que no sean esenciales para la reproducción de la vida. Sin dudas, la
huelga en tiempos de coronavirus es un elemento en disputa. Por un lado, como ya
dijimos, en este “paro” del mundo los trabajos feminizados -esos que visibilizamos con la
huelga feminista- se evidencian como los únicos que no pueden parar. Y eso hoy es más
claro que nunca. Por otro, hay una exigencia de huelga hacia las rentas: alquileres,
hipotecas, servicios básicos, intereses de deudas. Frente a las tareas esenciales, la renta
financiera e inmobiliaria es lo que debe parar de extraer valor y dejar de sostenerse en
promesas de austeridad a futuro.

El campo de batalla del capital contra la vida se juega hoy sobre qué trabajos son
declarados esenciales y cómo remunerarlos acorde a ese criterio, implicando una
reorganización global del trabajo. El campo de batalla del capital contra la vida se juega
hoy en la capacidad colectiva que tengamos de suspender la extracción de rentas
(financiera, inmobiliaria, de las transnacionales del agronegocio y responsables del
colapso ecológico) y de modificar las estructuras tributarias. Este campo de batallas no es
abstracto. Está compuesto de cada lucha en la crisis, en cada iniciativa concreta. El
desafío está en conectar las demandas que surgen de territorios diversos y
transformarlas en un horizonte de futuro aquí y ahora.

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