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J.

Pad
Amanda Red
© Amanda Red
Autor: J. Pad
Edición: Ana Onofre
© Diseño de cubierta: Missa De León
Maquetación: J. Pad
Fotografía: Selene De León y Joseph
Shay

Editorial: Independiente
1. ª edición: Julio de 2019
Monterrey, Nuevo León, México
ISBN en trámite.

Todos los derechos reservados. No se


permite la reproducción total o parcial
de este libro ni su incorporación a un sis-
tema informático, ni su transmisión en
cualquier forma o por cualquiera medio,
sea este electrónico, mecánico, por foto-
copia, por grabación u otros métodos,
sin el permiso previo y por es-
crito de los titulares del copyright. La in-
fracción de los derechos mencionados
puede ser constitutiva de delito contra la
propiedad intelectual.
Para Ana Onofre y Missael De León, por su
apoyo incondicional en cada una de mis etapas.
Gracias por creer en mí, aun en mis peores
momentos.
1
Mauro llamó una vez más, y yo no res-
pondí. Tenía más de 54 mensajes sin
leer. ¡Por Dios! ¿Cuándo se detendría?
Era algo tan desgastante no tener tiempo
ni para respirar. Con frecuencia así co-
menzaban nuestras peleas y los temas de
conversación se tornaban cada vez más
incómodos. Muchas veces pensaba
cómo diablos éramos pareja siendo per-
sonas tan distintas. Él se había conver-
tido en un esclavo de la tecnología, siem-
pre buscaba explotar cada maldita apli-
cación. En verdad odiaba no poder co-
municarnos como antes, sin un estúpido
celular de intermediario.
Mi vida era algo monótona, no acos-
tumbraba pasar mucho tiempo con mi
celular, solamente lo utilizaba para tener
algo de comunicación con el mundo. La
mayor parte del tiempo prefería conver-
sar con las personas de forma directa.
Debido a eso, mi círculo social era muy
reducido, sin embargo, no me incomo-
daba en lo más mínimo.
—¿Cómo va tu relación con Mauro?
¿Se están cuidando? —me preguntó mi

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madre, sin tener nada de tacto—. Re-
cuerda que aún soy muy joven y bella
para ser abuela —agregó con sarcasmo.
—¡Mamá, basta! —le mostré mi mo-
lestia con un tono de voz elevado. Ella
de inmediato cambió su semblante, era
evidente que no fue mi mejor reacción.
Desde que papá murió las cosas no
eran iguales en casa. Mi madre habitual-
mente abusaba de la forma en la que
quería conducir mi vida, a causa de eso
no pasábamos mucho tiempo juntas. Al
igual que Mauro, era incontable la canti-
dad de fotos, mensajes, cadenas y llama-
das que enviaba a mi celular; esto co-
menzaba a cansarme.
—Lo siento mucho —le ofrecí una
disculpa; creí que la merecía.
—No te preocupes, yo también te
ofrezco una disculpa —soltó una ligera
sonrisa y después me dio un abrazo—.
Te amo, hija. Nunca lo olvides.
—Tengo que irme —vi mi reloj y me
percaté de lo tarde que era para la cita
que tenía con mi novio en el centro co-
mercial.
—¿A dónde vas? —me preguntó preo-
cupada.
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—Después te cuento o mándame un
mensaje, total… es lo que siempre haces
—respondí sarcásticamente.
Salí de mi casa y muchas cosas me pa-
saban por la cabeza. Supuse que era una
crisis existencial, ya que me cuestionaba
hasta el aleteo de una mariposa. En el
trayecto miraba hacia la casa de la seño-
rita Bermellón (mi maestra de Sociolo-
gía). Ella siempre estaba discutiendo con
su esposo, no imaginaba lo complicado
que era tener una vida así. Realmente
desconocía el motivo de sus peleas y no
tenía la suficiente confianza para pre-
guntarle; por supuesto que la duda me
mataba.
Al llegar al punto de encuentro, mi ce-
lular comenzó a sonar; contesté de in-
mediato.
—Hola, amor. ¿Dónde te encuentras?
—dijo con su peculiar voz raposa y pro-
funda.
—Frente a la tienda de mascotas. Es
increíble que para todo tengas que mar-
carme —colgué el celular. Mauro se
acercó y me preparé psicológicamente
para una discusión más.

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—¿Qué te pasa, Amanda?, sólo quería
saber dónde estabas. No creo merecer
una respuesta así, muero de ganas por
verte y lo primero que sucede es esto —
la gente pasaba alrededor de nosotros
mientras gritaba sus argumentos.
—Lo siento —solté el aire de forma
abrupta—. Tienes razón, mi actitud no
fue la adecuada.
La verdad, no fui del todo sincera, sim-
plemente no quería pelear, sólo deseaba
pasar un rato agradable con él. Podía ser
la relación más extraña, pero de verdad
estaba profundamente enamorada, a tal
grado de no imaginarme cómo sería es-
tar sin él.
—Tú nunca me harías eso, ¿verdad?
—le pregunté después de ver a una pa-
reja discutiendo por temas de infideli-
dad.
—Sabes que no tengo ojos para nadie
más, bebé —emitió una tenue sonrisa.
—Voy al baño, ya regreso —me le-
vanté bruscamente de la banca. Apliqué
la típica acción para huir de situaciones
incómodas. Nunca falla.
Estaba frente al espejo del baño. Me
sentía algo tensa e insegura al pensar que
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Mauro me podía ser infiel, tal vez no ha-
bía muchos motivos para creer eso; pero
tenía un presentimiento que me decía lo
contrario.
Regresé a la banca y vi a mi novio
riendo mientras escribía en su celular.
¿Estaría conversando con alguien?, ¿es-
taría viendo algún video? o tal vez sólo
era un simple meme. Él no se había per-
catado de mi presencia y yo quería resol-
ver mis dudas, así que cambié mi ruta
para observar lo que estaba realizando
con su móvil. Ya estando cerca, me di
cuenta que estaba hablando con alguien
más. Sentí cómo la sangre se me subía a
la cabeza y la incertidumbre era cada vez
mayor. Era difícil identificar con quién
hablaba porque el número no lo tenía
guardado en sus contactos. Cuando
notó que estaba detrás de él inmediata-
mente bloqueó su celular.
—Amanda, ¡qué haces aquí!, ¿no se su-
pone que irías al baño? —me preguntó
sorprendido y con cierto tono de nervio-
sismo.
—¿Con quién hablabas? —ni siquiera
me tomé el tiempo de responder a su
pregunta—, he visto perfectamente que
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hablabas con alguien, qué está pasando
contigo, ¿acaso me ocultas algo? Nece-
sito que me hables con la verdad. Lleva-
mos 5 años de relación, creo que tene-
mos la suficiente confianza para decir-
nos las cosas cara a cara —lo miré fija-
mente sin parpadear mientras respiraba
agitadamente. Me sentía furiosa.
—Te daré todas las respuestas que tú
quieras, pero no aquí —su mirada era
tensa—. No haré un escándalo en el cen-
tro comercial, te llevo a tu casa y ahí pla-
ticamos —mostró una frialdad que asus-
taba a cualquiera.
—Está bien —guardé un breve silen-
cio, parecía que podía escuchar todas las
voces del lugar—. Vamos a mi casa —
suspiré y accedí a su petición.
Caminamos hasta el estacionamiento
sin dirigirnos la palabra y sin tomarnos
de la mano. Volteábamos de un lado a
otro; pero nunca chocamos las miradas.
Traté de descifrar su actitud y sus movi-
mientos corporales, pero sencillamente
no pude. Dicen que: “La Psicología no
funciona con la gente que conoces”, y
ahora lo entendía.

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Llegamos al estacionamiento y
subimos al auto; decidí no mencionar
nada. No quería hacer más grande el
problema. De inmediato encendí la ra-
dio para bajar un poco la tensión entre
los dos. La música logró controlar un
poco su enfado. El camino a casa nunca
fue tan largo. Miraba mi reloj constante-
mente, era como si el tiempo no pasara,
como si estuviéramos en una pausa infi-
nita en el instante menos indicado. Fi-
nalmente, después de unos minutos lle-
gamos a nuestro destino; rápidamente
abrí la puerta del automóvil y me dirigí a
la puerta. Busqué las llaves dentro de mi
bolso y encontré todo menos eso. Él
movía su pie contra el suelo una y otra
vez, tanta era la presión que no logré en-
contrarlas. La situación hizo que olvi-
dara que las tenía en la bolsa del panta-
lón. Tomé las llaves y abrí. Nos senta-
mos en la sala, quietos, no sabíamos
quién diría la primera palabra.
—Perfecto, pregunta lo que quieras —
tomó la iniciativa con un acento retador
y sin expresión alguna.

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El momento llegó y yo no me había
preparado con ningún cuestionario. Te-
nía que elaborar cada una de mis pregun-
tas con mucho cuidado, ya que cualquier
movimiento en falso me privaría de al-
gunas respuestas.
—¿Con quién hablabas en el centro
comercial? —le pregunté con gran segu-
ridad.
—Hablaba con Perla. Está empezando
a salir con mi mejor amigo Flavio, su-
pongo que ambos quieren estar seguros
del paso que van a dar y ella quería in-
vestigar cosas de él —dijo de forma
tranquila.
Analicé su respuesta antes de lanzar mi
próximo cuestionamiento. Era claro que
era una frase elaborada, tal vez tuvo de-
masiado tiempo para pensarla; pero en
cierto modo me parecía algo convin-
cente. Me comencé a tranquilizar, aun-
que aún no era suficiente para estar sa-
tisfecha.
—Está bien, Mauro Granate, te creo.
Sólo que odio que tan pronto me dis-
traigo lo primero que haces es tomar tu
celular, aun sabiendo que nuestro
tiempo es poco debido a las múltiples
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actividades que realizamos. Quisiera que
cuando estemos juntos tu atención estu-
viera completamente centrada en mí —
le pedí mientras trataba de tomar sus
manos. Creí que ya todo estaba bajo
control, sin embargo, no fue así.
—Amanda, llevamos mucho tiempo
juntos. Estoy harto de que no confíes en
mí, te he demostrado muchas veces que
eres el amor de mi vida y últimamente te
noto muy insegura. Antes la pasábamos
bien con cualquier cosa que realizára-
mos, por más simple que fuera, incluso
hasta caminar por el parque era de lo
más placentero y con gran significado
para mí. No sé qué sucede contigo; en
cualquier instante peleamos. El más mí-
nimo detalle es sinónimo de guerra entre
nosotros, creo que es el momento de to-
mar un respiro y darnos un tiempo. Des-
pués de tantos años creo que es necesa-
rio ver si realmente estamos hechos para
compartir una vida, o si solamente fui-
mos un aprendizaje para ambos. No
tengo duda de que te amo, a pesar de
ello, necesito pensar a fondo todo esto.
Espero que me entiendas.

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Todas las palabras que escuché me de-
jaron callada, era como si un cuchillo pa-
sara por mi garganta impidiéndome ha-
blar. No tenía reacción alguna, sentía
que era el final de todo. Él nunca había
dicho semejantes cosas, así que me sen-
tía acabada.
Se levantó del sillón y se dirigió a la
puerta. Ante mi reacción la plática había
terminado. Yo seguí sin decir nada, sin
siquiera parpadear, tal vez como parte de
la negación. Me rehúse a creer que todo
había terminado.
—Cuídate, Amanda —dijo mientras se
marchaba.
Una lágrima bajó por mi mejilla dando
por concluido ese capítulo. Me dirigí a
mi recámara totalmente desconcertada,
sin saber cómo llegó a pasar todo esto.
Me arrojé de golpe hacia mi cama mi-
rando fijamente el techo de mi habita-
ción. Mi mente se encontraba en blanco,
posiblemente era un mecanismo de de-
fensa que evitaría dejarme llevar por el
impulso. Tomé mis audífonos para escu-
char un poco de música. Me sumergí en
mi mundo para escapar de la realidad, ya
que en ese instante sólo eso necesitaba.
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Desperté de un largo y profundo sueño.
Por primera vez no escuché el molesto
sonido de algún mensaje o una llamada
que interrumpiera mi descanso. Era tan
extraño que algo que siempre quise…
no fuera como lo esperaba. Quería pen-
sar que el episodio de ayer nunca pasó,
sin embargo, no era así. Aún no tenía
idea de cómo debía actuar. Hablar con
Mauro todavía era prematuro, quizá de-
bería dejar que las cosas se enfriaran un
poco.
Para muchos los domingos fueron he-
chos para descansar y pasarlos en fami-
lia, lamentablemente no era mi caso;
esos días eran totalmente diferentes para
mí. La mayor parte del tiempo me la pa-
saba realizando todas mis tareas de la
Universidad. Realmente amaba mi ca-
rrera, aunque muchas veces pensaba que
elegí Psicología para resolver mis pro-
blemas personales. En puerta tenía un
proyecto de Sociología en el que había
puesto toda mi atención las últimas se-
manas, en donde debíamos presentar un

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estudio de alguna problemática que es-
tuviera afectando el comportamiento de
la sociedad.
Decidí bajar a la cocina por algo de
desayunar. La casa se encontraba sola y
eso impactó positivamente en mi estado
de ánimo. Me encantaba tener mi espa-
cio, pero todo cambió cuando desvié mi
mirada hacia el sofá… el teléfono de
Mauro se encontraba ahí. Tal vez había
regresado para pedírmelo, pero el so-
nido de mis audífonos no me permitió
escucharlo. Mis ansias crecían a cada se-
gundo. Tenía el poder de acabar con
toda mi incertidumbre y a la vez moría
de miedo, ya que no sabía lo que podía
encontrar. Fui al sofá y tomé el celular.
Aún no estaba segura de querer revi-
sarlo. ¿Qué acción sería la correcta?
Mientras tanto temblaba y mi respira-
ción era cada vez más rápida. Pasaron
unos minutos hasta que decidí desblo-
quearlo e inmediatamente me dirigí a su
aplicación de mensajes, y efectivamente
encontré lo inevitable. Fue algo que me
partió el corazón en mil pedazos. De in-
mediato rompí en llanto del inmenso co-
raje que tenía. Me sentía engañada, usada
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y totalmente decepcionada. Mi relación
se había ido al diablo en ese mismo ins-
tante. Decidí no mirar más, con lo que
había visto era más que suficiente. Me
recosté en el sofá analizando qué segui-
ría después de esto. El máximo culpable
era él, aunque yo también compartía esa
culpa. Sabía que no siempre fui la mejor
novia; últimamente mis acciones lo ale-
jaban más de mí. Tenía que tomar una
decisión sobre mi futuro con Mauro
Granate. Lo que menos quería era verle
la cara. Sabía que no tardaría en venir
por su celular y tendría que asumir rápi-
damente una postura. Algo me decía que
no era el momento para recriminarle ya
que mi estado no era el mejor, así que…
decidí que sólo le entregaría el celular y
por esta ocasión me guardaría todo.
Minutos después tocaron a mi puerta.
Estaba un poco más controlada, el
fuerte impacto ya había pasado. Abrí, y
no me sorprendió que fuera él… ya lo
esperaba. Era extraño porque se percibía
algo diferente, claramente se sentía incó-
modo.

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—Hola, Amanda. Creo que olvidé mi
celular, ¿me lo podrías entregar, por fa-
vor? —Mauro ocultó su mirada. Su
mensaje fue claro y conciso.
Esas palabras me decían mucho. Él
quería que ese instante pasara lo más rá-
pido posible, así que me comporté de la
misma manera al responderle. Tenía tan-
tas ganas de gritarle todo lo que sentía,
pero por suerte logré dominar mis emo-
ciones.
—Claro que sí, justo hace un segundo
acabo de verlo en el sofá, enseguida te lo
entrego —lo tomé y se lo entregué.
—Muchas gracias, Amanda. No quería
causarte molestias, incluso ayer regresé,
pero nadie me abrió, supongo que ya es-
tabas dormida —me dijo tratando de
justificar su visita.
—Así es, bueno te dejo porque tengo
mil cosas que hacer. Hablamos después
—respondí de forma cortante.
—Está bien —se retiró sin dar marcha
atrás.
Si antes odiaba las redes sociales, hoy
para mí eran la peor creación de todo el
universo. Me hubiera gustado vivir en

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otra época, donde el valor de una per-
sona no se midiera por el número de li-
kes o seguidores que tiene, donde no se
es reemplazable por nadie. Gracias a
esas malditas redes, el ser infiel parecería
ser lo más normal del mundo, ya que por
más que ames, siempre habrá alguien
que te parezca más atractivo y lo peor de
todo es que lo tienes al alcance de un
mensaje. “Hoy ser fiel es una decisión de
todos los días”, pensé decepcionada.
Entre todo lo malo me surgió una idea.
Retomé el proyecto de Sociología y todo
lo que estaba aconteciendo, y una pre-
gunta cambió por completo mi perspec-
tiva. ¿Cómo sería el mundo sin redes so-
ciales en esta época?, sonaba algo loco y
descabellado, pero cumplía con todos
los requisitos. Mi tarea para el resto de la
tarde sería darle forma a ese propósito.
Me senté en la mesa, tomé mi laptop y
empecé a detallar cada uno de los pun-
tos.

1- Se iban a necesitar una serie de vo-


luntarios, de preferencia de la Uni-
versidad.

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2- Los participantes deberían eliminar
sus redes sociales durante una se-
mana.
3- Alguien estaría al tanto de los movi-
mientos de los voluntarios para evi-
tar que ingresen a sus redes durante
el proceso.
4- Se registrarían los cambios detecta-
dos en los participantes.
5- Se realizaría una comparativa entre
usar y no usar redes sociales con los
datos obtenidos.

De momento la estructura estaba ter-


minada y lista para presentarse. Aún te-
nía tiempo y decidí realizar una pequeña
maqueta, misma que no presentaría, esto
era algo personal. Tomé un cartón y lo
corté de forma circular, después pinté el
ícono de un celular en el centro y por úl-
timo marqué una gran franja roja que
atravesaba todo el diámetro; el mensaje
era claro.
El resto del día me la pasé viendo pelí-
culas de desamor, para variar. Anhelaba
que fuera lunes para ir a la Universidad
y mostrar mi proyecto. Justo cuando me
disponía a dormir, mi madre llegó con la
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cena. Ella me conocía perfectamente y
era evidente que me notaba decaída.
—¿Qué te pasa, Amanda, todo bien?
—me dijo angustiada.
—Sí, mamá, todo bien —no tenía áni-
mos de hablar con nadie. No quería que
supiera nada de lo ocurrido—, sólo
tengo un poco de dolor de cabeza. ¿Qué
trajiste de cenar? —cambié rápidamente
el sentido de la conversación y con eso
disipé sus sospechas.
—Traje lasaña y un poco de helado
para el postre. Hoy no pasé el día con-
tigo y quería consentirte.
La lasaña y el helado eran mi comida
favorita, así que… el día de alguna forma
terminaría con algo bueno. Durante la
cena no conversamos, no acostumbra-
mos a hablar mientras comemos.
—Muchas gracias, madre, estuvo deli-
cioso —me levanté de la mesa, le di un
beso y me dirigí a mi recámara—. Inten-
taré dormir, mañana me espera un largo
día en la Universidad.
—Claro que sí, princesa, descansa.

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2
Estaba segura de que hoy sería un día di-
ferente. Una nueva historia estaba por
escribirse y yo sería la autora. Desperté
cantando y esa era una buena señal de
que me sentía bien, aun así, tenía recaí-
das al recordar a Mauro. En ese instante
era una montaña rusa de emociones.
Decidí elegir la mejor ropa, estaba dis-
puesta a darle mi mejor rostro al mundo.
Tardé más de lo común en arreglarme,
quería lucir fantástica, como si nada hu-
biera pasado. El maquillaje cubría cada
una de las cicatrices de ayer, y daba vida
a una máscara que llevaría por el resto
del día… o los que fueran necesarios.
En el desayuno sólo alcancé a darle un
sorbo a mi taza de café; no me dio
tiempo para más.
Moría de ganas de estar en la Universi-
dad, ya quería exponer mi magnífica
idea. A unas calles antes de llegar me in-
terceptó Siena Burdeos (mi mejor
amiga).
—¡Amanda, te extrañé, amiga! ¿Qué
tal tu fin? —me preguntó con su carac-
terística voz chillante y efusiva—. Cuén-
tamelo todo.
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Siena era una persona totalmente ex-
trovertida, social, linda y con un carisma
que se podía ver a kilómetros de distan-
cia. Era totalmente diferente a mí, pero
por alguna razón nuestras diferencias
encajaban a la perfección. La conocí
hace muchos años, son de las amistades
que a pesar de todo perduran con el
tiempo, aunque este último año no he-
mos estado tan unidas. Era evidente que
estábamos tomando caminos diferentes.
Ella se estaba convirtiendo en una per-
sona súper popular dentro de la Facul-
tad, muchos la llamaban la nueva reina
de las redes, ya que lideraba cada una de
ellas con su belleza y carismática perso-
nalidad. Siena sabía que yo no era muy
fan de eso, me consideraba una persona
muy tradicional en comparación a ella;
sin embargo, respetaba mis puntos de
vista. Era raro que habláramos por al-
guna plataforma, prefería conversar de
frente. Así podía sentir un poco más su
atención, de lo contrario, en qué mo-
mento me contestaría con los miles de
mensajes que llegaban a su móvil. Le so-
braban las fiestas, los chicos… en sí

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todo lo que conllevaba ser popular. Mu-
chas veces me había querido incluir en
ese mundo, pero la verdad no me lla-
maba para nada la atención.
—Súper bien, amiga, en un segundo te
cuento —corté la conversación de
golpe—. Corramos que se nos hace
tarde para la clase de Sociología.
Eran claras mis ansias por entrar a cla-
ses. Siena no mostraba el mismo entu-
siasmo, compartíamos la carrera, mas no
el gusto por estudiar. A veces pensaba
que ella había perdido el enfoque…
—Ok, amiga, vamos… —torció un
poco la boca y después lanzó una sonrisa
muy falsa.
Entramos al salón, nuestra primera
clase era la materia de Sociología, impar-
tida por la maestra Almendra Bermellón,
quien cuenta con la mayor asistencia de
alumnos del campus. Ella tenía una gran
experiencia y conocimiento sobre la ma-
teria, además de su evidente belleza fí-
sica. Su cabello quebrado de color negro,
ojos expresivos en color marrón, una tez
aperlada y sus pronunciadas curvas…
eran la fantasía de todos los estudiantes.

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Inteligencia y encanto eran las principa-
les armas de esa mujer. Ahora entendía
por completo su éxito como catedrática.
Bermellón entró captando la mirada de
todos, era alguien que jamás pasaba
desapercibida, irradiaba seguridad y un
gran temple que imponía su presencia en
cualquier lugar. Comenzó con uno de
sus discursos, acentuando claramente el
control sobre la clase.
—Buenos días. Hoy es el día de hacer
algo diferente, algo trascendental, confío
en la capacidad de cada uno de ustedes y
confieso que estoy ansiosa por revisar
sus proyectos —dijo Bermellón con
gran seguridad y después lanzó una mi-
rada retadora—. Bien, ¿quién será el pri-
mero en mostrar su trabajo? —concluyó
su discurso.
—Yo, maestra —me levanté rápida-
mente de mi lugar ante el asombro de
mis compañeros.
—Adelante, señorita Red, muéstrenos
su grandioso trabajo.
Bermellón tenía esa costumbre de
exaltar las cosas, no obstante, debía ad-
mitir que eso brindaba mucha confianza
para ponerse frente al grupo y comenzar
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a exponer. Todas las miradas se enfoca-
ban en mí. Mi postura denotaba nervio-
sismo, mismo que disimulé con una sutil
sonrisa. Tomé valor y caminé hacia el
frente apretando fuertemente mi tra-
bajo. Tenía plena confianza en lo que iba
a exponer, mas sé que para muchos no
sería de su agrado. Esto sería algo que
cambiaría nuestro entorno sin duda al-
guna. Sin más preámbulos comencé mi
discurso…
—Buenas tardes, compañeros, mi pro-
yecto es muy ambicioso y a la vez com-
plicado, necesitaré del apoyo de todos
ustedes. Mi idea es erradicar todas las re-
des sociales por una semana —fui al
grano.
Un silencio adornaba la clase. Era claro
el asombro de todos, inclusive la maes-
tra había quedado boquiabierta. Alcancé
a escuchar algunos de los murmullos de
mis compañeros. “Estás loca,
Amanda”. Ese fue el banderazo para el
comienzo de un enorme debate.
—Chicos, respeto por favor —ex-
clamó la señorita Bermellón—.

- 25 -
Amanda, explícanos más a fondo la ra-
zón de tu proyecto —se levantó de su
escritorio y fijó su atención en mí.
—Claro que sí —respondí asertiva-
mente, mientras juntaba mis manos—.
Muchas veces hemos escuchado men-
cionar a nuestros padres sobre cómo se
vivía sin tecnología y en lo personal
tengo la incertidumbre de poder re-
crearlo, aun cuando sólo sea efímero.
Hoy tenemos la oportunidad para salir y
vivir una vida sin likes, sin seguidores,
que la gente nos conozca por lo que so-
mos, que tengamos un valor real y no
uno dictado por las aplicaciones. No
pido que me entiendan, es más les doy
mi compresión. Pido de su apoyo para
que hagamos que este proyecto sea po-
sible, estoy segura de que cambiará la
forma de pensar de todos.
Un nuevo silencio acompañó la situa-
ción; no obstante, fue seguido de algu-
nos aplausos, incluyendo los de la seño-
rita Bermellón. Increíblemente había lle-
gado a gran parte del salón con mi men-
saje.
—Amanda… quiero felicitarte, has lo-
grado captar la atención de todos y yo
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seré la primera en apoyarte, me uno a tu
proyecto —Almendra exclamó entusias-
mada.
Me encontraba muy impresionada, esa
fue una respuesta que no esperaba. La
aceptación de mi proyecto era un hecho.
—Rechazo completamente participar
en esto —Siena se levantó de su lugar—
. Se me hace algo completamente infan-
til y anticuado tener que cerrar las redes
sociales. Aceptemos que el mundo es di-
ferente, qué necesidad de querer regre-
sar al pasado. Los tiempos cambiaron, la
vida ha cambiado, estamos en un ecosis-
tema donde aquel que se acople más rá-
pido a los cambios será el que sobreviva.
La vida no es justa, la vida es dura, pero
cada uno tiene la capacidad de usar las
herramientas a su favor.
Mi mejor amiga estaba dándome la es-
palada, al parecer el número de personas
que me han decepcionado seguía en au-
mento. Ante tales circunstancias, el sa-
lón se convirtió en una zona de guerra,
donde la disputa sobre los diferentes
puntos de vista determinaría el futuro de
mi trabajo.

- 27 -
—Perfecto, diversos puntos de vista,
eso me agrada. Decidamos esto me-
diante votos, ya que todos tienen opi-
nión. Esto ha pasado de ser voluntario a
obligatorio. Aquella idea que tenga ma-
yor número de votos será la ganadora —
Almendra comenzó a caminar entre las
filas del salón.
El entorno había cambiado, jamás en
la vida había discutido con Siena. Lo que
fuera a suceder afectaría nuestra relación
para siempre. El precio de mi idea sería
más costoso de lo que pensaba.
—Aquellos que estén a favor de la idea
de Amanda levanten la mano —señaló
Almendra.
La suerte estaba echada ¿qué lado de la
moneda ganaría? Tenía miedo de ver la
respuesta de los demás, aun así tomé va-
lor y empecé a contar inmediatamente
las manos que estaban arriba. El resul-
tado me dejó desilusionada, 15 votos de
31 alumnos, mi derrota estaba dictada y
la mayor culpable era mi mejor amiga.
Tal como lo expresó, “la vida no es
justa”.

- 28 -
—Excelente, parece que tenemos una
ganadora —Bermellón tomó la pala-
bra—; aunque dentro de los 16 votos en
contra se encuentra Siena, si ella tiene
derecho a votar en automático también
lo tiene Amanda y eso nos da un empate.
16 a favor y 16 en contra.
Ese argumento me había salvado de
momento, no sabía qué sucedería, aun-
que en ese instante logré tranquilizarme.
—¡Eso no es justo! —exclamó Siena
con evidente molestia.
—Tienes razón, no es justo —respon-
dió Bermellón—. Aún queda mi voto, y
yo estoy a favor de Amanda. Así que el
resultado final es de 17 a favor y 16 en
contra.
La sensación que tenía era indescripti-
ble. Me dolía demasiado lo de Siena, y
por otra parte me sentía feliz por el re-
sultado.
—Las reglas serán las siguientes: aquel
que no participe reprueba mi materia.
Mañana discutiremos el inicio del pro-
yecto —añadió Almendra.
Eso sentenció aquella discusión, ante
la molestia de muchos y también el
agrado de otros tantos. Minutos después
- 29 -
sonó el timbre dando por terminada la
clase.
—¿Qué te pasa, Amanda, te has vuelto
loca?, ¿qué pasa por tu cabeza?, ¿sabes lo
que me afecta tu maldito proyecto? —
Siena se acercó—. No es mi culpa que
seas antisocial, yo no tengo que cargar
con tus cosas —me recriminó con diver-
sos cuestionamientos.
—¿Así que eso crees que soy? Pues te
puedes ir al diablo con tu egocentrismo
y completo egoísmo que mostraste hoy.
Ya veremos si esta semana la gente te ve
de 100 likes. Y hablando en tus términos;
a partir de hoy estás bloqueada de mi
vida —tomé mis cosas y me alejé de ella.
Esas eran las palabras más fuertes que
nos habíamos dicho en la vida. En tan
sólo dos días perdí a mi novio y a mi me-
jor amiga. ¿Qué significaba todo esto?,
¿realmente era el resultado de todo?, ¿así
tenían que ser las cosas? Sentía que es-
taba dejando de ser una persona gris.
Había gente que me daba su apoyo y
otros que empezaban a odiarme. Ahora
estaba en ambos extremos, el blanco y el
negro serían mis nuevos colores.

- 30 -
Asistí al resto de mis clases forma nor-
mal y a la vez acompañada de miradas
un tanto incómodas. En el transcurso
del día mi proyecto llegaba a más oídos.
Se estaba volviendo un tema muy popu-
lar entre los universitarios.
Inconscientemente me estaba convir-
tiendo en eso que odiaba, la gente empe-
zaba a hablar de mí sin conocerme, los
prejuicios iban en aumento, mi nombre
se pronunciaba cada vez más. Era algo
que jamás había vivido, de alguna forma
no me molestaba, sin embargo, yo
odiaba la popularidad, ¡qué diablos es-
taba sucediendo! Y esto era sólo el co-
mienzo… qué pasaría con todo el resto
de la semana. Bajé las escaleras para di-
rigirme a los casilleros.
—Hola, Amanda —Flavio me saludó
con un beso en la mejilla —¿cómo es-
tás?, ¿cómo van las cosas con Mauro?
—Hola, Flavio —lo miré desconcer-
tada, no entendía nada de lo que estaba
sucediendo—, ¿por qué el repentino in-
terés? Jamás te acercas a mí, y jamás pre-
guntas eso —le cuestioné.
—Tienes razón, te voy a decir por qué
estoy aquí realmente —tomó un sorbo
- 31 -
de su botella de agua—. Toda la escuela
habla de tu proyecto, sólo dime… ¿es
verdad todo eso?
—Depende de lo que digan —res-
pondí—. La gente siempre agrega o
quita cosas a las historias.
—Eso es verdad —me sonrió—.
Bueno, explícame. Tengo tiempo.
—Ok, seré breve —tomé un poco de
aire—. Quiero que la gente deje de usar
las redes sociales por una semana.
¿Quieres participar?
—Vaya que fuiste breve —respondió
sarcásticamente—. Y claro, no tengo
nada que perder. ¿Cuándo iniciamos?
—Me agrada tu actitud, Flavio, sólo
que aún no sé —me sentí decepcionada
por no poder responder su pregunta—.
Mañana en la clase de Sociología se dirá
la fecha de inicio —le aclaré.
—Excelente, me pasas tu número para
estar en contacto —sacó su celular.
—Creo que no entendiste el punto, si
quieres decirme algo que sea de frente.
Buenas tardes, Flavio —continúe ba-
jando las escaleras.
Flavio Malva era considerado el mejor
amigo de Mauro, ¿realmente se había
- 32 -
acercado para mostrarme su apoyo?, o
solamente era una forma de mantenerlo
informado. Las preguntas que tenía pa-
recían no tener final. Esa conversación
daba por terminado mi día escolar… el
más importante que había tenido en mi
vida.
Aun así, no podía dejar de pensar en
Mauro, hablé con todo mundo menos
con él. Realmente lo extrañaba y deseaba
con todo mí ser que participara en el
proyecto. De alguna forma todo lo hice
por él. Era patético que después de lo
que me hizo lo siguiera contemplando;
me seguía robando el pensamiento. Hu-
biera querido no tenerlo presente a cada
instante, a veces sentía que eso jamás se
acabaría. Tenía planeado un futuro y una
vida con él. Me dolía no tenerlo a mi
lado. Diría que… “si él es feliz, yo lo
soy”, pero no era así, me mataba la idea
de pensar que estaba con alguien más.
Yo sé que el propósito de mi proyecto
no era perdonarlo, y regresar como si
nada hubiera pasado, sin embargo, sería
un premio justo por todo lo que perdí
hoy.

- 33 -
Tras un día completamente fuera de
mis expectativas, llegué a mi casa y arrojé
mi mochila al sofá. Moría de hambre.
—¿Alba, estás aquí? —grité el nombre
de mi madre esperando una respuesta.
—Sí, amor, estoy cocinando. ¿Qué su-
cede? —gritó desde la cocina.
Llegar a casa y que mi madre se encon-
trara haciendo algo de comer, era algo
parecido a encontrar el tesoro al final del
arcoíris.
—Estoy hambrienta, mamá —le dije
desesperada—. Dime que lo que estás
cocinando está casi listo.
—Sí, tranquila en 15 minutos come-
mos —cerró una cacerola que se encon-
traba sobre la estufa—. ¿Qué tal la es-
cuela? —me preguntó.
—Bien —respondí a secas y tomé una
manzana que se encontraba en la
mesa—. Mejor dime… ¿cómo va tu día?
—Todos mis días son iguales —dijo
decepcionada—. Terminando de hacer
la comida me voy al trabajo. Me espera
una jornada muy larga —añadió.
—Entiendo, ¿puedes hablarme
cuando ya esté la comida? Estaré en mi
habitación —me retiré de la cocina.
- 34 -
—Claro —continuó cocinando.
Anhelaba que la relación con mi madre
fuera más fluida, pero era casi imposible.
Vivíamos en dos mundos totalmente di-
ferentes, cada una se enfocaba en sus ac-
tividades. No recordaba la última vez
que hicimos algo juntas; nunca coinci-
díamos.
—Amanda, la comida está en la mesa
—gritó mi madre desde la planta baja.
—Voy —bajé rápidamente.
—Tengo que irme al trabajo —me dio
un beso—. Cuídate hija.
Cada bocado que daba venía acompa-
ñado de soledad. Desde la muerte de mi
padre no me sentía así. Mi relación con
él era totalmente diferente a la que tengo
con mi madre. Cuando murió, una parte
de mí también lo hizo. Nadie me hacía
sentir como él.
Me levanté de la mesa y me dirigí nue-
vamente a mi habitación para continuar
con el trabajo de Sociología. Este era mi
momento y no estaba dispuesta a dejarlo
pasar.

- 35 -
3
Un nuevo día en la Facultad y mis pro-
pósitos estaban más claros que nunca.
Mi actitud era diferente, caminaba por
los pasillos con toda la seguridad del
mundo. Me sentía renovada, una nueva
yo estaba naciendo o tal vez siempre es-
tuvo ahí, sólo era cuestión de motivarme
un poco.
—Hola, Amanda —Mauro me sor-
prendió por la espalda.
—¿Qué necesitas? —crucé los brazos
y lo miré fijamente.
—Escuché lo de tu proyecto, es algo
raro y extraño, dime, ¿qué te inspiró?
Si supiera que él era la inspiración de
todo, pero no le daré el crédito, simple-
mente no se lo merecía.
—Una idea vaga que de pronto tomó
sentido —le dije mientras encogía mis
hombros—. Aprovechando que estás
aquí me gustaría que participaras, ¿qué
dices?
—Creí que sólo participarían los de tu
grupo.
—De momento sí —le aclaré—. Aun-
que me gustaría que entraras, no veo
nada de malo en eso —le insistí.
- 36 -
—No sé, tengo que pensarlo —guardó
silencio por un momento, no parecía
convencido.
—Claro, veo que las cosas no cambian
—alcé mi voz—. No sientes la más mí-
nima empatía por nadie, ni siquiera por
mí —le dije decepcionada.
—¿Por qué tanto coraje hacia mí,
Amanda? —apretó los cordones de su
mochila.
—Todavía lo preguntas —mi molestia
era visible.
—¿Y qué gano yo con esto?
—¡Deja de pensar un puto momento
en ti! —mis ojos se humedecieron por
el coraje que sentía.
—Ya, tranquila —me abrazó—. Está
bien, voy a participar.
—Tengo que irme —limpié mis lágri-
mas—, te veo después —me di la vuelta
y seguí mi camino.
Odiaba su manera de resolver los pro-
blemas, odiaba su actitud, odiaba su in-
diferencia, como si realmente tuviera la
necesidad de sufrir por alguien. “¡Te
odio, Mauro Granate!”, dije entre dien-
tes. Aun así, ¿a quién engañaba? estaba

- 37 -
segura que lo buscaría terminando las
clases… era una tonta.
Me dirigí a la clase de Almendra Ber-
mellón. Era la hora de la verdad, me sen-
tía ansiosa y estresada, pero con plena
confianza en mí. “¡Por Dios, ahora
ella!”, miré al cielo cuando vi llegar a
Siena.
—Aún estás a tiempo para arrepen-
tirte, Amanda —se paró frente a mí obs-
truyéndome el paso.
—Lárgate, Siena, hazte a un lado —no
tenía interés de hablar con ella, y mucho
menos dejaría que me intimidara, ya fue
suficiente de gente tóxica en mi vida.
Entré al salón y rápidamente tomé
asiento. Almendra ya se encontraba en
su escritorio, lista para impartir su mate-
ria.
—Buenos días, alumnos. Sin más
preámbulos hablemos sobre las reglas
del proyecto de la señorita Red —ex-
clamó Bermellón—. Antes de comen-
zar, ¿alguien tiene un comentario que
añadir? —echó un vistazo para ver si al-
guno levantaba la mano.
—Perfecto —se levantó y dejó su car-
peta en el escritorio—. Las reglas son las
- 38 -
que mencionamos anteriormente; todos
eliminaremos nuestras redes por una se-
mana, y se prohíbe utilizar el celular para
dicha actividad. Red será la encargada de
supervisar todos los movimientos, aquel
que sea sorprendido usándolas, automá-
ticamente reprueba mi materia. El pro-
yecto comienza mañana, así que disfru-
ten el último día en sus plataformas. ¿Al-
guna duda?
—¿Cómo llevará a cargo ese control?,
y ¿cómo podremos confiar en Amanda?
—preguntó Siena ante el asombro de to-
dos.
—Yo me reuniré con ella para defi-
nirlo... Y deben confiar, porque yo estaré
supervisando todo, o acaso tampoco
confía en mí, señorita Burdeos —lanzó
una mirada de forma imponente.
—Para nada, señorita Bermellón, sólo
tenía esa duda. Gracias —Siena le res-
pondió resignada.
—La clase ha terminado, tomen el
resto de la misma como tiempo libre.
Estaré reunida con Amanda, que tengan
un excelente día —se despidió del resto
del salón.

- 39 -
Comenzaba a tener una gran serie de
dudas con la actitud de Almendra. ¿Por
qué tanto interés? Ella nunca había dado
una hora libre de su clase, apremia de-
masiado su tiempo. ¿En verdad mi pro-
yecto era tan importante? Ya no sé qué
sucedía conmigo, dudaba de todo y de
todos. El salón comenzó a desalojarse
poco a poco y sólo quedamos Almendra
y yo.
—Es más que notable mi interés por
su proyecto y uno de mis grandes moti-
vos es que también quiero salir benefi-
ciada con esto.
¿Beneficiada?, ¿a qué se refería con
eso?, tal vez existía una razón personal
en todo esto. Mi mente era un mar de
dudas, así que sin entrar en detalles de-
cidí aceptar su ayuda.
—Muchas gracias. En verdad aprecio
y valoro su apoyo —no tenía otra op-
ción, no podía negarme, ni ponerme en
su contra—. Entonces dígame…
¿cuándo comenzamos?
—El próximo lunes inicia el proyecto
oficialmente —una mueca de satisfac-
ción se dibujó en su rostro.

- 40 -
Era evidente que el acercamiento re-
pentino de Almendra Bermellón tenía
una base muy fuerte que aún descono-
cía. Por otro lado estaba totalmente
emocionada e ilusionada de que todo es-
taba saliendo a la perfección. Al fin tenía
una fecha exacta para mi proyecto y por
la cabeza sólo me pasaba tener éxito.
Había personas que iban a hacer hasta lo
imposible para sabotear mi idea, entre
ellas Siena; no dejaba de pensar en su
traición, tal vez, era una palabra muy
fuerte, pero de momento no encontraba
otra para describir lo que había pasado
con ella.
Tenía muchas ganas de platicar con mi
madre, no era normal que yo le hablara
sobre mis cosas; sin embargo, dada la si-
tuación, era la única persona en la que
podía confiar.
—Es difícil de creer que vivamos en la
misma casa y parecemos dos extrañas —
dijo mi madre mientras estaba sentada
en el sofá—. ¿Cómo te ha ido en la Uni-
versidad? Hoy es mi descanso y quiero
que me pongas al corriente de todo.
—Pues la verdad es que sí te has per-
dido de mucho —me senté a su lado—,
- 41 -
no te culpo, sé que tu trabajo absorbe la
mayor parte de tu tiempo.
—No me hagas sentir mal —me re-
prochó—. Sabes que es necesario que
trabaje para solventar todos los pagos de
la casa y así poder tener una vida mejor.
—Lo sé —traté de entenderla—. No
te estoy culpando de nada, sólo tenía
muchas ganas de platicar contigo…
—Sabes que siempre estaré para ti en
lo que necesites —me echó una mirada
curiosa, pareciera que identificó que algo
no estaba bien conmigo.
—Discúlpame, es sólo que he estado
muy sensible estos días.
—¿Qué pasa, mi niña?, ¿algo está mal
con Mauro o en la escuela? —me pre-
guntó muy preocupada.
—Mauro ya no es mi novio, tuvimos
algunas diferencias y todo terminó —no
fue fácil decirlo, traté de soltarlo lo más
rápido posible.
—¿Qué?, ¡por qué! Si todo estaba per-
fecto entre ustedes dos —se paró del
sofá totalmente sorprendida por la noti-
cia.
—La verdad sí es muy doloroso tras
varios años de relación, pero creo que
- 42 -
fue lo mejor, las cosas ya no estaban
bien.
—Dime, ¿te hizo algo? —su preocu-
pación iba en aumento.
No quería angustiar a mi madre con
todo lo que estaba pasando, suficiente
tenía con sus problemas para encima
cargar con los míos. Estaba destrozada
por dentro, con el corazón roto, con los
sentimientos muertos, mas no tenía que
saberlo.
—Para nada, fue una decisión madura
que ambos tomamos —traté de tranqui-
lizarla.
—Menos mal —me lanzó una mirada
dudosa e intranquila.
La verdad no sé si creyó mi respuesta.
Las madres tienen un sexto sentido para
saber que algo anda mal con sus hijos y
para la mía, más que un sentido era un
don. Ella sabía leerme a la perfección,
por eso debía tener mucho cuidado con
lo que reflejaba.
—Tranquilla, no todo es malo, estoy
por poner en acción mi nuevo proyecto
escolar —cambié el tema de conversa-
ción.

- 43 -
—¿En serio?, qué emoción, y de qué
tratará… —se sentó de nuevo en el sofá.
—Básicamente voy a erradicar las re-
des sociales por un tiempo.
—¡Ay, Amanda!, tú y tu obsesión por
las redes —me recriminó—. Seguro por
eso terminaste con Mauro.
Esa respuesta sacó mi peor lado.
Cómo era posible que hasta mi propia
madre me juzgara, y encima ponerse del
lado de Mauro, ¡por Dios, soy su hija!
—No creo lo que acabo de escuchar,
¿cuándo diablos me vas a apoyar? —es-
taba perdiendo el control de mis emo-
ciones—. Eres igual que todos, mi padre
siempre me apoyaba, tú no eres ni la mi-
tad de lo que era él —me retiré a mi ha-
bitación, ya no quería seguir hablando.
Fui muy fuerte con mi respuesta, pero
ya no iba a permitir que nadie me tratara
así. Prefería mil veces quedarme sola a
estar con personas como ella, como
Mauro e incluso como Siena. La lista de
decepciones iba en aumento y acababa
de unirse la más dolorosa de todas… mi
madre.

- 44 -
Decidí tomar mi laptop para avanzar un
poco con mis tareas, así que abrí la ban-
deja de mi correo electrónico, ya que la
mayor parte de ellas son en línea. Increí-
blemente entre tantos correos se encon-
traba uno de Almendra Bermellón y no
precisamente con fines académicos. Co-
mencé a leerlo…

De: Almendra Bermellón


Para: Amanda Red

Buen día, señorita Red. Tal vez no


sea el medio para comunicarme con
usted, sin embargo, quiero confe-
sarle que siento un enorme interés
por su proyecto, y me gustaría com-
partir con usted mis razones. Así
mismo, me gustaría conocer las su-
yos. Sé que tiene que existir una mo-
tivación interna para poner en mar-
cha esta idea. Tengo la corazonada
de que ambas tenemos cosas en co-
mún, por lo que me intriga poder pla-
ticar con usted, de preferencia fuera
de clases. Sé que vivimos cerca,
cuando guste podríamos hablar del
tema en mi casa.
- 45 -
En esos últimos días, Almendra es la
que más apoyo me brindó en todos los
aspectos, tal vez se haya ganado una
oportunidad de conocerme un poco
más. Ahora entiendo que tenía un mo-
tivo personal para apoyar todo esto,
quizá estábamos pasando por algo simi-
lar. Para resolver mis inquietudes debía
aceptar su invitación, así que… decidí
responder su correo.

De: Amanda Red


Para: Almendra Bermellón

Buen día, señorita Bermellón. Me


halaga cada uno de sus comentarios
y también agradezco su interés hacia
mi proyecto. Le comento que me in-
triga conocer los motivos por los cua-
les me está brindado su apoyo, así
que acepto su invitación, ¿le parece
hoy a las 5 de la tarde?

Fui clara con lo que realmente quería;


sabía que ser directa simplificaría mu-
chas cosas. El mensaje de respuesta no

- 46 -
tardó en llegar, supongo que se encon-
traba utilizando su correo en esos mo-
mentos. La idea de que estaba esperando
mi respuesta sonaba algo aterrador.

De: Almendra Bermellón


Para: Amanda Red

Excelente, me parece perfecto, te


veo hoy a las 5 de la tarde en mi casa.

Fue un mensaje en el que dejó de lado


la formalidad, supongo que quería elimi-
nar esa barrera y en lo personal no tenía
problema con ello.
Cerré mi laptop y me recosté en la cama.
Aún sentía una gran molestia por la dis-
cusión que tuve con mi madre, así que…
tomar una siesta parecía una buena op-
ción.

Desperté un poco más relajada. Puse


Ámame del grupo AT4, mi canción favo-
rita, en lo que me disponía a darme un
baño. Mi actitud mejoró cuando co-
mencé a cantar bajo la regadera.
Salí sin problema alguno con dirección
a la casa de Almendra. Estaba un poco
- 47 -
nerviosa, caminé más rápido de lo nor-
mal y tocaba mi cabello constantemente.
No quise mirar a mi alrededor y trataba
de evitar cualquier contacto visual,
como si estuviera ocultando algo. Tal
vez, era una reacción normal de mi
cuerpo, ya que todavía no estaba cien
por ciento segura de querer asistir a esa
reunión, pero el morbo y la curiosidad
eran más grandes.
—Adelante, Amanda —Almendra ya
me esperaba en la puerta.
—Muchas gracias —entré a su casa.
—Toma asiento, dime… ¿qué te
sirvo?
—Un café está perfecto.
—Buena elección, yo también quiero
uno —se dirigió a la cocina mientras yo
echaba un vistazo a todo. Era una casa
muy bonita, con detalles que la hacían
lucir un lugar totalmente acogedor, co-
mencé a pensar que fue buena idea ir.
Para ser el comienzo creo que las cosas
iban bien, al parecer no había nada que
temer. Sus acciones no parecían aler-
tarme sobre peligro alguno.

- 48 -
—Aquí tienes, Amanda, espero y sea
de a tu agrado —colocó las tazas de café
sobre la mesa de centro.
—Por supuesto, soy una fanática del
café.
—Apuesto a que te has de preguntar
por qué te cité esta tarde.
—Sí, es un hecho que sí.
—Entonces comencemos —tomó un
sorbo de su café.
—Te escucho —tal parece que el mo-
mento de la verdad había llegado. Al fin
conocería las intenciones de Almendra
Bermellón. Era hora de que mis pregun-
tas tuvieran respuestas reales.
—Trataré de ser concreta, tu proyecto
se me hace una magnífica idea porque
me siento identificada. Estás haciendo lo
que siempre he querido hacer, erradicar
las redes sociales de mi vida —lucía ago-
biada.
¿Sería posible que lo que acababa de
escuchar fuera verdad?, ¿Almendra Ber-
mellón sufriendo por las redes sociales,
con lo bella y carismática que es? Me pa-
recía imposible que ella padeciera por
ese tema.

- 49 -
—¿Es real lo que me estás contando?
—casi tiré mi café de la impresión.
—Totalmente, Amanda, y si te lo co-
mento es porque siento que sólo tú me
entenderás.
—Te agradezco la confianza —mi an-
siedad iba en aumento—. Pero dime,
¿de qué forma te han afectado?
—De acuerdo, te contaré con la con-
dición de que tú me cuentes por qué es-
tás haciendo este proyecto —me miró
fijamente, el escenario había cambiado.
Odiaba que me condicionaran… Si yo
platicaba mis cosas era porque tenía
confianza en esa persona. Mis senti-
mientos y pensamientos nunca eran
condicionados por nadie. Si yo contaba
mis intimidades era porque así lo quería,
no porque me lo pidieran.
—Almendra, si tu intención era saber
sobre mi vida, te hubieras evitado toda
la presentación y el quererme hacer sen-
tir comprendida —me dirigí a la puerta,
ya no tenía intenciones de seguir ahí.
—Espera, Amanda, no te vayas —me
detuvo—. Te ofrezco una disculpa, tie-
nes razón no era la manera de decir las
cosas y créeme que nada de esto lo tenía
- 50 -
planeado. Sólo quería saber las causas
para ver qué tan similares son nuestros
casos. Por favor, quédate —insistió.
Lo único que quería era irme a mi casa,
sin embargo, esa disculpa me tranquilizó
un poco. Por lo menos tuvo el valor de
reconocer su error.
—Acepto tu disculpa, Almendra, y así
mismo yo te ofrezco una. No fue la ma-
nera correcta de reaccionar, última-
mente he estado tan decepcionada de la
gente y tú no tienes que pagar los platos
rotos —regresamos a la sala.
—Entiendo, tal vez tengamos más en
común de lo que te imaginas, me visua-
lizo mucho en ti cuando tenía tu edad —
Almendra mencionó justo lo que quería
escuchar.
—¿De verdad?, ¿por qué dices eso? —
estaba sorprendida ante sus declaracio-
nes.
—Creo que tú misma te irás dando
cuenta conforme nos vayamos tratando
con el tiempo.
—De acuerdo, no tengo prisa —negué
con la cabeza, aunque la realidad era
todo lo contrario.

- 51 -
—Entonces empezaré a contarte mi
historia, ¿estás lista?
—Adelante, Almendra, soy toda oídos
—me incliné hacia ella, si supiera que esa
era la razón por la que fui.
—Muchos creen que mi matrimonio
es lo más feliz del mundo, pero la reali-
dad es otra, simplemente guardamos las
apariencias. He soportado muchas infi-
delidades por parte de mi esposo. He
descubierto muchas de sus aventuras a
través de su celular y no tengo la certeza
de cuándo comenzó todo esto, sólo sé
que las redes sociales me han abierto los
ojos. No he tenido el valor de enfren-
tarlo por el miedo al qué dirán, y la ma-
yor parte del tiempo me guardo las cosas
para no generar un problema aún mayor
—al terminar soltó un largo suspiro,
como si hubiera sacado todo eso que lle-
vaba acumulado por años.
Me sentía pasmada, cómo era posible
que la gran Almendra Bermellón sufriera
este tipo de situaciones, empezaba a
creer que estas cosas eran más comunes
de lo que pensaba.

- 52 -
—Almendra, lo lamento y de verdad
me duele escuchar todo lo que te está pa-
sando —mi gesto era triste; traté de ser
empática.
—Muchas gracias, como ves, la situa-
ción es compleja y eres la primera per-
sona a quien se lo cuento, por eso me
llamó tanto la atención tu proyecto. Me
puse a pensar cómo sería mi matrimonio
si nunca hubieran existido las redes so-
ciales, creo que por lo menos jamás me
habría enterado de nada. Amo dema-
siado a mi esposo y no tengo el valor
para dejarlo, pero la tristeza me está con-
sumiendo lentamente —su voz se que-
braba cada vez más, se veía desesperada,
casi al borde del llanto.
Por primera vez en mucho tiempo me
sentía identificada con alguien, cómo era
posible sentir esa conexión y empatía
con quien llevas hablando una hora, ni
siquiera con mi madre me pasó, tal
como lo dijo Almendra, “realmente te-
nemos muchas cosas en común”, aun así
no me sentía lista para contarle mi histo-
ria, tenía el presentimiento que debía es-
perar un poco más.

- 53 -
—¿Y qué piensas hacer?, creo que no
es sano que continúes así —le cuestioné.
—Sólo sé que no quiero perder mi ma-
trimonio y en tu proyecto vi algo de luz
para salvarlo. Estoy dispuesta a perdo-
nar todo lo que me ha hecho con la con-
dición de que nadie vuelva a usar una red
social en esta casa.
Era de admirar la actitud de Almendra
ante la situación que estaba pasando. Yo
no tendría el valor de afrontarlo de esa
manera; aun así estaba dispuesta a darle
toda mi ayuda. Alguien que pensara que
las redes sociales son una porquería, no
se encontraba todos los días.
—Créeme que te comprendo y estoy
dispuesta a apoyarte en lo que necesites
—fui completamente sincera con ella,
me dolía verla así.
—Sé que no me equivoqué contigo,
eres una gran persona y te agradezco el
interés que estás mostrando, a pesar de
que esto no te afecte directamente.
—Claro que me afecta, y más con al-
guien que lo único que ha hecho es apo-
yarme estos últimos días.

- 54 -
Era tanta la energía que sentía en esos
momentos, creo que ambas encontra-
mos lo que estábamos buscando. Ella, el
sentirse escuchada y comprendida; y yo,
el hecho de sentirme apoyada. Esto era
el nacimiento de una nueva amistad.
—Creo que ya es tarde, es hora de que
regreses a casa, no quiero que te retrases,
recuerda que mañana vamos a la escuela
—se levantó.
—Tienes razón, las horas se fueron
volando —miré su reloj de pared.
—Agradezco mucho tu visita —me
acompañó a la puerta—. Esta es tu casa
y siempre serás bienvenida.
—Al contrario, gracias por la con-
fianza y cualquier cosa que necesites
aquí estaré —salí de ahí con muchas co-
sas por reflexionar.
Lo que había vivido hace unos minu-
tos fue increíble. Al fin algo bueno había
sucedido dentro de una semana llena de
malas noticias. El camino a casa fue tra-
zado por una actitud positiva. Abrí la
puerta y mi madre se encontraba en la
sala. Había olvidado por completo la
discusión que tuvimos en la tarde.

- 55 -
—¿Qué haces? —le pregunté mientras
cerraba la puerta con llave.
—Creí que estabas molesta conmigo
—me miró sorprendida.
—Ya pasó, sólo fue un mal rato —me
senté a su lado.
—Está bien, veámoslo de esa manera
—me sonrió—. Y nada, estaba viendo
una serie de televisión, pero ya estaba
por subir a dormir. Y tú, ¿dónde esta-
bas?
—Me reuní con unos compañeros
para realizar un trabajo escolar.
No estaba dispuesta a crear una nueva
discusión o que mi madre lanzara mil
preguntas sobre Almendra, así que sentí
que lo mejor era mentir para mantener
las cosas tranquilas.
—Bueno, de ser así me iré a mi habita-
ción, hablamos mañana —subió las es-
caleras.
—Descansa, mamá.
El final del día se acercaba y no podía
evitar la comparación, entre la relación
que tengo con mi madre y la que acababa
de tener con Almendra. Las cosas se-

- 56 -
guían tensas, aunque quisiéramos apa-
rentar lo contrario. Nuestra relación es-
taba quebrada.
Me sentía agotada así que subí a mi ha-
bitación. Tomé mi celular para poner mi
alarma y sorpresivamente encontré un
mensaje de texto de un número desco-
nocido.

De: Número desconocido


Para: Amanda Red

Hola, Amanda. Soy Flavio, de ante-


mano te pido una disculpa por tener
el atrevimiento de escribirte. Conse-
guí tu número ya que tenía ganas de
hablar contigo y, además quería ofre-
certe todo mi apoyo para tu proyecto.
Sé que odias las redes así que… de-
cidí enviarte un mensaje de texto, no
deja de ser parte de la tecnología,
pero por lo menos no es una red so-
cial. Lamento lo de tu ruptura con
Mauro. Si necesitas algo, no dudes
en pedírmelo.

Al parecer las sorpresas no paraban,


¿Flavio enviándome un mensaje de texto
- 57 -
para brindarme su apoyo?, todo estaba
demasiado raro. Mi primera opción era
creer que Mauro lo envió para sacarme
información; la segunda, que efectiva-
mente ese mensaje me lo envió por de-
cisión propia. La verdad es que descono-
cía la relación que llevaba con Mauro en
esos momentos. En fin, era suficiente, lo
único que quería era descansar, ya ma-
ñana decidiría que hacer con Flavio.

- 58 -
4
El sol había salido de nuevo en mi habi-
tación, antes quemaba y ahora me hacía
brillar. Así me sentía, con toda la con-
fianza, con toda la seguridad y con toda
la actitud. Sentí que por primera vez en
mucho tiempo la suerte estaba de mi
lado. Las cosas iban marchando de
buena manera y era una excelente opor-
tunidad para darle mayor firmeza a mi
proyecto, que de a poco estaba pasando
de ser un sueño a una realidad.
Mi mamá salió temprano, así que me
correspondía cocinar. Tenía tanto ánimo
que quería lucirme, nunca me había gus-
tado la comida simple, si algo amaba en
esta vida era comer. Puse la bocina a
todo volumen y mientras guisaba, bai-
laba al ritmo de la melodía. Me sentía en
un concierto, la pala se convirtió en un
micrófono profesional, cantaba y brin-
caba mientras servía la miel; por último,
una malteada de chocolate para consu-
mir un sin número de calorías que no sa-
bía en cuánto tiempo bajaría, pero de
momento eso no era problema, sólo
quería comer y seguir escuchando las
canciones.
- 59 -
De vuelta a la realidad tomé mis cosas
para dirigirme a la Universidad, ya un
poco más seria y racional recordé el
mensaje de Flavio, ¿qué tenía que hacer?,
¿cómo tenía que actuar? Últimamente
había tomado riesgos y me había funcio-
nado, creí que esta no debería de ser la
excepción… qué más podría perder.
Decidí buscarlo para hablar con él, por
supuesto que tendría demasiado cui-
dado, pondría atención a cada detalle,
sería una pequeña prueba para saber sus
verdaderas intenciones. Para ser since-
ros, sólo había hablado con él un par de
ocasiones y sobre ningún tema impor-
tante. Cuando era novia de Mauro no
acostumbraba a acompañarlo a las
reuniones con sus amigos, me parecían
muy aburridas, además, era una forma
de brindarle su espacio, que al parecer de
nada sirvió.
Las referencias que tenía sobre Flavio
eran algo limitadas, cursaba el mismo
grado que Mauro, sabía que era una de
las personas más populares y que miles
de chicas lo buscaban, pero por alguna
razón nunca había tenido una relación
sentimental a pesar de su atractivo físico.
- 60 -
Hasta se rumoraba que era homosexual,
pero que no se atrevía a salir del closet.
Pero si algo sobraba en esta escuela…
eran rumores. Aquí todos teníamos dos
vidas, la que vivíamos y la que nos in-
ventaban. Aparte, lo que llamaba mucho
mi atención era saber cómo se había en-
terado de mi proyecto, si él no estaba en
mi salón. No creía que esto fuera tan im-
portante para que se hubiera regado por
todos los pasillos y de ser así no tenía
duda que mi ego seguiría creciendo. Sin
más preámbulos y con lo poco que co-
nocía sobre él, decidí acercarme y salu-
darlo.
—Hola, Flavio. ¿Cómo estás? —le
pregunté con la voz temblorosa, mien-
tras colocaba mi cabello detrás de mis
orejas y escondiendo la mirada.
—Hola, Amanda, no creí que me ha-
blarías —extendió su mano para salu-
darme y después me dio un beso en la
mejilla.
—¿Por qué lo dices? —no le creí del
todo.
—No sé, simplemente presentimiento.
—Pues creo que debes trabajar en tus
presentimientos.
- 61 -
—Sí —soltó una ligera carcajada—,
creo que tienes razón.
—Bueno, estoy aquí por lo de tu
mensaje de ayer —en ese instante
la pena que sentía se había ido—, ¿se
puede saber por qué lo hiciste?
—Por supuesto, aunque no creí llegar
a este punto, pensé que me ignorarías.
—No me digas, otro presentimiento
—le respondí sarcásticamente.
—Así es, al parecer contigo no funcio-
nan.
—Y eso es ¿bueno o malo?
—Yo opino que bueno, eres imprede-
cible y eso me agrada —me miró fija-
mente.
—Mira, qué interesante, nadie me ha-
bía visto así —me sonrojé un poco. Era
extraño que alguien me dijera cosas lin-
das, no estaba acostumbrada a eso, pero
era claro que me gustaba que lo hicieran.
—Un placer ser el primero entonces.
—Creo que deberíamos retomar el
tema —no tenía la intención de que la
conversación se desviara del punto prin-
cipal y mucho menos que se mal inter-
pretara.

- 62 -
—¿Tanto miedo te da tener una buena
charla? —Flavio notó de inmediato que
quería cambiar el tema, no creí que mi
reacción fuera tan evidente.
—¿Quién habló de miedo?
—Esa es la actitud, mi estimada,
Amanda. Pero de acuerdo, te diré el por-
qué de mis acciones.
—Te escucho, Flavio —estaba ansiosa
por saber lo que diría.
—Para empezar todo lo que viste en
ese texto es verdad. Estoy impresionado
con tu proyecto y aún más con tu acti-
tud, no cualquiera tiene las agallas de ha-
cer algo como tú. Siento una clase de ad-
miración hacia ti, en mi caso creo que
estás hablando por muchos y lo mínimo
que puedo hacer es apoyarte.
¡Pero vaya!, qué buena labia tenía este
hombre. Parece como si de su boca sa-
liera lo que quería escuchar.
—Entonces, ¿esto no tiene nada que
ver con Mauro? —insistí.
—Para nada. Lo sigues queriendo,
¿verdad?
Flavio había lanzado la pregunta más
incómoda de la tarde, y por supuesto
que no le daría explicaciones.
- 63 -
—No, era simple curiosidad —le res-
pondí cortante.
—Comprendo —encogió los hom-
bros.
—Y dime, ¿cómo voy a creer todo lo
que me acabas de decir?
—No tienes por qué hacerlo, tienes la
opción de retirarte y hacer como que
esta conversación nunca sucedió —me
dijo un tanto decepcionado.
Flavio era más listo de lo que creía, pa-
recía que entendía cada una de mis pala-
bras y mis movimientos.
—Así que, ¿no te importa si solamente
me marcho?
—Claro que me importa, pero no te
obligaré a creerme o a quedarte.
Me di cuenta que ya era tarde, no que-
ría perder mis clases y al mismo tiempo
quería seguir hablando con él, así que
dejé una cita abierta.
—De acuerdo, te veo más tarde enton-
ces, ya tengo que entrar a clases —salí
corriendo del lugar.
—¿Qué quieres decir con eso?
—No sé, sigue tus presentimientos —
le grité mientras me alejaba.

- 64 -
Confieso que tenía tiempo sin tener
una conversación tan agradable, me
sentí tan natural, tan yo, en ningún mo-
mento tuve que fingir y eso me gustó.
Además, quería saber más de Flavio, eso
fue una buena introducción, mas no el
final del libro. Debía seguir con cuidado,
tal como me dijo, lo más fácil sería igno-
rarlo y marcharme, pero algo dentro de
mí no quería hacerlo.
—Hola, amiguita, ¿cómo estás?, ¿qué
dice la idea más anticuada de la historia?
—me preguntó Siena.
—Nada, sólo acumulando seguidores.
—No lo creo, disfrútalo porque yo me
encargaré de que no funcione, espero
que puedas con la decepción.
—No, espero que tú puedas con ella,
cuando gracias a esto la gente se dé
cuenta de lo superficial que eres y lo
poco que tienes que aportar como per-
sona.
—Ya veremos, de alguna forma siem-
pre has estado bajo mi sombra.
—No sabía que competías, eso es
nuevo y ahora que yo pienso competir
no creo que ni tú ni nadie puedan dete-
nerme.
- 65 -
—No creo que puedas dejar tu papel
de marginada.
—Me sorprende que conozcas de pa-
peles, con la mente que tienes, creí que
sólo conocías el del baño.
—Eres una estúpida, Amanda.
—¿Le sigo…?
Siena se marchó molesta, por un mo-
mento creí que llegaríamos a los golpes,
por suerte todo quedó en una discusión.
No quería dar un espectáculo, además
que no arriesgaría las cosas por ella. Era
evidente que nuestros conflictos seguían
creciendo y gracias a eso mi actitud es-
taba cambiando, la nueva Amanda no le
temía a nada.
Cada vez pensaba menos en Mauro,
no porque no me importara, realmente
seguía amándolo, sin embargo, estar
ocupada todos estos días me había ayu-
dado a dejarlo a un lado, aunque fuera
algo pasajero.
Hoy no tenía clase programada con Al-
mendra Bermellón, así que se pronosti-
caba un día tranquilo, sin tantas discu-
siones. El resto del día pasó muy rápido,
sin ninguna novedad en alguna de mis
materias, tenía la tarde libre y no quería
- 66 -
regresar temprano a mi casa. No quería
que esta tranquilidad acabara con una
nueva discusión con mi madre, así que
tomé una decisión algo loca. Le marqué
a Flavio para ir a tomar un café y seguir
platicando, tal vez no era lo correcto
pero mis opciones no eran tan variadas.
—Qué tal, Amanda, a qué debo el ho-
nor de tu llamada.
—Supongo que es tu día de suerte.
¿Qué harás hoy?
—A nadie le cae mal un poco de
suerte, y nada, justo voy saliendo de cla-
ses.
—¿Te gustaría ir a tomar un café?
—¿Cuándo? —sonó muy interesado.
—Hoy mismo, yo puedo en unos 15
minutos, voy saliendo de clases también,
y no te preocupes sé que es algo apresu-
rado, si no puedes lo entenderé.
—Al parecer, también es tu día de
suerte, ¿dónde te veo?
—Me gusta tu actitud, ¿te parece si nos
vemos en el café de aquí de la Universi-
dad?
—Claro, ahí te veo en 15 minutos.
No habían pasado ni 6 horas y ya lo
había invitado a tomar un café, y quería
- 67 -
seguir conversando con él, hasta la idea
de que lo enviaron para espiarme se es-
taba esfumando de mi mente. Nunca ha-
bía tomado la iniciativa de invitar a un
chico a salir, aun así, mis intenciones no
eran otras que no fueran conversar. Es-
peraba que él también lo entendiera de
esa manera, de no ser así probablemente
surgiría un mal entendido y lo último
que quería era eso…
—Veo que te adelantaste —vi a Flavio
sentado, ya tenía apartada una mesa en
la cafetería.
—Lo siento, este lugar suele llenarse a
esta hora. Además me atreví a ordenar
por ti, espero y no te moleste.
—Para nada. ¿Entonces no es la pri-
mera vez que vienes?
—Por supuesto que no, soy un amante
del café. Este es uno de mis lugares fa-
voritos —su felicidad era evidente.
—Interesante, ahora conozco algo
nuevo de ti.
—Puedes conocer lo que gustes, sólo
pregunta.
—De acuerdo, lo tomaré en cuenta.
—Y dime, ¿qué te motivo a hablarme
nuevamente?, eso de que me tomes por
- 68 -
sorpresa empieza a convertirse en una
costumbre.
—Tenía ganas de tomar un café y su-
puse que sería buena idea platicar con-
tigo, para serte sincera me he quedado
sin amigos y como tú sabes, también sin
novio —hablé con la verdad.
Creo que eso había sonado altamente
atrevido. Tanta era la confianza que es-
taba teniendo con Flavio, que al parecer
ya no pensaba lo que iba a decir.
—¿Entonces debería sentirme utili-
zado o halagado?
—Tranquilo, no es nada de eso, no
mal interpretes lo que acabo de decir —
traté de arreglar la situación.
—Es broma, para mí es un placer que
estés aquí, sin importar el motivo.
Esperaba que realmente no se lo hu-
biera tomado personal, no me gustaría
estropear el poco avance que había te-
nido con él.
—Entiendo, suena algo complicada tu
situación, pero creo que hasta cierto
punto es normal, conforme van avan-
zando los años nuestro círculo va cam-
biando y reduciéndose cada vez más. En
mi caso, es difícil que tenga la confianza
- 69 -
de compartir con alguien diversos aspec-
tos de mi vida, independientemente si es
una amistad o una relación, me consi-
dero una persona selectiva.
—Ahora entiendo lo que se comenta
de ti —me tapé la boca con las manos.
Nunca debí de decir eso. Nuevamente
había dicho las palabras equivocadas, no
entendía qué estaba pasando conmigo.
—¿Tú también crees esos rumores? —
me preguntó decepcionado.
—Para nada, pero la gente toma cual-
quier situación para empezar a rumorar
sobre los demás —esperaba que eso ab-
solviera mi error.
—Concuerdo contigo en ese aspecto.
—Sí, a mí me ha pasado en muchas
ocasiones y aquí sigo —traté de ser un
poco empática.
—¿Aún sigues creyendo que Mauro
me envió a espiarte?
—Si lo siguiera creyendo no estaría
aquí, ¿no crees? —alcé la ceja derecha.
—Buen punto, y a lo que veo no soy el
único que tiene fracturada su relación de
amistad con su mejor amigo.

- 70 -
Casi escupí el café cuando escuché eso,
no era posible que él también tuviera
problemas con Mauro.
—¿Cómo?, ¿ya no eres amigo de
Mauro? —le pregunté sorprendida.
—Digamos que las cosas están un
poco complicadas, no estaba de acuerdo
con ciertas acciones que estaba reali-
zando y decidí alejarme.
—Tan grave es la situación.
—Sí, cada persona se maneja mediante
sus códigos, y digamos que los míos es-
tán demasiado marcados.
—Pues vaya que es una sorpresa, uste-
des eran inseparables, iban a todos los
lugares juntos.
—Tú y Siena se veían igual, nada es
para siempre, Amanda.
—Vaya, creo que te diste cuenta de mi
conflicto con ella.
—En esta escuela todo se sabe y más
con una persona tan popular.
—Entonces tenemos en común que
ambos perdimos a nuestros mejores
amigos y somos demasiado selectivos
con las personas que nos rodean.
—Curiosamente sí, pero bueno, eso
nos trajo aquí.
- 71 -
—Te refieres a que… ¿si todavía fue-
ras amigo de Mauro no estarías aquí?
—Exactamente, estaríamos volviendo
al tema de los códigos.
—Pues deben ser interesantes esos có-
digos, en fin… brindemos por nuestras
amistades caídas.
—Me parece excelente. ¡Salud! —ex-
clamó mientras chocaba su taza con la
mía.
La tarde se fue fugaz platicando con
Flavio y al parecer teníamos demasiadas
cosas en común. No creí que existiera al-
guien que pensara muy similar a mí,
siempre me he considerado una persona
muy compleja, alguien impredecible y
muy difícil de leer, sin embargo, parecía
que él me conocía de toda la vida.
—Bueno, Flavio, creo que debo irme.
—¿Quieres que te lleve a tu casa?
—No, tranquilo, no es necesario.
—Está bien, pero volveré a verte, ¿ver-
dad?
—Ten por seguro que sí, estamos en
contacto.
Decidí regresar caminando a casa, bien
puede aceptar su propuesta, pero no creí

- 72 -
que fuera lo apropiado, incluso me se-
guía preguntando si realmente estaba ha-
ciendo lo correcto, además que mucha
gente nos vio en la cafetería. Mauro no
tardaba en enterarse que tomé un café
con su ex mejor amigo y su carácter ca-
recía de tranquilidad, sólo esperaba que
eso no ocasionara un problema más ade-
lante.
En mis pensamientos resonaban mu-
cho las palabras de Flavio, “nuestro
círculo va cambiando y reduciéndose
cada vez más”, porque justamente eso
me estaba sucediendo, gente nueva es-
taba entrando en mi vida, personas agra-
dables que en tan poco tiempo empeza-
ban a aportarme más que otras y creo
que de alguna manera eso se debía agra-
decer. Algo estaba claro, mis exigencias
seguían en aumento y mi nuevo círculo
parecía más fuerte que todo lo anterior.
Es de humanos no poder dejar de lado
la comparación, lo hacemos todo el
tiempo y esta no era la excepción.
Mi celular comenzó a vibrar y en el
identificador decía My Love. “¡Mierda!”,
lo sabía. Seguramente ya se había ente-

- 73 -
rado de mi cita con Flavio. Dudé en res-
ponder, no estaba lista para esa llamada,
así que en primera instancia la ignoré; sin
embargo, él seguía insistiendo.
—¿Qué pasa? —decidí responder.
—Qué tal, Amanda. ¿Cómo estás?
—Bien, se puede saber, ¿por qué me
estás marcando?
—Tranquila, no te he hecho nada, sólo
quería saber cómo estabas.
—Pues ya viste que estoy bien, ¿algo
más en lo que te pueda ayudar?
—Qué pasa, Amanda, tú no eres así o
acaso ya estás saliendo con alguien más.
—Y si fuera así, cuál sería el problema,
si tú y yo ya no somos nada.
—Tienes razón y qué lástima, resul-
taste ser igual que todas —me colgó.
No entendía qué le pasaba, ¿creía que
podía venir a hablarme como si nada
después de todo lo que hizo?, ¿y encima
poner sus condiciones? Claro que seguía
teniendo sentimientos por Mauro, pero
no iba a permitir que me siguiera tra-
tando como basura, yo no era de su pro-
piedad para que me buscara cuando él
quisiera con la excusa de saber cómo es-
toy.
- 74 -
Mi enojo estaba pasando y la razón
empezaba a apropiarse de mí. Pero se-
guía pensando que tal vez supo de mi sa-
lida con Flavio, sin embargo, nunca
mencionó su nombre, pero sí insinuó
que estaba saliendo con alguien. No po-
día dejar de pensar que un posible con-
flicto se aproximaría. No podía creer
cómo una llamada pudiera acabar con
todo lo lindo e interesante de este día.
Ya en casa un nuevo mensaje de texto
llegó a mi celular.

De: Flavio Malva


Para: Amanda Red

Espero que hayas llegado con bien


a tu casa, muchas gracias por este
día, disfruté demasiado tu compañía.
Me emociona saber que aún existen
personas como tú, descansa y espero
verte pronto.

Si pasaba algo entre Flavio y Mauro me


iba a sentir totalmente culpable. Me dejé
llevar por la emoción de hablar con él sin
pensar en las consecuencias; la cabeza
me quería explotar. Tenía que pensar en
- 75 -
una solución y por lo pronto lo más sa-
ludable era no responderle a Flavio, las
cosas tenían que enfriarse. También de-
bía hablar con Mauro y dejar en claro
todo lo que estaba sucediendo, y de una
vez por todas determinar cuál sería nues-
tra relación de ahora en adelante.
Tal vez, debería empezar a considerar
un cambio de número, o incluso dejar de
utilizar el celular, seguía sin entender
cómo aun sin usar las redes sociales los
conflictos continuaban.
Ya un poco más tranquila, me dispuse
a verificar mi correo para saber si había
novedades escolares y lo único que en-
contré fue un mensaje de Almendra Ber-
mellón.

De: Almendra Bermellón


Para: Amanda Red

Qué tal, Amanda, espero hayas te-


nido un excelente día. Extrañé darles
clase, pero ya mañana me presentaré
y no sabes cómo me llena de emo-
ción hablar nuevamente de tu pro-
yecto. En mi casa las cosas no han
cambiado mucho, los problemas con
- 76 -
mi esposo siguen aumentando, es-
pero que nos veamos pronto para
charlar.

Fue claro que algo estaba pasando. De


pronto todo el mundo me buscaba y tra-
taba de localizarme, eso era algo que no
sucedía; antes pasaba desapercibida y de
un día a otro eso cambió. Era algo a lo
que no estaba acostumbrada. Tener la
atención de otros sobre mí no se me
daba, y ahora que estaba sucediendo no
sabía cómo manejarlo.
Sentía que estaba tomando un camino
sin retorno, donde cualquier decisión
me afectaría más que antes. Conside-
rando que ya no había marcha atrás, de-
cidí responderle a Almendra.

De: Amanda Red


Para: Almendra Bermellón

Hola, Almendra, hoy las clases no


fueron lo mismo sin ti, sabes que me
gusta demasiado la materia que im-
partes y aún más sabiendo el pro-
yecto que tenemos en puerta, te veo
mañana, amiga.
- 77 -
Esperaba no haber sonado tan falsa,
pero no podía darme el lujo de perder mi
contacto con Almendra, ya que era mi
apoyo más grande en este proyecto y sin
ella estaba casi segura de que todo se
vendría abajo, así que lo más sano era se-
guir cuidando esa relación. No dejaba de
pensar que su correo estaba un poco
fuera de lugar, tan fácil que era esperar
al día de mañana y decírmelo personal-
mente.
También sentí la necesidad de respon-
der el mensaje de Flavio. Suficiente fue
con no aceptar que me trajera a mi casa
como para después ignorar su preocupa-
ción. El problema ya estaba hecho y ma-
ñana afrontaría las consecuencias.

De: Amanda Red


Para: Flavio Malva

Hola, ya estoy en mi casa; muchas


gracias por preocuparte, yo también
me la pasé muy bien, hablamos
luego.

- 78 -
5
Hoy desperté con el presentimiento de
que algo malo sucedería, con una inquie-
tud tan grande que no me permitía con-
centrarme en lo absoluto, algo me decía
que las cosas no estaban bien, y todo se
relacionaba a mi encuentro con Flavio y
por supuesto a la llamada de Mauro. De
hecho, mi ducha no fue la misma, acos-
tumbraba a dejar mi celular encima del
lavabo con mi playlist favorito; siempre
cantaba y bailaba mientras el agua tibia
recorría mi cuerpo. Esta vez no regulé el
grifo y tampoco bailé, simplemente dejé
que el agua fría cayera sobre mí. Estaba
en una especie de trance, donde mi
mente y cuerpo se encontraban total-
mente desconectados.
Una sensación de pesadez y preocupa-
ción se apoderó de mí, a tal grado de qui-
tarme el apetito… y eso sí que era algo
raro. Me la pasé moviendo la cuchara de
arriba a abajo pero nunca hacia mi boca,
así que decidí tirar mi plato de cereal a la
basura. Quería quedarme sentada todo
el día, y estuve a nada de hacerlo, sólo
que la responsabilidad de mi proyecto

- 79 -
me hizo levantarme. Por un mal día no
echaría a perder todos mis avances.
Estaba a unas cuadras de la escuela y a
lo lejos vi un tumulto de gente gritando
alarida. Era una pelea entre Mauro y Fla-
vio, el motivo de la misma era más que
claro. Me acerqué corriendo y ambos te-
nían sangre en el rostro, la pelea parecía
llevar unos minutos, sin embargo, nadie
se atrevía a detenerlos. Un sin número
de celulares estaba grabando la acción,
ambos no dejaban de golpearse, esqui-
vaban unos cuantos golpes pero la gran
mayoría eran acertados en alguna parte
del cuerpo. El coraje que irradiaban esos
dos era impresionante, un golpe contun-
dente de Flavio creaba la antesala del fin
de la pelea. Mauro cayó noqueado al pa-
vimento y en ese momento mis senti-
mientos tomaron el control.
—¡Eres un estúpido, mira lo que aca-
bas de hacer! —me arrojé al lugar donde
estaba Mauro y empecé a maldecir a Fla-
vio—. ¡Qué chingados tienes en la ca-
beza!, aléjate de aquí ya lograste lo que
querías, hijo de puta, no te quiero ver…
¡Lárgate! —le grité una y otra vez, mien-
tras todos observaban.
- 80 -
Flavio no respondió ninguna de mis
agresiones verbales, simplemente se re-
tiró.
—Mauro, amor, responde, ¿estás bien,
mi vida? —le pregunté con preocupa-
ción.
—Me acabas de decir “mi amor” —
lanzó una ligera sonrisa con los labios
llenos de sangre.
—No es momento de juegos, Mauro,
vamos al hospital.
La gente dejó de grabar en ese mo-
mento, me quedé con ganas de decirles
tantas cosas, pero sabía que no podía
ocasionar más problemas, así que me
guardé el coraje. Ya vería más adelante
la manera de sacarlo.
Pasamos 10 minutos esperando un
taxi. Sé que habría sido más fácil pedir
un automóvil particular mediante la apli-
cación de moda, pero eso nunca pasaría
ya que me encontraba peleada con la tec-
nología, pareciera que vivo en otro siglo.
Me subí con Mauro en la parte trasera de
un Tsuru, apestaba a cigarro y el interior
denotaba un gran descuido, era obvio
que tenía días sin lavarse.

- 81 -
—Tú siempre tan anticuada —mur-
muró Mauro.
—Todavía que te hago el favor de lle-
varte al hospital te atreves a insultarme
—estaba muy enojada.
—Tienes razón, mejor cierro la boca.
Mauro me conocía a la perfección, sa-
bía que no estaba cómoda en ese auto-
móvil. El tráfico atrasó un poco la lle-
gada al hospital y el descontrolado au-
mento del taxímetro, hicieron un ca-
mino muy poco placentero.
—Serían 200 pesos —mencionó el
chofer.
—Es un maldito aprovechado, ese ta-
xímetro está alterado, pero tome el puto
dinero y por favor lave su coche, estuve
a nada de vomitar —me bajé de golpe
mientras Mauro se burlaba de la escena.
Así fue como un taxista terminó pa-
gando toda mi ira almacenada. Aún no
comprendía por qué estaba ayudando a
Mauro. Él no se merecía mi atención en
lo más mínimo, mucho menos por
cómo se había comportado conmigo el
día de ayer. Con esto me daba cuenta
que mis sentimientos seguían vivos, por

- 82 -
más que tratara de ocultarlo, seguía pro-
fundamente enamorada; sin embargo,
esto tenía que quedar solamente como
un gesto de atención.
Entramos a la sala de urgencias donde
de inmediato se acercó una enfermera a
recibirlo. Por más increíble que parezca
lo atendieron rápidamente, debido a la
sangre expuesta.
—Espera aquí, Amanda, no te vayas
—me pidió.
—Tranquilo, no me iré a ningún lado,
preocúpate por estar bien.
Fue así como estuve más de una hora
en la sala de espera hasta que vi nueva-
mente la figura de Mauro con varias ven-
das.
—Estará bien, sufrió una leve contu-
sión, además de que tuvimos que suturar
su pómulo derecho —mencionó la doc-
tora.
—Muchas gracias por su atención. Va-
mos, Mauro, es hora de irnos.
Había sido una mañana pesada, no era
nada agradable estar en un hospital. Por
mi mente pasaron recuerdos desagrada-
bles de cuando venía a visitar a mi padre
en sus últimos días.
- 83 -
—Amanda, me sigues queriendo, ¿ver-
dad? —me preguntó Mauro.
—No te confundas, lo que hice por ti
el día de hoy lo haría por cualquiera, ne-
cesitabas ayuda y no soy tan mierda para
dejarte solo —le respondí.
Claro que lo seguía queriendo pero no
iba a lanzarme a sus brazos.
—Está bien, creo que los rumores eran
ciertos.
—¿Qué rumores? —pregunté de
forma escéptica, no tenía idea de lo que
estaba hablando.
—Que estás saliendo con Flavio.
—Eres un pendejo, Mauro, por eso
fue la pelea, ¿por un puto rumor? —es-
taba muy molesta y decepcionada.
—Por supuesto, no iba a permitir que
Flavio me quitara al amor de mi vida, no
tiene derecho.
—Exacto, así como tú ya no tienes
ningún derecho conmigo, por todas las
pendejadas que me hiciste. ¿Lo recuer-
das?
—Claro que lo recuerdo y estoy muy
arrepentido, de verdad me gustaría que
nos diéramos otra oportunidad.

- 84 -
—En serio creí que estabas bien, pero
creo que ese golpe sí te afectó, estás mal
de la cabeza.
La ira estaba hablando por mí. Moría
de ganas por abrazarlo, besarlo, y decirle
lo mucho que lo amaba, sin embargo,
eso no iba a suceder. Las cosas no eran
tan fáciles. De pronto, Mauro se acercó
más de la cuenta e intentó besarme, a lo
que yo me negué.
—Hazte a un lado, eres un incon-
gruente —lo rechacé.
—¿Qué demonios te pasa, Amanda?,
tú no eras así.
—Lo sé, soy una persona diferente,
aquella que tú conociste ya no está, ha
muerto, así como lo nuestro. Me gusta-
ría acompañarte a tu casa, pero esto es
demasiado incómodo, además tengo
que volver a la escuela, cuídate, Mauro.
No tenía la mínima intención de seguir
en ese lugar. Temía que en cualquier mo-
mento me ganara la debilidad y pasara
algo que no quisiera. La situación fue
compleja, pero pude salir de ella bien li-
brada, no iba a permitir por ningún mo-
tivo que Mauro regresara a mí como si

- 85 -
nada hubiera pasado. Él me había oca-
sionado un gran daño psicológico, me
dolió mucho nuestra ruptura, la forma
en que me habló y ahora simplemente
quería regresar como si nada pasara…
las cosas no eran así.
En seguida el cielo se tornó color gris
y comenzó a caer una intensa lluvia que
de inmediato mojó mi ropa. Era como si
las nubes estuvieran llorando por mí, al
final ese era mi reflejo en esos momen-
tos; una persona gris, triste y vacía. No
lo comprendía, ayer me sentía capaz de
dominar el mundo y hoy es todo lo con-
trario. Es increíble cómo ciertas perso-
nas impactan en mi ánimo de manera tan
notoria, y no era casualidad que sólo
Mauro me hiciera sentir así.
Dicen que… “cuando tienes una mala
actitud atraes todo lo malo” y al parecer
ese dicho tenía mucho sentido. Tardé
más de 30 minutos esperando el trans-
porte urbano, no iba permitir que otro
taxi me viera la cara. Era un hecho que no
alcanzaría a llegar a mi última clase, pero
no tenía otra opción que llegar a la Uni-
versidad, ya que era la única ruta que po-

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día tomar en estos momentos. Ya no ha-
bía vuelta atrás, de ahí regresaría cami-
nando a mi casa. Bajé del autobús con la
cabeza agachada, mi maquillaje corrido
gracias a la lluvia, mis libros mojados y
mi ropa hecha un desastre. Esta era la
peor imagen que había mostrado desde
hace mucho tiempo, no quería que nadie
me viera así.
—¡Amanda, espera! —Flavio me gritó
y se acercó corriendo.
—Lárgate, no quiero hablar contigo.
—Espera, déjame explicarte todo.
—No hay nada de qué hablar —me fui
de inmediato.
Qué loco, ilógico y dicotómico es que
la persona que ayer alegró por completo
mi día hoy no la quiera ni ver. Me sentía
muy decepcionada de Flavio, creí que
sería una persona más madura, pero no
fue así. Resultó ser igual que todos los
demás.
No sólo mi exterior era un caos, por
dentro me sentía igual. Me preparé para
una larga caminata de 30 minutos, ya ni
siquiera me importaba que siguiera llo-
viendo, tanto era el daño que hasta las

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gotas dejé de percibir, cuando de re-
pente el sonido de un claxon hizo pa-
rarme de golpe.
—¡Amanda!, ¿qué te pasó?, sube te
llevo a tu casa —Almendra Bermellón
me abrió la puerta de su auto.
No sé qué le pasaba al destino, justo
cuando no quería toparme con nadie,
me encontré a todos en mi camino. Co-
nociéndola, querría que le contara todo.
En mi sano juicio odiaba ser abierta con
las personas y ahora lo sería con mayor
razón.
—Qué tal, Almendra, todo bien, decidí
caminar a mi casa y me tomó la lluvia
desprevenida.
—No sé, pero no te creo —men-
cionó—, ni siquiera te presentaste a cla-
ses, anda sube —insistió.
—No me lo tomes a mal, pero prefiero
seguir caminando —junté mis manos
como una súplica.
—Vamos, no te niegues, además si te
enfermas nunca me lo perdonaré.
—De acuerdo, pero con una condi-
ción.
—Creí que no te gustaban las condi-
ciones.
- 88 -
—Esta vez es necesario —insistí.
—Bueno, acepto, ¿cuál es esa condi-
ción?
—Que no me preguntes nada, por fa-
vor, necesito mi espacio.
—Hecho.
No intercambiamos ni una sola pala-
bra, era evidente que no se sentía có-
moda, pero estaba dispuesta a cumplir
su palabra y eso de alguna forma me
tranquilizó. El camino a casa se acortó
de 30 a 5 minutos en su auto. Sólo dio
tiempo para escuchar una canción que
hizo el trayecto un poco más ameno.
—Muchas gracias, Almendra, te veo
mañana.
—Cuídate, Amanda, no hace falta de-
cir que cuentas conmigo para todo.
—Lo sé, y te lo agradezco.
Descendí del auto para dirigirme a mi
casa, el olor a césped mojado me relajó
un poco. Tenía mucho que no llovía, así
que por lo menos algo bueno dejó esta
tormenta.
Subí directo a mi habitación, no quería
saber nada del mundo. Estaba agotada
física y emocionalmente, era como estar
muerta en vida, seguía cargando con la
- 89 -
culpa de la pelea entre Flavio y Mauro,
no podía sacar eso de mi mente. Aun
cuando Flavio me dijo que su amistad no
se encontraba de lo mejor, sentía que yo
puse el último clavo en el ataúd, fracturé
para siempre su amistad y no había algo
que yo pudiera hacer para remediarlo; lo
hecho, hecho estaba.
Ni siquiera me había secado por com-
pleto, me tiré a la cama con toda la ropa
húmeda, la posibilidad de tener un res-
friado en ese momento era lo último que
me importaba, sólo quería desaparecer,
no ver a nadie.
—¡Amanda, te buscan! —mi madre
gritó desde la planta baja.
Hubiera sido buena idea decirle que no
estaba disponible para nadie, pero ya era
demasiado tarde. Además, no sabía
quién había venido a buscarme, no tenía
ningún plan con nadie, supuse que tenía
que ser Mauro o Flavio, no había otra
opción, por mi mente sólo pasaba man-
dar a la chingada a cualquiera de los dos,
así que no esperaba tardar en atenderlos.
Y efectivamente al bajar por las escale-
ras, vi que Flavio estaba en la sala, mi

- 90 -
madre ya lo había invitado a pasar…
como siempre de inoportuna.
—Bueno, los dejo solos —exclamó mi
madre—. Está muy guapo —susurró a
mi oído.
—¿Qué quieres, Flavio?
—Hablar contigo.
—Yo no, así que ya puedes retirarte —
le señalé la puerta.
—Amanda, por favor, sólo déjame ex-
plicarte, prometo que si después de esto
no quieres volver a hablarme lo enten-
deré —proyectó un semblante muy se-
rio.
Estaba muy confundida, sin embargo,
sentía que sí merecía una explicación.
—Está bien, pero no aquí, vamos al
parque que está a unas cuadras.
No iba a permitir que mi madre escu-
chara todo, pues noté que estaba escon-
dida arriba de la escalera. La conocía
muy bien, siempre quería saberlo todo,
aunque a veces las cosas no tuvieran
nada que ver con ella.
—Vamos. Pero… ¿no te cambiarás?
—Claro, permíteme bañarme, maqui-
llarme y ponerme un vestido —exclamé

- 91 -
sarcásticamente—. No es una cita, ca-
brón.
—Tranquila, no era por eso, sólo no
quiero que te enfermes.
—Vienes a hablar conmigo o darme
tips de madre psicópata como la que está
escondida en la escalera, así es madre, ya
te vi, ahorita regreso.
Mi madre moría de la pena después
que la exhibí. Él no mencionó nada des-
pués de ese comentario, se dio cuenta
que estaba en modo mamona y eso no
lo iba a cambiar de ninguna forma.
La calle se encontraba en completa
tranquilidad, sin niños y sin vecinos que
sólo buscaban qué ver para seguir vi-
viendo del chisme, bendita lluvia, aun-
que hace un rato me quejé de ella, tam-
bién tenía sus ventajas.
Flavio se encontraba muy serio, no lo
conocía mucho, pero sé que esa no era
su personalidad, lo notaba tenso, con ga-
nas de soltar algo, y creí que ese algo
vendría más adelante. Sólo así podía
comprender su inmensa necesidad de
hablar conmigo, aun sin importar lo que
pasó en la mañana, debía admitir que

- 92 -
este cabrón sí que tenía agallas para
afrontas las cosas.
—Anda, habla antes de que me arre-
pienta —le dije cuando llegamos al par-
que.
—¿Vas a estar con esa actitud todo el
tiempo?
—¿Perdón? ¿Aun después de lo que
hiciste te sientes con el derecho a con-
trolar mis emociones en este momento?
—Lo sé, por lo visto te afectó dema-
siado lo ocurrido, aunque me dijiste que
ya no sentías nada por Mauro.
—¿Es todo lo que me ibas a decir?
—No, sólo quería contarte el porqué
de las cosas, yo también me siento de la
chingada, por si te interesaba saberlo.
—¡Ya! al grano, di lo que tengas que de-
cir y deja de parecer la víctima.
Flavio tomó una gran bocanada de aire
y después soltó un enorme y prolongado
suspiro, previo a su enorme discurso,
que no sabía si realmente quería escu-
char.
—Mauro se enteró de que nos vimos
ayer en el café y de inmediato creyó que
yo estaba saliendo contigo, lo cual
desató su furia y me buscó en la mañana
- 93 -
para reclamarme, yo no tenía la diminuta
intención de pelear, pero él soltó el pri-
mer golpe y yo respondí.
—Ese dato no significa nada para mí.
—Eso no es todo, Amanda. Me dolió
la forma en cómo lo defendiste sin saber
que él provocó todo, me lastimó saber
que sigues sintiendo algo por él cuando
realmente ni te merece, tú eres una per-
sona inteligente y hermosa como para
andar con un pendejo así.
En ese momento me quedé helada, esa
declaración tenía un claro mensaje, Fla-
vio estaba enamorado de mí, porque no
creía que se quisiera convertir en mi me-
jor amigo contándome todo esto.
—¿A qué te refieres con que no me
merece, y según tú quién sí me merece?
—Yo, Amanda. Yo daría todo por ti
sin pensarlo.
—No te equivoques, Flavio, lo nuestro
no puede ser, sé que tengo gran culpa
por darte entrada ayer, te agradezco que
seas sincero conmigo, así que yo tam-
bién lo seré. Yo sigo amando a Mauro,
no significa que vayamos a regresar,
pero yo no estoy lista para salir con al-
guien más, no así.
- 94 -
—Lamento ser yo quien te abra los
ojos, pero no tengo otra opción. Mauro
te ha mentido siempre, y la persona con
la que te ha engañado es Siena. Tienen
más de dos años saliendo. No creí que
fuera necesario mencionarte esto, pero
no me dejaste otra opción, me interesas
y no permitiré que jueguen contigo. Re-
cuerdas cuando te hablé de mis códigos,
por esa razón me alejé de Mauro, me da
asco que jueguen con las personas.
Cuando lo descubrí decidí ponerle fin a
nuestra amistad, y más cuando la afec-
tada eras tú, la mujer de quien siempre
he estado enamorado, esa es la razón por
la que no salgo con nadie, Amanda. No
puedo sacarte de mi mente, y si no dije
esto antes es porque veía que tú y él eran
felices, pero después de descubrirlo las
cosas dieron un giro de 360 grados.
Mi respiración se detuvo, podía escu-
char el fragmentar de mi corazón, em-
pecé a temblar como loca, la sangre me
empezó a hervir y mis puños empezaron
a cerrarse, no podía creer lo que había
escuchado, fue como un balde de agua,
aún más fría que la lluvia que caía en ese
momento.
- 95 -
—¡Vete, Flavio!
—Pero, Amanda…
—¡Que te largues! —grité tan fuerte
que mi eco retumbó en todo el parque.
Flavio se marchó sin decir una palabra
y después de eso mis lágrimas empeza-
ron a caer. Movía mis labios una y otra
vez como signo de incredibilidad y de-
sesperación, estaba furiosa, mi respira-
ción se empezó a acelerar acompañada
de los fuertes movimientos de mis pies
contra el pavimento, era como una pa-
ciente psiquiátrica con años sin tomar su
medicamento. Sentía la enorme necesi-
dad de golpear algo, no podía estar así,
quería sacar toda esa ira que empezaba a
quemarme el cuerpo, era la persona más
infeliz del mundo. La traición por parte
de esos dos me había llevado a mis lími-
tes, no podía más. Inclusive por mi
mente empezaron a pasar pensamientos
suicidas, evidentemente no estaba bien,
sólo quería la salida más fácil, algo que
acabara con este sufrimiento de una vez
por todas.

- 96 -
6
Pasé horas en la banca de ese parque
pensando cuál sería la solución a eso que
sentía. Aún podía escuchar el crujir de
mi corazón, era como si mi alma se es-
tuviera quebrando, estaba en un trance
profundo donde ya nada importaba.
Dejé de percibir los fuertes rayos de la
tormenta eléctrica de esa noche, mi ce-
lular tenía cientos de llamadas perdidas,
la mayoría de Flavio y unas cuantas de
mi madre. Ya pasaba de la media noche,
pero a mí no me importaba, quería morir
en ese momento. Estaba tan molesta
con la vida que sólo eso quería.
Seguí pensando en diferentes métodos
para quitarme la vida, canalicé mi odio
en esas ideas perturbantes, mi mente es-
taba divagando. Me pregunté si tomar
un sin número de pastillas sería la mejor
opción, o tal vez, debería buscar un ob-
jeto punzo cortante para desgarrar mis
venas y morir al ritmo de la lluvia. En
esos momentos se escuchó un trueno
tan fuerte que me sacó del trance y me
trajo de nuevo a la realidad. “¡Pero qué
pendejadas estás pensado, Amanda!”,
me dije a mí misma. Comencé a ser un
- 97 -
poco más consciente de mis pensamien-
tos, o por lo menos la cordura había
vuelto. Esos dos no merecían que yo
muriera, no podía hacerles la vida tan fá-
cil.
Al parecer estaba de vuelta, decidí mar-
charme a casa en esa noche fría y llu-
viosa. Al caminar se podía escuchar el
ruido que emitían mis zapatos contra el
agua, era un blanco fácil para cualquiera
que quisiera hacerme daño… mis pasos
se escuchaban a kilómetros. Al fin llegué
a mi casa, era un milagro que sana y
salva, mi colonia no se caracterizaba por
ser una de las más seguras.
—¡Hija! ¿Pero qué te ha pasado?, ¿ese
chico te hizo algo? —me preguntó con
una voz angustiosa mientras presionaba
sus manos contra el pecho.
Realmente estaba preocupada, qué
madre no lo estaría cuando su hija llega
después de la media noche totalmente
desconsolada. Los pensamientos negati-
vos son lo primero que aparece, uno se
imagina lo peor.
—¡Lo siento, mamá! ¡Lo siento! —ex-
clamé con voz entre cortada. Me arrojé

- 98 -
a sus brazos llorando como una niña pe-
queña.
—Pero, ¿qué pasa, hija? Por favor,
dime.
—Tranquila, mamá, sólo no dejes de
abrazarme, te prometo que todo está
bien.
—¿Fue ese chico verdad? —insistió.
—No, él no hizo nada, no me sentía
bien, sólo exploté y me quedé llorando
en el parque, eran tantas cosas acumula-
das que tenía. Sólo quiero ir a dormir.
—Supongo que no me vas a contar,
¿verdad? —me dijo decepcionada.
—No, mamá, hoy no, gracias por en-
tenderme —me retiré a mi habitación.
Realmente no podía contarle lo que es-
taba sucediendo, todos sabemos cómo
se ponen las madres cuando le hacen
daño a sus hijos, ese instinto animal
surge dentro de ellas y son capaces de
todo. Lo que menos necesitaba en esos
momentos eran más problemas, además
conociéndola, mi madre se iría con todo
sobre Mauro y Siena.
Estaba empapada y comenzaba a tem-
blar, eso ya no era parte de mi coraje, era
mi cuerpo alertándome de una posible
- 99 -
enfermedad, no podía permitirme eso…
así que de inmediato me di un baño de
agua caliente. Una enfermedad sería lo
menos favorable, tenía que estar fuerte
para lo que venía. Después de ese baño
tomé un par de aspirinas y rápidamente
concilié el sueño, la mezcla de medica-
mentos junto con mis sentimientos hi-
cieron que cayera como una piedra so-
bre mi cama.

Desperté de un largo sueño y había de-


masiada luz solar en mi habitación, eso
era señal de que dormí más de la cuenta
y lo comprobé mirando mi reloj. Eran
las 12:26 de la tarde. Era muy extraño
que yo despertara a esa hora, soy de las
personas que la mayor parte del tiempo
prefieren estar activas. Por suerte era sá-
bado, no me afectaba en lo absoluto.
Mi teléfono no dejaba de sonar, tenía
más de 76 llamadas perdidas. Lo tomé y
lo aventé contra la pared, el fuerte im-
pacto hizo que se partiera en dos. Sentí
como si algo dentro de mí se liberara, era
esa sensación de mandar todo a la mierda.
Sabía que después de lo de ayer las co-
sas no se podían quedar así y por mi
- 100 -
mente sólo pasaba una palabra… ven-
ganza. No podía permitir que Mauro y
Siena se quedaran sin pagar todo lo que
me hicieron, su traición era algo que no
podía quedar impune. Siena, la que fue
mi mejor amiga por años, mi confidente,
tantas veces le había platicado de mi re-
lación con él, esperando que me diera el
mejor consejo, y al parecer ella se los
daba a él y no sólo los consejos. Se apro-
vechó de toda la información que tenía
para llevárselo a la cama. Mauro, el que
creía que era el amor de mi vida, por
quien di todo cientos de veces. Estuve
con él cuando más necesitaba, incluso en
su peor versión, y me pagó acostándose
con mi mejor amiga por más de dos
años.
Sería una estupidez decir cómo no me
enteré antes, pero la respuesta era obvia,
mi poca experiencia e interés dentro de
las redes les hizo todo más fácil, ellos
eran unos maestros en ese ámbito, segu-
ramente tenían miles de opciones para
comunicarse sin que yo me diera cuenta.
Necesitaba una distracción, quería dejar
de pensar un momento en su traición y

- 101 -
por mi mente sólo pasaba visitar a Al-
mendra Bermellón, era la más cercana y
platicar con alguien me ayudaría, obvio
no del tema, no quería que nadie me
viera con lástima.
Bajé por las escalaras rápidamente,
para dirigirme a su casa, no quería que
mi madre me viera, y no porque quisiera
evitarla, sino porque todos los sábados
hacía un exquisito desayuno, y yo no te-
nía apetito; no quería preocuparla más,
el hecho de que yo no quisiera comer sí
era algo grave, yo vivía con hambre todo
el tiempo.
Un sol resplandeciente alumbraba la
calle. Podía percibir el agua evaporán-
dose del pavimento, producto de la tor-
menta de la noche anterior. Mis ojos
hinchados se escondían detrás de mis
lentes oscuros, no quería comenzar una
conversación sobre mi sentir. En ese
instante mis gafas cubrían más que los
rayos UV; eran mi barrera ante el mundo
exterior.
—Amanda, ¡qué milagro! —Almendra
abrió la puerta y me miró sorprendida—
. Me la he pasado llamándote a tu celular
y no has respondido ni una sola vez, ayer
- 102 -
me dejaste muy preocupada, no te veías
nada bien.
—Lo siento, ayer mi celular se cayó al
agua y dejó de funcionar.
—Entiendo, ¿te gustaría ir a ver algu-
nos modelos al centro comercial? Tengo
toda la tarde libre.
—Me parece una excelente idea.
—Perfecto, sólo déjame ir por mi
bolso, no tardo.
Realmente no me interesaba comprar
un celular nuevo, sólo acepté su invita-
ción porque necesitaba distraerme y el
centro comercial me pareció una exce-
lente opción.
—Listo, vámonos —exclamó Almen-
dra.
Por segunda vez me subí al lujoso auto
de Almendra. Estaba pensando seria-
mente en convertirme en profesora, al
parecer el dinero no era problema para
ella.
El camino al centro comercial fue tran-
quilo, únicamente intercambiamos un
par de palabras, pero nada relevante, por
alguna extraña razón los silencios con
ella no eran incómodos, sin duda empe-
zaba a gustarme su compañía.
- 103 -
El lugar lucía repleto como cualquier
sábado, el área de comidas estaba sin una
sola mesa disponible y había una fila
enorme en el cine que podía distinguirse
desde la entrada.
—Y dime, Amanda, ¿cuáles son los ce-
lulares de tu agrado?, ¿tienes algún mo-
delo o marca en específico?
—No, ninguno, estoy abierta a opcio-
nes, pero qué te parece si mientras pen-
samos vamos por un helado.
—De acuerdo, te sigo.
Y justo cuando nos dirigimos a la ne-
vería, algo me encendió de golpe, Mauro
y Siena estaban en la fila del cine, pero
qué cinismo, si en algún momento llegué
a dudar en las palabras de Flavio esto le
daba toda la certeza a sus declaraciones.
La ira volvió y sentí hervir mi sangre, si
hubiera tenido el helado en mis manos
se habría derretido de inmediato. Estaba
furiosa. Quería ir a la fila del cine y gol-
pear a ambos, pero no daría un espec-
táculo esa tarde, tendría que ser más dis-
creta. Si algo estaba claro es que ya no
podía estar ahí… mirarlos era insoporta-
ble.

- 104 -
—Almendra, ¿podemos irnos? De
pronto no me sentí nada bien.
—¿Qué pasa, Amanda?, ¿qué sientes?
—No sé, ver tanta gente hizo que me
falte el aire, me siento muy sofocada.
—Ok, salgamos de aquí.
Esa fue una buena excusa. Almendra
no tenía ni la menor idea de lo que es-
taba sucediendo, pero mi aspecto en ese
momento ayudó a que me creyera lo que
le dije.
—¿Crees que podrías dejarme en mi
casa? —le pedí—. En verdad no me
siento nada bien.
—¿Estás segura, no quieres que te
lleve al médico?
—En verdad no te preocupes, no he
dormido lo suficiente, tal vez sea el
inicio de una pequeña migraña.
—Está bien, te llevo.
En el trayecto a mi casa miraba fija-
mente hacia el frente. Almendra hablaba
de mil cosas que la verdad no compren-
día, sólo escuchaba su voz de fondo. Por
mi mente pasaban miles de ideas sobre
cómo hacer sufrir a ese par. Era tanta mi
necesidad de bajarme lo antes posible

- 105 -
que el auto aún no frenaba del todo, y yo
ya estaba abriendo la puerta.
—Muchas gracias, Almendra, te veo
después.
—Cuídate, Amanda, cualquier cosa no
dudes en buscarme.
—Seguro, bye.
Mi madre trabajaría de noche y sólo
algo pasó por mi mente… embriagarme.
Fui a la tienda más cercana a comprar
cerveza. Revisé una por una verificando
su grado de alcohol, quería estar segura
que esa madrugada se me olvidaría hasta
mi nombre.
Me tiré en el sofá, de inmediato abrí la
primera cerveza, me la tomé de golpe.
No quise poner música, ni encender la
televisión, quería escuchar los más
oculto de mis pensamientos, una charla
conmigo misma. Quería llegar a lugares
en los que nunca había estado y esperaba
que embriagarme sería la llave para to-
mar valor sobre mis acciones.
Empecé a perder el control por com-
pleto después de la séptima cerveza y en-
seguida fui por mi laptop. Me conecté a
mi red social y de inmediato busqué el
perfil de Mauro. No soportaba las ganas
- 106 -
de poder reclamarle todo el daño que me
había hecho y en ese instante se me ocu-
rrió una idea siniestra. Sólo quería te-
nerlo de frente para sacar todo mi coraje,
y la única forma de que eso sucediera era
lanzándole una propuesta sexual, estaba
segura que no se resistiría y más sa-
biendo que mi casa estaba sola.
En ocasiones anteriores ya había te-
nido relaciones con Mauro, mientras mi
madre salía a trabajar, así que no creí que
le extrañaría mi propuesta, aunque esta
vez las cosas serían diferentes. Todo es-
taba escrito y era momento de comenzar
con mi plan.

De: Amanda Red


Para: Mauro Granate

No he dejado de pensar en ti un
sólo instante, sé que lo nuestro ter-
minó, pero los recuerdos me inva-
den. Estoy sola en casa y no paro de
recordar todo lo que hacíamos
cuando teníamos la oportunidad de

- 107 -
estar juntos. Tal vez no sea el mo-
mento, pero quiero estar contigo una
última vez.

En ese instante Mauro estaba en línea y


no tardó en responder mi mensaje.

De: Mauro Granate


Para: Amanda Red

Sabes que lo que vivimos fue algo


muy especial, y la verdad es que yo te
sigo deseando, sin embargo, no es
sano que esto siga. Aceptaré tu pro-
puesta con la condición de que esto
no nos unirá de nuevo, cada quien
seguirá su camino como hasta ahora.

Creo que aún no existe el hombre que


rechace una propuesta sexual. Me dolía
que prácticamente me quería utilizar
como un objeto, sin embargo, no había
otra opción, debía aceptar sus condicio-
nes.

De: Amanda Red


Para: Mauro Granate

- 108 -
No tengo ningún problema, aquí te
espero en mi casa, no tardes.

Al parecer estaba muy interesado por-


que de inmediato me respondió.

De: Mauro Granate


Para: Amanda Red

Voy para allá.

Ya no había vuelta atrás, Mauro venía


en camino y yo no me encontraba en las
mejores condiciones. No tenía ni la me-
nor idea de lo que iba a suceder, pero es-
taba segura que sacaría todo este coraje
que llevaba dentro de mí.
Seguí bebiendo, no me interesaba dejar
de consumir alcohol, ni mucho menos
mostrar mi mejor versión. A los pocos
minutos tocaron a la puerta y me dirigí a
ella para abrirla.
—Vaya, no tardaste en llegar —percibí
un olor a alcohol que salía de su boca. Al
parecer no era la única que estaba be-
biendo esa noche.
—¿Y por qué habría de tardar?

- 109 -
—Adelante, pasa —puse seguro a la
puerta y guardé la llave, no iba a permitir
que Mauro se fuera antes de que yo lo
decidiera.
—Creo que está buena la fiesta —ob-
servó todas las botellas regadas en la
sala.
—Lo mismo digo, ¿quieres una cer-
veza? —le hice ver que también me ha-
bía percatado de su estado alcohólico.
—Por supuesto, y también quiero eso
que me dijiste por mensaje —me tomó
por la cintura e intentó besarme.
—Con calma, la noche es larga, ese
momento llegará —lo aparté de mí.
—De acuerdo, no tengo prisa —me
soltó.
Me dirigí hacia el congelador para traer
un par de cervezas, aún quedaban dema-
siadas.
—Toma —le entregué una.
—¡Salud! —alzó su botella.
—¡Salud! —le correspondí.
Nos miramos fijamente por unos se-
gundos, y justo cuando iba a soltar la pri-
mera palabra, me dieron unas ganas
enormes de ir al baño.

- 110 -
—Dame un minuto, voy al baño —le
dije—. Ya vuelvo.
—Adelante.
Conocía perfectamente a Mauro, y sé
que no estaba en su mejor estado. Sus
ojos estaban demasiado rojos, era como
si estuviera drogado. Sabía que de vez en
cuando consumía marihuana, pero ja-
más lo había visto así. Empecé a cuestio-
narme si realmente era buena idea que él
estuviera aquí. Tenía unas ganas enor-
mes de vomitar, pero no quería hacer
más vergonzosa la escena; logré contro-
larlo. Me dirigí nuevamente a la sala.
—Me está dando demasiado sueño y
creo que no es buena idea que estés aquí,
y menos en el estado en el que estamos.
Un presentimiento me decía que nada
bueno pasaría si seguíamos juntos esa
noche.
—¿Sólo para eso me hiciste venir? —
me dijo molesto.
—Discúlpame, no me siento nada bien
—le expliqué—. No quiero pelear.
—Yo tampoco. Sólo tomo esta cer-
veza y me marcho.
—De acuerdo. Sólo una y ya —le tomé
un sorbo a mi cerveza.
- 111 -
Minutos más tarde la cabeza comenzó
a darme vueltas, perdí el control sobre
mí, y quedé dormida en el sillón.
A la mañana siguiente desperté com-
pletamente desnuda en mi habitación.
La piel se me congeló, ¿qué demonios
pasó anoche? No paraba de temblar al
percatarme que en todo mi cuerpo tenía
golpes, hematomas y rasguños. Pasé mi
mano por mi parte íntima y sentí fluidos,
inclusive la cama estaba manchada. ¡Ese
maldito me violó!, de inmediato rompí
en llanto. Sentía una impotencia
enorme, me sentía sucia, usada y lo peor
es que yo tenía la mayor parte de la
culpa. Si antes odiaba a Mauro Granate,
hoy lo quería matar.
Me levanté de la cama y me vi en el es-
pejo. Las cosas estaban peor de lo que
imaginaba, también tenía golpes en el
rostro. Traté de recordar lo que había
sucedido, pero era imposible; mi memo-
ria se encontraba en blanco.
Recordé que mi madre no tardaría en
llegar y la casa estaba hecha un desastre,
había envases rotos por todos lados. Me
dirigí al baño para limpiarme y justo en
ese momento vi algo que cambiaría mi
- 112 -
vida para siempre. Mauro estaba tirado
en el piso ante una mancha enorme de
sangre. Mi primera reacción fue tratar de
reanimarlo, pero cuando me acerqué me
di cuenta de lo peor, él estaba muerto.

- 113 -
7
Estaba desconcertada y llena de golpes.
Había sido violada. Mi casa se encon-
traba hecha un desastre y en el baño se
encontraba el cuerpo sin vida de Mauro.
Mi vida estaba terminada, cómo iba a sa-
lir de todo esto, si no recordaba nada de
lo que pasó después de esa última cer-
veza y la posibilidad de que yo hubiera
matado a Mauro era indiscutible.
No tenía idea de lo iba a hacer y lo que
iba a suceder, me puse una camisa larga
y me senté sobre el borde de la cama,
tratando de encontrarle una respuesta a
todo. Opté por la única solución que te-
nía en esos momentos. Tomé un pedazo
de vidrio y lo coloqué sobre mis venas,
justo cuando iba realizar el movimiento
que le iba a poner fin a mi vida, abrieron
la puerta de la casa.
—Amanda, ¿estás aquí? —su voz so-
naba preocupada, era evidente que ya se
había dado cuenta del desastre, y faltaba
lo peor.
La opción de quitarme la vida tendría
que esperar. Por más que deseara estar
muerta en ese momento, era imposible

- 114 -
que sucediera. Bajé por las escaleras y
me arrojé a los brazos de mi madre.
—¡Perdóname, mamá, perdóname! —
rompí en llanto.
—¿Qué te pasó, Amanda? —ella tam-
bién rompió en llanto. Qué madre sería
capaz de contenerse al ver a su hija gol-
peada, totalmente dañada y sin la más
mínima idea de saber qué estaba suce-
diendo.
—No sé, te juro que no sé —no pa-
raba de abrazarla.
—Hija, necesito una explicación.
—Créeme que yo también la estoy
buscando. Y lo que te voy a decir va a
cambiar tu vida para siempre.
—¿A qué te refieres, Amanda, no me
asustes?
Cómo le iba a decir a mi madre que
arriba se encontraba el cuerpo sin vida
de mi ex novio y que no tenía la certeza
de cómo sucedió todo. Cómo sabría si
realmente me iba a creer o me iba a juz-
gar, cómo sabría si me apoyaría o me
abandonaría. Sentí que no existía una
fórmula para dar este tipo de noticias.
—Arriba está Mauro… está muerto, y
no sé cómo pasó todo —fui directa pero
- 115 -
el llanto no cesaba. Sabía que la había de-
cepcionado.
—¿Qué acabas de decir, Amanda? —
me soltó—. Dime que no es cierto lo
que acabo de escuchar.
—No tendría por qué inventarte algo
tan grave.
—Quiero verlo.
La tensión no paraba, el rostro de mi
madre estaba desdibujado, era admirable
su valentía, cualquier otra persona hu-
biera salido corriendo o terminaría des-
mayada en el piso, pero ella era fuerte,
siempre lo había sido. Subimos por las
escaleras y nadie soltó una sola palabra,
ambas nos preparábamos para lo peor.
—Pero, ¿qué hiciste, Amanda? —
miró el cuerpo de Mauro en el suelo
lleno de sangre.
—No sé, mamá, te juro que no re-
cuerdo nada. Desperté desnuda y total-
mente golpeada, con fluidos en mi parte
íntima, y cuando vine al baño lo vi ti-
rado.
—¿Ese maldito te violó? —trató de
justificar mis acciones.
—Existe una gran posibilidad, así
como la gran posibilidad de que yo lo
- 116 -
haya asesinado. Al igual que tú, tengo
miles de preguntas que no puedo res-
ponder. Lo último que recuerdo fue que
estaba bebiendo con Mauro, pero la si-
tuación estaba muy incómoda y le pedí
que se marchara, pero es claro que no lo
hizo.
—¿Qué vamos a hacer?
—Me voy a entregar a las autoridades,
no quiero huir de esto, y si tengo que pa-
gar por mis acciones, lo haré.
—Siempre estaré contigo, mi amor; es-
toy de acuerdo con lo que acabas de de-
cir —me dio un fuerte abrazo y un beso
en la frente. Tomó su celular y marcó a
las autoridades.
Mi madre comenzó a hablar y yo me
alejé del lugar, no quería escuchar esa lla-
mada. Buscaba una manera de explicarlo
todo, pero simplemente no la había.
¿Qué le diría a la policía?, ¿pasaría el
resto de mis días en una celda? Mi futuro
se vislumbraba gris, los días de sol ha-
bían terminado. Hay un momento en la
vida donde quisieras regresar el tiempo y
tener la oportunidad de cambiar las co-
sas, este era el mío. Daría lo que fuera

- 117 -
por regresar a la noche anterior y no en-
viarle ese mensaje a Mauro, todo sería
distinto… sin embargo, pensarlo era una
fantasía. Mi presente estaba escrito y era
sólo el comienzo de un horrible holo-
causto.
Me senté en el sofá y de pronto escu-
ché el sonido de las sirenas de las patru-
llas, era el fin. Tocaron a la puerta y mi
madre abrió de inmediato, no sin antes
darme una instrucción.
—No digas nada, Amanda, yo hablaré.
—Está bien, mamá.
Supuse que aquí aplicaba el “todo lo
que digas puede y será usado en tu con-
tra”, aun así, agradecía las palabras de mi
madre, no tenía ánimos de repetir todo
lo que había pasado, a menos que fuera
realmente necesario.
—Buenos días, han reportado un
cuerpo sin vida en esta dirección —dijo
el oficial.
—Así es, pase por favor. El cuerpo
está en el segundo piso —respondió mi
madre.
Eran 2 oficiales que se dirigieron a la
planta alta de mi casa, mi madre no per-
mitió que subiera con ellos. A pesar de
- 118 -
las circunstancias ella trataba de prote-
germe en todo momento. No pasaron
más de 5 minutos y los oficiales bajaron.
—Señorita, tendrá que acompañarnos
—me dijo el oficial antes de sacar sus es-
posas.
—Por lo menos deje que se cambie de
ropa —expuso mi madre.
—No, hasta que la revise un especia-
lista —respondió el oficial.
—Tranquila, mamá, estaré bien —me
levanté y puse ambas manos hacia el
frente.
No existía una escena más vergonzosa
que salir de mi propia casa, esposada,
golpeada, con mi madre llorando y
como presunta culpable de un homici-
dio. Me subieron a la parte trasera de la
unidad y mi mamá nos siguió en su auto.
El otro oficial se quedó resguardando la
casa en espera del servicio forense. Du-
rante todo el camino llevé agachada la
cabeza, no quería ver por las ventanas,
sin embargo, podía sentir la mirada de la
gente. En unas horas toda la ciudad sa-
bría que estaba acusada.
Al llegar a la estación de policía el abo-
gado de la familia ya me esperaba en la
- 119 -
puerta, supongo que mi madre lo había
contactado durante el camino.
—Señorita Red, queda parcialmente
detenida como presunta culpable del
asesinato de Mauro Garante. Tiene de-
recho a guardar silencio y a un abogado,
si no tiene uno el Estado se lo asignará
—me dijo el oficial antes de encerrarme
en una celda.
Siempre creí que esas palabras sólo las
escucharía en las películas, jamás pensé
que fueran parte de la vida real. Hoy esas
palabras fueron dirigidas a mí y el miedo
empezaba a consumirme. Mi abogado
no tardó en aparecer.
—Tiene 5 minutos —dijo el oficial.
—Gracias —respondió mi abogado.
El abogado se paró frente a mi celda y
comenzó a hablar.
—Tranquila, todo estará bien, puedes
confiar en mí, pero necesito que seas
completamente honesta en todo lo que
te pregunte, de lo contrario no podré
ayudarte —me dijo mientras sacaba su
libreta.
—De acuerdo —respondí.
—Mis preguntas pueden ser un poco
directas, pero no quiero que te ofendas,
- 120 -
tan sólo quiero tener los datos reales
para planear una buena defensa y poder
sacarte de aquí.
—Descuide, pregunte lo que sea nece-
sario —me acerqué a los barrotes de la
celda.
Es extraño estar tras las rejas sin saber
si realmente eres culpable de lo que se te
acusa. Mi única esperanza era el abogado
y estaba dispuesta a cooperar en todo
para salir de este lugar. A pesar de las cir-
cunstancias algo me decía que yo no ha-
bía matado a Mauro.
—Cuéntame todo lo que pasó ayer, no
omitas ningún detalle.
Comencé a contarle todo lo sucedido
como me lo pidió, desde cuando fui a
comprar las cervezas hasta cuando des-
perté y vi el cuerpo de Mauro.
—Hay muchos escenarios en esta his-
toria. Lo primero será esperar la autopsia
del cuerpo de Mauro y así mismo solici-
taré que te revisen para encontrar las
causas más acertadas del suceso, ya que
mencionas que no recuerdas casi nada
—argumentó mi abogado.
—Está bien.

- 121 -
—Por lo pronto tendrás que pasar este
día aquí, ya mañana buscaré una apela-
ción para que puedas tener una libertad
condicional y salgas de este lugar.
—Muchas gracias, abogado.
—Te veré más tarde —se retiró del lu-
gar.
Era un hecho, por lo pronto pasaría
una noche en este lugar. Esperaba que el
abogado consiguiera esa apelación, real-
mente no creía soportar mucho tiempo
aquí. El sueño me ganaba, así que decidí
dormir un poco, mi cabeza quería explo-
tar y yo sólo quería dejar de pensar por
un momento.
Dormí aproximadamente una hora an-
tes de que alguien golpeara los barrotes
de la celda y me despertara. Frente a mí
se encontraba una doctora, supuse que
era la que me revisaría.
—Buenas tardes, señorita Red. Seré la
encargada de revisarla físicamente —
dijo la doctora mientras un oficial abría
la celda—. Sígame por favor.
Me levanté de mi lugar y nos dirigimos
a un pequeño consultorio dentro de las

- 122 -
instalaciones. Me sentía un poco ner-
viosa ya que no sabía qué procedimiento
me iban a realizar.
—Esto será un poco incómodo, pero
es necesario —dijo la doctora—. Nece-
sito que te recuestes, voy a inspeccionar
tu vagina.
No tenía otra opción así que lo hice.
La doctora raspó en diferentes ocasio-
nes mi conducto vaginal con una especie
de limpiapipas y las depositó en un
frasco.
—Ahora mediré el tamaño y profundi-
dad de tus golpes, además sacaré algunas
fotografías y una pequeña muestra de
sangre.
Ese procedimiento fue menos incó-
modo que el anterior. Tardó una hora
aproximadamente en terminar de reco-
lectar todas las muestras y todas las
pruebas.
—Es todo. Puedes pasar a lavarte al
baño que está en el fondo —me dijo
mientras tomaba apuntes en su tabla—.
Además, tu madre te trajo esta ropa para
que te cambies —sacó la ropa de una
bolsa y la dejó sobre la camilla.
—Muchas gracias —le respondí.
- 123 -
—Suerte —tomó sus cosas y se retiró
del consultorio.
Tomé mis cosas y me di un pequeño
baño. Fue imposible no llorar mientras
miraba mi cuerpo maltratado. Fue ese
instante en el que me di cuenta de la gra-
vedad de las cosas. Anteriormente el es-
tado de shock no me permitía asimilar lo
sucedido, sin embargo, el agua helada
desactivó ese trance. Sólo le pedía a Dios
que las cosas se resolvieran y pudiera sa-
lir intacta de esto, sentía que ya había su-
frido lo suficiente. Me cambié apresura-
damente y salí del pequeño consultorio,
a las afueras del mismo ya me esperaba
un oficial para custodiarme hasta mi
celda.
Nunca me imaginé estar en un lugar
como este. Aquí se respiraba tanta tris-
teza, culpa y arrepentimiento. Las pare-
des se encontraban desgastadas, había
poca iluminación y si prestaba atención
podía escuchar el chillido de algunas ra-
tas. Unos barrotes se encontraban oxi-
dados, parecía que las lágrimas de las
personas que estaban allí dentro produ-
cían dicha reacción química.

- 124 -
El oficial mencionó que las visitas ha-
bían terminado. No tenía nada más que
hacer, sólo esperar. Me recosté sobre la
cama de piedra y tomé una pequeña co-
bija que estaba a lado. Me dispuse a dor-
mir y pasar una de las noches más tristes
y frías en toda mi vida; la cual transcurrió
de forma lenta y deprimente. Un pe-
queño rayo de luz dictó el amanecer
dentro de mi celda y dio comienzo a un
nuevo día. Me levanté para lavarme la
cara y al terminar me pareció ver la fi-
gura de mi madre. Mis ojos aún estaban
mojados, pero no tenía duda que era ella.
—Amanda, ¿cómo estás, hija? —mi
madre estaba frente a mí.
—Mamá, decirte que estoy bien sería
mentirte, pero estoy luchando para so-
portar todo esto.
—No esperaba menos de ti, siempre
has demostrado ser muy fuerte ante si-
tuaciones adversas —pasó sus manos
entre los barrotes.
—Gracias por todo tu apoyo, mamá
—tomé sus manos.
—No tengo mucho tiempo. Sólo venía
a decirte que las cosas se van a resolver.

- 125 -
El abogado estará aquí a mediodía ya
con el resultado de las pruebas.
—Lo esperaré con ansias.
—Tengo que irme, no olvides lo mu-
cho que te amo. Te voy a esperar para
irnos a casa —se retiró después que le
indicaron que su tiempo había termi-
nado.
De tantas cosas que estaban pasando
dejé de pensar en mi proyecto de la Uni-
versidad. ¿Qué pasaría con una de las
mejores ideas que había tenido en mi
vida? De tan sólo imaginar que tendría
que dejarlo, me hacía las cosas más do-
lorosas. Lo estaba teniendo práctica-
mente todo y de un día para otro lo
perdí. A veces la vida era tan injusta que
no lograba encontrarle alguna explica-
ción. A esas horas, lo más probable era
que todos ya supieran de lo sucedido. Si
salía bien de todo esto no sabía si conta-
ría con la fuerza para plantarme de
nuevo en la escuela. ¿Qué estaría pen-
sando Almendra en estos momentos?
Siento que a ella también la he decepcio-
nado. Fue de las pocas personas que
confió en mí desde el principio y me
mostró su apoyo en todo momento. Al
- 126 -
parecer tendría que olvidarme para
siempre del proyecto de erradicar las re-
des sociales. Mi fama y popularidad sólo
habían durado un parpadeo.
La depresión empezó a cobrar sentido.
El impacto emocional iba en aumento y
las posibilidades de quedarme encerrada
el resto de mis días estaban latentes.
Deseaba con toda mi alma que las noti-
cias que trajera el abogado fueran bue-
nas, de lo contrario no sé qué sucedería
conmigo, tal vez terminaría lo que in-
tenté en mi casa antes de que llegara mi
madre. La mañana transcurrió ante los
sonidos desagradables dentro de las cel-
das.
—Hola, Amanda. Quiero que prestes
mucha atención a lo que te voy a decir,
tal vez sufras un impacto muy fuerte al
enterarte de esto —el abogado suspiró y
torció un poco la boca.
Comencé a sentir el miedo recorrer y
paralizar cada una de las partes de mi
cuerpo, al parecer no eran buenas noti-
cias.
—Lo escucho, abogado —le dije resig-
nada.

- 127 -
—Empezaré con mencionarte los re-
sultados de la autopsia de Mauro —co-
menzó a leer—. La causa de muerte fue
un shock hipovolémico por un golpe en
la cabeza, realizado con un objeto con-
tundente… perdió más de la séptima
parte de su volumen de sangre. Ese ob-
jeto fue identificado como una botella
de vidrio. El cuerpo de Mauro presen-
taba rasguños y restos de sangre que
coinciden con tu ADN, también se de-
terminó presencia de marihuana en su
organismo.
Eso era todo, prácticamente yo era la
asesina de Mauro y tendría que pagar por
mi delito.
—Ósea que… —el abogado me inte-
rrumpió antes de que terminara.
—Escucha todo lo que tengo que de-
cirte antes de que saques tus conclusio-
nes —me dijo.
—Está bien —asenté con la cabeza.
—Continuaré con tus resultados. Los
golpes, rasguños y fluidos que encontra-
ron en tu cuerpo igualmente coinciden
con el ADN de Mauro. Además, tu
muestra de sangre arrojó la presencia de
flunitrazepam en tu organismo, también
- 128 -
llamada la droga de la violación, esa es la
razón por la que no recuerdas absoluta-
mente nada. Así también, se halló una
dosis alta de benzodiazepinas, propi-
ciando que no pudieras moverte del
todo y cayeras profundamente dormida.
Tenía miles de preguntas y miles de hi-
pótesis en ese momento, pero dejé que
mi abogado terminara.
—La primera hipótesis arroja que tú
intentaste defenderte ante al abuso de
Mauro, pero al final él cumplió su come-
tido, y tú llena de coraje lo perseguiste
hasta el baño y le quebraste una botella
en la cabeza, lo que lo dejó con una he-
rida expuesta, ocasionando la pérdida de
sangre y por consiguiente la muerte.
Esto nos arroja un homicidio, no aplica
la defensa propia porque ya no había una
pelea de por medio ya que él se encon-
traba descuidado y desarmado después
del acto.
Estúpidas leyes, ahora resulta que le
daban la razón a Mauro y yo era la cul-
pable tras sufrir una violación. Era un
hecho que el caso estaba consumado y

- 129 -
pasaría el resto de mis días en el recluso-
rio, sin embargo, el abogado siguió ha-
blando.
—En teoría, te deberían estar trasla-
dando al reclusorio en estos momentos
por el delito de homicidio, no obstante,
hay algo que cambió este dictamen. En-
contraron huellas de una tercera persona
involucrada en el asesinato. Eso no quita
que seas la posible culpable, pero sí
alarga la disolución del caso hasta tener
las pruebas necesarias. Por lo tanto, he
conseguido tu libertad condicional hasta
que se realice el juicio. Se han pactado 2
meses para el desahogo de pruebas antes
de dictar sentencia.
Un choque de emociones tomó el con-
trol de mi cuerpo. Por un lado, estaba
feliz de que por fin iba a abandonar este
lugar; y por otro, sentí pavor de pensar
que alguien más estuvo esa noche en mi
casa y con esto se agregaba la incerti-
dumbre de no tener la menor idea de
quién era esa persona. En ese instante ya
no podía confiar en nadie, ya que todos
eran sospechosos.
—No sé qué decir.

- 130 -
—No es necesario que digas nada, sé
que lo que te acabo de decir no es nada
fácil de asimilar —cerró su portafolio—
. Te sugiero que te prepares porque en
unos minutos saldrás de aquí.
—Muchas gracias por todo, abogado.
Nuevamente probaría la libertad, pero
sólo por un plazo de dos meses, así que
no debía de hacerme tantas ilusiones.
Las cosas no estaban resueltas en lo ab-
soluto y yo seguía con las mismas dudas,
ya que aún no era claro si realmente fui
yo quien asesinó a Mauro, o fue la ter-
cera persona que se integraba a este
caso. Estaba reduciendo el hecho de que
fui violada, el coraje estaba, pero para mí
era más importante mi libertad y el saber
que no era una asesina. Me preparé para
abandonar este lugar tal y como me lo
sugirió el abogado. No pasaron más de
5 minutos cuando nuevamente un oficial
se paró frente a mi celda.
—Señorita Red, acompáñeme, por fa-
vor —abrió la celda.
Nos dirigimos a la salida donde ya me
esperaba mi madre, ella estuvo ahí en
todo momento. Antes de irme pasé con
el encargado del lugar para integrar una
- 131 -
última información al expediente. Me
hubieran entregado mis pertenencias,
pero sólo había llegado con una camisa
larga, así que no había nada que recoger.
—Te dije que todo saldría bien —mi
madre me dio un abrazo—. Vamos a
casa.
Yo seguía sin decir ni una sola palabra,
era evidente el trauma que me estaba ge-
nerando la situación. Nos subimos al
auto y mi madre no preguntaba nada, me
estaba dando mi espacio, además que no
quería recordar absolutamente nada de
lo sucedido.
Al llegar a la casa olvidamos por com-
pleto que estaba hecha un desastre; las
botellas quebradas y las manchas de san-
gre seguían ahí. Jamás me había sentido
incómoda estando en mi hogar y por pri-
mera vez estaba percibiendo esa sensa-
ción.
—Lo siento, Amanda, olvidé por com-
pleto que la casa se encontraba así.
—No te preocupes, mamá, tú no tie-
nes la culpa de nada.
—Si quieres puedes esperar en el jar-
dín en lo que recojo todo.
—Está bien.
- 132 -
No quería estar presente a la hora de
limpiar todo, era muy probable que los
recuerdos de la escena volvieran a mí.
Estar en casa ya era suficientemente
complicado y mi madre lo percibía.
Agradecí tanto que tomara la iniciativa y
tratara de no exponerme a situaciones
que me pudieran ocasionar un desequili-
brio emocional mayor.
Tenía tanto de no pasar tiempo en el
jardín. Me tendí sobre la enorme hamaca
y comencé a mecerme. Mi respiración
era profunda y calmada, suspiraba con
frecuencia, el canto de los pájaros y la
gran sombra que generaba ese hermoso
roble me permitieron entrar en un es-
tado de relajación.
Para mi mala suerte, ese estado no
duró mucho tiempo. Mi madre salió co-
rriendo hacia el jardín con su teléfono
entre las manos.
—¿Qué pasa, mamá? —le pregunté
con gran temor.
—Es Siena —me respondió entre lá-
grimas.
Mi mente comenzó a imaginarse lo
peor. Mi madre no tenía la menor idea

- 133 -
de mi situación actual con ella, sin em-
bargo, eso no quitaba el hecho de que
estuviera preocupada.
—Su madre me acaba de marcar para
decirme que tuvo un accidente automo-
vilístico y está muy grave.
Parecía que la madre de Siena tampoco
estaba enterada de las circunstancias. No
comprendía el mensaje que trataba de
darme la vida, y aunque fuera difícil de
creer, me dolió el saber que ella podía
perder la vida.
—¿Quieres que vayamos al hospital?
—me preguntó mi madre.
Las cosas ya estaban muy agitadas para
seguirla preocupando. Decidí acceder a
su pregunta, además, quería conocer el
estado actual de mi mejor amiga; creo
que ya no era momento para guardar
rencores.
—Claro que sí, mamá, Siena es de las
personas más importantes en mi vida —
le respondí.
—Voy por mis cosas y nos vamos —
se dirigió al interior de la casa.
Al parecer ya jamás tendría días tran-
quilos en mi vida. Cuando algo mejo-

- 134 -
raba, otra cosa empeoraba. Mis proble-
mas parecían interminables y con solu-
ciones no del todo certeras.

- 135 -
8
Existían personas que me habían da-
ñado tanto, pero por alguna razón no
podía odiarlas. Siena fue mi mejor amiga
toda la vida. Recuerdo la primera vez
que nos conocimos en la primaria y pro-
metimos ser amigas por siempre. En esa
ocasión un niño me estaba molestando
y ella lo empujó contra el piso, desde ese
momento supe que entre ella y yo surgi-
ría algo especial. Comenzamos a hacer
todo juntas; el tiempo fue el encargo de
fortalecer esa amistad que pensé que
perduraría hasta la eternidad.
Además la relación que tenía con su
madre era excelente, siempre me apo-
yaba y me aconsejaba en todo momento,
a veces sentía que fungía un rol de madre
conmigo. En cierta forma me dolía que
estuviera pasando por estos momentos,
ella no tenía la culpa de los conflictos
que tenía con su hija.
Dicen que: “Hay que tener cuidado
con lo que deseas, porque se te puede
cumplir”. Hace poco estaba tan molesta,
que sólo pensaba en hacerle daño a
Mauro y a Siena por su traición, sin em-

- 136 -
bargo, nunca pude confrontarlos y sen-
tía que me iría de este mundo con mil
dudas. Daría lo que fuera para regresar
el tiempo y actuar de manera diferente.
Desearía haber tomado las declaraciones
de Flavio con mayor madurez o por lo
menos investigar, antes de que mi falta
de juicio me ayudara a tomar decisiones.
Si hubiera tenido la valentía de confron-
tarlos en el centro comercial cuando los
vi juntos, tal vez Mauro estaría con vida
y Siena no habría sufrido ese accidente.
—Anda, Amanda, tenemos que irnos.
¿Estás bien? —me sacudió un par de ve-
ces.
—Sí, mamá, vamos.
La acción de mi madre me sacó de esa
introspección. Me levanté de la hamaca
y la seguí hasta el vehículo. No me tomé
el tiempo de arreglarme, además de que
para ella era una situación de emergencia
y yo no tenía problema con manejarlo de
esa forma. La sentía tensa y angustiada.
Ella tenía un gran cariño por Siena, si le
contaba todo lo que había pasado mu-
chas cosas hubieran cambiado, no obs-
tante, no quería darle una decepción

- 137 -
más. En todo el camino ambas nos di-
mos nuestro espacio, no soltábamos ni
una sola palabra, sabíamos que hablar
sólo abriría las heridas. El silencio era
bueno de vez en cuando, me ayudaba a
asimilar y a pensar qué sería lo próximo
que iba a decir sin lastimar a la otra per-
sona.
Llegamos al estacionamiento del hos-
pital más exclusivo de la ciudad. Siena
siempre tuvo una vida de lujos ya que su
familia era de la clase alta. Era cons-
ciente que nunca tuve el sentimiento de
pertenencia a ese nivel social, sin em-
bargo, conocía bien ese mundo gracias a
la integración que su familia realizó con-
migo. Nos dirigimos a un paso apresu-
rado hacia la recepción.
—Buen día, venimos a visitar a la se-
ñorita Siena Burdeos —dijo mi madre.
—Un segundo —respondió la recep-
cionista.
Los peores lugares que puede visitar
una persona son: una cárcel, un hospital
y un cementerio; yo ya había visitado
dos. El tercero también era una opción
cercana debido a la muerte de Mauro,
aunque no fuera físicamente debido a
- 138 -
los hechos recientes, era algo con lo que
tenía una fuerte relación. Así que podía
asegurar que había estado en esos tres
lugares, donde surgía: la tristeza, el arre-
pentimiento, la enfermedad, la vida y la
muerte.
—Está en el piso número 7 en la habi-
tación 710 —nos instruyó.
—Gracias —respondió mi madre.
El piso número 7 era el último del hos-
pital. Subimos por el elevador, el cual era
muy moderno y de vidrios transparentes
que nos permitían ver la ciudad desde las
alturas. Un nervio comenzó a recorrer
todo mi cuerpo cuando me percaté que
habíamos llegado; las puertas se abrieron
y al salir, la madre de Siena estaba en el
pasillo.
—¡Amanda! —me dio un fuerte
abrazo y comenzó a llorar—. ¿Estás
bien? Me enteré de todo lo que te suce-
dió.
—Lo sé, no ha sido nada fácil —le dije
al oído mientras la abrazaba—. ¿Cómo
está Siena?
—Muy mal, hija, acaba de entrar en
coma hace unos momentos, los docto-
res dicen que debemos estar preparados
- 139 -
para lo peor —se apartó y comenzó a
limpiarse las lágrimas con las mangas de
su camisa.
Jamás pensé que lo de Siena fuera tan
grave. No soportaba ver a su madre así;
estaba completamente destrozada.
—¿Quieres pasar a verla?
—Claro que sí.
Tal vez sería la última ocasión en la que
la vería con vida.
—Adelante —me abrió la puerta.
No podía creer lo que estaba presen-
ciando. Siena presentaba múltiples frac-
turas, tenía varios aparatos conectados a
su cuerpo y su rostro estaba irreconoci-
ble por los diversos golpes que presen-
taba.
—Las dejaré solas —cerró la puerta.
Contemplé a Siena por unos momen-
tos antes de comenzar a hablar.
—Es increíble lo que nos está pasando
a ambas, no me dejo de preguntar si real-
mente nos lo merecemos. A veces qui-
siera regresar a aquel parque, a aquella
primaria o a cualquiera de nuestras habi-
taciones y que todo fuera como antes.
Tengo miedo de que te vayas y no poder
preguntarte tantas cosas. Tal vez nunca
- 140 -
entienda por qué actuaste de esa forma,
pero quiero que sepas que tú siempre
tendrás un lugar especial en mi vida, y a
pesar de todo, deseo firmemente que te
levantes de esa cama. Hoy no hay rivali-
dad, hoy no hay odio, hoy sólo somos
dos mujeres a las que la vida ha golpeado
de una forma descabellada, dejando al lí-
mite nuestra existencia. Tal vez no escu-
ches esto que te voy a decir, pero si tu
partida está destinada, quiero que sepas
que tú siempre serás mi mejor amiga —
salí de la habitación.
—Ya tenemos que irnos, pero por fa-
vor manténgame informada de todo lo
que pase —le dije a la madre de Siena.
—Claro que sí, hija, de la misma ma-
nera cuentas con todo mi apoyo, sé que
también estás en una situación muy difí-
cil.
—Muchas gracias —me retiré.
Mi madre y la de Siena se quedaron
conversando por unos minutos antes de
despedirse. Agradecía que la madre de
Siena no hubiera preguntado sobre mi
caso, fue muy respetuosa en todo mo-
mento e hizo a un lado todo lo malo que
se hablaba de mí. De alguna forma ella
- 141 -
me conocía y siempre había tenido un
juicio acertado sobre mi persona.
—Es muy lamentable todo lo que está
sucediendo —mi madre me alcanzó en
el elevador.
—Lo sé, mamá, pero tengo fe en que
todo se va a arreglar.
—¿Quieres ir a comer algo?
—No, sólo quiero ir a casa a descansar.
El cansancio ya era más evidente, ape-
nas y podía sostenerme, además que sen-
tía un fuerte ardor en mis ojos, producto
de las recientes desveladas. No tenía
nada de apetito, quizás era un reflejo de
la depresión por la que estaba pasando.
—Está bien, vamos a casa —me res-
pondió mi madre.
Salimos del hospital y de inmediato me
subí al coche; mi madre lo encendió y
emprendimos el viaje de regreso.
—Hemos llegado, Amanda —me des-
pertó.
No recordaba en qué parte del trayecto
me había quedado dormida, pero parecía
como si hubiera dormido 10 segundos.
—Te ves muy cansada —me dijo
mientras abría la puerta de la casa.

- 142 -
—Sí, nada más quiero dormir —bos-
tecé.
—Sube a tu habitación en lo que co-
cino algo, te hablaré cuando todo esté
listo.
—Gracias, mamá.
Mi madre sabía que mi alimentación
no había sido nada buena estos días, así
también, se percataba de mi estado de-
presivo. Era admirable el esfuerzo que
estaba haciendo por mí, creo que jamás
me había sentido tan orgullosa de ella.
Las personas que realmente valían la
pena se manifestaban en los peores mo-
mentos. La situación estaba haciendo
que ella y yo tuviéramos una unión
nunca antes vista entre nosotras. No sé
qué pasaría al siguiente día, pero la per-
cepción que tenía era totalmente distinta
a la de antes. Pensé en decirle lo impor-
tante que era para mí.
Antes de llegar a mi habitación mi
mente intentó recrear la escena de aque-
lla noche que cambió mi vida para siem-
pre, pero fue prácticamente imposible.
El trauma que me había causado sería
muy difícil de superar; era un hecho que
tendría que acudir a terapia.
- 143 -
A veces me preguntaba qué era lo que
me mantenía viva, ¿qué me sostenía a
este mundo? Dicen que: “todos tenemos
una misión en la tierra” y me parece im-
posible creer que la mía seguía vigente
después de todo lo sucedido. Otra duda
que acosaba mi mente era el hecho de
regresar a la Universidad. Realmente no
sabía si era buena idea. La gente era cruel
y no conocían los límites de sus comen-
tarios ni de sus acciones. La atención se-
guiría sobre mí como hace unos días,
pero el motivo sería distinto. El tiempo
se me fue pensando mil situaciones, no
pude descansar gracias a toda la telaraña
de pensamientos que surgieron en mi
habitación.
—¡Hija, la comida está lista! —gritó mi
madre.
Seguía sin apetito, pero debía intentar
comer algo, de lo contrario las cosas po-
dían seguir empeorando y ya no quería
más complicaciones. Vaya que mi madre
se había esforzado con la comida. La
mesa lucía espectacular y todo lo que es-
taba sobre ella se veía muy rico. En otras
ocasiones, brincaría de la emoción ante

- 144 -
semejante manjar, pero hoy me confor-
maría con tan sólo dar un pequeño bo-
cado.
—Mamá, ¿qué opinas del hecho de re-
gresar a la escuela?
—Es un tema muy delicado, no creo
que de momento sea una buena idea —
casi tiró el refresco de la impresión.
Una vez más tenía la razón, y de no ser
por el proyecto de Sociología estaría to-
talmente de acuerdo con ella.
—Lo sé, concuerdo contigo, aunque,
tengo un proyecto muy importante que
deseo terminar —tomé un sorbo de re-
fresco—. Creo que me haría sentir me-
jor.
—Y no lo dudo, hija, pero hay otras
variantes que podrían afectarte y opaca-
rían el entusiasmo puesto en tus planes.
—¿Cómo cuáles?, tal vez eran las mis-
mas que ya pensé.
—La burla, el rechazo y los comenta-
rios negativos debido a lo que estás pa-
sando.
—También he pensado en eso, pero
algo me dice que debo regresar.
—¿Tan importante es para ti ese pro-
yecto?
- 145 -
—Es lo más importante que he hecho
últimamente.
—Está bien, pero con una condición.
—¿Cuál?
Sé que odiaba las condiciones, pero
esta vez estaba dispuesta a cumplirlas.
—Que si las cosas empiezan a afec-
tarte vas a abandonarla. No digo que ya
no puedas estudiar, sino que veríamos
otras opciones.
Por años la escuela se había convertido
en una de mis mayores prioridades.
Siempre me esforzaba por ser la mejor
en cada materia y obtener los primeros
lugares. Ante la situación que vivía, mi
sueño de ser Psicóloga se estaba viendo
truncado, y algo me decía que no debía
permitirlo. Además, le prometí a mi pa-
dre antes de su muerte que terminaría la
carrera con mención honorífica. El pro-
yecto y la promesa que le hice eran mis
dos grandes motivos para volver.
—Está bien, mamá, acepto tu condi-
ción —le respondí y di mi primer bo-
cado.
Siempre me había considerado una
persona muy resistente, sé que todo lo
que me mencionó estaría presente, aun
- 146 -
así, creía tener la capacidad para manejar
la situación. Iba a llevar al límite cada
una de mis habilidades para terminar lo
que empecé. Pensaba que, si me llegaran
a declarar culpable en el juicio, tendría la
satisfacción de que intenté hacer las co-
sas bien. No podía tomar como justifi-
cante el hecho de estar en proceso jurí-
dico, si eso pasara, simplemente moriría
de la depresión en mi habitación; mi vida
debía continuar.
—¿Y cuándo piensas volver?
—Mañana mismo.
Casi se atragantó al escuchar mi res-
puesta, pero no pensaba postergar mi re-
torno.
—Está bien, yo te llevo mañana.
Eran contadas las ocasiones en las que
mi madre me había llevado a la escuela,
supuse que quería analizar el entorno al
que me iba a enfrentar.
—De acuerdo —me acomodé en la si-
lla y recobré el pensamiento que tuve en
mi habitación—, sé que casi nunca te
digo esto, pero quería expresarte lo im-
portante que eres para mí y que estoy
muy orgullosa de que seas mi madre —
la voz se me empezó a entre cortar—.
- 147 -
También quiero pedirte una disculpa si
alguna vez sientes que te ofendí. Sé que
tras los hechos recientes nadie quisiera
tener una hija como yo, y aun así tú no
me has abandonado en ningún mo-
mento.
Pude percibir cómo sus ojos se fueron
llenando de lágrimas, no sé si eran de fe-
licidad, de dolor, de angustia o tal vez
una combinación de todo lo anterior.
—Mi amor, desde la primera vez que
llegaste a este mundo te convertiste en
mi vida. Juré a Dios que siempre te pro-
tegería y te amaría sobre todas las cosas,
y no ha existido un sólo día en el que yo
haya pensado hacer lo contrario —se le-
vantó de la mesa y se dirigió hacia mí.
Esas eran las palabras más hermosas
que me había dicho, y sentí que habían
llegado en el momento indicado.
—Siempre vas a contar conmigo,
mamá.
—Y tú conmigo, hija.
Nos fundimos en un fuerte y cálido
abrazo que transmitía una gran cantidad
de emociones. En ese instante habíamos
comenzado una nueva etapa en nuestra

- 148 -
relación: madre e hija. De ahora en ade-
lante seríamos más unidas y no íbamos a
permitir que nada nos derrumbara.
—Mamá, ¿crees que esta noche pueda
dormir contigo? —la seguía abrazando.
—Claro que sí, puedes hacerlo las ve-
ces que sientas que sea necesario.
Mi habitación era mi lugar preferido en
la tierra, sin embargo, la situación actual
no ayudaba a que yo estuviera en ese si-
tio. Últimamente donde me he sentido
más tranquila y segura, es a lado de mi
madre. No era el hecho de estar en su
habitación, era su compañía la que me
hacía querer estar junto a ella.
—Gracias, mamá.
Después de unos minutos, aquel
abrazo que jamás olvidaría en mi vida,
terminó. No tenía idea de qué hacer des-
pués de terminar de comer, supuse que
ir a dormir sería lo más indicado, ya que
mañana regresaría a la Facultad.
—¿Quieres que te ayude con la cocina?
—le pregunté.
—No, hija, adelántate a mi recámara,
en un momento subo.
No cabe duda que me quería consentir
hasta en lo más mínimo. El no levantar
- 149 -
la mesa y no lavar los platos era algo que
siempre me reprochaba.
—Te veo arriba.
Tenía mucho tiempo de no entrar a la
habitación de mi madre. Nuestra rela-
ción era tan distante que había olvidado
por completo cómo se veía. Me dio
gusto ver fotos mías y de mi padre en las
paredes, sobre el buró y el tocador. A pe-
sar de su partida, ella lo seguía respe-
tando y dándole su lugar. No sé qué era,
pero ahí me sentía segura y en paz, como
si un aura me protegiera después de cru-
zar esa puerta. Aunque mi padre no es-
taba conmigo físicamente, en ese lugar
sentía su protección, como si no se hu-
biera ido nunca.
Mi madre entró y me sorprendió mi-
rando una foto de los tres, de cuando vi-
sitamos aquel zoológico a las afueras de
la ciudad. Esa foto tenía por lo menos
10 años de antigüedad.
—¿Sabías que esa foto es una de mis
favoritas? —se sentó conmigo en el
borde de la cama.
—No lo sabía, pero creo que de ahora
en adelante será también una de las mías.

- 150 -
Es una foto muy hermosa —seguía ob-
servándola.
—Creo que es hora de dormir —tomó
la fotografía y la puso en el buró que es-
taba al costado de la cama.
Así fue como concluyó uno de los días
con más significado en mi vida. Com-
prendí la importancia de tener una fami-
lia que me apoye sin importar las cir-
cunstancias.
—Amanda, ya es hora —mi madre
abrió la cortina de la habitación.
—¿Qué hora es? —había puesto mi
alarma, pero tenía miedo de no haberla
escuchado.
—Son las 6:45, aún estás a tiempo.
Mi primera clase empezaba a las 8:00
de la mañana y mi alarma estaba las 7:00,
así que había ganado 15 minutos.
—Gracias, mamá —me levanté.
Me dirigí a mi closet para elegir la ropa
que usaría; fue una decisión difícil. An-
teriormente quería lucir lo mejor posible
para que la gente me notara, hoy mi idea
era distinta. Quería pasar completa-
mente desapercibida, pero creo que por
más que lo intentara eso ya era algo im-
posible. Así que tomé aquel vestido de
- 151 -
grandes rayas verticales, al parecer algo
dentro de mí seguía sintiéndose presa.
Antes de entrar a la regadera me miré fi-
jamente al espejo. Tomé las tijeras y co-
mencé a cortar mi cabello. Tardé apro-
ximadamente 15 minutos, hasta que yo
consideré que ya estaba lo suficiente-
mente corto. Seguía sin entender por
qué lo había hecho, pero ya no había
marcha atrás. Así fue como los minutos
extra que había ganado, se fueron en ele-
gir mi ropa y en un cambio de look. Es-
taba lista, era momento de enfrentar otra
batalla complicada.
Bajé y mi madre estaba preparando el
desayuno. Me observó y me di cuenta
que su mirada se centró directamente en
mi cabello.
—Si querías un nuevo corte, pudimos
haber ido a la estética.
—¿Tan mal me veo? —le pregunté de-
cepcionada.
—No, pero pudo quedar mejor.
Cuando regreses solucionaremos eso —
continuó haciendo el desayuno.
En otras circunstancias se hubiera ge-
nerado una gran discusión, sin embargo,

- 152 -
mi madre sabía que había cosas más im-
portantes de que preocuparse. La reali-
dad era que mi corte era un desastre,
pero prefería que la gente hablara sobre
mi cabello y no de lo que estaba suce-
diendo en mi vida.
—¿Quieres que te sirva el desayuno?
—No, mamá, así estoy bien.
—Por lo menos toma el jugo, no
quiero que te desmayes.
—Está bien —tomé el jugo que estaba
servido sobre la mesa.
Después de desayunar nos dirigimos a
la Universidad. Durante todo el camino
estuve en una especie de meditación,
como si me estuviera preparando para lo
que venía.
—Listo, te veo más tarde —frenó el
automóvil—. Estaré al pendiente de
cualquier cosa que necesites.
—Gracias —me despedí de ella.
Inmediatamente que bajé del auto to-
das las miradas estaban sobre mí. Podía
escuchar a la gente murmurar mientras
caminaba, y no eran precisamente hala-
gos. Aun así, yo seguí caminando hasta
que la prefecta me paró en la puerta, por
suerte mi madre no se había ido.
- 153 -
—Señorita Red, acompáñeme a la di-
rección, por favor —me dijo la prefecta.
Algo me decía que las cosas no estaban
bien. Hice una señal para que mi madre
bajara del auto.
—Claro, sólo espero a mi madre. No
hay problema ¿verdad? —le pregunté.
—Ninguno —respondió de forma
cortante—. Síganme.
Le explique a mi madre lo que estaba
sucediendo mientras caminábamos a
medio patio rumbo a la dirección. Era
muy incómodo sentirme custodiada.
—Pasen, por favor —nos abrió la
puerta.
—Tomen asiento, si son tan amables
—nos indicó la directora.
La situación era muy tensa, no tenía ni
la menor idea de lo que iba a suceder.
Nunca me habían llamado de la direc-
ción, en todo el tiempo que llevaba aquí
jamás había pisado este sitio.
—Les ofrezco una disculpa por la ma-
nera de traerlas a mi oficina, es un tema
muy delicado que no puedo dejar pasar.
Con base en los recientes acontecimien-
tos que involucran a la señorita Amanda
Red, y al ya finado Mauro Granate, el
- 154 -
consejo ha decidido de manera unánime,
proceder con su trámite de expulsión de
esta Universidad. De la manera más
atenta les hago saber que a partir este
momento se le prohíbe el acceso a nues-
tras instalaciones o a todo lo relacionado
con nuestra institución.
—¡Eso es discriminación! —dijo mi
madre de forma alterada.
—Al ser una escuela privada podemos
reservarnos el derecho de admisión. La-
mentablemente esta decisión es irrevo-
cable, por lo tanto, les pido respetuosa-
mente que abandonen las instalaciones.
—Vámonos, hija —mi madre se le-
vantó de su lugar.
Abandonamos de inmediato la direc-
ción y rápidamente salimos del edificio.
Mi madre se encontraba furiosa y si no
hizo un escándalo fue porque no quería
más problemas. Por mi parte sentía una
gran decepción, ya que fuimos tratadas
como delincuentes.

- 155 -
9
No estaba segura de cuántas decepcio-
nes más podría aguantar. La vida simple-
mente no me daba tregua y cuando en-
contraba algo que podía sacarme de este
abismo, de inmediato me lo arrebataba.
Tenía la ilusión de que asistir a la Uni-
versidad y continuar con mi proyecto
fuera el parte aguas para empezar a salir
de la situación que estaba enfrentando.
—Todo pasa por algo, hija. Aquí no se
acaba el mundo —me dijo mi madre
mientras conducía.
Ella tenía la cualidad de ser positiva
ante cualquier adversidad, a veces envi-
diaba un poco el no tener esa caracterís-
tica.
—Lo sé, mamá, pero es el mundo que
yo quería.
Debía replantearme nuevamente qué
es lo que seguía, ya que los planes que
tenía siempre cambiaban o de plano ter-
minaban destrozados. Era desesperante
ver que las cosas nunca salían como yo
pensaba, a tal grado de querer rendirme
de una vez por todas.
—Debo de ir al trabajo a arreglar unas
cosas. ¿Quieres acompañarme?
- 156 -
—No, mamá, déjame en casa por fa-
vor.
—¿Me prometes que estarás bien? —
se orilló y detuvo el coche.
—Tranquila, no haré nada estúpido.
De alguna forma entendía su preocu-
pación, con qué seguridad dejaría a su
hija, quien hace pocos días presenció un
asesinato en su propia casa, y además era
la principal sospechosa. Aceptaba que
mi casa era el lugar más incómodo en
esos momentos, ya que abría la puerta y
los recuerdos me invadían. Lamentable-
mente los gastos del abogado nos habían
dejado en una situación económica muy
difícil, por lo cual ir a rentar alguna ha-
bitación de hotel o rentar en algún sitio
era prácticamente imposible. Además,
no tenía ningún familiar cercano ahí, y
aunque fuera así, no creo que nadie
arriesgaría su reputación por mí. El aba-
nico de posibilidades estaba muy redu-
cido, no teníamos otra opción que seguir
viviendo en casa y seguir cumpliendo la
orden de libertad condicional que se me
había asignado.

- 157 -
—De acuerdo, confió en ti —avanzó
nuevamente después de un prolongado
suspiro.
Me dejó en casa y ella siguió su camino.
No tenía ni la menor idea de lo que iba
a hacer el día de hoy y de pronto decidí
enviarle un correo a Almendra para ex-
plicarle mi situación. En las últimas oca-
siones cuando más necesité del apoyo de
alguien, ella siempre estuvo disponible
para mí. No perdí más tiempo y tomé mi
laptop.

De: Amanda Red


Para: Almendra Bermellón

Almendra, supongo que ya estás


enterada de todo lo que ha sucedido
estos días. Las cosas no han sido
nada fáciles y mi destino es incierto.
Hoy decidieron expulsarme de la
Universidad por los problemas que
atravieso, por lo que el desarrollo de
mi proyecto será imposible y sé lo
importante que era para ambas. Qui-
siera verte para platicar un poco y po-
der sacar toda esta angustia que me
está quemando por dentro.
- 158 -
Esperaba que no tardara mucho
tiempo en responder el correo, real-
mente necesitaba de su apoyo. Aprove-
ché la ocasión para cerrar todas mis re-
des, no quería saber nada de lo que se
hablaba y así mismo, quería que supieran
lo menos posible de mí. Justo cuando
terminé dicha acción Almendra me res-
pondió.

De: Almendra Bermellón


Para: Amanda Red

Es una lástima todo lo que está pa-


sando en tu vida. Me gustaría apo-
yarte pero lamentablemente no
puedo hacer nada por ti. No puedo
permitir que nos vean juntas, ya que
mi trabajo estaría en peligro. Espero
entiendas mis razones y por el pro-
yecto no te preocupes ya veré qué ha-
cer. De corazón espero que todos tus
problemas se resuelvan.

No era necesario responder, las cosas


estaban más que claras. Jamás pensé que
me daría la espalda; las cosas se tornaban
- 159 -
más tristes. Cada vez veía más lejos la
posibilidad de que mi vida tomara un
giro positivo. Era un hecho, esa fue mi
última carta, y oficialmente estaba aca-
bada. Tenía la ligera esperanza que a pe-
sar de que ya no estuviera en la Facultad,
Almendra me permitiera ayudarle para
llevar a cabo el proyecto, pero no.
Cuando más sola me sentía, alguien
tocó la puerta de mi casa y me dirigí a
abrir. Flavio Malva estaba frente a mí.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté sor-
prendida.
—Quise venir a visitarte, sé que no la
estás pasando nada bien.
La última vez que un hombre había to-
cado la puerta de mi casa, ocasionó la
mayor desgracia de mi vida. No sabía
cómo actuar. Flavio era la primera per-
sona que se interesaba por mí después
de todo lo que había pasado, sin em-
bargo, mi miedo y mi desconfianza no
cesaban.
—No creo que sea buena idea que es-
tés aquí.
—Sí, eso dicen todos.

- 160 -
—Pues deberías escucharlos, yo no le
hago bien a nadie —le dije de forma de-
sesperada.
—Está bien, pero no significa que no
vaya a volver, realmente me interesas —
se retiró un tanto decepcionado.
Desconocía sus intenciones, pero de-
bía tener valor para pararse aquí, y más
aun sabiendo las circunstancias. Muchas
veces me advirtió que Mauro no era una
buena persona para mí, pero mis senti-
mientos fueron más fuertes que sus ad-
vertencias. No tenía la sensación de que
él fuera una mala persona, pero su pre-
sencia me dejaba un tanto intranquila.
De todos modos, no iba a permitir que
nadie más entrara a mi casa sin la pre-
sencia de mi madre, no podía cometer
más errores…
Estaba pensando seriamente en que-
darme encerrada en mi casa hasta la fe-
cha del juicio. Mantenerme alejada de
todo el entorno parecía la mejor opción,
ya que cada que salía las cosas se torna-
ban complicadas. De pronto recordé
que en las investigaciones revelaron la
presencia de una tercera persona en la
escena del crimen, y fue imposible no
- 161 -
pensar que Flavio podría ser esa per-
sona. Dicen que: “un asesino siempre re-
gresa a la escena del crimen para recodar
lo que hizo”, tal vez esa era la verdadera
razón por la cual regresó, con la excusa
de querer saber cómo estaba. Al princi-
pio me dio pavor al pensar en esa posi-
bilidad, pero después vi una oportuni-
dad de poder saber toda la verdad y así
demostrar mi inocencia. Estaba expul-
sada y acusada de asesinato, ¿qué más
podría perder? Flavio se había conver-
tido en mi única posibilidad de darle
vuelta a todo esto, así que estaba deci-
dida a darle entrada, siempre y cuando las
visitas fueran con la presencia de mi ma-
dre y en la parte trasera de mi casa.
No perdí más tiempo y decidí enviarle
un correo, ya que en esos momentos era
mi único medio de comunicación.

De: Amanda Red


Para: Flavio Malva

Quiero disculparme por la manera


en la que te traté hace un momento,
tú no tienes la culpa de todo lo que
me está pasando. Espero y entiendas
- 162 -
que para mí es muy difícil confiar en
alguien ante tales circunstancias.
Todas las personas que me conocían
me han dado la espalda, excepto tú,
y eso es algo que te debo agradecer.
Si realmente tienes la idea de acer-
carte a mí de forma desinteresada, le
comentaré a mi madre si existe la po-
sibilidad de que puedas visitarme
bajo algunas condiciones, ya que de-
bes saber que esto no es fácil para na-
die.

El mensaje estaba claro, era una invita-


ción abierta y si después de todo lo que
le había escrito él decidía venir, mis sos-
pechas serían más altas.
Otra cosa que me sorprendía es que no
había visto ninguna reacción de la fami-
lia de Mauro contra mí o por lo menos
no que yo me haya enterado. Era muy
extraño que a pesar de ser la principal
sospechosa no haya recibido una sola re-
presalia de su parte, tal vez estaban espe-
rando la resolución del juicio o se encon-
traban avergonzados por lo que me hizo.
De cualquier perspectiva que fuera vista
la historia, ambas partes sufrían, y quizás
- 163 -
esto originaba una tregua de forma mo-
mentánea.
Y así fue como pasé mi tarde, creando
miles de teorías y tratando de atar cabos
sueltos que me ayudaran a comprender
y a salir de esto lo más rápido posible. Al
revisar nuevamente mi laptop me di
cuenta que Flavio había respondido mi
correo.

De: Flavio Malva


Para: Amanda Red

No tienes por qué disculparte,


como te dije desde el primer día que
hablamos, tú eres muy importante
para mí y no quiero dejarte sola
ahora que más necesitas a alguien a
tu lado. Dame la oportunidad de de-
mostrarte que puedo hacer un poco
más dulce este trago amargo.

Una de las peores sensaciones de la


vida es cuando alguien te hace daño y
otro paga los platos rotos. Tal vez las in-
tenciones de Flavio eran buenas, pero ya
no podía confiar en nadie más.

- 164 -
Antes de enviar el siguiente correo de-
cidí esperar a mi madre, para contarle la
situación y que de alguna forma apro-
bara sus visitas. Ya era algo tarde y ape-
nas iba volviendo a casa, al parecer había
tenido un día pesado.
—Ya regresé.
—Me alegra, ¿cómo te fue? —cerré mi
laptop.
—Bien, mucho trabajo, pero resolví
todos mis pendientes —colgó sus llaves.
Realmente se veía muy estresada, no sé
si era buen momento para decirle sobre
la visita que me hizo Flavio, aunque últi-
mamente se había mostrado con una ac-
titud muy distinta, con mayor apertura.
—Mamá, quería comentarte que hoy
me visitó Flavio —hablé más lento—.
Pero tranquila, no pasó a la casa, sólo
quería saber cómo estaba y de inmediato
le dije que no era buena idea que estu-
viera aquí.
—Me alegro de que alguien se preo-
cupe por ti de esa manera, y también me
alegra saber que tomaste una buena de-
cisión.
Realmente era como si me hubieran
cambiado de madre, ella no era así, o tal
- 165 -
vez era yo la que estaba cambiando.
Nunca habíamos tenido tanta confianza
para decirnos las cosas y ahora que está-
bamos más unidas nuestra comunica-
ción había mejorado.
—Sí, la verdad es lindo que alguien se
preocupe por mí, y además me dijo que
quería seguir viniendo. Yo le respondí
que lo consultaría contigo y que de ser
un sí, toda visita sería bajo tu presencia.
—Te agradezco que me hayas contem-
plado, y no tengo problema, creo que te
hará bien algo de compañía en estos mo-
mentos. No es necesaria mi presencia,
creo que has aprendido de tus errores,
aunque si eso te hace sentir más segura,
puedo estar en casa cuando él venga a
visitarte.
El conocimiento que tenía mi madre
sobre Flavio era limitado y de momento
era mejor que fuera así.
—Muchas gracias por tu confianza,
mamá.
Ahora era cuando mayor confianza y
apoyo necesitaba, y mi madre parecía
entenderlo por completo.
—De nada, hermosa —se dirigió hacia
las escaleras—. Ya iré a dormir.
- 166 -
—Descansa, en un momento te al-
canzo.
Abrí mi laptop y de inmediato le escribí
a Flavio, era momento de poner en mar-
cha mi plan, aquel que había pensado
durante todo el día.

De: Amanda Red


Para: Flavio Malva

Agradezco tu mensaje, quiero con-


fesarte que me alegró un poco el día,
“hiciste más dulce este trago
amargo”. Disculpa por tardar en res-
ponder, pero tuve que esperar a que
mi madre regresara para contarle
todo y tener su aprobación sobre tus
visitas. Me emociona mucho saber
que podemos seguir conviviendo, ya
que ella me dijo que no tenía pro-
blema con que vinieras a visitarme,
así que cuando gustes eres bienve-
nido.

Usar el correo electrónico comenzaba


a gustarme. Era como si enviara cartas
en tiempo real, ya que la comunicación
era más directa y formal. Era interesante
- 167 -
que le estuviera dando un uso más que
el académico, que era como se acostum-
braba utilizarlo. Aquí no tenía que ver lo
que la gente estaba realizando, ni mucho
menos recibir mensajes incómodos de
gente que no conocía.
Antes de ir a dormir, me miré en el es-
pejo que estaba en la planta baja. Había
olvidado por completo el desastre de ca-
bello que tenía y aun así Flavio no dijo
ni un sólo comentario al respecto; nece-
sitaba un estilista. Ya por último me dis-
puse a apagar mi laptop y observé que ya
había respondido mi correo, al parecer
estaba al pendiente.

De: Flavio Malva


Para: Amanda Red

Me alegro que hayan aprobado que


pueda visitarte, no sabes lo feliz que
eso me pone. Me encantaría pasar
mañana a la misma hora después de
clases.

Decidí ya no responder por la hora y


conociéndolo iba a venir sin importar lo
que yo dijera, me había dado cuenta de
- 168 -
que era una persona muy decidida con lo
que se proponía. Subí nuevamente a la
recámara de mi madre para dormir jun-
tas, ya que el día anterior había dormido
como una bebé, sólo esperaba que no se
me hiciera costumbre.
El sonido de la regadera logró desper-
tarme, supuse que mi madre se estaba
alistando. Quería seguir durmiendo,
pero recordé que quería arreglar mi ca-
bello, así que me levanté.
—Buenos días, mamá, ¿vas a salir? —
le pregunté mientras me ponía las sanda-
lias.
—No, hija, ¿por qué? —me gritó
desde la regadera.
—Me gustaría que me acompañaras a
la estética para arreglar mi cabello.
—¿Qué te parece si mejor le hablo a
alguien para que te lo arregle aquí en la
casa?
Esa pregunta llamó mi atención, al pa-
recer ella también prefería que no saliera
de casa hasta la fecha del juicio.
—Está bien —le respondí un tanto
preocupada.
Por mi mente no dejaba de pasar que
tal vez mi madre estaba sufriendo acoso
- 169 -
en las calles por mi culpa y por eso bus-
caba protegerme de los comentarios que
se estaban haciendo allá afuera. Ella se
encargó de arreglar todo para la visita de
la estilista y yo seguí durmiendo después
de saber que no íbamos a salir.
—Amanda, ya llegó la estilista —me
avisó desde la planta baja.
Yo tenía unos pocos minutos de haber
despertado y ya me encontraba lista.
—Bajo enseguida —grité para que me
escucharan.
Al bajar, la estilista ya estaba acomo-
dando todo su set en la sala. Nunca antes
la había visto ya que por años mi madre
y yo íbamos al mismo lugar.
—Toma asiento —me dijo la esti-
lista—. Ahora relájate y deja que mis ma-
nos mágicas trabajen.
Pasaron unos 20 minutos antes de que
terminara el corte.
—Listo, hemos terminado —me mos-
tró su espejo—. ¡Has quedado hermosa!
Realmente era magnífico el trabajo que
había realizado, estaba muy contenta
con el resultado.
—Muchas gracias por todo, ¿cuánto te
debo? —le preguntó mi madre.
- 170 -
—Serían 1200 pesos —le contestó.
Ese era un precio extremadamente ele-
vado para un corte de cabello, y no creí
que fuera debido al servicio a domicilio.
—Aquí tiene —le pagó sin cuestionar
ni comentar nada.
—¿No crees que fue un precio muy
elevado? —le dije a mi madre.
—A veces ese es el precio de nuestras
acciones, cariño —me respondió.
—¿A qué te refieres?
—La gran mayoría de las personas
siempre van a querer aprovecharse de las
situaciones. En estos momentos muy
pocas quieren acercarse a nosotros y las
que lo hacen es por obtener un benefi-
cio. Además, no quiero que escuches lo
que se comenta de nosotros allá afuera,
ya que en muchos lugares ya no somos
bienvenidas.
Entendía todo. Mi madre estaba en-
frentando situaciones muy poco agrada-
bles por mi culpa y de hoy en adelante
todo lo que obtuviéramos nos costaría
más que antes.
—Lo siento, no quería que esto pasara
—le dije arrepentida.

- 171 -
—Tú no tienes la culpa de nada, no se
pueden controlar las acciones de los de-
más. Tengo que hacer unas vueltas, te
veo más tarde —se retiró.
Mi madre tenía razón, “no se pueden
controlar las acciones de los demás”, sin
embargo, eran mis acciones las que nos
tenían en esta situación, el sentimiento
de culpa que tenía era algo inevitable.
Se acercaba la hora en la que Flavio co-
mentó que llegaría, así que intenté arre-
glarme lo más rápido posible. Esperaba
que mi mamá no tardara mucho ha-
ciendo sus pendientes, porque, aunque
me dio su autorización para recibirlo, sí
sería demasiado incómodo hacerlo sin
su presencia. La hora llegó y minutos
más tarde tocaron a la puerta.
—Hola, gracias por aceptar mi visita
—me entregó unas flores.
—De nada y muchas gracias por el de-
talle —tomé el obsequio—. Estaremos
en el patio, espero y no te moleste.
—Sin problema, cualquier lugar es
perfecto para estar contigo.
Flavio estaba siendo más coqueto de lo
normal, no perdía tiempo para hacerme
algún tipo de halago. Recordé que mi
- 172 -
madre dijo que: “La gran mayoría de las
personas siempre van a querer aprove-
charse de las situaciones”, sólo esperaba
que él no se estuviera acercando para
obtener algún beneficio.
—¿Y qué te motivó a venir aquí? —me
senté en la hamaca.
—Tú. Últimamente tú eres la razón
de todo —se sentó a mi lado.
—De verdad te sigo atrayendo des-
pués de todo lo que pasó…
—Eso no importa porque sé que tú
eres inocente de lo que se te acusa.
Eso encendió rápidamente los focos
rojos. ¿Cómo sabía de lo que se me acu-
saba, si nunca había mencionado nada
sobre mi caso?
—¿Y cómo sabes de lo que se me
acusa?
—Allá afuera se habla demasiado so-
bre tu caso. Hay demasiada información
sobre ti.
Ahora entendía a lo que se refería mi
madre, cada persona estaba haciendo su
propio juicio. Mantenerme alejada ayu-
daría a que me sintiera menos afectada.
—Disculpa mi actitud, todo me altera
últimamente.
- 173 -
—No te preocupes, sé que estás ha-
ciendo un gran esfuerzo para estar aquí
conmigo y eso es lo que importa —in-
tentó abrazarme.
—Tranquilo —lo quité.
Nos la pasamos hablando durante casi
una hora, pero en ningún momento
realizó algún comentario que levantara
alguna sospecha o que tuviera que ver
con mi situación. Cuando ya se disponía
a partir, mi madre llegó a casa y se dirigió
al lugar donde estábamos.
—¿Así que tú eres el famoso Flavio?
—preguntó mi madre, tratando de ser
empática.
—Mucho gusto, señora. Amanda me
ha hablado demasiado de usted. Le pido
una disculpa por no haberme presen-
tado aquel día en su sala.
—Espero que hayan sido cosas bue-
nas. Y sí, creo que Amanda olvidó ese
pequeño detalle.
—Desde luego, pero bueno yo ya es-
taba por retirarme, supongo que tienen
muchas cosas de que hablar.
—¿No quieres quedarte a comer con
nosotras?

- 174 -
Mi madre se estaba comportando muy
amable, a tal grado de querer invitarlo a
comer, supongo que quería saber más de
él. Ella era muy conocida por lanzar
cuestionarios en la hora de la comida.
—Le agradezco, pero en verdad ya
tengo que retirarme.
—En otra ocasión será —agregó mi
madre.
Flavio se despidió de ambas y se retiró
de la casa. Fue así como concluyó su pri-
mera visita, en la cual no pudo obtener
gran información. Tal vez tenía buenas
intenciones en relación a su acerca-
miento, sin embargo, no quitaría el dedo
del renglón sobre mis sospechas.

- 175 -
10
Había pasado un mes desde los hechos
que acontecieron aquella noche y la fe-
cha del juicio estaba cada vez más cerca.
Grandes cambios habían sucedido a lo
largo de este tiempo.
Flavio me había visitado todos los días
a la misma hora y nuestra relación se ha-
bía fortalecido. Mis sospechas hacia él se
habían desvanecido. A lo largo de este
tiempo me había demostrado su apoyo y
comprensión; me respetaba en todos los
sentidos. No existía ningún tipo de pre-
sión. Agradecía que no forzara las cosas.
La relación con mi madre era cada vez
mejor, era increíble que anteriormente
no valoré el cariño y confianza hacia ella;
descubrí que no hay nada que no haría
por mí.
El estado de salud de Siena seguía
siendo delicado y aún no había podido
despertar del coma, sus familiares esta-
ban pensando seriamente en desconec-
tarla para que dejara de sufrir, sin em-
bargo, habían decidido darle un poco
más de tiempo, pero la posibilidad es-
taba latente.

- 176 -
Había perdido todo el contacto con
Almendra desde aquel correo en el cual
daba por terminada nuestra relación de
amistad. Ella me había dado la espalda
cuando más la necesitaba y eso jamás lo
olvidaría.
Durante ese mes, todo estaba relativa-
mente tranquilo, lo único que me seguía
atormentando era el hecho de no tener
la remota idea de la tercera persona que
estuvo involucrada en el asesinato de
Mauro. El tiempo pasaba y esa persona
era una de las pocas llaves que me po-
drían garantizar la libertad de forma per-
manente; tenía que aparecer.
Mantenerme alejada de todo me ayudó
a manejar un poco la situación. Me dis-
tancié completamente de las redes socia-
les, la televisión y los medios de difusión
masiva; no sabía nada de lo que ocurría
en el exterior. Mi madre era encargada
de contarme sólo lo necesario. Aunque
a veces tenía la curiosidad de saber un
poco más, siendo consciente de que eso
podría lastimarme. Cuando tenía el con-
trol de la televisión en mis manos, me
sentía tentada a encenderla. Hay ocasio-
nes en las que me sentía en una cueva;
- 177 -
quería salir, aunque fuera por un mo-
mento.
Para sentirme libre por un rato, en-
cendí el televisor y de inmediato le cam-
bié al canal del noticiero local, parece
que elegí el momento exacto ya que es-
taban preparando una nota en la que an-
tes era mi Universidad. Podía haberla
apagado en ese momento, ya que tenía
miedo de que esa nota hablara sobre mí,
pero decidí soportar un poco más. Las
cosas resultaron peor de lo que esperaba
y el odio que hasta ese momento estaba
sepultado en mí, resucitó a raíz del co-
raje de ver la noticia que transmitían. Es-
taban premiando a Almendra Bermellón
por sus aportaciones a la sociedad, gra-
cias a su proyecto de erradicar las redes
sociales y crear un acto de conciencia so-
bre el impacto negativo que podían oca-
sionar.
“¡Esa maldita se robó mi idea y se llevó
todo el crédito!”, aventé el control el re-
moto. Era increíble que se hubiera atre-
vido a hacerlo sin siquiera comentár-
melo o reconocerme como colabora-
dora. Fui utilizada por mi ex profesora
de Sociología, quien siempre buscó sus
- 178 -
ambiciones personales sin importar lo
que pasara conmigo.
Era inevitable no pensar que, la que
debería estar recibiendo ese premio era
yo. Las lágrimas brotaron de mí al ver mi
proyecto en las manos de otra persona y
lo peor es que no podía hacer nada al
respecto. No era justo que yo siendo la
autora intelectual, fuera odiada por gran
parte de la ciudad y aquella que me robó
la idea estuviera siendo ovacionada.
Apagué el televisor, ya era suficiente.
La conmoción que generó en mí, logró
despertar a todos los demonios que ha-
bían estado dormidos durante ese mes.
En ese instante estaba esperando a Fla-
vio, pero esta vez su visita sería total-
mente distinta a las demás; lo cuestiona-
ría y descargaría mi furia hacia él. En
ningún momento me comentó lo que es-
taba pasando con Almendra; aun sa-
biendo lo importante que ese proyecto
era para mí, incluso esa fue la razón por
la que se acercó a mí. Él juró que nunca
me haría daño y al callar semejante noti-
cia era como si me hubiera encajado un
cuchillo en el corazón. Mi ser estaba

- 179 -
lleno de heridas y mi alma se estaba
desangrando por dentro.
—¡Amanda! Soy Flavio. ¿Puedes
abrirme? —me gritó.
Era tanta la rabia que sentía cuando es-
cuché su voz, que me dirigí de inmediato
a la puerta para abrirla y desembocar mi
furia hacia a él.
—Te traje estas flores.
Apenas terminó de hablar y le solté un
golpe en la cara, tan fuerte que las flores
salieron volando.
—¿Qué demonios te pasa? —me dijo
mientras se tocaba la cara en el área
donde lo golpeé.
—¿Qué te pasa a ti, pendejo?, ¿qué es
lo que quieres?, ¿por qué nunca me di-
jiste que Almendra estaba robando mi
proyecto? —me arrodillé y comencé a
llorar.
—¡Estás loca, Amanda! Tanto albo-
roto por eso, y si no te lo dije fue porque
no creí que fuera tan importante.
—¡Ese proyecto era mi vida y lo sa-
bías!, no vengas con ese cuento —me
quería arrancar el cabello del coraje—.
¡Lárgate y no vuelvas jamás!

- 180 -
—Todo el mundo me lo advirtió, no
lo quería creer pero con esta actitud de-
muestras que en un arranque de ira pue-
des hacer lo que sea.
—¿Qué insinúas, idiota?
—Tú mataste a Mauro, ¡no lo niegues!
—¡Sí, yo lo maté!, y si no te marchas
en este mismo momento también te ma-
taré a ti.
Flavio se retiró y yo sabía que estaba
metida en un gran problema por lo úl-
timo que le dije. Tenía esa costumbre de
hablar sin pensar cuando estaba enojada,
y ese defecto ahora podía costarme muy
caro si él declaraba en la corte lo que le
grité.
Toda la paz y tranquilidad que había
aprendido a manejar se habían ido a la
mierda en 5 minutos. Cada día compren-
día más que era un completo caos, era
como un volcán que por más tiempo
que pasara dormido, algún día haría
erupción y arrasaría con todo.
Otra dificultad que tendría que enfren-
tar, era decirle a mi madre todo lo que
había pasado con Flavio, estaba segura
que ahora si no me perdonaría por la es-

- 181 -
tupidez que cometí. Duré aproximada-
mente 30 minutos en la misma posición;
sentada y con la puerta abierta espe-
rando a que llegara mi madre. Cuando
por fin me había decido a levantarme
observé su auto. Ella ni siquiera terminó
de estacionarlo; notó la crisis por la que
estaba pasando.
—¿Qué te pasa, hija? —me preguntó
preocupada.
—Lo eché todo a perder, mamá —aún
seguía muy sentimental.
—¿Por qué dices eso?
—Discutí con Flavio, le grité que maté
a Mauro.
—¡Qué! ¿Por qué le dijiste eso?
—Estaba muy molesta porque no me
dijo lo que estaba pasando con Almen-
dra y no encontré otra forma de hacer
que se largara.
—¿Quién es Almendra y qué pasa con
ella?
—Era mi maestra de Sociología y hoy
al encender el televisor vi que la estaban
premiando por mi proyecto —me le-
vanté del suelo.

- 182 -
—Esperemos que Flavio no diga nada
y en relación a tu proyecto, lo siento mu-
cho —no dejaba de tocarse la cara en se-
ñal de ansiedad—. No debiste de haber
encendido el televisor.
De pronto todo comenzó a darme
vueltas y caí de golpe contra el piso.
Desperté en una cama de hospital
completamente desorientada. Mi mano
estaba conectada a una especie de suero
mediante un catéter, al parecer no fue un
simple desmayo lo que me sucedió. Los
corajes, las náuseas y dolores de cabeza
hacían que mi estado de salud se encon-
trara por los suelos.
—Es bueno saber que despertó —dijo
el doctor al abrir la puerta.
—¿Qué pasa conmigo? Sólo recuerdo
haberme desvanecido en mi casa.
—Le realizamos un análisis de sangre
para tener un diagnóstico más acertado
y descartar algún tipo de anemia, des-
equilibro hormonal, o problemas del co-
razón —miró su tabla mientras me daba
la información—; sin embargo, me temo
que los resultados fueron completa-
mente diferentes a los que esperábamos.

- 183 -
—¿A qué se refiere? —me alteré un
poco.
—Le aconsejo que se tranquilice por el
bien de ambos.
—¿De ambos? —me sorprendí des-
pués de escuchar eso.
—Así es, felicidades, señorita Red,
tiene un mes de embarazo.
—Eso no es posible, soy irregular,
pero es muy poco tiempo para sospe-
char de un retraso —le expliqué.
—Los exámenes de sangre no mienten
—bajó su tabla—. La tendremos un
tiempo en observación y después podrá
retirase —se marchó.
No era posible lo que acababa de escu-
char, siempre me había cuidado me-
diante pastillas, la posibilidad de quedar
embarazada era casi nula. Durante toda
mi vida había mencionado que no quería
tener hijos, tal vez suene un poco
egoísta, pero sentía que los bebés sólo
detienen el crecimiento personal, ade-
más de que sobrevivir en este mundo era
cada vez más complicado como para
traer a alguien más a sufrir. No había
vuelta atrás eso ya era una realidad, y la

- 184 -
decisión de tenerlo o no, era completa-
mente mía. De momento no sabía qué
decidir, si darle un cambio por completo
a mi vida y dedicarme a ser madre o
abortar, que a su vez sonaba un poco iló-
gico viniendo de alguien que quiere de-
mostrar que no es una asesina.
En gran medida lo que decidiera de-
pendería completamente del resultado
del juicio. En caso de ser culpable afec-
taría para siempre a ese bebé, ya que no
crecería con su madre y también sería in-
justo encargarle esa responsabilidad a al-
guien más. En cambio, si fuera declarada
inocente, tendría la oportunidad de darle
una vida a mi lado.
El panorama no lucía nada alentador,
las posibilidades de tener una vida nor-
mal según mis expectativas, eran míni-
mas; los problemas eran cada vez más
grandes. Mientras tanto dejé que las co-
sas fluyeran, tomar una decisión en esos
momentos sería algo precipitado, ade-
más que no quería hacer algo de lo que
me fuera a arrepentir después. A estas al-
turas, imaginé que mi madre ya sabía la
noticia. No dejaba de pensar en lo de-
cepcionada que estaría, le había fallado
- 185 -
en todos los aspectos. A veces sentía que
era una carga para ella, y que su vida sería
mejor si yo no existiera.
—Así que seré abuela, recuerdo que
solía molestarte con ese tema, quién di-
ría que esa broma terminaría convirtién-
dose en realidad —mi madre entró a la
habitación.
Ni siquiera tenía el valor para verla a la
cara, ella era la menos culpable de todo
y aun así mis acciones terminaron con-
denándola.
—Lo siento, aunque ya perdí la cuenta
de las veces que te lo he dicho.
—Esto no es tu culpa y la del bebé
tampoco —tomó mi mano en señal de
apoyo—. Espero que esta vez tomes una
decisión acertada.
Entendí por completo lo que estaba
tratando de decirme.
—Tranquila, mamá, este bebé crecerá
con nosotros.
—Eso espero, hija, ahora sólo dedícate
a descansar —se retiró.
Tal vez ya no sentíamos los golpes y la
resignación se había convertido en parte

- 186 -
de nuestra rutina. Eran tantos proble-
mas y tantos conflictos, que uno más ya
no hacía la diferencia.
En algún momento de nuestra relación
Mauro y yo habíamos tocado el tema de
tener hijos, yo no estaba de acuerdo,
pero él estaba muy ilusionado con la idea
de tener una familia. Aunque, no creo
que eso lo haya motivado a hacer lo de
aquella noche, creo que nunca fue cons-
ciente de esta consecuencia. Si la vida me
hubiera dado la opción de tener un hijo
con alguien, habría elegido que fuera con
él. Sonaba tonto y absurdo que la per-
sona que más daño me causó se conver-
tiría en el padre de mi hijo(a), pero creía
que de alguna manera a todos nos atraía
lo tóxico, en diferentes proporciones.
La vida de mi bebé no sería normal, su
existencia siempre estaría marcada por
una terrible historia y la relación entre
ambas familias sería prácticamente im-
posible. Si tuviera una segunda oportu-
nidad, no descartaría la opción de irme
lejos de este lugar y comenzar de cero,
ya que no importaba lo que pasara en los
juzgados, aquí siempre seríamos señala-
dos.
- 187 -
Así fue como pasé la tarde en aquel
hospital; creando miles de futuros. A la
mañana siguiente mi alta estaba progra-
mada.
—Logramos controlar cada uno de los
índices que provocaron su recaída —me
dijo el doctor—. Puede irse cuando
guste.
—Gracias —le respondí.
Mi madre trajo mis cosas a la habita-
ción para que pudiera cambiarme.
—Nada de televisión esta vez,
Amanda.
—Descuida, no tengo la mínima inten-
ción de encenderla, mamá.
Había decidido no martirizarme más,
ya no buscaría respuestas ni tampoco
crearía escenarios. Estaba dispuesta a es-
perar pacientemente la fecha del juicio.
Era difícil mantenerme al margen sin
saber nada del exterior, de alguna forma
estaba viviendo mi propio proyecto.
Esto era vivir sin redes sociales. No sa-
bía qué pasaba con la vida de los demás
y tampoco lo que acontecía allá afuera;
estaba ahogándome de soledad. La vida
me fue llevando a donde siempre quise
estar, pero con un pago muy alto, donde
- 188 -
inclusive mi propia libertad estaba en
juego.
Mi madre insistía en que debía prepa-
rarme para la fecha del juicio, debido a
nuestras limitadas posibilidades de de-
mostrar mi inocencia. Argumentaba que
cada palabra que saliera de mi boca de-
bería ser pensada con anterioridad para
evitar confusiones a la hora de declarar.
Tanta fue su insistencia que el abogado
me visitó en diferentes ocasiones para
preparar un discurso ante cada escena-
rio.
—Debes estar preparada para todo,
van a tratar de presionarte hasta que les
digas lo que ellos quieren escuchar, pero
tú tienes que ser mental y emocional-
mente fuerte para no caer en sus provo-
caciones. Tu madre me contó lo que su-
cedió con ese chico, un error así en la
corte sería fatal —mencionó el abogado.
—Y en cuanto a mi embarazo, ¿qué
consecuencias podría traer? —le pre-
gunté.
—La gente siempre se verá identifi-
cada y se pondrá del lado de la víctima,
un embarazo que resultó de una tragedia

- 189 -
es una consecuencia que ni el más des-
piadado asesino planearía, así que lejos
de perjudicar, creo que nos ayudará.
—Entonces… considera que debo
anunciar ante la corte mi embarazo.
—Completamente, ya que es un giro
en el caso que muy pocos esperan y que
nos daría una posibilidad más de ganar.
—¿Sabe algo de la tercera persona in-
volucrada?
—Aún no se sabe nada, pero esa es
otra de nuestras fortalezas.
Después de esa conversación, final-
mente veía posibilidades reales de de-
mostrar mi inocencia.
Otra de las opciones que me dieron
fue intentar con la hipnosis para tratar
de recuperar de mi inconsciente lo suce-
dido en aquella escalofriante noche. An-
teriormente hubiera dado todo lo posi-
ble por saber la verdad, pero la idea de
revivir nuevamente lo ocurrido es un
trauma que no sabía si podría superar,
sin embargo, no había opción.
Una de las psicoanalistas más impor-
tantes de la ciudad se interesó en mi caso

- 190 -
y nos aseguró completa discreción. Es-
tábamos dispuestos a intentarlo todo, así
que contratamos sus servicios.
El abogado mencionó que el resultado
de una hipnosis no tenía valor ante una
corte, sin embargo, argumentaba que
eso me daría claridad y seguridad para
aclarar mi mente. A pesar de todo él
creía firmemente en mi inocencia y haría
todo posible para que yo lo hiciera de la
misma forma. Así mismo, decidió que-
darse durante el proceso hipnótico para
poder tomar nota de cada detalle que pu-
diera ayudarnos.
La doctora Onofre contaba con múlti-
ples diplomados en hipnosis; todos con
mención honorífica. Al llegar a mi casa,
comenzó de inmediato con la terapia.
No le gustaba perder el tiempo, siempre
hacía las cosas de forma rápida y profe-
sional.
—Quiero que te relajes, siente la ener-
gía recorrer tu cuerpo —empezó a de-
cirme con una voz profunda y lenta—,
ahora lleva toda esa energía hacia tu
mente y a la cuenta de tres harás todo lo
que te diga, 1, 2, 3…

- 191 -
Estaba hecho, había entrado en un
trance donde tenía acceso completo a mi
mente.
—Quiero que regreses a aquella noche
en la que invitaste a Mauro a tu casa,
justo antes de que él muriera. Cuando
estés en ese instante moverás la cabeza
hacia el frente en señal de que lo has lo-
grado.
Hice justamente lo que me dijo.
—Ahora quiero que me describas lo
que ves.
—Mauro está sobre mí, está inten-
tando violarme, pero me defiendo ante
esa acción y él comienza a golpearme, no
puedo ante su fuerza y él logra su come-
tido. Se levanta de la cama y se dirige al
baño y puedo ver la silueta de una mujer,
al parecer están discutiendo. Mauro se
voltea y ella lo golpea.
—¿Puedes ver quién es esa mujer?
—No logro distinguirla, sólo puedo
ver su silueta.
—Quiero que hagas un esfuerzo para
ver quién es esa mujer.
—¡No puedo! —le grité.
—Amanda, por favor te pido que te
tranquilices.
- 192 -
—¡Sáqueme de aquí! ¡Sáquenme de
aquí! —comencé a perder el control.
—A la cuenta de tres volverás aquí; 1,
2, 3…
Desperté muy agitada y completa-
mente sudada, no tenía idea de lo que
había sucedido, pero al ver la cara de to-
dos estaba segura de que había sido algo
importante.
—Creo que con lo que escuchamos
fue suficiente —dijo el abogado.
—Estoy de acuerdo, además no arries-
garemos de nuevo a Amanda y menos
con su estado actual —agregó mi madre.
La psicoanalista argumentó que ante
estos casos lo mejor era descansar un de-
terminado periodo de tiempo antes de
realizar otro proceso hipnótico, ya que
de lo contrario podía ser perjudicial para
la salud mental del paciente.
—Por mi parte es todo, y sólo quería
decirte que soy de las personas que creen
en tu inocencia —me dijo la psicoana-
lista—. Hasta luego.
Después de eso el abogado también se
retiró. Mi madre me contó con lujo de
detalles todo lo sucedido durante la hip-
nosis.
- 193 -
—Espero que después de esto, salgas
a demostrar tu inocencia por ti y por
cada uno de los que creemos en ti —me
dijo mi madre—. Estoy muy orgullosa
por todo lo valiente que has sido —con-
cluyó.
Esas palabras causaron un gran efecto
en mí, y se convirtieron en un gran mo-
tivante para lo que seguía.
Por primera vez me sentía completa-
mente segura de mi inocencia y por otro
lado un poco decepcionada al no poder
descifrar quién era esa mujer, pero por
lo menos mi conciencia ya se encontraba
tranquila. El desenlace estaba cerca y mi
abogado había cumplido su cometido;
me sentía segura y confiada.
Durante la carrera de psicología, jamás
había tenido un proceso hipnótico, co-
nocía la teoría, pero nunca pensé pasar
por uno. La experiencia era sumamente
escalofriante. Estaba convencida de
nunca más querer hacerlo, aunque por
otra parte me sentía agradecida de haber
encontrado respuestas en dicho pro-
ceso.
Me di cuenta de que muchas son las
personas que creían en mí, nunca estuve
- 194 -
sola. Con un juicio y con un bebé en ca-
mino, debería de ser más consciente de
esas pequeñas cosas que me brindaban
felicidad, mismas que anteriormente no
fui capaz de ver.
El hecho de ya no verme como una
posible asesina, me trajo un estado de
paz conmigo misma, tal parece que los
días de tormenta empezaban a termi-
narse y sólo me faltaba enfrentar un hu-
racán más, sin embargo, eso ya no me
quitaba las ganas de luchar por mi arcoí-
ris.

- 195 -
11
El día del juicio había llegado. Hoy se
definiría mi futuro ante una corte, des-
conocía lo que iba a suceder, sin em-
bargo, me sentía lista para terminar con
todo esto.
Fueron dos largos meses en los cuales
enfrenté problemas inimaginables, mis-
mos que me hicieron ver la vida desde
otra perspectiva. Durante este trayecto
hubo personas que se desvanecieron
ante la primera adversidad y otras que
surgieron para afrontar cada caída con-
migo. Experimenté la traición, el odio y
la indiferencia; pero también conocí el
amor, el apoyo y la comprensión.
El mundo sería testigo de la nueva
Amanda Red, aquella que a pesar de
todo seguía de pie. Gran parte de la ciu-
dad de Granada se daría cita en los juz-
gados, cada uno tendría un concepto di-
ferente de mí, así como una hipotética
sentencia. En cierto punto eso ya no me
afectaba, ahora la única imagen que im-
portaba era la que tenían de mí aquellas
personas que no me abandonaron.
Me miré en el espejo y me perdoné por
todo el daño que me hice, por todas las
- 196 -
veces que dudé de mí, por aquellas oca-
siones en que no me valoré, por las di-
versas situaciones en las que no me di a
respetar y, sobre todo por aquellos erro-
res que me habían traído hasta aquí. No
era tarde para intentar hacer las cosas
bien, ni para crear la mejor versión de
mí, tampoco era tarde para salir y de-
mostrarle al mundo de lo que estaba he-
cha.
—¿Estás lista, hija? —mi madre me
miró de frente.
—Sí, llevo tiempo esperando este día
—estaba muy segura de mí misma.
Fue así como nos dirigimos a aquella
cita que tenía pactada con el destino, tal
vez la más importante en mi vida.
La tensión se podía respirar en el aire,
salimos con tiempo de sobra esperando
poder evitar a los reporteros, pero eso
fue prácticamente imposible. Al llegar al
juzgado, ya había cámaras y micrófonos
esperándonos, la mayor noticia de la ciu-
dad estaba por llegar a su fin y nadie que-
ría perderse esa nota.
Bajamos del automóvil y un ambiente
hostil nos recibió, un mar de gente tenía
pancartas en las que me llamaban asesina
- 197 -
y otras cuantas decían en coro la frase,
“justicia para Mauro”. Las cosas se tor-
naban sumamente complicadas, reporte-
ros acercaban de forma brusca su cá-
mara intentando robarme algunas pala-
bras ante sus preguntas intimidantes y
provocativas. Al fin pudimos llegar a la
puerta de aquel edificio en el cual el abo-
gado ya estaba esperándonos.
—Verás cómo cambian de opinión
cuando esto termine —me dijo mi abo-
gado.
—Tengo fe en que así será —le res-
pondí antes de cruzar la puerta.
El auditorio ya estaba al máximo de su
capacidad y aún faltaba 1 hora para que
iniciara el juicio. La defensa de Mauro ya
se encontraba lista y así mismo su familia
observaba mi llegada. El ambiente no
era muy diferente al que pude percibir
afuera, solo que aquí no se les permitía
hacer bullicio ni lanzar acusaciones, de
lo contrario serían retirados del lugar, les
era impuesto el respeto dentro de la sala.
—Yo aquí me quedo, pero te estaré
apoyando desde acá —mi madre me dio
su bendición y tomó su lugar en la sala.

- 198 -
Yo seguí caminando con mi abogado
hasta llegar al sitio que se nos había asig-
nado frente al juez. Di un pequeño reco-
rrido con la mirada y me pude percatar
de que varias personas de la Universidad
se encontraban ahí, entre ellos Almen-
dra Bermellón y Flavio Malva.
Fueron minutos incómodos en los que
ansiaba que diera comienzo el juicio, po-
día sentir cada mirada sobre mí, no todas
emitían buena vibra y mucho menos
buenas intenciones. El juez por fin se
hizo presente dentro de la sala, caminó
de forma imponente ante el auditorio
antes de tomar su lugar.
—El día de hoy estamos citados para
la resolución del caso en relación al ho-
micidio de Mauro Granate —el juez se
dirigió ante el auditorio—. Pido por fa-
vor que Amanda Red tome lugar en el
estrado.
Me paré de mi lugar y atendí la petición
que el juez mencionó.
—Amanda Red, ¿jura solemne-
mente decir la verdad, toda la verdad y
nada más que la verdad? —la asistente
del magistrado puso la Constitución
frente a mí.
- 199 -
—Lo juro —respondí tocando la Carta
Magna.
—Le pido por favor que nos cuente
los hechos suscitados en su casa la noche
del 25 de mayo de 2019 en la cual Mauro
Granate fue asesinado —me pidió el
juez.
Conté en el estrado los hechos de
aquella noche. La defensa de Mauro
realizó preguntas intentando incul-
parme; pero tal y como lo practiqué an-
teriormente, no caí en ninguna provoca-
ción. Mi abogado intervino en diversas
ocasiones cuando percibía que algunas
de las preguntas estaban fuera de con-
texto. Posteriormente hizo fuerte énfasis
al mencionar que había una tercera per-
sona involucrada de la cual se descono-
cía su identidad y que esperaba que eso
fuera tomado en cuenta para la resolu-
ción del caso, ya que creía que ese dato
no podía pasar desapercibido a la hora
de describir los hechos.
—Puede pasar a su lugar —me pidió el
juez—. Ahora pido que tome lugar en el
estrado el ciudadano Flavio Malva.
Sólo esperaba que Flavio no me incul-
para por lo que mencioné aquella tarde,
- 200 -
de lo contrario, el caso tomaría un giro
negativo en mi contra. Al igual que a mí,
le realizaron el mismo procedimiento
antes de rendir su declaración. Comenzó
a platicar sobre la relación que tenía con
Mauro y después de eso, llegó el mo-
mento que podía inclinar la balanza en el
juicio.
—¿Es verdad que Amanda Red le con-
fesó haber asesinado a Mauro? —le pre-
guntó el abogado de la familia de Mauro.
—Así es, ella me lo confesó una tarde
cuando pasé a visitarla a su casa —res-
pondió Flavio.
Esa declaración encendió al auditorio,
la mayor parte de los asistentes se levan-
taron de su lugar para llamarme asesina.
—Orden en la sala —el juez hizo so-
nar su mazo en repetidas ocasiones.
Lejos de darme por vencida, comencé
a armarme de valor para subir nueva-
mente al estrado y decir algo que no es-
taba dentro del guion, algo que no prac-
tiqué. Necesitaba sacar eso que llevaba
dentro de mí, ya era suficiente de que la
gente me viera como la culpable cuando
en realidad fui una de las víctimas dentro

- 201 -
del caso. Mauro lamentablemente falle-
ció, pero a mí me tocó estar muerta en
vida al tener que soportar todo esto.
Después de esa declaración, Flavio
pasó nuevamente a su lugar. Fue capaz
de inculparme, era un hecho. El juez me
pidió que pasara nuevamente al estrado
ante las miradas de rabia del auditorio.
—Amanda Red. ¿Acepta haber decla-
rado a Flavio Malva que usted asesinó a
Mauro Granate? —me preguntó el juez.
—Antes de responder esa pregunta
quiero que todos me escuchen. Mauro
Granate era el amor de mi vida, jamás le
haría daño, aun sabiendo que él sí me lo
hizo a mí. Se me ha juzgado como una
asesina, he tenido que vivir con el exilio
y la indiferencia de muchos de ustedes.
Fui engañada y utilizada en varias oca-
siones, he perdido cosas impensables,
entre ellas mi sueño de terminar la Uni-
versidad para convertirme en psicóloga.
Vi alejarse a personas que eran suma-
mente importantes y que además me
dieron la espalda cuando más las necesi-
taba. Fui víctima de mis propios errores
y hoy estoy pagando las consecuencias

- 202 -
de haber confiado en quien no debí ha-
cerlo. Tal vez muchos de aquí no lo sa-
ben, pero tengo 2 meses de embarazo y
a pesar de las circunstancias he decidido
tener a mi bebé, aun siendo consciente
de que él siempre hará que recuerde lo
sucedido aquella noche. Él es el menos
culpable de todo y así mismo será la
prueba del amor que algún día nos tuvi-
mos Mauro y yo. Jamás pedí estar en esta
situación, ni tampoco quise provocarlo,
pero aquí me tienen soportando sus hu-
millaciones y prejuicios. Tal vez ninguno
de ustedes quisiera ponerse en mis zapa-
tos, pero les aseguro que nadie tendría la
capacidad de soportar todo el peso que
he llevado estos últimos meses. La tarde
que le dije a Flavio que había matado a
Mauro, fue por una discusión que tuvi-
mos, en la cual yo perdí el control de mis
emociones después de que él me juzgó
como cada uno de ustedes, y para lograr
que se marchara acepté cada una de sus
insinuaciones. Creía que él era de los po-
cos que me apoyaban, pero al escucharlo
hablar en el estrado, me di cuenta de su
poco valor como persona, porque sólo

- 203 -
alguien con tan poca humanidad se atre-
vería a hacer lo que hizo. Yo nunca he
buscado perjudicar a nadie, sin embargo,
ustedes se han encargado de tenerme en
el piso todo este tiempo. Me golpearon
en lugares muy sensibles para mí, vi
cómo se llevaron el crédito de mis ideas
y la gente de la Universidad sabe de lo
que hablo. Es así que aun después de te-
ner toda su presión social encima de mí,
les confieso, con la poca fuerza que me
queda para luchar, que yo no asesiné a
Mauro Granate —respiré profundo y di
por terminado mi discurso.
—Ante las diversas declaraciones, se
otorgará un descanso de treinta minutos
para después proceder con la sentencia
—dijo el juez.
Me levanté del estrado. Mi madre y el
abogado ya me esperaban para proceder
con el descanso.
Era consciente de que estos podían ser
mis últimos treinta minutos en libertad,
pero estaba tranquila al saber que di
todo de mí y que hablé con toda sinceri-
dad ante el juez y el auditorio.
Para muchas personas fue incómodo
mi último discurso, entre ellas Almendra
- 204 -
Bermellón, ella sabía que la exhibí y las
personas de la Universidad que asistie-
ron lo notaron. Muchos sabían que la
idea de erradicar las redes sociales por
un lapso determinado era mía, pero na-
die tenía el valor de demeritar a Almen-
dra, al final de cuentas ella tenía gran au-
toridad dentro de la institución.
—Siento que hablaste con toda la ver-
dad. Nunca pude disculparme por todo
el daño que te hizo mi hijo —la madre
de Mauro me tocó el hombro.
—No tiene por qué disculparse, usted
más que nadie sabe el amor que le tuve
a su hijo y también el gran cariño que le
llegué a tener a toda su familia —le dije.
—No sabía de tu embarazo, lamenta-
blemente yo no tengo el poder para de-
cidir en la corte, pero de corazón espero
que seas declarada inocente. Así mismo,
quiero pedirte el favor de que, si todo
sale bien, me permitas convivir con mi
nieto.
—En verdad valoro sus palabras, y
créame que si logro salir de esta, así se-
rán las cosas —me despedí.
Al fin sentía que las cosas estaban cam-
biando, las piezas poco a poco estaban
- 205 -
tomando su lugar. Me daba mucha tran-
quilidad saber que de parte de ella ya no
existía ningún remordimiento.
—Hiciste las cosas de forma perfecta,
es hora de culminar esta pesadilla —me
dijo mi abogado—, ya debemos regresar
a la sala.
Él era otra de las personas con quienes,
sin importar el resultado del juicio, de-
bería de estar completamente agrade-
cida. Siempre creyó en mi inocencia y
también logró regresarme la confianza
en mí misma para enfrentar la situación.
—Antes de entrar a escuchar la senten-
cia, quiero agradecerle todo lo que ha
hecho por mí, es un gran abogado y so-
bre todo una gran persona —le di un
abrazo.
Por último, me acerqué a mi madre.
Ella me sorprendió como nunca lo había
hecho, soportó cada lucha conmigo y
siempre que necesité a alguien ella fue la
primera en aparecer. Tal vez lo más im-
portante que me dejó todo esto, fue
darme cuenta que tengo a la mejor ma-
dre del mundo, y no la había valorado.
—No sabes lo orgullosa que estoy de
que seas mi madre, eres la mujer más
- 206 -
fuerte y valiente que conozco —le di un
abrazo entre lágrimas—, quiero que se-
pas que si logro vencer esta situación las
cosas serán completamente diferentes
entre tú y yo. ¡Te amo!
Era imposible no ver eso como una
posible despedida. Antes de pasar a es-
cuchar la sentencia del juez, debía dejar
mi conciencia y mi corazón tranquilos, y
justo eso hice.
—Por favor, tomen asiento para dictar
la sentencia —dijo el juez.
Dos largos meses de sufrimiento se re-
sumían a este momento. Imploraba con
todas mis fuerzas a los dioses, a la vida,
al destino o a cualquiera que me escu-
chara, que por favor me dieran una se-
gunda oportunidad.
—Después de escuchar los diversos
alegatos de ambas partes, se ha tomado
la decisión de dictar la sentencia de
forma definitiva. Ante la falta de pruebas
en su contra, esta corte declara inocente
a la ciudadana Amanda Red, de los deli-
tos de homicidio en primer grado,
dando por terminada esta audiencia —el
juez hizo sonar su mazo y se levantó del
estrado.
- 207 -
Era increíble la satisfacción que me dio
escuchar esas palabras, dentro de mí, sa-
bía que se había hecho justicia. Me tiré
de rodillas al piso en señal de agradeci-
miento y no pude contener las lágrimas
de felicidad, toda la presión que había
cargado se esfumó en ese momento.
Mi madre y mi abogado se acercaron a
mí para celebrar la victoria, esto era la
culminación de lo que tanto habíamos
trabajado.
—Te lo dije hija, ahora eres inocente
ante la ley —mi madre me levantó del
piso—, lo demostraste frente a todos.
—Ahora eres libre, cuida mucho tus
acciones de aquí en adelante, y espero no
tener que vernos nuevamente en esta si-
tuación —me dijo mi abogado.
Todo el auditorio se levantó, la gran
mayoría se sentían inconformes con la
decisión de la corte, muchos de los pre-
sentes esperaban verme tras las rejas y
les dolía el hecho de que mi libertad era
una realidad.
Nos retiramos de la sala y cientos de
reporteros ya esperaban afuera del re-
cinto, pero decidimos no decir una sola

- 208 -
palabra, sólo continuamos nuestro ca-
mino sin detenernos, mi libertad ya era
noticia en todos los medios.
Como dijo mi madre, ya era libre ante
la ley y no deberían importarme los co-
mentarios que dijeran lo contrario, ya
que sus palabras no cambiarían la sen-
tencia que se hizo a mi favor. Lo preo-
cupante era que la asesina de Mauro se-
guía en libertad y no tenía la más mínima
idea de su identidad, además a estas altu-
ras ya debía de estar enterada de que el
caso estaba cerrado. Esperaba que eso le
bastara para no querer hacerme daño en
un futuro.
Mi atención ahora estaba con mi bebé,
él tenía que ser mi prioridad, ante todo.
Me sentía tranquila para afrontar esa
nueva responsabilidad de ser madre, las
cosas no serían fáciles, pero tenía fe de
que todo se iría acomodando. También
estaba feliz de que la madre de Mauro
quisiera convivir con mi hijo, el tener el
amor de ambas familias haría las cosas
más fáciles para él.
Tenía muchas cosas por planear. Pensé
en iniciar una nueva vida lejos de este lu-
gar ya que, aunque fui declarada
- 209 -
inocente, muchas personas me seguían
viendo como una asesina. Todo eso te-
nía que consultarlo con mi madre. Ade-
más, debía buscar la forma de ayudarle,
después del juicio habíamos quedado
con muchas deudas y el nacimiento de
mi hijo(a) era otro gasto que faltaba sol-
ventar.
Por lo menos me quedaban 6 meses
activos en los que podía buscar algún
empleo, sin embargo, esperaba no ser
juzgada por mis antecedentes. Igual-
mente, el hecho de estar embarazada ha-
ría más complicadas las cosas, pero con-
fiaba en que podría encontrar algo.
Por fin llegamos a casa y mi madre se
disponía a hacer algo de comida para ce-
lebrar, también había invitado al abo-
gado, no lo había notado antes tal vez
por la situación, pero me di cuenta en
ese momento de que había una atracción
entre ellos, y para ser sincera me daba
gusto por ambos.
—¿Te gustaría que prepare lasaña para
comer? —me consultó mi madre.
—Claro, mamá, me encantaría.
Amaba el hecho de que mi madre pre-
parara mi comida favorita para celebrar.
- 210 -
Decidí dejar de estar incomunicada.
Debía adaptarme a las nuevas tecnolo-
gías y no ir contra ellas, si hubiera utili-
zado las redes sociales como una per-
sona normal, tal vez habría evitado que
todo esto pasara.
Me dolía el hecho de que nunca pude
llevar a cabo mi proyecto, sin embargo,
mi percepción había cambiado, nunca es
bueno obsesionarse con algo, así que era
momento de soltar ese sentimiento.
—Hija, queremos darte una noticia —
me anunció mi madre.
—¿De qué se trata?, ya no quiero más
sorpresas —le dije.
—Descuida, esta es una buena —se
sonrojó—. Bruno y yo hemos decidido
comenzar una relación.
Bruno era el nombre de mi abogado,
es verdad que sospechaba algo entre
ellos dos, pero nunca imaginé que sería
tan rápido. Mi madre nunca se había
vuelto a enamorar desde que falleció mi
padre, siempre se dedicó cien por ciento
a mí. Sentía que ya era hora de que rehi-
ciera su vida.

- 211 -
—Me da mucho gusto, los dos son
grandes personas y se merecen ser feli-
ces —les di un abrazo a ambos.
—No pienses que después de esto
quiero ocupar el lugar de tu padre, aun-
que te he tomado un gran aprecio estos
últimos meses. Quiero que sepas que
cuentas con mi apoyo incondicional ante
cualquier cosa que necesites —me ex-
plicó Bruno.
—Descuida, eso lo sé, y te agradezco
todo lo que has hecho por nosotras.
Me alejé para ver la fotografía de mi
padre, quería explicarle que las cosas ha-
bían salido bien, sé que él me apoyaba
desde arriba y sé que también estaría
contento de este nuevo paso que aca-
baba de dar mi madre. Él siempre quiso
vernos felices y sé que de a poco su de-
seo se iba cumpliendo.
Me dirigí a mi cuarto para tomar mi
laptop y abrir nuevamente todas mis re-
des sociales, me sentía lista para in-
cluirme nuevamente al mundo. Mi en-
cierro había terminado, quería ente-
rarme de todo lo acontecido en estos
dos meses, iba a ser tardado ponerme al
día. También era consciente que no todo
- 212 -
lo que iba a encontrar sería bueno, pero
serviría para mis próximas relaciones so-
ciales, no pensaba acercarme a aquellas
personas que me tiraron mierda todo el
tiempo, y con mis redes abiertas sería fá-
cil identificarlas.
También encendí el televisor para ver
las noticias, se encontraban hablando de
mí y acababan de lanzar una pequeña en-
cuesta, preguntado si pensaban que yo
era inocente… y el “sí”, iba ganando por
una pequeña diferencia sobre el “no”.
Estaban contando un resumen sobre lo
sucedido en el juzgado y mostraron al-
gunas imágenes cuando salí del mismo,
de momento nada me inquietaba, hasta
que de pronto dieron otra noticia que
hizo que me fuera de espaldas.
Estaban transmitiendo en vivo desde
el hospital en el que Siena estaba inter-
nada, para informar que ya había desper-
tado del coma. Su caso también fue muy
sonado debido a la posición de su fami-
lia.
Bajé para contarle a mi madre lo que
acaba de ver en la televisión. Ella me su-
girió que fuéramos a verla, pero le insistí

- 213 -
en que no era el momento ya que mu-
chos de sus familiares estarían ahí y que
tal vez era posible que no todos alcanzá-
ramos a visitarla. Me dio la razón y
aceptó que fuéramos a verla en otro mo-
mento.
Fue así como continuamos con la pla-
neación de nuestro día, en el que había
muchos motivos para festejar, entre tan-
tas emociones y tantas noticias que esta-
ban definiendo un mejor rumbo para to-
dos.

- 214 -
12
Había pasado una semana desde que me
declararon inocente en la corte, y desde
ese momento las cosas habían ido mejo-
rando considerablemente. La presión
social sobre mí había disminuido y cada
vez se hablaba menos del caso en el que
estuve involucrada. Parecía que lo más
difícil ya había pasado y ahora sólo era
cuestión de comenzar a levantarme
poco a poco.
Empecé a asistir a terapia psicológica
para ir superando los traumas que me
dejaron los últimos meses, después de
eso comprendí que la salud mental es un
tema muy importante que no debería de-
jarse en segundo plano. También tuve
mi primera consulta con el ginecólogo.
En relación al tiempo de embrazo todo
iba evolucionando de una manera satis-
factoria, nada más debía prestar más
atención a mi alimentación y a mis tiem-
pos de descanso. Me recomendaron la
musicoterapia para la estimulación de mi
bebé, y que a la vez también era muy re-
lajante para mí. Ni yo lo podía creer, es-
taba trabajado cosas en las que antes no
prestaba importancia, la mayor parte del
- 215 -
tiempo no invertía en mi salud, siempre
pensé que era algo que no se necesitaba,
pero desde que cambié mi actitud, expe-
rimenté un estado de plenitud que no
había sentido antes. Lo único que extra-
ñaba era asistir a la Universidad, aun con
mi embarazo, aprovecharía al máximo
estar en un salón de clases, la Psicología
se había vuelto más atractiva para mí, y
no iba a descansar hasta terminar ese
sueño.
Veía unos catálogos de ropa de bebé
que, aunque todavía no conocía el sexo
de mi hijo, empezaba a involucrarme un
poco más en el tema. De pronto, una lla-
mada al número de mi casa hizo que sus-
pendiera esa actividad.
—Buenas tardes, ¿podría comuni-
carme con la señorita Amanda Red? —
me preguntaron.
Era una voz femenina, y me aterró el
hecho de que pudiera ser la persona que
asesinó a Mauro.
—Sí, ella habla, en qué puedo ayudarla.
—Nos estamos comunicando de la
Universidad Héroes de Marte.
Era donde había estudiado antes de
que decidieran expulsarme.
- 216 -
—Correcto, la escucho —desconocía
por completo el objeto de la llamada.
—El motivo de mi llamada es para pe-
dirle una disculpa por predeterminar
nuestros actos hacia su persona con re-
lación a la expulsión de hace unos me-
ses. Así mismo, queremos reactivar su
matrícula y ofrecerle una beca del cien
por ciento para que concluya sus estu-
dios. ¿Aceptaría nuestra oferta estudian-
til?
Me quedé en silencio por un mo-
mento, ¡no podía creer lo que estaba es-
cuchando! La Universidad Héroes de
Marte era una de las escuelas con mayor
prestigio en la ciudad de Granada. Ante-
riormente tenía una beca del cincuenta
por ciento y aun así las colegiaturas eran
muy elevadas. Continuaba molesta por
la forma en que me expulsaron, sin em-
bargo, esa era una oferta que no podía
rechazar, consideraba que valía comple-
tamente la pena dejar el orgullo a un
lado. Además, recortar ese gasto sería de
gran ayuda en casa.
—Claro que acepto, ¿pero cuál sería la
condición?

- 217 -
Sabía que una oferta así, debía tener las
letras chiquitas por algún lado.
—Ninguna, como le comento es una
forma de ofrecerle nuestras disculpas.
Sabía perfectamente que eso recaía en
temas de marketing, aunque tuviera un
alto prestigio, su alumnado iba disminu-
yendo debido a los costos, pero tenién-
dome en sus filas después de lo que su-
cedió, su popularidad incrementaría
considerablemente, pero decidí pregun-
tar para no llevarme sorpresas.
No tenía problema con ser utilizada
como la imagen de la institución, ante-
riormente mi situación me privó de mu-
chas cosas, así que creía que era justo sa-
carle provecho después de todo lo que
me tocó soportar.
—Excelente, entonces… ¿cuándo ten-
dría que presentarme? —busqué la ma-
nera de cerrar el trato.
—Mañana la esperamos a la 1:00 p.m.
en nuestras instalaciones. Es necesario
que firme unos documentos para que
inicie su próximo ciclo sin problema al-
guno.
El nuevo periodo comenzaba en casi
una semana, en relación con mi tiempo
- 218 -
de embarazo, todo se acomodaba per-
fectamente para continuar con mis estu-
dios sin interrupción.
—Muchas gracias, me presentaré en la
hora indicada —colgué la llamada.
En definitiva, las cosas seguían mejo-
rando, y no podía contener mi emoción
por el hecho de que regresaría a clases
con una beca del cien por ciento. Aun-
que conocía las instalaciones perfecta-
mente, sabía que el ambiente sería total-
mente distinto. Tenía que ser muy lista
en la forma en cómo me relacionaría con
mis compañeros, y sobre todo no caer
en provocaciones de comentarios nega-
tivos hacia mi persona. Había muchas
formas en las que podían incomodarme,
desde hablar de mi embarazo hasta lo
sucedido en días anteriores, aunque des-
pués de mis últimas experiencias, ese era
un conflicto muy pequeño.
Les conté a mi madre y a Bruno que
iba a regresar la Universidad. Ambos se
pusieron muy felices al saber que reto-
maría mis estudios, y más con las facili-
dades que me estaban brindando. Siem-
pre fui una alumna muy dedicada, y eso
mi madre lo sabía, así que consideraba
- 219 -
que esa era una oportunidad muy grande
para salir adelante y poder darle una me-
jor calidad de vida a mi bebé en un fu-
turo.
Lo más incómodo de volver iba a ser
que tendría que ver a Flavio y Almendra,
y tal vez a Siena, aunque desconocía si su
estado de salud le permitiría reincorpo-
rase a sus estudios de forma inmediata.
Respecto al tema de Siena, mi madre
dejó de insistir con el hecho de ir a visi-
tarla, me parecía que comenzaba a sos-
pechar que las cosas no iban bien con
ella. En cierto modo, había aprendido a
darme mi espacio y también a no presio-
narme para obtener alguna información,
sin embargo, creí que ya debía enterarse
de lo sucedido. Eso era algo que no que-
ría hablar frente Bruno, no me gustaría
que me considerara como una persona
problemática y que eso frenara la rela-
ción que acababa de iniciar con mi ma-
dre, así que más adelante buscaría el mo-
mento para hablar con ella a solas.
Hoy estaba lista para mi cita en la Uni-
versidad. Me sentía muy ansiosa por el
hecho de que recorrería el campus nue-
vamente. Mi madre se ofreció a llevarme
- 220 -
para evitar que hiciera esfuerzo por mi
embarazo, y yo acepté gustosa.
Ya estábamos frente a la escuela y era
imposible no recordar la última vez que
estuvimos frente a esta situación, no
obstante, sabía que las cosas serían dis-
tintas.
—Tranquila, todo estará bien, puedes
irte sin ningún problema, no sé cuánto
vaya a tardar y no quiero que llegues
tarde al trabajo —le dije a mi madre an-
tes de bajar del auto.
—Está bien, cualquier cosa no dudes
en marcarme —me apuntó su número
en un pedazo de papel.
Bajé del auto y me paré un momento
para observar la infraestructura, una
parte de mí no creía que estaba de vuelta
ahí. Seguí caminando y me dejaron pasar
con facilidad, no hubo necesidad de que
me acompañaran a la dirección como la
última vez. En ese lugar ya me esperaba
la directora para hablar conmigo.
—Buenas tardes, señorita Red, tome
asiento —me pidió de forma amable—.
Supongo que le comentaron por qué la
citamos este día. También quería discul-
parme por lo que sucedió en su última
- 221 -
visita a mi oficina —tendió su mano—.
¿Cree que podamos comenzar de
nuevo?
—Claro, eso ya quedó en el pasado —
estreché su mano.
—De acuerdo, sólo necesito que me
firme estos documentos que acreditan
su inscripción para el próximo semestre
—puso los papeles sobre el escritorio.
Firmé los documentos, no sin antes
leer cada uno de ellos, la precaución se
había convertido en un concepto muy
importante.
—Listo, aquí tiene —le regresé los do-
cumentos.
—Excelente, oficialmente le doy la
bienvenida nuevamente a la Universidad
Héroes de Marte. Será un placer contar
con su presencia el próximo periodo
académico —revisó los documentos
para verificar que todo estuviera en or-
den—. Si no tiene alguna otra duda, sería
todo de mi parte.
—Ninguna, muchas gracias —me re-
tiré del lugar.
La escuela en ese momento se encon-
traba muy tranquila, debido a que el
alumnado se encontraba de vacaciones.
- 222 -
El no ver a nadie en el campus hizo más
pacífica mi visita. Lo que sí pude obser-
var, fue a algunos profesores que esta-
ban realizando su planeación semestral,
y era de reconocer que su presencia no
me causaba ninguna molestia hasta
que...
—¡Amanda! Es un gusto tenerte nue-
vamente por aquí, ya me enteré que el
próximo semestre te vas a incorporar
con nosotros —Almendra Bermellón se
acercó para saludarme.
No entendía cómo existía gente tan cí-
nica en este mundo, después de todo lo
que me hizo se atrevía a acercarse a mí.
—Hola, Almendra. Así es, pero
bueno, te dejo porque tengo unas ideas
para mi regreso y no me gustaría que ca-
yeran en manos equivocadas —me pasé
de largo sin despedirme.
Efectivamente, en ese momento me
había ganado una enemiga, pero ya no
tenía miedo, al contrario, estaba segura
de que iba a demostrar que era superior
que ella. Desenmascararla también era
uno de mis grandes retos para el pró-
ximo ciclo escolar.

- 223 -
Ese encuentro me cambió un poco el
humor. Era algo en lo que debía trabajar,
no podía irritarme tan fácil ante la pre-
sencia de personas que no eran de mi
agrado o que tenían la capacidad de sa-
carme de mis casillas.
Fueron tantas las cosas que me suce-
dieron que olvidé por completo que se
acercaba mi fecha de cumpleaños, aun-
que este sería muy diferente al de años
anteriores, ya que no tenía muchas op-
ciones de gente a la que pudiera invitar
en caso de querer realizar un pequeño
festejo. Mi círculo se encontraba en ce-
ros, y el incrementar el número no es-
taba en mis planes. De momento hacer
nuevos amigos no era mi prioridad.
Los días siguieron su curso sin nove-
dad alguna; hasta el día de mi cumplea-
ños.
Mi madre me realizó una pequeña sor-
presa para celebrar mis 22 primaveras.
Este 31 de julio era muy diferente a los
demás, aun así, no perdí tiempo para ce-
lebrar un año más de vida. Este ciclo en
particular me había traído muchas ense-
ñanzas y estaba agradecida por todo lo
que tenía en estos momentos.
- 224 -
—Felicidades, hija, toma te compré
esto —mi madre me entregó un regalo.
—Gracias, mamá, no te hubieras mo-
lestado, ya suficiente has hecho por mí
—tomé la caja envuelta en papel metá-
lico con un gran moño rojo.
Lo abrí y lo que estaba dentro era un
celular, esto era el parte aguas de una
nueva era; estaba dispuesta a aprovechar
este dispositivo.
—No me gustaría que estemos inco-
municadas nunca más —mi madre justi-
ficó el porqué de su regalo.
La realidad es que yo tampoco quería
volver a estar incomunicada, de alguna
forma mi odio hacia las redes sociales
originó gran parte de mis problemas, no
significaba que ya las amara, pero debía
aceptar su existencia y acoplarme a ellas.
—¡Me encantó, mamá! —le di un
abrazo—. Muchas gracias.
—Qué tal si guardas mi número, ya no
quiero volver a tener que apuntártelo en
papel —sonrió.
—¡Felicidades, Amanda! —Bruno
llegó con un enorme pastel.
Fue un cumpleaños muy peculiar, en el
que no necesité que miles de personas
- 225 -
asistieran para sentirme feliz. El hecho
de tener a mi familia conmigo era el me-
jor regalo que podía recibir, y el siguiente
año seguiríamos en aumento con la lle-
gada de mi bebé.
Pasamos el resto de la tarde platicando
y tomando fotografías con mi nuevo ce-
lular. El momento era perfecto y sin
duda quería capturarlo para la eternidad.
Justo cuando mi madre estaba por par-
tir el pastel, tocaron a la puerta.
—¿Invitaste a alguien? —me preguntó
mi madre preocupada.
—No, a nadie —la miré desconcer-
tada—. Voy a abrir.
Me dirigí a la puerta con un poco de
temor, no sabía con lo que me podía en-
contrar al abrirla.
—¡Jamás olvidaría el cumpleaños de
mi mejor amiga! —Siena me abrazó.
Fue un momento que me llenó de ale-
gría, fue imposible contener las lágrimas.
Por un momento olvidé las diferencias
que habíamos tenido. Ella jamás había
faltado a uno de mis cumpleaños desde
que nos conocimos, y este no fue la ex-
cepción.

- 226 -
—Aunque no lo creas, escuché todo lo
que me dijiste cuando fuiste a visitarme
al hospital —me dijo.
Era increíble lo que me acababa de de-
cir, cómo era posible que aun estando en
un estado delicado fue capaz de percibir
todo lo que le dije aquel día.
—Era lo que sentía —limpié mis lágri-
mas—. ¿Quieres pasar? —le pregunté
señalando el interior de mi casa.
—Claro —me respondió.
Era imposible no notar la cara de im-
presión de mi madre cuando entramos,
prácticamente nadie creía lo que estaba
pasando. Siena se quedó con nosotros
para comer el pastel que había traído
Bruno, sin duda fue uno de los mejores
cumpleaños de mi vida, donde el resen-
timiento quedó a un lado y la amistad
prevaleció.
—Amanda, ¿puedo hablar contigo a
solas? —me preguntó de forma miste-
riosa.
Mi madre se había levantado con
Bruno para dejar los platos sucios en el
fregadero, así que estábamos a solas.
—Claro, vamos a mi cuarto —le res-
pondí dudosa.
- 227 -
No tenía ni la menor idea de lo que
quería hablar conmigo, pero estaba se-
gura que era algo muy importante para
que me lo haya pedido de esa manera.
Subimos a mi habitación ante un silencio
incómodo.
—Antes, quiero confesarte que estoy
enterada de todo lo que te pasó, y en ver-
dad no es nada justo que tú hayas pa-
gado los platos rotos por algo que no hi-
ciste —se sentó en mi cama.
Su actitud se me hacía demasiado sos-
pechosa, y el momento cada vez era más
tenso.
—¿Eso era lo que querías decirme? —
yo seguía de pie en mi habitación.
—No, hay algo más —se puso las ma-
nos en la cabeza y agacho su mirada—,
es necesario que sepas la verdad de mu-
chas cosas.
—Pues dímelo —me estaba comen-
zando a alterar y mi corazón palpitaba
cada vez más rápido—, ya no me hagas
esperar más.
—Yo estaba muy molesta con tu pro-
yecto para erradicar las redes sociales, y
en verdad quería sabotearlo a como

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diera lugar. Traté de desanimarte e in-
cluso ponerme en tu contra para que lo
abandonaras, pero comprendí que, si
realmente quería acabar con ese pro-
yecto, tenía que quitarte el apoyo de Al-
mendra Bermellón, así que decidí hackear
su cuenta para desprestigiarla. Lo intenté
en muchas ocasiones hasta que lo logré,
y la verdad es que encontré información
que quisiera nunca haber visto.
—Pero a que te refieres, ¿qué informa-
ción fue la que viste? —estaba a punto
de explotar de los nervios.
—Almendra salía con alumnos de la
Universidad a escondidas, entre ellos
Mauro y Flavio. ¿Y sabes por qué apoyó
desde el primer día tu proyecto?
—¿Por qué? —no podía creer lo que
estaba escuchando.
—Porque en tu proyecto vio la clave
de eliminar todo rastro de las cosas que
había hecho con sus alumnos. Su nueva
conquista era Flavio y Mauro estaba ce-
loso de eso, la pelea que tuvieron no fue
por ti, sino por ella. Además ella lo envió
para que te enamorara, esperando que
con esto Mauro quisiera recuperarte y se

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alejara, ya que él estaba poniendo en pe-
ligro su secreto.
—¿Y por qué no me lo dijiste antes?
—le grité desesperada.
—Porque el día que me enteré, me en-
contré con Mauro en el centro comercial
y comencé a recriminarle todo lo que sa-
bía. Traté de contactarte en ese instante,
pero tu celular me enviaba a buzón.
Flavio me mintió en todo momento, la
chica de los mensajes nunca fue Siena,
en todo momento se trató de Almendra
Bermellón y yo jamás lo sospeché. Él
buscó que descargara toda mi ira contra
Siena y Mauro, sabiendo que sería capaz
de todo para vengarme. En todo mo-
mento fui utilizada, esa era la razón por
la cual atestiguó en mi contra. Empe-
zaba a suponer que el choque de Siena
no fue un accidente, al parecer también
la querían lastimar por la información
que descubrió.
—¿Qué más sabes? —estaba llorando
de coraje.
—Nada más, sólo eso. Cuando des-
perté del coma y me enteré lo que te ha-
bía pasado, me di cuenta de que esto era

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más grave de lo que pensaba. Tengo mu-
cho miedo, Amanda.
Yo creí que todo había terminado,
pero no fue así, en estos momentos
Siena y yo seguíamos corriendo peligro.
Posiblemente la tercera persona que es-
taba en mi habitación esa noche era Al-
mendra. Tal vez Mauro fue el que pro-
vocó el accidente de Siena, ya que era ca-
paz de hacerlo todo por su obsesión ha-
cia la desdichada profesora, hasta ata-
carme. Al final Almendra logró lo que
quería. Este rompecabezas cada vez te-
nía más forma; pero aún faltaban piezas
para poder terminarlo. De momento
sólo teníamos la certeza de lo que suce-
dió hasta antes del accidente de Siena, lo
demás eran sólo suposiciones.
—Tranquila, tenemos que pensar muy
bien lo que vamos a hacer —le dije.
—Tengo un plan —se levantó de la
cama.
Las cosas serían más intensas de ahora
en adelante y tendríamos que cuidarnos
las espaldas mutuamente. Mi confianza
nuevamente estaba depositada en Siena.
—Te escucho —ya estaba un poco
más tranquila.
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—Tengo apuntada la clave de la red
social de Almendra, y desde que des-
perté del coma no he intentado entrar,
por temor a lo que puedo encontrar.
—Vamos a hacerlo.
Sabía que si entrábamos a la cuenta de
Almendra, teníamos una gran posibili-
dad de saber toda la verdad.
—¿Estás segura? —me preguntó.
—No tenemos opción —encogí mis
hombros.
—De acuerdo —sacó su celular y co-
menzó a apuntar la clave hasta que le dio
acceso a la cuenta.
En ese instante entramos al perfil de
Almendra y al verificar su bandeja nos
percatamos de que tenía mensajes re-
cientes con Flavio, mismos que decían lo
siguiente…

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