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La
autora
a
la
que
hemos
hecho
referencia
(Camps,
2011:
25)
en
su
obra
parte
de
una
hipótesis:
La
ética
no
ignora
la
sensibilidad
ni
se
empeña
en
reprimirla,
lo
que
pretende
es
encausarla
en
la
dirección
apropiada.
La
expuesto
nos
lleva
a
sostener
que
las
acciones
humanas,
buenas
o
malas,
son
una
expresión
del
funcionamiento
de
las
facultades
intelectuales
de
los
seres
humanos,
que
una
vez
activadas
como
pensamiento,
inteligencia,
voluntad,
libertad,
están
atravesadas
por
la
condición
sensible
que
nos
hace
partícipes
de
la
especie
racional.
Razón
y
emoción
no
se
contraponen
sino
que
se
complementan,
por
lo
que
hace
bien
en
señalar,
la
autora,
que
no
hay
que
reprimir
las
emociones
sino
encausarlas.
De
esta
explicación
surge
la
idea
de
que
las
emociones
tienen
un
sustrato
cognitivo
y
no
meramente
sensitivo.
En
este
caso,
se
compagina
el
intelecto
con
el
cuerpo
y
la
mente.
Hay
emociones
que
forman
parte
de
la
historia
individual
de
una
persona
y
emociones
universales,
propias
de
la
condición
humana
como
tal.
A
juicio
de
la
autora,
de
todas
ellas
hay
que
desprenderse,
como
los
estoicos,
porque
son
la
expresión
de
un
estado
de
ánimo
patológico
que
debe
curarse.
El
ejemplo
que
ilustra
esta
concepción:
la
muerte
de
un
ser
querido
produce
tristeza
así
como
la
satisfacción
de
un
deseo
produce
alegría.
Ambos
estados
de
ánimo,
tristeza
y
alegría
no
son
intrínsecos
a
la
muerte,
en
el
caso
de
la
tristeza,
ni
la
satisfacción
del
deseo,
en
el
caso
de
la
alegría.
Los
dos
estados
de
ánimo,
tristeza
y
alegría
son
sólo
formas
de
ver
la
realidad,
universales
o
singulares,
pero
en
cualquier
caso
juicios
que
califican
una
realidad
en
sí
misma
neutra.
De
acuerdo
con
esta
teoría,
las
pasiones
son
errores
del
juicio
o
“conmociones
del
alma
desviadas
de
la
recta
razón
de
la
naturaleza”
En
esta
perspectiva
de
análisis,
las
pasiones
y
las
emociones
son
negativas
para
el
alma,
por
lo
que
hay
que
aprender
a
conducirnos
de
tal
forma
que
ellas
no
nos
perturben
(Ibíd.,
38),
porque
son
estados
anímicos
en
el
que
entran
al
menos
tres
componentes
(Arteta,
2003:
49,
ss):
a)
un
componente
afectivo,
de
modo
que
procuramos
cultivar
las
pasiones
placenteras
y
desechar
las
dolorosas;
b)
toda
emoción
conlleva
un
elemento
cognitivo,
es
decir
percepciones
de
la
realidad
o
evaluaciones
practicas
de
ella;
c)
un
componente
apetitivo
o
activo,
por
el
que
los
sentimientos
provocan
deseos
y
desembocan
en
actos
de
voluntad.
Las
pasiones
o
emociones,
son
en
último
término
motivaciones
de
la
acción
individual
o
colectiva.
Dominarlas
y
encausarlas
adecuadamente
en
el
plano
personal,
contribuyen
a
la
búsqueda
del
equilibrio
entre
razón
y
sentimiento.
Más
impacto
tienen
las
pasiones
que
tienen
efectos
colectivos
en
el
ámbito
de
lo
púbico,
como
son,
entre
otras
las
pasiones
políticas,
cuyo
análisis
sale
del
objetivo
de
esta
plancha.
Recapitulando,
y
regresando
al
título
de
este
trazado,
queda
claro
que
los
principios
masónicos
plasmados
en
el
simbolismo
de
la
piedra
bruta
nos
recuerda
que
el
perfeccionamiento
del
ser
interior
es
una
tarea
constante
que
va
de
la
mano
con
la
existencia
humana.
4
Es
mi
palabra
V.M.
Eduardo
Almeida
Reyes
Referencias
bibliográficas
Arteta,
Aurelio,
(2003).
“Las
pasiones
políticas”.
En
Teoría
política:
poder,
moral,
democracia.
Aurelio
Arteta,
Elena
García
y
Ramón
Máiz,
editores.
Alianza
Editorial,
Madrid.
Camps,
Victoria,
(2011):
El
gobierno
de
las
emociones.
Pensamiento
Herder,
Barcelona.