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Los tercios de Carlos II contra la

Francia de Luis XIV


Aunque su época dorada en los campos de batalla había pasado, los tercios fueron la
primera línea de defensa de Europa frente al expansionismo de la monarquía gala.

Muerte de Pedro de Acuña en la batalla de Seneffe (1674). Foto: © Pablo Outeiral/Desperta Ferro Ediciones

Álex Claramunt Soto- Desperta Ferro Ediciones..  9/6/2019

L
a muerte de Pedro de Acuña y Meneses, marqués de Assentar, en la
batalla de Seneffe, constituye un excelente ejemplo de los sacrificios a
que se vieron abocados los soldados de Carlos II, el último monarca
español de la dinastía de Habsburgo, en su lucha contra la Francia de
Luis XIV.
Nacido en Portugal a inicios del siglo XVII, Acuña se mantuvo leal a Felipe IV
cuando se produjo la sublevación lusa de 1640 y tuvo que huir a Castilla. De
España pasó a Italia, donde fue maestre de campo del Tercio de Saboya
(1655-1659) –tuvo un papel destacado en la victoriosa defensa de Pavía (1655) y
la batalla de Fontana Santa (1656)– y del Tercio de Lombardía (1659-1662). Fue
gobernador de Novara (1662-1665) y de Ceuta (1665-1672). El estallido de la
Guerra de Holanda en 1673 motivó su designación como maestre de campo del
Ejército de Flandes. Era el segundo al mando por detrás del gobernador de los
Países Bajos. La intervención española en la Guerra de Holanda demostró cuánto
había cambiado la situación internacional tras la Paz de Westfalia (1648), que había
puesto fin a la Guerra de los Treinta Años y en la que la Monarquía Hispánica
reconoció la independencia de la República holandesa. En 1672, Luis XIV lanzó
una sorpresiva invasión contra Holanda que llevó la república al borde del colapso.
La intervención española en 1673 resultó providencial para los antiguos súbditos
rebeldes de la monarquía, que junto a Carlos II y el emperador Leopoldo I formaron
una coalición para contener el expansionismo francés.

La «más sangrienta»

En verano de 1674, un contingente imperial se agregó al ejército español de


Flandes y a las fuerzas de las Provincias Unidas para expulsar de suelo flamenco al
ejército francés al mando del príncipe de Condé, célebre vencedor de Rocroi
(1643) y Lens (1648). El 11 de agosto, mientras los aliados marchaban entre
Nivelles y Mons para tratar de rebasar la posición francesa en Trazegnies, el
veterano Condé, siempre agresivo, lanzó un devastador ataque. Comenzaba «la
batalla más reñida y sangrienta que han visto en muchos siglos los Estados de
Flandes», según un oficial español que participó en la acción. 62.000 aliados se
batieron contra 44.200 franceses. La marcha discurría por un terreno boscoso lleno
de barrancos, por lo que el veterano marqués de Assentar se mostró fatalista. «Si
salimos bien de esta hemos de hacer milagros, pero temo mucho un desmán; mas
a mí no me dejan ejercer mi oficio y así no tendré la culpa de lo que sucediere», le
dijo a uno de sus oficiales en alusión a las discordias de su ejército. Se hizo audible
el estrépito de los cañonazos y la mosquetería, y al poco apareció un oficial
holandés que anunciaba que toda la retaguardia se desbandaba perseguida por los
franceses. «Vimos venir toda la caballería de Vaudemont puesta en fuga, sin que su
multitud y la confusión con que venía diese lugar a rehacerse, y por la estrechez y
la mala calidad del terreno, atropellaron la mayor parte de nuestra retaguardia», dijo
el oficial español. La catástrofe parecía inminente. El cronista Félix de Lucio
Espinosa y Malo cuenta qué sucedió: «Estando el marqués de Assentar mirando
este suceso, pidió un poco de infantería [...], y viéndolo el francés, hizo avanzar
cinco o seis grandes batallones de infantería y uno de caballería, cogiendo la
espalda a los nuestros, con que empezaron a descomponerse, viéndose tan
prontamente embestidos, aunque el marqués de Assentar hacía con gran valor y
esfuerzo cuanto podía por ponerlos en orden, y peleó con tanto denuedo y tan
extraordinario coraje, que dejó la vida con siete heridas que recibió asistiendo al
frente de la infantería». Los aliados fueron expulsados de Saint Nicolas y el cuerpo
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sin vida del marqués quedó en manos de los franceses, que lo devolvieron para que
fuese enterrado con honores. El choque quedó en tablas y arrojó 14.000 bajas entre
ambos ejércitos: «Este año dio una sangrienta cosecha en aquellos campos, siendo
de las más memorables batallas que en muchos años se han visto en Europa».

Para saber más

«Los tercios 1660-1704»

Desperta Ferro Especiales

84 páginas,

7,95 €

Los ejércitos no tan desfasados del último Austria

Tras la Paz de los Pirineos (1659) con Francia, los ejércitos de la Monarquía
Hispánica parecen fundirse en una nebulosa de incertidumbre. La Francia de Luis
XIV, merced a unas fuerzas armadas en constante expansión gracias a sus eficaces
intendentes, consolidaron la hegemonía militar gala y obligaron a la España de
Carlos II a redefinir su papel en Europa. Del mismo modo que hasta la Paz de
Westfalia (1648) solo las grandes coaliciones habían logrado frenar a la Monarquía
Hispánica, en la segunda mitad del XVII solo la alianza de esta con el Sacro
Imperio, las Provincias Unidas e Inglaterra pudo contener el expansionismo francés.
La debilidad hispana en términos políticos y económicos no dejó de afectar a sus
ejércitos, siempre faltos de elementos indispensables para hacer la guerra, como
hombres y dinero. Se trataba, a pesar de todo, de unos ejércitos que, lejos del mito
que los presenta como fuerzas anticuadas e ineficaces, lograron adaptarse con
relativo éxito a las transformaciones tácticas, armamentísticas y organizativas del
periodo, y, sobre todo, que mantuvieron la integridad de la monarquía de Carlos II,
que pudo legar así su extenso imperio intacto a Felipe V. A pesar del declive, la

Monarquía Hispánica logró hitos como la autosuficiencia en la fabricación de armas,


la creación de academias militares especializadas como la de Bruselas, germen
indiscutible del futuro Cuerpo de Ingenieros, o la formación de una de las mejores
caballerías de Europa, ensalzada tanto por aliados como por enemigos. Y a Carlos
II, desde luego, no le faltaron hombres dispuestos a luchar hasta las últimas
consecuencias.

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