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Muerte de Pedro de Acuña en la batalla de Seneffe (1674). Foto: © Pablo Outeiral/Desperta Ferro Ediciones
L
a muerte de Pedro de Acuña y Meneses, marqués de Assentar, en la
batalla de Seneffe, constituye un excelente ejemplo de los sacrificios a
que se vieron abocados los soldados de Carlos II, el último monarca
español de la dinastía de Habsburgo, en su lucha contra la Francia de
Luis XIV.
Nacido en Portugal a inicios del siglo XVII, Acuña se mantuvo leal a Felipe IV
cuando se produjo la sublevación lusa de 1640 y tuvo que huir a Castilla. De
España pasó a Italia, donde fue maestre de campo del Tercio de Saboya
(1655-1659) –tuvo un papel destacado en la victoriosa defensa de Pavía (1655) y
la batalla de Fontana Santa (1656)– y del Tercio de Lombardía (1659-1662). Fue
gobernador de Novara (1662-1665) y de Ceuta (1665-1672). El estallido de la
Guerra de Holanda en 1673 motivó su designación como maestre de campo del
Ejército de Flandes. Era el segundo al mando por detrás del gobernador de los
Países Bajos. La intervención española en la Guerra de Holanda demostró cuánto
había cambiado la situación internacional tras la Paz de Westfalia (1648), que había
puesto fin a la Guerra de los Treinta Años y en la que la Monarquía Hispánica
reconoció la independencia de la República holandesa. En 1672, Luis XIV lanzó
una sorpresiva invasión contra Holanda que llevó la república al borde del colapso.
La intervención española en 1673 resultó providencial para los antiguos súbditos
rebeldes de la monarquía, que junto a Carlos II y el emperador Leopoldo I formaron
una coalición para contener el expansionismo francés.
La «más sangrienta»
84 páginas,
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Tras la Paz de los Pirineos (1659) con Francia, los ejércitos de la Monarquía
Hispánica parecen fundirse en una nebulosa de incertidumbre. La Francia de Luis
XIV, merced a unas fuerzas armadas en constante expansión gracias a sus eficaces
intendentes, consolidaron la hegemonía militar gala y obligaron a la España de
Carlos II a redefinir su papel en Europa. Del mismo modo que hasta la Paz de
Westfalia (1648) solo las grandes coaliciones habían logrado frenar a la Monarquía
Hispánica, en la segunda mitad del XVII solo la alianza de esta con el Sacro
Imperio, las Provincias Unidas e Inglaterra pudo contener el expansionismo francés.
La debilidad hispana en términos políticos y económicos no dejó de afectar a sus
ejércitos, siempre faltos de elementos indispensables para hacer la guerra, como
hombres y dinero. Se trataba, a pesar de todo, de unos ejércitos que, lejos del mito
que los presenta como fuerzas anticuadas e ineficaces, lograron adaptarse con
relativo éxito a las transformaciones tácticas, armamentísticas y organizativas del
periodo, y, sobre todo, que mantuvieron la integridad de la monarquía de Carlos II,
que pudo legar así su extenso imperio intacto a Felipe V. A pesar del declive, la
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