Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
HUMANIDADES 2022-I
Lectura 4:
Vida recibida y vida añadida
1. Unidad cuerpo y alma humana
La vida humana, según Aristóteles, integra los niveles de vida vegetativa, sensible y
racional. Los niveles de vida vegetativa y sensible constituyen la vida natural, en la cual las
operaciones del viviente humano dependen de lo corpóreo.
En la concepción humana toman parte activa los padres, que otorgan células vivas al hijo. Por
eso, más que reproducción cabe hablar de procreación, porque contribuyen con dicha dotación
a que Dios pueda crear una persona, un acto de ser personalísimo. Según el planteamiento
creacionista de la antropología de Leonardo Polo, Dios se sirve de esa contribución para crear
el acto de ser personal, con el que le llega el alma humana que es concreada con el acto de
ser personal.
Polo considera que el alma humana equivale a la esencia humana, la cual se distingue del acto
de ser personal. En la esencia está la naturaleza humana, que tiene una dimensión corpórea,
pero que no se reduce a ella. En este sentido, se puede decir que el hijo pertenece más a Dios
que a los padres humanos. Polo habla de la vida recibida referida a lo orgánico, la cual es
acogida por el viviente humano ya desde el seno materno; éste se encarga de llevar adelante
la vida recibida, y al hacerlo le añade más vida; ese ‘plus’ de vida es añadida, a partir del mismo
despliegue epigenético, del cumplimiento de las admirables y puntuales tareas que realiza el
embrión humano.
En ese nivel de vida recibida y añadida se encuentra la llamada vida natural, en cuanto que se
refiere básicamente a la vida vegetativa y sensible, que tiene un soporte orgánico que es muy
importante. Así, Polo considera que la complejidad de la vida humana es posible de ser vista
como una especie de tejido de dualidades (que no es dualismo) en que un término de la
dualidad está muy relacionado con el otro que es superior y que lo integra.
Así, lo maravilloso es que los seres humanos somos de tal condición que las actividades
biológicas van muy unidas con las espirituales. Tenemos una gran unidad de cuerpo y alma.
No somos ángeles, pero tampoco bestias. A menudo los problemas han venido por no ver esa
dualidad cuyos términos se integran de manera jerárquica. La vida natural es dual con la vida
racional, y ésta se articula con la vida personal, cuya actividad es radical ya que el acto de ser
personal es muy activo y sostiene e influye en toda la vida del viviente.
Es evidente que tanto las operaciones vegetativas de la nutrición como las de desarrollo y
reproducción biológicos implican funciones orgánicas; y también en el nivel sensible se requiere
de la base corpórea, y eso no sólo en lo que respecta a los sentidos externos: ver, oír, oler,
gustar y tocar; sino también en lo que toca a los sentidos internos, como la conciencia sensible
o sensorio común, la imaginación, la memoria y la intuición sensible, llamada por los medievales
cogitativa.
Sin embargo, aún en el nivel sensible, es conveniente no ver esa relación como algo mecánico,
ya que no se trata de una simple relación entre elementos corpóreos u orgánicos. Según el
planteamiento aristotélico esas operaciones en sí mismas son inmanentes, es decir que el fin
de su actividad queda “dentro” de sí; por lo que no cabe un mecanicismo que considere el
movimiento vital como si fuera una relación mecánica de unas partes con otras.
Como ya hemos señalado, el viviente articula un principio material, con otros tres que son
formal, eficiente y final, de manera que el alma funciona en base a esos principios (tri-
causalidad) sin excluir ninguno. En cambio, los mecanicistas se quedan sólo con la causa
material y la causa eficiente; como el movimiento (causa eficiente) que imprimo a este lapicero
(en su aspecto material) sin más. Dicho de manera breve: el mecanicismo considera sólo dos
causas, la eficiente y la material, pero Aristóteles considera que en el viviente intervienen dos
causas más, la causa formal y la causa final. Al respecto hay que recordar que el estudio del
código genético va en la línea de recuperar la causa formal.
En el ser humano el cuerpo, su dotación orgánica, presenta una admirable apertura, no está
tan determinado como en el caso del animal. El movimiento sensible, tanto el que atañe al
conocimiento sensible como a las tendencias sensibles, va más allá del simple mecanicismo,
porque en el viviente humano existe un alma, un acto formal que no se agota en la constitución
de uno o varios órganos, sino que ‘sobra’ respecto de ellos, de manera que se puede realizar
más de una función; pero en general todo el cuerpo está abierto al alma humana signada por
la racionalidad.
El alma humana es tan potente que se podría decir que no sólo constituye e informa al cuerpo,
sino que ‘sobra’ respecto de lo orgánico. Así, la lengua no se agota simplemente en el gustar,
sino que también sirve para hablar; asimismo la laringe no sólo sirve para respirar sino también
para emitir voces con significado. Esa plasticidad, que da lugar a la plurifuncionalidad,
manifiesta la grandeza del alma humana que puede servirse de lo orgánico no para una o varias
operaciones, sino que puede engarzar esas operaciones sensibles en la riqueza de su alma
racional.
Así pues, el alma racional integra la sensibilidad y la dimensión vegetativa hasta donde le es
posible. La unidad o integración no quiere decir que no diferencie la índole propia de lo
vegetativo y de lo sensible. Hay que diferenciar para unir o integrar, de lo contrario se daría algo
así como un “totum revolutum”.
En esa línea hay que recordar que las operaciones sensibles en sí mismas no son materiales,
pero ello no quiere decir que se confundan con la vida intelectual. Inmaterial quiere decir no
material, pero no todo lo inmaterial es intelectual. Por ejemplo: una operación como puede ser
una asociación proporcional que hace la imaginación, en cuanto tal es una operación que no
es material (no le podemos hacer una fotografía), pero no por ello es intelectual, sino sensitiva.
Por lo demás, representaciones imaginativas pueden tener los animales, en cambio, vida
intelectual solamente los seres humanos. Las operaciones de entender y de querer, pueden
darse independientemente de los órganos corpóreos (que si bien se encuentran presentes, no
constituyen lo inteligido).
Algo inmaterial como el imaginar tiene soporte sensible, no se puede realizar sin funciones
neurológicas, aunque dicha operación no se confunda con ellas. Esa dependencia del sentido
respecto de lo orgánico lleva a que pueda frustrarse cuando se presenten alteraciones
neurológicas o desgaste orgánico considerable. Así también el crecimiento de la imaginación
puede detenerse en alguna etapa de la vida humana; en cambio, la vida de la inteligencia, aún
en la ancianidad, puede ser de gran lucidez, tiene capacidad para tener un crecimiento
irrestricto, por ello su existencia trasciende lo material, es inmortal.
Los actos propiamente humanos como los de entender, el querer, pueden crecer
irrestrictamente, siempre pueden ejercerse más y mejor. En cambio, las operaciones
vegetativas y sensibles son limitadas, dependen de lo orgánico; por ello el alma de los vegetales
y de los animales es mortal, deja de existir en el momento en que lo corpóreo-material se
desorganiza.
Con todo, la vida sensible aún siendo inferior a la intelectual es superior a la vegetativa. Algo
central en que se diferencia el vegetal del animal no es tanto que aquel no pueda trasladarse
con movimiento local como el animal, sino que lo más serio es que no posee conocimiento, si
bien no está ‘cerrado’ a lo exterior como una piedra, su apertura es pequeña. De ahí que la vida
animal sea un poco más compleja que la vegetativa, especialmente en los animales más
desarrollados. La vida sensible posee más apertura que la simple vida vegetativa, ya que ésta
no puede conocer ni apetecer. En cambio gracias a la vida sensible se puede conocer imágenes
y en consecuencia se puede apetecer sensiblemente.
Como el ser humano posee operaciones sensibles no sólo posee los clásicos nueve sentidos,
cinco externos (vista, oído, olfato, gusto, tacto) y cuatro internos (conciencia sensible,
imaginación, memoria y cogitativa), sino que junto con ellos tiene básicamente dos apetitos
sensibles, uno que le hace tender al bien sensible placentero y otro por el que tiende al bien
sensible arduo.
En cuanto que los animales superiores poseen también aquellas once facultades sensibles,
nueve cognoscitivas y dos tendenciales; pueden conocer y apetecer. Y, sin embargo, aunque
esas facultades son semejantes, no se despliegan igual que en el ser humano.
A veces se llega a afirmar que los animales son inteligentes, pero su conocer sensible es inferior
al conocer intelectual. No se debe confundir la imaginación o cualquier sentido humano, por
más desarrollado que se encuentre, con la inteligencia humana.
En el ser humano los sentidos tienen una base orgánica, como en los animales, pues tales
potencias no se ejercen independientemente de lo corpóreo, pero no se activan igual que en
ellos. Los sentidos no son exclusivos del hombre, aunque el alcance que tienen en los seres
humanos es mayor debido a la presencia de las facultades superiores como son la inteligencia
y la voluntad.
La vida humana es superior porque el alma humana es espiritual; como ya señalamos, el
hombre puede abstraer, entender, querer, etc., con una gran apertura que lleva al infinito, y que
puede crecer irrestrictamente. Así, el ser humano puede habérselas con lo infinito y las
realidades trascendentes.
Asimismo, no se puede decir, por ejemplo, que se ame con un órgano, ya que si bien el amor
involucra a todo nuestro ser, por lo que incluye también a los sentimientos, en realidad, no se
reduce a éstos, ya que es muy superior a lo sensible. Hace poco lo veíamos en una entrevista
a una joven a quien le habían realizado un trasplante de corazón, afirmaba que seguía amando
a su mismo novio, antes, con el otro corazón, igual que con el corazón que ahora tenía.
Aunque en algunas ocasiones se puede representar el amor con el corazón, esto sucede
porque estamos muy dados a imaginar y a veces no sabemos cómo conocer si no es con
imágenes sensibles, o porque a veces se reduce el amar al sentir. Pero el acto de amar es un
acto distinto de una simple afección del órgano. Con éste se puede sentir, pero el amor humano
no se reduce a eso.
A veces también se dice que los animales son ‘inteligentes’ porque poseen un cierto «lenguaje»,
pero es diferente de la comunicación del lenguaje articulado que puede contener un significado
abstracto, universal, principial, etc., y que conlleva detenerse, comprender, contemplar, de
manera profunda la realidad.
En los animales superiores su capacidad neurológica les permite un gran desarrollo de la
imaginación y hacer relaciones de “Si A entonces B”, pero en dicha relación A y B son muy
concretos, ya que ellos sólo funcionan con imágenes sensibles, las que asocian, relacionan,
etc., pero imaginativamente, no racionalmente, ya que no pueden universalizar.
Por otra parte, si bien el animal posee conocimiento sensible éste se da sólo en relación a un
comportamiento determinado, es decir, su conocer está en función de fines que ya están en él
de manera instintiva, de manera que no tiene libertad para modificarlos; es más, el mismo
conocimiento del medio en cuanto tal le está vedado al animal. En el animal no cabe el
«detenerse» a pensar, ni tampoco el penetrar intelectualmente en la realidad. Las cosas, su
entorno, los otros animales, las personas, sólo son conocidos por el animal –y
consiguientemente apetecidos– no en sí mismos, sino en relación a operaciones instintivas
a uno a preguntarse: ¿cómo se puede seguir creyendo que el alma humana es material?
Aunque parezca increíble, todavía existen materialistas que sostienen que nuestras
operaciones ‘no son más que’ actividades de índole físico-química, que el cerebro ‘segrega
ideas’ como el hígado la bilis, o como los riñones la orina. ¿Qué sentido tiene decir que las
ideas son un segregado del cerebro? El sentido que tenía en los materialistas del siglo XIX –
que eran de una ingenuidad admirable– era un sentido cinético, mecánico, como se produce la
luz con el fósforo. Tales materialistas pensaban que las ideas eran producidas en un sentido
puramente físico de producción. Pero lo característico de las ideas no es que sean producidas,
sino que sean conocidas en el mismo acto de conocer. Como ya señalamos, una computadora
no conoce el contenido de los archivos que guarda, ni se beneficia de su ciencia y sabiduría.
Las facultades intelectuales realizan operaciones que, a diferencia del alma vegetativa y
sensitiva, no necesitan de la influencia directa del cuerpo ni de sus órganos. Esa naturaleza
espiritual se nota también en la índole de los objetos que captan sus operaciones. Por ejemplo,
la inteligencia tiende a captar el ser, el ente y la verdad. Estos objetos son universales,
esenciales, inteligibles. Por su parte la voluntad tiende al bien infinito, trascendente, lo cual abre
al ser humano unos horizontes insospechados para un animal, que se encuentra limitado por
las cosas finitas, concretas, materiales, sensibles.
El ser humano es el único ser que no se sacia con lo concreto, material, finito, sino que, gracias
a su espíritu, anhela lo que no se acaba, lo que no tiene fin, lo infinito, lo permanente, lo eterno.
Cuando se es pequeño quizá pueda contentarse sólo con cosas de aquel nivel concreto. Pero
cuando la inteligencia se abre paso el niño da un salto en su conocer y en su querer y, si quiere
una verdad, busca que ésta sea para siempre (que no pase con el tiempo) y si barrunta el amor,
quiere que éste no se acabe, que sea eterno. En suma, en la integración cuerpo y alma, sensible
e intelectual, esencial y personal, es donde se juega el transcurso de la vida humana. Esa
unidad se puede ver en la teoría aristotélica de las facultades humanas, que integra tanto a las
intelectuales como a las sensibles con base orgánica.
Así, el alma es el principio remoto de operación y las facultades los principios próximos de
actuación. La facultad explica el hecho de que el ser vivo no esté ejerciendo siempre en acto
todas sus operaciones, sino que unas veces activa unas facultades y otras unas distintas. Por
lo cual las facultades son principios inmediatos de las operaciones, pero que pueden alternar
con no obrar. Consideradas en sí mismas las facultades humanas se ordenan a sus actos
propios y éstos a sus objetos. De esta manera, si uno quiere conocer a las facultades, tiene
que ir a las operaciones, a las cuales accedemos a través de sus objetos propios. Así, por
ejemplo, el acto de ver especifica la vista que es la facultad de la visión, a su vez el acto de ver
se especifica por su objeto: el color. Del mismo modo la inteligencia es una facultad que se
especifica por su acto de entender y éste a su vez por el objeto entendido, la verdad.
Es importante resaltar una característica de las facultades, y es que son muy dinámicas; son
como los ‘resortes’ de la actividad, por lo que se ordenan a la acción, tienen a su cargo la
realización de los actos u operaciones. Debido a esa dinamicidad, que es inmanente, sucede
que cuando actuamos esas facultades no se quedan estáticas, sino que –como ya vimos– se
modifican, no quedan igual que antes, sino que se reconfiguran: adquieren una nueva ‘forma’.
Como ya señalamos, en el ser humano existen muchas facultades, pero las principales son
unas trece, de las cuales diez sirven para conocer, por lo que son posesivas, ya que poseen el
objeto propio conocido, y tres son tendenciales, es decir que al no poseer tienden, ‘se dirigen
hacia’ el término de su inclinación. Si las presentamos de acuerdo con el siguiente esquema,
tenemos que distribuirlas entre dos grupos: las cognoscitivas y las apetitivas.
A) Facultades Cognoscitivas
Son aquellas potencias del alma humana que tienen como acto propio el conocimiento. Estas
facultades cognoscitivas pueden ser de dos tipos: sensibles e intelectuales.
1. Facultades cognoscitivas sensibles
- Sentidos externos: vista, oído, gusto, olfato, tacto.
a) Ver y mirar
Se podría establecer una diferencia entre el ver y el mirar. Ver es simplemente ejercer el acto
de la visión; si el órgano está sano y hay un medio físico como la luz, entonces se produce el
acto de la visión. El ver supone simplemente una cierta maduración orgánica y especialmente
una organización de los diferentes elementos captados visualmente por parte de los sentidos
internos. Sin embargo, el mirar es más que el simple ver. Mirar es ver con detenimiento, fijar
libremente la vista en aquello que queremos detenernos. Por esto, la mirada humana supone
una cierta dirección de la vista por parte del sujeto, lo cual comporta tener en cuenta unos
ciertos criterios.
Lo que precede indica que el cuidado de los sentidos se corresponde con el saber dirigirlos. No
da igual mirar, escuchar, etc. cualquier cosa, porque de esas formas vistas, escuchadas, etc.,
se ‘alimenta’ el alma en cuanto que son integradas dentro del ser humano. Uno se hace aquello
que conoce; por esa posesión intrínseca el objeto conocido queda, permanece, dentro de uno
mismo. Así, por ejemplo, si a través de la televisión uno se hace voluntariamente con imágenes
de violencia u obscenas, entonces él mismo «se hace» todo aquello que conoce, introduce
dentro de sí ese salvajismo o pornografía; lo cual no sólo despierta una serie de sentimientos,
emociones, pasiones, etc., afectando a su sistema nervioso, sino que impide ejercer actos
superiores; el sujeto queda por así decirlo ‘perturbado’ o ‘debilitado’ por la presencia de aquellas
imágenes que ha hecho pasar a su interior y que serán un obstáculo para su propio desarrollo
personal.
El ser humano es el único ser que puede dirigir inteligente y libremente su conducta, aún
tratándose de acciones tan elementales como el mirar o escuchar; sin embargo, por esa misma
razón también es el único ser que puede ir en contra de sí mismo (los animales están protegidos
de esto por su instinto). El ser humano es libre, pero al ejercer su libertad tiene que saber por
lo menos las consecuencias de lo que hace.
La mirada humana, a diferencia de la del animal, puede ser dirigida por la inteligencia. El mirar
supone en cambio una dirección de la facultad de manera que la mirada puede detenerse en
aquello que es importante o relevante. Es muy importante aprender a mirar, ya que es una de
las maneras más inmediatas con la que nos hacemos con la realidad externa. Por ello es
importante tener criterios, distinguir aquello que es conveniente mirar de lo que no lo es; la
observación conlleva la dirección de la atención. Este detenerse, el fijar la mirada puede y debe
ser dirigido. Hay cosas que es conveniente mirar y otras que es mejor no atender a ellas. El ser
humano tiene la posibilidad, mediante criterios adecuados, de educar su mirada.
A su vez, la mirada humana es expresiva y tiene la capacidad de manifestar la interioridad del
sujeto. Por esto se suele decir que los ojos son como las «ventanas» del alma; lo que hay en
el interior de un ser humano se suele transparentar en su mirada. La misma racionalidad queda
patente en la mirada humana. Aquí como en tantas cosas más, el ser humano aparece
claramente superior. Aunque tanto el animal como el hombre tienen sentidos, a pesar de que
puedan tener dos ojos, la mirada humana es distinta de la del animal. En el ser humano se
manifiesta la índole espiritual de su ser. Por ejemplo, en las típicas fotografías que se suelen
hacer a un niño de unos ocho años con su perro, se puede observar que si bien los dos están
frente a la cámara fotográfica, puestos casi al mismo nivel, sin embargo, se advierte que la
belleza de la mirada del niño es patente, mientras que se puede decir que la mirada del perro
es un poco boba o estúpida. El brillo de la mirada del niño pone de manifiesto la presencia de
un espíritu, su naturaleza racional, propia del tercer nivel de vida, que es el superior respecto a
los demás seres vivientes.
Con lo que precede se puede indicar que, por los ojos no sólo ‘entra’ la realidad, sino que
también por ellos ‘sale’ o se manifiesta la interioridad humana. La mirada humana es reveladora,
a través de ella podemos captar el nivel de vitalidad de las diferentes personas. Una mirada
brillante normalmente manifiesta alegría, optimismo, interés. Esa vivacidad se ve disminuida en
el caso de la mirada triste. Por eso, siempre que advertimos tristeza en la mirada podemos
darnos cuenta de que aquella persona tiene alguna dificultad o dolor que amenazan su
desarrollo vital. Podríamos detenernos mucho en este asunto, y ver las diferentes clases de
mirada (miradas esquivas y miradas claras, miradas indiferentes y miradas acogedoras,
miradas superficiales y miradas profundas, etc.); también podríamos ir hasta su base fisiológica;
sin embargo, a pesar de que la mirada humana es un tema antropológico, no es éste un tratado
de psicología, y no nos podemos detener mucho en tales descripciones.
Sí podemos destacar, no obstante, la importancia de la mirada humana, y su correspondiente
cuidado. La mirada humana nos hace asequible la realidad, nos proporciona una apasionante
apertura a ella. A través de la educación artística se puede aprender a mirar un paisaje natural
o una obra artística, se puede distinguir los elementos relevantes, la armonía de las formas, el
trazo genial, la diferente intensidad de los colores, la luminosidad, etc.
La realidad física del universo es digna de ser contemplada. A veces no se sabe mirar el
universo, que en cierta manera es la casa del viviente humano; no se sabe mirar ni siquiera su
‘decorado’, que es grandioso, y hasta hay quien se va de esta vida sin saber de qué color es el
cielo que tiene sobre sí, ni si cambia de color. Gran parte de esa pérdida se debe a las prisas.
Por lo demás, los seres humanos tendemos a acostumbrarnos hasta a lo más maravilloso. Aquí
quizá podríamos hacer la experiencia de echar abajo, como de un manotazo, el
acostumbramiento, de intentar superar ese extraño sopor que a veces tenemos los seres
humanos. Precisamente cuando Aristóteles hablaba del hombre despierto y del hombre
dormido se refería al acto de conocer, y aunque el conocimiento sensible es inferior al
conocimiento intelectual, al cual se refería Aristóteles, sin embargo, no por ello deja de ser
importante conocer sensiblemente.
El despertar de la sensibilidad requiere de auténticos maestros, desde la más tierna infancia;
pero eso requiere que aquellos hayan superado el peligro del acostumbramiento cuando no del
embrutecimiento de su sensibilidad. A veces pareciera que caminamos por el mundo como
adormilados, sin la experiencia ni el gozo de conocer. Si intentáramos mirar, por ejemplo, las
estrellas, las plantas, los paisajes, las personas, etc., con la novedad de la primera vez, es
posible que quedemos deslumbrados. Es significativo el asombro de los niños, cuando por
primera vez se enfrentan sensiblemente a una realidad. Más llamativo todavía es el hecho de
que a veces los mayores intenten exagerar los rasgos de los personajes de los cuentos, de las
viñetas, con el objeto de llamar la atención de los niños; a veces se exagera, por ejemplo, el
largo de una nariz, cuando para un niño lo asombroso, y ante lo cual se detiene, es que un ser
humano tenga nariz.
b) Oír y escuchar
De modo semejante a la diferencia entre ver y mirar podemos distinguir ahora entre oír y
escuchar. Como es evidente, tanto en la diferenciación anterior como en ésta se incluye la
presencia de otras facultades superiores a la mera vista u oído. Sin embargo, como hemos
dicho desde el principio, el ser humano es una unidad, y no cabe de él una explicación
meramente analítica, en que las partes se estudien aisladamente.
Oír se diferencia del escuchar en que aquel es el simple acto por el cual se capta un sonido.
En cambio, escuchar supone la captación auditiva de una unidad de significado (por lo que
supone una cierta actividad de los sentidos internos, especialmente de la imaginación), y
especialmente requiere de la atención, lo cual, de modo semejante a lo que ocurría con la vista,
supone una cierta dirección por parte del sujeto.
Es de gran importancia saber escuchar, aprender a oír con atención, contando con criterios
sobre aquello que vale la pena escuchar y también sobre lo cual es mejor no prestar atención;
todo esto se refiere al desarrollo integral del ser humano y, en especial, al mejor despliegue de
sus facultades espirituales, la inteligencia y la voluntad. Es conveniente tener presente que la
actividad espiritual del ser humano se desarrolla mejor si se ejerce un dominio sobre la
sensibilidad, empezando por la actividad de los sentidos externos.
Saber escuchar es otro tema bastante extenso. Para lo que corresponde a este texto
introductorio, podemos empezar por hacer alusión al saber escuchar una melodía, lo cual
requiere identificar las diferentes tonalidades y en especial los tiempos de la melodía. Por eso,
escuchar buena música, que no es meramente flujo de ruidos o sonidos discordantes,
constituye una actividad bastante formativa. La buena música nos proporciona una cierta
armonía en la composición de las notas musicales; esa proporción es de gran ayuda para el
desarrollo de la imaginación.
De modo semejante a cuando fijamos la atención al escuchar una melodía musical, también
podemos ejercer una cierta discriminación y control respecto a lo que escuchamos. Así por
ejemplo, es conveniente prestar mucha atención al contenido de lo que escuchamos cuando
estamos en una clase, atendiendo a una persona, etc. Por otra parte, es conveniente no prestar
atención a lo que no es importante, y mejor todavía no atender a comentarios denigrantes o
negativos sobre las personas o sucesos.
El afán de saberlo todo, incluso cosas que no nos incumben, de ser en nosotros un hábito
negativo, puede llevar a una gran pérdida de tiempo, cuando no a actos muy injustos como
juicios temerarios, prejuicios, etc., y lo que es peor todavía, puede acarrearnos un daño al
guardar aquellas cosas que pueden ser un obstáculo para el desarrollo personal.
En definitiva, de modo semejante al mirar, el criterio general es que conviene mirar y escuchar
todo aquello que contribuya al desarrollo personal propio o de los demás, y hay que saber ser
ciego y sordo ante todo aquello que puede dañarnos.
En el ser humano, el escuchar muchas veces va unido con el ejercicio del lenguaje, con el
hablar, por lo que a veces hay que hacérselo ver a las personas que no tienen control sobre lo
que hablan. Así, se puede decirle: “Eso que estás diciendo, que me estás contando, ¿me ayuda
a mejorar a mí o a ti mismo?”. Es muy conveniente aprender a no oír murmuraciones (‘el raje’,
a veces institucionalizado), tampoco las mentiras, falsedades, u otras cosas que no ayudan ni
a quien las dice ni a quien las escucha. Si no nos ayuda a mejorar es mejor no escuchar.
c) Olfato, gusto, tacto
Estos tres sentidos están considerados como inferiores respecto de la vista y el oído. Al
respecto se suele decir que el criterio para dicha jerarquía es que es un sentido más alto aquel
que más vence el espacio y el tiempo, por lo que la vista estaría en primer lugar y el tacto en el
último. Así, cuando yo veo a una persona, no necesito que esté a pocos pasos de donde me
encuentro, sino que aún si mediaran cien metros le podría ver; en cambio, si quiero saludarla,
estrecharle la mano (tacto), necesitaría acercarme para hacerlo.
Sin embargo, esto no quiere decir que no se pueda aprender a usar o dirigir bien el olfato, el
gusto y el tacto. Ciertamente, esto ya estaría en el orden de la esencia humana, que es la vida
natural desarrollada con la intervención de las facultades superiores –la inteligencia y la
voluntad–, que atenderemos en el siguiente capítulo.
Como ya hemos reiterado, en el ser humano todo está unido, y qué duda cabe que así como
es posible una ‘educación’ de la mirada y un aprender a escuchar, también son susceptibles de
ser ‘educados’ los otros sentidos. En esta línea están las escuelas de catadores, por ejemplo.
imágenes proporcionadas por los sentidos externos. Uno sólo se puede imaginar algo a partir
de lo que antes ha visto, oído, gustado, sentido. Por esto el cuidado de la imaginación, memoria,
etc. parte del cuidado de los sentidos externos, los cuales son como la ‘puerta de entrada’ de
aquellas formas, imágenes, etc.
Según la clasificación clásica los sentidos internos son cuatro. Tres de ellos son
fundamentalmente cognoscitivos: el sensorio común, la imaginación, y la memoria. El otro
sentido aunque es cognoscitivo es también valorativo y se llama estimativa en los animales y
cogitativa en los seres humanos. Tanto la estimativa como la cogitativa requieren del concurso
de los otros sentidos internos, del sensorio común, de la imaginación y de la memoria.
a) Sensorio común o conciencia sensible
El sentido común no equivale al buen sentido, es decir a la razón o la inteligencia en su actividad
espontánea, que tiene la capacidad de poder distinguir lo verdadero de lo falso, ya que los
animales que tienen tal sentido común porque no por ello poseen inteligencia. Tampoco es un
sentido que tenga por objeto los «sensibles comunes» (tamaño, movimiento, etc.), ya que éstos
son objeto de los sentidos externos; en cambio el sentido común es interno.
Sus funciones son:
1) Distinguir y unir cualidades sensibles diferentes, de orden diferente, como un calor y un
sabor. Por ejemplo, ante un terrón de azúcar distinguimos el blanco de lo azucarado y lo
referimos a lo mismo, pero para comparar hay que tener a la vez los dos objetos. Esto no lo
puede hacer ningún sentido externo sino el sensorio común. Por ello el sentido común es el
que toma parte en la configuración básica de la percepción (unido frecuentemente a la
imaginación), ya que compara y relaciona la información que dan los sentidos externos sobre
un mismo objeto.
2) Saber que sentimos. Por ello se le puede llamar conciencia sensible. Un sentido no puede
‘reflexionar’ o ‘recaer’ sobre sí mismo. Por ejemplo, el ojo ve los colores, pero no puede ver
su visión de ellos, para lo cual se requiere del sensorio común. Sin embargo, ‘reflexión’ no
significa aquí operación intelectual.
Gracias al sensorio común, que unifica la experiencia sensible, es posible conseguir una
conducta adaptativa y unitaria respecto a todo aquello con los que se relaciona el hombre, como
el animal. El sentido se basa en los sensibles comunes y a partir de ahí compara las diferentes
sensaciones y hace una primera verificación de su coherencia.
b) Imaginar
La imaginación es una facultad que tiene como objeto representarse la imagen sensible. A tal
representación se denomina clásicamente ‘fantasma’. Por esto, a esta facultad se le llama
también ‘fantasía’. La actividad imaginativa consiste en volver a hacer presente un objeto
concreto, sensible, captado inicialmente por los sentidos externos.
Por los sentidos externos se hace ‘presente’ una forma por primera vez; por los sentidos
internos se vuelve a hacer presente esa forma, pero de manera que la imagen representada no
es la presentación directa de la realidad, ya que ésta se da cuando lo real se encuentra ausente.
La actividad imaginativa requiere de imágenes que se poseen gracias a los sentidos externos.
A partir de ahí re-produce o se re-presenta una, varias imágenes, o se compone una distinta a
partir de aquellas. Así, la imaginación, como todos los sentidos internos, funciona a partir de los
datos que le suministran los sentidos externos.
Se suele señalar que el proceso de la imaginación parte de la fijación y conservación de las
sensaciones. La imaginación cumple una función selectiva, pues, sólo fija lo que le afecta
suficientemente o lo que es de interés. Para realizar la fijación, se requiere que, efectivamente,
se haya producido una ‘fijación’ de las sensaciones en su base orgánica, y que haya un
conocimiento integrativo de aquellas sensaciones reunidas en una unidad de significado
(percepción).
Esto es lo que haría posible la actividad propiamente imaginativa que es la reproducción de las
imágenes. Aquí hay que tener en cuenta que lo agradable se representa con más facilidad,
pero también se puede olvidar de un modo natural y espontáneo. La reproducción de las
imágenes puede seguir las leyes de semejanza, de contigüidad, de causalidad.
A partir de lo anterior cabe indicar que la imaginación, la animal y la humana, es capaz de
ejercer una actividad proyectiva muy importante en la vida práctica: la de prever y anticipar
futuros esquemas de acción. En suma, el objeto de la imaginación es la reproducción de
imágenes sensibles que antes han sido percibidas por otros sentidos, y que la imaginación las
recrea nuevamente.
Asimismo, se pueden distinguir varios tipos de actividad imaginativa.
1) La imaginación eidética, la cual consiste en reproducir sólo imágenes, aisladas, sin
establecer relaciones entre ellas. ‘Eidos’ hace referencia a ver; lo eidético es lo visto. Por
eso este nivel de imaginación es el más básico, el que está más cercano a la percepción, a
sentidos externos como la vista.
Este tipo de imaginación se puede detectar especialmente en los niños. También es posible
advertirla en los sueños, en los que la sucesión de imágenes es incoherente. En este nivel,
las imágenes no están organizadas y como tales se representan. El golpeteo de dichas
imágenes puede producir una algarabía que es necesario controlar introduciendo el orden
con el consiguiente sosiego interior.
2) La imaginación proporcional. En este nivel se da ya un incipiente orden u organización de
las imágenes. Por medio de esta imaginación se pueden establecer relaciones entre las
imágenes. Así, se pueden establecer relaciones de asociación: semejanza, diferenciación,
etc., con lo cual se establece una cierta proporcionalidad.
La asociación permite también establecer un tipo de relaciones parecidas al razonamiento
lógico, pero que no se pueden confundir con él, ya que son actividades distintas, pues una
es de la imaginación, la otra es de la inteligencia. Un tipo especial de asociación se puede
formular de la siguiente manera: “Si esto, entonces aquello” (siendo 'esto” y “aquello” algo
muy concreto).
Por ejemplo, un gato, que es un animal que también tiene imaginación, puede relacionar o
asociar la ausencia de la cocinera en la cocina con el comerse el pescado puesto sobre la
mesa. Por eso, si ve a la cocinera, en ese caso no se atreve a realizar esa hazaña; debido
a esta capacidad de relacionar se dice a veces que el animal ‘es inteligente’. Sin embargo,
esa asociación, que es siempre particular y que es muy conveniente para la conducta
práctica del animal, no significa que posea inteligencia, ya que es una actividad que realiza
gracias a su imaginación simplemente.
Dicha asociación relaciona dos términos, que se pueden señalar como A y B, pero siendo
éstos muy concretos. Es diferente del razonamiento lógico condicional: “Si A entonces B” (si
hay gravedad los cuerpos caen), porque se mueve en un ámbito abstracto y no concreto
como es el caso del animal, el cual no puede llegar a abstraer leyes, ni a hacer
generalizaciones.
El ser humano también puede moverse con asociaciones o relaciones concretas. A veces
pueden darse confusiones en este orden, ya que una persona puede tener muy desarrollada
su capacidad de relacionar elementos concretos; por ejemplo, aquellas personas que son
muy rápidas en ese aspecto, muy astutas, poseen esa habilidad de asociar o relacionar los
medios con los fines, de manera que consiguen sus objetivos o siempre encuentran una
salida. Sin embargo, eso no quiere decir que sean muy inteligentes, sino que tienen una
imaginación muy desarrollada.
3) La imaginación del espacio y del tiempo. Se trata de otro nivel de imaginación, en que ésta
es auto-reproductiva, y se manifiesta en la captación del espacio y del tiempo. Así, un punto
es seguido de otros puntos similares (isotropía), un segundo de tiempo es seguido por otros
parecidos (isocronía). En estos casos la imaginación reproduce dichas imágenes.
Por tanto, se suele decir que en este nivel la imaginación es capaz de auto representarse
figuras en el espacio y la continuidad en el tiempo. Este espacio al que nos referimos es el
espacio euclídeo, que es el imaginable, por ser tridimensional o de tres dimensiones. El
espacio de cuatro, ocho, diez dimensiones, así como el espacio y el tiempo infinito no los
podemos imaginar, son captables sólo por la inteligencia.
El espacio y el tiempo imaginados, suponen una imaginación de alto nivel, ya que su medida
es interna a ellos mismos. Por esto es posible descubrir en ellos una regularidad. Además,
la imaginación espacial y temporal sirve para la planificación u organización básicas. Por
tanto, el descubrimiento de las reglas, de los teoremas, de la geometría euclídea, es muy
formativo para la imaginación humana. El estudio de la geometría cumple aquí un papel muy
importante; sin embargo, su tratamiento es propio de la filosofía de la educación.
4) Imaginación simbólica y creativa. La imaginación simbólica es aquella que pone en relación
un símbolo o un signo con aquello que representa. Aquí cabe la actividad representativa del
lenguaje. La imaginación creativa, por su parte, es aquella que ‘se sale de lo dado’, aunque
para hacerlo tenga que contar con aquello ‘dado’; pero va más allá, dando lugar a la creación,
especialmente la artística.
De manera semejante a los otros sentidos, cabe una educación de la imaginación. En primer
lugar, podemos decir que teniendo en cuanta lo anterior, es evidente que es importante tratar
de superar el nivel de la imaginación eidética e ir consiguiendo los niveles más altos de
imaginación.
La imaginación, al igual que todos los sentidos, posee una base orgánica. Sin embargo, a
diferencia de los sentidos externos, su base orgánica (especialmente su dotación neuronal) se
encuentra en el interior del cerebro humano, y su maduración es más lenta, pues dura muchos
años.
Como es sabido, se considera que la imaginación se puede educar hasta los 20 años
aproximadamente. Así, es posible desarrollar la imaginación desde la más tierna infancia, de
modo que orgánicamente se puedan establecer las relaciones o configuraciones (los circuitos
de las neuronas libres). Si se educa la imaginación, ésta puede desarrollarse, y con ello se
posibilita una actividad intelectual muy potente. En cambio, si la imaginación está desordenada,
es muy difícil avanzar en el campo intelectual.
Es lo que sucede en el nivel de la imaginación eidética. Su desorganización provoca un
desorden. En esa situación las imágenes fluyen sin control. Esto es propio de los niños, pero
también se puede dar en las personas adultas. En este caso se habla de la imaginación como
de la ‘loca de la casa’, ya que la algarabía de las imágenes, de la fantasía, alborota al sujeto
que la sufre. En este sentido también se suele decir de esas personas, que tienen ‘la azotea
alquilada’, en cuanto que al modo de quienes tienen inquilinos molestos en el piso de arriba,
tienen ‘mucho ruido’ y muchos problemas debido a esas perturbaciones.
Sin embargo, cabe dominar, ‘sujetar’ la imaginación; en la medida en que una persona vaya
educando su imaginación, en la medida en que controle sus impresiones, sus emociones, sus
sentimientos, y aprenda a ‘pasar la página’, es decir a tener criterio, a discriminar, a no dar lugar
a que imágenes inútiles o nocivas le dominen, en esa misma medida se introducirá el orden y
el dominio interior.
Por otra parte, como hemos señalado, el dominio de la imaginación es indispensable para
progresar en el conocimiento intelectual. Por esto es importante ir adquiriendo los niveles
superiores de la actividad imaginativa. De lo contrario, la disciplina, el orden y la profundidad
que requiere la actividad intelectual se hace muy difícil. Así, se puede prever lo que le sucede
a un alumno que se pasa más horas delante del televisor que delante de los libros, ya que ese
flujo de imágenes, descuidada y perezosamente aprehendidas, no sólo no requiere ningún
esfuerzo, sino que su desorden, caos y desproporción, debilitan al sujeto cuando no introducen
contenidos que impiden grandemente su desarrollo personal.
Para contribuir al desarrollarlo de la imaginación se puede aprovechar el juego, el arte, la lecto-
Si no hay un control de la cogitativa también pueden haber anomalías en el ser humano, ya que
se puede alterar la valoración de lo útil y lo nocivo, debido a que en el ser humano esa relación
no es meramente instintiva, es decir, no tiene una predeterminación como en el caso de la
estimativa de los animales, sino que hay un espacio que corresponde a la inteligencia, a la
voluntad, a los hábitos, los cuales intervienen de una u otra manera.
Cuando esta facultad se ‘suelta’ es posible que, por ejemplo, el temor invada a un ser humano,
ya que la imaginación puede presentar imágenes sumamente amenazantes; si el futuro se
adelanta exagerando los peligros, el ser humano puede quedar afectado hasta quedar como
paralizado, totalmente dominado por el temor. Algo parecido sucede con respecto al placer.
También es posible llegar a alterar los objetos beneficiosos y dañinos; esto se da claramente
en casos de serio deterioro como el que padece, por ejemplo, un drogadicto, quien percibe la
droga como beneficiosa, siendo así que en realidad le destruye. Algo parecido pasa con otras
formas de dependencias patológicas, como las del abuso del alcohol o del sexo.
El ser humano tiene hoy más riesgo de alterar la cogitativa, ya que se ha ido imponiendo la
siguiente relación: placer = bien y dolor o esfuerzo = mal, de modo que podemos llegar a buscar
exclusivamente lo placentero sin el auxilio de la inteligencia, que es la facultad que discrimina
entre bienes reales y aparentes, y podemos alejarnos de todo esfuerzo o sacrificio como si
fuera algo totalmente nocivo, siendo que puede ser un bien muy grande (por ejemplo, los
esfuerzos que comporta estudiar). Si nos dejamos llevar por la tendencia al placer, estamos
desasistidos a merced de las pasiones. Esto es algo que veremos con más detenimiento en el
próximo capítulo.
e) La síntesis aristotélica
Finalmente, por ser tan precisa la descripción que sobre los sentidos internos hace Aristóteles,
la incluimos a manera de resumen:
1. Sensorio común. «Cada sentido hace referencia a su objeto propio; éste reside en su órgano
del sentido, y discierne respecto a su objeto propio; por ejemplo, la visión discrimina entre lo
blanco y lo negro, y el gusto entre lo dulce y lo amargo; y de manera semejante en todos los
demás casos. Pero puesto que también distinguimos lo blanco y lo dulce, y comparamos
entre sí todos los objetos percibidos, ¿por medio de qué sentido percibimos que ellos
difieren? Evidentemente tiene que ser mediante algún sentido como percibimos la diferencia,
ya que son objetos del sentido. Por otra parte, tampoco es posible juzgar que lo dulce, en
efecto, difiere de lo blanco. Es, pues, la misma facultad que afirma esto. Así, pues, el sentido
que juzga debe ser indiviso y, además, debe juzgar sin intervalos de tiempo».
2. Estimativa. «La facultad de poseer imágenes sensibles es también informada de lo que se
debe buscar y lo que se debe evitar. De este modo cuando un objeto es agradable o
desagradable, el alma va detrás de él o lo evita, haciendo con ello una especie de aserción
o negación. Sentir placer o pena es adoptar una actitud respecto al objeto sensible en cuanto
tiende a lo bueno y a lo malo en cuanto tales. Esto es lo que significan, cuando son actuales,
el evitar y el apetecer las cosas, y las facultades apetitiva y evitativa no son realmente
distintas la una de la otra o de la facultad sensitiva, aunque su esencia actual sea distinta».
«Ahora bien: para el alma pensante las imágenes ocupan el lugar de las percepciones
directas, y cuando el alma afirma o niega que ellas son buenas o malas, las evita o las busca.
De aquí que el alma nunca piense sin una imagen mental. (...) Así, por medio de estas
imágenes, afirma que un objeto es agradable o desagradable, y busca o evita lo que ha
pensado; y esto generalmente en acción».
3. Imaginación. «Es evidente, por las consideraciones que exponemos a continuación, que la
imaginación no es una sensación. La sensación es o bien potencial o bien actual, por
ejemplo, es vista o visión actual, mientras que la imaginación tiene lugar cuando no ocurre
nada de esto, como cuando los objetos son vistos en sueños. En segundo lugar, la sensación
está siempre presente, mientras que la imaginación no lo está».
«Por otra parte, las sensaciones son verdaderas, mientras que muchas imaginaciones son
falsas. Tampoco decimos «imagino que esto es un hombre» cuando nuestro sentido observa
claramente un objeto, sino sólo cuando no lo percibimos con la suficiente distinción. Y como
hemos dicho antes las visiones son vistas por los hombres aun con los ojos cerrados. Si la
imaginación es tal y como la hemos descrito, la imaginación debe ser un movimiento
producido por la sensación actualmente operante. Puesto que la vista es el más importante
de los sentidos, el nombre de fantasía deriva de luz –faos– porque sin luz es imposible ver».
(Aristóteles, Sobre el Alma, III, 7)
4. Memoria. «Puede plantearse la cuestión de cómo es posible recordar algo que no está
presente, puesto que sólo está presente la impresión, pero no el hecho. Puesto que, el
estímulo, en efecto, produce la impresión de una especie de semejanza de lo percibido, igual
que cuando los hombres sellan algo con sus anillos sellados. Ahora bien: si la memoria
efectivamente tiene lugar de esta manera, ¿qué es lo que uno recuerda, la afección presente
o el objeto que dio origen a ella? Si lo primero, entonces no recordásemos nada una vez
ausente; si lo otro, ¿cómo podemos, percibiendo la afección, recordar el hecho ausente que
no percibimos?»
«Si hay algo en nosotros, análogo a una impresión o una pintura, ¿por qué razón la
percepción de esto será memoria o recuerdo de algo distinto y no de esto mismo? Pues esta
afección es lo que uno concibe cuando ejercita su memoria. ¿Cómo, pues, se recuerda lo
que no está presente? Hemos, pues, de considerar la pintura mental que se da dentro de
nosotros como un objeto de contemplación en sí mismo y como una pintura mental de una
cosa distinta. En la medida en que la relacionamos con alguna otra cosa, por ejemplo, una
semejanza, es un recuerdo». Aristóteles, Sobre la Memoria y del Recuerdo, I-II.
(Tomado del libro “Hacia el descubrimiento de nuestro ser personal”, Genara Castillo. Colección
Manuales y Estudios Generales, n. 3, UDEP, 2014)