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Historias que cambiaron su destino

Helen Keller | Escritora 

Helen Keller nació el 27 de junio de 1880, en Alabama, Estados Unidos. Una intensa enfermedad la


dejó sorda y ciega desde pequeña. Gracias a su maestra Anne Sullivan, Helen aprendió a leer y a
comunicarse.

De adulta, escribió libros y brindó charlas y discursos acerca de cómo superó los escollos que la
afectaron de niña.

Foto: EFE

Frida Kahlo | Pintora

Nacida el 6 de julio de 1907 en México, Frida contrajo polio a los seis años, quedando con una de
sus piernas más delgada que la otra y debiendo permanecer nueve meses en cama. 

Frida creció de modo distinto y viéndose limitada a compartir y jugar con otros niños y niñas. Su
aislamiento y la libertad que lograba a través de la imaginación, la llevaron a pintar, convirtiéndose
en una de las artistas latinoamericanas más reconocidas en todo el mundo.

Foto: El Progreso

Stephen Hawking | Científico

Stephen Hawking nació el 8 de enero de 1942, en Cambridge, Reino Unido. Fue uno de los más
brillantes científicos de la historia del mundo, abrazando la física, la teoría, la astrofísica, la
investigación, y el estudio del cosmos.

Vivió su niñez, adolescencia y juventud como cualquier joven de su edad, hasta que a los 21 años
se le diagnosticó esclerosis lateral amiotrófica, lo que tuvo más de tres décadas paralizado de pies
a cabeza, utilizando un sintetizador de voz para poder comunicarse.

Su condición física nunca fue impedimento para desarrollar de manera plena y maravillosa su
cerebro. Sus estudios son un aporte y una luz para la humanidad.

Foto: EFE

Nick Vujicic | Orador

El joven de 36 años, Nick Vujicic, nació el 4 de diciembre de 1982, en Australia, sin brazos ni
piernas, debido al síndrome de tretra-amelia. 
De niño sufrió las burlas y la discriminación de la sociedad, lo que lo llevó a intentar quitarse la
vida. Sin embargo, las constantes frustraciones fueron un desafío para él, llevándolo a ver su
propio potencial.

Actualmente Nick brinda charlas motivacionales por todo el planeta. Ha escrito diversos libros y es


un referente de superación, optimismo y virtud.

Foto: EFE

Alex Zanardi | Piloto

Alex Zanardi nació el 23 de octubre de 1966, en Bolonia, Italia. El expiloto de Fórmula 1 perdió sus
piernas en un accidente que sufrió durante una competencia en Alemania en 2001.

Lejos de todo lo pensado, el deportista nunca se rindió; su pasión fue más fuerte que su condición
y continuó haciendo lo que amaba. En 2016 obtuvo medalla de plata en los Juegos Paralímpicos de
Río de Janeiro.

Foto: EFE

Historias insólitas.

Hasta el día de hoy nadie ha encontrado una teoría que explique la extraordinaria coincidencia
entre la novela llamada vanidad escrita por Morgan Robertson en 1898 sobre el hundimiento de
un lujoso trasatlántico llamado Titán y los hechos reales que pasaron al naufragio del Titanic que
sucedió 14 años después. La más extrañas coincidencias fueron el mes de la tragedia, el número
de pasajeros tripulantes, botes salvavidas, el tonelaje, la magnitud e incluso la velocidad contra la
que chocó contra el iceberg son datos prácticamente exactos a los que el autor cuenta en su
novela. Morgan Robertson por coincidencias logro predecir lo que le sucedería al Titanic.

2. El Naufrago

En el estrecho de Menay se hundió un barco el 15 de diciembre de 1664, en la costa norte de


Gales donde 82 tripulantes murieron, menos un hombre llamado Hugh Williams, más adelante el 5
de diciembre de 1785 unos 121 años después otro barco se hundió donde murieron 60 tripulantes
solo hubo un sobreviviente llamado Hugh Williams. El 5 de agosto de 1860 se hundió un tercer
barco y este provoco la muerte de 25 pasajeros, solo una persona logró salvarse y su nombre era
Hugh Williams, en la historia de la navegación los naufragios donde solamente sobrevive una
persona son extraños. Como es evidente en los 3 casos anteriores el único sobreviviente tenía el
mismo nombre, ¿acaso será que este nombre atraía mala suerte a las embarcaciones?.
El Mayor Summerford era un oficial británico que mientras combatía en los campos de Flanders en
1918, fue tirado de su caballo por el resplandor de un rayo que lo dejo inmóvil de la cintura para
abajo, el oficial Summerford se retiro y se mudo a Vancouver. Un día en 1924 mientras pescaba en
la ribera de un río, un rayo impacto sobre el árbol donde él estaba sentado y dejó paralizado el
lado derecho de su cuerpo. Dos años más tarde, Summerford ya estaba mucho mas recuperado así
que decidió dar un paseo por un parque en el verano de 1930, fue ese día que nuevamente fue
alcanzado por un rayo y lo dejo paralizado permanentemente. El mayor Summerford murió dos
años después pero ese no es el final de su historia, ya que en una tormenta que paso cuatro años
más tarde un rayo cayó en un cementerio y destruyo una de las lapidas, justo la lapida del mayor
Summerford. Algunos pensaran que son simples coincidencias, o rachas de la vida. Pero poco
creerán que hay un factor oculto detrás de estos acontecimientos impresionantes, tal vez un día la
ciencia avance tanto que podamos darle explicación a hechos tan increíbles como los que
presentamos aquí.

Sin embargo, imaginemos un señor que sale a navegar en su barco. Está en el puerto de Buenos
Aires, embarca en su velero, iza las velas, leva anclas y se hace a la mar. En un momento
determinado se desata una tormenta de viento, lluvia y remolinos tan furiosa y oscura, tan terrible
y feroz, que el velero es virtualmente alzado en el aire y llevado mar adentro. De repente, el
hombre se da cuenta de que ha perdido el control sobre su barco y que la nave se está alejando
inquietantemente de la costa; como el marino no tiene instrumental, desconoce el lugar adonde
se dirige, ni qué demonios va a suceder. Teme por su vida, se sujeta al palo mayor del mástil.
Cuando la tormenta empieza a calmarse, a pesar de que el cielo no se despeja, se da cuenta de
que mira para todos los lados y lo único que ve es agua. La costa ha desaparecido. Reconoce que
está perdido porque la tormenta lo ha dejado a la deriva. El barco está sano, la vela está entera, el
motor del barco funciona, pero él no tiene ni idea de adónde lo ha llevado la tormenta.

Entonces, quizá arrebatado por la falsa fe que a veces nos rapta en momentos desesperados, el
hombre se hinca de rodillas y empieza a rezar. No reza porque sea religioso, sino por su
desesperación. Se acuerda de su fe y entonces reza: "¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Estoy perdido! ¡Dios
mío, ayúdame, no sé dónde estoy!". Y de repente, el cielo se abre y un rayo de sol desciende sobre
el velero y se escucha una voz que dice: "¿Qué sucede?". El hombre está sorprendido, está frente
a un milagro que le está pasando precisamente a él; imaginario o no, lo que está viendo es un
milagro. Entonces contesta compungido: "Estoy perdido. La tormenta me llevó mar adentro.
Ahora no sé dónde estoy". Entonces la voz le dice: "Estás a 28 grados de longitud sur y 35 grados
de latitud oeste". "¡Gracias, Dios mío!", contesta nuestro hombre.
El cielo se cierra. El marino mira para todos lados y exclama de nuevo: "¡Estoy perdido! ¡Estoy
perdido! ¡Estoy perdido!". Y se vuelve a abrir el cielo: "¿Qué pasa ahora?". "Me acabo de dar
cuenta de que, para no estar perdido, no me sirve de nada saber dónde estoy. Lo que yo necesito
saber es adónde voy". Entonces la voz responde: "A Buenos Aires". "No, no, no, pero es que yo no
sé dónde está el lugar adonde yo voy", responde el hombre. La voz precisa: "Buenos Aires está a
35 grados longitud sur". "No, no. Dios mío, estoy perdido, estoy perdido", continúa lamentándose
el hombre. La voz, un tanto harta ya, pregunta de nuevo: "¿Qué pasa?".

"Para dejar de estar perdido, lo que yo necesito saber es el camino que va desde donde estoy
hasta donde voy", responde el náufrago. "¡Uf!", resopla la voz. Entonces sucede un milagro más en
este cuento. Cae sobre el bote un pergamino enrollado con una cinta color fucsia. El hombre lo
extiende y comprueba que contiene en su interior un mapa. Arriba y la izquierda hay una lucecita
roja que se prende y se apaga, y dice: "Usted está aquí". Abajo a la derecha hay un punto marrón
que dice: "Buenos Aires". Y entre medio se puede ver un camino marcado de verde fosforescente
que dice: "Remolino. Viento fuerte. Vado", para indicarle el camino. Él agradece el milagro, levanta
el ancla, extiende la vela, coloca el mapa delante de su timón, enciende el motor para arrancar,
mira para todos lados, consulta el mapa y vuelve a exclamar: "¡Estoy perdido! ¡Estoy perdido!
¡Estoy perdido!".

Beethoven nació el 16 de diciembre de 1770 en la ciudad de Bonn, al oeste de Alemania. Allí,


durante sus primeros años de vida, estuvo expuesto a una exigente formación musical por parte
de un padre obsesionado en convertirle en «el nuevo Mozart».

Tal cuestionable ambición, unido a un no menos peligroso carácter ligado al alcoholismo,


repercutió directamente en la vida personal, académica y social del joven Beethoven, no solo
haciendo de él un niño introvertido y miedoso, sino un mal estudiante demasiado cansado para
atender las lecciones de la escuela después de pasar las noches ensayando ante el piano.

En cualquier caso, sin justificar los medios que pulieron su talento, la realidad es que con tan solo
siete años, Beethoven ya era capaz de dar recitales de piano que dejaban al público boquiabierto;
entre ellos, al mismísimo Christian Gottlob Neefe, que quedó tan impresionado con la habilidad
del pequeño Beethoven, que se interesó en guiar, enriquecer y perfeccionar su formación. Así, a
los 10 años abandonó la escuela para dedicarse enteramente a la música y a los 16, la nobleza de
Bonn le financió un viaje a Viena para aprender de los mejores, entre ellos, del mismísimo Mozart;
pero al poco de llegar a la capital de la música, su madre cayó gravemente enferma y tuvo que
regresar a Bonn.

(*) Dice la tradición que Beethoven tuvo la oportunidad de tocar el piano en un recital en el que
Mozart estaba presente y lo dejó tan fascinado que llegaría a decir: «Este joven hará hablar al
mundo».
Tras la muerte de su madre, su padre cayó en una profunda depresión que obligó a Beethoven a
hacerse cargo de sus hermanos pequeños tocando la viola y dando clases de piano. Por suerte
para él, no tuvo que alargar este tipo de trabajos por mucho tiempo, pues su extraordinario
talento cada vez era más conocido y eran varias las personas interesadas en financiar su completa
dedicación a la música. Y así pasó más de 10 años en Viena como un músico económicamente
independiente hasta que, pasados los 30, empezara a experimentar serios problemas auditivos.
Beethoven probó diferentes procedimientos para curar su eminente sordera, pero nada funcionó.
Tal fue su impotencia, que valoró el suicidio, pero sabía que aún tenía todavía mucha música que
regalar al mundo y siguió componiendo hasta su muerte a los 56 años, dejándonos un legado
musical de nueve sinfonías, 32 sonatas, dos misas y una ópera que le consagran como uno de los
mejores músicos de todos los tiempos.

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