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NO VE LA REALIDAD
Ensayo libre sobre el arte de narrar a partir de algunas novelas de
aventura y ciencia ficción
Por Juan Diego Incardona
“Nací en 1632, en la ciudad de York, de una buena familia… del condado del cual
obtuve mi nombre, Robinson Kreutznaer” (Daniel Defoe, Robinson Crusoe,
1719).
“Mi nombre es Arthur Gordon Pym” (Edgar Allan Poe, Narración de Arthur
Gordon Pym, 1838).
Las primeras líneas de las tres novelas más famosas del mar empiezan
con una presentación directa del narrador. Nada de ambigüedades.
Primero me presento, te digo cómo me llamo, después te cuento. ¿Vos
querés leer este libro? Entonces vas a tener que hablar conmigo. No
seré autor, no seré lector, pero soy narrador y me haré valer. Podrán
soplar vientos huracanados, podrán levantarse olas enormes, seguro
naufragaré en los mares del sur y Dios me apartará del mundo en islas
desiertas, muchos me olvidarán, pero todavía estaré yo y mi nombre.
Y si querés conocer mi historia, deberé empezar por… ¿el principio?
Como es sabido que las cosas siempre empiezan antes (de algún modo
toda la literatura es in media res). ANTES está mi nombre. Luego,
podrás leer la novela, la mía, la trama del universo tejida en mi
personalidad. Seré protagonista, seré testigo, seré primera persona.
Entrá, no tengas miedo. ¿Te parece ver de un modo diferente? Calma.
Este lugar se llama Literatura, es la Casa del sol naciente. “Allá donde
nace el sol / Está nuestra casa pequeña / Donde un día buscaba tu
amor / ¿Por qué me persigue el recuerdo? / ¿Por qué no he podido
olvidar? / ¿Por qué aquel desamparo? / ¿Por qué esa soledad?” ¿Por
qué tantas preguntas? -te preguntarás. ¿Porque… qué es la literatura
sino preguntas, problemas, conflictos? ¿Qué decís? ¿Qué buscás
respuestas? Temo que aquí sólo encontrarás nuevas preguntas.
Primero, ya lo dijimos. ¿Quién? Después, tal vez: ¿qué? ¿dónde?
¿cuándo? ¿por qué?
Por lo tanto, más que hablar de comienzos, sería más adecuado hablar
de recomienzos. “Siempre se recomienza por el medio —dice Gilles
Deleuze en “De la superioridad de la literatura angloamericana”
(1980)—. Los franceses —Deleuze los critica— piensan demasiado en
términos de árbol: el árbol del saber, los puntos de arborescencia, el
alfa y el omega, las raíces y la copa. Justo lo contrario de la hierba. La
hierba no sólo crece en medio de las cosas, sino que ella misma crece
por el medio. En eso radica el problema inglés o el problema
americano. La hierba tiene su línea de fuga, pero no tiene
enraizamiento. En la cabeza tenemos hierba, y no un árbol: eso es lo
que significa pensar, eso es el cerebro, «un certain nervous system»,
hierba”.
Tanto Gordon Pym como Ismael huyeron de una vida que les
resultaba opresiva y decidieron convertirse en viajeros; y como dice la
hermosa frase “hacerse a la mar”, como si fuera uno el que se hiciera
a sí mismo, como si se cocinara la propia identidad —a las brasas, al
vapor, a baño María—, ellos se hicieron a la mar, allí donde se lavan
las penas, se limpian las culpas, donde uno no se mueve con los pies,
sino con el viento. Como dice el verso de Emily Dickinson: “el agua se
aprende por la sed”. Habrán creído, Ismael y Gordon Pym, que,
haciéndose a la mar, encontrarían libertad y buenaventura; sin
embargo, sus itinerarios no fueron tan distintos al de aquellos héroes
de las epopeyas: una sucesión de desgracias. Cien años antes de Poe y
de Melville, lo sentenció el padre de Robinson Crusoe: “Este chico
sería feliz si se quedara en casa, pero si se marcha, será el más
miserable y desgraciado de los hombres”. Empezaba, como un remake
de la Odisea, uno de los grandes tópicos de la literatura anglosajona,
que se volvería recurrente en tantas novelas y relatos: la dificultad del
regreso al hogar. Como le dijeron a Peter Rugg, el desaparecido
(1824), en el relato del mismo nombre de William Austin: “Fuiste
arrancado del pasado y ya no perteneces al presente. Tu hogar se ha
ido y nunca más podrás tener otro hogar en este mundo”. Anotar: los
viajes no sólo se hacen (se narran) en el espacio, sino también en el
tiempo. El peligro de quedar varado no implica sólo islas desiertas,
sino también relojes desiertos. Como le pasó al judío errante, al
holandés volador, a Rip Van Winkle. Comentario personal: Así como
Peter Rugg, el desaparecido, todavía intenta volver a Boston y nunca
lo consigue, comprendo que así yo trato de volver a Villa Celina, pero
cuando vuelvo, descubro que mi casa de la infancia ha sido destruida
por tormentas de ácido sulfúrico y me voy otra vez; al revés del tango
Nocturno…, en mi caso es: ¿cuándo? ¿pero cuándo? Si siempre me
estoy yendo… y entonces escribo. Hoy tengo la sensación de que toda
la literatura se trata de lo que no está. La literatura como el vaso medio
vacío.
“En América Latina y el Caribe, los artistas han tenido que inventar
muy poco, y tal vez su problema ha sido el contrario, hacer creíble su
realidad. Siempre fue así desde nuestros orígenes históricos, hasta el
punto de que no hay en nuestra literatura escritores menos creíbles y
al mismo tiempo más apegados a la realidad que nuestros cronistas
de Indias. También ellos se encontraron con que la realidad iba más
lejos que la imaginación. El diario de Cristóbal Colón es la pieza más
antigua de esa literatura (…). Colón dice que las gentes que salieron a
recibirlo el 12 de octubre de 1492 estaban como sus madres los
parieron (…). Sin embargo, los ejemplares escogidos que llevó Colón
al palacio real de Barcelona estaban ataviados con hojas de palmeras
pintadas y plumas y collares de dientes y garras de animales raros. La
explicación parece simple: el primer viaje de Colón, al revés de sus
sueños, fue un desastre económico. Apenas si encontró el oro
prometido, perdió la mayor parte de sus naves, y no pudo llevar de
regreso ninguna prueba tangible del valor enorme de sus
descubrimientos, ni nada que justificara los gastos de su aventura y la
conveniencia de continuarla. Vestir a sus cautivos como lo hizo fue un
truco convincente de publicidad. El simple testimonio oral no hubiera
bastado, un siglo después de que Marco Polo había regresado de
China con realidades tan novedosas e inequívocas como los
espaguetis y los gusanos de seda, y como lo habían sido la pólvora y la
brújula. Toda nuestra historia, desde el descubrimiento, se ha
distinguido por la dificultad de hacerla creer”.
En los relatos de Celina sucede que aparecen muchos vecinos con sus
nombres reales. Yo pensé que tal vez alguno se podía ofender, que
quizás debería haberles pedido permiso, pero la verdad es que no
podía imaginar a aquellos personajes con otros nombres. Cuando
empezaron a publicarse los libros, me pasó todo lo contrario. Cada vez
que iba al barrio –como el libro fue muy leído en Villa Celina-, me
pasaba que los que aparecían decían que sí, que era todo verdad, que
lo que había escrito fue así, y además le agregaban partes ya no al
cuento, sino “al recuerdo”, incluso cuando eran puras invenciones.
Comentario: la literatura puede convertirse en memoria de una
comunidad. Lo más gracioso es que los vecinos que todavía no
aparecían en los libros, me reclamaban:
1. Ab ovo usque ad mala (desde el huevo hasta las manzanas), que era
la manera en que servían la comida. Primero la entrada (el huevo), en
el medio el plato principal y por último el postre (las manzanas). La
expresión Ab ovo está tomada del poeta Horacio en la que alude al
huevo de Leda del que nació Helena. Equivale a "desde el origen más
remoto". Este comienzo para mí es prácticamente imposible, porque
las cosas siempre empiezan antes. ¿Dónde está el verdadero principio
de una historia? En las tres novelas del mar que traigo a colación, el
efecto de principio se da con la presentación de los nombres de los
narradores (supongamos que estos nombres fueran “huevos” para la
historia que se está por contar, ab ovo), pero enseguida, al exponer
sus estados de ánimo, la analepsis (que se refiere al pasado) se vuelve
inevitable, por más que no esté narrada, porque se convierte en
preguntas para el lector. ¿Por qué se siente así? ¿Qué le pasó? Si estas
preguntas no tuvieran respuesta, inmediatamente se forma una
elipsis, ya que, sin estar escritas, pasan a formar parte latente del
texto. Entonces, lo que parecía principio deja de serlo. Ya no coincide
el tiempo de la narración con el tiempo de la historia. La verdad es
que, casi siempre, la historia es más larga, empieza antes y sigue
después de la última página del relato. La historia es una recta; la
narración es un segmento; o, más apropiadamente, segmentos, en
plural, porque toda narración, por más pretensión de continuidad que
pudiera tener, es fragmentaria en esencia, simplemente porque no se
puede contarlo todo. Así como siempre habrá espacios blancos entre
las palabras, también habrá espacios blancos en medio de las tramas.
La narrativa no es sólo lo que se cuenta, sino, y de manera muy
especial, lo que no se cuenta, lo que a tantas veces se decide no contar.
Comentario: la literatura es palabra y es silencio. Y esos silencios —
sobre todo desde el siglo XX; desde Hemingway y la teoría del
iceberg— pueden ser realmente significativos.
2. In media res (en medio del asunto). Como las cosas siempre
empiezan antes, podríamos decir todos los relatos empiezan in media
res. Pero a veces este recurso es totalmente palpable. Lo que hay que
hacer es buscar una situación, ubicar al personaje en tiempo y espacio
en medio de una acción. Es decir, evitar presentaciones, preámbulos.
A la estructura clásica le sacamos la introducción y dejamos, como
eslabones, el nudo y quizás el desenlace. O, si hablamos de cuentos
modernos, sólo nudos. Otra posibilidad podría ser conservar la
introducción —presentación del personaje, de la época, del lugar,
etcétera—, pero intercalarla algunas líneas después del comienzo,
quizás en el segundo o tercer párrafo. Que el lector ya está metido en
la acción desde el principio es una fórmula irresistible. Si lo que se
narra es interesante, difícilmente abandone el texto. Las primeras
páginas de un libro son como las tortuguitas recién nacidas: están
amenazadas por todas partes; cangrejos y gaviotas quieren
devorarlas. Sólo las que llegan al mar logran sobrevivir, al menos por
un tiempo. Meter al lector en el mar es llevarlo al menos hasta la
página quince o veinte de la novela. Si el comienzo es débil, nuestra
narración puede fallecer de muerte súbita, por aburrimiento. Por
supuesto, las tramas no son lo único importante. Quizás la historia no
empiece con tanta potencia y lo atrapante sea la estética.
3. In extremis res (en el extremo del asunto). Así como las cosas
siempre empiezan antes, también podríamos decir que terminan
después. Así que más que de El final, considero que es más apropiado
hablar de Un final, porque las líneas subjetivas del relato continúan;
sólo hace falta que alguien las escriba. Ni siquiera las generalidades
como “y vivieron felices y comieron perdices” pueden cerrar
completamente las potenciales ramificaciones y continuidades. Es
como las juntas de los caños de plomería. Les ponés teflón, les ponés
cáñamo, pero tarde o temprano empiezan a gotear de nuevo. La fuerza
del agua busca, naturalmente, seguir su curso. Muchos seguimos
esperando la nueva temporada de Lost. Las narraciones que empiezan
por el final necesitan, lógicamente, volver al pasado; a veces éste se
recupera a través de flash back (saltos hacia atrás de corta duración),
ya que se vuelve una y otra vez al presente de la narración –que está
en el extremo del asunto—. Un ejemplo podría ser Harakiri, la gran
película de Masaki Kobashashi. Otras veces simplemente se abre un
gran relato enmarcado con forma de racconto, es decir, como una
larga retrospectiva. En el cine hay varios ejemplos: Titanic,
Rescatando al soldado Ryan, La curiosa historia de Benjamin
Button (basada en la novela de Scott Fitzgerald), etcétera. La idea de
empezar por el final tiene sus desafíos, el más importante es lograr
sorprender al lector con elementos que no estén contenidos en ese
final que se revela de entrada. Porque… ¿quién quiere saber el final?
Es como empezar con un spoiler. El truco es, una vez más, no decirlo
todo, ya sea que empieces por el huevo o por las manzanas, lo mejor
es contar a cuenta gotas, dosificar la narración, porque el lector se
puede enganchar con lo que tiene, pero mucho más con lo que todavía
no tiene.
Por eso, para narrar hay que decir y callar, decir y callar, decir y callar.
De los cuatro, solo Polidori completó la historia (un relato titulado “El
vampiro”, que dio origen al género vampiro romántico). Por su parte,
Mary concibió una historia que inauguraría la ciencia ficción moderna
y el terror gótico: Frankenstein o el moderno Prometeo. Querida
Mary Shelley: “¿No hay una estrella que alumbre la noche / un suave
crepúsculo que acaso calme mi pecho?”
Cuentan que días después Mary tuvo una pesadilla y escribió el cuarto
capítulo del libro.
“Es verdad, seremos monstruos, aislados del resto del mundo, pero
por ello estaremos más unidos el uno al otro. Nuestras vidas no serán
felices, pero seremos inofensivos y libres de toda la desdicha que
ahora siento”.
Dicen que hay cosas con las que no se juega, que hay cosas que mejor
no decir, porque… ¿a ver si se cumplen? Cuando esas palabras están
contenidas, las habita el terror; cuando esas palabras están
pronunciadas, las habita el horror.
“Somos fértiles campos para las semillas del terror —escribió Stephen
King en Danza Macabra (1981)—, nosotros, los bebés de la guerra;
que hemos sido criados en una extraña y circense atmósfera de
paranoia, patriotismo y orgullo nacional”.
Me llamo así, me llamo asá, pero ¿quién soy yo? —se pregunta el
personaje. Las páginas no alcanzan. Las respuestas se desvanecen y el
mundo se ha convertido en un cuestionario infinito. ¿Dónde estoy?
¿Por qué quieren matarme? Esta vida parece una novela.