Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
PETER DRUCKER
En Oficio y arte de la gerencia II. Capítulo 6. Ed. Norma, 1995E
¿Cuáles son mis aptitudes? * ¿Cómo me desempeño? * ¿Dónde debo estar? * ¿Cuál es mi aporte? * La
responsabilidad en las relaciones * La segunda mitad de nuestra vida * La carrera paralela.
Introducción
Por tanto, quienes trabajan con el conocimiento se encuentran ante unas exigencias
drásticamente nuevas:
1. Tienen que preguntarse: ¿Quién soy yo? ¿Cuáles son mis aptitudes? ¿CÓMO
TRABAJO?
2. Tienen que preguntarse: ¿Dónde debo estar?
3. Tienen que preguntarse: ¿Cuál es mi aporte?
4. Tienen que asumir la responsabilidad por sus relaciones.
5. Tienen que planificar la segunda mitad de su vida.
La mayor parte de las personas creen saber qué es lo que hacen bien. Suelen
equivocarse. Es más frecuente que sepan lo que no hacen bien y aun en esto suelen
equivocarse la mayoría de las veces. Sin embargo, uno puede desempeñarse solamente si
se vale de sus aptitudes. No puede forjar su desempeño sobre sus flaquezas, mucho
menos sobre algo que es totalmente incapaz de hacer.
Hace escasos decenios conocer las propias aptitudes era algo que no venía al caso
para la gran mayoría de las personas. Se dedicaban por nacimiento a determinado cargo y
determinado tipo de trabajo. El hijo del campesino llegaba a ser campesino. Si no era
bueno como campesino, fracasaba. El hijo del artesano sería igualmente artesano, y así
sucesivamente. En cambio, ahora las personas tienen opciones y por tanto deben conocer
sus aptitudes para saber qué lugar le corresponde.
Hay una sola manera de averiguarlo: el análisis de retroinformación. Siempre que
se toma una decisión clave, y siempre que se cumple una acción clave, uno escribe lo que
espera que suceda. Nueve a doce meses más tarde, se retroalimenta comparando los
resultados con las expectativas. Llevo unos 15 a 20 años haciendo esto, y cada vez que lo
hago me llevo una sorpresa. Otro tanto sucede a todos los que lo han hecho.
En un lapso relativamente corto, quizá dos o tres años, este sencillo procedimiento le
indicará al individuo, primero, en qué áreas se encuentran sus aptitudes, y esto es quizá lo
más importante para saber acerca de sí mismo. Le indicará qué cosas hace o deja de
hacer y que impiden que sus aptitudes rindan al máximo. Le indicará en qué áreas no es
especialmente competente. Por último, le indicará en qué áreas carece de aptitudes y no
puede desempeñarse.
Del análisis de retroinformación surgen varias conclusiones en materia de acción.
La primera y más importante de las conclusiones: concentrarse en las aptitudes.
Situarse allí donde las aptitudes puedan generar un desempeño y unos resultados.
Segunda: Esforzarse por mejorar sus aptitudes. El análisis de retroinformación
muestra pronto en qué necesita una persona mejorar sus destrezas o adquirir
conocimientos nuevos. Mostrará en qué áreas las destrezas y conocimientos han dejado
de ser suficientes y necesitan actualizarse. También mostrará las lagunas en el
conocimiento de la persona.
Y por lo general, es posible adquirir cualquier destreza o conocimiento en grado
suficiente para no ser incompetente en él.
Los matemáticos nacen, pero casi cualquiera puede aprender trigonometría. Otro
tanto puede decirse de los idiomas extranjeros o de las grandes disciplinas, sean
historia o economía o química.
Muchísimas personas, especialmente las que tienen altos conocimientos en cierta área,
desprecian el conocimiento en otras áreas o piensan que ser “inteligente” reemplaza la
adquisición de conocimientos. Entonces el análisis de retroinformación pronto revela
que un motivo principal de su mal desempeño es la simple falta de conocimientos, o el
desprecio por los conocimientos ajenos a la especialidad propia.
El análisis puede mostrar, por ejemplo, que los hermosos planes del planificador
mueren porque no os pone en práctica. Como tantas personas brillantes, piensan
que las ideas mueven montañas. Pero las montañas las mueven las excavadoras.
Las ideas muestran donde hay que poner a trabajar las excavadoras. Muchos
planificadores brillantes se detienen una vez terminado el plan, pero es allí donde
comienza el trabajo. Entonces el planificador ha de encontrar personas que
pongan el plan en marcha, ha de explicarles el plan, enseñarles, adaptar y
modificar el plan a medida que pasa de planificación a ejecución y, por último,
decidir cuándo conviene dejar de impulsar el plan.
¿Cómo me desempeño?
¿Cómo me desempeño? Es una pregunta tan importante, especialmente para las personas
que trabajan con el conocimiento, como ¿Cuáles son mis aptitudes?
De hecho, puede ser una pregunta incluso más importante. Asombrosamente,
muy pocas personas saben cómo hacen las cosas. Por el contrario, la mayoría de nosotros
ni siquiera sabemos que las personas trabajan y se desempeñan de modos diferentes. Por
tanto, trabajamos en formas que no son las nuestras, y esto casi siempre garantiza el no
desempeño.
La manera como uno se desempeña es algo individual, lo mismo que las aptitudes.
Se trata de la personalidad. La personalidad, sea” innata” o “adquirida”, ciertamente se
encuentra formada mucho antes que la persona comienza a trabajar. La manera como se
desempeña una persona es algo “dado”, como es “dado” aquello que la persona hace bien
o no hace bien. Es susceptible de modificarse, pero no es probable que cambie. Y así
como los individuos producen resultados haciendo aquello que hacen bien, también
producen resultados desempeñándose del modo que les es propio.
El análisis de retroinformación puede indicar que algo anda mal en el modo como
se desempeña el individuo, pero rara vez identifica la causa. Sin embargo, normalmente
no es muy difícil averiguarla. Requiere unos años de experiencia laboral, después de los
cuales uno puede preguntarse – y responder pronto – cómo uno se desempeña. Ello es
así porque ciertos rasgos comunes de la personalidad suelen determinar la manera como
uno alcanza resultados.
La explicación: parece que el propio Eisenhower ignoraba que él no era oyente sino
lector. Mientras fue comandante en jefe en Europa, sus ayudantes se aseguraban de que
todas las preguntas de la prensa se entregaran por escrito por lo menos media hora antes
de comenzar la conferencia. Así el dominio de Eisenhower era total. Sucedió en la
presidencia a dos oyentes, Franklin D. Roosevelt y Harry Truman. Ambos expresidentes se
conocían así mismos en este sentido y ambos disfrutaban de conferencias de prensa
donde las preguntas se lanzaban con entera libertad. Roosevelt sabía que él era oyente
hasta tal punto que insistía en que le leyeran todo en voz alta primero, y sólo entonces
miraba lo escrito. Cuando Truman asumió la presidencia y comprendió que le era preciso
enterarse de los asuntos extranjeros y militares – ninguno de los cuales le habían
interesado mayormente antes – dispuso que los dos integrantes más hábiles de su
gabinete, el general Marshall y Dean Acheson, le dieran una clase diaria en la cual cada
uno le hacía una presentación verbal de 40 minutos, después de lo cal el presidente hacía
preguntas. Parece que Eisenhower se sentía obligado a hacer lo que habían hecho sus dos
famosos antecesores. Como resultado, nunca escuchaba la pregunta que le hacía el
periodista; y esto, sin ser un caso extremo del no oyente.
Unos años después, Lyndon Johson echó a perder su presidencia porque ignoraba
que él, al contrario de Eisenhower, era oyente. Su antecesor, John Kennedy,
sabiéndose lector, había reunido como ayudantes a un grupo brillante de
escritores, como el historiador Arthur Schlesinger, Jr., y BillMoyers, periodista de
primera categoría. Kennedy se aseguró de que éstos le dirigieran sus memorandos
por escrito antes de hablar de ellos en persona. Johnson conservó a estos
individuos entre su persona, y ellos siguieron escribiendo. Tal parece que nunca
entendió una palaba de lo que escribieron. Sin embargo, como senador, Johnson
había sido extraordinario sólo cuatro años antes, pues los parlamentarios tienen
que ser oyentes ante todo.
Hace apenas un siglo muy pocos individuos, aun en el país más altamente
desarrollado, sabían si eran manidiextros o zurdos. A los zurdos se les reprimía; pocos de
ellos llegaron a ser manidextros realmente competentes, e incluso la mayoría terminó
siendo incompetente con ambas manos y con graves perjuicios emocionales, como el
tartamudeo.
Solamente uno de cada 10 humanos es zurdo. En cambio, la proporción de
oyentes a lectores parece acercarse a 50-50. No obstante, así como pocos zurdos se
convirtieron en manidextros competentes, pocos oyentes se pueden convertir (ni se les
puede convertir) en lectores competentes, y viceversa.
Así pues, el oyente que pretenda ser lector sufrirá el destino de Lyndon Johnson,
mientras que el lector empeñado en ser oyente sufrirá el de Dwight Eisenhower. No van a
desempeñarse ni van a realizar logros.
¿Cómo aprendo?
Los siguientes son algunos ejemplos de los diferentes modos en que la gente aprende.
* * *
Cierto director ejecutivo, quien en los años cincuenta y sesenta convirtió lo que era una
firma familiar pequeña y mediocre en la empresa puntera del mundo en su industria, tenía
la costumbre de llamar a su oficina a todos sus altos asociados administrativos,
generalmente una vez por semana. Los hacía sentarse en semicírculo alrededor de su
escritorio y procedía a hablarles a ellos dos o tres horas. Rara vez les pedía comentarios o
preguntas. Discutía consigo mismo. Planteaba la posibilidad de alguna medida de
política, por ejemplo la adquisición de una empresa pequeña que estaba fracasando en la
industria pero que tenía alguna tecnología especial. Siempre asumía tres posturas
distintas respecto de cada una de estas cuestiones: una a favor de la medida, otra en
contra y una con ciertas condiciones en las cuales la medida podría tener sentido.
Necesitaba un público para escucharse a sí mismo. Éste era el modo en que aprendía. Y
de nuevo, aunque el caso es bastante extremo, no era totalmente inusitado. Los
abogados litigantes de éxito aprenden del mismo modo; otro tanto hacen los médicos
diagnosticadores.
Los modos de aprender suman quizá media docena. Hay quienes aprenden
tomando notas copiosas, como Beethoven. En cambio Alfred Sloan jamás tomo un apunte
en una reunión, ni lo hizo el director ejecutivo citado arriba. Hay quienes aprenden
escuchándose a sí mismos mientras hablan. Hay quienes aprenden escribiendo. Hay
quienes aprenden haciendo. Y en una encuesta (informal) que realicé entres profesores
universitarios estadounidenses que habían publicado libros eruditos de amplia acogida y
éxito, éstos me respondieron una y otra vez: “Enseño para oírme a mí mismo hablar,
porque entonces puedo escribir”.
En realidad, de todas las piezas de información importantes que componen el
conocimiento de uno mismo, ésta es una de las más fáciles de adquirir. Cuando pregunto,
“¿Cómo aprende usted?”, la mayoría de las personas lo saben. Pero cuando luego
pregunto, “¿Aprovecha usted este conocimiento?”, pocos lo hacen. Sin embargo, no
aprovechar este conocimiento es condenarse al no desempeño.
Hay quienes trabajan mejor como integrantes de un equipo. Hay quienes trabajan
mejor como asesores. Unos trabajan sumamente bien como instructores y mentores;
otros sencillamente son incompetentes como mentores.
Otra cosa importante que debemos saber acerca de nuestro modo de
desempeñarnos es si nos desempeñamos bien bajo presión o si por el contrario,
necesitamos un entorno altamente estructurado y previsible. Otra característica:
¿Trabajamos mejor como pez pequeño en una organización grande, o mejor como pez
grande en una organización pequeña? Pocos son los que laboran bien en ambas formas.
Una y otra vez, individuos que han alcanzado mucho éxito en una organización grande,
como General Electric Company o Citibank, quedan tristemente a la deriva cuando pasan a
una organización más pequeña. Y repetidas veces personas cuyo desempeño fue
brillante en una organización pequeña se hallan tristemente a la deriva al acepar un cargo
en una organización grande.
Otra pregunta crucial: “¿Produzco resultados como tomador de decisiones o como
asesor?” Muchísimos se desempeñan mejor como asesores y en cambio no pueden
asumir la carga y la presión de las decisiones. Otros necesitan un asesor para obligarse a
pensar pero luego son capaces de tomar la decisión y aplicar las medidas del caso con
prontitud, valor y confianza en sí mismos.
A propósito el anterior es un factor que explica por qué el personaje número dos
en una organización suele fracasar cuando asciende al cargo máximo. Este cargo
precisa un tomador de decisiones. Los que son buenos tomadores de decisiones
en el cargo máximo suelen nombrar a una persona de confianza en el cargo
número dos como asesor, y en esta posición el individuo sobresale. Luego, al
ascender a la posición número uno, el individuo sobresale. Luego, al ascender a la
posición número uno, el individuo fracasa. Sabe cuál debe ser la decisión pero no
puede asumir la responsabilidad de tomar esa decisión.
Por último, para poderse administrar uno mismo hay que saber “¿Cuáles son mis
valores?”
En materia de ética, las normas son iguales para todos y la prueba es sencilla. La
llamo la “prueba del espejo”.
Cuentan que el diplomático más respetado de todas las grandes potencias en los
primeros años del presente siglo fue el embajador alemán en Londres. Era claro
que estaba destinado para cosas más grandes: como mínimo para ministro de
relaciones exteriores de su país, si no canciller federal de Alemania. Sin embargo,
en 1906 renunció súbitamente. El rey Eduardo VII llevaba cinco años en el trono
británico y el cuerpo diplomático se disponía a brindarle una gran cena. El
embajador Alemán, decano del cuerpo diplomático (llevaba casi 15 años en
Londres), presidiría la cena. El rey Eduardo VII era notoriamente mujeriego y dejó
saber qué tipo de cena deseaba. Al final, después de servido el postre, aparecería
una torta enorme y de su interior saltaría una docena o más de prostitutas
desnudas a la vez que se extinguían las luces. El embajador alemán renunció antes
que presidir tal cena. “Me niego a ver a un alcahuete en el espejo cuando me
rasuro por la mañana”.
Ésta es la prueba del espejo. Lo que exige la ética es que nos preguntemos: ¿Qué
tipo de persona deseo ver cuando me rasuro o me maquillo por la mañana?” En otras
palabras, la ética es un sistema de principios claros y éstos no varían mucho. Lo que
constituye conducta ética en un tipo de organización o situación constituye conducta ética
en otro tipo de organización o situación.
Ahora bien, la ética es solamente un componente del sistema de principios, y, en
particular, es sólo un componente del sistema de principios de una organización.
Laborar en una organización cuyo sistema de principios resulta inaceptable para un
individuo o incompatible con él, lo condena a sufrir tanto frustraciones como falta de
desempeño.
A continuación cito algunos ejemplos de principios que los individuos deben llegar
a conocer en relación consigo mismos.
Una de las iglesias pastorales de más rápido crecimiento en los Estados Unidos
está midiendo el éxito por el número de parroquianos nuevos. Considera que lo
importante es cuántas personas se afilian y llegan a frecuentar la iglesia con
regularidad, cuando antes no iban jamás. El Seños, en concepto de esta iglesia, se
encargará de suplir las necesidades espirituales de un buen número de fieles. Otra
iglesia evangélica pastoral cree que importante es la experiencia espiritual de la
gente, y va sacando gradualmente a los recién llegados que se afilian a la iglesia
pero que no proceden a entrar en la vida espiritual de la misma.
Permítame inyectar una nota personal. Hace muchos años yo también tuve que
decidir entre aquello que estaba haciendo bien y con éxito por un lado, y mis
principios por otro. Me iba sumamente bien como joven banquero inversionista
en Londres a mediados de los años treinta; era obvio que aquello armonizaba con
mis aptitudes. Sin embargo, no me parecía que estuviera aportando nada como
gerente de activos. Lo que para mí valía – y así lo comprendí – eran los seres
humanos. Ser el individuo más rico del cementerio era algo sin sentido para mí.
Yo no tenía dinero ni empleo en medio de una gran depresión económica, y no
tenía perspectivas. Pero renuncié, y fue lo acertado.
II
¿Dónde debo estar?
Las respuestas a las tres preguntas: “¿Cuáles son mis aptitudes?”, “¿Cómo me
desempeño?”, “¿Cuáles son mis principios?” Deben facultar al individuo, especialmente a
quien trabaja con el conocimiento, para determinar cuál es el lugar que le corresponde.
Ciertamente, una pequeña minoría sabe muy pronto el lugar que le corresponde.
Por ejemplo, los matemáticos, los músicos, y los cocineros generalmente ya son
matemáticos, músicos o cocineros a la edad de cuatro o cinco años. Los médicos
suelen decidir en la adolescencia, si no antes. Pero la mayoría de las personas
especialmente las muy dotadas, no saben en realidad dónde deben estar hasta
bien pasada la edad de 25 años. Ahora bien, si deben saber para entonces cuáles
son sus aptitudes. Y deben saber cómo se desempeñan. Y deben saber cuáles son
sus principios.
Entonces pueden y deben decidir qué lugar les corresponde. O mejor dicho, deben
ser capaces de determinar qué lugares no les corresponden. El individuo consciente de
que realmente no se desempeña en una organización grande, debe haber aprendido a
decir “no” cuando le ofrecen un cargo en una organización grande. El individuo
consciente de que no es tomador de decisiones, debe haber aprendido a decir “no”
cuando le ofrecen un cargo para tomar decisiones. Un general Patton (quién
probablemente nunca lo aprendió) debió aprender a decir “no” cuando le ofrecieron un
mando independiente en vez de un cargo como subalterno de alto rango.
Ahora bien, sabiendo las respuestas a estas tres preguntas el individuo también
está facultado para responder ante una oportunidad o un ofrecimiento o un trabajo: “Sí lo
haré, pero ésta es la manera como yo debo hacerlo. Ésta es la manera como debe
estructurarse. Ésta es la manera como deben ser mis relaciones. Éstos son los tipos de
resultados que ustedes deben esperar de mí y éstos son los plazos, porque así soy yo”.
Una carrera de éxito no se “planifica”. Es la carrera de un individuo que está
preparado para la oportunidad porque conoce sus aptitudes, su modo de trabajar y sus
principios. Porque el hecho de saber dónde uno debe estar convierte a la persona
corriente – persona trabajadora y competente pero por lo demás mediocre - en un
individuo de desempeño sobresaliente.
III
¿Cuál es mi aporte?
En cambio, Lyndon Johnson perdió tanto la guerra de Vietnam como sus políticas
internas por aferrarse al “¿Qué deseo hacer?” en vez de preguntarse “¿Cuál debe ser mi
aporte?”
Así pues, la decisión sobre “¿Cuál debe ser mi aporte?” reúne y equilibra tres
elementos. Primero viene la pregunta “¿Qué requiere la situación?” luego viene la
pregunta “¿Cómo puedo hacer yo el máximo aporte a lo que necesita hacerse, dadas mis
aptitudes, mi modo de desempeñarme, mis principios?” Por último esta la pregunta
“¿Qué resultados han de lograrse a fin de marcar una diferencia?”.
Esto lleva a su vez a las conclusiones en materia de acción: qué hacer, dónde
comenzar, cómo comenzar, qué metas y plazos fijar.
A lo largo de la historia, muy pocas personas han tenido opciones. El cometido les
era impuesto por la naturaleza o por un jefe. Igualmente, era impuesto en gran medida el
modo en que debían llevar a cabo el cometido. Y también se imponían los resultados.
Eran algo dado. Ahora bien, “hacer lo propio de uno” no es libertad sino licencia. No
produce resultados. No aporta. En cambio, al comenzar con la pregunta “¿Qué debo
aportar?” Sí se otorga libertad. Se otorga libertad porque se otorga responsabilidad.
IV
La responsabilidad en las relaciones
Muy pocos individuos trabajan solos y logran resultados solos: unos pocos de los grandes
artistas, unos pocos grandes científicos, unos pocos grandes atletas. La mayoría de los
individuos trabajan con otros y son eficaces por medio de otros. Esto es así, trátase de
una organización o de personas legalmente independientes. Para administrarse a uno
mismo, pues, hay que asumir la responsabilidad en las relaciones.
Ello comprende dos partes.
La primera es aceptar el hecho de que los demás son tan individuos como uno
mismo. Insisten en comportarse como seres humanos. Esto significa que ellos también
tienen sus aptitudes. Significa que ellos también tienen sus modos de hacer las cosas.
Significa que ellos también tienen sus principios. Por lo tanto, si hemos de ser eficaces
tenemos que conocer las aptitudes, los modos de desempeñarse y los principios de las
personas con quienes laboramos.
Lo anterior suena obvio pero pocos le prestan atención.
Lo típico son aquellos individuos que en su primer trabajo tuvieron como jefe a un
individuo lector. Por tanto, los capacitaron para redactar informes. Su segundo
jefe es oyente, pero estos individuos siguen escribiendo informes al nuevo jefe, tal
como los ayudantes del presidente Johnson seguían dirigiéndole informes porque
Jack Kennedy, quien los había contratado, fue lector. Invariablemente estas
personas carecen de resultados. Invariablemente, su nuevo jefe las considera
idiotas, incompetentes, perezosos. Se convierten en fracasos. Lo único necesario
para evitarlo habría sido una mirada al jefe y la pregunta: ¿Cómo se desempeña?”.
Tres de los ejecutivos jóvenes más capaces en General Motors nunca llegaron a la
plana mayor porque no observaban a Sloan. No se daban cuenta de que era una
pérdida de tiempo escribirle o hablarle mientras no hubiese dedicado algún tiempo
a las cifras primero. Entraban y presentaban sus informes. Luego dejaban las
cifras. Pero para entonces, ya habían perdido a Sloan.
Como se dijo antes, es improbable que los lectores se conviertan en oyentes e
improbable que los oyentes se conviertan en lectores. Pero todos pueden aprender a
hacer una presentación oral aceptable o a redactar un informe aceptable. Es
simplemente deber del subalterno facultar al jefe para realizar su labor. Y ello precisa que
observen al jefe y pregunten: ¿Cuáles son sus aptitudes? ¿Cómo hace el trabajo y se
desempeña? ¿Cuáles son sus principios? Éste, de hecho, es el secreto de “manejar” al jefe.
Otro tanto hacemos con todos los individuos con quienes trabajamos. Cada uno
de ellos trabaja a su manera y no a mi manera. Y cada uno de ellos tiene derecho de
trabajar a su manera. Lo importante es si se desempeñan y cuáles son sus principios. El
cómo de su desempeño probablemente será diferente para cada uno. El primer secreto
de la eficacia es comprender a las personas con quienes trabajamos y de quienes
dependemos, y aprovechar sus aptitudes, sus modos de trabajar, sus principios. Ello es
así porque las relaciones de trabajo se basan tanto en el individuo como en el trabajo en
sí.
Lo segundo que conviene hacer a fin de administrarse a uno mismo y hacerse
eficaz es asumir la responsabilidad por las comunicaciones. Después de reflexionar sobre
cuáles son sus aptitudes, cómo se desempeñan, cuáles son sus principios y especialmente
cual debe ser su aporte, las personas deben preguntarse “¿Quién necesita saber esto?
¿De quién dependo? ¿Y quién depende de mí?” Luego hay que ir y hacérselo saber a todas
esas personas, diciéndoles del modo en que esas personas reciben los mensajes, es decir,
en un memorando si son lectores, o hablándoles si son oyentes, etc.
Los pocos individuos que hacían cosas “fuera de lo común”, por ejemplo los pocos
profesionales, laboraban solos y tampoco tenían que decirle a nadie lo que estaban
haciendo. Hoy la gran mayoría de las personas trabajan con otras que hacen cosas
diferentes.
Cómo dije antes, la vicepresidenta de marketing pudo haber salido del área de
ventas y saber todo sobre ventas. Pero no sabe nada sobre promociones ni precios
ni publicidad ni empaques ni planificación de ventas, etc. Jamás ha hecho alguna
de estas cosas. Entonces incumbe a los individuos que sí las hacen asegurarse de
que la vicepresidenta de marketing comprenda lo que ellos están tratando de
hacer. Por qué están tratando de hacerlo, cómo van a hacerlo y qué resultados
esperar.
Las organizaciones ya no se forjan con base en la fuerza. Cada vez más se forjan
con base en la confianza. Confianza no significa que los individuos tengan que simpatizar.
Significa que pueden confiar el uno en el otro, y ello presupone que se comprendan. Por
tanto, asumir la responsabilidad en las relaciones viene a ser una necesidad absoluta.
Viene a ser un deber. Sea uno miembro de la organización, asesor de la misma, proveedor
o distribuidor, es su deber responsabilizarse por las relaciones con cada individuo con
quien uno trabaja, de cuyo trabajo uno depende y que su vez depende del trabajo de uno.
V
La segunda mitad de nuestra vida
Como dije antes, por primera vez en la historia del hombre los individuos pueden prever
que sobrevivirán a las organizaciones. Ello suscrita un desafío totalmente nuevo: qué
hacer con la segunda mitad de la vida. Ya no podemos prever que la organización para la
cual trabajamos a la edad de 30 años seguirá existiendo cuando cumplamos 60. Además,
40 o 50 años en el mismo tipo de labor suele ser excesivo para la mayoría de las personas.
Se deterioran, se aburren, pierden el gusto por el trabajo, “se jubilan en el empleo” y se
convierten en una carga para sí mismas y para quienes las rodean.
Ello no necesariamente se aplica a los de grandes proezas, como los artistas muy
grandes. Claude Monet (1840 – 1926), el más grande de los pintores
impresionistas, seguía creando obras maestras a los ochenta y tantos años,
laborando casi doce horas al día aunque había perdido casi totalmente la vista.
Pablo Picasso (1881 – 1973), quizá el más grande de los pintores
posimpresionistas, pintó igualmente hasta su muerte a los noventa y tantos años.
Y a los sesenta y tantos inventó un estilo nuevo. El más grande de los
instrumentistas musicales de este siglo, el chelista español Pablo Casals (1876 –
1973), se disponía a tocar una nueva pieza musical y estaba ensayándola el mismo
día en que murió a la edad de 97 años. Pero éstas son las más raras excepciones,
aun entre los de grandes proezas. Ni Max Plank (1858 – 1947) ni Alberto Einstein
(1879 – 1955), los dos gigantes de la física moderna, desarrollaron una gran labor
científica después de los 50 años. Plank tuvo dos carreras más. Después de 1918,
a la edad de 60 años, reorganizó las ciencias en Alemania. Obligado por los nazis a
jubilarse en 1933, estaba por cumplir los 90 años en 1945 cuando comenzó de
nuevo a reestructurar las ciencias en Alemania después de la caída de Hitler. En
cambio, Einstein se retiró a los cuarenta y tantos años para convertirse en un
“hombre famoso”.
Hoy se habla mucho de la “crisis de la edad madura” del ejecutivo. Trátase
ante todo de aburrimiento. A la edad de 45 años la mayoría de los ejecutivos han
llegado a la cúspide de su carrera de negocios y lo saben. Tras 20 años de realizar
casi el mismo tipo de trabajo, han aprendido a hacerlo bien. Mas pocos de ellos
están aprendiendo algo más. Pocos siguen aportando, y pocos esperan que el
cargo vuelva a convertirse en un reto una fuente de satisfacción.
Los trabajadores manuales que llevan 40 años, por ejemplo en la acería o en la cabina de
una locomotora, se encuentran física y mentalmente cansados mucho antes de llegar al
final de su esperanza de vida normal, es decir mucho antes de alcanzar siquiera la edad de
jubilación tradicional. Están “acabados”. Si sobreviven - y su expectativa de vida
también ha ascendido, a un promedio de 75 años aproximadamente – se sienten muy
satisfechos de pasar 10 o 15 años no haciendo nada, jugando golf, pescando, dedicándose
a algún pasatiempo menor, etc. Pero las personas que trabajan con el conocimiento no
están “acabadas”. Son perfectamente capaces de funcionar pese a quejas menores de
toda índole. Sin embargo, el trabajo original que tanto las estimulaba a los 30 años se ha
convertido en algo fatalmente aburridor cuando ellas mismas tienen 50 años y se ven ante
la perspectiva de otros 15, si no 20, años de trabajo.
Para administrarse a uno mismo, pues, será cada vez más necesario prepararse
para la segunda mitad de la vida (los mejores libros sobre el tema son de Bob Buford,
hombre de negocios de gran éxito que creó su propia segunda mitad de la vida. Se titulan
Half time (Grand Rapids: Zondervan, 1994) y Game Plan (Grand Rapids: Zondervan, 1997).
Las respuestas son tres. La primera es realmente comenzar una segunda Carrera
diferente (como hizo Max Planck). Con frecuencia, se trata únicamente de pasar de un
tipo de organización a otra.
La carrera paralela
La segunda respuesta a la pregunta de qué hacer con la segunda mitad de la vida
es desarrollar una carrera paralela.
Un número grande – y creciente – de individuos, especialmente personas de
mucho éxito en su primera carrera, persisten en el trabajo que han venido realizando
durante 20 o 25 años. Muchos siguen laborando cuarenta o cincuenta horas semanales
en su empleo pagado principal. Unos pasan de ser empleados de tiempo completo a
empleados de tiempo parcial o asesores. Pero entonces generan para sí mismos un
trabajo paralelo – generalmente en alguna organización sin ánimo de lucro -, trabajo que
frecuentemente consume otras diez horas semanales. Se encargan de la administración
de su iglesia, por ejemplo, o de la presidencia del consejo local delas Guías Scouts.
Administran un albergue para mujeres maltratadas, trabajan en la biblioteca pública
como bibliotecarias para niños. Se vinculan a junta escolar local, etc.
Por último, la tercera respuesta: existen los “empresarios sociales”. Trátase por lo
general de personas con mucho éxito en su primera profesión como hombres de negocios,
médicos, asesores, profesores universitarios. Su trabajo les gusta muchísimo pero ha
dejado de ser un reto. En muchos casos siguen haciendo lo que siempre han hecho,
aunque le dedican menos y menos tiempo; pero también comienzan otra actividad, que
generalmente es sin ánimo de lucro.
Los siguientes son algunos ejemplos, comenzando con Bob Buford, autor de los dos
libros citados arriba sobre cómo prepararse para la segunda mitad de la vida.
Buford forjó un negocio de radio y televisión de mucho éxito y sigue
administrándolo. Pero también comenzó y forjó con éxito una organización sin
ánimo de lucro con miras a facultar a las iglesias protestantes de los Estados
Unidos para sobrevivir; y ahora está forjando, con igual éxito, otra organización
con miras a enseñar a otros empresarios sociales cómo administrar sus propias
empresas privadas sin ánimo de lucro a la vez que siguen administrando sus
negocios originales. También está el abogado/asesor legal de una gran empresa
que con igual éxito ha comenzado una empresa para montar escuelas modelo en
su estado.
Las personas que administran la “segunda mitad” quizá siempre sean la minoría.
La mayoría tal vez siga haciendo lo que está haciendo ahora, o sea retirarse en el cargo,
sentirse aburrida, perseverar en su rutina y contar los años hasta la jubilación. Pero será
aquella minoría – los individuos que ven en la esperanza de una larga vida laboral una
oportunidad tanto para sí mismos como para la sociedad - quienes se han de convertir
cada vez más en los líderes y los ejemplos. Cada vez más serán éstos los “casos de éxito”.
Para administrar la segunda mitad de la vida existe un requisito: comenzar a forjar
mucho antes de entrar en ella.
Cuando se hizo claro hace 30 años que la esperanza de vida laboral estaba
alargándose rápidamente, muchos observadores (entre los cuales me incluyo)
pensaron que los jubilados se convertirían cada vez más en voluntarios de las
instituciones estadounidenses sin ánimo de lucro. Ello no ha sucedido. Si uno no
comienza como voluntario antes de los 40 años aproximadamente, tampoco será
voluntario después de los 60.
Hay otra razón por la cual administrarse a uno mismo va a implicar, cada vez más
desarrollar un segundo interés importante, y que esto se haga pronto en la vida.
Nadie puede esperar que vivirá mucho tiempo sin algún revés serio en la vida o en
el trabajo.
En una sociedad de conocimiento esperamos que todos tengan éxito. Ahora bien,
esto es claramente imposible. Para muchísimas personas habrá, en el mejor de los casos,
ausencia de fracaso. Porque allí donde hay éxito, tiene que haber fracaso. Y entonces
resulta vitalmente importante para el individuo – más también para la familia del
individuo – que éste cuente con un terreno donde aporte, donde marque una diferencia,
donde sea alguien. Esto significa tener una segunda área: sea una segunda carrera, una
carrera paralela, una empresa social, un interés externo serio, todo lo cual ofrece una
oportunidad para ser líder, para ser respetado, para tener éxito.
En Alemania, por ejemplo, la movilidad (hasta hace muy poco) terminaba cuando
el individuo cumplía 10, o a más tardar 16 años. Si el niño no entraba en el
gimnasio a los 10 años, había perdido toda oportunidad de ir a la universidad. Y el
aprendizaje emprendido a la edad de 15 o 16 años por todos los que no ingresaban
en el gimnasio, como mecánicos, oficinistas de banco, cocineros, determinaba
irrevocablemente e irreversiblemente el oficio que la persona desempeñaría el
resto de su vida. Pasar del oficio donde uno hizo el aprendizaje a algún otro oficio
sencillamente no se hacía, aun cuando de hecho no fuera prohibido.
La sociedad desarrollada que afronta el desafío más grande es aquella que más
éxito ha tenido en los últimos 50 años: el Japón. El éxito del Japón – y no tiene
precedente en la historia – descansaba en muy gran medida sobre la inmovilidad
organizada: la inmovilidad del “empleo vitalicio”. En el empleo vitalicio la organización es
la que administra al individuo. Y lo hace, desde luego, con la suposición de que el
individuo no tiene opción. Al individuo lo están administrando.
Abrigo el vivo deseo de que el Japón halle una solución que conserve la estabilidad
social, la comunidad – y la armonía social - que el empleo vitalicio brindaba, a la vez que
genere la movilidad necesaria para el trabajo de conocimiento y para las personas que se
desempeñan en él. Lo que está en juego es mucho más que la sociedad y la armonía cívica
del mismo Japón. Una solución japonesa ofrecería un modelo, pues en cualquier país la
sociedad necesita cohesión para poder funcionar. Aun así, un Japón de éxito será un
Japón muy diferente.
Pero también lo serán los demás países desarrollados. El surgimiento de la
persona que trabaja con el conocimiento, que puede y debe administrarse a sí misma,
está transformando a todas las sociedades.
EL FUTURO DE LA SOCIEDAD.