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Chile y sus lecciones para Argentina

Por Sebastián Galiani


27 de octubre de 2018
Publicado en Foco Económico
http://focoeconomico.org/2018/10/27/chile-y-sus-lecciones-para-argentina/

Entre los comienzos del capitalismo y la actualidad, muchas sociedades lograron reducir
sus tasas de pobreza de forma sostenida y persistente. Una de esas experiencias,
interesante por su proximidad temporal y geográfica, es la de Chile. Entre 1990 y 2017,
Chile redujo su tasa de pobreza desde el 38% hasta el 8%, a pesar de haber cambiado
en 2013 la metodología de medición de forma tal que más ciudadanos eran clasificados
como pobres.

Fuente: Ministerio de Desarrollo Social de Chile

¿Cómo se explica este fenómeno? En términos generales, los cambios en la tasa de


pobreza pueden descomponerse en tres fuentes: el “efecto crecimiento”, causado por
cambios en el valor real de los ingresos; el “efecto distribución”, impulsado por cambios
en la distribución del ingreso que inducen cambios en los recursos que poseen los
hogares más pobres; y el “efecto línea de pobreza”, que se produce ante cambios en el
valor real de la línea de pobreza, ocurridos por cambios en los precios relativos de la
economía (ver acá).

En el caso particular de Chile, el principal determinante de la baja en la pobreza fue el


cambio en el ingreso per cápita familiar, que creció al 3.2% anual entre 1990 y 2013 y
al 4.2% entre 2006 y 2015. La comparación con Argentina es elocuente: mientras que

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en 1990 el ingreso chileno era un 35% más bajo que el argentino, hoy es un 15% más
alto.

Fuente: Maddison Project 2018 database.

¿Cuáles fueron los principios sobre los que se asentó la política económica chilena
durante este periodo de prosperidad rampante? Fundamentalmente tres: estabilidad
macroeconómica, utilización extendida del sistema de precios para la asignación de
recursos e integración al mundo. Tres principios que fueron frecuentemente ignorados
de este lado de la cordillera durante el mismo periodo.

Cuentas públicas sanas

Las cuentas públicas sanas son una pieza fundamental de cualquier economía estable.
La consolidación fiscal chilena -que empezó durante el gobierno de Pinochet- perduró y
se profundizó durante los distintos gobiernos democráticos, lo cual le permitió a Chile
reducir su deuda publica sustancialmente. Con esto, su economía se volvió más
resiliente. Mientras que en 1990 la deuda neta del gobierno llegaba al 24% del PBI, para
2008 el gobierno había alcanzado la peculiar posición de ser acreedor neto por 22
puntos del producto.

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Fuente: Banco Central de Chile

El compromiso de la democracia con la sostenibilidad fiscal llegó a tal punto que en el


año 2001 el gobierno de Ricardo Lagos implementó una regla fiscal con el fin de
automatizar la prudencia en el gasto público. La racionalidad de la regla es sencilla. Sin
regla, cuando el precio del cobre es excepcionalmente alto (y por lo tanto también lo son
los recursos públicos) el gobierno tiene incentivos a aumentar fuertemente el gasto
fiscal, tras el cual sobreviene una importante apreciación real de la moneda. Ante esta
situación, la economía queda muy expuesta a una caída en el precio del cobre, frente a
la que se necesitaría una fuerte depreciación real y una contracción fiscal en tiempos ya
de por sí recesivos. Para evitar esta situación viene al auxilio la regla fiscal: en
momentos en que el precio del cobre es excepcionalmente alto, el gobierno lleva
adelante una política de superávit fiscal que genera dos efectos virtuosos. En primer
lugar, la regla contiene la expansión en la absorción doméstica, lo cual a su vez modera
la apreciación real de la moneda. En segundo lugar, genera un colchón fiscal para los
momentos malos. De esta manera, cuando el precio del cobre cae, la depreciación
necesaria para restaurar el equilibrio macroeconómico no es tan grande y
adicionalmente el gobierno puede ejecutar una política fiscal más expansiva para
suavizar los efectos del shock sobre la actividad (ver acá una discusión detallada).

Esta racionalidad tuvo varias oportunidades para probarse en la práctica. Entre 2005 y
2008, el precio promedio del cobre fue más de tres veces superior que entre 1999 y
2004. Ante esta situación, en lugar de embarcarse en políticas expansivas, el gobierno
de Chile experimentó altos superávits fiscales que alcanzaron un sorprendente 7.5% del
PBI en 2007. Este comportamiento le dio margen al gobierno para actuar de forma
expansiva luego ante la crisis de 2009 sin poner en riesgo la sostenibilidad de las
cuentas públicas.

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Fuente: Banco Central de Chile

Inflación baja

En 1990, a la salida de su último gobierno autoritario, la inflación en Chile alcanzaba el


27%. Reducir la inflación se convirtió en una prioridad de la política económica del
gobierno democrático electo. Con este fin, las autoridades del Banco Central decidieron
articular uno de los primeros regímenes de metas de inflación del mundo.

Este régimen, sin embargo, no nació como el sistema de metas de inflación moderno
que se implementa actualmente en una gran parte del mundo, sino como un híbrido
diseñado para responder ante las condiciones iniciales de las que partía la economía
chilena. La primera etapa del régimen de metas de inflación se extendió entre 1990 y
1999. Sus características principales fueron una sólida independencia del Banco
Central, una meta definida cada septiembre para la inflación del año siguiente, y algunas
medidas cambiarias y financieras (como las bandas cambiarias móviles y los controles
a la entrada de capitales de corto plazo) diseñadas con el objetivo de alinear las
expectativas y evitar un fuerte déficit de cuenta corriente. Vale aclarar que, de todos
modos, algunas cifras nos conducen a ser cautelosos sobre la efectividad de las bandas
cambiarias y los controles de capitales para conseguir sus objetivos deseados: entre
1990 y 1997, el tipo de cambio real en Chile se apreció un 35%. En 1993, 1996, 1997 y
1998, además, el déficit de cuenta corriente superó el 4% del PBI.

Luego de varios años trabajando con este sistema, Chile alcanzó una inflación del 3%.
Una vez cumplidas las precondiciones para que un régimen de metas de inflación
moderno funcione de forma exitosa, Chile pasó en 1999 a un sistema centrado en una
comunicación transparente, con la tasa de interés como instrumento principal de política
monetaria y un tipo de cambio flotante.

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Fuente: Instituto de Estadísticas de Chile

Bajo este sistema, el tipo de cambio flotante funciona como mecanismo de adaptación
de la economía real ante fluctuaciones externas. Por ejemplo, cuando el precio del cobre
sube y se acelera el crecimiento de la demanda agregada, el peso chileno se aprecia,
conteniendo la inflación. Por el contrario, cuando el precio del cobre cae, la demanda se
desacelera y la capacidad de compra en el mundo de la economía chilena se reduce,
su moneda se deprecia, protegiendo el nivel de actividad.

Fuente: Banco Central de Chile e Instituto de Estadísticas de Chile

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Como en toda economía con un régimen de metas de inflación consolidado, estos
movimientos cambiarios que se generan en respuesta a shocks externos suceden sin
mayores turbulencias: aunque el tipo de cambio muestra grandes fluctuaciones, en Chile
la inflación interanual promedio entre 1999 y 2017 fue del 3%.

Fuente: Banco Central de Chile e Instituto de Estadísticas de Chile

Utilización del sistema de precios e integración al mundo

En el plano microeconómico, el criterio chileno durante este período consistió en


eliminar trabas al sector privado para favorecer la inversión y la innovación.
Comparemos a Chile con Argentina en este aspecto usando como guía el índice de
competitividad del Foro Económico Mundial. En el ítem sobre independencia del sistema
judicial, Chile ocupa el puesto 36 de 140 países; Argentina el puesto 101. En el ítem
sobre impuestos y subsidios distorsivos, Chile ocupa el puesto 15 y Argentina el 130.
En el ítem sobre flexibilidad en la determinación de los salarios, por último, Chile ocupa
el puesto 7 y argentina el puesto 137.

Otra política relevante que llevó adelante Chile en este sentido fue su integración al
mundo. La dinámica en este plano muestra familiaridades con la observada en la
cuestión fiscal: aunque el proceso de apertura comercial empezó en el gobierno de
Pinochet, los gobiernos democráticos lo profundizaron y fortalecieron. En 1991, el
gobierno de Patricio Aylwin redujo unilateralmente los aranceles promedio desde 15%
a 11%. En 1998, el gobierno de Eduardo Frei lo hizo desde el 11% al 6%.

Pero la política comercial no se agotó en la baja de aranceles. Entre 1997 y 2015, Chile
firmó 23 tratados de libre comercio que abarcaron a Estados Unidos, la Unión Europea,
Latinoamérica, Japón, Australia y el sudeste asiático. Una pequeña imagen puede ser
útil para ilustrar la relevancia de abrir mercados: los vinos argentinos pagan un arancel
de 14% para acceder a China; los vinos chilenos, un arancel de 0%.

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Reflexión sobre Argentina

Argentina y Chile son países distintos. Sin embargo, un entorno macroeconómico


estable que reduzca la incertidumbre y un sistema de incentivos que premie la inversión
y la innovación también traerá progreso para nuestro país. Pensemos en los grandes
eventos que retrasaron el crecimiento económico argentino en los últimos cuarenta
años: el Rodrigazo, la crisis de la tablita, la hiperinflación, la crisis de 2001 o el cepo
cambiario. Todos derivaron de experiencias macroeconómicas rígidas e insostenibles.
Pensemos, también, en algunas calamidades recientes y no tan recientes de la
economía argentina: un sistema financiero pequeño, un pobre dinamismo exportador,
la caída en la producción de energía, la inexistencia de un mercado de créditos
hipotecarios robusto o el rezago en el desarrollo de un mercado aerocomercial eficiente
y amplio. Todas derivaron de un conjunto de políticas económicas que desincentivaron
el desarrollo de estos sectores.

La motivación por la que nos detenemos a mirar a Chile no es la de imitar a ciegas un


recetario de políticas, sino la de buscar inspiración en principios económicos básicos
que resultaron fundamentales para poner en marcha una economía próspera. Combinar
estos principios con políticas de distribución inteligente e igualdad de oportunidades
sería una completa innovación en nuestra historia. Vale la pena hacer el intento.

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