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Salud y libertad Vs pandemia

Por: Boris Edgardo Moreno


Ingeniero Forestal Universidad del Tolima

«La lechuza de Minerva solo levanta el vuelo al anochecer», a decir de Hegel la teoría emerge
después de la realidad cumplida y así se había mantenido hasta nuestros días. Empero, en la
convulsión planetaria que vivimos a causa del Covid-19, llamado habitualmente coronavirus, los
filósofos contemporáneos han invertido a Hegel y han dejado que las alas de la teoría se
desplieguen a plena aurora. De esta forma, hemos visto desfilar, desde el ya acostumbrado
pensador del momento Slavoj Zizek hasta Jean-Luc Nancy, pasando por Agámben, Espósito…
todos ellos como dice Atilio Borón con la “(…) intención de dibujar los (difusos) contornos del
tipo de sociedad y economía que resurgirán una vez que el flagelo haya sido controlado.”

Desde diferentes ópticas y con múltiples cajas de herramientas, cada uno de ellos apuesta un
marco teórico del acontecer que nos deparará la pandemia, entendida y comprendida como un
“hecho social total”; por ende, algunos autores se atreven hablar de un mundo postcapitalista,
otros muy mesurados sólo hablan de un capitalismo postneoliberal y otros del incremento del
autoritarismo estatal bajo la orientación oriental. Pero igual hay que decir, que todos los analistas
convergen en afirmar, que nada volverá a la “normalidad”, que estamos ad portas de un conjunto
de transformaciones, pero claramente divergiendo en el tipo, magnitud y sentido de los cambios
que estructuran el mundo postpandemia.

Sin desconocer de manera alguna la inmensa importancia de los ámbitos políticos y económicos
en el acontecer, se debe considerar que el síntoma estructurante de la realidad actual y, por ende,
del sentido común que guía el accionar individual y colectivo, es indefectiblemente la pandemia,
debido a que se posesiona en la médula del pensamiento y el conocimiento, es decir, de la
relación dialéctica que existe entre la vida y la muerte, así como de los canales que se derivan de
ella.

El volver a tener la presencia de la muerte, en el nudo puntual de la decisión, de cualquier tipo de


decisión, se interpela por una nueva capacidad (potencia), que sepa dar significado a la decisión y
que construya un sentido que no dependa de negar nuestra finitud (muerte) del marco de la
decisión, eso sí sin darle “sentimiento de terror, reverencia o esperanza”, pero que tampoco
dependa de la simple finitud humana. Esta finitud de lo vivo, nos obliga a introducir en nuestro
sentido (que como se ha dicho es común) a todas las formas de vida existentes en el planeta y,
por razones que saltan a la vista, el entorno que permite que sobrevivan cotidianamente.

En este orden de ideas, se desprenden dos tareas inmediatas en el horizonte del pensamiento, la
primera de ellas es aceptar que el capitalismo hace rato llegó a su término final y que su agonía se
escucha claramente en este último estertor. No podemos seguir atribuyendo al capitalismo una
especie de infinitud, de inmortalidad, o de entidad muerta que continúa viviendo, de ahí que sea
prioritario salir en multitud a darle su merecida sepultura. En segundo lugar, es fundamental
comprender que la vida tal y como la conocemos y desconocemos hasta el presente, responde a
un “equilibrio dinámico” en el que lo vivo, no es más que un accionar continuo de relaciones (el
entorno) que deben ser parte del pensar que estructura la decisión política de los seres humanos.

Con esto no se quiere decir que el ente químico denominado virus, por sí mismo atacó y destruyó
la forma de organización social existente, o que su sino sea, inexorablemente, venir a dar la gran
estocada al orden establecido. Si se pretende plantear que la pandemia ha puesto, sobre la sien del
intelecto general, un cuestionamiento agudo de la filigrana que sustenta el sistema social,
percibido claramente en las decisiones cotidianas que se toman a nivel individual y colectivo
(donde el aislamiento social vendría a ser la menos importante), por lo cual la decisión
(independientemente de la que se tome), no proviene de forma directa de lo acostumbrado, no se
llega a ella por el automatismo mental instalado, sino que pasa de nuevo por el filtro de la
interrogación. En otras palabras, debido a la pandemia se ha puesto de nuevo en circulación
universal la negatividad de lo dado, de lo establecido y, por consiguiente, hasta lo que queda por
dar y restablecer por parte del capitalismo; realmente se pone en duda hoy sus capacidades y
posibilidades de constructor de presente y futuro, en su propio lenguaje, se puede afirmar que la
salud y/o condición del sistema social, es precaria.

Uno de los grandes cuestionamientos que están en el juego del intelecto general es la gestión de
la salud, empezando por repensar, qué debemos entender por un cuerpo sano, por fuera de la
dicotomía sano/enfermo, ya que ese cuerpo sano sólo podrá darse en una concatenación con un
ambiente sano, complejizando de esta forma, los elementos que participan en la construcción de
una idea de salubridad que no niegue la enfermedad, capaz de sobreponerse o convivir con ella.
Al hilvanar delicadamente el cuerpo y el ambiente (natural y/o construido), como se ha expuesto,
se complejiza fuertemente su relación y con ella el concepto de salud y por razones que
expondremos más adelante y, por efecto dominó, se revalúa de forma diametral el concepto de
seguridad.

Lo complejo emerge debido a que la salud no será ubicada en el cuerpo o en su medio


circundante, sino en la relación o interacción que se da entre ellos. En otras palabras, la señal
sináptica que guía la relación del cuerpo con el ambiente es indefectiblemente el con-tacto que
realiza el soma con su medio, por lo que los tipos y formas de interacción se convierten en el eje
del pensamiento, el conocimiento y la acción.

La interacción no sólo es biunívoca, sino que construye una red de estructuras que en su conjunto
podemos llamar hábitat (si se prefiere sistema), y que por separado se conocen como estructuras
biológicas, culturales, emocionales y productivas, que interactúa cada una en su interior y entre
ellas, generando un sin número de interacciones que permiten plantear, que lo realmente
importante son las interacciones y ellas son las que construyen las estructuras.

En este sentido, las interacciones biológico-emocionales son las que edifican los procesos de
resilencia, recuperación y reconstrucción, que en su conjunto conocemos como sistema
inmunológico, el cual estará definido como lo plantea muy bien Gustavo Wilches, por una salud
emocional, afectiva, corporal… dada por una equilibrada interacción con el entorno inmediato o
más amplio al que estamos adscritos. Este tipo de interacciones, necesitan indiscutiblemente de
otro tipo de patrón de comportamiento (individual/colectivo), una gestión diferente de las
interacciones y por ello también, de otro tipo de organización político-social, debido a que la
consolidación de un ambiente sano (natural y/o construido), como única fuente de edificación de
un sistema inmunológico fuerte, choca con la visión de una salud focalizada, exclusivamente, en
los órganos, olvidando la unidad del cuerpo y sus respectivas relaciones.

Bajo esa visión se levanta un sistema de gestión sanitaria que especula constantemente con el tipo
de amenazas y que vive exclusivamente de la renta de la enfermedad, de tener siempre a la gente
enferma o en la angustia de una posible enfermedad, lo importante para ellos es que todos
estemos medicados; desde ningún lado se trabaja en perspectiva de una “ética del cuidado”, de la
protección y la conservación… Por ello, ante la aparición de una pandemia la única “salida” que
les queda es el aislamiento, convertir las casas en prisiones, y en amenaza potencial a cada
individuo, destruyendo de paso la capacidad de respuestas colectiva, recuperación natural
(anticuerpos) y reconstrucción del entorno.

Al perder la interacción con el entorno (todo a lo que nos adscribimos) o al construir relaciones
incoherentes con el medio, se hace imposible construir una política de bienestar, porque ese estar
y/o sentirse bien, sólo puede acontecer en la dinámica de lo individual a lo colectivo y de lo
colectivo a lo comunitario, sólo puede emerger del con-tacto con el otro o lo otro, muy claro lo
tenía Baruch Espinosa cuando decía que la tristeza y el pánico aislaban y la alegría y el valor
agrupaban. En otras palabras, la alegría, manifestación máxima del bien/estar, se expresa y se
consolida en lo común, se podría decir que la alegría es el bien común inmaterial más importante
de la existencia humana y, por ende, debe ser la verdadera medida de valor.

De igual forma, la emergencia de la alegría es una expresión inequívoca de seguridad, de


percibirse, estar y sentirse cómodo con el entorno y cada uno de sus componentes. Esta seguridad
al igual que el bienestar proviene entonces de las relaciones e interacciones que establecemos en
la construcción colectiva que diariamente realizamos, en términos clásicos es una seguridad que
se da en el tejido social, en la confianza que el otro deposita en mí, y en la que yo deposito en
todos.

En este sentido, por seguridad vamos a entender y practicar una seguridad humana, una que se
sienta y manifiesta alegremente. La seguridad se debe centrar en la humanidad que busca el
bienestar y no hay bienestar sin salud, alimento, vivienda y participación. Esta seguridad se
preocupa por la forma en la que vive la gente y la vida de ellos y ellas con su entorno, la libertad
con la cual se pueden generar diversas opciones, el acceso a los bienes necesarios para la vida, la
distribución de las oportunidades, el trámite del conflicto y la construcción de la paz.

En resumen, la nueva seguridad que debe ser implementada, se relaciona con la salud y bienestar,
es por ello por lo que se hace importante una seguridad que se entiende en relación con la vida y
salud de los ecosistemas, una seguridad que es preventiva, no reactiva, ni coercitiva.

En este significado y sentido de seguridad, podemos ver con claridad, que uno de sus primeros
elementos o componente es la alimentación, desde su producción soberana, como la producción
sana de los alimentos, así como el tipo de alimentos que debemos consumir los seres vivos, en
aras de consolidar una relación de armonía en el entorno. Ya lo han estudiado y demostrado los
inmunólogos que una dieta alimenticia adecuada, balanceada y sana es la fuente primaria para
fortalecer el sistema de defensas, además del respiratorio, digestivo y aunque no se crea, de las
emociones. De ahí que, los llamados a fortalecer el campo y reorientar las formas de producción
y el tipo de productos sean los más acertados para el momento político, es indiscutible
necesitamos más tubérculos, hortalizas, especias… y menos, pero muchos menos, azúcar y
bebidas azucaradas.

Bajo lo anteriormente mencionado, encontramos que una interacción equilibrada en el entorno, es


el resultado de otra visión, conceptualización e integración de la salud, inmunología, seguridad y
bienestar. En síntesis, urge una nueva apuesta en común, donde lo vivo sea lo realmente
importante, donde el trabajo vivo tenga mayor valor que el trabajo muerto, sin lugar a dudas una
política de-vida.

De la transformación que debe existir de lo individual a lo colectivo y de ahí a lo común de la


comunidad, se podrá reconstruir el concepto y significado de la Política, debido a que, bajo la
emergencia de las integraciones expuestas anteriormente, se podrán realizar los cambios
necesarios que necesita urgentemente nuestra casa en común para seguir preservando la vida
humana.

Esta nueva Política definirá nuevos valores y nuevas acciones, cambiando completamente su
razón de ser; en primer lugar, se reemplazará el poder como su objeto de ser, para colocar la vida
en común como su horizonte y fuente de producción. En segundo lugar, se les dará a los
colectivos (barrios, veredas, asociaciones…) su potencia y capacidad decisoria, ya que el palpitar
de esta Política se encuentra en las interacciones y serán estos colectivos los encargados, no sólo
de su realización, sino de su necesaria transformación a lo comunitario.

Finalmente, la capacidad de acción ya no dependerá de la cohesión de un sector sobre el otro,


sino de la capacidad conectora de los patrones de red que se construyan, de esta forma, lo común
no emergerá de la adscripción identitaria, sino de compartir una diferencia complementaria,
donde, como dice Esposito, no existe sujeto de derechos, si no sujeto de deberes.

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