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Módulo 6:
Docente:
Virginia Gawel
Lo que hacemos con lo que nos sucede. Ruptura, caos y reorganización. Moda-
lidades de crisis. Crisis: la mutación de nuestra identidad. Reconocer para decidir:
crisis y negación. Wu-wei: acompañando el fluir de la ola. La desconstrucción de
nuestros hábitos: saliendo de la jaula. La crisis de la mitad de la vida: retornando a
casa. El proceso de individuación. La traslocación del eje de existencia. ♣--------------
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LO QUE HACEMOS CON LO QUE NOS SUCEDE
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fluctuación, dado que son vulnerables a diferentes tipos de intercambios que pe-
netran en ellos. Así son todos los sistemas abiertos (no sólo los seres vivos, sino
también las obras humanas, tales como los pueblos, las instituciones, los grupos...
siempre que sean abiertos).
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tema se reorganice en función de un patrón más armónico, más sano, más maduro:
un nuevo orden que, si estamos alertas, podemos instituir más lúcidamente.
Modalidades de crisis:
Si aplicamos toda esta información a los acontecimientos críticos que inciden so-
bre el psiquismo humano, podremos encontrar dos tipos de crisis, que pueden co-
existir o no (si inicialmente esta clasificación le resulta abstracta, no se preocupe
que la irá asimilando mejor a medida que transcurra este Módulo):
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psiquismo humano también puede erupcionar patologías que no parecían
evidentes, y que de pronto empiezan a serlo.
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Muchas veces nos parecerá que fuimos o vamos hacia abajo y hacia atrás,
en vez de hacia arriba y hacia delante. Sin embargo, ese proceso, visto desde una
mirada más abarcativa en el tiempo, nos puede mostrar un dibujo en el cual se
evidencia un progreso que, mientras estaba siendo vivido, quizás no era ponderado
como tal...
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hablara) respecto de qué actitud sería conveniente adoptar en diferentes si-
tuaciones de la vida. Y allí encontraremos una amplia gama de posibilidades: es-
perar, trabajar sobre nuestro pasado (sobre “lo echado a perder”), actuar con vigor
(tal como lo sugiere el hexagrama “La mordedura tajante”), retroceder...
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de quien busca ayudar a quien se niega a ver la realidad? Si así fue, podrá com-
prender mejor esto que le comparto.
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Este mecanismo, que puede ser salvador cuando se trata de una dificultad que es
inmodificable, muchas veces nos impide tomar real conciencia de la situación en la
que estamos e instrumentar las medidas que puedan ser convenientes. Por eso es
que en esta Psicología, cuando se la enfoca seriamente, no se hace hincapié en
cambiar. ¿Por qué? Porque con mucha frecuencia nuestra personalidad opta por
cambiar para que todo siga igual. (Seguramente si mira en su entorno conocerá a
muchas personas que tienen un serio problema pero, en vez de abordarlo, se
abocan a “cambiar para que todo siga igual”. Puede sonar duro, pero verlo de frente
es el único modo de evitar un dolor más difícil de sobrellevar.)
o Cuando quisiera o necesitaría decir que no, pero termina diciendo que sí,
o cuando desearía decir que sí, pero resigna su preferencia diciendo que
no (sin ser explícito al respecto, es decir, adaptándose...).
o Cuando esté justificando una actitud propia, por temor a ser frontalmente
explícito respecto de lo que siente. (En este punto es muy dar y dar y dar
explicaciones... que casi nunca sirven de nada. Como dijera un personaje
de una vieja película: “No des explicaciones: tus amigos no las necesitan,
y tus enemigos no las creerán.”)
o Cuando esté sobrejustificando una actitud ajena que le lastima, por te-
mor a hacerse cargo de que le duele / le molesta / le humilla, etc. (Muchas
veces esto se disfraza como “no se lo digo por temor a lastimarle”...)
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males: dejar de ponerse cierta ropa porque su pareja es neuróticamente
celosa, llamar a cada hora por teléfono porque si no su madre se preo-
cupa, dejar de salir durante días, semanas o meses por si “él” o “ella” lla-
ma a su casa y no le encuentra... es decir, castrar su individualidad y su
sana libertad en función de bailar al compás de la música que otro está
tocando...).
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foque Transpersonal en Italia) acuñó al respecto una frase muy clara: “Aprende a
colaborar con lo inevitable.” Esto, lejos de ser una sumisa resignación, es lo que
posibilita no marearse en la periferia vertiginosa del remolino, sino centrarse, en
cambio, en el núcleo quieto del huracán.
Elijo para ilustrar este concepto dos grabados de Katushika Hokusai (en la
página anterior y en ésta) no sólo porque parecen expresar a la perfección el
concepto de Wu-wei aplicado a los momentos de crisis (“surfear las olas” cuando la
tormenta arrecia) sino porque él mismo, ante sus propias dificultades buscó me-
cerse de ese modo en la tempestad: nacido en Japón en 1760, durante sus 89 años
de vida atravesó múltiples instancias dramáticas: enviudó dos veces, perdió también
a sus dos hijos, tuvo que mudarse 90 ve-
ces y sus últimos años los vivió con una
parálisis intermitente en un brazo. Sin em-
bargo, siguió pintando y generando belle-
za hasta el último de sus días, dando ori-
gen a través de su obra al género manga,
hoy tan difundido a través de los dibujos
animados japoneses). Más allá de lo a-
necdótico, quizás pueda llevar Ud. consi-
go este bello grabado junto con el de la
página anterior, y explorar dentro de sí
cuál es el significado empírico de Wu-wei: no es dejadez, no es resignación, no es
obsecuencia, no es “ir con la corriente”... El barquero acepta la dirección de la ola y
está atento a qué golpe de remo debe dar, no sólo para no ir contra ella y partir su
bote en dos, sino para, gracias al impulso de la ola, direccionar su bote en el
mejor sentido posible. Esto requiere de una fina agudeza, un estado de alertidad,
una actitud de permanecer sobrio, lo cual, desde ya, no es nada fácil.
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Van aquí unas palabras de este notable humano que generó Belleza desde
su vocación y su actitud de aprendizaje ante la vida: 30.000 obras, cuya presencia
sigue vigente a través de las décadas:
UNA PROPUESTA: Aquí, Virginia surfeando la ola con Ud.... tal vez una
buena parte de lo que le he compartido sobre el tema de las crisis re-
suene dentro suyo como algo conocido, no sólo porque quizás lo ha-
ya leído o escuchado, sino porque desde dentro suyo sepa que es
así. Y es posible también que, aunque lo sepa, cuando se está en la cresta de la ola
no pueda hacer contacto vivencial con ese conocimiento, como si quedara (con
suerte!) solamente en el plano de “la cabeza”, pero no alcanzara a aquietar el
corazón y, con ello, a mantener la conciencia despejada. Quisiera en este espacio
convidarle un antiguo ejercicio que yo tengo muy en cuenta no sólo en mi propia
vida, sino en mi trabajo de ayuda terapéutica, cuando me toca acompañar a alguien
en situación de crisis.
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como proceso: simplemente acompañe al aire gentilmente, siguiendo su reco-
rrido hasta la base de los pulmones, y otra vez hacia arriba, hasta que salga por la
nariz, tal como entró. No fuerce su respiración: sólo deje que fluya. Su cuerpo
sabe cómo tiene que hacerlo: permítale obrar desde su propia inteligencia vege-
tativa. Tal como lo han hecho miles de monjes a lo largo de todos los siglos median-
te este ejercicio y otros similares, entrénese en el arte de observar sin modificar.
Preste luego especial atención al intervalo que hay entre un movimiento res-
piratorio y el siguiente: justo antes de exhalar, justo antes de inhalar. Acentúe con
la mayor agudeza posible su conciencia de sí en ese breve momento de quietud,
tal como se da, sin pretender cambiarlo en nada: el punto justo en que un ciclo
termina y comienza el siguiente, una y otra vez, una y otra vez, siguiendo las le-
yes de todo lo que vive...
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tituida fundamentalmente por los condicionamientos externos, asentados sobre
nuestro temperamento de base).
o Hábitos mentales: Modos de pensar que nos son más usuales (confiar
en exceso, criticar, rumiar, asociar con asuntos graciosos, acumular infor-
mación, tener pereza intelectual, etc.).
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quismo se desarrollan cristalizaciones conductuales más o menos estables, que
nos permiten ir teniendo la sensación de “éste soy Yo”.
Sin embargo, a medida que la vida, con suerte, nos acerca a niveles más
profundos de nuestra verdadera identidad, nos damos cuenta de que no somos ese
manojo de mecanicidades, y que una buena parte de ellas, de hecho, llegado a un
punto de nuestra vida nos impiden ser quienes realmente somos. Sin embargo,
esta toma de conciencia implica un fuerte debate interno: “Entonces... quién soy yo
realmente?” Nos damos cuenta de nuestra jaula, pero aún no sabemos cómo salir
de ella, ni qué tipo de pájaro somos!! Por eso nos da tanto miedo salir de la jaula, y
con frecuencia el ser humano la prefiere, más que el riesgo de descubrir quién se es
fuera de ella.
Ese aferramiento a los hábitos y esa fuerte angustia que deviene de su in-
terrupción son normales: aquello con lo cual nos identificamos nos permitió, jus-
tamente por ello, crear una identidad provisoria, sin la cual es natural que nos
sintamos desnudos. En verdad, lo estamos. Y trabajar sobre esa desnudez puede
hacer que la situación de desamparo e indigencia se transforme en una circuns-
tancia más parecida a la de Adán: inaugurando un mundo naciente, en donde él
mismo pondrá nombre a cada cosa. (Pero... no nos olvidemos de que a Adán y Eva
no les fue dado un parque de diversiones, sino un Jardín –eso era, según el mito, el
Edén-! Y todo jardín requiere de un jardinero que lo trabaje todos los días. Sin ello,
se volverá un impenetrable matorral sin flores ni frutos...)
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dara chico”, y, desde adentro, rompiéramos ese sistema, aunque no tengamos otro
para suplantarlo. Por un lado, podríamos decir que esto requiere de mucho coraje:
elegir la desnudez antes que las ropas conocidas, simplemente porque ya no las
sentimos dignas o propias es un acto de arrojo. Por otro lado, cuando la evolución
es verdadera, podría enunciarse que no hay opción: hemos dejado la estructura
que nos atrapaba, y ya no queremos volver atrás, cueste lo que cueste. Es como
el pichón que ha roto la cáscara del huevo que lo contenía: no puede rearmarla para
quedarse un poco más en su tibio hábitat, pues instintivamente sabe que, si lo hicie-
ra, moriría. Como decía Herman Hesse en su novela “Demian”:
“El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene
que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios.”
Cuando vamos naciendo a quienes somos, no obstante, hay que estar prepa-
rados a que viejos hábitos hagan su aparición una y otra vez (sobre todo hábitos
mentales y emocionales). Seguir siendo el que se era es una tentación. Si el trabajo
sobre sí está hecho con profundidad, es natural experimentar cierto sufrimiento
consciente por verse a sí mismo repetir viejos modelos de pensamiento y de sen-
timiento. Podría afirmarse, en este caso, que ese sufrimiento puede ser salvador:
es el sabor de reconocer que una parte nues-
tra está morando en lo mecánico, pero que hay
otra que ve, y que, viendo, trata de rec-tificar
(esto es, advertir el viejo patrón y traba-jar
sobre él, pues todo lo que corresponde al
mundo de lo denso quiere volver a la forma a
la cual está acostumbrado. Lo sutil de nuestro
interior, en cambio, está listo para lo nuevo,
para vivir desde su desnudez sin los ropajes
de pesados hábitos que le asfixian.)
Entonces... ¿es que no hay que tener hábitos? No, no se trata de eso: se tra-
ta de ser cada vez más conscientes de ellos, identificando cuáles son contrarios a la
expresión de quienes realmente somos. Sin trabajamos con esos hábitos que obran
como impedimento, podremos instalar conscientemente hábitos menos mecáni-
cos, que favorezcan el florecimiento de nuestra real identidad. Las instancias de
crisis pueden obrar como punto de inflexión que nos obligue o nos permita darnos
cuenta de distintos hábitos que constituyen nuestra personalidad, y, con ello, tra-
bajar para conocerlos, desinstalar los que nos perjudiquen, e instalar intencional-
mente aquellos que ponderemos como deseables para quienes elegimos ser.
Los hábitos más disfuncionales son los que, por acumulación de desatinos,
acaban constituyendo una masa crítica que nos precipita a un quiebre, más tarde o
más temprano. El renombrado psiquiatra Alfred Adler sintetizó magníficamente una
noción fundamental al respecto, aplicable a los tres planos de nuestra existencia
(cuerpo-mente-emociones) Si quiere, llévela consigo y hágala suya:
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UNA PROPUESTA: Quiero proponerle que ejercite lo que Castaneda
llamara “el arte del acecho”, aplicándolo a lo que en este capítulo le
he compartido.
Durante una semana, a partir de hoy, dispóngase a detectar cuáles son sus
hábitos emocionales: verlos cómo se manifiestan dentro de sí, y cómo modelan su
conducta. Tome conciencia de ellos “en vivo y en directo” cuando están en plena ac-
tividad, y luego registre en su diario de trabajo todo aquello de lo que pueda ir dán-
dose cuenta. Ello le permitirá, la próxima vez que se activen, no permanecer in-
consciente de ellos, sino plenamente percatado de su comportamiento.
Imagine que Ud. es un fotógrafo de animales para una revista sobre Natu-
raleza, y su tarea fuera la de hacer tomas de animales en su hábitat natural. Allí
estaría, con su máquina fotográfica, en actitud del “estar al acecho” para captar la
situación más espontánea; esa actitud, si la aplicamos al mundo interno, alude a
volverse “captador de sí mismo”: el fotógrafo experimentado sabe que para llegar a
su objetivo debe estudiar los hábitos del animal (si sale de día o de noche, en
manadas o solo…), tomando nota de cuándo come, por dónde transita, cómo se
comporta ante el ruido o la presencia de extraños... Haga de sus hábitos el objetivo
de su autofotografía... y en principio, para conocerlos, sea gentil con ellos: cuando
aparezcan, déjelos ser, y aprenda; aprenda de ellos todo lo que tengan para en-
señarle sobre Ud.. Le sugiero estar atento a dos áreas en particular:
Recuerde que los hábitos propios no son tan fáciles de advertir, justamente
porque son habituales! (Es lo mismo que sucede respecto de las costumbres de una
sociedad, que sólo resultan curiosas y raras para el ex-
tranjero, o para quien, habiendo viajado, retorna a su lu-
gar y puede verlas con más objetividad.)
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3) Este patrón de comportamiento, ¿fue importante en la gestación de algu-
na de mis crisis vitales?
4) ¿Cuáles son las consecuencias de este hábito en mi vida emocional y vin-
cular?
Si bien la propuesta es para esta semana, por cierto que un trabajo profun-
do sobre este punto puede llevar años, o toda una vida. Pero en esta semana sepa
que estaremos haciéndolo entre todos los que integramos el grupo de trabajo de
este Seminario virtual. Eso da fuerza!
Vamos a cerrar este módulo abordando un tema que es vital dentro de la Psi-
cología Transpersonal, tomando para ello conceptos elaborados por el psiquiatra
suizo Carl Jung, a quien ya le hemos presentado. Este tema en particular es tan im-
portante y complejo que requeriría de un seminario aparte, pero al menos abord-
emos sus nociones básicas para que esté incluido en este módulo, tal como lo me-
rece. Pero veamos sus conceptos más destacables…
El proceso de individuación:
Hasta ese momento uno tiene preguntas: sobre la vida, sobre sí mismo, so-
bre distintos asuntos de la realidad inmediata... Pero la crisis de individuación es
mucho más que eso: podría decirse que a través de ella uno ES una pregunta en
carne viva: “¿Quién soy?”. Esa pregunta sostiene
otras preguntas: ¿qué quiero y qué no quiero?
¿Quién no soy, aunque los demás esperan que lo
sea? ¿Cómo soy? ¿Qué necesito hacer con mi vida
de un modo tan imperioso que, si no lo hago, no me
podría ir de ella en paz?
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tación implica, como hemos visto, la gestación de un modo de vida generado, fun-
damentalmente, a partir de nuestros condicionamientos: transitamos mecánica-
mente, reaccionando ante los hechos y tomando decisiones en función de lo que la
vida programó en nuestro psiquismo. Los imperativos biológicos en esa primera
mitad tienen enorme poder, como en cualquier otro animal (que, sin duda, los huma-
nos también lo somos): asegurarse la subsistencia, contar con un territorio propio,
conseguir pareja, procrear... La socialización humana de esos instintos imprimirá
en todo ese proceso una compleja gama de construcciones relacionales, que gene-
rarán un contexto vital con características bien definidas.
Ahora bien: hacia la mitad de la vida buena parte de esa tarea ya ha sido
cumplida, o al menos está encaminada. Esos patrones instintivos agotaron su poder
de movilizar nuestra conducta, y la muerte (generalmente considerada en la ju-
ventud como algo ajeno) comienza a presentarse como algo que también a noso-
tros nos sucederá (el intelecto siempre lo supo, pero hacerse cargo de ello inter-
namente es harina de otro costal...).
Del mismo modo, a esta edad ya contamos con una lista importante de
frustraciones que nos indican que el lugar desde donde hemos tomado decisiones
vitales, en muchos sentidos no condice con una necesidad interna más profunda,
que comienza a hacerse oír con más fuerza.
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Tal como si se tratara del eje sobre el cual gira un planeta, este re-centra-
miento provocará terremotos, maremotos, y demás manifestaciones apocalípticas,
de mayor o menor virulencia, que implicarán la disolución o destrucción de lo viejo,
para que pueda emerger lo nuevo (que, paradójicamente, es lo que siempre estuvo
detrás, en lo profundo). A esa reorganización de la psique los antiguos griegos le
llamaban metanoia (“ir más allá de la mente” o “cambio de mente”).
Como toda crisis, este proceso tan hondo implicará peligros, y también opor-
tunidades. ¿Oportunidades de qué?
o De revisar los valores en base a los cuales hemos decidido nuestra vida, y
darles lugar a aquellos que favorezcan el ejercicio de nuestra identidad
esencial. ¿A qué le damos importancia? ¿En qué invertimos nuestro tiempo?
¿Por qué asuntos que nos afligíamos vemos que no vale la pena invertir vida
(ahora que ahora nos damos cuenta que no es un recurso renovable!)
Podríamos agregar a esta lista muchas otras posibilidades, pero estoy segu-
ra de que Ud. mismo podrá descubrirlas, con o sin mi futura compañía...
Un comentario final: dado que toda crisis requerirá de nuestra máxima lucidez
para que implique el menor peligro posible, y el máximo grado de oportunidad,
será importante estar atentos a cuándo necesitamos ayuda para afrontarla.
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Comúnmente todo ser humano complejo que se comprometa en trabajar
consigo mismo necesitará de alguien no involucrado en lo que le sucede, que pueda
acompañarle desde su conocimiento y su experiencia a posicionarse del mejor
modo posible, no solamente ante la crisis, sino ante la nueva identidad que esa cri-
sis en particular le invite (o le obligue) a generar.
La persona que ha decidido tomar la vida como Camino necesita advertir que
el trabajo espiritual (hacia una mayor conciencia y sensibilidad) no reemplaza al
trabajo psicológico (que sería como “deshollinar” los condicionamientos del pasado
para que nuestra Esencia se exprese cada vez con mayor libertad).
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