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- SEMINARIO VIRTUAL sobre VÍNCULOS y EMOCIONES desde la PSICOLOGÍA TRANSPERSONAL -

Módulo 6:

CRISIS: PELIGRO y OPORTUNIDAD

Docente:
Virginia Gawel

Objetivos del Módulo 6:

Proveer los conocimientos fundamentales para el


reconocimiento interno de los distintos tipos de
crisis. Compartir ejercicios prácticos que permitan
una autoobservación precisa al respecto, y un ac-
cionar inteligente durante los propios procesos críticos y, eventualmente, en la
asistencia a personas que los estén atravesando.

Ítems a desarrollar en este Módulo:

Lo que hacemos con lo que nos sucede. Ruptura, caos y reorganización. Moda-
lidades de crisis. Crisis: la mutación de nuestra identidad. Reconocer para decidir:
crisis y negación. Wu-wei: acompañando el fluir de la ola. La desconstrucción de
nuestros hábitos: saliendo de la jaula. La crisis de la mitad de la vida: retornando a
casa. El proceso de individuación. La traslocación del eje de existencia. ♣--------------
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LO QUE HACEMOS CON LO QUE NOS SUCEDE

Quizás Ud. sepa algo de cómo en la es-


critura china se representa el concepto “crisis”
(wei-chi): en ese tipo de graficación del lenguaje
no existen letras, sino caracteres que plasman
una idea o un conjunto de ideas (por eso se lla-
man ideogramas). Para expresar ciertos con-
ceptos complejos se utiliza con frecuencia más
de un grafismo. Y, justamente, un ejemplo de ello ....
es la representación del concepto “crisis”: el primer ideograma (wei), si se lo leyera
solo, separado del conjunto, significaría peligro, riesgo. En cambio el segundo de
ellos (chi) individualmente representa algo bien distinto: oportunidad. Este ideo-
grama en su conjunto abarca holísticamente la visión que las antiguas Tradiciones
adjudican a los momentos críticos, señalando fundamentalmente una actitud reque-
rible por parte de quien los atraviesa. De lo que uno haga con eso que le pasa de-
penderá de qué lado de la balanza se incline la situación.

Abordemos juntos este tema, fundamental dentro de cualquier enfoque psi-


cológico, pero sobre todo de éste que nos habla de la posibilidad de aprovechar las
crisis para hacer contacto con lo esencial de sí mismo. Me acompaña?

 Ruptura, caos y reorganización:

El enfoque Transpersonal, al ser tan abarcativo, abreva en distintas fuentes


para constituir un mapa de la realidad lo más completo posible. Dentro de esas
fuentes están las diversas áreas de investigación científica (tanto las ciencias duras
como las blandas), y a su vez dentro de ellas la Física y la Química ocupan un lugar
privilegiado. ¿Por qué, siendo que, al dedicarse al estudio de la materia, parecen lo
opuesto a la Psicología? Porque, tal como lo sabe la Filosofía Perenne desde siem-
pre, mente y materia forman parte de un Todo en distintos niveles de mani-
festación (más sutil o más denso), de modo que investigando lo uno podemos co-
nocer lo otro. Por ello es usual que en congresos sobre el enfoque Transpersonal
haya Físicos y Químicos, tanto como Antropólogos, Educadores, Psiquiatras, etc.).

...Pero no se asuste: sólo quisiera tomar una noción clara e interesante de


Illia Prigogine, quien recibiera en 1977 el Premio Nobel en Química por su Teoría de
las estructuras disipativas. En ella enuncia algo que puede traspolarse al ámbito
de lo psicológico para entender la dinámica de las crisis.

Prigogine estudió lo que en Física se llama “sistemas abiertos”, que son


aquellos que participan de algún tipo de intercambio de energía con el medio am-
biente. Justamente por ser abiertos, tienen intrínsecamente un grado variable de

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fluctuación, dado que son vulnerables a diferentes tipos de intercambios que pe-
netran en ellos. Así son todos los sistemas abiertos (no sólo los seres vivos, sino
también las obras humanas, tales como los pueblos, las instituciones, los grupos...
siempre que sean abiertos).

Si llevamos este concepto al ámbito de nuestro psiquismo, considerándolo en


sí mismo como un sistema abierto, esta interacción constante no sólo se dará ex-
trapsíquicamente (con el medio ambiente, con las demás personas, con ideas aje-
nas, etc.), sino también intrapsíquicamente (esto es, entre las distintas partes de
nosotros mismos: de lo consciente a lo inconsciente y viceversa, de lo emocional al
cuerpo, o a lo mental, etc.). Podríamos decir que somos porosos, tanto hacia afue-
ra como hacia adentro.

Esta característica de apertura identifica a todo lo que está vivo, a todo lo


que crece. (En el plano de lo psicológico podríamos decir que si una persona, un
grupo o una institución restringen sus ni-
veles de apertura, y se convierten en
sistemas cerrados, están limitando su
posibilidad de crecimiento, de nutrimen-
to en relación al entorno. Encerrarse en
sí mismo generalmente lleva a la depre-
sión, el resentimiento, el anquilosamien-
to de nuestra capacidad de ser. Podría
decirse que el autoencierro es como un
apelmazamiento de la conciencia, que
está llamada naturalmente a expandirse.

Ahora bien, estas fluctuaciones que son características de todo sistema


abierto en su intercambio con el entorno se dan en el marco de un mecanismo de
autorregulación que hace las veces de termostato, manteniendo los rangos de
fluctuación dentro de un margen que impida que el sistema pierda su identidad y su
capacidad de funcionamiento. Es decir: el sistema puede afrontar distintos grados
de fluctuaciones y perturbaciones sin desorganizarse. A esto se le llama, tanto
biológica como física y psíquicamente, tendencia homeostática (esto es, a con-
servar el equilibrio en sus variables de sustento).

Esa tendencia a la homeostasis es la que nos permite adaptarnos a las


fluctuaciones de nuestra vida (internas y externas) sin desorganizarnos (tal como
le sucede a cualquier otro sistema provisto de similar mecanismo): hacemos unos
cuantos ajustes menores y seguimos siendo en gran medida los mismos (para
bien o para mal!).

Cuando la cantidad de fluctuaciones que se producen en un sistema des-


bordan su capacidad de homeostasis por razones externas o internas, adviene una
crisis. Esto implicará que la organización preexistente entrará en caos (desorden).
Y es ese caos, justamente, el que implica un peligro y una oportunidad: peligro
porque la agudización del caos puede implicar la desintegración del sistema, o una
reorganización en un nivel de equilibrio inferior al que tenía; oportunidad porque
ese desorden puede ser un caos creativo, favoreciendo la posibilidad de que el sis-

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tema se reorganice en función de un patrón más armónico, más sano, más maduro:
un nuevo orden que, si estamos alertas, podemos instituir más lúcidamente.

En este punto es también interesante revisar la etimología del vocablo es-


pañol “crisis”: proviene del griego krisis, que significa decisión, y, por derivación, del
vocablo también griego krinò, que significa “yo decido”, “yo separo, discierno”, “yo
juzgo” (de allí vienen las palabras “criterio” y “criticar”, que en alguna de sus
acepciones no es tan mala como parece...). Más allá del detalle eruditivo de estos
conceptos, lo que anhelo destacar es que la etimología nos habla de que las crisis
implicarían la posibilidad de una actitud conscientemente activa ante lo que nos
sucede. (O sea: los griegos decían lo mismo que los chinos!)

 Modalidades de crisis:

Si aplicamos toda esta información a los acontecimientos críticos que inciden so-
bre el psiquismo humano, podremos encontrar dos tipos de crisis, que pueden co-
existir o no (si inicialmente esta clasificación le resulta abstracta, no se preocupe
que la irá asimilando mejor a medida que transcurra este Módulo):

a) Crisis contextuales: Implican la modifica-


ción disruptiva del entorno en el cual nos mo-
vemos: una pérdida económica, la muerte de
un ser querido, un cambio de hábitat, la se-
paración respecto de algún afecto, circuns-
tancias socioculturales opresivas... Aquello
que hacía a nuestro entorno quiebra su
estabilidad, y nos obliga a reestructurarnos
en función de su transformación o de su au-
sencia. El grado crítico de estos aconteci-
mientos puede ser mayor o menor, según el caso, pero siempre implicará un
caos organizacional, una interrupción de nuestros hábitos (aquello que nos es
habitual), y, con ello, el imperativo de recomponer nuestra identidad en mayor o
menor medida.

b) Crisis intrapsíquicas: Este tipo de crisis responde a un proceso interno lar-


gamente gestado, por el cual en algún momento irrumpe a la conciencia la
manifestación de un quiebre en nuestra regular homeostasis. Muchas veces sin
causa aparente se hace manifiesto lo que en verdad estaba latente, gene-
rándose en lo profundo.

Si bien no siempre es fácil discernirlas, hay a su vez, en este orden, dos


subclases de crisis:

 Crisis sintomáticas: Son aquéllas que advienen como la eclosión de un


proceso de perturbación disfuncional, expresando una desorganización
que va hacia el deterioro (es decir, hacia un orden menos sano, menos
armónico que el precedente). Al igual que en el cuerpo existen crisis
que manifiestan una incubación mórbida que finalmente sale a la luz, el

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psiquismo humano también puede erupcionar patologías que no parecían
evidentes, y que de pronto empiezan a serlo.

 Crisis evolutivas: Este tipo de crisis interna responde a un patrón de ex-


pansión, de crecimiento madurativo, en virtud del cual el orden existente
debe ser quebrado o disuelto porque ya “queda chico”, y necesita ser re-
emplazado por un orden más amplio, más abarcativo. Así será en el pa-
saje natural por las distintas etapas de la vida (de la niñez a la ado-
lescencia, de la adolescencia a la adultez...), pero también respecto de
aquellos procesos que, más que ser de cambio, son de transformación,
pues generalmente obedecen a un profundo trabajo sobre sí mismo que
nos lleva hacia una mayor conciencia de sí y de la realidad.

Como antes mencioné, no siempre es fácil


distinguir qué tipo de crisis es el que se está mani-
festando: algo que parece ser patológico quizás
esté expresando en verdad un proceso sanamente
transformador, o, al revés, algo que cobra la forma
de una crisis de cambio, esté en realidad expre-
sando una perturbación emergente. Sin embargo,
es posible afirmar, casi sin excepción, que cual-
quiera sea el tipo de crisis que se atraviese (con-
textual o intrapsíquica en sus dos submodalidades)
toda persona que haga un verdadero trabajo sobre sí misma puede convertirla en
una crisis evolutiva, poniéndola a jugar a su favor. Esto significará que cuales-
quiera que sean las circunstancias que provoquen el caos, implicarán la posibilidad
de que nos posicionemos en una actitud constructiva. Esa actitud es la que
convierte en Génesis cualquier Apocalipsis...

EXPLORACIÓN VIVENCIAL: Hagamos un alto en el camino para auto-


rreferir esto que le estoy compartiendo. El desarrollo de la vida de la
mayor parte de las personas no se da en forma lineal: distintos acon-
tecimientos externos y procesos internos van quebrando esa linealidad.
Desde un lugar de idealización, es natural que pretendamos que la vida
sea como el gráfico de abajo, a la izquierda: un deslizamiento en el tiempo sin
grandes sobresaltos. La madurez implica aceptar que el proceso evolutivo del ser
humano está sujeto a periódicas crisis, que quiebran esa linealidad, interrumpién-
dola. Sin embargo, ese quiebre puede permitir que construyamos una escalera as-
cendente, aprovechando cada punto de inflexión para direccionarnos hacia arriba:
hacia una conciencia más amplia e integrada (como en el gráfico de la derecha).

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Muchas veces nos parecerá que fuimos o vamos hacia abajo y hacia atrás,
en vez de hacia arriba y hacia delante. Sin embargo, ese proceso, visto desde una
mirada más abarcativa en el tiempo, nos puede mostrar un dibujo en el cual se
evidencia un progreso que, mientras estaba siendo vivido, quizás no era ponderado
como tal...

Ahora, mi propuesta: tome un papel de buen tamaño, lápices o marcadores


de colores, y considere su vida desde el momento en que nació, hasta el día de hoy.
Procure ubicarse internamente en un lugar que le permita tener una visión pa-
norámica de su tiempo vivido. Entonces, comience a trazar su línea de vida con-
siderando el gráfico de la derecha: adjudique a cada nueva etapa un color diferente,
y concluya cada flecha en aquellos momentos que identificaría como críticos. Es-
criba allí unas pocas palabras que identifiquen la situación interna o externa que
obró como epicentro de la crisis de ese momento. (Repase año tras año, y dele a
cada flecha una dimensión que represente el período de tiempo que transcurrió has-
ta el siguiente punto de inflexión.)

Una vez realizado este diagrama, le invito a que investigue lo siguiente:

° ¿Qué aprendizajes le proporcionó cada uno de esos momentos críticos?


° Considerando que “crisis” significa también “decisión”: ¿qué decisiones
.... tomó en cada momento, que signaran la siguiente etapa? (Tenga en
......cuenta que no decidir también es tomar una decisión: decidimos no
......decidir, para bien o para mal.)
° ¿Qué rasgos personales se modificaron luego de cada período crítico?

Si quiere, luego lo comparte en el Foro grupal, para que podamos nutrirnos


cíprocamente.

CRISIS: LA MUTACIÓN DE NUESTRA IDENTIDAD

¿Qué hacer ante las crisis? ¿Qué podríamos


tener en cuenta desde este enfoque integral de la
Psicología? ¿Qué es lo que, desde este encuadre
terapéutico, es necesario observar para asistir a un
paciente en proceso de crisis? ¿Cómo “juntar los pe-
dazos” de las estructuras rotas para “reciclarnos” a
nosotros mismos como personas más íntegras y ma-
duras?

Es claro que no hay recetas respecto de qué


hacer: no hay un único tipo de movida posible en el
tablero de la vida. Es interesante citar al respecto el
antiguo libro chino (tan conocido y a la vez tan frecuentemente desvirtuado en su
difusión): El I-Ching, que tiene más de 5000 años de antigüedad. ¿Por qué lo
citamos? Porque su nombre es traducible por El libro de las mutaciones (es decir,
de los cambios). Cada uno de sus hexagramas (apartados correspondientes a sig-
nos plenos de significado) explicita distintos consejos (como si un anciano sabio nos

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hablara) respecto de qué actitud sería conveniente adoptar en diferentes si-
tuaciones de la vida. Y allí encontraremos una amplia gama de posibilidades: es-
perar, trabajar sobre nuestro pasado (sobre “lo echado a perder”), actuar con vigor
(tal como lo sugiere el hexagrama “La mordedura tajante”), retroceder...

Y es remarcable cómo con mucha frecuencia las situaciones críticas exigen


de nosotros que tomemos justamente aquellas actitudes que más nos cuesta
ejercer!

Veamos juntos, entonces, algunos ítems dignos de ser tenidos en cuenta...

 Reconocer para decidir: crisis y negación

El psiquismo humano, para poder adaptarse y so-


brevivir en su medio cuenta con una serie de meca-
nismos de defensa. Cuando estos mecanismos fun-
cionan con déficit, o bien en exceso, producen impor-
tantes deformaciones en la percepción de la realidad
externa e interna.

Un mecanismo que en ese sentido es fatal respecto de la gestación de las cri-


sis es el de negación. Podría definirlo como aquél que hace que nuestra per-
cepción sea selectiva, y, por ende, percibamos sólo aquello que nos permitimos
percibir, “recortando” la realidad de modo que no ingrese el registro de aquello que
podría resultar penoso o perturbador. El mecanismo procurará que se conserve la
homeostasis de la cual antes hablábamos. Esto significa no solamente no ver lo
que verdaderamente está sucediendo, o bien percibirlo, pero negando las emo-
ciones naturales que eso que sucede esté movilizando en nuestro interior. (Es
decir, en el primer caso no me doy cuenta en absoluto de lo que está pasando,
cancelando nuestro percatamiento de ello; en el segundo, vemos el hecho en sí,
pero nos declaramos “no afectados” por lo acontecido, prematuramente “en paz”, o
ubicándonos defensivamente en una posición de “haberlo superado”. También pue-
de ser que justifiquemos esa irregularidad., tal como lo expresa el título de una nota
sobre violencia doméstica, publicada en una revista española: “Mi marido me pega
lo normal...”)

El mecanismo de negación hace que nos sobreadaptemos a lo que es tó-


xico para nosotros: vamos generando en nuestra identidad pequeños ajustes pau-
latinos, en un impulso primario de sobrevivir al entorno, de modo que es posible
que consideremos como “normal” lo que en verdad es altamente disfuncional.
Generalmente sólo podemos ver esta situación una vez que hemos salido de ella,
o bien con ayuda externa que, al no estar involucrada, nos posibilite ver más obje-
tivamente lo que no podemos percibir. Sin embargo, cuando la negación es muy
fuerte es muy improbable que la persona ni siquiera pida ayuda, pues también
niega el hecho de necesitarla! O más aún: puede que solicite ayuda, pero sin em-
bargo sea refractaria a todo punto de vista que altere su disfuncional organización
de la realidad, rechazando toda intervención terapéutica que amenace su statu quo.
¿Le ha sucedido alguna vez, estar en la situación de sobreadaptación, o bien en la

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de quien busca ayudar a quien se niega a ver la realidad? Si así fue, podrá com-
prender mejor esto que le comparto.

Esto, claro está, sucede cuando las crisis no responden a la irrupción de un


hecho imprevisto (como puede ser la muerte súbita de un ser querido, un accidente,
perder el empleo...). El mecanismo de negación opera en relación a aquellas crisis
que se van gestando a lo largo de un proceso, impidiendo percibir las señales (ya
sean más o menos evidentes) de aquello que no es bueno para nosotros (porque
nos lastima repetidamente, o porque implica un peligro potencial que no alcanzamos
a inferir, o porque hay una realidad paralela incongruente con la que registramos
etc., etc.).

Cuando se analizan retrospectivamente los procesos que derivarían en una


crisis (tanto en Psicología como en Economía, Biología, Sociología o cualquier otra
mirada que busque objetivar los hechos) se advierte claramente una sumatoria
acumulativa de factores disfuncionales que van constituyendo paulatinamente lo
que se conoce como una masa crítica.

¿Qué es una masa crítica? Imagine que desde


una terraza un par de niños, a modo de juego fre-
cuente, arrojara piedritas a un toldo de lona que está
en la casa vecina. ¿En qué número de piedrita el toldo
se combaría lo suficiente como para venirse abajo?
Esa piedrita número X redondearía la masa crítica
necesaria para que el fenómeno disruptivo finalmente
acontezca. Todo proceso crítico implica la gestación
de esta masa crítica que derivará en un colapso del sistema (ya sea que el sis-
tema se tratara de una empresa, una pareja, una sociedad, un organismo vivo, o la
organización psicológica de una persona...).

Ese colapso del sistema podrá implicar su destrucción, o bien su trans-


formación radical en un sistema mucho más sano (lo cual a su vez implicará un
profundo proceso de reorganización en base a un nuevo esquema más saludable,
más funcional).

La acumulación emocional de aquellos desajustes que conformarán una ma-


sa crítica (y que harán colapsar al sistema) con frecuencia hace que ese sistema
estalle aún por asuntos de poca monta. Cuando se trata de lo psicológico, suele
sorprender, por ejemplo, una sobrerreacción (propia o de otra persona) que a veces
está señalando que “acaba de caer la piedra número X”. ¿Conoce por su expe-
riencia este hecho conductual?

UNA PROPUESTA: Teniendo en cuenta lo que recién le comprartí, quie-


ro proponerle investigar en Ud. mismo esta información, para con-
vertirla en algo vivo.

Al hablar de sobreadaptación mencioné esos “pequeños ajustes” que


realizamos para ir transitando por las dificultades, tratando de que duelan menos.

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Este mecanismo, que puede ser salvador cuando se trata de una dificultad que es
inmodificable, muchas veces nos impide tomar real conciencia de la situación en la
que estamos e instrumentar las medidas que puedan ser convenientes. Por eso es
que en esta Psicología, cuando se la enfoca seriamente, no se hace hincapié en
cambiar. ¿Por qué? Porque con mucha frecuencia nuestra personalidad opta por
cambiar para que todo siga igual. (Seguramente si mira en su entorno conocerá a
muchas personas que tienen un serio problema pero, en vez de abordarlo, se
abocan a “cambiar para que todo siga igual”. Puede sonar duro, pero verlo de frente
es el único modo de evitar un dolor más difícil de sobrellevar.)

Volviendo al mecanismo de sobreadaptación debida al hecho de negar de-


fensivamente las señales que indican que se está generando un proceso crítico, le
invito a hacer una revisión en su propia vida actual. Dado que todo trabajo pro-
fundo sobre sí mismo implica una sostenida observación de sí, seguida de un es-
tudio de lo observado, enfoquémonos en ello. (Recordemos que la observación
de sí se hace procurando desarrollar la conciencia-testigo en medio de las situa-
ciones cotidianas, y el estudio de lo observado es un acto de revisión de todo
aquello que hayamos recogido durante la autopercata-
ción, procurando ver (ver qué emociones se movieron,
qué actitudes hemos adoptado, qué patrones de conducta
repetimos, de qué modo nos defendemos, etc., etc.).

Si quiere acompañarme en esta experiencia, enton-


ces, le propongo que registre en su diario personal aque-
llas áreas en las que se disponga a observar posibles pa-
trones de sobreadaptación, evitadores de conflicto (en su
vida de pareja, su trabajo, sus vínculos familiares o de
amistad, su relación con su propio cuerpo, el desarrollo de
sus potencialidades...).Observe y anote, observe y ano-
te... ¿Qué? Seguramente se dará cuenta solo, pero aquí
van algunas pistas que creo podrán servirle:

o Cuando quisiera o necesitaría decir que no, pero termina diciendo que sí,
o cuando desearía decir que sí, pero resigna su preferencia diciendo que
no (sin ser explícito al respecto, es decir, adaptándose...).

o Cuando esté justificando una actitud propia, por temor a ser frontalmente
explícito respecto de lo que siente. (En este punto es muy dar y dar y dar
explicaciones... que casi nunca sirven de nada. Como dijera un personaje
de una vieja película: “No des explicaciones: tus amigos no las necesitan,
y tus enemigos no las creerán.”)

o Cuando esté sobrejustificando una actitud ajena que le lastima, por te-
mor a hacerse cargo de que le duele / le molesta / le humilla, etc. (Muchas
veces esto se disfraza como “no se lo digo por temor a lastimarle”...)

o Cuando se descubra realizando demasiado habitualmente malabarismos


en sus conductas para evitar el conflicto (así es como se gestan muchas
conductas bizarras, a las cuales uno se acostumbra como si fuesen nor-

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males: dejar de ponerse cierta ropa porque su pareja es neuróticamente
celosa, llamar a cada hora por teléfono porque si no su madre se preo-
cupa, dejar de salir durante días, semanas o meses por si “él” o “ella” lla-
ma a su casa y no le encuentra... es decir, castrar su individualidad y su
sana libertad en función de bailar al compás de la música que otro está
tocando...).

o Cuando evite la intimidad por temor a hablar “de lo que no se habla”. A


esto se le llama deflexión. La deflexión es un mecanismo de defensa que
procura bajar el nivel de angustia mediante acciones que disminuyan la
intensidad emocional de un momento de comunicación: hacer una bro-
ma ante un elogio, para salir del paso, cambiar de tema y hablar de cosas
triviales, repetir frases hechas carentes de fuerza emocional, ponerse a
hacer algo con el cuerpo para no estar frente a frente con su interlocutor
(ordenar papeles, cocinar, o cualquier otra actividad), etc.

Detrás de todo esto, la pregunta autoindagatoria es : ¿de qué modo evito


sentir aquello que, si lo percibo, me permitiría darme cuenta de un proceso crítico
o de un conflicto encubierto? La idea no es que lo cambie: la idea es que se dé
cuenta de ello, pues solamente así podrá saber exactamente dónde está parado en
cada área de su vida, cuál es su real sentir respecto de lo que le sucede, y cuál es
la mejor actitud y decisión cotidiana que resulta atinada, día a día. Difícil, ¿no? Pero
todo se vuelve aún más difícil cuando... no nos damos cuenta!

Si Ud. ya ha vivido procesos de crisis que estallaron luego de un largo tiem-


po en que Ud. no podía permitirse aceptar que eso estaba sucediendo, reconocerá
alguno de los patrones que recién enumeré, como propios de ese tiempo suyo. Si
puede verlos retrospectivamente, le resultará más fácil identificar si en este mo-
mento de su vida están instalados más veladamente en algún área donde sea
necesario detectarlos. Y, vuelvo a decirlo, el tema no es que deje de hacerlo, sino
que advierta que lo está haciendo. A partir de ello podrá decidir si seguir ha-
ciéndolo conscientemente o no.

 Wu wei: Acompañando el fluir de la ola:

Retomando lo que le compartiera oportuna-


mente, veamos el concepto que en filosofía chi-
na se denomina Wu-wei aplicándolo al tema de
la confrontación de momentos críticos.

Wu-wei = hacer-sin-hacer. Este “hacer sin


hacer” significa, en este caso, algo tan profundo
que requiere de varias imágenes para ser captado y llevado a la experiencia, sobre
todo ante situaciones de crisis: no forcejear con las circunstancias. Este no-forcejeo
deja un plus de conciencia disponible para, en el momento oportuno, tomar la
actitud oportuna. Si, en cambio, dilapidamos nuestra energía en pelear contra lo
que sucede, tratando de que no sea lo que es, nuestra fuerza y nuestra salud se
perderán en esa estéril batalla. Assagioli, (¿recuerda? Uno de los pioneros del en-

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foque Transpersonal en Italia) acuñó al respecto una frase muy clara: “Aprende a
colaborar con lo inevitable.” Esto, lejos de ser una sumisa resignación, es lo que
posibilita no marearse en la periferia vertiginosa del remolino, sino centrarse, en
cambio, en el núcleo quieto del huracán.

Elijo para ilustrar este concepto dos grabados de Katushika Hokusai (en la
página anterior y en ésta) no sólo porque parecen expresar a la perfección el
concepto de Wu-wei aplicado a los momentos de crisis (“surfear las olas” cuando la
tormenta arrecia) sino porque él mismo, ante sus propias dificultades buscó me-
cerse de ese modo en la tempestad: nacido en Japón en 1760, durante sus 89 años
de vida atravesó múltiples instancias dramáticas: enviudó dos veces, perdió también
a sus dos hijos, tuvo que mudarse 90 ve-
ces y sus últimos años los vivió con una
parálisis intermitente en un brazo. Sin em-
bargo, siguió pintando y generando belle-
za hasta el último de sus días, dando ori-
gen a través de su obra al género manga,
hoy tan difundido a través de los dibujos
animados japoneses). Más allá de lo a-
necdótico, quizás pueda llevar Ud. consi-
go este bello grabado junto con el de la
página anterior, y explorar dentro de sí
cuál es el significado empírico de Wu-wei: no es dejadez, no es resignación, no es
obsecuencia, no es “ir con la corriente”... El barquero acepta la dirección de la ola y
está atento a qué golpe de remo debe dar, no sólo para no ir contra ella y partir su
bote en dos, sino para, gracias al impulso de la ola, direccionar su bote en el
mejor sentido posible. Esto requiere de una fina agudeza, un estado de alertidad,
una actitud de permanecer sobrio, lo cual, desde ya, no es nada fácil.

En los períodos críticos se manifiesta claramente el mecanismo de raga-dvesa


(atracción-rechazo) del que le hablaba al inicio de este Seminario: queremos seguir
apegados a lo que era, y rechazamos lo que está siendo (esto es, oponemos
resistencia). Oponer resistencia, aún en los asuntos físicos, implica un inútil des-
gaste de energía: cuando uno cae rodando por una cuesta, lo peor que puede hacer
es rigidizarse: si cae lo más blando posible (como un niño... o como una persona
ebria!) lo más probable es que llegue abajo con pocos golpes, o sin un rasguño.
Como lo señala el Taoísmo: la rigidez es la muerte, y la flexibilidad es la Vida...
Trabajar sobre sí mismo en los momentos menos críticos nos entrena para ejercer
esa actitud cuando arrecia el vendaval.

El de esta misma página quizás sea el grabado más conocido de Hokusai:


“La Gran Ola frente a Kanagwa”. Es interesante señalar que detrás, bien en el fon-
do, se ve el sagrado monte Fuji: una representación de lo Imperecedero que está
detrás de todo el oleaje de lo impermanente. Recordar eso en cada momento crí-
tico nos coloca en un punto de vista diferente, y nos permite desapegarnos en ma-
yor grado de las tribulaciones manifiestas, sabiendo que Lo que Está Detrás no par-
ticipa del caos: es El Orden.

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Van aquí unas palabras de este notable humano que generó Belleza desde
su vocación y su actitud de aprendizaje ante la vida: 30.000 obras, cuya presencia
sigue vigente a través de las décadas:

“A la edad de cinco años tenía la manía de hacer trazos de las cosas. A la


edad de 50 había producido un gran número de dibujos; con todo, ninguno tenía
un verdadero mérito hasta la edad de 70 años. A los 73 finalmente aprendí algo
sobre la calidad verdadera de las cosas: pájaros, animales, insectos, peces, las
hierbas o los árboles. Por lo tanto a la edad de 80 años habré hecho un cierto
progreso, a los 90 habré penetrado el significado más profundo de las cosas, a
los 100 habré hecho realmente maravillas y a los 110, cada punto, cada línea,
poseerá vida propia."

UNA PROPUESTA: Aquí, Virginia surfeando la ola con Ud.... tal vez una
buena parte de lo que le he compartido sobre el tema de las crisis re-
suene dentro suyo como algo conocido, no sólo porque quizás lo ha-
ya leído o escuchado, sino porque desde dentro suyo sepa que es
así. Y es posible también que, aunque lo sepa, cuando se está en la cresta de la ola
no pueda hacer contacto vivencial con ese conocimiento, como si quedara (con
suerte!) solamente en el plano de “la cabeza”, pero no alcanzara a aquietar el
corazón y, con ello, a mantener la conciencia despejada. Quisiera en este espacio
convidarle un antiguo ejercicio que yo tengo muy en cuenta no sólo en mi propia
vida, sino en mi trabajo de ayuda terapéutica, cuando me toca acompañar a alguien
en situación de crisis.

Se trata de hallar un medio en que uno pueda aquietarse, centrarse en un


lugar más axial de sí mismo, más esencial, y pedir ayuda al propio Inconsciente
para generar ante la situación crítica la mejor actitud, desde lo profundo... Para ello
es necesario obrar también desde el hemisferio cerebral derecho (que, por cierto,
es el que rige las conductas emocionales!). Y a ese hemisferio hay que hablarle
desde la calma, en el lenguaje de las metáforas, claras y
sentidas, para que sembrando esa semilla en el propio
Inconsciente pueda, en medio de la acción, germinar
otro tipo de actitud.

En las circunstancias críticas, la ruptura de lo que


hasta ese momento existía exacerba una tendencia ha-
bitual de casi todo ser humano: la necesidad de contro-
lar: queremos controlarnos a nosotros mismos, controlar
la conducta de los demás, controlar los acontecimientos,
el futuro que se nos viene encima... controlar todas las
variables posibles, lo cual es, fundamentalmente, un es-
fuerzo interno fundamentado en... la ilusión. Queremos
domesticar el mar.

Busque un espacio de tranquilidad, en que pueda aquietarse, sentado, con


las palmas de las manos preferente descansando hacia arriba, explorando una ac-
titud meditativa, autoobservante. Poco a poco centre su atención en su respiración

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como proceso: simplemente acompañe al aire gentilmente, siguiendo su reco-
rrido hasta la base de los pulmones, y otra vez hacia arriba, hasta que salga por la
nariz, tal como entró. No fuerce su respiración: sólo deje que fluya. Su cuerpo
sabe cómo tiene que hacerlo: permítale obrar desde su propia inteligencia vege-
tativa. Tal como lo han hecho miles de monjes a lo largo de todos los siglos median-
te este ejercicio y otros similares, entrénese en el arte de observar sin modificar.

Preste luego especial atención al intervalo que hay entre un movimiento res-
piratorio y el siguiente: justo antes de exhalar, justo antes de inhalar. Acentúe con
la mayor agudeza posible su conciencia de sí en ese breve momento de quietud,
tal como se da, sin pretender cambiarlo en nada: el punto justo en que un ciclo
termina y comienza el siguiente, una y otra vez, una y otra vez, siguiendo las le-
yes de todo lo que vive...

Luego de un rato de practicar este ejercicio de atención, focalice su per-


cepción con la mayor lucidez posible en el intervalo que antecede a la exhalación:
Ud. tiene todo el aire en sus pulmones, y el mecanismo automático de su cuerpo es-
tá presto a largar el aire. Allí, entonces, aprenda del cuerpo: el cuerpo dice, sin
palabras: yo suelto. El cuerpo sabe que si no suelta, se muere. Sabe que ese aire
que al ingresar nutrió, ya no sirve: si se queda dentro... intoxica! Haga suyo ese
“yo suelto”: regístrelo en toda su dimensión, grá-
belo en lo profundo de su psiquis y de su sistema
nervioso. No más que eso: SEA El (o La) que
Suelta.

Sostenga esta intención durante quince minu-


tos o el tiempo que pueda. Si se distrajera, no sea
severo consigo mismo: amablemente vuelva a
llevar su atención hacia la respiración, centrando su
con-ciencia de sí. Es muy posible que esta actitud le
acompañe luego en medio de la vida, o pueda re-
cuperarla de a momentos, buscándola en cualquier
lugar en que se encuentre, tomándose del hilo de
su respiración, aún en medio de una situación de
conflicto. Explore desde sí mismo qué significa ese
“Yo Suelto”: no es dejadez, no es “no hacerse car-
go”, no es resignarse, no es esperar que otro me resuelva mi problema... (En Orien-
te es usual que el monje explore durante años una verdad a través de un ejercicio
tan poco complejo como éste, buscando que esa verdad destile su secreto poco a
poco, hacia un lugar de sí que está más allá del intelecto, pero que a su vez ilumina
a éste con la vitalidad de la experiencia. Wu-wei... Wu-wei...

 La desconstrucción de nuestros hábitos: saliendo de la jaula

Como Ud. ya sabe, la Psicología Transpersonal enuncia que el ser humano


está compuesto por una esencia (su verdadera identidad: aquello que era aún antes
de nacer, y quizás siga siendo aún después de morir...), y una personalidad (cons-

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tituida fundamentalmente por los condicionamientos externos, asentados sobre
nuestro temperamento de base).

Esa personalidad casi sin excepción, a medida que se desarrolla, va gene-


rando una represión de nuestra esencia (lo que Ken Wilber llama “represión del
Atman”, recuerda?), de modo que quedamos desconectados de nuestra verdadera
identidad, siendo ésta suplantada por una identidad postiza, gestada desde afuera.
Esa identidad postiza constituye como una jaula de nuestra esencia. El trabajo so-
bre sí consiste conocer con mucha precisión la estructura de nuestra jaula, y gene-
rar un proceso de autoliberación, para volver
a ser uno mismo, esencialmente, y desplegar
nuestro potencial dormido.

De qué está hecha esa jaula? Dónde se


encuentra su puerta y cómo abrirla desde aden-
tro? La materia prima fundamental en la cons-
titución de sus barrotes son los hábitos.

Los hábitos conforman nuestra segunda


naturaleza, de modo que cuando decimos “yo”,
generalmente la flecha indicadora no señala a nuestra esencia, sino a ese manojo
de hábitos. ¿Cómo se define un hábito? La Real Academia dice que es una “cos-
tumbre adquirida por repetición de actos de la misma especie”. Desde la Psicología
Transpersonal, la palabra “habito” señala a nuestra mecanicidad (automatismos
que, por serlo, “funcionan solos”, sin que seamos conscientes de ellos, salvo que
trabajemos para serlo).

Pero... cuidado: esto no se refiere a si Ud. acostumbra o no a dormir siesta, a


comer algo dulce luego del almuerzo, o a leer el diario todos los domingos: los
hábitos se constituyen en los tres pisos del ser humano, que a su vez interactúan
entre sí:

o Hábitos corporales: Tanto vegetativos (de alimentación, sexuales, de


somatización en ciertas zonas orgánicas, de preferencias en cuanto a
temperaturas, sabores, olores, etc.) como motrices (posturas que nos son
propias, gestos, contracturas musculares, etc.).

o Hábitos mentales: Modos de pensar que nos son más usuales (confiar
en exceso, criticar, rumiar, asociar con asuntos graciosos, acumular infor-
mación, tener pereza intelectual, etc.).

o Hábitos emocionales: Esto sí que es complejo!: patrones del sentir que


se repiten en un circuito interno y conductual previsible, cuando nos eno-
jamos, cuando nos enamoramos, cuando tenemos miedo, cuando esta-
mos contentos, cuando nos deprimimos...

La mayoría de los hábitos que desarrollamos en los tres niveles implican un


sistema de adaptación al entorno: nuestra esencia, cuando somos bebés, tiene la
enorme tarea de encarnar en este mundo tan complejo. Para ello, en nuestro psi-

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quismo se desarrollan cristalizaciones conductuales más o menos estables, que
nos permiten ir teniendo la sensación de “éste soy Yo”.

Sin embargo, a medida que la vida, con suerte, nos acerca a niveles más
profundos de nuestra verdadera identidad, nos damos cuenta de que no somos ese
manojo de mecanicidades, y que una buena parte de ellas, de hecho, llegado a un
punto de nuestra vida nos impiden ser quienes realmente somos. Sin embargo,
esta toma de conciencia implica un fuerte debate interno: “Entonces... quién soy yo
realmente?” Nos damos cuenta de nuestra jaula, pero aún no sabemos cómo salir
de ella, ni qué tipo de pájaro somos!! Por eso nos da tanto miedo salir de la jaula, y
con frecuencia el ser humano la prefiere, más que el riesgo de descubrir quién se es
fuera de ella.

Quizás esta imagen pueda recordarla con facilidad:


hace muchos años vimos un pájaro nacido en cautiverio
(un loro barranquero). Un día, la puerta de su jaula quedó
abierta por descuido de su dueño, quien, varias horas des-
pués, entró a su casa y vio a su pájaro del lado de afuera
de la jaula... desesperado por volver a entrar! Aferrado a
sus barrotes, procuraba picar la zanahoria que había que-
dado dentro, e ignoraba olímpicamente el mundo que, a sus
espaldas, le estaba disponible. Así somos también los humanos: la verdadera li-
bertad no consiste en salir de la jaula (nuestras circunstancias) sino de nuestros
hábitos mecánicos, que son lo contrario a la libertad interna.

Vinculando esto a los procesos de crisis, quisiera señalar dos ítems:

1) La mayoría de las crisis contextuales verdaderamente profundas impli-


can una ruptura de nuestros hábitos y, con ello, una crisis de identidad: nuestro
entorno ya no es el mismo, y con ello tampoco nosotros somos quienes éramos
hasta ese momento. De la ruptura de esos hábitos deviene desorden, caos. A
veces lo que hemos perdido era amado, y es muy duro reorganizarse sin ello, Pero
muchas otras lo que está quedando atrás era muy tóxico para nosotros, y sin em-
bargo hacemos todo lo posible por no soltar la jaula (aún cuando esa jaula haya sido
estrecha y tortuosa!).

Ese aferramiento a los hábitos y esa fuerte angustia que deviene de su in-
terrupción son normales: aquello con lo cual nos identificamos nos permitió, jus-
tamente por ello, crear una identidad provisoria, sin la cual es natural que nos
sintamos desnudos. En verdad, lo estamos. Y trabajar sobre esa desnudez puede
hacer que la situación de desamparo e indigencia se transforme en una circuns-
tancia más parecida a la de Adán: inaugurando un mundo naciente, en donde él
mismo pondrá nombre a cada cosa. (Pero... no nos olvidemos de que a Adán y Eva
no les fue dado un parque de diversiones, sino un Jardín –eso era, según el mito, el
Edén-! Y todo jardín requiere de un jardinero que lo trabaje todos los días. Sin ello,
se volverá un impenetrable matorral sin flores ni frutos...)

2) Las crisis intrapsíquicas evolutivas también conllevan una ruptura del


sistema de mecanicidades que sostenían nuestra identidad: es como si “nos que-

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dara chico”, y, desde adentro, rompiéramos ese sistema, aunque no tengamos otro
para suplantarlo. Por un lado, podríamos decir que esto requiere de mucho coraje:
elegir la desnudez antes que las ropas conocidas, simplemente porque ya no las
sentimos dignas o propias es un acto de arrojo. Por otro lado, cuando la evolución
es verdadera, podría enunciarse que no hay opción: hemos dejado la estructura
que nos atrapaba, y ya no queremos volver atrás, cueste lo que cueste. Es como
el pichón que ha roto la cáscara del huevo que lo contenía: no puede rearmarla para
quedarse un poco más en su tibio hábitat, pues instintivamente sabe que, si lo hicie-
ra, moriría. Como decía Herman Hesse en su novela “Demian”:

“El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene
que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios.”

Cuando vamos naciendo a quienes somos, no obstante, hay que estar prepa-
rados a que viejos hábitos hagan su aparición una y otra vez (sobre todo hábitos
mentales y emocionales). Seguir siendo el que se era es una tentación. Si el trabajo
sobre sí está hecho con profundidad, es natural experimentar cierto sufrimiento
consciente por verse a sí mismo repetir viejos modelos de pensamiento y de sen-
timiento. Podría afirmarse, en este caso, que ese sufrimiento puede ser salvador:
es el sabor de reconocer que una parte nues-
tra está morando en lo mecánico, pero que hay
otra que ve, y que, viendo, trata de rec-tificar
(esto es, advertir el viejo patrón y traba-jar
sobre él, pues todo lo que corresponde al
mundo de lo denso quiere volver a la forma a
la cual está acostumbrado. Lo sutil de nuestro
interior, en cambio, está listo para lo nuevo,
para vivir desde su desnudez sin los ropajes
de pesados hábitos que le asfixian.)

Entonces... ¿es que no hay que tener hábitos? No, no se trata de eso: se tra-
ta de ser cada vez más conscientes de ellos, identificando cuáles son contrarios a la
expresión de quienes realmente somos. Sin trabajamos con esos hábitos que obran
como impedimento, podremos instalar conscientemente hábitos menos mecáni-
cos, que favorezcan el florecimiento de nuestra real identidad. Las instancias de
crisis pueden obrar como punto de inflexión que nos obligue o nos permita darnos
cuenta de distintos hábitos que constituyen nuestra personalidad, y, con ello, tra-
bajar para conocerlos, desinstalar los que nos perjudiquen, e instalar intencional-
mente aquellos que ponderemos como deseables para quienes elegimos ser.

Los hábitos más disfuncionales son los que, por acumulación de desatinos,
acaban constituyendo una masa crítica que nos precipita a un quiebre, más tarde o
más temprano. El renombrado psiquiatra Alfred Adler sintetizó magníficamente una
noción fundamental al respecto, aplicable a los tres planos de nuestra existencia
(cuerpo-mente-emociones) Si quiere, llévela consigo y hágala suya:

“Toda enfermedad consiste en elegir lo que no es bueno para nosotros”.

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UNA PROPUESTA: Quiero proponerle que ejercite lo que Castaneda
llamara “el arte del acecho”, aplicándolo a lo que en este capítulo le
he compartido.

Durante una semana, a partir de hoy, dispóngase a detectar cuáles son sus
hábitos emocionales: verlos cómo se manifiestan dentro de sí, y cómo modelan su
conducta. Tome conciencia de ellos “en vivo y en directo” cuando están en plena ac-
tividad, y luego registre en su diario de trabajo todo aquello de lo que pueda ir dán-
dose cuenta. Ello le permitirá, la próxima vez que se activen, no permanecer in-
consciente de ellos, sino plenamente percatado de su comportamiento.

Imagine que Ud. es un fotógrafo de animales para una revista sobre Natu-
raleza, y su tarea fuera la de hacer tomas de animales en su hábitat natural. Allí
estaría, con su máquina fotográfica, en actitud del “estar al acecho” para captar la
situación más espontánea; esa actitud, si la aplicamos al mundo interno, alude a
volverse “captador de sí mismo”: el fotógrafo experimentado sabe que para llegar a
su objetivo debe estudiar los hábitos del animal (si sale de día o de noche, en
manadas o solo…), tomando nota de cuándo come, por dónde transita, cómo se
comporta ante el ruido o la presencia de extraños... Haga de sus hábitos el objetivo
de su autofotografía... y en principio, para conocerlos, sea gentil con ellos: cuando
aparezcan, déjelos ser, y aprenda; aprenda de ellos todo lo que tengan para en-
señarle sobre Ud.. Le sugiero estar atento a dos áreas en particular:

a) Los hábitos emocionales que se manifiestan en la interacción con su


entorno.
b) Aquellos que se dan en su propio mundo interno, con relativa indepen-
dencia respecto del mundo externo: emociones autocreadas, gene-
radas por su propia mente.

Recuerde que los hábitos propios no son tan fáciles de advertir, justamente
porque son habituales! (Es lo mismo que sucede respecto de las costumbres de una
sociedad, que sólo resultan curiosas y raras para el ex-
tranjero, o para quien, habiendo viajado, retorna a su lu-
gar y puede verlas con más objetividad.)

Cuando uno descubre un patrón habitual, es po-


sible que ese descubrimiento pueda expresarse más o
menos así: “Ah! Cada vez que X, dentro de mí siento Z!” .
Allí habremos descubierto una secuencia emocional re-
petitiva. Una vez que haya avanzado en su lista de hábi-
tos, le invito a que se detenga ante ella y la revise en
base a estas preguntas:

1) ¿Desde cuándo ejerzo en mi vida este patrón de hábitos emocionales?


2) ¿Cuál parece ser su origen? ¿Lo aprendí de alguna persona de mi pa-
sado que lo ejercía? ¿Lo aprendí para interactuar con alguien en par-
ticular, y me quedó como costumbre emocional? ¿Se me instaló a partir
de un hecho traumático puntual?

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3) Este patrón de comportamiento, ¿fue importante en la gestación de algu-
na de mis crisis vitales?
4) ¿Cuáles son las consecuencias de este hábito en mi vida emocional y vin-
cular?

Si bien la propuesta es para esta semana, por cierto que un trabajo profun-
do sobre este punto puede llevar años, o toda una vida. Pero en esta semana sepa
que estaremos haciéndolo entre todos los que integramos el grupo de trabajo de
este Seminario virtual. Eso da fuerza!

LA CRISIS DE LA MITAD DE LA VIDA: RETORNANDO A CASA

Vamos a cerrar este módulo abordando un tema que es vital dentro de la Psi-
cología Transpersonal, tomando para ello conceptos elaborados por el psiquiatra
suizo Carl Jung, a quien ya le hemos presentado. Este tema en particular es tan im-
portante y complejo que requeriría de un seminario aparte, pero al menos abord-
emos sus nociones básicas para que esté incluido en este módulo, tal como lo me-
rece. Pero veamos sus conceptos más destacables…

 El proceso de individuación:

En la mitad de la vida casi indefectiblemente se da una crisis muy específica


(siendo la expresión “mitad de la vida” fluctuante entre los 40… y casi 60 años en
algunas personas, siendo que hoy en día los humanos somos más longevos, con
otros tiempos de proceso). En esa instancia se asienta la nueva estructura de perso-
nalidad. (Esto se da luego de varios años de proceso, incluso más de una década, y
es indeterminada debido a que cada proceso es único, y a que la expectativa de
vida activa del ser humano se ha extendido considerablemente en los últimos tiem-
pos.)

Hasta ese momento uno tiene preguntas: sobre la vida, sobre sí mismo, so-
bre distintos asuntos de la realidad inmediata... Pero la crisis de individuación es
mucho más que eso: podría decirse que a través de ella uno ES una pregunta en
carne viva: “¿Quién soy?”. Esa pregunta sostiene
otras preguntas: ¿qué quiero y qué no quiero?
¿Quién no soy, aunque los demás esperan que lo
sea? ¿Cómo soy? ¿Qué necesito hacer con mi vida
de un modo tan imperioso que, si no lo hago, no me
podría ir de ella en paz?

Jung decía que el sentido de la vida es crear


conciencia a lo largo de ella, y llamó proceso de
individuación al largo periplo que transita el ser hu-
mano para llegar a ser él mismo: un individuo (es decir, alguien no dividido, alguien
integrado, una persona “de una sola pieza”).

Señaló que en la primera mitad de la vida construimos nuestra personalidad


en función de adaptarnos a nuestro entorno y funcionar aceptablemente. Esa adap-

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tación implica, como hemos visto, la gestación de un modo de vida generado, fun-
damentalmente, a partir de nuestros condicionamientos: transitamos mecánica-
mente, reaccionando ante los hechos y tomando decisiones en función de lo que la
vida programó en nuestro psiquismo. Los imperativos biológicos en esa primera
mitad tienen enorme poder, como en cualquier otro animal (que, sin duda, los huma-
nos también lo somos): asegurarse la subsistencia, contar con un territorio propio,
conseguir pareja, procrear... La socialización humana de esos instintos imprimirá
en todo ese proceso una compleja gama de construcciones relacionales, que gene-
rarán un contexto vital con características bien definidas.

Ahora bien: hacia la mitad de la vida buena parte de esa tarea ya ha sido
cumplida, o al menos está encaminada. Esos patrones instintivos agotaron su poder
de movilizar nuestra conducta, y la muerte (generalmente considerada en la ju-
ventud como algo ajeno) comienza a presentarse como algo que también a noso-
tros nos sucederá (el intelecto siempre lo supo, pero hacerse cargo de ello inter-
namente es harina de otro costal...).

Del mismo modo, a esta edad ya contamos con una lista importante de
frustraciones que nos indican que el lugar desde donde hemos tomado decisiones
vitales, en muchos sentidos no condice con una necesidad interna más profunda,
que comienza a hacerse oír con más fuerza.

Hasta este momento una parte muy importante de la organización de nuestra


vida y de nuestra identidad está marcada por lo que nos dijeron que teníamos que
ser, por las expectativas que la sociedad o las personas de nuestros afectos tienen
hacia nosotros. Pero, como dijera la poetisa Gabriela Mistral: “Estás perdido si
consultas el rostro de los demás”. Cuando emerge una nueva conciencia de sí, esta
condición resulta no sólo insatisfactoria, sino intolerable, pues se siente que implica
una radical traición hacia sí mismo.

 La traslocación del eje de existencia:

Este proceso que implica el advertir la disfuncionalidad de los parámetros


en que hemos fundamentado una parte importante de nuestra vida (podríamos decir
que es un proceso desde afuera hacia adentro) coincide con otro proceso si-
multáneo que se da desde adentro hacia fuera: el Sí Mismo (verdadero centro de
nuestra interioridad) puja por manifestarse, generando nuevas emociones, nuevas
percepciones, e inclusive angustias y síntomas que indican que el niño interno
quiere nacer: uno está preñado de sí mismo, y el momento de autoparirse ha
llegado. Como en todo parto, habrá contracciones dolorosas, y la placenta que
hasta ese momento nutría, si nos negamos a darnos a luz resultará tóxica.

En este punto, entonces, se va produciendo paulatinamente lo que Jung


llamaba la traslocación del eje de existencia: desde la periferia (nuestro ego,
donde estuvo durante la primera mitad de la vida) hacia nuestra esencia. Podríamos
representarlo así:

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.

Tal como si se tratara del eje sobre el cual gira un planeta, este re-centra-
miento provocará terremotos, maremotos, y demás manifestaciones apocalípticas,
de mayor o menor virulencia, que implicarán la disolución o destrucción de lo viejo,
para que pueda emerger lo nuevo (que, paradójicamente, es lo que siempre estuvo
detrás, en lo profundo). A esa reorganización de la psique los antiguos griegos le
llamaban metanoia (“ir más allá de la mente” o “cambio de mente”).

Como toda crisis, este proceso tan hondo implicará peligros, y también opor-
tunidades. ¿Oportunidades de qué?

o De revisar los valores en base a los cuales hemos decidido nuestra vida, y
darles lugar a aquellos que favorezcan el ejercicio de nuestra identidad
esencial. ¿A qué le damos importancia? ¿En qué invertimos nuestro tiempo?
¿Por qué asuntos que nos afligíamos vemos que no vale la pena invertir vida
(ahora que ahora nos damos cuenta que no es un recurso renovable!)

o De tomar conciencia respecto de hacia dónde estamos direccionando nuestra


vida, y, si es necesario, gestionar las rectificaciones requeribles para des-
plegar nuestro potencial interno.

o De revisar nuestro pasado y encontrar en él sus significados ocultos: en la


trama de nuestra vida han ido manifestándose las experiencias que quizás
nuestra esencia necesitaba para que lleguemos a donde estamos hoy, y
aprovechemos este nivel de madurez que hemos obtenido. Poner a jugar el
pasado a nuestro favor también es una oportunidad de este momento crítico.

o De integrar nuestras contradicciones, nuestros opuestos, el lado sombrío de


nosotros mismos, para volvernos seres más completos, más plenos.

o De hacer contacto con nuestro propio Inconsciente, y aprender a escuchar su


voz, para que nos guíe hacia una vida más auténtica, más acorde a nuestra
verdadera naturaleza.

Podríamos agregar a esta lista muchas otras posibilidades, pero estoy segu-
ra de que Ud. mismo podrá descubrirlas, con o sin mi futura compañía...

Un comentario final: dado que toda crisis requerirá de nuestra máxima lucidez
para que implique el menor peligro posible, y el máximo grado de oportunidad,
será importante estar atentos a cuándo necesitamos ayuda para afrontarla.

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Comúnmente todo ser humano complejo que se comprometa en trabajar
consigo mismo necesitará de alguien no involucrado en lo que le sucede, que pueda
acompañarle desde su conocimiento y su experiencia a posicionarse del mejor
modo posible, no solamente ante la crisis, sino ante la nueva identidad que esa cri-
sis en particular le invite (o le obligue) a generar.

La persona que ha decidido tomar la vida como Camino necesita advertir que
el trabajo espiritual (hacia una mayor conciencia y sensibilidad) no reemplaza al
trabajo psicológico (que sería como “deshollinar” los condicionamientos del pasado
para que nuestra Esencia se exprese cada vez con mayor libertad).

Como dijera un sufi, Kawas:

“Toda la sabiduría puede resumirse en dos líneas:


lo que se hace por ti, permite que se haga
y lo que debas hacer tú, asegúrate de realizarlo”. ♣

ILUSTRACIONES DE ESTE MÓDULO:

o Página 1: "The virgin Mary diagnoses a cae of talasemia”, de


Mary Cristine Green.
o Página 3: “El exilio”, de Marco Tulio.
o Página 5: “La idea”, de Vincenzo Conciattore.
o Página 4: “Begining of the end”, de Morteza Katouzian.
o Página 6: “Virgen de Port Lligat”, de Salvador Dalí.
o Página 9: “Poder de adaptación”, de Elsa Mora.
o Página 13: “Le grande famillie”, de René Magritte.
o Página 14: “Jaula”, de José García Montebravo.
o Página 16: “L´homme”, de René Magritte.
o Página 17: “Fructhbare Rue”, de Edward Crill.
o Página 21: Antiguo grabado del sufismo.♣

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