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Resumen Ockam

Boecio, en su Comentario a la Eisagoge de Porfirio, cita un pasaje de este autor en el


sentido de que por el momento no entra en la cuestión de si los géneros y las especies son
entidades subsistentes o si consisten sólo en conceptos; y, en el caso de que subsistan, si
son materiales o inmateriales, y, finalmente, si están o no separados de los objetos
sensibles, materias todas que, según Porfirio, no pueden tratarse en una introducción.

¿Son de algún modo reales las categorías generales o universales, tal como afirman los
realistas siguiendo la estela de Platón, Aristóteles y San Agustín, o más bien se trata, como
insisten los nominalistas, de conceptos que nosotros vertimos sobre un mundo en el que
todo lo que es real es irredomablemente particular? ¿Hay algún sentido en el que la
literatura o la «jirafidad» existan en el mundo real, o la existencia de estos conceptos
depende por entero del intelecto? ¿Es la «jirafidad» una mera abstracción realizada a partir
de infinidad de criaturas singularmente individuales, o el género es algo tan real como los
propios individuos de la especie, aun cuando no necesariamente del mismo modo? Para el
bando nominalista, este tipo de abstracciones son posteriores a los objetos individuales,
pues son ideas que se derivan de estos; a juicio de los realistas, son en cierto modo
anteriores a ellos, como la potencia que permite que un objeto individual sea lo que es.
Nadie se ha topado jamás con la «cocodrilidad», mientras que sí ha divisado a una u otra
fiera escamosa concreta retozando en el fango; nadie, como los individualistas
metodológicos se apresuran a recordarnos, se ha topado nunca tampoco con una institución
social, lo cual no quiere decir que la cadena de televisión Fox o el Banco de Inglaterra no
existan.

La batalla declarada entre realistas y nominalistas depende, entre otras cosas, de hasta
dónde se toma uno en serio lo que es sensitivamente específico. Es una cuestión política,
además de ontológica y epistemológica. También depende del estatus del razonamiento
abstracto en un mundo cada vez más empirista. ¿Cuál es la vara de medir de lo real? ¿Es la
realidad solamente lo que queda demostrado ante nuestro pulso sanguíneo? Abelardo
afirma que el realismo, con su énfasis en las naturalezas generales, elimina todas las
distinciones entre las cosas. En la noche del realismo, todos los gatos son pardos. San
Anselmo, en cambio, reprende al nominalismo por «envolverse hasta tal punto en
imaginaciones materiales que no puede escaparse de ellas».[12] Desde este punto de vista
platónico, los nominalistas están demasiado sumidos en el abrevadero de los sentidos,
demasiado arrebatados por la inmediatez sensorial y son incapaces de ver el bosque a causa
de los árboles. Su pensamiento se aferra miopemente a la textura de los fenómenos, en
lugar de elevarse por encima de ellos para conquistar una visión más sinóptica. Fue
basándose en esto, entre otras cosas, por lo que el vehemente esencialista Platón expulsó de
la república a los poetas. Atrapados en la musicalidad sensorial, eran incapaces de ascender
hasta la dignidad de una idea abstracta. Eso mismo cabe decir de infinidad de personajes

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del mundo literario de la época moderna. Explica buena parte de su hostilidad hacia la
teoría literaria. Por su parte, los nominalistas replican que el pensamiento tiene que
permanecer fiel a la realidad en lugar de leer el mundo deduciéndolo de primeros principios
racionalistas o esencias metafísicas. Para ellos, es como si los racionalistas y los
esencialistas supieran cómo es la realidad antes incluso de haber empezado a
inspeccionarla. Se debe moldear la mente para que acoja lo real al estilo baconiano,
extrayendo leyes científicas generales a partir de hechos individuales, en lugar de hacerlo al
revés (al más puro estilo racionalista). Las categorías generales o universales diluyen y
difuminan la vívida haecceitas, la «esteidad» de las cosas. Hay aquí una senda sinuosa que
va desde Duns Escoto y Guillermo de Ockham hasta Gilles Deleuze, un escotista cuyo
libertario desagrado por las categorías generales se ha dado cita con una especie de
anarquismo político. Al más puro estilo nietzscheano, ese pensamiento categórico sólo se
percibe como opresivo y constrictivo, como algo que no tiene la menor consideración por
las identidades singulares de los objetos. El posmodernismo ha heredado este prejuicio. Es,
entre otras cosas, teología desplazada. Tiene sus oscuros orígenes en el culto de la Baja
Edad Media a la voluntad arbitraria.

De esto se sigue que el principio guía del pensamiento de Ockham es que todas las cosas,
salvo las que envuelven contradicción, son posibles para Dios. Así, Él puede producir
inmediatamente cualquier cosa que haya producido mediatamente por causas segundas,
trátese de la sustancia y sus accidentes, o de la materia y la forma. La aplicación de estas
ideas se completa con un p1incipio que no es de Ockham mismo, pero cuyo uso sí será él
quien lleve más lejos: "en vano se hace con más cosas lo que puede hacerse con menos", o
también, "una pluralidad no se debe establecer sin necesidad". Se trata de la famosa "navaja
de Ockham", cuya formulación más conocida "los entes no se deben multiplicar sin
necesidad" (entia non sunt multiplicando sine necessitate) no se encuentra, sin embargo, en
sus escritos. Lo que la navaja de Ockham dice es que detrás de todo enunciado debe haber
una causa suficiente de su verdad, y tal causa sólo puede ser la observación, una intuición
lógica, la revelación divina, o una deducción a partir de éstas. La navaja de Ockham es un
principio metodológico o epistemológico, no ontológico, pues un hecho contingente no
puede tener una causa suficiente, pues Dios no obra necesaria sino libremente. En otras
palabras, como toda criatura es contingente, su existencia no se puede explicar sino por una
causa necesaria. El conjunto de todos los órdenes del mundo posibles para Dios es
necesario aunque este orden real sea contingente. Así se articula la investigación del
teólogo, del epistemólogo y del lógico.

Conocimiento intuitivo y abstractivo

Ockham sigue a Aristóteles en la consideración de lo que es el conocimiento científico.


Para que una proposición pueda ser conocida científicamente se requiere que sea deducida
de modo silogístico de proposiciones necesariamente verdaderas. Esto indica que el

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conocimiento científico consta de proposiciones que son verdaderas en cualquier mundo
posible, es decir, necesarias; tal es el caso de las proposiciones de la lógica, de las
matemáticas y de diversas proposiciones teológicas y metafísicas. Las proposiciones sobre
un estado de cosas de nuestro mundo son contingentes y, por lo tanto, no se ajustan a la
definición de conocimiento científico, como tampoco lo hacen verdades reveladas que no
son evidentes para nosotros. Pero no sólo los enunciados científicos son evidentes y
necesarios. El conocimiento del hombre comienza ron la aprehensión de hechos singulares
contingentes, tal aprehensión se llama 'conocimiento intuitivo'. Por el conocimiento
intuitivo yo puedo formar el juicio de que la cosa aprehendida existe. Esto prueba que la
facultad primaria de esta operación no es la sensibilidad sino el intelecto. Cuando yo
conozco algo sin que pueda pronunciarme sobre la existencia actual o no de ese algo, estoy
abstrayendo (no en el sentido del universo) mi conocimiento de la existencia o no
existencia del objeto; tal operación se llama 'conocimiento abstractivo'. Hasta aquí todo
parece relativamente conocido, si bien un escotista o un tomista podrían protestar por la
excesiva insistencia, a su juicio, de que lo conocido es estrictamente singular. Pero Ockham
enfatiza además la omnipotencia divina para obrar inmediatamente todo aquello que haya
sido producido mediatamente, luego, podrá darse en el intelecto un conocimiento intuitivo
sin contraparte objetiva; esto no quiere decir que se intuye como existente algo que no lo es
(eso no sería conocimiento) sino que se intuye como no existente algo que no existe pero
que podría hacerlo. Aparentemente paradójico, esto no es muy distinto del conocimiento
intuitivo que Dios tiene de cosas que, por ejemplo, existirán en el futuro. De la
comparación de varios conocimientos abstractivos de singulares resulta el concepto
universal, predicable él mismo de una pluralidad de singulares. Con Ockham logra el
multisecular problema de los universales una nueva revolucionaria solución. En efecto,
Ockham aplica irrestrictamente los principios de la lógica, en particular el principio de no
contradicción, para mostrar que es absurdo sostener que al concepto universal corresponde
en la realidad algo universal del modo que sea, pues si eso sucediese no se entendería cómo
una misma naturaleza universal o común puede estar presente simultáneamente toda ella en
varios individuos distintos. Combina estos argumentos con ciertas consecuencias que se
siguen de su principio de economía navaja de Ockham para enfatizar que en la realidad que
se da fuera del alma no existe nada que no sea estrictamente singular por derecho propio,
quedando el universal , pues, recluido en el intelecto, siendo sólo un signo apto para ser
predicado de varios individuos.

Teoría de los términos

Una vez en posesión de conocimientos universales abstractos, se puede proceder a


desarrollar las diferentes ciencias. La lógica es la ciencia que enseña cómo organizar dichas
nociones en proposiciones y argumentos sistemáticos de los cuales pueda obtenerse la
verdad. Como herramienta del trabajo científico, la lógica es una ciencia práctica. En este
campo se da el esfuerzo teórico de mayor importancia en Ockham. El tema de la lógica se

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divide en tres partes, que estudian sucesivamente los términos, las proposiciones y los
razonamientos. Ahora bien, en cada una de estas divisiones se pueden distinguir tres
niveles: el mental, el hablado y el escrito. Considérese el caso de los términos, precisando
primero que es término, en el sentido más amplio, todo aquello que puede funcionar como
sujeto o como predicado de una proposición. Pero como una oración puede ser término en
este sentido -por ejemplo, 'el hombre es animal es una proposición verdadera, Ockham
precisa que entiende como término todo aquello que puede ser sujeto o, predicado de una
proposición sin ser él mismo proposición, lo que aún es muy amplio, pues permite la
construcción de oraciones que tienen verbos, adverbios, preposiciones, etc., como sujeto –
por ejemplo, “leer es verbo”, “desde es preposición”-, y son falsas si tales términos se
toman significativamente. Entonces, en sentido estricto sólo será término aquello que no
siendo él mismo una oración y tomándose significativamente pueda operar como sujeto o
predicado de una proposición. Es propio del término entonces, tener 1a función
significativa, la misma que permite determinarlo como tal. Aclarado qué se entiende por
término, hay que ver qué relaciones se dan entre las distintas clases de términos, es decir, el
mental, el hablado y el escrito. Los términos mentales -llamados también conceptos o
intenciones del alma significan de un modo directo y natural el objeto significado, mientras
que los términos hablados se instituyen para significar aquellas mismas cosas significadas
por los términos mentales, es decir, que están subordinados en la significación a los
términos mentales, pero no porque signifiquen primariamente un concepto del alma, sino
porque de un modo convencional se ha establecido que su significación sea la misma que la
del respectivo término mental. Sin tal operación de institución del significado, el término
hablado no significaría nada. Ahora, por ser su significado convencional, puede cambiar
por un nuevo acto de imposición, y por significar aquello mismo que su respectivo
concepto, si éste sufre una alteración de su significado, lo mismo le pasará al término
hablado que de aquél depende. El término mental, por su parte, no significa convencional
sino naturalmente, por lo que no puede cambiar su significado arbitrariamente sino que
significa necesariamente su objeto. Entre los términos hablados y los escritos se dan,
proporcionalmente, las mismas relaciones que se han descrito entre los términos mentales y
los hablados. Otra distinción de los términos que vale la pena indicar es la de los términos
categoremáticos y la de los sincategoremáticos. Son sincategoremas aquellos términos que
tienen una significación determinada sólo cuando están asociados a un categorema. Por
ejemplo, “todo” no tiene de suyo una significación definida, pero la logra en “todos los
hombres”, pues cuando se adjunta al categorema “hombres” , que como tal sí tiene una
significación determinada, pasa a significar, justamente a todos los hombres. Los
sincategoremas vienen a cumplir la función de las modernas constantes lógicas, y dan la
forma de la proposición, mientras su contenido proviene de los categoremas. La división
más importante de los términos categoremáticos es la que se da entre términos absolutos y
connotativos, significando los primeros de un modo único aquello que significan, mientras
los segundos significan indirectamente algo más. “Hombre” , por ejemplo, es un término

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absoluto, pues no significa sino a cada uno de los que son hombres; “blanco”, por su parte,
junto con la cosa que es blanca significa además la blancura, y por eso es un término
connotativos. Nótese, sin embargo, que “blancura” es un término absoluto, pues con él no
se significa sino la cualidad de la blancura, sin connotarse nada adicional. Los elementos
primarios de nuestro conocimiento vienen dados por los términos absolutos, resultado del
contacto inmediato entre el intelecto y los objetos, y de los actos subsecuentes de
abstracción. Es por eso que los términos absolutos son susceptibles de recibir una
definición real, que expresa la naturaleza de la cosa nada más, mientras que los términos
connotativos sólo pueden recibir una definición nominal, que explica qué se está
significando con la palabra, es decir, que indica qué debemos entender con tal palabra.
Ockham también establece una distinción en los términos hablados y escritos, entre los que
son de primera y los que son de segunda imposición, entendiéndose por imposición el acto
de asignarle un significado a una palabra. Son términos de primera imposición aquellos que
significan algo distinto de las palabras mismas, y son términos de segunda imposición
aquellos cuya significación cae en el propio ámbito del lenguaje. Así, 'hombre ', 'blanco'
son términos de primera imposición, pero 'sustantivo ', 'adjetivo' son términos de segunda
imposición, pues significan también otras palabras. Los términos de segunda imposición
significan siempre términos de primera imposición. Debe hacerse notar que aunque esta
división es propia de los términos hablados o escritos, en cierta forma corresponde a los
términos mentales también, pues aunque no todas las distinciones gramaticales tienen una
contraparte conceptual por ejemplo, la conjugación , la declinación , hay algunas que son
comunes a ambos campos por ejemplo, el sustantivo, el 'verbo . Así, son términos de
segunda imposición en sentido estricto los que sólo corresponden

al campo del lenguaje hablado o escrito, mientras que son términos de segunda imposición
en sentido amplio aquellos que también pueden encontrarse en el lenguaje conceptual.

Una distinción semejante se establece a nivel de las intenciones del alma, pues así como
hay intenciones o conceptos que no significan otras intenciones las intenciones primeras,
hay intenciones o conceptos que sí significan otras intenciones o conceptos las intenciones
segundas. Las intenciones segundas significan siempre intenciones primeras. Ahora bien,
los términos del lenguaje hablado o escrito que corresponden a estas intenciones se
denominan abreviadamente términos de primera intención y términos de segunda intención,
pero hay que recordar que tales términos son ante todo términos de primera imposición.
Ejemplos de los primeros son ' Sócrates' , 'blancura', etc. ; ejemplos de los segundos son
'género' , 'especie', 'universal', etc. Con la significación de los términos se entrelaza de un
modo complejo la suposición. La teoría de la suposición investiga cuáles son las cosas por
las que un término puede darse en una proposición y cuáles no. La suposición es una
propiedad que corresponde a los términos pero sólo al interior de la proposición,
distinguiéndose por ello de la significación, que no necesita de un contexto proposicional
para darse. El contexto proposicional es esencial porque un término supone sólo por

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referencia a su contraparte proposicional, es decir, cuando el sujeto supone por algo, se
denota que e1 predicado se predica del sujeto como tal o del pronombre que lo muestra;
cuando el predicado supone por algo, se denota que el sujeto opera como sujeto respecto de
él o del pronombre que lo muestra. Por la suposición, como referencia recíproca entre el
sujeto y el predicado, logra la proposición una unidad interna suficiente para fundar una
teoría de la verdad. La suposición puede ser de tres clases: personal, simple y material. La
suposición es personal cuando un término se toma significativamente y supone por su
significado, cualquiera que él pueda ser. Sin entrar en más detalles, se puede decir que la
suposición personal se divide en discreta (el sujeto en 'Socrates es hombre ') y común. La
suposición común puede ser determinada (el sujeto y el predicado en 'el hombre es animal')
y confusa; la confusa puede ser sólo confusa (el predicado en ' todo hombre es animal') o
confusa y distributiva (el sujeto en ' todo hombre es animal' ). La suposición personal
contiene los elementos de la teoría escolástica de la cuantificación y es posible que también
sirViera para hacer deducciones en el lenguaje natural sin tener que recurrir a la
formalización. La suposición simple se da cuando un término supone por una intención del
alma y no se toma significativamente. Como se puede ver por la definición, el sujeto de la
proposición 'el hombre es una especie' tiene suposición simple; en efecto, ' hombre' no
supone alü sino por un concepto del alma. La suposición material se da cuando un término
no se toma significativamente, pero supone por un signo hablado o escrito. Así, el sujeto de
las proposiciones 'hombre es un nombre' u 'hombre tiene dos sílabas' tiene suposición
material. Un término cualquiera, mental, hablado o escrito, puede tener estas tres clases
de .suposición, aunque hay que precisar que si el predicado no tiene suposición personal, la
proposición ni siquiera podría formarse, por lo que la aclaración no puede convenir sino a
los términos que operan como sujeto de la proposición. De hecho, un término debe tomarse
siempre con suposición personal esto es, significativamente y por su significado , a menos
que se indique lo contrario; y un término no puede tener suposición simple o material
solamente, pues primero la tuvo que tener personal. Esto apunta a un hecho básico en la
consideración ockhamiana del lenguaje: el lenguaje se establece primariamente para hablar
de cosas determinadas, estén en el alma o fuera de ella, no para hacer lógica (como ocurre
con la suposición simple y los términos de segunda intención) o gramática (como ocurre
con la suposición material y los términos de segunda imposición). La función originaria del
lenguaje es la de referir al mundo y poder así hablar de él. La comunicación es la razón de
ser del lenguaje.

De ahí que el error de todos los que pensaban que existe algo en la realidad además de lo
singular, y que la humanidad distinta [según ellos] de los singulares es algo en los
individuos y pertenece a su esencia, les indujo a esos otros errores de que hemos hablado y
a otros muchos de orden lógico. Pero el considerar eso no pertenece al lógico, como dice
Porfirio en el prólogo. El lógico sólo tiene que declarar que la suposición simple no ocupa
el lugar de su significado, sino que, cuando el término es común, a él le compete decir que
la suposición simple ocupa el lugar de algo común a sus significados. Pero si eso común se

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da en la realidad o no, no le toca al lógico el determinarlo. A lo tercero hay que decir que la
palabra se predica de la palabra, y lo mismo la intención de la intención, pero no por sí,
sino por la cosa. Y por eso: en esta proposición: «El hombre es animal», aunque la palabra
se predica de la palabra o la intención de la intención, no se denota que una palabra sea
otra, o que una intención sea otra, sino que se denota que aquello por lo cual está o supone
el sujeto es aquello por lo cual está o supone el predicado.

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