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Dejar la mente en blanco es


científicamente imposible y el
'mindfulness' no es de 'flipados': las
grandes mentiras en torno a la relajación |
Bienestar | S Moda EL PAÍS

6-7 minutos

Es imposible dejar la mente en blanco

El esfuerzo por dejar la mente en blanco a la hora de


meditar está detrás de numerosos abandonos de la
técnica. Si de ello dependiera, nadie lo lograría; en
cambio un 49% de los españoles dice haber meditado
alguna vez, según el portal de datos de mercado
Statista. Lo cierto es que poner la mente en blanco es
científicamente imposible, apunta Myriam Campelo,
directora en España de la app de meditación Petit
BamBou. “Ha llevado a muchas personas a desistir por
la incapacidad de lograr ese estado. Vivimos en la
actualidad con una gran carga mental, los pensamientos
se atropellan en la mente. Cuando alguien dice que
quiere ponerla en blanco lo que realmente está
buscando es calmarla, hacer desaparecer aquellos
pensamientos y emociones que le producen estrés,
ansiedad o miedo”. De ahí que la meditación sea una de
las herramientas más utilizadas hoy para tratar de
gestionar ese caballo desbocado en el que se puede
convertir la cabeza. “Es una forma de entrenamiento
gracias al cual podemos conseguir un estado de calma,
centrando y manteniendo nuestra atención en una sola
cosa. Para quien comienza a meditar, lo más fácil es
centrar la atención en la respiración, en las sensaciones
físicas al inspirar y espirar”, añade la directora de Petit
BamBou.

Meditar y relajarse no es lo mismo

Es una confusión común: pensar que la meditación y la


relajación son sinónimos. “Lo que las diferencia es
sobre todo la intención: mientras que en la relajación lo
que se pretende es relajar cuerpo y mente, en la
meditación el objetivo es educar la mente entrenando la
atención; en la primera podemos dejar que la mente
vague, en la segunda está activa”, añade Myriam
Campelo. También los beneficios son distintos: la
ciencia ha demostrado que la práctica continuada de
meditación consigue importantes cambios en la
estructura cerebral, lo que lleva a reducir el estrés o
gestionar mejor las emociones además de reforzar el
sistema inmunitario o bajar la frecuencia cardíaca.

El mindfulness no es de “flipados”

Vale que en su inicio, hace 2.500 años, la meditación de


tipo mindfulness tuviera un origen religioso, porque se
adoptó de la tradición budista, pero hoy en día la
práctica de esta técnica que busca centrarnos en el
momento presente y conectar con la realidad, sin juicios
ni prejuicios, tiene poco de espiritual, y menos aún de
esotérico. Es una herramienta capaz de mejorar la
calidad de vida, algo que demuestra una investigación
de la Universidad Tulane en Luisiana: incrementa las
habilidades sociales y reduce el estrés.

Si desconecto, no me desenchufo
Cuando le deseamos a alguien que “desconecte el fin de
semana”, por ejemplo, lo que pretendemos no es que su
cerebro quede en modo encefalograma plano sin ningún
tipo de actividad, sino que desaparezca su estrés y
disfrute. Pues bien, la frase carece de rigor. La verdad es
que la mente jamás se desconecta; lo que sí podemos
es elegir en qué centrar nuestra atención. Como explica
Myriam Campelo, “vivimos en piloto automático y
mientras la mente salta de pensamiento en
pensamiento, sin que estos estén vinculados a lo que
pasa en ese momento; esa desconexión es lo que nos
produce estrés, ansiedad e insomnio. Cuando salimos
de la rutina y hacemos cualquier actividad con atención
plena, ya sea un deporte, pintar o pasear por la
naturaleza, la mente deja de divagar, y por tanto mejora
ese estrés”. En conclusión: desconectamos del estrés,
pero no de nuestra mente: a esta la descargamos. Lo
que sí sucede es que cuando el nivel de agotamiento es
alarmante, el cerebro toma las riendas y se toma unas
vacaciones “por partes”: como no consigue
concentrarse, nos hace recurrir a otras tareas que no
consuman tantos recursos cognitivos. De hecho, una
investigación de la Universidad de Wisconsin confirma
que llegados a ese nivel de saturación, ciertas células
nerviosas “se duermen” o inactivan durante breves
lapsos de tiempo, solo cuando la actividad no requiere
su acción.

La respiración sí mejora la ansiedad

La ciencia ha demostrado su relación con la actividad


cerebral. Esto es así porque la respiración conecta con
distintas partes de la corteza cerebral donde se origina
el pensamiento, la percepción y la imaginación. Según la
revista Journal Neurophysiology el cerebro reacciona
distinto cuando cambiamos voluntariamente la forma de
respirar. También calma la ansiedad, como apunta la
psicóloga y neurocientífica Patricia Nafría. Explica que
existen cinco técnicas: la respiración abdominal,
hinchando el diafragma de aire para ensanchar los
pulmones; la progresiva, relacionada con la tensión y
relajación de cada grupo muscular, la equitativa, que
parte de inhalaciones y exhalaciones contando hasta
cuatro; la del yoga o alternada por las fosas nasales
(primero una y luego la otra); y la energizante, con
inhalaciones lentas y exhalaciones rápidas, ambas por la
nariz.

Practicar yoga no es una moda superflua

Más allá de ser práctica predilecta entre influencers y de


aportar mayor flexibilidad y mejor forma física, existe
evidencia científica de que el yoga tiene beneficios en el
cerebro, y son muy similares a los que produce el
deporte cardiovascular: un estudio publicado en la
revista Brain Plasticity indica que influye en las regiones
relacionadas con la memoria, la regulación de las
emociones y el aprendizaje. También ha quedado
demostrado que hacer yoga durante ocho semanas
tiene una menor respuesta del cortisol al estrés y
disminuye la ansiedad y la depresión.

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