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MARCO TEÓRICO

Las demencias y la Figura del Cuidador

En la actualidad, el 8% de la població n mundial tiene má s de 65 añ os y se


espera que en 20 añ os este porcentaje aumente en un 20% (Valencia, 2012). Las
demencias, entidades de elevada frecuencia en el adulto mayor, constituyen un
creciente problema de salud en países con una alta expectativa de vida, no só lo por su
magnitud, sino por su repercusió n a nivel individual, familiar y social (Libre Guerra,
Guerra Herná ndez y Perera, 2008) pudiendo resultar dicha patología abrumadora no
só lo para quienes la padecen, sino también para sus cuidadores y familiares, quienes
soportan una enorme carga desde el punto de vista físico, emocional y econó mico
(OMS, 2015).

Hablar de demencias implica tener en cuenta una figura clave como lo son los
Cuidadores. Los mismos se definen como las personas, habitualmente un familiar
directo, que convive y mantiene la responsabilidad de proveer recursos que un
paciente, incapaz de autosustentarse, necesita (Breinbauer, Vá squez, Mayanz, Guerra
y Millá n, 2009). En general los pacientes comienzan a ser dependientes de su
cuidador, empleando el término dependencia cuando la capacidad funcional ha
disminuido a un punto en el que la persona ya no es capaz de llevar a cabo sin ayuda
las tareas bá sicas de la vida cotidiana. El motivo es que el deterioro de la capacidad ya
no puede compensarse con otros aspectos del entorno de la persona mayor o con el
uso de los dispositivos de apoyo disponibles (Beard, Officer y Cassels, 2015).

Estas demandas a las que tienen que enfrentarse los cuidadores constituyen
estresores. Los dos estresores má s comú nmente analizados han sido los
comportamientos problemáticos del familiar con demencia y su capacidad funcional,
seguidos de sus conductas depresivas (Nogales Gonzá lez, 2015).

Estrés

Hablar de estrés y lo ateniente a su estudio implica clasificar las perspectivas


de su investigació n en tres grandes categorías: las orientaciones sobre el estrés
focalizado en la respuesta, propuesto por Selye, el estrés centrado en el estímulo,
formulado por Holmes y Rahe y el estrés basado en la valoración cognitiva, planteado
por Lazarus. Dicha perspectiva han marcado el desarrollo de la teoría general del
estrés y de su aplicació n al campo psicopatoló gico.
 Selye describe, por primera vez en 1956 un síndrome tripartito producido por
diversos agentes nocivos y lo denomina Síndrome de Adaptación General. Plantea
que el estrés es el resultado de cualquier demanda no específica sobre el cuerpo
y que tiene tres etapas: reacción de alarma, resistencia y agotamiento.
La expresió n estrés es utilizada por primera vez con una perspectiva
psicobioló gica en 1926 por Selye, quien lo define como “la respuesta no específica del
cuerpo a cualquier demanda que sobre él se ejerce”. Lo característico del estrés es el
esfuerzo adaptativo frente a un problema y la reacció n inespecífica. Desde una
utilizació n usual en el lenguaje cotidiano, parece que la respuesta de estrés tiene
efectos necesariamente nocivos para el organismo. Sin embargo, se pueden
diferenciar entre un tipo de estrés productivo o positivo (eu-estrés), que posibilita
respuestas eficaces, potentes y facilitadoras de bienestar y un estrés destructivo
(diestrés) que se acompañ a de sufrimiento, tensiones y escasa eficacia. (Barrio, J.A.;
García, M.R.; Ruiz, I.; Arce, A. EL ESTRÉ S COMO RESPUESTA International Journal of
Developmental and Educational Psychology, vol. 1, nú m. 1, 2006, pp. 37-48 Asociació n
Nacional de Psicología Evolutiva y Educativa de la Infancia, Adolescencia y Mayores
Badajoz, Españ a).
Actualmente, el estrés es una palabra usada para describir experiencias que
son desafiantes emocional y fisioló gicamente, se define a menudo como una amenaza,
real o implícita, para la homeostasis.
A su vez, segú n Steckler (2005), podemos clasificar a los estímulos estresores
en dos grandes grupos: Algógenos (físicos) y No Algógenos (psicológicos). Los
primeros incluyen aquellos que someten al sujeto a estímulos físicos, mientras que los
segundos refieren a la exposició n a estímulos psicoló gicos estresantes.
Algo que caracteriza la respuesta al estrés es la activació n del sistema nervioso
autó nomo y el eje hipotá lamo-hipó fiso-suprarrenal (HPA). La respuesta de "lucha o
huida" es la forma clá sica de respuesta conductual y fisioló gica ante una amenaza o
situació n peligrosa. El organismo necesita la activació n normal de la hormona del
estrés para sobrevivir a tales situaciones y una funció n adrenocortical y autonó mica
inadecuada o excesiva es deletérea para la salud y la supervivencia. Una elevació n
prolongada puede deberse a la ansiedad inducida por la exposició n constante a
ambientes adversos que involucran situaciones irritantes como el ruido, la
contaminació n y el conflicto interpersonal (McEwen, B, 2007). Se han propuesto dos
grandes sistemas de respuesta: el simpático adrenomedular para la adaptació n
rá pida, las reacciones de lucha-huida y la homeostasis y el sistema pituitario-
adrenocortical para el denominado síndrome de estrés bioló gico, considerado una
condició n patoló gica (Le Moal, 2007).

Los Cuidadores: Formales e Informales

Cuidar de una persona con Alzheimer u otras demencias relacionadas supone


un gran reto para los cuidadores. El cuidador no só lo hace frente a dificultades como
la pérdida de memoria o la orientació n, sino que a menudo tiene que hacer frente a
cambios en el estado de á nimo, de la personalidad o problemas de conducta de la
persona a la que cuida; cambios que pueden suponer un reto aú n mayor. Ademá s, la
capacidad funcional de la persona con Alzheimer u otra demencia se va a ver
comprometida de manera progresiva e irreversible, lo que va a implicar niveles
progresivamente mayores de supervisió n y de ayuda con el cuidado personal a lo
largo del transcurso de la enfermedad. Esta pérdida de habilidades asociada al
proceso de enfermedad, unido a otros estresores (p.ej., circunstancias econó micas u
otras responsabilidades familiares), ha hecho que la situació n de cuidado se haya
considerado como un ejemplo de situació n de estrés cró nico o mantenido en el tiempo
(Vitaliano, Young y Zhang, 2004).
Es importante, en este sentido, poder detectar los estresores objetivos del
cuidado, la importancia de las variables moduladoras entre los estresores y las
consecuencias psicoló gicas en el cuidador principal y la importancia de las diferencias
individuales de los cuidadores en cuanto a la respuesta a su rol de cuidador (Knight y
Losada, 2011).
Sin embargo, hablar del cuidado de personas dependientes implica hacer una
distinció n entre dos categorías que coexisten.
Por un lado existe el Cuidado Informal de personas mayores dependientes,
definido como aquel que no es llevado a cabo por un profesional de la salud, ni es
remunerado y mayoritariamente realizado por familiares. Debido esencialmente al
envejecimiento de la població n y al incremento de enfermedades degenerativas cada
vez hay má s cuidadores, que ocupan esta posició n durante má s tiempo y que
presentan importantes consecuencias.
Para Rivera (2001) el cuidado informal es la atención no remunerada que se
presta a las personas con algún tipo de dependencia psicofísica por parte de los
miembros de la familia. Segú n esta concepció n quedarían incluidos dentro de los
cuidados informales familiares, vecinos y amigos de la persona dependiente;
excluyéndose a profesionales y voluntarios. Por lo tanto, teó ricamente el cuidado
informal puede estar desempeñ ado por la familia o por miembros extrafamiliares.
Por otra parte, el cuidado formal, se define como el cuidado profesional de los
mayores, de iniciativa pública o privada, el cual va aumentando cada vez má s su
presencia en nuestro país. Cada vez hay má s profesionales remunerados que atienden
a los mayores cuando lo necesitan. Pero, hoy por hoy, el cuidado informal ademá s de
ser el má s numeroso, contribuye no só lo a rellenar las lagunas de los servicios
profesionales proporcionados por las entidades sociosanitarias, sino que ademá s
mantiene el bienestar del mayor, así como su calidad de vida y su seguridad (Hébert,
et al., 1999; Rivera, 2001; Rodríguez, 1994).
Lo cierto es que segú n un estudio del Centro de Investigaciones Socioló gicas
(IMSERSO, 1995) los cuidados proporcionados por personas no familiares
representan tan só lo el 2% del total de la ayuda informal. Este porcentaje disminuye
notablemente, llegando a desaparecer, cuando la ayuda requerida va siendo cada vez
má s demandante. Así, pues, la mayoría de los cuidadores son familiares y gran parte de
las personas que necesitan ayuda son personas mayores.
Lo que ha cambiado en las ú ltimas décadas es la cantidad de personas que
desempeñ an el rol de cuidadores, la duració n de los cuidados y las tareas que tienen
que desempeñ ar. El aumento de la esperanza de vida y los avances de la medicina han
hecho que en la actualidad los cuidadores atiendan a sus familiares mayores
dependientes durante una gran cantidad de añ os (en ocasiones décadas), teniendo
que desempeñ ar tareas propias de los profesionales sociosanitarios (O’Connor, Pollit,
Brook, Reiss y Roth, 1991; Schulz y Martire, 2004).
El cuidador es un elemento sociosanitario esencial, es un recurso de importancia
cada vez mayor ya que desarrolla una importante función que permite conservar y
mantener funcionalmente el mayor tiempo posible a los mayores, facilitando la
integración en su entorno, estimulando las funciones que todavía están conservadas, y
supliendo las capacidades perdidas por otras, aumentando la supervivencia y viabilidad
funcional de los mayores en la comunidad (Artaso, Goñ i y Gó mez, 2001b; Pérez, 1997).
Aunque en ocasiones son varios los miembros de la familia que atienden al
familiar dependiente, lo cierto es que la mayoría de las veces el peso del cuidado recae
sobre una ú nica persona: El Cuidador Principal (Aramburu, Izquierdo y Romo, 2001;
Mateo et al., 2000; Rodríguez, Sancho, Á lvaro y Justel, 1995). Es muy raro que toda la
familia comparta equitativamente el cuidado del mayor dependiente, tratando de
“trabajar en equipo”. Las mayoría de las veces el cuidador principal es casi el cuidador
ú nico. Es decir, no toda la familia atiende al familiar mayor dependiente, sino que es
un ú nico familiar, sin la ayuda de otras personas, el que se suele hacer cargo del
mismo. Por eso se puede decir que el cuidado de los mayores es “de nú mero singular”
(Rodríguez y Sancho, 1999).
Segú n un estudio del Centro de Investigaciones Socioló gicas (IMSERSO, 1995),
cuando los mayores requieren ayuda su cuidador principal suele ser una mujer (83%),
de edad intermedia (M= 52 años), ama de casa (50%) y en la mayoría de las
ocasiones hija (52%) o cónyuge (16%). Datos similares se encuentran en el estudio
de Escudero et al. (1999) donde el 90,4% de los cuidadores son mujeres, el 54% hijas,
tienen una edad media de 59 añ os, aunque el 69% de los cuidadores es mayor de 64
añ os. También es mayoritaria la presencia de cuidadoras de mediana edad en casi
todos los estudios realizados en nuestro país (Alonso, Garrido, Díaz, Casquero y Riera,
2004; Bazo y Domínguez- Alcó n, 1996; Mateo et al., 2000; Rivera, 2001). No se puede
negar que en muchas sociedades, incluida la nuestra hay unas expectativas no escritas
sobre quién debe cuidar en el caso de que esto sea necesario. Es por ello que si una
persona mayor se pone enferma o necesita de atenciones en las actividades de la vida
cotidiana se espera que sea su esposo o esposa quien lo cuide.
Si este no puede, el género se convierte en un factor importante; ser mujer
(hija, nuera, nieta, hermana, sobrina, etc.) se convierte en un factor asociado a ser
cuidador. Se espera que cuidar de los familiares mayores sea una tarea de las mujeres,
como una extensió n de su rol maternal (Abengozar, 1992; Bazo, 1998; Bazo y
Domínguez- Alcó n, 1996; Collins y Jones, 1997; Fló rez, 2002).

Interés por el Estudio de los Cuidadores

Los cuidadores de personas mayores dependientes han sido ampliamente


investigados en la ú ltima década, pues representan un problema con dimensiones no
só lo personales (i.e. en los propios cuidadores), sino también familiares y sociales. La
mayor parte de los estudios científicos sobre cuidadores familiares de personas
mayores giran en torno a cuatro temas (Izal, Montorio, Má rquez, Losada, Alonso,
2001):
a. El estrés de los cuidadores
b. El empleo de servicios formales por parte de quienes tienen que cuidar a un
mayor
c. Las intervenciones con cuidadores y su eficacia
d. Diferencias y similitudes transculturales de los cuidadores.
Por lo tanto, también la investigació n científica reciente ha tratado en parte de
conocer mejor la problemá tica sociosanitaria de los cuidadores. Pero ya desde hace
tiempo que los psicó logos y psicoterapeutas se vienen preocupando por la influencia
que pueda tener el cuidado de un ser querido sobre la salud de los cuidadores. (Javier
Ló pez Martínez,Madrid, 2005).

Sobrecarga del Cuidador


Los cuidadores tanto formales como informales manifiestan dificultades,
malestar físico y mental e incluso trastornos mentales relacionados con su actividad
de cuidadores. Estos factores deben atenderse debido a que los mismos disponen de
menos estrategias de afrontamiento ante estas dificultades.
Esta serie de dificultades está caracterizada principalmente por sentimientos
de CARGA, ESTRÉ S Y TRISTEZA, denominá ndose este conjunto de signos SÍNDROME
DE CARGA DEL CUIDADOR (SCC).
La carga sufrida por la persona que desempeñ a la tarea del cuidar indica
agotamiento mental y ansiedad frente al cuidado. También está relacionado con
dificultades en la salud física, debido a una acumulació n de estresores frente a los que
el cuidador se encuentra desprovisto de estrategias adecuadas de afrontamiento para
adaptarse a la situació n. A esta “carga”, se le ha dado diferentes nombres: colapso,
crisis, sobrecarga, Burnout, (síndrome del quemado), síndrome del cuidador,
síndrome del cuidador principal, claudicació n del cuidador. El síndrome de
sobrecarga, se caracteriza por un cuadro plurisintomá tico que afecta de manera
insidiosa, con repercusiones médicas, sociales, econó micas y otras que pueden llevar
al "cuidador primario" a tal grado de frustració n que finalmente colapse, evidenciando
la enfermedad (Lara-Pérez, 2001).
El síndrome del cuidador o síndrome del cuidador quemado aparece cuando
este cuidador llega al agotamiento y desgaste físico y emocional ante las exigencias
demasiado intensas de la persona necesitada de cuidados. Consiste en el deterioro,
tanto físico como emocional que experimenta la persona que convive y cuida a un
familiar con una enfermedad cró nica. La problemá tica del cuidador es un hecho
frecuentemente ignorado por el equipo terapéutico que obvia de esta manera los
efectos de esta influencia negativa en el desarrollo del tratamiento. La detecció n
precoz de la sobrecarga en los cuidadores permite la intervenció n del equipo de salud
en la preservació n de la salud del cuidador identificando sus necesidades concretas y
de esta manera preservar la salud de su asistido e incluso optimizar la labor del
equipo terapéutico.
El concepto de “carga” a su vez, debe dividirse en la siguiente distinció n: “carga
objetiva” y “carga subjetiva” (Montorio y cols., 1998). La carga objetiva tiene que ver
con la dedicació n al desempeñ o del rol de cuidador y se relaciona fundamentalmente
con variables del paciente y con las características que determinan la demanda de
cuidados; el tiempo de dedicació n, la carga física, las actividades objetivas que
desempeñ a el cuidador y la exposició n a situaciones estresantes en relació n con los
cuidados. A su vez, la carga subjetiva se ha definido como las actitudes y reacciones
emocionales ante la experiencia de cuidar y se relaciona con la forma en que se
percibe la situació n, tanto con las dificultades como con las recompensas (Montorio y
cols., 1998; García, Mateo y Maroto, 2004).
A pesar de la ambigü edad del concepto, la carga es comú nmente planteada
dentro del contexto del modelo cognitivo-conductual del estrés y el afrontamiento de
Lazarus y Folkman (1986). De este modo, la carga es vista como la evaluación o
percepción que el cuidador tiene de las demandas del medio relacionadas con
su rol como cuidador, y los recursos con los que cuenta para satisfacer dichas
demandas (Zarit, Reever y Bach-Peterson, 1980). Siguiendo este enfoque, Zarit
diseñ ó la Entrevista de Carga del Cuidador (ECCZ), uno de los instrumentos má s
utilizados para evaluar la carga subjetiva del cuidador. Se ha comprobado que los
cuidadores con mayor nivel de carga, medida mediante este instrumento, muestran peor
autopercepción de salud y mayor probabilidad de tener trastornos emocionales (García
y cols., 2004).
El instrumento original de Zarit y cols. (1980) consistía en un cuestionario de
29 ítems, evaluando los siguientes aspectos: salud física y psicoló gica, á rea econó mica
y laboral, relaciones sociales y relació n con la persona mayor y receptor del cuidado.
(Validez de la Entrevista de Carga de Zarit en una muestra de cuidadores primarios
informales-Virginia Janeth Alpuche Ramírez, Bertha Ramos del Río, Mario Enrique
Rojas Russell y Carlos Gonzalo Figueroa Ló pez).

Estrategias de Afrontamiento

Pese a la limitació n de estudios, se sigue encontrando que los altos niveles de


estrés y las mú ltiples demandas resultantes de la labor del cuidado de pacientes con
demencia pueden desencadenar la denominada sobrecarga subjetiva en el cuidador, la
cual implica la afectació n, así como el sentimiento que experimenta el cuidador de que
su vida ha cambiado desfavorablemente debido a dicha actividad de cuidado que
ahora realiza (Espín, 2012). Esta afectació n incluye problemas físicos, mentales,
socioeconó micos, de uso del tiempo libre, calidad de sus relaciones sociales y
desajustes en su equilibrio emocional (Gonzá lez, Graz, Pitiot y Podestá , citados en
Espinoza y Jofre, 2012). Las diferencias individuales bajo el estrés son el
resultado de los esfuerzos de afrontamiento de las personas para cambiar las
situaciones estresantes o para regular sus reacciones emocionales (Lazarus &
Folkman, 1984, 1986). Desde esta visió n, el afrontamiento modula las diferencias
que existen entre los individuos ante situaciones de estrés. Lazarus y Folkman (1986)
definieron el afrontamiento como los esfuerzos cognitivos y conductuales
constantemente cambiantes, que se desarrollan para manejar las demandas específicas
que son valoradas como situaciones que exceden o desbordan los recursos de una
persona. Un afrontamiento adecuado a una situació n determinada conduce a un ajuste
adecuado y como evidencia de la adaptació n encontramos el “bienestar, el
funcionamiento social y la salud somá tica” (Lazarus, DeLongis, Folkman & Gruen,
1985). El afrontamiento es considerado como un factor estabilizador, de manera que
facilita el ajuste individual y la adaptació n cuando se está ante situaciones estresantes.
Pero a su vez, hablar de afrontamiento implica hacer hincapié en otro concepto
de relevancia: Las Estrategias de Afrontamiento. Las mismas se distinguen por ser
acciones de los individuos tendientes a frenar, amortiguar, y si es posible anular, los
efectos de las situaciones amenazantes. Sin embargo, algunos autores hablan de estilos,
o recursos, ademá s de estrategias de afrontamiento. Sandín (2003) indica que las
formas de afrontamiento proporcionan pautas para explicar las diferencias en la
adaptació n al estrés; también tienen que ver con las diferencias que se dan entre los
individuos en la mayor o menor exposició n a los estresores sociales. Ademá s hace la
diferencia entre estrategias, estilos y recursos, explicando que las estrategias de
afrontamiento son má s específicas, se llevan a cabo acciones concretas para modificar
las condiciones del estresor, por ejemplo: relajarse, ver películas, buscar apoyo social.
Los estilos de afrontamiento constituyen acciones má s generales, son tendencias
personales para llevar a cabo una u otra estrategia de afrontamiento y los recursos de
afrontamiento son características personales y sociales en las que se basa el individuo
para hacer frente a los estresores, por ejemplo, “locus” de control, percepció n de
control, auto eficacia, autoestima, sentido del optimismo (Sandín, 2003). En el proceso
y resultado final del afrontamiento pueden intervenir muchas variables,
interfiriéndolo o potenciá ndolo (Cohen y Edwards,1989). Tanto los factores internos
(estilos habituales de afrontamiento y algunas variables de personalidad) como los
externos (recursos materiales, apoyo social y la actuació n de otros factores
estresantes simultá neos) pueden modular, de forma favorable o desfavorable el
impacto de un estresor.
El comienzo de una enfermedad psicoló gica o física cró nica en un miembro de
la familia cuestiona la capacidad de afrontamiento de problemas de toda la familia, la
que deberá recurrir a anteriores estrategias o crear nuevas maneras de hacer frente a
la adversidad. Cuidar a un familiar enfermo es una situació n estresante, ya que se
deben afrontar necesidades crecientes del miembro dependiente, sobrellevar
conductas disruptivas, encarar situaciones de restricció n de la libertad y la pérdida de
un estilo de vida anterior; debiendo la familia abordar nuevas tareas relacionadas con
la enfermedad. Las habilidades de afrontamiento que las personas poseen,
condicionan y está n condicionadas por el sentimiento de soledad y la situació n de
aislamiento emocional y social. El patrón de afrontamiento frente a la enfermedad
crónica está conformado por estrategias utilizadas en el pasado y/o estrategias
nuevas que se generan frente al estresor. Según Folkman y Lazarus (1980), que
proponen el modelo transaccional del estrés, este patrón mediatiza la relación
entre la situación estresante, traumática y demandante, y la adaptación evaluat
Existen en realidad muchas estrategias posibles de afrontamiento que puede
manejar un individuo. El uso de unas u otras en buena medida suele estar
determinado por la naturaleza del estresor y las circunstancias en las que se
produce.
Son varias las medidas de afrontamiento que má s ampliamente se han
utilizado, y entre éstas se incluyen: el Ways of Coping (Lazarus & Folkman, 1984); el
Multidimensional Coping Inventory (Endler & Parker, 1990); y, el Inventario COPE
(Carver, Scheier & Weintraub, 1989), entre otras. Siguiendo el modelo teó rico del
estrés de Lazarus, otros investigadores (Carver, Scheier & Weintraub, 1989)
propusieron el COPE como alternativa al Ways of Coping. El COPE pretende ser un
instrumento má s preciso en la formulació n de los ítems, así como ampliar el nú mero
de á reas a evaluar, incluyendo algunas que no estaban en el anterior. El COPE es un
inventario multidimensional, desarrollado para evaluar las diferentes formas de
respuesta ante el estrés.
MATERIALES Y MÉTODOS

 Muestra
La muestra estuvo conformada por 7 cuidadores (formales e informales) de pacientes
de la Fundació n Ciatec.

 Criterios de Inclusión
Los criterios de inclusió n de los cuidadores formales se basaron en la asistencia de los
pacientes en actividades de la vida diaria.
Para los cuidadores informales los criterios de inclusió n se centraron en la
participació n activa del cuidado del paciente, independientemente de su convivencia con el
adulto mayor en cuestió n.

 Instrumentos de Evaluación
Previo Consentimiento Informado, se recabaron datos sociodemográ ficos,
aplicá ndose las siguientes escalas:
1) Escala de sobrecarga del cuidador de Zarit,
2) Inventario de Depresió n de Beck II BDI-II o Escala de Depresió n geriá trica- test de
Yesavage (dependiendo de la edad),
3) COPE-28,
4) Inventario Neuropsiquiá trico (versió n españ ola),
5) Inventario de Ansiedad Estado y Ansiedad Rasgo (STAIX I y II).

Descripción de las Escalas Apliacadas

 Escala de sobrecarga del cuidador de Zarit:


Escala de auto - administració n que contiene 22 ítems con puntuaciones entre 1 y 5
concedidas a cada ítem (1=nunca, 5=casi siempre). Los puntajes de corte son: < o = 46 sin
sobrecarga, 47-55, leve sobrecarga, > o = 56 sobrecarga intensa.
Para dicha investigació n se hizo uso de la versió n españ ola. (Martina et al., 1996).

 Inventario de Depresión de Beck II BDI-II:


En su adaptació n argentina es un inventario de despistaje (screening) compuesto por
21 ítems que evalú a la presencia de síntomas de depresió n en el ú ltimo mes. Cada ítem es
evaluado segú n una escala de cuatro puntos, de 0 a 3. El rango de puntuaciones oscila entre 0 y
63 puntos, siendo la puntuació n total má xima de 63. Para establecer una estimació n de la
severidad del trastorno depresivo se tienen en cuenta las puntuaciones.
Se han estudiado las propiedades psicométricas del inventario y sus resultados indican
valores de consistencia interna altos, tanto en la muestra clínica (α = ,92) como en la muestra
de població n general (α = ,93 a ,90) y evidencias de la estructura factorial subyacente,
compuesta por dos factores principales: una dimensió n somá tica-afectiva y otra dimensió n
cognitiva-afectiva (Beck et al., 2006).

 Escala de Depresión geriátrica- test de Yesavage:


Se trata de un instrumento de autoreporte compuesto por 30 reactivos que miden la
presencia de la sintomatología depresiva mediante preguntas directas. 20 de ellas miden la
presencia de síntomas (“¿Siente que su vida está vacía?”), mientras que 10 son considerados
ítems inversos (“¿En el fondo está satisfecho con su vida?”). Es una escala dicotó mica en la que
el entrevistado responde sí o no. El puntaje má s bajo que se puede obtener es 0 y el má s alto es
30, en donde altas puntuaciones sugieren altos riesgos de presentar depresió n. Existen
evidencias robustas de que el instrumento funciona adecuadamente como prueba de cribaje
(screening) tomando en cuenta diferentes condiciones sociodemográ ficas, como nivel
educativo y edad.
Existen dos versiones: La versió n breve de 15 puntos y la completo de 30 puntos.: Las
respuestas correctas son afirmativas en los ítems 2, 3, 4, 6, 8, 9, 10, 12, 13 y 15, y negativas en
los ítems 1, 5, 7, 11 y 14. Cada respuesta erró nea puntú a 1. Los puntos de corte son: 0 - 5 :
Normal 6 - 10 : Depresión moderada + 10 : Depresión severa.
 COPE-28:
Es la versió n españ ola del Brief COPE de Carver (1997) realizada por Morá n y Manga
(documento sin publicar). Es un inventario de 28 ítems y 14 subescalas que se responde en
una escala ordinal tipo Likert de 4 alternativas de respuesta (de 0 a 3), entre “nunca hago esto”
a “hago siempre esto” con puntuaciones intermedias.

 Inventario Neuropsiquiátrico:
Es uno de los instrumentos má s utilizados para evaluar sintomatología
neuropsiquiá trica y ha sido validado en varios idiomas. Es de autoadministració n donde el
cuidador debe señ alar la presencia de los síntomas marcando sí o no y el nivel de severidad de
los mismos usando puntajes desde 1 (leve) a 3 (severo).

 Inventario de Ansiedad Estado y Ansiedad Rasgo (STAIX I y II):


El Inventario de Ansiedad Estado-Rasgo (STAI) es un instrumento creado y utilizado
para evaluar ansiedad en dos dimensiones; ansiedad estado y ansiedad rasgo.
La ansiedad estado, hace referencia a un estado transitorio de ansiedad, que es
percibido por el individuo de manera consciente como tensió n y aprehensió n, aumentando la
actividad del sistema nervioso autó nomo (Spielberger, 1966), mientra que la ansiedad rasgo
hace referencia a un comportamiento predispuesto del individuo a percibir un amplio nú mero
de situaciones como amenazantes, que es permanente en el tiempo (Spielberger, 1966).
Este instrumento de evaluació n se caracteriza por ser una escala tipo likert con un
tiempo de aplicació n breve. El cuestionario STAIX comprende escalas separadas de
autoevaluació n que miden dos conceptos independientes de la ansiedad; como estado E y
como rasgo R.
La puntuaciones de A-E y A-R pueden variar desde un mínimo de 0 puntos hasta un
má ximo de 60 puntos. Los sujetos realizan una autoevaluació n en una escala que va desde 0
hasta 3 puntos en cada elemento, con la siguiente significació n:
ANSIEDAD-ESTADO:
0: Nada.
1: Algo.
2: Bastante.
3: Mucho-
ANSIEDAD-RASGO:
0: Casi nunca.
1: A veces.
2: A menudo.
3: Casi siempre.
Es importante señ alar una distinció n entre ambas subescalas. Para medir la A-E se le
especifica al sujeto que conteste teniendo en cuenta “cómo se siente ahora mismo, en este
momento”, mientras que al evaluar la A- R la consigna hace hincapié en “cómo se siente el sujeto
en general, en la mayoría de las ocasiones”.
BIBLIOGRAFÍA
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