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En el siglo XII, los cantares de juglares narraban las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar, conocido como El Cid. El Cid era un hombre muy religioso que realizaba oraciones antes de cualquier acto. Sus hijas fueron prometidas en matrimonio a los infantes de Carrión para ganar honra, sin tener en cuenta su voluntad. Posteriormente, los infantes violaron a las hijas del Cid para vengarse de él, aunque al Cid le preocupaba más recuperar su honra y riquezas que el daño
En el siglo XII, los cantares de juglares narraban las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar, conocido como El Cid. El Cid era un hombre muy religioso que realizaba oraciones antes de cualquier acto. Sus hijas fueron prometidas en matrimonio a los infantes de Carrión para ganar honra, sin tener en cuenta su voluntad. Posteriormente, los infantes violaron a las hijas del Cid para vengarse de él, aunque al Cid le preocupaba más recuperar su honra y riquezas que el daño
En el siglo XII, los cantares de juglares narraban las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar, conocido como El Cid. El Cid era un hombre muy religioso que realizaba oraciones antes de cualquier acto. Sus hijas fueron prometidas en matrimonio a los infantes de Carrión para ganar honra, sin tener en cuenta su voluntad. Posteriormente, los infantes violaron a las hijas del Cid para vengarse de él, aunque al Cid le preocupaba más recuperar su honra y riquezas que el daño
Durante la era Medieval, alrededor del siglo XII, con el uso de los cantares de
juglares se construye la historia de Rodrigo Diaz el Cid, como forma de
epopeya, se van narrando las vivencias, luchas y los sitios que este recorre con el objetivo de revertir la situación del destierro que su Rey Alfonso le había sentenciado. El Cid, según relata estos versos, era un hombre muy religioso y previo a cualquier acto a cometer realizaba plegarias, rogaba por la bendición y fuerzas para que aquello que deseara se le diera a su favor. Un ejemplo claro se da cuando previo a retirarse de las tierras de Castilla, se despide de su esposa Jimena y de sus hijas, y ruega: “¡Plegue a Dios, y así también le plegue a Santa María, que yo case por mis manos, algún día, a nuestras hijas, y que para tal ventura gozar se alarguen mis días, y vos, mi mujer honrada, por mí habéis de ser servida!” Era el catolicismo la religión que abundaba los pueblos de España en aquel entonces, la cual tomaba sus tradiciones en respaldo de la Biblia. Siguiendo a esta, la mujer era vista como objeto de seducción, había sido capaz de engañar a su Dios y cumple un rol por lo general de sumisión frente a los hombres. En la Biblia es evidente la desigualdad entre ambos géneros, por ejemplo, en la carta Primera a los Corintios se lee: “Como en todas las iglesias de los santos, callen las mujeres en las asambleas, pues no se les permite hablar, sino que deben estar sumisas, como también [lo] dice la ley; Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos, pues es indecoroso para una mujer hablar en una asamblea”. Las costumbres entonces eran seguidas por las tradiciones del catolicismo y, en el caso de los cantares del Mio Cid podemos dar muestra de la desigualdad y sumisión de las mujeres con las bodas de sus hijas, las cuales, fueron acordadas con el objetivo de alcanzar honra y de emparentarlas con aquellos que pertenecían a la nobleza, en ninguna ocasión se pone en discusión el deseo de las mujeres en cuestión para tomar tal decisión: “Oídme, Minaya y Pero Bermúdez, oíd los dos: […] Otras novedades hay en esta mi corte, y son que don Diego y don Fernando, los infantes de Carrión, con las hijas de Ruy Díaz quieren casarse los dos […] Con ello alcanzará honra y ha de crecer en honor de este modo, emparentando con infantes de Carrión.» Habló Minaya, y a Pero Bermúdez bien pareció: «Lo rogaremos al Cid tal cual nos lo decís vos; y después el Cid hará lo que estimare mejor.” Una vez avisado de esto el Cid, se puede ratificar lo antes mencionado y, además, se alega a que las hijas eran muy jóvenes aun para ser casadas: “No debiera yo casarlas, repuso el Campeador; que no tienen aún la edad y las dos pequeñas son. […] helas aquí en vuestras manos, doña Elvira y doña Sol, dadlas a quienes quisiereis, que ello ha de ser en mi honor.” Las hijas del Cid fueron además objeto para venganza de los infantes de Carrión, los cuales, avergonzados por un hecho en Valencia, planearon llevárselas a sus tierras y cometer un acto de violencia par deshacerse de estas: “Saquémoslas de Valencia del poder del Campeador, y después, en el camino, haremos nuestro sabor antes de que nos retraigan el asunto del león. […] Las riquezas que llevamos alcanzan grande valor; vamos, pues, a escarnecer las hijas del Campeador.” Una vez en viaje los infantes ponen en marcha lo que habían planeado y cometen violencia contra las jóvenes: «Bien podéis creerlo, dicen, doña Elvira y doña Sol, aquí seréis ultrajadas en estos montes las dos. […] Entonces las comenzaron a azotar los de Carrión, con las cinchas corredizas, golpeando a su sabor, con las espuelas agudas donde les da más dolor, rompiéndoles las camisas y las carnes a las dos: limpia salía la sangre sobre el roto ciclatón. […] Ya no podían hablar doña Elvira y doña Sol, y en el Robledo de Corpes quedan por muertas las dos. Si bien el Cid luego acude a la corte Judicial con el fin de cobrarse venganza por las atrocidades cometidas por los infantes, su preocupación es meramente personal, en cuanto el daño que se le hace a su honor, a las riquezas perdidas y a recuperar a dos de sus armas, las cuales eran de gran valor. La violencia cometida a sus hijas solo se tilda como un ultrajo mas y ofensa de deshonra, lo cual, al ser el objetivo primero y ferviente del Cid, lo soluciona cuando infantes de otra región, piden las manos de sus hijas: “uno era del infante de Navarra rogador y el otro lo era también del infante de Aragón; saludan al rey, y luego besan sus manos los dos, y después, piden sus hijas a mío Cid Campeador, para que sean las reinas de Navarra y de Aragón, y que se las diesen piden con honra y en bendición” Al final de los cantares el Cid ya habría logrado obtener muchas riquezas a cuesta de invadir territorios y asesinar a moros, se había convertido en fiel vasallo del Rey Alfonso, al haberle entregado múltiples recompensas, pero demostramos con esto último como su ambición era mayor y, en función de cumplir sus objetivos, vuelve a someter a otras bodas de igual condiciones a sus hijas, a pesar de ser jóvenes y de la violencia que padecieron en su experiencia con los infantes de Carrión.