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Durante la era Medieval, alrededor del siglo XII, con el uso de los cantares de

juglares se construye la historia de Rodrigo Diaz el Cid, como forma de


epopeya, se van narrando las vivencias, luchas y los sitios que este recorre con
el objetivo de revertir la situación del destierro que su Rey Alfonso le había
sentenciado.
El Cid, según relata estos versos, era un hombre muy religioso y previo a
cualquier acto a cometer realizaba plegarias, rogaba por la bendición y fuerzas
para que aquello que deseara se le diera a su favor. Un ejemplo claro se da
cuando previo a retirarse de las tierras de Castilla, se despide de su esposa
Jimena y de sus hijas, y ruega:
“¡Plegue a Dios, y así también le plegue a Santa María, que yo case por mis
manos, algún día, a nuestras hijas, y que para tal ventura gozar se alarguen
mis días, y vos, mi mujer honrada, por mí habéis de ser servida!”
Era el catolicismo la religión que abundaba los pueblos de España en aquel
entonces, la cual tomaba sus tradiciones en respaldo de la Biblia. Siguiendo a
esta, la mujer era vista como objeto de seducción, había sido capaz de engañar
a su Dios y cumple un rol por lo general de sumisión frente a los hombres. En
la Biblia es evidente la desigualdad entre ambos géneros, por ejemplo, en la
carta Primera a los Corintios se lee: “Como en todas las iglesias de los santos,
callen las mujeres en las asambleas, pues no se les permite hablar, sino que
deben estar sumisas, como también [lo] dice la ley; Y si quieren aprender algo,
pregunten en casa a sus maridos, pues es indecoroso para una mujer hablar
en una asamblea”.
Las costumbres entonces eran seguidas por las tradiciones del catolicismo y,
en el caso de los cantares del Mio Cid podemos dar muestra de la desigualdad
y sumisión de las mujeres con las bodas de sus hijas, las cuales, fueron
acordadas con el objetivo de alcanzar honra y de emparentarlas con aquellos
que pertenecían a la nobleza, en ninguna ocasión se pone en discusión el
deseo de las mujeres en cuestión para tomar tal decisión:
“Oídme, Minaya y Pero Bermúdez, oíd los dos: […] Otras novedades hay en
esta mi corte, y son que don Diego y don Fernando, los infantes de Carrión,
con las hijas de Ruy Díaz quieren casarse los dos […] Con ello alcanzará
honra y ha de crecer en honor de este modo, emparentando con infantes de
Carrión.» Habló Minaya, y a Pero Bermúdez bien pareció: «Lo rogaremos al
Cid tal cual nos lo decís vos; y después el Cid hará lo que estimare mejor.”
Una vez avisado de esto el Cid, se puede ratificar lo antes mencionado y,
además, se alega a que las hijas eran muy jóvenes aun para ser casadas:
“No debiera yo casarlas, repuso el Campeador; que no tienen aún la edad y las
dos pequeñas son. […] helas aquí en vuestras manos, doña Elvira y doña Sol,
dadlas a quienes quisiereis, que ello ha de ser en mi honor.”
Las hijas del Cid fueron además objeto para venganza de los infantes de
Carrión, los cuales, avergonzados por un hecho en Valencia, planearon
llevárselas a sus tierras y cometer un acto de violencia par deshacerse de
estas:
“Saquémoslas de Valencia del poder del Campeador, y después, en el camino,
haremos nuestro sabor antes de que nos retraigan el asunto del león. […] Las
riquezas que llevamos alcanzan grande valor; vamos, pues, a escarnecer las
hijas del Campeador.”
Una vez en viaje los infantes ponen en marcha lo que habían planeado y
cometen violencia contra las jóvenes:
«Bien podéis creerlo, dicen, doña Elvira y doña Sol, aquí seréis ultrajadas en
estos montes las dos. […] Entonces las comenzaron a azotar los de Carrión,
con las cinchas corredizas, golpeando a su sabor, con las espuelas agudas
donde les da más dolor, rompiéndoles las camisas y las carnes a las dos:
limpia salía la sangre sobre el roto ciclatón. […] Ya no podían hablar doña
Elvira y doña Sol, y en el Robledo de Corpes quedan por muertas las dos.
Si bien el Cid luego acude a la corte Judicial con el fin de cobrarse venganza
por las atrocidades cometidas por los infantes, su preocupación es meramente
personal, en cuanto el daño que se le hace a su honor, a las riquezas perdidas
y a recuperar a dos de sus armas, las cuales eran de gran valor. La violencia
cometida a sus hijas solo se tilda como un ultrajo mas y ofensa de deshonra, lo
cual, al ser el objetivo primero y ferviente del Cid, lo soluciona cuando infantes
de otra región, piden las manos de sus hijas:
“uno era del infante de Navarra rogador y el otro lo era también del infante de
Aragón; saludan al rey, y luego besan sus manos los dos, y después, piden sus
hijas a mío Cid Campeador, para que sean las reinas de Navarra y de Aragón,
y que se las diesen piden con honra y en bendición”
Al final de los cantares el Cid ya habría logrado obtener muchas riquezas a
cuesta de invadir territorios y asesinar a moros, se había convertido en fiel
vasallo del Rey Alfonso, al haberle entregado múltiples recompensas, pero
demostramos con esto último como su ambición era mayor y, en función de
cumplir sus objetivos, vuelve a someter a otras bodas de igual condiciones a
sus hijas, a pesar de ser jóvenes y de la violencia que padecieron en su
experiencia con los infantes de Carrión.

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