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Apologética

Nombre:

Teodoro Quezada

Matricula:

2019-3300367

Maestro:

Susana Sánchez

Trabajo:

Examen Final
Importancia de la apologética en aplicación a la
teología e interpretación bíblica.

El tema de apologética, es un tema muy amplio, porque


abarca todo lo que es el ser humano, sus acciones y forma de
pensar. Desde que el hombre existe está buscando una razón
o justificación para todo lo que hace, dice o piensa.

Después de surgir la iglesia y propagarse el evangelio dentro


del Imperio Romano fue necesario defender la fe, los padres
de la iglesia fueron llamados principalmente “padres
apologistas” porque se dedicaron específicamente a defender
el evangelio de Jesucristo. La necesidad de la apologética no
es algo sólo del pasado, sino de actualidad. Por todas partes,
uno oye las quejas del secularismo y los relatos del éxito de
sectas y nuevas creencias. Tales peligros hacen que la
apologética siga siendo necesaria. Cuando decides creer en
Jesucristo, adquieres la responsabilidad de defender tu
postura.

Hoy los retos para el cristiano sobrepasan la cuestión de sí


Dios existe. El asunto ahora, es a cuál Dios prefieres adorar.
Ya no se habla de un Dios morando en el interior del hombre,
sino de una energía global divina de la cual todos somos
parte. Este modo de pensar da por resultado que el ser
humano también se considera Dios. Ahora, el enfoque está
más en demostrar la verdad absoluta de Dios (que está en la
Biblia) en medio de un mundo que tiene una filosofía
relativista donde todo puede ser verdad y en que cada cual
puede creer su propia verdad, definida por el ser humano. Por
lo tanto, un estilo de vida consecuente con la fe es una de las
opciones para la defensa de la fe hoy.

IMPORTANCIA

Apología es un discurso de palabra o por escrito, en defensa o


alabanza de alguien o algo. Por lo tanto, estamos asumiendo
que apologética es sinónimo de defender la fe. Pero, ¿cuál fe?
Para ser prácticos entiéndase por “fe” todo aquello que los
cristianos creen y de lo cual están convencidos. Es la verdad
o conjunto de doctrinas contenidas en la Biblia y además el
mensaje del evangelio que ha transformado sus vidas. Esta
aplicación no es nueva porque el apóstol Pablo usaba la
palabra fe para expresar el conjunto de doctrina o creencias.
Por ejemplo, Col. 2:7; 1 Timoteo 1:19; 2:7; 4:6.

Dios no necesita que lo defendamos a él, sino la fe en que


creemos. Un apologeta moderno, Cornelius van Til, insiste en
que la predicación es la mejor apologética. Tiene mucha
razón, él se apoya en 1 Corintios 1:21. Lo cierto es que la
predicación es efectiva para alcanzar a los que no creen en
Cristo, pero se ha debilitado mucho por el poco respaldo que
tiene en la vida de sus exponentes. Bartolomé Gregorio
Lavastida decía: “Sí tu vida no es un mensaje, tu mensaje no
tiene vida “. Esta es la dolencia en muchos predicadores y
expositores bíblicos actuales.

Mi propuesta en este estudio es que la defensa de la fe puede


ser también a través de nuestro testimonio (la forma en que
vivimos). La defensa de la fe por medio de palabras se puede
y debe mantenerse, pero debe tener un mayor peso mi estilo
de vida como cristiano. Sólo así serán escuchadas nuestras
palabras y serán de impacto. Debe existir una relación
estrecha entre lo que se cree y cómo se vive. Como dice un
proverbio, Algunos hablan de las virtudes del agua, pero
toman vino. Existe una dicotomía en la vida del cristiano. Una
parte es la que muestra el domingo o algún otro día en que se
reúne con los hermanos o visita la iglesia. La otra parte
cuando está en la vida cotidiana: en la casa, los negocios, el
colegio, el mercado… Queridos hermanos si seguimos así,
nunca habrá una verdadera defensa de la fe.

Una pregunta para reflexionar: ¿Quién necesita la


apologética, los cristianos, los no cristianos, o ambos? La
respuesta a esta pregunta -ambos-, te demuestra que los
cristianos tienen que demostrar convincentemente lo que
creen y los no cristianos necesitan enfrentarse con la verdad
de Dios.

La apologética que necesitamos hoy, no es la de hacerle


frente a cada desafío que llegue, sino una en que el cristiano
tomará tiempo para preparar un criterio apologético (con sus
palabras y su vida) para hacerle frente a todos los retos. En la
apologética es mucho más importante construir una estructura
en relación con las objeciones con que podemos hacer frente
en vez de tener las respuestas a un gran número de
preguntas.

Aclaraciones importantes. Cuando se habla de apologética,


hay que considerar un elemento importante: el contexto. Es
decir, “Cada situación y cada cultura, en realidad cada
persona, tiene ciertas necesidades implícitas destinadas a ser
satisfechas por el evangelio. Creemos que es una genialidad
del cristianismo el ser pertinente a toda necesidad humana.
Nos incumbe estar lo suficientemente cerca de las personas
para saber dónde existe estas necesidades, oír las preguntas
que probablemente ellas no sean capaces de articular, y
aplicar el ungüento consolador del evangelio justo donde se
necesite”.

Es bueno tomar un punto de partida para defender el


evangelio, W. Dyrness dice “una perspectiva en la cual Dios
es el creador, sustentador y redentor del universo. Todo ser
considerado desde el punto de vista de su voluntad y de sus
propósitos, y la expresión de esa voluntad en su revelación”

Algunos teólogos hacen uso de la apologética casi como si


fuera una excepción al compromiso con Cristo. Nos dicen que
cuando se discute con los incrédulos, no debemos basar
nuestros argumentos en criterios o normas derivados de la
Biblia. Argumentar sobre esa base, dirían, sería hablar con un
prejuicio. Más bien deberíamos presentar a los incrédulos sólo
argumentos sin prejuicios, argumentos sin tendencia religiosa
alguna, ni a favor ni en contra, sino solamente los que sean
puramente neutrales. Hay que usar, según este punto de
vista, criterios y normas que los mismos incrédulos pueden
aceptar. Entonces, la lógica, los hechos, la razón, la
experiencia, etc., ellos se convierten en las fuentes de la
verdad. La revelación divina, especialmente la de las
Escrituras, por definición así quedan excluidas.

Parece muy razonable a simple vista este argumento: puesto


que son Dios y las Escrituras las que están en discusión,
obviamente no podemos hacer suposiciones acerca de ellos
cuando argumentamos. A eso se le llama la falacia del
argumento en círculo. Además, pondría un fin al intento de
evangelizar, pues si de antemano pedimos a los incrédulos
que presupongan la existencia de Dios y la autoridad de las
Escrituras para entrar al debate, nunca consentirán en ello. Se
rompería toda posibilidad de comu-nicación entre el creyente y
el no-creyente. Por tanto, debemos evitar hacer este tipo de
demandas, y en su lugar debemos presentar nuestros
argumentos sobre bases neutrales. Así, inclusive, podemos
alardear que nuestros argumentos presuponen solamente
criterios que el mismo incrédulo acepta (sean éstos en la
lógica, los hechos, la consecuencia o lo q. sea).

A esta forma de hacer apologética se le llama a veces el


método tradicional, o clásico, pues ha tenido muchos
exponentes a través de la historia de la iglesia,
particularmente los apologetas del s. II (Justino Mártir,
Atenágoras, Teófilo y Arístides) y el gran teólogo del s. XIII,
Tomás Aquino, con todos sus seguidores, y en tiempos más
recientes, José Butler (murió en 1752) y sus seguidores, e
inclusive la gran mayoría de los apologetas de nuestros
propios días.

Cuando afirmo que la apologética tradicional se pronuncia por


“la neutralidad”, no estoy diciendo que ellos hacen a un lado
su fe cristiana por dedicarse a la tarea apologética. Muchos de
ellos en efecto creen que la Biblia avala esta manera de hacer
apologética, y por tanto es una manera en la que ellos pueden
“santificar a Dios el Señor en sus corazones”. Con todo, sí le
dicen al incrédulo a que piense en forma neutral durante el
encuentro apologético, y sí tratan ellos de desarrollar un
argumento lo más neutral posible, que carece de toda
presuposición bíblica específica.

Lejos estoy de querer descalificar por completo esta tradición,


por inservible. Pero sobre el punto particular que estamos
tocando, que es el asunto de la neutralidad, definitivamente
creo que su posición NO va de acuerdo a la Biblia. En el texto
lema que dimos al principio, vemos que el argumento de
Pedro es completamente diferente. Para él, la apologética no
se hace una excepción a nuestro compromiso global al
señorío de Cristo.
Es todo lo contrario: la situación apologética es una en la que
debemos de “santificar a Cristo como Señor”, o sea, debemos
hablar y vivir de una manera que enaltezca su señorío, y que
anime a otros a hacerlo también. En el contexto más amplio,
Pedro está diciendo a sus lectores a que hagan lo que sea
correcto y bueno, a pesar de la oposición de los no-creyentes.
Nos exhorta a no temerlos. Para nada fue su opinión que en la
tarea apologética presentáramos un argumento que no sea
toda la verdad, simplemente por temor a que esa verdad sea
rechazada.

Por el contrario, lo que nos dice Pedro es que el señorío de


Jesús (y por ende, la verdad de su Palabra, pues ¿cómo
podemos llamarle “Señor” si no hacemos lo que nos dice, Luc
6:46?) es nuestra presuposición final. Una presuposición final
es una entrega fundamental del corazón, es una confianza
final. Tenemos fe en Jesucristo como asunto de vida eterna o
de muerte. Confiamos en su sabiduría más allá de toda otra
sabiduría. Creemos más en sus promesas que en las de
cualquier otro. Nos pide que le demos toda nuestra lealtad, y
que no permitamos que ninguna otra lealtad compita con él:

“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es: Y amarás a


Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con
todas tus fuerzas” (Deut 6:4-5).

“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al


uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro.
No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mat 6:24).

¿Significa todo esto que somos llamados a emplear la


argumentación en círculo? Sí, pero sólo en un sentido. No
somos llamados, por ejemplo, a utilizar argumentos como
éste: “La Biblia es la verdad; por lo tanto, la Biblia es la
verdad”. Como veremos más adelante, es totalmente lícito
argumentar sobre base de evidencias, tales como los
testimonios de los 500 testigos a la resurrección (“Después
apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los
cuales muchos viven aún,y otros ya duermen” 1ª Cor 15:6). La
evidencia de un testigo ocular se usa así: “Si las apariciones
de Jesús después de su resurrección fueron bien
atestiguadas, se puede dar como un hecho la resurrección.
Fueron bien atestiguadas las apariciones de Jesús después
de su resurrección; por lo tanto, la resurrección es un hecho.

Esto de ninguna manera es argumentar en círculo. Sin


embargo, puede verse cierta circularidad si alguien pregunta,
“¿cuáles son tus criterios finales del buen testimonio? O,
¿Qué concepto general del conocimiento humano te permite
razonar de testimonio ocular a milagro? Sólo por citar un
ejemplo, el empiricismo de David Hume no permitiría ese
razonamiento. Pero aquí el cristiano presupone una
epistemología cristiana: un concepto de conocimiento, de
testimonio, de testigos oculares, de apariciones y de hechos,
que están sujetos todos a las Escrituras. Dicho en otras
palabras, está utilizando normas bíblicas para probar
conclusiones bíblicas.

¿Elimina esto toda posibilidad de comunicación entre un


creyente y un no-creyente? Aparentemente, sí. El cristiano
argumenta sobre base de criterios bíblicos, que la
resurrección fue un hecho. El no-cristiano responde que no
puede aceptar dicho criterio, y que no aceptará el hecho de la
resurrección hasta que no lo comprobemos mediante las
normas (digamos) del empiricismo de Hume. Nosotros a la
vez afirmamos que tampoco aceptamos como válidas las
presuposiciones de Hume. El no-creyente dice no poder
aceptar las nuestras.

Como he dicho antes, la Biblia nos dice que Dios se ha


revelado al no-creyente con toda claridad, a tal grado de que
conoce a Dios (Rm 1:21, “pues habiendo conocido a Dios, no
lo glorificaron como a Dios”). Aunque suprima este
conocimiento, en algún nivel de su subconsciente guarda la
memoria de dicha revelación. Es contra esa memoria que
peca, y es por esa misma memoria que Dios lo responsabiliza
por sus pecados. En ese nivel del que hablamos, él sabe que
el empirismo está equivocado, y que las normas bíblicas son
legítimas. Nuestro testimonio apologético, entonces, se dirige
no tanto a su epistemología empiricista (o de cualquier otra
clase que fuere), sino a la memoria que tiene de la revelación
de Dios, y a la epistemología implícita en esa revelación.
Para hacerlo, es decir, para establecer comunicación
significativa, no sólo podemos sino debemos usar los criterios
cristianos, y no los de la epistemología incrédula. De modo
que cuando el no-creyente diga, “No puedo aceptar tus
presuposiciones”, respondemos algo así: “Hablemos un poco
más, y luego quizá te sean más atractivas mis
presuposiciones (lo mismo que tú esperas que las tuyas me
lleguen a ser más atractivas a mí), conforme expresemos
nuestras ideas con mayor lujo de detalle. En el entretanto,
sigamos usando cada quien sus respectivas presuposiciones,
y hablemos de asuntos que aún no hemos discutido.”

Nuestro testimonio al no-creyente nunca le llega solo. Porque


si Dios quiere usar nuestro testimonio para propósitos que él
tiene, entonces siempre añadirá un elemento sobrenatural a
dicho testimonio: el Espíritu Santo, que obra con, y en, la
palabra. Ver:

Rom. 15:18-19, “Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo


ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles,
con la palabra y con las obras, con potencia de señales y
prodigios, en el poder del Espíritu de Dios, de manera que,
desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he
llenado del evangelio de Cristo”;

1ª Cor 2:4-5, y 12-14, “y ni mi palabra ni mi predicación fue


con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con
demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no
esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder
de Dios; y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo,
sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo
que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con
palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que
enseña el Espíritu, ...pero el hombre natural no percibe las
cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura,
y no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente”;

2ª Cor 3:15-18, “y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a


Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. Pero
cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque el
Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí
hay libertad”;

1ª Tes 1:5, comparado con 2:13: “pues nuestro evangelio no


llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en
poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre, como bien
sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros; por
lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de
que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de
nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino
según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en
vosotros los creyentes”; y,

2ª Tes 2:13-14, “pero nosotros debemos dar siempre gracias a


Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de
que Dios os haya escogido desde el principio para salvación,
mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a
lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la
gloria de nuestro Señor Jesucristo”.

Si por alguna razón dudamos de nuestra capacidad de


comunicar, pero que nunca dudemos del poder del Espíritu
Santo. Y si nuestro testimonio es el instrumento básico que
usa el Espíritu, entonces la estrategia que seguiremos será la
que la misma Biblia nos dicte, y no nuestras supuestas
suposiciones de sentido común.

Lo anterior es precisamente lo que hacemos en casos


semejantes y que no son normalmente considerados como
“religiosos”. Imaginémonos a alguien viviendo en su propio
mundo de sueños quizá un paranoide, que cree que todo
mundo está buscándolo para matarlo. Digamos que se llama
Oscar. Digamos que Oscar presupone este horror, de modo
que toda evidencia contraria, la tuerce y la hace que confirme
su conclusión. Toda acción buena, por ejemplo, en su punto
de vista sólo es evidencia de un nefasto complot para hacerle
bajar la guardia, y luego alguien le meta el cuchillo entre sus
costillas.

Oscar está haciendo los que hacen los no-creyentes según


Rom 1:21: cambiando la verdad por la mentira. ¿Y cómo
poderle ayudar? ¿Qué le podremos decir? ¿Qué
presuposiciones, qué normas, qué criterios usaremos?
Seguramente no los de él, porque así estaremos aceptando
su propio estado paranoico. Seguramente no criterios
“neutrales”, porque no existen. O se acepta sus
presuposiciones, o se rechazan.

La respuesta, por supuesto, es que razonamos con él sobre


base de la verdad, como la entendemos nosotros, aun cuando
ésta choque con sus creencias más profundas. Quizá de vez
en cuando nos diga, “Parece que estamos discutiendo sobre
presuposiciones diferentes, y así no vamos a llegar a ningún
lado”. Pero en otras ocasiones, nuestros razonamientos
verdaderos quizá penetren sus defensas. Porque después de
todo, Oscar es un ser humano. Y en algún nivel de su
subconsciente (así lo suponemos) el tiene que saber que en
verdad todo mundo no está buscando matarlo. En ese nivel
será capaz de oír y cambiar. Personas paranoides, después
de todo, a veces vuelven en sí y sanan. Por ello le hablamos
la verdad, con la esperanza de que eso suceda, y sabiendo
que si palabras le van a ser útiles, tendrán que ser la verdad y
no más mentiras, para que pueda sanar.

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