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“PARA UN MATRIMONIO FELIZ”

RETIRO

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Retiro: Para un Matrimonio Feliz, Talleres de Oración y Vida

SEXTO DÍA
Sanar las heridas

Oración:

UNIDAD EN EL MATRIMONIO
Señor, y sucedió una vez Sé Tú en nuestra casa lámpara y
que sobre la tierra desnuda y virgen fuego, pan, piedra y rocío, viga
brotó de improviso maestra y columna vertebral.
una flor hecha de nieve y fuego. Restaña las heridas cada noche y
Fue llama que extendió un puente de renazca el amor cada mañana
oro entre las dos riberas, como fresca primavera.
guirnalda que engarzó para siempre
nuestras vidas y nuestros destinos. Sin Ti nuestros sueños rodarán
Señor, Señor, fue el amor con sus por la pendiente. Sé Tú para
prodigios, ríos, esmeraldas e nosotros escarlata de fidelidad,
ilusiones ¡Gloria a Ti, horno espuma de alegría, y garantía de
incandescente de amor! estabilidad.

Pasó el tiempo, y en el confuso Mantén, Señor, alta como las


esplendor de los años la guirnalda estrellas, en nuestro hogar la
perdió frescor, y la escarcha llama roja del amor, y la unidad,
envolvió a la llama por sus cuatros como río caudaloso, recorra e
costados; la rutina, sombra maldita, irrigue nuestras arterias por los
fue invadiendo, sin darnos cuenta, y días de los días.
penetrando todos los tejidos de la
vida. Sé Tú, Señor Dios, el lazo de oro
Y el amor comenzó a invernar. que mantenga nuestras vidas
incorruptiblemente entrelazadas
Señor, Señor, fuente de amor; hasta la frontera final
dobladas las rodillas desgranamos y más allá. Así sea.
ante ti nuestra ardiente suplica:

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Existen dos tipos de heridas graves en la vida conyugal, ocasionadas una por
los celos y otra por la infidelidad.

Vamos a hablar un poco sobre cada una de ellas.

Los celos

Existe en la naturaleza intrínseca del amor un componente extraño que


arrastra a los amantes a la exclusividad, a una especie de monopolio, lo que
no sucede, por ejemplo, en el amor de amistad.

Podemos decir que los celos, en su justa medida, de algún modo forman
parte del amor.

Pero nos estamos refiriendo al temperamento específicamente celoso;


aquel que se exterioriza con frecuencia en grados enfermizos y que
perjudica la vida conyugal.

Los celos son un sentimiento irracional en donde palpitan, también,


complejos de inferioridad y, sobre todo, sentimientos de inseguridad. El
celoso sufre mucho y hace sufrir a los que están comprometidos con él.
Normalmente los celosos reflejan un bajo nivel de autoestima.

El sentimiento más característico de los celosos es, como ya dijimos, la


inseguridad, una invencible inseguridad.

Los celosos tienden a volverse fastidiosos, exigiendo constantemente que


se les asegure el amor y la fidelidad. Coartan notablemente la libertad del
consorte, porque siempre lo están fiscalizando. El compañero puede
cansarse de que constantemente se ponga a prueba su amor, y un buen día
puede ser asaltado por la tentación de irse.

Durante los ataques de celos el único camino es el silencio y la paciencia,


para después, con mucha calma, solos los dos, dialoguen profundamente,

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expresando con confianza sus puntos vulnerables, ayudándose


mutuamente en la superación de sus zonas más frágiles.

Infidelidad

La infidelidad, en principio, es síntoma de que algo no anda bien en el


matrimonio. Siempre esconde algo serio y profundo. Ella acostumbra a
tener múltiples causas.

Pero, con seguridad, son torpes intentos por encontrar soluciones


externas a problemas de origen interno.

Otro principio universal: los cónyuges infelices tienden, inevitablemente, a


la infidelidad.

Cuando los cónyuges se resisten a abordar ciertas problemáticas que se


arrastran por años, buscan experiencias extramatrimoniales, pensando que
ellas pueden aliviar tensiones y angustias.

A veces, los cónyuges infieles buscan aventuras porque intentan encontrar


soluciones que las habrían encontrado en su propia pareja si, en su
oportunidad, hubieran sido sinceros.

El cónyuge infiel siempre busca pretextos: no me quieren; merezco un


mejor trato; mi vida conyugal no es gratificante; en mi matrimonio no soy
lo suficientemente valorado.

El cónyuge infiel siempre se engaña: le parece que la persona que tiene en


casa está llena de defectos y sin ningún encanto en comparación con las
maravillas que tiene el amante de turno. ¡Cuidado! Hasta un niño de ocho
años sabe que cualquier persona es encantadora durante el éxtasis de un
momento fugaz. ¡No nos hagamos ilusiones!

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Por muchos pretextos que aduzcan los cónyuges infieles para justificar sus
andanzas, no existen infidelidades sanas o ingenuas. En cada romance
extramarital, el cónyuge engañado deja de ser esa persona especial, única
en el mundo, aquella con la que se comprometió a compartir su vida para
siempre. Y esto, aunque el cónyuge infiel diga que su esposo(a) será
siempre el amor de su vida, a quién eligió para casarse, y que la otra persona
es solamente un hecho casual en su vida…, son solo palabras y el cónyuge
engañado lo sabe bien…

No obstante, el éxtasis de un adulterio es un inmenso autoengaño. La vida


no es así. La exaltación de un momento fugaz en que no hay niños
enfermos, cheques protestados, compromisos familiares… es un fraude
colosal.

Además de esto, se apodera de quien engaña la imposibilidad de


concentrarse en sus actividades profesionales. ¡Cuántos empresarios
cayeron en bancarrota por relacionarse con otras mujeres! No tienen un día
de paz.

Necesitan estar justificándose, generalmente mintiendo. Y así entramos en


un ambiente de sospechas, de mentiras, de corrupción. Todo esto por estar
inmerso en un mundo artificial.

Se habla profusamente de la infidelidad masculina, como si solo existiera


ésta, pero en los tiempos actuales la infidelidad también hace parte del
mundo femenino.

En la lucha por la igualdad con los hombres, las mujeres se sienten con el
derecho de tener una vida sexual más “libre”, al estilo de los hombres.

Para justificar lo injustificable, se expresan del siguiente modo:

- El me traicionó y le estoy pagando con la misma moneda.


- Con mi marido tengo sexo por compromiso, con mi amante lo hago
por placer.

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- Encontré en “otro” todo el cariño que mi marido no me da.

Y así sucesivamente.

Para los hombres es insoportable la noticia de haber sido traicionados por


sus mujeres; hiere profundamente su masculinidad, se sienten humillados,
y su reacción suele ser bárbara: son capaces de cualquier venganza.

Pero también hay casos en los que los hombres reaccionan con autocrítica
y perdón, para recuperar a su esposa, porque una gran parte de las esposas
que se han entregado al adulterio lo hacen decepcionadas por tantos
maltratos del marido y por falta de delicadeza, sensibilidad y cariño.

También hay mujeres que después de la primera caída en un adulterio, se


arrepienten profundamente, sienten haber hecho una barbaridad y nunca
más lo hacen. Hay de todo.
Tanto las mujeres como sobre todo los hombres que anduvieron por estos
caminos descarriados; de eso ya hace mucho tiempo; se enderezaron y
¡quién lo diría!, después de tantos años constituyen un matrimonio
ejemplar, llenos de madurez y serenidad.

La infidelidad conyugal complica la existencia. Hay que estar ocultando algo


importante de sus pensamientos y emociones a su cónyuge, a los hijos y a
sí mismo. Cada vez que sale de casa tiene que estarse justificando, dando
explicaciones, casi siempre mintiendo.

Cuando uno engaña a otro, uno se engaña a sí mismo.

Cuando se ha descubierto y comprobado que el cónyuge ha sido infiel, es


fácil atacarlo e inundarlo de sentimientos de culpa proclamando que, por
su culpa, el matrimonio ha fracasado.

Tarde o temprano el cónyuge engañado entra en sospechas y se oscurece


el clima de confianza, y una nube de tristeza ensombrece la atmósfera del
hogar.

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El cónyuge engañado una vez que se entera y comprueba el engaño es,


automáticamente, acosado por el complejo de inferioridad y
desvalorización. De ahí pasa a la etapa de la beligerancia y la agresividad.
Se enrarece la relación familiar y una sombra de tristeza acaba por cubrir el
cielo del hogar.

La infidelidad es la manera más rápida y dolorosa de matar el amor.

En suma, no vale la pena.

Oración
La oración es la mejor manera de pacificar el corazón e iluminar el espíritu;
las parejas, tomadas de las manos y con mucha devoción, rezan la oración:

Oh, Señor Jesucristo,


Tú eres nuestro amigo, estás tan cerca de nosotros y colmas de amor
nuestros corazones en todo momento.
Aunque no te veamos, sabemos que estás con nosotros, en nosotros.
Señor, siguiendo tus instrucciones, nos esforzaremos por amarnos.
Reafirma en nuestro interior la confianza mutua, ayúdanos, Jesús, a no
caer en tentación, a cuidar del matrimonio que nos regalaste;
que nos amemos verdaderamente
para que nunca existan sospechas ni dudas entre nosotros.
Tú nos invitas a ser felices siguiendo la senda del amor,
la senda que nos trazaste.
Lo mismo que la alborada vence a la noche, así, Tú, Jesús, disipas de
nuestros corazones los temores, las ansiedades, y las sombras,
y haces nacer la aurora del amor que ilumina, da calor y color a nuestras
vidas,
¡Qué felices somos contigo, Señor! Amén.

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El problema del Perdón


Por la experiencia que aportan los años he llegado a la evidencia de que, en
el fondo de todos los fracasos matrimoniales, palpita un problema de
perdón.

Al no saber perdonar, la acumulación silenciosa del rencor ha envenenado


la sangre; los esposos respiran por las heridas y parece que cada palabra es
un puñal que abre nuevas heridas.

Y así llegamos al problema de los problemas en la relación matrimonial: el


problema del perdón.

* * *

La vida conyugal es larga y en su dilatado recorrido surgen, de manera


imprevista, altibajos, recaídas, gritos y ofensas.

Los esposos pueden sufrir crisis pasajeras o prolongadas. Pueden


producirse momentos de alta tensión en los que el tono va subiendo hasta
terminar en violencia emocional, verbal o de otro género.

Cabe, incluso, una especie de crueldad mental en uno o en ambos


cónyuges. Basta que uno de ellos levante la voz; como las palabras “sacan”
palabras y la violencia engendra violencia, se puede llegar, en una espiral
ascendente, a situaciones insostenibles.

Existen temperamentos suspicaces o desconfiados: aquellos que ven


fantasmas donde no los hay.
Existen temperamentos rencorosos: son aquellos que no pueden
perdonar. Suele decirse que el tiempo todo lo borra, salvo en el caso de los
rencorosos, que recuerdan las ofensas recibidas hace 20 años como si las
hubiesen recibido esta mañana.

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Existen temperamentos vengativos: son aquellos que sienten placer en


hacer sufrir y generalmente, lo hacen con una sutil crueldad.

Existen temperamentos egoístas: se trata de aquella clase de personas que


no se preocupan de aportar ni un grano de ternura en el hogar, mientras
que toda su pasión y entusiasmo lo desbordan en los negocios, la política y
en el trabajo profesional.

Y para el hogar ¿qué queda? el mal humor, el cansancio, los desahogos.


Dicen que en la sociedad y en el trabajo son personas encantadoras. Todo
su mal humor lo reservan para el hogar. ¡No hay derecho!

Caben también, las aventuras amorosas, sean comprobadas o solo


sospechas.

Total, el resultado está a la vista: el amor recibe golpes y heridas. Y si estas


heridas no se curan, los esposos comienzan a respirar por ellas. Y en este
clima, los hijos crecen temerosos e inseguros.

* * *

Y aquí nos encontramos a las puertas de una gran necesidad: la necesidad


de sanación mediante el perdón. Repetimos, nuevamente, una lección
aprendida en la experiencia de la vida; a saber: que la causa principal del
fracaso matrimonial es el problema del perdón.

Al acumularse rencor sobre rencor, los esposos han ido envenenándose,


uno a otro en su mutua relación, hasta llegar a una situación anímica hostil.

El rencor es fuego, fiebre, llama que quema e incendia a uno y otro; es


suicidio atizar el fuego del rencor, recordando y reviviendo “lo que dijo”, “lo
que hizo”. Solo usted se quema.

El resentimiento solo destruye al resentido, y el perdón beneficia al que


perdona. Pero en el matrimonio, el rencor envenena y mata el amor mutuo.

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El enemigo absoluto del matrimonio y del hogar es el amor propio herido.


Primeramente, es suicida porque prefiere reventarse antes que perdonar,
sumergiendo a la familia en la noche de la tristeza. Con su actitud rencorosa
castiga a todos, pero no se da cuenta que, ante todo, se castiga a sí mismo.

Regla de oro

Nunca acostarse con el rencor encendido; que no deje de haber una palabra
de distensión, como: “voy a pensarlo mejor”, “puedo estar equivocado”.
Las peleas con un “yo tengo la razón” o “yo estoy en lo correcto” y acaban
con un “es posible que yo esté equivocado”. Todo esto está en la Biblia, que
lo resume bellamente: “que el sol no se ponga sobre su ira”.

* * *

Aunque sabemos que cada persona es un caso único, generalmente suele


ocurrir lo siguiente:
Por ejemplo, uno de ellos ha tenido un grave desacuerdo con el jefe de la
oficina: está herido, mal humorado, tenso. Naturalmente en este estado de
ánimo fácilmente pueden producirse crisis nerviosas o alteraciones
emocionales que pueden provocar agresividad.

Basta que uno de ellos levante la voz, y el otro responde con voz más fuerte,
y vuela una palabra ofensiva; las ofensas provocan ofensas, la violencia
genera violencia y va creciendo en una espiral fatal, cada vez más
insostenible. Todo esto puede acabar en catástrofe si los dos o uno de ellos
no entra decididamente en el capítulo SILENCIO y PACIENCIA.

Maneras de perdonar

1. Esta primera manera ni siquiera es perdón, pero tiene todos los


efectos del perdón. Una persona tenía fiebre alta, de repente la
fiebre desaparece y él siente un profundo alivio, descanso, paz. Esto
es lo que se siente con el perdón.

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El sentimiento de rencor es una corriente emocional que se establece


entre mi atención y mi cónyuge. Esta primera manera de perdonar
consiste en interrumpir esta atención personal cargada de rencor y
quedarse con la mente vacía y en paz.
Para entendernos mejor usaré los verbos en imperativo: olvídelo,
bórrelo, despréndalo, deslíguelo, sáqueselo de la cabeza. Piense en
otra cosa.

Sobre todo, cuando la ofensa es grave y reciente, no se le ocurra dar


otra clase de perdón, porque la herida se puede ampliar y
profundizar.

¡Cuando la ofensa es reciente, no piense en ello! ¡Piense en otra cosa!


¡Olvídese de eso! ¡Bórrelo de la memoria! ¡Sáqueselo de la cabeza!
Sentirá que el fuego del rencor se apaga y experimentará mucha paz.

Necesitará repetir muchas veces este acto cuando se sorprenda que


está dándole vueltas a aquella ofensa. ¡Corta el vínculo de la
atención! ¡No piense en nada! ¡Olvídelo! ¡Quédese en paz! Piense en
otra cosa que focalice tu atención.

2. Segunda manera de perdonar: Perdón de comprensión.

He aquí nuestro principio absoluto: si supiéramos comprender no


haría falta perdonar. Si las siguientes reflexiones fuesen aplicadas por
las parejas cuando se producen los conflictos en el matrimonio, la
convivencia entre ellos sería un perpetuo cielo estrellado.

Empecemos diciendo que, fuera de casos excepcionales, nadie actúa


con mala intención. Las intenciones no se pueden desmentir ni
confirmar.

Por ello los verbos suponer, presuponer, interpretar, atribuir


intenciones, decir medias verdades… Todos esos verbos están en la

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frontera de la calumnia. Cuando las personas hablan unas de otras,


con frecuencia están atribuyendo intenciones, interpretando,
suponiendo.

Ahora les pregunto:

- ¿No será que le estás atribuyendo a tu cónyuge intenciones que


él nunca tuvo?
- ¿No será que estás proyectando sobre tu esposo o esposa
intenciones, suposiciones suspicaces que él o ella nunca tuvo?
- Al final, ¿quién de los dos está equivocado? ¿Tú o tu mujer?

* * *
Fuera de casos patológicos, la actitud primaria y normal de una
persona hacia otra es la de benevolencia. Si tú no me causas ningún
daño, voy a ser benevolente contigo.

Si actúo agresivamente contigo es por los perjuicios que me has


ocasionado o por los muchos traumas que yo arrastro conmigo.
En ambos casos hay una reacción. Pero la actitud original de un ser
humano hacia sus semejantes es la de la bondad.

Ahora les pregunto:

- Si tu cónyuge te hace sufrir tanto ¿ya pensaste en cómo lo


haces sufrir tu a él?
- ¿Quién sabe si lo que dijeron que él dijo, en verdad no lo dijo?
- ¿Quién sabe si lo que dijeron que ella o él hizo, en realidad no
lo hizo?
- ¿No merecerá por lo menos el favor de la duda?

Puede que el comportamiento de tu cónyuge te parezca obstinación.


Sin embargo, no es obstinación, sino una necesidad de
autoafirmación, un mecanismo de defensa. Si supiéramos
comprender no necesitaríamos perdonar.

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Su forma de actuar parece agresividad. Sin embargo, no es


agresividad, es una manera de sentirse seguro, otro mecanismo de
defensa. Si supiéramos comprender no haría falta perdonar.

Si él es difícil para ti, más difícil es para él mismo. Si con su modo de


ser yo sufro, más sufre él mismo. Y si haciendo todo lo posible por
cambiar no lo consigue ¿tendrá tanta culpa como tú le atribuyes?

¿Qué sentido tiene irritarse contra un modo de ser que él no eligió?


Si supiéramos comprender no haría falta perdonar.

Le gustaría haber nacido encantador, pero nació tan desabrido. Le


gustaría haber nacido suave, pero nació tan agitada. Siempre soñó en
vivir armoniosamente, pero nació con un carácter tan conflictivo y
hace lo que no quiere. Todos notaron su reacción explosiva, pero
¿quién ha visto sus silenciosos vencimientos interiores?

Ante este doloroso misterio, he aquí las preguntas:

- ¿Quién tiene culpa de ser así?


- ¿Qué sentido tiene irritarse con un modo de ser que él o ella
no eligió?
- ¿Será que tiene tanta culpa como usted le atribuye?
- ¿Será que merece la repulsa que sientes por él o ella, o
simplemente tu comprensión?

Si supiéramos comprender no haría falta perdonar.

* * *

¿Quién puede hablar de culpa y pecado? Solo un perfecto sabio:


nuestro Padre Dios. Solo Él sabe hasta qué punto nuestra libertad
está disminuida o condicionada por factores bioquímicos u otras
causas.

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Por eso afirmo que Dios no perdona nunca. Siempre comprende. No


necesita perdonar porque Él sabe de qué barro estamos hechos. Si
fuéramos más sabios, tampoco nosotros necesitaríamos perdonar.

Aunque lo deseara ardientemente, no puedo agregarle un


centímetro más a mi estatura, mucho menos podré aumentar la
estatura de mi cónyuge. Si yo debo aceptarme como soy y no como
me gustaría ser, también debo aceptar a mi pareja como es, y no
como me gustaría que fuera.

3. Tercera manera de perdonar.

Este perdón se hace solo en la fe y en oración.

Ejercicio: cálmese lo más que pueda. Concéntrese serenamente y


evoque, en la fe, la presencia viva de Jesús. Una vez en su intimidad,
evoque el recuerdo del cónyuge ofensor y vaya identificándose con
Jesús diciendo:
Jesús entra dentro de mí.
Oh, Señor Jesús, calma este turbulento mar interior.
Toma mi corazón y sustitúyelo por el Tuyo.
Jesús, en este momento, quiero sentir por mi cónyuge lo que Tú sientes
por Él.
Perdónalo Tú dentro de mí.
En este momento quiero sentir lo que Tú sentías al morir en la cruz
por él.
Quiero perdonarlo como Tú lo perdonas.
Quiero comprenderlo, amarlo, abrazarlo con tus brazos, sentirlo con
tu corazón.
Amén.

En un análisis final, quien perdona es siempre superior a quien


ofende.

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