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RETIRO VIRTUAL

“CONOCIENDO A JESÚS”
Retiro: “Conociendo a Jesús”, Talleres de Oración y Vida

TERCER DÍA
JESÚS ME ENSEÑA LA VIDA DEL AMOR Y LA ORACIÓN

Audio 3.1

Saludo
Estimados hermanos y hermanas, llegamos al penúltimo día del Retiro:
“Conociendo a Jesús”; les invitamos a estar atentos, despiertos, para: admirar,
alegrarse, descubrir la presencia de nuestro Salvador y las maravillosas
enseñanzas que nos ha dejado como valioso legado para iluminar nuestras vidas.

Oración: Invocamos al Espíritu Santo orando con toda devoción.

Ven, Espíritu Santo


Ven Espíritu Santo
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego
de tu Amor.
Tú eres la fuerza que vigoriza
nuestro trabajo.
Tú, el aliento que vivifica
nuestra alma.
Tú la luz que ilumina
nuestra mente.
Tú el motor de nuestras buenas obras.
Danos docilidad
para seguir tus mandatos
y que gocemos siempre
de tu protección.

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Retiro: “Conociendo a Jesús”, Talleres de Oración y Vida

Audio 3.2

Charla: Aparece el Rostro del Padre (1ª Parte)

Jesús vivió durante su infancia y adolescencia ese trato de adoración con el Señor
Dios según la teología del pueblo dentro del cual el Señor nació y creció. Pero a
partir de cierta edad (¿quince años?, ¿veinte años?) el joven Jesús, en un proceso
progresivo de interiorización, comenzó a experimentar —tratar— a Dios de una
manera esencialmente diferente; de una manera que ningún profeta de Israel
había intuido ni vivido. El joven Jesús sobrepasó la etapa de la suspensión y de la
adoración. Entró por completo en la zona de la confianza con que se trata al
padre más querido del mundo. Hubo, pues, una transformación evolutiva en el
alma del joven Jesús de larga trascendencia. ¿Qué sucedió en el alma del joven
Jesús? Con temor y reverencia vamos a ingresar en el sagrado recinto de este
joven, a sus 15, 20 ó 25 años, delante de nuestros ojos se va a poner en pie un
reino sin espadas ni cetros, sin coronas ni tronos, la tristeza será enterrada y la
angustia desterrada, y sobre los horizontes se encenderá el día inmortal. Un
joven se alzará sobre la cumbre más alta del mundo para proclamar: tenemos
Padre, somos hermanos, estamos salvados, aleluya.

Nos dice Marcos que Jesús se retiró durante cuarenta días a una montaña tan
inaccesible que allí sólo habitaban las fieras (Mc 1, 13). De este hecho se puede
extraer la siguiente deducción psicológica: un hombre, si no está familiarizado
con el silencio y la soledad de las montañas, no se mete de improviso durante
tantos días en lugares tan inhumanos. Si, de hecho, se retiró es señal de que ya
estaba habituado a la soledad de las montañas. Por otra parte, son muchos los
textos evangélicos, los cuales hacen constar que Jesús se retiraba de noche a los
cerros próximos a Cafarnaúm o Jerusalén, para estar a solas con el Padre. Esto,

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unido a lo anterior, nos lleva razonablemente, y a modo de deducción


psicológica, a pensar que Jesús, cuando era joven en Nazaret, fue habituándose
a retirarse frecuente y prolongadamente a los cerros cercanos a Nazaret para
estar con su Padre y que en los días de evangelización mantuvo ese hábito.

***

Audio 3.2.1

Charla: Aparece el Rostro del Padre (2ª Parte)

La juventud de Jesús estaba siendo ocupada por completo por el Admirable (Lc
2, 49). La presencia iluminaba todo en este joven: lo que estaba encima y debajo
y lo que estaba al otro lado de las cosas. Jesús era un muchacho normal pero no
era como los demás: sus ojos estaban siempre bañados de un extraño resplandor
y miraba mucho para dentro de sí mismo como quien mira a otra persona que
va consigo; y parecía que él no era él solo, sino que él era él-y-Otro. Sí. Alguien
estaba con Él y estaba con alguien como cuando desaparecen todas las
distancias. Pero aquí se tenía la impresión de que no había puentes porque, al
parecer, ellos habían sido derribados por la intimidad. Y, en este caso, la
intimidad era la Presencia Total, hecha de dos presencias.

Jesús era un muchacho normal, pero diferente. La intimidad era un árbol frutal,
y cada otoño daba una sabrosa fruta: el amor. Y siempre era otoño. Y el amor
era, en el cielo de este muchacho, como un arco iris que enlazaba todos los
horizontes, porque el amor es eminentemente unitivo. El joven Jesús (¿diecisiete
años?, ¿veinte años?) avanzaba de sol a sol, noche a noche, mar adentro, hacia
las más remotas periferias del Señor Dios; y así, llegó un momento en el que la
intimidad y el amor entablaron en el territorio del joven un duelo singular en el

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sentido de que cuanto más fuerte era la intimidad con Dios, mayor era el amor,
y cuanto mayor era el amor, más fuerte era la intimidad y, así, la velocidad
interiorizante fue acelerándose progresivamente hasta devorar todas las
distancias, al desaparecer las distancias, la confianza fue creciendo en el alma de
Jesús.

El muchacho (¿veinte?, ¿veintidós años?), era todo apertura-confianza-ternura


para con su Señor. Con aquel temperamento tan sensible, con aquella
predisposición tan fuerte para con Dios, experimenta progresivamente
diferentes sensaciones y percibe cada vez más claramente que Dios no es
exactamente el temible ni el inaccesible.

En los años de la juventud de Jesús se produce, pues, la más revolucionaria de


las transformaciones interiores de todos los tiempos. Jesús, experimentó en su
propia carne que el Padre no es primeramente Temor sino Amor; que el Padre
no es ante todo justicia sino misericordia; que el Padre ni siquiera es
primordialmente la Santidad, el tres-veces-Santo, como explica el profeta Isaías,
sino que es ternura, perdón, cuidado, cariño... Y el joven Jesús llegó a la
convicción de que el primer mandamiento ya no tenía vigencia, había caducado
para siempre: de ahora en adelante el primer mandamiento consistirá en dejarse
amar por el Padre.

Fue un nuevo mundo, mundo de sorpresa y éxtasis, de alegría y embriaguez,


mundo «descubierto» y vivido por este joven normal y diferente, y que puede
expresarse con estas palabras: Todo-es-Amor. Jesús se sintió vivamente amado
y completamente liberado. El amor libera del temor. El que se siente amado, no
conoce el miedo. El Padre tomó la iniciativa, se abrió y se entregó por entero a

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Jesús; Jesús correspondió, se abrió y se entregó por entero al Padre. Los dos se
miraron hasta el fondo de sí mismos con una mirada de amor.

***

Audio 3.3

Meditar la Palabra:

Antes de comenzar a leer la lectura del Evangelio, haz silencio absoluto en tu


mente y corazón (silenciamiento interior y exterior). Luego lee detenida y
atentamente el texto, medita a profundidad el contenido total y extrae el
versículo donde el Señor toca lo más profundo de tu alma. Responde: ¿A qué te
invita? ¿En qué quiere que cambies? ¿En qué te cuestiona esta Palabra?

Busquemos en nuestra Biblia el texto de Lucas 11,1-4:

"1. Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Al terminar su oración, uno de sus
discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.»
2.
Les dijo: «Cuando recen, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu
3. 4.
Reino. Danos cada día el pan que nos corresponde. Perdónanos nuestros
pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe. Y no
nos dejes caer en la tentación.»"

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Audio 3.4

Charla: La incomprensión de los familiares

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Hacía tiempo que la Madre venía observando que una dolorida penumbra, como
el tajo de una espada, cruzaba de parte a parte el rostro de su Hijo. La Madre
observaba. Veía a su Hijo como un meteoro que, cada vez más distante, se
adentraba por el espacio, envuelto en un misterio progresivamente más denso.
Frecuentemente, ante la aprensión de la Madre, Jesús se ausentaba de casa, casi
siempre a la luz de las estrellas, en dirección de colinas cada vez más elevadas y
distantes.

En el comienzo de su evangelización, en estos oscuros años fue gestándose y


arremolinándose en torno al Joven una corriente de desafecto y enemistad entre
sus parientes que, sin duda, lo fue empujando a una soledad cada vez más fría.
En efecto, en el transcurso de algunos meses veremos aflorar entre sus parientes
un extraño sentimiento como de antipatía, hostilidad y rechazo hacia Jesús; y,
desde luego, una cerrada incomprensión respecto de su persona y su vida. Jesús
llegó a decir: "Un profeta sólo en su tierra, entre sus parientes y en su propia
casa carece de prestigio" (Mc 6,4).

Es probable, por ejemplo, que los parientes le enrostraran al Pobre su celibato,


algo absolutamente incomprensible para la mentalidad de la época; y esta
censura debió ir acompañada de burlas e ironías. Seguramente debieron
entrometerse también con él a propósito de sus escapadas a las colinas y, en
general, de su estilo de vida, con interpretaciones antojadizas y chismes de
vecindario.

Jesús de Nazaret debió sufrir mucho con esta situación. Fruta amarga es siempre
la incomprensión, pero doblemente amarga cuando la causa que la motiva es el
Reino: por haber venido a este mundo a hacer de cada pobre un rey, por haber
declarado al Padre como única torre y única bandera. Fue un extranjero en

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medio de los suyos, y un desconocido dentro de los muros de su casa. Cosechó


en el invierno de la ingratitud, y todo ello no fue sino un pálido preludio de una
vida que habría de teñirse de sangre roja como un horizonte en llamas, como un
temporal en marcha hacia la muerte.

Como consecuencia, Jesús de Nazaret debió sentirse terriblemente solitario a lo


largo de la travesía de su juventud, así como en el resto de sus días. Si nadie lo
entendía, y era inevitable que así sucediera, la consecuencia era la más fría
soledad. ¿Qué forma de comunicación podía darse entre el Hijo de Dios y
aquellos rastreros vecinos de Nazaret? ¿Qué había de común entre ellos? ¿Qué
amigos podía tener cuando se abría una distancia infranqueable entre él y ellos?
¿Qué clase de apertura-acogida podía establecer, por ejemplo, con los jóvenes
de su edad? Fue inevitablemente solitario porque sólo con el Padre podía
comunicarse verdaderamente, y por solitario, fue incomprendido, rechazado y
empujado hacia afuera, al desierto de la solitariedad.

En los últimos años, la Madre había observado al Hijo con una atención
persistente y ansiosa, y había llegado a la conclusión de que algo importante se
avecinaba. Sentía curiosidad por ese algo, pero también miedo, y casi prefería
no saber de qué se trataba.

Un buen día, en una cena familiar Jesús y su madre después de rezar juntos, de
pie, el Tephiláh a la luz de una lámpara, tienen una conversación seria. Jesús
toma la palabra y dice a su madre, desde el principio del mundo, y desde mis
últimas raíces, me sube una onda inevitable que me está presionando y
empujando, y me vence. Ha llegado la hora: me voy; me voy a anunciar un Reino
que será como una marea alta bajo la luna llena. Caminaré por un sendero
bordeado de precipicios, por donde transitan los chacales: conmigo volverán las

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golondrinas, y la primavera volverá a danzar en nuestros huertos y patios.


Necesito desatar un diluvio, no para extinguir la vida, sino para purificar la tierra,
porque el culto a nuestro Dios se ha convertido en un árbol viejo y carcomido.
Pero, recuérdalo, Madre, no será un diluvio de agua, sino de amor.

Jesús calló, esperando que la Madre reaccionara; sin embargo, ella guardó
silencio, pero había una batalla en su silencio. El Hijo intentó retomar la palabra,
pero la emoción lo ahogaba. Por fin, sobreponiéndose a sí mismo, acertó a
continuar: —Los amados nunca están solos, Madre, aunque los separen mares y
océanos. En el olvido hay distancias infinitas, pero en el recuerdo no hay
distancias. Me voy, Madre, pero permaneceré aquí, a tu lado, sentado a la
sombra del limonero del huerto.

María, le dice a Jesús, no me siento con derecho a protestar, Hijo mío, porque
mis derechos están en las manos de mi Señor. Así pues, de la misma manera que
el día en que bajaste a mi seno, también en este momento pronuncio para ti,
Hijo mío, esta única palabra que habita en mi corazón: hágase. Puedes irte.
Tienes mi bendición. Que te cubran con sus alas los ángeles de Dios.

***

Audio 3.5

Tiempo Fuerte

Modalidad: Lectura rezada

Los Tiempos Fuertes no sólo son para crecer en la amistad con Dios, sino también
para recuperar el equilibrio emocional y la estabilidad interior.

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Lectura rezada

1. Busca una oración escrita, por ejemplo, un Salmo u otra oración cualquiera.
A la luz de tu figura

2. Toma posición exterior y actitud interior orante.

3. Comienza a leer muy despacio la oración. Al leerla trata de vivenciar lo que


lees, de asumirlo, decirlo con toda el alma, haciendo tuyas las frases leídas,
son palabras que voy diciendo a mi Dios.

4. Si te encuentras con una expresión que te “dice mucho”, para ahí mismo.
Repítela muchas veces, uniéndote mediante ella al Señor, hasta que su
contenido inunde tu alma. Si no sucede esto, prosigue leyendo muy despacio.

5. Si en un momento dado, te parece puedes abandonar el apoyo de la lectura y


permite al Espíritu Santo manifestarse dentro de ti con expresiones
espontáneas e inspiradas.

***

Audio 3.6

Oración para practicar la Lectura rezada.


A la luz de tu figura

Señor Jesucristo,
que tu presencia inunde por completo mi ser,
y tu imagen se marque a fuego
en mis entrañas,
para que pueda yo caminar
a la luz de tu figura,
y pensar como Tú pensabas,
sentir como Tú sentías,

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actuar como Tú actuabas,


hablar como Tú hablabas,
soñar como Tú soñabas,
y amar como Tú amabas.

Pueda yo, como Tú,


despreocuparme de mí mismo
para preocuparme de los demás;
ser insensible para mí y sensible para los demás;
sacrificarme a mí mismo, y ser al mismo tiempo
aliento y esperanza para los demás.

Pueda yo ser, como Tú,


sensible y misericordioso;
paciente, manso y humilde;
sincero y veraz.
Tus predilectos, los pobres,
sean mis predilectos;
tus objetivos, mis objetivos.
Los que me ven, te vean.
y llegue yo a ser una transparencia
de tu Ser y tu Amor. Así sea.

***

Audio 3.7

Despedida: Canto Tan cerca de mí


TAN CERCA DE MÍ, TAN CERCA DE MÍ,
QUE HASTA LE PUEDO TOCAR,
JESÚS ESTÁ AQUÍ.
Ya no busco a Cristo en las alturas,
ni le buscaré en la oscuridad.
Dentro de mi ser, en mi corazón,

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siento que Jesús conmigo está.


TAN CERCA DE MÍ, TAN CERCA DE MÍ…
Yo le contaré lo que me pasa,
como a mis amigos le hablaré,
Yo no sé si es Él, quien habita en mí;
o si soy yo quien habita en Él.
TAN CERCA DE MÍ, TAN CERCA DE MÍ…
Mírale a tu lado caminando,
en las alegrías y el dolor.
A tu lado va, siempre al caminar,
Él es un amigo de verdad.
TAN CERCA DE MÍ, TAN CERCA DE MÍ…
TAN CERCA DE MÍ, TAN CERCA DE MÍ…
TAN CERCA DE MÍ, TAN CERCA DE MÍ…

***

Te esperamos mañana. Dios te bendiga y te guarde.

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