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Por Verónica Alejandra Lizana Muñoz

Según la Constitución Política de 1980, el Derecho a la Educación


tiene como propósito fundamental “…el pleno desarrollo de la
persona en las distintas etapas de su vida.” Sin embargo, esta
responsabilidad recae en los padres, madres y apoderados/as,
puesto que “…tienen el derecho preferente y el deber de educar y de
escoger el establecimiento de enseñanza para sus hijos/as…”;
correspondiéndole al Estado otorgar “especial protección” al
ejercicio de los mismos.
Asimismo, se estipulan como obligaciones estatales “…promover el
acceso gratuito a la Educación Parvularia y garantizar el
financiamiento fiscal al Segundo Nivel de Transición…” Además, se
manifiesta que la Educación Básica y Media son obligatorias, por lo
que se debe financiar un sistema gratuito para tales efectos, y
asegurar su acceso a la comunidad nacional. De este modo, al
Estado le corresponde “…fomentar el desarrollo de la educación en
todos sus niveles, estimular la investigación científica y tecnológica,
la creación artística, la protección e incremento de nuestro
patrimonio cultural.” Por su parte, la comunidad debe contribuir al
desarrollo y perfeccionamiento de la educación.
Además, se explicita la libertad de enseñanza, es decir, el derecho
de abrir, organizar y mantener establecimientos educacionales, “…
una libertad que no tiene otras limitaciones que las impuestas por la
moral, las buenas costumbres, el orden público y la seguridad
nacional.” Y la guinda de la torta, “…la enseñanza reconocida
oficialmente no podrá orientarse a propagar tendencia político
partidista alguna.” Finalmente, este texto manifiesta que una Ley
Orgánica Constitucional establecerá los requisitos mínimos, las
normas, aplicaciones y exigencias para la Enseñanza Básica y
Media. Como también, para el reconocimiento oficial de las
instituciones educativas, donde “…el Estado debe velar por este
cumplimiento.”
Este marco jurídico deja atrás o sepulta el modelo del “Estado
Educador, Benefactor o de Compromiso”, que durante el siglo XX
desarrolló, fortaleció y legitimó, a lo largo de todo Chile, un sistema
público de escuelas primarias, secundarias e instituciones
formadoras de docentes. Por el contrario, esta Constitución de
inspiración neoliberal, instala un régimen económico fundado en el
predominio del capital… entiéndase como un elemento
fundamental para producir, acumular, acrecentar y/o concentrar
las riquezas, dineros o valores en algunos sectores de la
comunidad… En consecuencia, esta Constitución sienta las bases
para la transformación del rol del Estado, e inaugura un conjunto de
políticas subsidiarias o suplementarias, que tienen como prioridad
proteger y regular el funcionamiento del Sistema Nacional de
Educación.
Si bien esta visión no desestima el Derecho a la Educación, es
interesante analizar como la responsabilidad de educar a la nueva
generación de ciudadanos/as chilenos/as radica en el capital
cultural, social y económico de sus padres, madres y
apoderados/as… Este capital refiere a los bienes materiales y
simbólicos aportados de manera sistemática por los/las
progenitores/as, tutores/as o mejor dicho, “por los/las
consumidores/as de los bienes, servicios y productos
educacionales”. Los que por una parte, están disponibles en el
mercado, y por otra, fluctúan o evolucionan según las ofertas y
demandas del mismo… En este sentido, la Educación como
cualquier otro sector económico responde a las operaciones
comerciales de los inversionistas privados. Aplíquese a las personas
que invierten su capital en un negocio para obtener ganancias,
utilidades o intereses… una actividad lucrativa que ofrece, vende,
compra o permuta “productos de cierta calidad para un grupo
determinado de consumidores/as”.
Por lo tanto, no es extraño que el patrimonio sociocultural y el
poder adquisitivo de las familias; los niveles de escolaridad de los
padres, madres y apoderados/as; y las (in)capacidades para acceder,
permanecer y egresar de una institución educativa se entiendan
como “variables predictivas del éxito o fracaso escolar”. Cuando
estos antecedentes se analizan de manera aislada, es decir, sin
considerar las condiciones materiales y simbólicas que estipulan las
políticas públicas sobre Educación… implícitamente se está
aceptando que el Derecho a la Educación pertenece al orden de las
responsabilidades individuales y/o familiares, donde el Estado no
tiene injerencia, ni participación en éste.
Ahora bien, si analizamos que “…el Estado debe promover el acceso
gratuito y garantizar el financiamiento fiscal de la Educación
Parvularia, Básica y Media puesto que son obligatorias…”, estas
políticas subsidiarias se desentienden de sus responsabilidades con
la educación pública. Estamos hablando de “un sistema gratuito”,
que actualmente alberga a los sectores de la población con altos
índices de vulnerabilidad y concentra los peores resultados
académicos. Estos establecimientos educacionales, “altamente
estigmatizados, desprestigiados y ad portas de desaparecer por falta
de estudiantes…” encierra un conjunto de problemáticas complejas.
Las que se relacionan principalmente con las dificultades
estructurales, normativas y administrativas de las Municipalidades
y Corporaciones Municipales sin fines de lucro. Como también, con
las proyecciones personales, académicas, profesionales y sociales
de los actores educativos.
Asimismo, la Constitución Política de 1980 explicita la importancia
de la libertad de enseñanza… entiéndase como una facultad para
vender y comprar sin estorbo alguno, pero las prácticas
pedagógicas están condicionadas a las limitaciones que impone la
moral, las buenas costumbres, el orden político y la seguridad
nacional. Una libertad bastante curiosa, puesto que los/las docentes
deben reproducir el discurso oficial y “…no podrán orientar o
propagar sus tendencias político partidistas.” De este modo, las
prácticas de enseñanza y los procesos de aprendizajes se conciben
como experiencias apolíticas, asépticas y neutrales. Y las
instituciones educativas deben propiciar un ambiente “libre de
contaminaciones ideológicas u opiniones políticas”, ya que éstas
constituyen un agravio para el orden y la seguridad nacional. Por
fortuna, las elecciones de presidentes/as, diputados/as,
senadores/as y alcaldes/as se realiza en periodo de vacaciones…
Estas ideas retrógradas me interpelan como profesora, puesto que
entiendo la libertad como una facultad para actuar de manera
responsable… un derecho para profesar, manifestar, defender y
propagar mi ser, hacer, decir, pensar, conocer y convivir… una
libertad de conciencia, espíritu y pensamiento para enfrentar mi
ejercicio profesional, puesto que las condiciones materiales y
simbólicas de la Educación siempre están comprometidas con una
visión de mundo y de ser humano… Además, me gustaría recordar
que el Gobierno de Chile ha ratificado los acuerdos internacionales
sobre el Derecho a la Educación… una obligación fundamental de
los Estados Latinoamericanos, que asegura la igualdad de
oportunidades, y mejora de manera sustantiva y significativa, las
condiciones de vida de los/las ciudadanos/as…
Vamos a cumplir 30 años, que Augusto Pinochet Ugarte impuso este
marco jurídico mediante un plebiscito bastante irregular. Esta
consulta pública fue ampliamente cuestionada por la comunidad
nacional e internacional, puesto que no existían los Registros
Electorales; estaban prohibidas las campañas políticas; estaba
restringida la libertad de expresión y la de reunión, entre otras
imposiciones arbitrarias.
La Constitución Política de 1980 constituye una herencia obsoleta y
reaccionaria de la Dictadura Militar, que ofende nuestro espíritu
democrático; vulnera nuestros compromisos con la equidad de
clase, género y etnia; y menoscaba nuestros proyectos personales,
académicos, profesionales y sociales… Por ello, comparto
plenamente las declaraciones de los movimientos ciudadanos que
exigen una Asamblea Constituyente… una instancia representativa,
democrática y pluralista, donde podamos dialogar, de manera
adulta y responsable, sobre nuestros derechos y deberes
constitucionales.

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