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Sklar Lawrence - Filosofia de La Fisica
Sklar Lawrence - Filosofia de La Fisica
Alianza Editorial
Filosofía de la física
Lawrence Sklar
Filosofía de la física
Versión española
de Rosa Álvarez Ulloa
Alianza
Editorial
T ítulo original: Philosophy o f Physics
Agradecimientos ............................................................................. 11
1. In tr o d u c c ió n : L a f ilo s o f ía y l a s c ie n c ia s f í s i c a s ..................... 13
2. E s p a c io , t ie m p o , m o v im ie n t o ................................................... 27
5. R e f l e x io n e s s o b r e la in t e r d e p e n d e n c ia d e l a f il o s o f ía y
la c ie n c ia ................................................................................. 327
B i b l i o g r a f í a ...................................................................................................... 335
Í n d ic e a n a l ít ic o ............................................................................. 341
AGRADECIMIENTOS
Lawrence Sklar
11
Capítulo 1
INTRODUCCIÓN: LA FILOSOFÍA
Y LAS CIENCIAS FÍSICAS
forma que se utiliza para probar las teorías científicas, era efecti
vamente una buena guía hacia la verdad sobre la naturaleza del
mundo?
Es en la discusión de las teorías más fundamentales y generales
de la física donde la indistinción de la frontera entre las ciencias na
turales y la filosofía se hace más evidente. Dada la clara ambición de
estas teorías por describir el mundo natural en sus aspectos más fun
damentales y generales, no resulta sorprendente que los tipos de ra
zonamiento aplicados en el desarrollo de estas teorías sumamente
abstractas parezcan a veces más próximos al razonamiento filosófico
que a los métodos empleados en llevar a cabo una investigación cien
tífica más limitada y particular. Más adelante, cuando exploremos los
conceptos y métodos utilizados por la fi'sica en el estudio de sus
cuestiones más fundamentales, veremos una y otra vez cómo puede
no estar claro en absoluto si estamos explorando cuestiones de la
ciencia natural o cuestiones de la filosofía. De hecho, en este domi
nio de nuestra exploración de la naturaleza del mundo, la distinción
entre las dos disciplinas se torna muy confusa.
Nos será de ayuda echar una mirada preliminar a algunas de las for
mas en que los resultados de la física moderna han afectado a las
cuestiones filosóficas. Esto puede suceder cuando un estudio teórico
en física ejerce presión contra lo que se ha considerado que son lími
tes de su dominio de indagación. Consideremos, por ejemplo, la cos
mología moderna. El modelo más ampliamente aceptado de la es
tructura a gran escala de nuestro universo es el big bang. En él se
traza la evolución del universo actual hacia atrás en el tiempo, con
un contraimiento de las dimensiones espaciales del universo en esa
dirección temporal de retroceso. Una gran parte de la estructura y di
námica actuales del universo puede ser aparentemente explicada si
suponemos que el universo se ha desarrollado de una manera explo
siva a partir de una singularidad en un tiempo finito en el pasado. Es
decir, parece que en algún momento del pasado (del orden de como
mucho unas cuantas decenas de billones de años atrás) toda la mate
ria del universo estaba concentrada «en un punto» del espacio (o,
mejor aún, el espacio mismo estaba concentrado en esa forma).
Introducción: la filosofía y las ciencias físicas 17
Acabamos de ver algunas de las razones por las que la filosofía ha ad
quirido importancia para quienes se preocupan por la naturaleza de
la teoría física. Podría ser de ayuda explicar también porqué el estu
dio de los fundamentos de la teoría física y de sus aspectos filosófi
cos reviste valor para los filósofos que no se interesan específicamen
te por la naturaleza de la física. A mí me gustaría sugerir que los
problemas investigados por los filósofos de la física y los métodos
que emplean para explorar estos problemas pueden arrojar luz sobre
cuestiones filosóficas más generales asimismo.
Los filósofos de la ciencia están interesados en cuestiones tales
como la naturaleza de las teorías científicas, la manera en que éstas
explican los fenómenos del mundo, la base evidencial e inferencial
de estas teorías y la forma en que esa evidencia puede ser utilizada
para respaldar justificadamente o desalentar la creencia en una hipó
tesis. Podemos lograr un mayor discernimiento explorando estas
cuestiones más generales en el contexto de teorías específicas de la
física contemporánea. El vasto alcance de las teorías y su naturaleza
sumamente explícita proporcionan un contexto en el que muchas
cuestiones de la filosofía general de la ciencia, de lo contrario bastan
te vagas, se hacen más «fijas» cuando centramos nuestra atención en
estas teorías físicas especiales.
Al estar las teorías sumamente formalizadas, el lugar que en ellas
ocupan conceptos cruciales está sencilla y claramente delimitado. Las
cuestiones sobre el significado de los conceptos cruciales, su elimina-
bilidad o irreducibilidad, sus relaciones definitorias y otras más, pa
san a ser sometidas a un examen riguroso. Dicho examen es más difí
cil de realizar cuando se trata de los conceptos más «relajados» de
ciencias no tan bien formalizadas. Como también veremos, la rela
ción de la estructura postulada teóricamente a los hechos obser-
Introducción: la filosofía y las ciencias físicas 23
de las que ninguna persona racional podía dudar y que habían sido
establecidas por medio de la razón pura únicamente. Pero las verda
des de estas disciplinas, pensó, no eran del tipo «vacío» evidentemen
te. No forma parte del significado de «triángulo» que los ángulos in
teriores de un triángulo sumen 180° en el mismo sentido que forma
parte del significado de «soltero» que un soltero no esté casado.
Kant sostenía que semejantes verdades llenas de contenido, que
podían ser establecidas por la razón, existían porque reflejaban la es
tructura del aparato perceptivo y cognitivo de nuestras mentes con el
que aprehendíamos la naturaleza del mundo. Decía que una porción
limitada de la metafísica tradicional, la cual incluía aserciones tales
como «todo suceso tiene una. causa», compartía con la geometría y
con la aritmética la cualidad de poseer un contenido verdadero y, pe
se a ello, ser cognoscible con independencia de la observación y del
experimento. Lo importante acerca de estas afirmaciones generales
para nuestros propósitos es el papel que en ellas juega la geometría.
Aun cuando la esperanza en una física, una psicología o una ética
fundada en la razón pura sea vana, ¿no persiste la teoría del espacio
— la geometría— , junto a la aritmética, como un cuerpo de conoci
miento que no se funda en una generalización de los hechos concre
tos observados que nos proporcionan los sentidos?
Muchos intentaron en los años posteriores a Kant justificar el pa
recer de Hum e de que sólo podía demostrarse que las aserciones
que contenían enunciados verdaderamente informativos sobre el
mundo fuesen correctas mediante su confrontación con los datos de
la experiencia observacional. El estatus problemático de la geometría
y la aritmética recibió una gran dosis de atención, pues, si Hum e te
nía razón, las disciplinas matemáticas podrían versar sobre el mundo
o podrían ser conocidas por la razón pura, pero nunca ambas cosas a
la vez. Algunos intentaron mostrar que esas disciplinas podían rete
ner su estatus de cognoscibilidad con independencia de la experien
cia observacional, pero sólo porque estaban libres de un contenido
verdaderamente informativo. Varias tentativas de mostrar que la ver
dad matemática era el resultado de la lógica pura, combinada con la
definición de los términos matemáticos en el vocabulario puramente
lógico, se vieron suscitadas de esta forma.
Otros buscaron, por el contrario, preservar el contenido verdade
ramente informativo de las ciencias matemáticas, pero rechazar la
pretensión kantiana de que pudieran ser establecidas por cualquier
Filosofía de la física
tía. Mués bien, dice Leibniz, lo mismo que sucede con el «espacio re-
lacional», sucede con el espacio ordinario. Hay cosas y hay relaciones
espaciales entre las cosas. Pero no hay ningún continente que exista
independientemente, el espacio mismo, de la misma forma que no
hay nada que exista independientemente, el «espacio relacional».
Todo suceso que acontece en el m undo material o mental está
relacionado en el tiempo con todo otro suceso. Y todo objeto mate
rial está relacionado espacialmente con todo otro objeto material.
Estas dos familias de relaciones comprenden, pues, toda la realidad.
Pero existen como una colección de relaciones entre los sucesos y las
cosas sustanciales del m undo, no como sustancias independientes
ellas mismas.
Vaya, esto no es tan sencillo. ¿Qué es de los momentos de tiem
po cuando no ocurre nada? ¿Qué es de las regiones desocupadas del
espacio donde no hay nada? ¿Deberíamos negar sencillamente su
realidad? Leibniz sugiere un medio que nos permite mantener estas
nociones como legítimas sin dejar de ser relacionistas. Consideremos
el espacio vacío entre el lugar donde nos encontramos y una estrella.
No hay nada que mantenga con nosotros la relación espacial de estar
a medio camino entre nosotros y la estrella. Sin embargo, algo podría
tener esa relación espacial con nosotros y con la estrella. Así pues,
podríamos imaginar los lugares desocupados como relaciones espa
ciales que algopodría poseer con los objetos del m undo pero que en
realidad no son poseídos por nada. El espacio es, dice Leibniz, «en
cuanto a posibilidad», el conjunto de relaciones espaciales entre las
cosas. De manera que la familia de relaciones contiene relaciones
tanto posibles como reales. Podríamos incluso pensar en restaurar la
noción de un espacio totalmente vacío en esta forma. Aun cuando no
hubiera objetos reales, podría haber objetos, y si los hubiera, presen
tarían relaciones espaciales entre sí. Así pues, el espacio totalmente
vacío, que para los antirrelacionistas es una noción inteligible, podría
convertirse para el relacionista en la colección de las relaciones posi
bles (pero no reales) que los objetos materiales posibles (pero no re
ales) podrían presentar entre sí, si tales objetos existiesen. Si el tole
rar tales «relaciones en posibilidad» significa dejar el juego en manos
de los antirrelacionistas, sigue siendo una cuestión de debate filo
sófico.
Leibniz no propone simplemente su descripción relacionista del
espacio y el tiempo de manera dogmática como una alternativa a la
Espacio, tiempo, m ovimiento 41
bajo, pero fue a la luz de sus logros y con las ideas suministradas por
ellos que se exploró la mayor parte de la filosofía contemporánea so
bre el espacio y el tiempo. En los apartados «Del espacio y el tiempo
al espacio-tiempo» y «La gravedad y la curvatura del espacio-tiempo»
esbozaré las noveles teorías del espacio y el tiempo propuestas por
Einstein y retomaré entonces la filosofía del espacio y el tiempo en el
contexto de estas nuevas teorías físicas.
E l experimento de Michelson-Morley.
F i g u r a 2.1. U n haz de luz es dividido en dos ha
ces en el espejo semiplateado B. Un haz se dirige al espejo C donde es reflejado, el
otro al espejo D. Si el aparato se está moviendo a través del éter, el medio de trans
misión de la luz conjeturado por la vieja teoría ondulatoria, en la dirección mostrada
por la flecha v, la luz debería tardar más tiempo en recorrer el camino ABC de longi
l
tud que lo que tarda en recorrer el camino BDB, también de longitud l. Si el apara
to se gira entonces 90 grados, la diferencia en el tiempo a lo largo de los caminos se
invierte. Pero cuando el experimento se lleva a cabo no se detecta semejante cambio.
Esto sigue siendo cierto incluso si la longitud del camino BC se toma diferente a la
longitud BD. E n general, ningún experimento de ida y vuelta pone de manifiesto el
movimiento del laboratorio a través del éter.
dos nulos» no son válidos, dicho sea de paso, cuando el aparato está
en movimiento no uniforme. La rotación puede ser detectada, por
ejemplo, mediante un giroscopio anular de láser, que detecta el cam
bio en la velocidad de la luz en direcciones opuestas alrededor de
una trayectoria circular a medida que el laboratorio gira.) Ahora bien,
podría parecer que este sorprendente resultado nulo se debiese a al
50 Filosofía de la física
El espacio-tiempo de Minkowski
Todas las consecuencias de la teoría de Einstein para una nueva con-
ceptualización del espacio y el tiempo pueden ser resumidas en la
noción del espacio-tiempo de Minkowski, el escenario de todos los
procesos físicos en la teoría de la relatividad especial. La idea básica
ahora es partir de las posiciones de sucesos-puntuales como los cons
tituyentes fundamentales de los que está construido el espacio-tiem
po. Uno puede imaginarlos como posiciones posibles de aconteci
mientos que son instantáneos y carecen de extensión espacial. Estos
56 Filosofía de la física
a S b
F ig u r a 2.5. La relatividad del orden temporal de los sucesos en la relatividad especial. O es
un observador inercial. O ' es otro observador inercial que se mueve a la derecha en
relación a O. La linea S
es la clase de sucesos que O considera simultáneos con el
suceso a.
La linea S'
es la clase de sucesos que O ' considera simultáneos con el suce
so a. c b
Para O el suceso es posterior al suceso y por consiguiente posterior al suceso
a. c b
Pero para O ', el suceso es anterior al suceso ' y por consiguiente anterior al su
ceso a.
Semejante inversión del orden temporal puede darse sólo para sucesos, como
a
el suceso y el suceso c, que no son causalmente conectables uno al otro.
El espacio-tiempo neo-newtoniano
Una vez que se hubo construido el espacio-tiempo de Minkowski de
la relatividad especial, se observó que uno podía volver atrás y cons
truir un espacio-tiempo apropiado para la teoría newtoniana anterior,
un espacio-tiempo que tuviera algunas ventajas sobre la noción de es
pacio mismo tradicionalmente postulada en la física newtoniana. Las
principales intuiciones proceden de darse cuenta de que la mejor ru
ta sistemática para construir un espacio-tiempo apropiado a lo que se
considera como cantidades observables postuladas por cualquier teo
ría dada es tomar las posiciones de sucesos como elementos primiti
vos y construir a continuación el espacio-tiempo dotando de una es
tructura al conjunto de las posiciones de sucesos.
66 Filosofía de la física
foque del espacio y el tiempo con el que hacer frente a los asombro
sos y desconcertantes resultados de los experimentos ópticos de ida
y vuelta condujo a profundas intuiciones sobre cuáles eran los com
ponentes de la imagen del espacio y el tiempo que poseíamos intuiti
vamente y que, en una forma refinada, sostenían el m undo de la
ciencia newtoniana. Confrontando los nuevos hechos experimentales
y construyendo el aparato conceptual que los justificase, los físicos
lograron nuevas maneras de examinar posibles teorías para dar cuen
ta de los viejos hechos observacionales postulados. Com o veremos, la
existencia de estas nuevas estructuras para describir y explicar las ca
racterísticas espacio-temporales del m undo tuvo un importante efec
to en nuestro entendimiento filosófico de la naturaleza del espacio y
el tiempo y de nuestro acceso al conocimiento sobre su naturaleza.
Pero, antes de considerar estas cuestiones, examinaremos un segun
do cambio revolucionario en nuestras concepciones sobre la natura
leza del espacio y el tiempo provocado una vez más por la fértil ima
ginación científica de Einstein.
Gravedad y relatividad
En su obra magna, los Principia
, Newton propuso una teoría que ex
plicaba, entre otras cosas, el movimiento de los planetas alrededor
del sol y sus órbitas elípticas, que había sido tan cuidadosamente
descrito por J. Kepler. La teoría que da cuenta de este movimiento
tiene dos componentes. Una es la teoría de la dinámica de Newton,
la teoría general que relaciona los movimientos con las fuerzas que
actúan sobre los objetos en movimiento. Esta teoría, fundada en la
suposición subyacente de un espacio absoluto y de un curso absoluto
del tiempo, incorpora el principio de Galileo según el cual los obje
tos sobre los que no actúa ninguna fuerza permanecen en un estado
constante de movimiento uniforme. Postula, además, que el cambio
de movimiento (la aceleración) será proporcional a las fuerzas que ac
túan sobre un cuerpo e inversamente proporcional a la tendencia in
trínseca de un cuerpo a oponer resistencia a los cambios de movi
miento, su así denominada masa inercial.
68 Filosofía de la física
(a) (b)
I
E l corrimiento al rojo gravitacional.
F ig u r a 2.6. (a) Representa un laboratorio acelera
do con un reloj en el suelo y otro sujeto al techo. Debido a que una señal emitida
desde el reloj del suelo se recibe en el reloj del techo cuando el laboratorio está en
movimiento con una velocidad relativa al sistema de movimiento en el que se emitió
la señal (debido a la aceleración del laboratorio), el reloj del techo registrará que el
reloj del suelo «atrasa» de manera muy parecida a como un observador escucha un
pitido que se aleja con una intensidad menor de la que se escucharía si el pitido estu
viese estacionario con respecto al observador. La relatividad general postula que un
resultado sim ilar se obtendrá en un laboratorio no acelerado, pero fijo, en un campo
gravitacional — como en (b)— . U n reloj situado más abajo en el campo gravitacional
será registrado como «atrasando» por un reloj situado más arriba en el potencial gra
vitacional. Esto es el denominado corrimiento al rojo gravitacional. Señala una de las
maneras en que puede considerarse que la gravedad afecta a la estructura métrica del
espacio-tiempo.
72 Filosofía de la física
La geometría no-euclídea
La geometría ordinaria, en la forma en que Euclides la formalizó, de
riva todas las verdades geométricas de un pequeño conjunto de pos
tulados básicos, supuestamente autoevidentes. Aunque la axiomatiza-
ción por Euclides de la geometría no es, de hecho, completa (es
decir, suficiente en sí misma para permitir que se lleven a cabo todas
las derivaciones sin presuponer otras premisas subyacentes u ocul
tas), puede ser completada en esta forma. Durante mucho tiempo
existió un gran desconcierto en torno al denominado postulado de
las paralelas de Euclides. Éste equivale a la afirmación de que por un
punto no situado sobre una recta puede trazarse una, y solo una, rec
ta que se encuentre en el plano común a la recta y al punto dados y
que no intersecte a la recta dada en ninguna dirección con indepen
dencia de cuanto se extiendan las rectas. A los geómetras les pareció
que este postulado carecía de la autoevidencia de las otras hipótesis
más simples (tales como «iguales sumados a iguales dan iguales», y
«dos puntos determinan una recta que pasa por ellos»). ¿Podría este
postulado «sospechoso» derivarse de los otros postulados, resultando
superfluo como suposición independiente? Si uno pudiera demostrar
que la negación del postulado de las paralelas era inconsistente con
los otros postulados, podría demostrar que tal derivación era posible
por el método de reductio ad absurdum. Pero, ¿podía demostrarse
esto?
La negación del postulado de las paralelas puede tomar dos di
recciones. El postulado dice que existe una, y solo una, paralela por
un punto, y para negar esto podría afirmarse que no existe ninguna
paralela o que hay más de una. En 1733 G. Saccheri demostró que el
postulado de las no paralelas era, de hecho, inconsistente con el resto
de los axiomas, al menos si éstos se interpretaban en la forma habi
tual. Pero no fue capaz de demostrar que la negación de las muchas
paralelas también era inconsistente. Hacia el siglo XIX, J. Bolyai, N. I.
Lobachevsky y K. F. Gauss habían reconocido que se podían cons
truir geometrías consistentes que adoptaban los postulados de Eucli
des pero presentaban un postulado de muchas paralelas en lugar del
postulado de las paralelas de Euclides. B. Riemann demostró enton
ces que, si se modificaba ligeramente la interpretación de los otros
axiomas, podía también construirse una nueva geometría, con un
postulado de no paralelas en lugar del postulado de las paralelas de
Espacio, tiempo, movimiento 73
(a) (b)
F ig u r a 2 .7 . Movimiento en un campo gravitacional a lo largo de las geodésicas curvas.
t
E n (a) el espacio-tiempo es visto como «plano». L a linea recta representa la trayecto
ria que una partícula «libre» seguiría a través del espacio-tiempo y la línea recta la l
trayectoria de un rayo de luz «libre». Bajo la influencia de una fuerza como la grave
dad, la partícula y el rayo de luz recorrerán trayectorias curvas tales como t'
y /'.
Pero éstas son vistas como desviaciones de las trayectorias más rectas en el espacio-
tiempo. E n (b) las trayectorias rectas han desaparecido. E n su lugar el espacio-tiempo
es visto como «curvo» en la presencia de gravedad, siendo t'
y /' las trayectorias de
partículas y rayos de luz «libres» (es decir, partículas y rayos de luz sobre los que no
actúa ninguna fuerza no gravitacional), ahora consideradas geodésicas, o trayectorias
más rectas posibles en el espacio-tiempo curvo.
rayos de luz, utilizando relojes y reglas para hacer que las mediciones
temporales y espaciales se vean también afectadas por el campo gra
vitacional, en el sentido de que ellos miden adecuadamente estas
cualidades métricas en el espacio-tiempo curvo.
La teoría gravitacional tradicional presentaba dos partes: una es
pecificaba la acción de la gravedad sobre objetos prueba; la otra es
pecificaba la clase de campo gravitacional que sería generado por
una fuente de gravedad. En la vieja teoría, la gravedad era una fuerza
que aceleraba de igual manera a todos los objetos materiales situados
en el mismo lugar de un campo gravitacional. En la nueva teoría, la
gravedad es la estructura del espacio-tiempo curvo. Afecta a las partí
culas y a los rayos de luz haciendo que ahora describan geodésicas
curvas nulas y de tipo temporal en el espacio-tiempo, y afecta a los
instrumentos de medida espacial y temporal idealizados.
Espacio, tiempo, m ovimiento 79
2.8,
F ig u r a Un espacio no orientable.L a banda de Mdbius es el ejemplo más sencillo
de espacio no orientable, en este caso de dimensión dos. B y B' representan figuras
orientadas que no podrían ser transformadas la una en la otra si estuviesen dibujadas
sobre una superficie plana normal. Pero si tomamos B y la movemos alrededor de la
banda torcida de Móbius, podemos llevarla de vuelta en algún momento a Q de ma
nera que coincida con B'. Esto pone de manifiesto la naturaleza no orientable de la
superficie. E n el espacio-tiempo, la no orientabilidad puede ser espacial, temporal o
espacio-temporal.
Resumen
El desarrollo de las elegantes teorías de Einstein, que intentan hacer
justicia a los sorprendentes hechos observacionales sobre el compor
tamiento de la luz, las partículas libres y las reglas y los relojes de
medida, nos proporciona, pues, dos revoluciones en nuestras concep
ciones del espacio y el tiempo. Primero, el espacio y el tiempo son
85
El convencionalismo de Poincaré
Que no lo están fue lo que el gran matemático Henri Poincaré sugi
rió en un brillante análisis del estatus del conocimiento geométrico.
Su estudio precedió a las revoluciones de la relatividad, pero iba a
arrojar mucha luz sobre el estatus de la geometría en estas nuevas
teorías. Poincaré comienza presentando en una serie de ensayos una
prueba de consistencia relativa para una geometría no-euclídea, refu
tando cualquier afirmación de que dichas nuevas geometrías deban
ser desestimadas por ser lógicamente inconsistentes. Después consi
dera la afirmación kantiana de que la geometría euclídea es la geome
tría necesariamente correcta del mundo. De acuerdo a dicha vindica
ción, la necesidad de la geometría se basa en el hecho de que el
espacio es un componente de nuestra percepción del mundo y la
geometría euclídea describe la estructura de lo percibido que es
aportado a la percepción por la mente perceptora. Poincaré arguye
que el espacio de la física, el espacio en el que se dan los aconteci
mientos materiales, debe ser diferenciado de cualquier «espacio per-
ceptual», tal como el denominado campo visual de la percepción vi
sual. Arguye, de hecho, que no sabemos de la existencia o naturaleza
del espacio físico por ningún conocimiento perceptual directo, sino,
antes bien, por inferencia de lo que percibimos directamente. Son,
afirma, el orden y la regularidad de las partes de nuestra experiencia
perceptual de los fenómenos, lo que nos lleva a presuponer que esta
89
T =0
Respuestas a Poincaré
Ha habido una variedad muy amplia de respuestas a la vindicación
de Poincaré, una vindicación que cuestionaría no solamente la idea
de que podemos determinar la geometría del m undo por inferencia a
partir de la observación y el experimento, sino también la posibilidad
general de llegar a conclusiones definitivas sobre la estructura del
mundo apartadas de la observación directa. Una clase de respuestas
niega la premisa fundamental del argumento de Poincaré, esto es,
que uno puede aislar un conjunto de supuestos hechos sobre el
mundo como hechos de observación pura y situar luego estos hechos
en algún dominio de «percepciones en la mente», siendo todas las
aserciones físicas cognoscibles, si esto es posible, sólo sobre la base
de algún tipo de inferencia. Algunos negarían que un tal dominio de
lo percibido directamente sea inteligible, arguyendo que el conjunto
de nuestras percepciones no lo son de algunos «datos sensoriales en
la mente», sino del mundo físico. Negarían la existencia de cosas ta
les como objetos cognoscibles para la percepción con independencia
de una teoría postulada sobre el mundo. ¿Podemos creer seriamente
que el espacio en el que vemos mesas y sillas no es el espacio físico,
sino un «espacio visual» que no pertenece en modo alguno al dom i
nio de la ciencia física?
Más importante aún, esas personas negarían normalmente la afir
mación de que hay hechos sobre el m undo inmunes en principio a
ser comprobados por «observación directa» o por «experimentación
directa». Para la tesis de Poincaré es crucial que hechos tales como
que el espacio del mundo sea realmente plano o curvo puedan sólo
conocerse por medio de una inferencia. No pueden ser determinados
por ningún tipo de inspección directa. Esta inmunidad de los hechos
geométricos a la observabilidad hace posible las teorías alternativas,
las cuales «salvan los fenómenos observables». Y esta inmunidad se
encuentra en la raíz del argumento de Poincaré de que nunca podre
mos afirmar legítimamente que conocemos la geometría del mundo
(excepto, claro está, estipulándolo convencionalmente).
Pero muchos han mostrado su escepticismo a que un tal reino
del ser inmune por siempre a la inspección directa pueda ser postula
do. Si ya negamos una vez un reino de lo directamente inspecciona
do «en la mente», considerando que cosas tales como mesas y árbo
les son visibles para nosotros, ¿no nos convence un resbaladizo
93
das separadas una cierta distancia entre sí tengan, o no, la misma lon
gitud, así como no podemos considerar la simultaneidad a distancia
como una característica observable del mundo en el sentido de ob-
servabilidad directa.
Podría suceder que semejantes suposiciones sobre tipos de carac
terísticas del mundo inmunes por siempre a la determinación obser-
vacional directa estén equivocadas. Pero se presuponen en el análisis
que fundamenta nuestra aceptación de las teorías del espacio-tiempo
contemporáneas. Supongamos, pues, por el momento, que Poincaré
está en lo cierto respecto a que estas estructuras inobservables for
man parte de nuestras teorías.
Poincaré está afirmando que nuestras estructuras postuladas
deben trascender los hechos observables. Este hecho es el que in
troduce en las teorías la «dualidad» que permite a numerosas ver
siones alternativas tener las mismas consecuencias observacionales.
¿Cómo sobrepasan las teorías de Einstein lo observable? E n la teo
ría especial, mientras la coincidencia de sucesos es observable, la
simultaneidad de sucesos distantes se obtiene postulando la unifor
midad de la velocidad de la luz en todos los sistemas inerciales y
en todas las direcciones, un «hecho» que no puede comprobarse
observacionalmente. De nuevo, para obtener la estructura espacio-
temporal completa de la relatividad especial hay que añadir el pos
tulado de linealidad, lo cual equivale a postular que el espacio-
tiempo es plano. Una vez más, éste es un postulado teórico que
sobrepasa la comprobación directa. Sólo formulando estos postula
dos obtenemos la teoría estándar y no, por ejemplo, la vieja teoría
de un éter absoluto con reglas y relojes compensatorios «reales»,
que se contraen y atrasan respectivamente cuando están en movi
miento. En la teoría general se postula que los rayos de luz curva
dos y las partículas «libres» describen, bajo los efectos de la grave
dad, las geodésicas nulas y las de tipo temporal del espacio-tiempo
respectivamente. Y las reglas y relojes locales son tomados como
indicadores correctos de los intervalos métricos de espacio y tiem
po donde se encuentran ubicados. Sólo haciendo estas suposicio
nes conseguimos que las observaciones de los efectos de la grave
dad nos digan que el espacio-tiempo tiene curvatura. Con otros
postulados podríamos preservar la estructura espacio-temporal pla
na de la relatividad general, considerando que la gravedad es,
como en la teoría de Newton, un campo de fuerzas superpuesto
Espacio, tiem po, m o vim ie nto 95
que tiene efectos métricos, así como efectos dinámicos, sobre las
partículas en movimiento y sobre la luz.
El modelo de Poincaré parece, pues, describir muy bien el con
texto en el que las teorías relativistas se construyeron. Se obtienen
nuevos hechos observacionales. Éstos están restringidos a los hechos
locales y materiales sobre nuestros instrumentos de medida. Para jus
tificar y explicar estos hechos se postula una estructura espacio-tem-
poral. Sin embargo, las estructuras postuladas sobrepasan con su ri
queza a la totalidad de posibles hechos observacionales que las
soportan. Y, al igual que en la parábola de Poincaré de las criaturas
bidimensionales sobre el disco, también ahora una variedad de posi
bles estructuras espacio-temporales hará justicia a lo que considera
mos como la totalidad de hechos observacionales que podríamos en
contrar. Esto será así, al menos, si estamos preparados para hacer los
cambios necesarios en otras partes de nuestra teoría física.
Opciones realistas
Si nos tomamos entonces seriamente el problema de Poincaré y nos
negamos a descartarlo por descansar en nociones ilegítimas sobre lo
que es, y lo que no es, observable o en nociones ilegítimas acerca de
que el reino de lo teórico sobrepasa, en principio, al reino de lo ob
servable, ¿cómo deberíamos continuar? Una clase de respuestas
acepta abiertamente el postulado de la estructura espacio-temporal
teórica, suponiendo que las teorías del espacio y el tiempo proponen
verdaderamente estructuras reales, pero inobservables, del mundo.
¿Estamos, pues, como Poincaré afirmó, circunscritos a la convencio-
nalidad para elegir la teoría correcta?
Una respuesta sería adoptar simplemente una actitud de escepti
cismo. Asumir que una de las múltiples teorías posibles del espacio-
tiempo compatibles con los datos observacionales es la correcta. Ar
güir que únicamente los hechos observacionales pueden conducirnos
legítimamente a elegir una teoría como preferible frente a las demás.
Argüir, entonces, que debemos simplemente negarnos, si somos razo
nables, a emitir un juicio sobre cuál de las teorías espacio-temporales
alternativas describe realmente el mundo. ¿No deberíamos, pues, ha
cer frente a estas limitaciones honestamente y rechazar un supuesto
conocimiento de lo que sencillamente no podemos conocer?
Filosofía de la física
Opciones reduccionistas
Opuestos a todos estos enfoques del problema de Poincaré se en
cuentran los enfoques que intentan socavar el desafío escéptico ne
gando que realmente haya teorías alternativas entre las que debamos
elegir. Si consideramos que la propia identidad de una teoría debe
ser determinada por sus consecuencias observacionales, entonces ¿no
llegamos a la conclusión de que todas las supuestas teorías alternati
vas son realmente una y la misma teoría y que parecen diferir entre sí
solamente porque han elegido expresar las mismas vindicaciones so
bre el mundo en un lenguajediferente?
La idea subyacente es clara. Seguramente, se dice, podemos en
tender casos en los que dos expresiones de la teoría entran aparente
mente en conflicto entre sí, de forma que parece que las dos no pue
Espacio, tiempo, movim iento 101
yen, podrías decir que todos lo han hecho, salvo aquellos que se re
fieren a los fenómenos observables. Lo que uno puede decir, empero,
es que, como las dos teorías tienen las mismas consecuencias obser
vacionales, consideradas como un todo «dicen la misma cosa».
Los enfoques reduccionistas de este tipo menoscaban claramente
el problema escéptico de la teoría sobrepasando los datos. Desde
este punto de vista, el rebasamiento de lo observable es sólo ilusorio.
Algunas veces se dice que el dar a una teoría preferencia frente a
otra que es observacionalmente equivalente a ella es, en realidad, ele
gir solamente una manera de expresar una teoría. Algunas veces se
alega que es como elegir un sistema de coordenadas para describir la
localización de los sucesos, en lugar de otro. Al realista, para quien
las teorías pueden diferir en simplicidad y, por lo tanto, en lo que di
cen y, quizá, en su grado de credibilidad intrínseca, esta gente le res
pondería que una tal diferencia en simplicidad es solamente una di
ferencia en la simplicidad de la forma de expresión. N o es una
diferencia real de simplicidad como, por ejemplo, la que se da entre
una función lineal y una cuadrática relacionando lo observable a lo
observable. El elegir una de las alternativas observacionalmente equi
valentes sobre las demás es entonces una mera elección de cómo ex
presar las propias creencias teóricas. Según esta concepción, las
creencias teóricas no son en realidad más que compendios lingüísti
camente pertinentes de la totalidad de sus consecuencias observacio
nales. Aunque no está del todo claro lo que Poincaré pretendía decir
al afirmar que la elección de la geometría es convencional, quizá fue
ra esto lo que tenía en mente.
La objeción más seria a este enfoque de las teorías es adonde nos
conduce cuando se lleva a su — casi inevitable— extremo. Cuando
dos teorías que aparentemente dicen cosas bastante incompatibles
acerca de la estructura de lo inobservable se considera que son, de
hecho, completamente equivalentes entre sí, es evidente que uno no
debería tomar lo que dicen sobre los inobservables de un modo cla
ramente referencial. Si una teoría que afirma que el espacio-tiempo
es curvo se considera que es completamente equivalente a una que
afirma que el espacio-tiempo es plano, entonces claramente ambas
teorías están utilizando solamente la referencia al espacio-tiempo
como medio instrumental para generar su contenido real, el orden le
gal entre los observables que predicen. Uno no debería entonces
tomar dicha conversación sobre el espacio-tiempo como referida real
Espacio, tiempo, m ovim iento 103
asegura que, sea lo que sean las moléculas, no son objetos abstractos
como los números. Quizá la analogía de una trayectoria como estruc
tura espacio-temporal con una trayectoria constituida por algún tipo
de sustancia material nos permita acceder al significado de términos
espacio-temporales más allá de su papel en la predicción del compor
tamiento local de los objetos materiales.
Concepciones pragmáticas
Las opciones que hemos explorado no agotan todas las posibles reac
ciones que uno podría tener ante enigmas del tipo que Poincaré nos
ha planteado. Algunos filósofos han intentado argumentar que los de
bates entre realistas y antirrealistas descansan todos en confusiones.
Algunos de estos argumentos regresan al escepticismo que comenta
mos anteriormente acerca de la posibilidad de hacer de las conse
cuencias observables una clase distinguida de las consecuencias de
una teoría. Otros se apoyan en una afirmación en el sentido de que
preocupándose por cuál de las posibles teorías alternativas es la ver
dadera uno anda desorientado. Quizá existan varias descripciones al
ternativas que merezcan todas, en función de algún conjunto de posi
bles datos observacionales, ser denominadas «razonables de creer».
Supongamos que consideramos estas descripciones verdaderamente
incompatibles, no sólo reduciéndolas a simples variantes lingüísticas,
como los positivistas nos harían hacer. Si elegimos una de estas teo
rías, declararemos verdaderas sus consecuencias y falsas las conse
cuencias de las teorías rivales incompatibles con ella. Si hubiésemos
elegido alguna de las otras alternativas, habríamos, claro está, cambia
do nuestra valoración de cuáles aserciones eran verdaderas y cuáles
falsas, pero habríamos sido igual de razonables. Pero, ¿qué es de
todos modos la verdad? ¿No es simplemente una forma de caracteri
zar, al nivel de conversación sobre proposiciones, eso mismo que ex
presaríamos utilizando las propias proposiciones, en el sentido de
que declararemos verdaderas todas y sólo aquellas proposiciones que
estamos dispuestos a afirmar? Quizá Poincaré estuviera en lo cierto
al afirmar que la geometría del m undo era una cuestión de conven
ción en el sentido de que nos corresponde a nosotros elegir una de
las opciones razonables a nuestra disposición y, una vez hecho esto,
declarar «verdaderas» sus consecuencias.
Espacio, tiempo, m ovimiento 107
Resumen
En cualquier caso podemos ahora ver cómo los desarrollos en las
matemáticas puras y en la física teórica han cambiado radicalmente
nuestras posturas, tanto ante la geometría, como ante el lugar que
ésta ocupa en nuestro cuerpo de conocimientos. Durante siglos la
geometría fue vista como el prototipo de una teoría que parecía
aportarnos hechos significativos sobre el mundo en el que vivíamos;
podíamos conocer las verdades geométricas, y conocerlas con certe
za, pues eran derivables por medio de una cierta inferencia lógica de
primeros principios cuya verdad era autoevidente. La geometría era
el paradigma del conocimiento en general. Sólo con ser lo suficiente
mente inteligentes, podríamos conocer todas las verdades acerca del
mundo, así como conocíamos las geométricas. Más tarde, como he
mos visto, cuando la corriente empirista llevó a la mayoría de los filó
sofos a afirmar que sólo podíamos conocer el mundo por medio de
la generalización e inferencia de los datos fundamentales de la obser
vación y el experimento, la geometría pareció seguir siendo la excep
ción a esta regla general, una excepción cuya naturaleza especial re
quería una explicación tal como la que Kant apuntó.
Con el descubrimiento de una multiplicidad de geometrías axio
máticas lógicamente consistentes, y la posterior generalización allen
de éstas a las geometrías curvas multidimensionales de Riemann, y
allende éstas a las geometrías imaginadas en el estudio de la topolo
gía y de la estructura diferencial de los espacios (en las que no hemos
entrado), el estatus de la geometría como cognoscible sin el apoyo de
la observación o del experimento fue seriamente cuestionado. Este
cuestionamiento se hizo mucho más significativo con el descubri
miento en el siglo xxde, primero, los nuevos espacio-tiempos esen
108 Filosofía de la física
Tiempo y ser
Consideremos, por ejemplo, las doctrinas tradicionales que conectan
el tiempo y el ser. Para algunas, parecía intuitivamente obvio que
sólo lo que existía ahora, existía realmente. El futuro todavía no ha
bía llegado a existir y el pasado había cesado de existir. Solamente de
las entidades que existían en el presente se podía decir, propiamente
hablando, que existían realmente. Para otras, era el pasado y el pre
sente los que eran reales, y el futuro irreal. A quí la idea intuitiva era
que el pasado y el presente, habiendo ya llegado a ser o sucedido, te
nían una realidad determinada. Lo que eran, era un hecho incuestio
nable. De acuerdo a esa idea, el futuro era el reino de lo que todavía
no había llegado a ser. No tenía ninguna realidad determinada. Des
pués de todo, siguiendo el curso del pensamiento, si era un hecho
determinado ahora que algún suceso futuro tuviera una realidad, en
110 Filosofía de la física
Consideraciones relativistas
Es obvio que la reestructuración radical del espacio y el tiempo en el
espacio-tiempo postulado por la teoría especial de la relatividad ha
de tener un fuerte impacto en este debate. ¿Qué sucede con la afir
mación de que «sólo lo que existe ahora existe verdaderamente», si
los sucesos que son simultáneos para un observador ocurren en tiem
pos diferentes para un observador en movimiento con respecto al
primero, aun cuando los dos observadores coincidan momentánea
mente? El propio significado de «ahora» se ha vuelto problemático.
Al menos ha pasado a ser una cuestión relativa a exactamente qué
sucesos están ocurriendo «ahora».
Supongamos que dos observadores coinciden en el suceso e,
pero se encuentran en movimiento uno respecto al otro. Habrá suce
a e
sos como el suceso que son posteriores a para el primer observa
dor pero simultáneos con e
para el segundo. Pero entonces, ¿cómo
a
podríamos decir que es irreal para el primer observador si es real a
para el segundo observador en el instante considerado (siendo simul
e
táneo con para este segundo observador) y si el segundo observa
e
dor es sin duda real en el suceso para el primero? La situación es
todavía peor que esto. Un suceso en relatividad puede ser posterior
al suceso e
o «absolutamente posterior» al suceso e.
Hablamos de
«absolutamente posterior» cuando el suceso, b,
es posterior a y pue e
de conectarse causalmente a él por alguna señal viajando a igual, o a
menor, velocidad que la de la luz. Para sucesos como que no sona,
conectables causalmente con e, a
será posterior a e, simultáneo con e,
e
o anterior a para diferentes observadores. Pero todos los observa
dores coincidirán en que b,
que es absolutamente posterior a , es e
posterior a e.
Sin embargo, todavía puede darse el caso de que haya
un observador para quien el suceso e'
de su propia vida sea simultá
neo con b, pero tal que e e
sea simultáneo con para el primer obser
vador. Así, el primer observador declarará la vida del segundo obser
vador en e real en e,
y el segundo observador declarará real en b e.
¿Cómo podría, pues, el primer observador pensar que b,
en su futuro
absoluto, es irreal en e?
Espacio, tiempo, movimiento 113
demos explicar todo lo que hay que explicar sin presuponer el espa
cio-tiempo mismo?
Ahora podemos explicar las diferencias entre los efectos inercia-
les percibidos en dos laboratorios por referencia a sus aceleraciones
relativas entre sí. «Pero», dice el sustantivista, «no puedes explicar
porqué en un conjunto de estos sistemas no se siente ningún efecto
inercial en absoluto, siendo estos efectos sentidos solamente en los
laboratorios en aceleración con respecto a estos laboratorios preferi
dos. Yo», dice él, «puedo explicar porqué estos sistemas son preferi
dos. Son los que no están acelerados con respecto al espacio-tiempo
mismo». El relacionista puede contraargurrientar afirmando que, si
bien no puegle explicar porqué un conjunto de estos sistemas es pre-
ferencialmente inercial, puede simplemente tomar esto como un «he
cho incuestionable básico de la naturaleza» que sencillamente nunca
podrá explicarse. Después de todo, puede decir, debe haber algunos
hechos incuestionables fundamentales, así que ¿porqué no éstos?; y
pasa a argüir que el sustantivista requiere hechos incuestionables en
cualquier caso. Para el sustantivista es un hecho incuestionable de la
naturaleza que la aceleración con respecto a las geodésicas inerciales
del espacio-tiempo induce los efectos inerciales. Así pues, defiende el
relacionista, el sustantivista no está mejor provisto de términos ex
plicativos que el relacionista, pero el primero debe postular la miste
riosa entidad del «espacio-tiempo mismo», que no ejerce ninguna
función explicativa real. Y una vez más, siguiendo a Leibniz, el rela
cionista producirá una serie de argumentos en el sentido de que la
concepción sustantivista postula otros hechos, como el que hace refe
rencia a la posición del espacio-tiempo en la que ocurre un suceso
particular, que no tienen ninguna consecuencia observable. Así pues,
continúa el relacionista, la postulación del espacio-tiempo mismo in
troduce «diferencias en la teoría sin una diferencia observacional».
Tales diferencias en la teoría fueron una de las características proble
máticas del espacio mismo de Newton.
Hay muchas otras características problemáticas a ambos lados
del argumento. De hecho, como en cualquier debate metafísico en fi
losofía, los mismos términos en los que el debate se plantea son su
mamente problemáticos. ¿Comprendemos realmente lo que el sustan
tivista está afirmando que debemos postular a fin de explicar los
fenómenos observables? ¿Entendemos realmente lo que el relacionis
ta está negando y lo que está poniendo en su lugar? En particular,
118 Filosofía de la física
2.10.
F ig u r a La rotación absoluta de la materia en el universo de Gódel.
E n una solución
a las ecuaciones de la relatividad general hallada por K. G ódel es plausible decir de
la materia informe del universo que está en «rotación absoluta». ¿Q ué significa esto?
E n cualquier punto hay un plano con la siguiente característica: Fijem os las coorde
x y
nadas e en el plano de manera que esté en reposo en relación a la materia infor
me del universo. Ahora emitamos desde el punto o
una partícula o rayo de luz libre,
a. E n las coordenadas en reposo en la materia, la partícula o rayo de luz describirá
una trayectoria espiral a medida que la partícula o rayo de luz se aleje de o. Si consi
deramos a las partículas y rayos de luz libres en movimiento rectilíneo en relación a
algún marco de referencia «absoluto», es «como si» la materia informe estuviera
rotando en relación a ese marco.
t0 = t0 +At = t0 + 2At...
dos que «se rizan en el tiempo» para regresar, o casi, al suceso inicial,
del que se había partido. Solamente en mundos con un grado especí
fico de buen comportamiento causal puede ser suficiente la conecta-
bilidad causal para especificar la topología. Esto se pone de manifies
to de forma muy drástica en ciertos espacio-tiempos topológicos con
una topología no trivial (algunos sucesos están «cerca» de otros suce
sos y algunos no lo están), pero donde todo suceso es causalmente
conectable con todo otro suceso. (Véase las figuras 2.11 y 2.12.)
Así pues, la situación no es muy diferente de la que examinamos
anteriormente. Solamente en ciertos casos, la noción causal indicada
será adecuada para definir las relaciones espacio-temporales desea
das. En otros casos, la definición no puede ser encontrada. Pero la si
tuación es todavía más complicada. Hemos venido tomando como
nuestra noción causal — a la que las nociones espacio-temporales han
de reducirse— la relación que un suceso tiene con otro cuando son
causalmente conectables. Una noción causal más rica es la de una
134 Filosofía de la tísica
mos estar seguros de que los hechos topológicos son todos (al estar
determinados enteramente por hechos topológicos directamente ac
cesibles) hechos incuestionables.
Si las teorías causales de las características espacio-temporales se
interpretan en esta forma, vemos que el llamar teorías causales a
estas teorías puede inducir a error. Para Robb, la conectabilidad cau
sal (en la forma de la relación «después») era la única relación legíti
ma sobre la que cimentar las características métricas de un espacio-
tiempo relativista especial. Para los teóricos causales de la topología
del espacio-tiempo, la continuidad a lo largo de trayectorias causales
es la única característica legítima del espacio-tiempo sobre la que ci
mentar todos los hechos topológicos. Pero estas características causa
les fundamentales son privilegiadas en esta forma no por ser hechos
sobre relaciones causales, es decir, sobre cómo los sucesos en el
mundo determinan, producen o provocan otros sucesos en el m un
do. Antes bien, son privilegiadas porque son las características del es
pacio-tiempo que podemos determinar como tales sin apoyarnos en
hipótesis que, al no poder ser comprobadas por ningún procedimien
to de inspección directa, están afectadas de una arbitrariedad que
sólo puede resolverse tomando una decisión arbitraria o conven
cional.
Desde esta perspectiva, no son los hechos causales los que son
fundamentales, sino un subconjunto limitado de los hechos espacio-
temporales. El orden espacio-temporal no puede ser reducido al or
den causal o definido por medio del orden causal. En lugar de ello,
toda la estructura espacio-temporal ha de reducirse a, o definirse por
medio de, el subconjunto limitado de hechos espacio-temporales que
están verdaderamente abiertos a nuestro acceso epistémico. De he
cho, en este punto, es probable que uno piense en las tentativas de
analizar la noción de causalidad que nos son familiares de la filosofía.
Habitualmente, se piensa en la causalidad como dotada de un aspec
to espacio-temporal. Hume, por ejemplo, al intentar decir a qué equi
valía la causalidad, insistió en que la continuidad espacio-temporal
era un elemento necesario para definir el proceso causal. Causa y
efecto tienen que ser, decía, «contiguos en el espacio y en el tiempo».
Naturalmente, debe haber algo más que la relación causal. Debe ha
ber lo que sea que constituye la determinación del efecto por la cau
sa. Pero, desde esta perspectiva, las características espacio-tempora
les, al menos algunas de ellas, son primitivas e irreducibles a la
Espacio, tiem po, m ovimiento 137
Resumen
Hemos visto ahora que el problema del tipo de «ser» que se ha de
atribuir al espacio y al tiempo tiene una rica historia y un futuro pro
metedor. Las cuestiones metafísicas fundamentales mismamente tie
nen una estructura compleja y de largo desarrollo. El que hayamos
de concebir el espacio, por ejemplo, como una sustancia que existe
separada de los contenidos materiales del mundo, como un conjunto
138 Filosofía de la física
Lecturas adicionales
Algunos libros que cubren los tópicos tratados en este capítulo con
mayor detalle y profundidad son Reichenbach (1956), el cual es muy
'Aportante históricamente, y Grünbaum (1973), el cual presenta una
cobertura enciclopédica. Van Fraassen (1970) es muy útil al presentar
el trasfondo histórico de muchas de las cuestiones importantes. Sklar
(1574) es una introducción sistemática a las cuestiones principales, y
Sklar (1985) se ocupa más ampliamente de algunos de los problemas.
Ffiedman (1983) introduce al lector al vocabulario técnico de la física
matemática moderna del espacio y el tiempo y ahonda en profundi
dad, asimismo, en la controversia filosófica.
Smart (1964) contiene importantes y breves extractos de los prin
cipales textos históricos. Jammer (1954) es un breve estudio histórico
de concepciones filosóficas sobre el espacio. Alexander (1956) contie
ne el debate original entre Leibniz y el newtoniano Clarke sobre la
naturaleza del espacio y el tiempo. Barbour (1989) es un estudio con
ciso de la historia de las ideas sobre el espacio, el tiempo y el movi
miento desde los griegos antiguos, pasando por Galileo, Huyghens,
Descartes, Leibniz y Newton. La teoría del espacio por Kant puede
hallarse en la primera parte de Kant (1950) y en la Estética Trascen
dental de Kant (1929).
Las introducciones a la teoría especial de la relatividad y su espa-
cio-tiempo abundan. Taylor y Wheeler (1963) es excelente, al igual
que Bohm (1989). Moller (1952), Synge (1956), y Rindler (1977) son
Espacio, tiempo, movim iento 159
una fracción de dos enteros, es cero. Pero, claro está, hay un número
infinito de tales números racionales en la colección. La idea es que
hay «muchos más» números reales no fraccionarios que fraccionarios.
En estos contextos, pues, el suceso imposible tiene probabilidad
cero, pero no todos los sucesos con probabilidad cero son imposi
bles. Y el tener probabilidad uno no significa que un suceso deba ne
cesariamente ocurrir.
Una noción importante en la teoría de la probabilidad es la de
probabilidad condicionada. Supongamos que sabemos que se ha ob
tenido un siete en el lanzamiento de dos dados. ¿Cuál es la probabili
dad, dado dicho suceso, de que uno de los dados muestre un uno en
su cara? Veamos, el siete puede aparecer en seis formas, y en sólo
dos de los casos se tendrá un uno en uno de los dados. Así pues, la
probabilidad es un tercio. En suma, la frecuencia esperada de un tipo
de suceso, B,una vez que ha ocurrido un tipo de suceso, A,
es la
probabilidad de Bcondicionada a A
o la probabilidad de B
bajo la
condición A. Si la probabilidad de B
bajo la condición A
es simple
mente la probabilidad no condicionada de B
(y la probabilidad de A
bajo la condición B
simplemente la probabilidad de A), se dice que
AyB son sucesos probabilísticamente independientes entre sí. Dos
lanzamientos sucesivos de una moneda se toman habitualmente
como independientes en este sentido. La probabilidad de obtener
una cara en el segundo lanzamiento sigue siendo un medio, siendo el
resultado del primer lanzamiento irrelevante para esta probabilidad.
Sin embargo, ser californiano y ser del oeste no son evidentemente
independientes. La probabilidad de que alguien provenga de Califor
nia suponiendo que proviene del oeste es obviamente mayor que la
probabilidad de que sea californiano suponiendo sólo que vive en al
gún lugar de Estados Unidos.
A partir de los postulados básicos de la teoría de la probabilidad
se puede probar un grupo de importantes teoremas denominados Le
yes de los Grandes Números. ¿Esperamos que aparezcan caras la m i
tad de las veces en un número pequeño de lanzamientos de una mo
neda? Si el número de lanzamientos es impar, no podrá ser. Aun
cuando el número de lanzamientos sea par, esperamos que el suceso
real se desvíe de la proporción exacta de un medio en cualquier serie
dada de lanzamientos. A medida que aumente el número de lanza
mientos, sin embargo, esperamos que haya algún tipo de convergen
cia de la frecuencia de caras observadas a la probabilidad postulada
Filosofía de la física
ili- im medio. Lo que las Leyes de los Grandes Números nos dicen es
que la probabilidad de dicha convergencia (entendida en varios senti
dos, pues puede ser de diferentes intensidades) tiende a uno («certe
za probabilística») cuando el número de pruebas tiende a infinito.
Esto es válido si las pruebas son probabilísticamente independientes
entre sí. Así pues, si bien no podríamos ciertamente probar que en
cualquier serie de pruebas tendiendo al infinito, la frecuencia conver
gería a la probabilidad, podemos probar, dada la independencia de
las pruebas, que un resultado semejante es cierto probabilística
mente.
ble de lo que sería de otra forma, aun cuando después de añadir los
hechos explicativos, su probabilidad siga siendo baja.
Después se observa que hay muchos casos en los que explicamos
un suceso haciendo referencia a otro suceso, aun cuando aportando
la nueva información disminuyamos
la probabilidad del suceso en re
lación a nuestro conocimiento de fondo. Un médico explica la muer
te de un paciente del que se sabe que padece una terrible enferme
dad señalando que, en este caso particular, fue el efecto secundario,
muy improbable, de un medicamento lo que mató al paciente, no la
enfermedad. La causa de la muerte puede ser el medicamento, aun
que la muerte por enfermedad, tratada o no tratada, sea mucho más
probable que la muerte producida por el efecto secundario del1medi
camento.
Podemos combinar estas observaciones con otras similares a las
aducidas cuando quienes discuten una explicación deductivo-nomo-
lógica arguyen que, en la teoría de la explicación que entiende como
tal la inclusión bajo una generalidad, falta el elemento causal. Obte
nemos así una teoría que dice que explicar, tanto probabilísticamente
como por medio de leyes sin excepción, es indicar el origen causal
de un suceso. Pero ahora la causalidad se entiende como una rela
ción que admite una conexión probabilística. A quí la idea es que un
suceso podría causar un número de sucesos diferentes, cada uno con
una probabilidad determinada de ser causado. Aunque una causa
pueda generar una multiplicidad de efectos, es todavía una relación
causal lo que produce el suceso efecto como consecuencia del suce
so causa. Mirando las cosas de esta manera, puede que se haga justi
cia a los casos arriba mencionados. También servirá para distinguir
las correlaciones que no son explicativas, siendo no causales, de
aquellas que son explicativas, siendo verdaderamente causales aun
que probabilísticas.
Pero aquí surgen otras cuestiones interesantes. Si damos una ex
plicación probabilística que es causal, ¿estamos obligados entonces a
mantener que hay relaciones causales irreduciblemente probabilísti
cas en el mundo? ¿Debemos afirmar que el m undo tiene, en su base,
una naturaleza genuinamente «tiquista», o azarosa, no sostenida por
relaciones causales completamente deterministas? No necesariamen
te. Algunos han argüido que puede haber explicaciones probabilísti-
co-causales que expliquen un suceso como el resultado «por puro
azar» (aunque un resultado causal) de algunos sucesos anteriores que
158 Filosofía de la física
Explicación y reducción
Nuestra discusión ha procedido como si los acontecimientos indivi
duales fueran los objetos primarios del entendimiento científico, esto
es, como si lo que quisiéramos explicar fuesen sucesos particulares.
En ciencia es más habitual, sin embargo, el entendimiento de las ge
neralizaciones, leyes o correlaciones probabilísticas, que estamos bus
cando. ¿Cómo podemos ampliar nuestro entendimiento de las gene
ralizaciones legales? ¿Cómo podemos explicarlas?
La idea principal es que las generalizaciones, ya sean legales o es
tadísticas, se explican en función de generalizaciones más amplias,
más profundas o más fundamentales. Nuestras leyes forman una je
rarquía que abarca desde generalizaciones parcas, de superficie
(como la Ley de Snell de la refracción en óptica o la Ley de Ohm en
la electricidad), hasta las leyes extremadamente generales y profundas
de nuestras teorías físicas fundamentales. Explicamos leyes de un or
den inferior mostrando que se siguen de las leyes de un orden supe
rior. Las leyes de niveles inferiores puede que sólo sean válidas en
ciertas circunstancias especiales bien definibles (esto es, cuando la si
tuación posee las condiciones especiales apropiadas). Explicamos la
óptica geométrica mostrando que se sigue de la óptica física (ondula
toria), explicamos la óptica física como una consecuencia de la teoría
electromagnética, explicamos el electromagnetismo como un compo
nente del campo electrodébil descrito por la teoría cuántica de cam
pos, etcétera.
Generalmente, la idea es que las leyes más superficiales son expli
cadas mediante su derivación de leyes del tipo más general y funda
162 Filosofía de la física
mental. Pero las cosas son, en realidad, mucho más complicadas que
eso. Una afirmación habitual es que a menudo se encuentra que las
leyes más de superficie, una vez explicadas, no son realmente verda
deras. Con frecuencia son sólo buenas aproximaciones a la verdad y
eso sólo en ciertas circunstancias. Así, una vez comprendida la teoría
ondulatoria de la luz, nos percatamos de que la óptica geométrica
sólo es válida cuando la longitud de onda de la luz es pequeña com
parada con las dimensiones de los objetos físicos situados en la tra
yectoria de la luz. El hacer aquí rigurosa la noción de aproximación
no es una tarea fácil.
Más problemáticas son las cuestiones que surgen cuando las le
yes y las generalizaciones estadísticas menos profundas que se pre
tende explicar se han forjado en conceptos diferentes a los utilizados
en la gestación de los principios más profundos. Esto ocurre cuando
una teoría menos profunda es reducida a una teoría más profunda,
siendo necesario establecer una conexión entre los conceptos, a ve
ces bastante diferentes, de las dos teorías. Mientras la biología habla
de organismos y células, por ejemplo, la química molecular habla de
moléculas, gradientes de concentración, etcétera. ¿Cómo se relacio
nan las células, por ejemplo, con sus constituyentes microscópicos?
Aquí la respuesta parece clara, a saber, que las células están formadas
por moléculas, pero esto necesita ser completamente aclarado.
En el caso del que nos ocuparemos en este capítulo, esta cone
xión interteórica es aun más problemática. La teoría reducida que
describiré, la termodinámica, trata de características del mundo
como la temperatura, la cantidad de calor y la entropía. Pero la teoría
explicativa — reductora— se ocupa de los sistemas desde el punto de
vista de su construcción a partir de constituyentes microscópicos ta
les como moléculas. Aunque los objetos macroscópicos estén cons
truidos a partir de componentes microscópicos, el relacionar las pro
piedades de los sistemas que han sido utilizadas para caracterizarlos
en el nivel explicativo (temperatura y entropía, por ejemplo) con las
propiedades de los sistemas (el número de sus constituyentes micros
cópicos y el espacio en el que se encuentran confinados, por ejem
plo) y las propiedades de los propios constituyentes microscópicos
(su momento, energía, masa y tamaño, por ejemplo) es una cuestión
sutil y compleja.
Esto resulta doblemente difícil por la curiosa interacción entre
las leyes globales y las generalizaciones estadísticas en el esquema ex
La introducción de la probabilidad en la física 163
Termodinámica
El fenómeno del calor nos es familiar por nuestra experiencia diaria,
por lo que no es sorprendente que la física intentase entenderlo. Las
primeras tentativas incluyeron el desarrollo de dispositivos tales
como el termómetro diseñados para reemplazar por medidas numéri
cas precisas las impresiones subjetivas de calor y frío que experimen
tamos. Con no poco esfuerzo intelectual se hizo la distinción entre
grado de temperatura y cantidad de calor, siendo lo primero una
cantidad «intensiva» y lo segundo «extensiva». Esto es análogo a la
distinción entre densidad y cantidad de materia respectivamente. Así,
cuando a una cantidad de agua fría se añade una menor cantidad de
agua a una temperatura mayor se obtendrá la misma temperatura
final de la mezcla que cuando se añade una mayor cantidad de agua
a una menor temperatura, de manera que uno podría afirmar que en
los dos casos se añadió la misma cantidad de calor aunque las tempe
raturas fuesen diferentes.
Las primeras tentativas de entender estos resultados considera
ron el calor como un tipo de sustancia o materia, llamada calórico, y
la temperatura como un tipo de medida de la densidad del calórico
en la materia. Cuanto más calórico hubiese en una porción dada de
materia ordinaria, mayor sería la temperatura. Semejante concepción
substantivista hace justicia a muchos resultados experimentales cuan
do se introduce un principio de «conservación del calórico». Pero
hay otros resultados, en particular, la generación de nuevo calor por
acción mecánica o la conversión de calor en acción mecánica (como
La introducción de la probabilidad en la física 165
con todo el calor tan disponible como al principio para hacer todavía
más trabajo. Puedes obtener trabajo a partir de calor y transformar
entonces el trabajo de nuevo en calor. Terminarás con la misma can
tidad de energía en forma de calor con la que empezaste, pero ya no
estará disponible en la misma forma para ser convertida en trabajo
mecánico. Los estados de equilibrio no tienen solamente propieda
des mecánicas como la presión y el volumen; también tienen una
temperatura determinada y una entropía determinada (o al menos
una entropía determinada en relación al valor asignado arbitraria
mente a un estado). La entropía de un estado indica la disponibilidad
de su energía de calor interno a ser convertida en trabajo, siendo una
baja entropía indicativa dg una alta disponibilidad. Las leyes básicas
de la teoría son la transitividad del equilibrio (la ley Cero), la Conser
vación de la Energía (la Primera Ley), y la Ley de Irreversibilidad (La
Segunda Ley). Algunas veces se añade una Tercera Ley, la imposibili
dad de alcanzar el cero absoluto.
gía entre unas y otras por colisión. ¿Podía demostrarse que si el gas
partía de una distribución de velocidades distinta a la de Maxwell, se
aproximaría por este proceso de intercambio de energía a la distribu
ción de Maxwell para permanecer en ella?
Mediante suposiciones plausibles, una de las cuales la examinare
mos en sus pormenores brevemente, Boltzmann fue capaz de derivar
una ecuación para la evolución de la función distribución de velocida
des. Mostró que la distribución maxwelliana era una solución estacio
naria de la ecuación, de manera que, una vez alcanzada, no cambiaría.
Fue capaz de definir una función distribución de velocidades y de
mostrar que, hasta que esta función no alcanzase su valor mínimo (ob
tenido para la distribución de Maxwell), la distribución de velocidades
no sería éstacionaria. Así pues, la distribución de Maxwell era la única
solución estacionaria de la ecuación. En conjunto, esto parecía expli
car porqué un gas fuera del equilibrio evolucionaría hacia el equilibrio
y porqué, una vez alcanzado el equilibrio, permanecería en él.
Pero ahora comenzaron los problemas. Primero, los críticos ad
virtieron que los sistemas estaban supuestamente compuestos por
moléculas que obedecían las leyes de la dinámica clásica. Pero en
tanto que un tal sistema cualquiera esté aislado y la energía se con
serve, lo cual es cierto en este caso, debería evidenciar el resultado
de H. Poincaré: El sistema con punto de partida en un estado diná
mico dado retornaría un número infinito de veces a estados muy pró
ximos al estado original. Pero, entonces, ¿cómo podía tener razón
Boltzmann al afirmar que un sistema inicialmente en un estado de no
equilibrio evolucionaría al estado de equilibrio y permanecería en él?
Otro resultado de la dinámica clásica nos dice que si un sistema evo
luciona desde el estado 51 al estado 52, evolucionará desde un
estado similar al 52, salvo con todas las direcciones de movimiento
invertidas, al «inverso temporal» del estado 51. Llamemos a los
estados invertidos temporalmente 51' y 52'. La evolución de 52' a
51'', si 52', al igual que 52, describe un estado de equilibrio, y 51', al
igual que 51, un estado de no equilibrio, violaría la ecuación de
Boltzmann, que siempre describe la evolución hacia el equilibrio.
¿Cómo puede entonces la ecuación de Boltzmann ser consistente
con la dinámica clásica? (Véase las figuras 3.1 y 3.2.)
Es en este punto donde las ideas probabilísticas comienzan a ju
gar un papel en las diferentes versiones de la teoría. ¿Podría suceder
que la ecuación de Boltzmann no describa cómo debe comportarse
170 Filosofía de la física
b
S(b) > S(a)
• a'
Smax
Si
F ig u r a 3.4. La «curva de concentración» de una colección de sistemas. Sé considera
una colección de sistemas cuyos miembros tienen cada uno una entropía S¡ en el
tiempo 1. Los sistemas evolucionan de acuerdo con sus microestados particulares de
partida en el tiempo inicial. E n tiempos posteriores, 2, 3, 4, 5, 6....... la colección se
examina de nuevo. E n cada tiempo una considerable mayoría de los sistemas tienen
entropías en o cerca de los valores Sp
-Vj, S„ 5^, ... ,
que están señalados sobre la
«curva de concentración». Esta curva puede aproximarse monótonamente al valor de
equilibrio Smx,
aun cuando casi todos los sistemas, individualmente, se aproximen y
se aparten de la condición de equilibrio en la manera ilustrada en la figura 3.3.
F ig u r a La Hipótesis Ergódica.
3 .5 . Sea un sistema que parte de cualquier microesta-
a c
do, representado por un punto en el espacio de fases. Supongamos que representa
cualquier otro microestado posible para el sistema. La Hipótesis Ergódica postula
a
que en un tiempo futuro u otro el sistema que partió en el estado pasará eventual
c.
mente por el estado Pero el postulado es, de hecho, probablemente falso.
Caracterizando el equilibrio
Examinemos primero el caso de la teoría del equilibrio. Como indi
camos anteriormente, el procedimiento estándar para calcular los va
lores de equilibrio de cantidades observables consistía en identificar
esas cantidades con los valores medios de ciertas funciones del
estado microscópico del sistema. El valor medio se calcula utilizando
la distribución de probabilidades estándar. La «imagen» de Boltz
mann de la justificación de este procedimiento era que el sistema ais
lado se encontraría en casi todo momento en o cerca del equilibrio.
Dado que la medida de probabilidad estándar podía interpretarse en
el sentido de indicar la proporción de tiempo que un sistema pasa
con su. microestado en una región determinada de condiciones, y da
do que, además, los estados ostensiblemente más probables prevale
cían absolutamente sobre los otros, de manera que los valores me
dios podían ser identificados con los valores más probables, el valor
medio de una cantidad, calculado según la medida de probabilidad
estándar, sería igual a su valor ostensiblemente más probable. Éste
sería entonces su valor de equilibrio. Según indicamos, se logró dar
una justificación de estas afirmaciones utilizando la Hipótesis Ergódi-
La introducción de la probabilidad en la física 183
tura del sistema y las leyes de la dinámica que gobiernan los micro-
componentes.
Estos resultados son impresionantes. Pero debemos ser cautelo
sos. Para empezar, está el problema del «conjunto de medida cero».
Con la ayuda de los resultados ergódicos podemos demostrar que,
excepto para un conjunto inicial de condiciones iniciales de probabi
lidad cero en la medida de probabilidad estándar, todo sistema pre
sentará promedios temporales de sus cantidades iguales a los valores
medios calculados utilizando la probabilidad estándar. Pero, ¿por
qué suponer que, sólo porque un conjunto tenga probabilidad cero
en la medida estándar, es muy poco probable que un sistemé en el
mundo tenga una condición inicial semejante? Nuevamente, pode
mos demostrar que de todas las distribuciones de probabilidad que
asignan probabilidad cero a aquellos conjuntos con probabilidad
cero en la distribución de probabilidades estándar, sólo la distribu
ción de probabilidades estándar es constante en el tiempo. Pero, ¿por
qué restringir nuestra atención justamente a esas distribuciones de
probabilidad que «ignoran» (es decir, dan probabilidad cero a) los
conjuntos que tienen probabilidad cero en la medida estándar? Es
como si hubiésemos reemplazado nuestro postulado probabilístico
original, según el cual la medida de probabilidad estándar da la pro
babilidad correcta, por una suposición de probabilidad autónoma,
más débil, pero aún no trivial, a saber, que los miembros del conjun
to de condiciones iniciales que tiene probabilidad cero en la medida
estándar pueden ser ignorados. Estamos suponiendo que podemos
esperar con «certeza probabilística» que éstos no ocurrirán.
Otro importante problema se deriva del hecho de que, si bien las
condiciones necesarias para que el Teorema Ergódico sea válido son
probablemente ciertas para tales sistemas idealizados como el de las
esferas rígidas en una caja, probablemente no lo sean para sistemas
más realistas. Las moléculas en un gas no son esferas rígidas perfectas
que permanecen sin interaccionar unas con las otras o con las pare
des del contenedor hasta que se produce la colisión. En lugar de ello,
se da una interacción suave y gradual de las moléculas entre sí y de
las moléculas con las paredes, una interacción que varía con la sepa
ración de los componentes interactivos. En mecánica hay otro teore
ma, el Teorema de Kolmogorov-Arnold-Moser (o KAM), el cual nos
dice que en ciertos casos determinados habrá regiones en el espacio
de fases cuya medida es distinta de cero y tales que el estado de todo
186 Filosofía de la física
E l teorema KAM.
F ig u r a .3.7. La curva cerrada, S, representa un sistema que parte
de un estado inicial dado, pasa a través de una serie de estados intermedios y regresa
después a su estado inicial exacto, repitiendo el procesoad infinitum. U n ejemplo po
dría ser un planeta que, imperturbado, repite una órbita cerrada indefinidamente. E l
teorema K A M dice que para sistemas que satisfacen sus requisitos, una perturbación
suficientemente pequeña del sistema (digamos, del planeta por el tirón gravitacional
de otro planeta) producirá una órbita que, aunque ya no será cerrada, estará confina
da a una región finita (indicada por el tubo Tí circunscribiendo (en el espacio de fa
S.
ses) la curva inicial U n sistema semejante no puede entonces ser ergódico y «vagar»
por todo el espacio de fases disponible.
La aproximación al equilibrio
¿Qué tipo de teoría deberíamos buscar para contar con una descrip
ción estadística general de la aproximación al equilibrio y con una
La introducción de la probabilidad en la física 189
- 0 O O O
— O' 0 o o
t=A, " Q 0 O 0
, = 2 a , 0 © o O
F ig u r a 3.9.E l experimento del eco-espín. L a fila de arriba de la figura representa una
colección de núcleos giratorios cuyos espines están alineados en la misma dirección
según un plano que es perpendicular a un campo magnético aplicado sobre el cristal
a cuyos átomos pertenecen los núcleos en cuestión. E n la segunda fila ha transcurri
do un período de tiempo. Las direcciones de los espines han precesado, a diferentes
velocidades, en torno al campo magnético aplicado, de manera que en este punto los
espines, aunque todavia en el mismo plano, apuntan ahora en todas las direcciones
«al azar». E n la tercera fila, los espines han sido «volteados» por un pulso de frecuen
cia de radio. Lo s espines «más adelantados» en la «carrera de precesión» son ahora
los «más atrasados». E l resultado se muestra en la fila de abajo. E l tiempo es ahora el
doble del transcurrido desde la fila de arriba a la segunda fila. Los espines se han «al
canzado» ahora unos a otros, de forma que todos ellos apuntan de nuevo en la mis
ma dirección. Desde la tercera línea a la linea de abajo parece haber una condición
de equilibrio (espines aleatorios) que evoluciona espontáneamente a una condición
de no equilibrio (todos los espines alineados).
Un conjunto mixto.
F ig u r a 3.10. T es una región del espacio de fases para el sistema
en la que el punto fásico para el sistema se encuentra localizado. A B
y son dos regio
nes de puntos en el espacio de fases de tamaño distinto de cero. B se mantiene cons
tante. Seguimos la evolución de los sistemas cuyos microestados iniciales se encuen
tran en la región A E l resultado es una serie de regiones T(A) a medida que pasa el
tiempo. Un sistema «mixto» es uno en el que la región A evolucionará en una región
T(A) en el límite «a medida que el tiempo tiende a infinito». Esta región T(A) está dis
tribuida uniformemente sobre el espacio de fases en el sentido de grano grueso. Para
que esto suceda, la proporción de cualquier región B ocupada por puntos que evo lu
cionan desde la región A ha-de ser igual en el límite de tiempo infinito a la propor
ción del espacio de fases ocupada originalmente por puntos» en la región A.
3.11.
F ig u r a Reversibilidad al nivel del conjunto.
Supongamos, como en (a), que A es
una región del espacio de fases que evoluciona con el tiempo a la región fibrada,
T(A). Se puede entonces mostrar, como en (b), que debe haber una región fibrada de
puntos fásicos, T l(A'),
que según avanza el tiempo al futuro evoluciona a una región
simple compacta, como A'.
Además, A’y la región de la que proviene tendrán ambas
el mismo tamaño que A
y su sucesor fibrado.
Cosmología e irreversibilidad
¿Cuál, pues, es la razón física de la asimetría temporal? Prestemos
atención a un enfoque popular. Éste se funda en los resultados de la
cosmología. Como señalamos anteriormente, ya Boltzmann se había
valido de presuposiciones especulativas acerca de la estructura global
del universo a fin de reconciliar sus concepciones finales sobre el
equilibrio con los hechos observables sobre el predominio del no
210 Filosofía de la física
ros? Lewis arguye que nuestras intuiciones son tales que cuando pre
guntamos qué habría sucedido si un suceso real no hubiera ocurrido,
o si hubiera ocurrido en una forma distinta a cómo en realidad lo hi
zo, tendemos a pensar en las clases de cambios que nos veríamos for
zados a hacer en el mundo si el suceso hubiera sido diferente a como
fue. Elegimos como lo que hubiera sucedido lo que sucede en un
mundo que es, en algún sentido, lo más próximo al nuestro posible,
dado que el cambio postulado se necesitó por ser el suceso diferente
a como en realidad fue. Nuestros criterios para hacer tales juicios de
«proximidades de mundos» tolerarán pequeñas violaciones de las le
yes de la naturaleza, pero no violaciones importantes o muchas de
ellas. Buscarán grandes regiQnes del espacio y el tiempo donde las
cosas permanezcan justo como son en este mundo, pero tolerarán
grandes cambios en realidades particulares, incluso si estas realidades
son importantes para nosotros. Los criterios de proximidad están
concebidos para que nuestros juicios intuitivos sobre «lo que sería el
caso» resulten correctos tan a menudo como sea posible.
Un resultado de este análisis es hacer que los «contrafactuales re
troactivos» resulten falsos. Éstos son contrafactuales que nos dicen
que si algún suceso se hubiese dado de otra forma, su pasado habría
sido diferente. Al menos resultan falsos en algunos casos. Los casos
son de los del tipo de la piedra lanzada al agua que genera una onda
expandiéndose en el estanque en el futuro del impacto de la piedra
con el agua. La idea es que mientras el no haber lanzado la piedra
habría requerido solamente un milagro menor en su pasado (mi neu
rona no disparando y no provocando en mí la volición de lanzar la
piedra), el impacto de la piedra en el agua se asocia a una vasta serie
de hechos dispersos espacio-temporalmente en el futuro del impacto.
Éstos son todas esas partes onduladas que aparecen, todas las ondas
luminosas que son emitidas desde ellas, etcétera. Según el análisis de
Lewis, entonces, resulta que si un suceso hubiera sido diferente a
como fue, el futuro de ese suceso habría sido diferente, pero el pasa
do habría sido el mismo, porque un suceso dado está «sobredetermi-
nado» por sucesos de su futuro. Hay muchos sucesos en el futuro de
un suceso dado que requieren la existencia de ese suceso, pero
pocos en su pasado que lo hagan. Y la causalidad siempre va, pues,
desde el pasado al futuro asimismo.
De nuevo hay muchos enigmas. En primer lugar, pensamos en la
causalidad como yendo del pasado al futuro, y no en la otra direc
224 Filosofía de la física
luz de un cierto tipo que alcanza nuestras retinas. Pero las relaciones
temporales entre los sucesos en el mundo, argüiría Eddington, son
características genuinas de esos sucesos. Y esa clase de temporalidad,
afirma, debe ser exactamente la misma clase de temporalidad que re
laciona los sucesos de la experiencia inmediata entre sí. Por estas ra
zones, razones que son muy difíciles de aclarar filosóficamente, pero
que no obstante son muy sugerentes, él piensa que la demanda de
identidad entre relaciones temporales, según se dan en el mundo y
según las experimentamos de forma inmediata, y relaciones tales
como las que se dan entre diferentes grados de orden, como es la d i
ferencia de entropía, es implausible. La teoría entrópica de la asime
tría del tiempo tiene aspectos importantes y filosóficamente descon
certantes aun cuando el programa de Boltzmann como programa
explicativo pueda hacerse completamente plausible.
Lecturas adicionales
231
232 Filosofía de la física
Bohr ofreció una imagen del átomo que generaba este resultado,
aunque el modelo se apartaba fundamentalmente de lo que debería
ser posible de acuerdo con la teoría entonces estándar. Según la des
cripción de Bohr, los electrones podían existir en estados de energía
definidos, discretos, contrariamente al punto de vista clásico que per
mitía cualquiera de un continuo de estados. En la nueva imagen, los
electrones «saltaban» de un estado de energía a otro. En cada salto
se emitía o absorbía energía en una cantidad igual a la diferencia de
energía entre los dos estados. El cambio de energía en el átomo lleva
ba asociado la emisión o absorción de luz de una frecuencia asociada
con dicha energía por la regla de Planck. Esto se contrapone clara
mente al punto de vista clásico — en el que los electrones emitirían o
absorberían energía de manera continua. El modelo de Bohr era
capaz de generar estos estados de energía para los átomos más senci
llos por medio de un grupo de reglas simples, si bien algo infunda
das. Pero resultó incapaz de aportar un método general para determi
nar los estados de energía en casos más complejos e incapaz
asimismo de indicar una forma sistemática de determinar la intensi
dad y la frecuencia de la luz asociada a la emisión y absorción ató
micas.
W. Heisenberg acometió la resolución de estos problemas bus
cando una forma sistemática de tratar el problema de la interacción
entre los átomos y la luz. Dada la incompatibilidad del modelo de
Bohr con la teoría existente sobre el movimiento de los electrones,
buscó un esquema que evitara por completo el dar una imagen diná
mica del electrón en el átomo. El esquema intentaría, en lugar de
ello, calcular directamente las cantidades observables deseadas. C u
riosamente, la teoría terminó por aportar, más bien, un nuevo sopor
te a la dinámica en su totalidad. El procedimiento de Heisenberg re
curría al método clásico de reducir los movimientos complejos a
movimientos simples y de asociar la radiación emitida con la canti
dad de cada componente simple de movimiento presente. Pero ahora
hizo falta un tipo de descomposición doble que respondiese a la ca
racterización de las frecuencias observadas por dos números, corres
pondiendo a diferencias en los estados de energía, en lugar de por un
solo número, correspondiendo al múltiplo del movimiento funda
mental, como en la física clásica.
En su nuevo formalismo, Heisenberg duplicó por analogía la es
tructura formal de las viejas reglas para calcular energías, frecuencias
Filosofía de la física
(a)
(a)
(b)
(c)
(d)
(e)
t
de una máquina arriba-abajo en = 0. Podemos entonces conocer el
estado de espín de la partícula en tiempos posteriores conociendo las
influencias causales (campos eléctricos y magnéticos en este caso) a
las que estuvo sometida desde el momento en que fue emitida por el
canal superior de la máquina arriba-abajo. Si entonces decidimos
efectuar una nueva medición de espín en el sistema, podemos deter
minar — a partir del operador correspondiente a la dirección del es
pín que decidimos medir— qué valores podrán obtenerse (en el caso
del electrón sólo dos, arriba o abajo en la dirección elegida) y a partir
de ese operador y del estado de la partícula en el momento de la me
dición podemos determinar la probabilidad de que se obtenga un va
lor dado del espín en la medición.
La atribución del estado apropiado a la partícula justo después
de su preparación descansa en el famoso Postulado de la Proyección
de Neumann. Este establece que si se acaba de realizar una medición
que revela un valor dado de un observable, entonces el estado del
sistema inmediatamente después de la medición es el que correspon
de al sistema con ese valor exacto para la cantidad medida. (En reali
dad, esto necesita un remedo para dar cuenta del hecho de que algu
nas veces la medición destruye un sistema y del hecho de que una
medición no determina normalmente todas las cantidades compati
bles de un sistema, pero para nuestros propósitos lo hará.) Un argu
mento principal de von Neumann es que solamente dicha atribución
de estados nos garantizará que, si la medición se repitiese a continua
ción, estaríamos seguros de obtener el mismo valor que obtuvimos
en la primera medición. La teoría formalizada expuesta por von Neu
mann, considerada la versión ortodoxa de la teoría cuántica, es
notable, pues, por presentar dos reglas diferentes para determinar el
cambio del estado de un sistema en el tiempo. Una, la regla dinámi
ca, nos dice cómo el mismo paso del tiempo y las influencias exter
nas, como la interacción del sistema con algún otro sistema, conduci
rán a una evolución dinámica del estado del sistema. La otra regla
nos dice que cualquiera que sea el estado de un sistema antes de una
medición, el estado del sistema después de haberse efectuado la me
dición corresponderá al sistema con el valor del observable recién
medido. El estado del sistema es «proyectado» en la medición al de
nominado estado característico correspondiente al valor observado o
medido que se ha obtenido en la medición. Cuando la medición tie
ne lugar, las reglas dinámicas de la evolución del estado son desecha
La imagen cuántica del m undo 251
La interpretación de Copenhague
El gran físico Niels Bohr intentó gestar una imagen global del m undo
que hiciera justicia a los extraños fenómenos cuánticos recién descu
biertos, y diseñar la estructura teórica apropiada. No es fácil resumir
limpiamente su denominada interpretación de Copenhague. Algunos
han visto en ella una nueva filosofía del ser y del conocimiento, cuya
importancia trasciende la mera clarificación de los aspectos cuánticos
del mundo. Otros se han mostrado más escépticos. Einstein en una
ocasión la llamó «la filosofía tranquilizadora de Heisenberg-Bohr
— ¿o religión?— », para decir a continuación que «proporciona una
mullida almohada al fiel creyente de la que no se le puede despertar
fácilmente», es decir, que «encubría» los aspectos problemáticos de
la imagen cuántica en lugar de ofrecer una descripción coherente e
inteligible de los fenómenos cuánticos.
Bohr considera que el objetivo de la ciencia ha de ser determinar
las interrelaciones entre cantidades observables del mundo. Para que
se entienda la teoría cuántica, se considera como observable, no «los
datos sensoriales directamente percibidos por la mente», como en la
filosofía positivista tradicional, sino, antes bien, los resultados de las
observaciones con aparatos de medida típicos. Pero la filosofía de
Bohr comparte algunos aspectos del positivismo tradicional, como el
hincapié en una clase de «los observables» dada de una vez por
todas y en la teoría como sólo un instrumento para obtener las co
rrectas correlaciones de unos observables con otros. Bohr afirmó que
en nuestra descripción de estos resultados observables de la medi
ción nos veremos siempre limitados a los típicos medios «clásicos»
para describir el mundo desarrollados por la física cuántica. Así, las
cantidades que leemos en nuestros aparatos de medida son cosas ta
les como la posición de una partícula, su momento, carga y momento
angular, etc. Un aparato de medida es algo caracterizable nuevamen
te en términos clásicos. Posee estados «salida» definidos, que están
correlacionados a las cantidades medidas de los microsistemas. La
marca depositada de plata metálica indicará, por ejemplo, que un
252 Filosofía de la física
El principio de incertidumbre
Pronto se vio que la teoría cuántica en cada uno de sus modos for
males conducía a una variedad de relaciones entre las características
de un sistema, que fueron resumidas como las Relaciones de Incerti-
dumbre. Una sencilla ilustración de estos resultados puede encon
trarse en la imagen ondulatoria de la versión por Schródinger de la
mecánica cuántica. Podemos preguntar por la probabilidad de encon
trar a una partícula localizada en alguna región espacial específica,
calculando las probabilidades según el grado al que la función de on
da está confinada a esa región. Alternativamente, podemos reescribir
la función de onda como una función del momento de la partícula,
encontrando así una nueva función que puede ser utilizada para de
terminar la probabilidad de encontrar a la partícula con su momento
en un intervalo dado. A través de la física ondulatoria clásica se vio
que había una relación recíproca entre el grado al que una función
de onda poseía una extensión espacial y el grado al que se encontra
ría dispersa en el «espacio de frecuencias» si la onda se reformulaba
en términos de varias componentes de frecuencias puras. Traducida
a términos cuánticos, esta relación recíproca conduce a la observa
ción de que cuanto menos dispersa en posición sea la distribución de
probabilidades para una partícula calculada a partir de su estado
cuántico, más dispersa tendrá que ser la distribución de probabilida
des para calcular su momento. Ningún estado cuántico podría gene
rar simultáneamente probabilidades fuertemente concentradas en
torno a un único punto en el espacio y a un único valor del momen
to. (Véase la figura 4.5.)
Desde la perspectiva de Heisenberg, este tipo de relación inversa
se manifestaba en el hecho de que los representantes matemáticos de
las cantidades observables, los operadores en su formalismo matemá
tico, eran «no conmutativos». Esto significa que el producto de dos
de ellos en un orden dado no era, en general, igual al producto
tomado en el orden inverso. Esta relación se cumple entre otras can
tidades conjugadas asimismo, no sólo entre la posición y el momento.
Si se pasaba a la representación abstracta de la teoría cuántica de von
Neumann y Dirac, era posible encontrar algunas relaciones matemá
ticas muy generales que resumían el Principio de Incertidumbre.
El grado de incertidumbre se toma como el producto de una me
dida de la dispersión de la probabilidad de las dos cantidades, cuan-
La imagen cuántica del m undo 257
« n
Pi
A
q2
F i g u r a 4 .5 . relaciones de incertidumbre.
E n cualquier estado cuántico de una par
tícula, hay una cierta probabilidad de que la partícula sea encontrada en una región
determinada del espacio y una cierta probabilidad de que su momento tenga un va
lor situado en una horquilla determinada de momentos. E n (a) se esboza un estado
en el que la posición de la partícula está fuertemente circunscrita por una estrecha
distribución de probabilidades (trazo q¡).
L a distribución de probabilidades corres
pondiente para el momento (trazo p¡)
muestra una distribución de probabilidades
muy «dispersa». E n (b) se esboza un estado en el que la distribución de probabilida
des para el momento (trazo p2)
tiene ahora un pico marcado. Ahora la distribución de
probabilidades para la posición (trazo q2)
muestra una probabilidad ampliamente
«dispersa», de acuerdo con las relaciones de incertidumbre.
El problema de la medición
El formalismo básico de la teoría cuántica es claro y su aplicación al
mundo de la observación y del experimento no es, en la práctica,
más polémico que el de cualquier otra teoría física formal. Pero la
teoría nos plantea un montón de problemas interpretativos sorpren
dentes. Miembros de la comunidad científica, que se muestran de
acuerdo plenamente con los resultados de la teoría cuántica aplicada
al mundo físico, se encuentran enfrentados entre sí cuando intentan
explicar justamente cómo «entienden» lo que la teoría nos dice sobre
la estructura fundamental del mundo.
La teoría asocia a los sistemas entre mediciones un estado cuánti
La imagen cuántica del m undo 261
El gato de Schródinger.
F i g u r a 4.6. E n una caja cerrada herméticamente se monta un
e
aparato en el que un haz de partículas, , es dividido en dos haces, siendo igual la
probabilidad de que una partícula vaya por uno u otro camino. Si la primera partícu
la sigue la ruta que pasa por D¡, se activa un barril de explosivos, destruyendo a un
pobre gato colocado encima de él. Si la primera partícula pasa por D¡, el interruptor
S se abre, salvando al gato de la posibilidad de ser dinamitado. ¿Cóm o debería un ob
servador que se encuentra fuera de la caja y es incapaz de saber lo que ha sucedido
en ella describir al gato tras un período de tiempo en el que no hay duda de que una
partícula al menos ha pasado por Dt o ha pasado por D2? De acuerdo con la Inter
pretación de Copenhague, el observador no debería imaginarse al gato vivo o muerto,
sino, antes bien, «en una superposición de estados vivo y muerto», de la misma ma
nera que un electrón que sale de una máquina Stern-Gerlach izquierda-derecha sin
ser detectado debe imaginarse en una «superposición de estados de espín izquierda y
espín derecha» hasta su detección. Pero ¿es aceptable semejante descripción del gato
(o de cualquier otro objeto macroscópico)? Si no lo es, ¿en qué momento antes de
que el observador exterior haga una observación de lo que queda dentro de la caja
debería dicho observador considerar que el gato está «definidamente vivo» o «defini
damente muerto»?
Soluciones idealistas
Pero a otros les resulta absurdo pensar que el gato está en una super
posición de estados vivo y muerto. Llevando la sugerencia de
Schródinger un paso más adelante, E. Wigner introduce «el amigo de
Wigner». Sustituyamos el gato en la caja por un científico. Según
Bohr, hasta que miremos en la caja, deberíamos pensar que el cientí
fico está en una superposición de estados vivo y muerto, aunque, cla
ro está, el científico puede — en un momento en el que nos lo
estamos imaginando en dicha superposición— verse a sí mismo efec
tivamente volado, o no. Pero, dice Wigner, esto es absurdo. Esto lle
va a Wigner a una concepción de la medición y del m undo que es
bastante sorprendente procediendo de un físico, pero casi inevitable
como un camino alternativo para pensar en las perplejidades cuán
ticas.
¿Qué tiene de especial la medición, pregunta Wigner, en tanto
que opuesta a la interacción física ordinaria de dos sistemas físicos?
En una medición real, algún medidor debe «apercibirse» del valor
determinado por el proceso de medida. La concepción de Wigner
nos recuerda a la de los dualistas filosóficos, quienes consideran a un
ser humano (y, quizás, a otros seres sensibles) como una criatura mix
270 Filosofía de la física
de todos los objetos físicos reales? Esto asemejaría los estados clási
cos a las «cualidades secundarias» de la tradicional metafísica lockea-
aa, esto es, características que son verdaderamente predecibles sólo
de los contenidos de la percepción inmediata y no de los objetos físi
cos «como son en sí mismos».
La lógica cuántica
Hemos estado explorando enfoques diseñados para explicar las cu
riosas características del mundo implicado por la mecánica cuántica;
estos enfoques descansan en programas que explican los fenómenos
por referencia a características metafísicas del mundo. Ya sea que los
programas postulen una dualidad flexible entre sistema cuántico y
aparato de medida clásico, como hace la teoría de Bohr; un papel re
manente para los conceptos clásicos en el reino de la mente fuera de
la realidad física, como hacen los enfoques idealistas; una visión del
mundo como uno en el que la dinámica cuántica rige universalmen
te, como hacen los enfoques que se apoyan en el tamaño y la com
plejidad del aparato de medida o en la interpretación de la interac
ción por Kochen; o una ampliación radical de nuestra ontología para
explicar los fenómenos, como hacen los enfoques tipo muchos m un
dos; todos buscan la solución en alguna modificación de nuestras
concepciones tradicionales sobre la naturaleza de los sistemas físicos
del mundo.
Un enfoque algo diferente busca la resolución de los problemas
en una modificación de nuestras ideas tradicionales concernientes a
algunos de los modos más difundidos y generales que tenemos para
describir el mundo. Quizá sea necesaria una reinterpretación radical
de los esquemas más generales de que disponemos para asimilar los
fenómenos del mundo, se arguye, si se quiere comprender el sentido
de las misteriosas propiedades cuánticas que hemos indicado.
Uno de dichos enfoques recalca el importante papel que la pro
babilidad juega en la teoría. Algunas de las desconcertantes propieda
des cuánticas pueden ser resumidas haciendo notar cuán radicalmen
te difieren en su forma de operar las probabilidades cuánticas de las
probabilidades más familiares de la física clásica. Tomemos, por
ejemplo, el experimento de la doble rendija. Nos figuramos que la
luz está compuesta de fotones localizables porque los detectores co
locados en las rendijas indican que toda la energía luminosa pasa por
2H4 Filosofía de la física
una de las rendijas o por la otra, fotón por fotón, y nunca por ambas
al mismo tiempo. ¿No deberíamos, entonces, concebir la probabili
dad de que un fotón alcance la pantalla como el resultado de dos
procesos «independientes», el fotón llegando a x después de pasar
por la rendija uno y el fotón llegando a x después de pasar por la
rendija dos? Pero, entonces, las reglas clásicas de la probabilidad nos
llevan a esperar que la probabilidad de que un fotón llegue a pa x
sando, bien por la rendija uno, bien por la rendija dos, será la suma
de las dos probabilidades separadas. Por supuesto, esto no es así,
pues tenemos los ya familiares efectos de interferencia. Quizá, pues,
deberíamos rechazar nuestras conocidas reglas para combinar proba
bilidades condicionadas por causas independientes.
Otra característica anómala de la probabilidad en la teoría cuán
tica puede verse cuando consideramos las denominadas distribucio
nes compuestas. Supongamos que tenemos una población de seres
humanos cuyos pesos se distribuyen de acuerdo con alguna distribu
ción de probabilidades de pesos. Y supongamos también que hay
una distribución del color de los ojos, caracterizable de nuevo por
una distribución de probabilidades. Entonces tiene sentido preguntar
por la distribución compuesta del peso y del color de ojos a la vez. Si
hay una cierta probabilidad de que una persona mida por encima de
un metro ochenta centímetros, y una cierta probabilidad de que una
persona tenga ojos azules, hay entonces una probabilidad compuesta
de que tenga ojos azules y una altura superior a un metro ochenta
centímetros.
Pero, como sabemos, dichas distribuciones de probabilidad com
puesta no siempre son posibles en mecánica cuántica. Puede que ha
ya una probabilidad dé encontrar a una partícula en una región par
ticular del espacio y también una distribución de probabilidades que
determine cuándo el momento de la partícula se encuentra dentro
de una horquilla determinada de valores del momento. Pero no ha
brá una probabilidad compuesta de encontrar a la partícula a la vez
en un intervalo espacial definido y en un intervalo de momentos de
finido. Bohr trata esto haciendo notar la imposibilidad física de reali
zar mediciones simultáneas de la posición y el momento. Posición y
momento son, en sus términos, complementarios entre sí. Y para los
observables complementarios uno no puede esperar de la mecánica
cuántica funciones distribución de probabilidad compuesta bien defi
nidas. Una de las sugerencias actuales es que quizá esta ausencia de
La imagen cuántica del m undo 285
exponer la teoría en un modo más abstracto, que tomó de los dos en
foques su núcleo común.
Pero incluso estas formulaciones estándar de la teoría cuántica
podrían contener, a la par que elementos esenciales, elementos que
son inesenciales, artificios meramente de un modo particular de ex
poner la teoría. ¿Podríamos hallar una forma de encontrar los ele
mentos más esenciales de la teoría, aquellos que tendrían que apare
cer en cualquier «representación» de los hechos físicos?
Birkhoff y von Neumann señalaron que una forma de hacer esto
es centrándonos en las relaciones entre estados de sistemas, relacio
nes que podrían ser consideradas como un tipo de «lógica» de pro
posiciones sobre el sistema. Supongamos que una partícula pasa efec
tivamente, es decir, con probabilidad igual a uno, a través de un
filtro que sólo permite el paso de partículas espín-arriba. Entonces
podemos decir que «espín arriba» es verdadero para la partícula. Si
la partícula pasa definidamente a través de un filtro que deja pasar
tanto partículas espín-arriba como partículas espín-abajo, diremos
que en este caso «espín arriba qo espín abajo» es verdadero. Si una
p
partícula pasa efectivamente a través del filtro y a través del filtro j
diremos que en este caso «p qys» es verdadero.
Consideremos ahora la «ley distributiva» de la lógica tradicional,
p r s
la ley que dice que sí es verdadero para algo y o es verdadero
para algo, entonces, bien pyr son verdaderos para el sistema, o bien
pys son verdaderos para el mismo. Si un hombre es alto y tiene los
ojos azules o bien marrones, entonces el hombre es alto con ojos azu
les, o bien alto con ojos marrones. ¿Es «qy» distributiva sobre «qo»
de la misma forma que «y» es distributiva sobre «o»? No lo es. Con
sideremos una partícula que es «espín izquierda qy (espín arriba qo
espín abajo)». Cuando todas las partículas relevantes hayan pasado a
través de la máquina (arriba qo abajo), «arriba qo abajo» será verda
dero para cada partícula. Las partículas que son «espín izquierda qy
(espín arriba qo espín abajo)» son. pues, sólo las partículas definida-
mente espín-izquierda. Pero ninguna partícula tendrá probabilidad
uno de pasar a través de una máquina espín-izquierda y probabilidad
uno de pasar a través de una máquina espín arriba. Pues, espín iz
quierda y espín arriba son propiedades complementarias, y ningún
sistema puede definidamente tener estas dos propiedades al mismo
tiempo. Lo mismo es cierto para el espín izquierda y para el espín
abajo. No hay, pues, nada que sea «espín izquierda qy espín arriba» y
La imagen cuántica del m undo 287
Resumen
Acabamos de examinar, de una forma muy rápida y superficial, varias
de las tentativas de «dar sentido» a la peculiar naturaleza del mundo
revelada por la teoría cuántica. El lector debería percatarse de que
cada una de las interpretaciones aquí mencionadas es una sutil, y al
gunas veces muy compleja, tentativa de hacer justicia a la plétora de
hechos que la teoría cuántica pone de manifiesto. Cada interpreta
ción precisa de un examen detenido de sus virtudes y de sus debili
dades críticas antes de que pueda juzgársela adecuada o inadecuada
para la tarea asumida.
El mismo alcance de las cuestiones que permanecen sin respues
ta definitiva es intimidador. ¿Cuál exactamente es el papel de los
conceptos clásicos en la descripción cuántica del mundo? ¿Son ellos
los conceptos primitivos e ineliminables del m undo necesarios para
describir la parte del mundo en el lado de la medición de un «corte»
flexible entre el sistema cuántico y el aparato de medida clásico?
¿Son ellos los términos ineliminables mediante los que ha de descri
birse la experiencia de mentes fuera del reino físico? ¿O son esos
conceptos clásicos sólo las maneras falsas, pero provechosamente fic
ticias, que son legítimamente aplicadas para describir estados verda
deramente cuánticos en circunstancias especiales, donde los concep
tos sirven para caracterizar «aproximadamente» los estados de los
sistemas? Más aún, ¿en qué medida pueden ser aplicados a los siste
mas entre mediciones? ¿Son totalmente inaplicables a estos sistemas,
o hay alguna forma en la que podamos legítimamente considerar a
los sistemas evolventes como caracterizados por valores clásicos, aun
cuando éstos nos sean desconocidos?
Y ¿cuál es la naturaleza del estado cuántico representado por la
función de onda? ¿Es una caracterización de los sistemas individua
les o sólo de una colección de sistemas? ¿Es la caracterización de un
aspecto físico real del mundo, o deberíamos de considerarla, por el
contrarío, como un tipo de mecanismo de cálculo intermedio que no
representa ninguna realidad física? Dado el papel de esa función de
onda en el cálculo de probabilidades de los resultados de una medi
ción, ¿puede considerarse que es algo muy parecido a una probabili
dad precuántica, pongamos, una medida de proporción en una colec
ción o un grado de creencia racional? O ¿dejan claro los fenómenos
de interferencia, más bien, que se trata de algo más parecido a una
La imagen cuántica del m u n d o 291
Deterninismo e indeterminismo
El influjo de la imagen dinámica mecanicista newtoniana del mundo
condujo a un nuevo énfasis en una vieja doctrina, el determinismo.
La idea del determinismo — que a partir del estado del mundo en un
momento dado, las leyes de la naturaleza fijan completamente el
estado del mundo en momentos posteriores— apenas es nueva. Ideas
de la misma índole habían formado parte de la especulación en la
Grecia antigua. Pero el modelo de un sistema de partículas interac
cionando unas con otras mediante fuerzas, de forma tal que una con
dición inicial dada del sistema genere su condición posterior en todo
momento del futuro siguiendo las famosas leyes del movimiento de
Newton, proporcionó un ímpetu renovador a esta visión determinis
La imagen cuántica del m undo 293
mitad de las partículas son espín arriba y la otra mitad espín abajo.
Pero ninguna partícula es «definidamente izquierda y definidamente
arriba» y ninguna es «definidamente izquierda y definidamente aba
jo». Sería erróneo, pues, considerar a la colección de partículas antes
de la medición como una colección en la que el cien por cien son es
pín izquierda, el cincuenta por cien espín arriba y el cincuenta por
cien espín abajo. Consideraciones de esta índole llevaron a muchos a
sugerir que el proceso de medida no «determina un valor preexisten
te para una cantidad» sino, antes bien, «crea la cantidad». Como ve
remos, incluso el considerar la medición de esta forma, al menos el
considerarla como un tipo de proceso causal que cuando actúa sobre
el sistema produce el estado medido del mismo, tiene sus propias di
ficultades.
Sin embargo, ¿no podríamos pensar que la partícula antes de ser
medida tiene alguna cantidad «variable oculta» que determina com
pletamente el valor obtenido como resultado de la medición? Pensad
en la partícula que es definidamente espín izquierda. ¿No podría ha
ber algún otro factor propio de la partícula que determine su natura
leza, bien de forma tal que en una medición arriba-abajo se encuen
tre que está en el estado arriba, o bien de forma tal que en una
medición arriba-abajo se encuentre que está en el estado abajo? Este
factor no es tenido en cuenta en el estado cuántico del sistema, en el
hecho de que el sistema es definidamente espín izquierda. El estado
cuántico de espín-izquierda genera las probabilidades correspondien
tes a ser espín arriba o espín abajo si se realiza una medición arriba-
abajo. Pero eso no significa de por sí que no exista un factor oculto,
uno ignorado por el formalismo cuántico. Bohr negó explícitamente
que dicho factor pudiera existir, insistiendo en que el estado cuánti
co era una descripción completa del sistema cuántico. Pero la mera
insistencia dogmática, aun cuando provenga de alguien tan versado
como Bohr, no es un argumento. Einstein, como es sabido, fue impla
cable a la hora de insistir en que el indeterminismo del formalismo
cuántico indicaba que la teoría era incompleta. No podía creer, ase
guraba, que Dios «jugase a los dados» con el universo. ¿Podrían los
estados cuánticos, al igual que los estados estadísticos clásicos, po
seer por debajo una descripción más detallada de los sistemas que
reintrodujese un determinismo total en la descripción del mundo?
Para entender porqué muchos han negado la posibilidad misma
de variables ocultas que reintroduzcan el determinismo, necesitamos
298 Filosofía de la física
0
z
(a)
oo
(P1 +P2)
podríamos disponer las dos mediciones, una vez que las partículas se
hubiesen separado una distancia entre sí, de forma tal que una medi
ción no pueda afectar causalmente a la otra. Así, la elección de la di
rección en la que mediremos el espín de la partícula uno no debería
tener efecto alguno sobre el resultado de una medición de espín en
la partícula dos en la dirección elegida para hacer esa medición.
Supongamos ahora que decidimos efectuar dichos pares de medi
ciones del espín en una clase amplia de pares de partículas, todas
preparadas de la misma forma, con las mismas correlaciones de espín
predichas por la mecánica cuántica. Suponemos que cada resultado
está completamente determinado por el valor del parámetro oculto
que cada partícula arrastra en cada uno de los experimentos. Tam
bién suponemos que las probabilidades de los resultados de las me
diciones en una de las partículas son independientes de qué medi
ción de espín elijamos hacer sobre la otra partícula. La probabilidad
de que se obtenga un valor dado en una medición sobre una partícu
la dada en una dirección dada debería, entonces, depender sólo de la
probabilidad con la que los diversos valores posibles de los paráme
tros ocultos para cada partícula están distribuidos.
Introduzcamos la siguiente notación: es un símbolo con
seis lugares disponibles. Los tres lugares anteriores al punto y coma
corresponden a la partícula uno y los tres después del mismo a la
partícula dos. Cada uno de los tres lugares a cada lado del punto y
coma corresponde a una dirección A, B y C. Consideraremos medi
ciones de la componente del espín de cada partícula en cada una de
estas tres direcciones. Un símbolo «i-» en un lugar significa que el
valor del espín para esa partícula en esa dirección está determinado
por los parámetros ocultos a aparecer en la dirección arriba. Un sím
bolo «—» significa que está determinado a aparecer abajo. (Cuál de las
dos direcciones se toma como arriba y cuál como abajo para cada A,
By C es indiferente). U n «0» en un lugar significa que el parámetro
oculto tiene un valor tal que el espín en esa dirección aparecerá arri
ba o abajo, es decir, cualquier valor consistente con los más y los me
nos asignados a los otros lugares. Recordad que las partículas tienen
una correlación perfecta, de manera que si aparece un más, ponga
mos, en el primer lugar a la izquierda del punto y coma, eso forzará
un valor menos en el primer lugar a la derecha del punto y coma.
Por ejemplo, el símbolo (+,0,0;0,0,+) indicará la probabilidad de que
en una medición de la primera partícula en la dirección A aparezca
316 Filosofía de la física
y
necesariamente un espín arriba en esa dirección, en una medición
de la segunda partícula en la dirección C
aparezca necesariamente un
C
valor arriba en la dirección del espín.
Consideremos la siguiente ecuación:
Resumen
Los resultados esbozados en El argumento de Einstein, Podolsky y Ro
sen y en el Teorema de Bell no pueden, por sí mismos, determinar cuál
de las posibles interpretaciones metafísicas de la mecánica cuántica y
del proceso de medida es la correcta. Parecen, no obstante, inclinarse
a favor de las interpretaciones que proponen revisiones radicales en
nuestro entendimiento de la naturaleza del m undo y en contra de
quienes afirman que podríamos entender la nueva teoría con sólo re
visiones más o menos menores en nuestros conceptos sobre cómo es
el mundo. Estas eran, por ejemplo, esas interpretaciones del Princi
pio de Incertidumbre que veían en el mismo una limitación mera
mente en nuestro posible conocimiento del estado de un sistema.
Nosotros no podíamos conocer, argumentaban estas interpretaciones,
valores simultáneos exactos de la posición y del momento de una
partícula. Pero podíamos suponer, continuaba el argumento, que d i
chos valores todavía existían. No obstante, el hecho de que ninguna
variable oculta no contextual de ningún tipo pudiera generar los re
sultados probabilísticos correctos para todas las mediciones posibles
sobre un sistema parecería militar contra esta concepción y a favor,
antes bien, de la argumentación más radical de Bohr, según la cual
las características atribuidas a un sistema, cuando éste era medido y
se encontraba que tenía ciertos valores de una cantidad observable,
eran «creadas» por la medición y no se encontraban previamente
presentes en el sistema.
Los aun más sorprendentes resultados del Teorema de Bell pare
cen permitirnos ir un poco más lejos. Una cosa es considerar la medi
ción como una «creación» del estado observado del sistema por me
dio de un tipo de proceso causal, el resultado de la interacción
causal entre el aparato de medida y el sistema medido. Después de
todo, somos conscientes del hecho de que, incluso en la física pre-
cuántica, el acto de medir una cantidad de un sistema puede cambiar
el estado del sistema. La introducción de un termómetro en un líqui
do para medir la temperatura de ese líquido cambiará la temperatura
del líquido en el proceso. ¿No podría considerarse de este modo el
«efecto de la medición sobre el sistema medido»? La diferencia entre
el caso clásico y el cuántico residiría entonces en el hecho de que en
el caso precuántico es posible, en principio, hacer que la perturba
ción del sistema por el aparato de medida sea tan pequeña como uno
522 Filosofía de la física
Lecturas complementarias
Las obras que requieren algún conocimiento previo de matemáticas y física teóri
ca (por ejemplo, en un nivel de estudiante universitario) van señaladas con un asteris
co (*). Lo s textos que precisan de una mayor familiaridad con conceptos técnicos y
métodos se señalan con dos asteriscos (**).
335
336 Bibliografía
Squires, E. (1986), The Mystery ofthe Quantum World, Bristol, Adam Hilger.
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Glymour y J. Stachel, eds., Foundations of Space-Time Theories, Minnesota
Studies in the Philosopby of Science, vol. 8, Minneapolis, University o f M in
nesota Press.
ÍNDICE ANALÍTICO
341
342 Indice analítico
Robb, A., 129, 130, 131, 136 base experimental de, 231-241, 236
Rosen, N., 308 (figura)
Rotación de la materia, 118-120, 121, y conocimiento, 261-262, 270
122 (figura) y determinismo, 294-295
Russel, B „ 124, 125, 295 e interferencia, 242-249, 244 (figura),
245 (figura), 324
y lógica, 283-289
Saccheri, G ., 72 medida, 249-255, 260-283
Schródinger, E „ 236, 238, 239, 249, 256, y metafísica, 277, 279-282
264, 285, 296 P rincipio de Incertidum bre, 255-260,
e Interpretación de Copenhague, 266, 257 (figura)
267, 268 (figura), 271-272 y probabilidad, 240-242, 247
Segunda Ley de la Termodinámica, 164- Véase también teoría de campos cuánti
166, 179-181, 192, 205, 211-212, 214 ca; mecánica cuántica
Ser. Véase
metafísica Teoría cuántica de campos, 193-194
Sim plicidad teórica, 97-100, 101-103 Teoría de partículas. Véaseteoría cuán
Simultaneidad, 51-54, 53 (figura), 57-59, tica
66 Teoría del big bang, 16, 17, 82, 125, 143,
y causalidad, 127, 128, 129 214, 333
y hechos observables, 93. 94, 95 T eoría del big crunch, 211
y metafísica, 111, 112, 113, 114 T eoría de campos, 21, 122-124
Singularidades, 125-126 Teoría del éter, 59, 97-98, 232-233
Sistemas de Bernoulli, 198 T eoría especial de la relatividad. Véase
Sistemas caóticos, 215-216 relatividad, teoría especial de
Sistemas K , 198, 199, 207 Teoría general de la relatividad. Véase
re
Specker, E ., 303 latividad, teoría general de
Sueños, 37 Teoría ondulatoria. Véase
teoría cuántica
Superficies de Cauchy, 293 £ Térm inos. Véase lenguaje
Sustantivismo, 24, 46-47, 114-118, 123- Term odinám ica, 160, 162-163, 164-167,
127 180-181
y asimetría causal, 223-225
incertidum bre en, 205-206
Taquiones, 64-65 teoría cinética del calor, 167-175, 170
Temporalidad. Véase tiempo (figura), 171 (figura), 172 (figura)
Tensor de energía-momento, 78-79 Véase también estados de equilibrio,
Teorema de B ell, 314-3 22 aproxim ación a; asimetría temporal
Teorema ergódico, 183-187, 184 (figura) Tercera L e y de la Term odinám ica, 167-
Teorem a de Kolm ogorov-Arnold-M o- 168
ser (K A M ), 186 (figura), 185-189, Tiem po, 23-24, 34, 35, 36, 44, 45, 46,
198 183, 185
Teorema de Recurrencia, 201-203 dilatación de, 50, 51, 59, 60, 61, 62 (fi
Teorema K A M . Véase Teorema de Kol- gura), 70, 80-81
mogorov-Arnold-Moser (KA M ) dirección de, 174-175, 213-214, 216-
Teoría cinética del calor, 168-175, 170 227
(figura), 171 (figura), 172 (figura) espacio-tiempo neo-newtoniano, 65-67
Teoría cuántica, 18-19, 289-292 y gravedad, 68-70, 71 (figura)
Interpretación de Copenhague, 251- y mecánica cuántica, 180-181
255,266-271 y metafísica, 110-112
Indice analítico 349