Nicolás Maquiavelo fue un estadista y escritor nacido en Florencia, Italia el 3 de mayo de 1469. Murió en esta misma ciudad en el año 1527. Fue miembro de una noble familia, la cual se empeñó en darle una adecuada formación de un intelectual de la época. A sus 29 años, muy joven, fue nombrado jefe de la segunda cancillería, para luego ser secretario del Consejo de la Ciudad, y más tarde realizar muchas misiones diplomáticas ante la Corte papal, Francia y muchos príncipes del renacimiento, lo que acrecentó su cultura política, de donde provienen sus tratados de estado. Anhelaba dar orden a los estados italianos, por lo que era admirador ferviente de César Borgia, quien contra sus enemigos de Sinigaglia, su implacable. Al morir el papa Alejandro VI, su sucesor, Julio II, acérrimo enemigo de los Borgia, lo aprehendió y lo desterró. Piero Soderini fue elegido primer magistrado de Florencia, y Maquiavelo supervisó la formación de una milicia y la división del territorio en distritos. Las guerras en Florencia se perdieron cuando el papa derrotó a Soderini, y acusado de conspiración por el nuevo poder de los Médicis, Maquiavelo perdió absolutamente todo: su cargo, su libertad y su tranquilidad. Fue encarcelado y torturado. Maquiavelo dedica esta novela al príncipe Magnífico Lorenzo, hijo de Pedro de Médicis. Es evidentísima la pulcritud en su escritura, incluso mientras se disculpa de su escaza prolijidad que, por demás, resulta ser falsa. Dice, a propósito que “desearía yo, sin embargo, que no se mirara como una reprensible presunción en un hombre de condición inferior, y aun baja si se quiere, el atrevimiento que él tiene de discurrir sobre los gobiernos de los príncipes, y de aspirar a darles reglas” (pág. 9) Con estas palabras trata de ganar el favor y beneplácito del monarca de turno. El libro consta de veintiséis cortos capítulos en los que, además de un exhaustivo y dedicado análisis de viejas monarquías y aun las actuales (de su particular época) y proféticamente al sistema despótico de algunos gobiernos contemporáneos, también profundiza de manera admirable en la moral del príncipe o del gobierno. Es un tratado político con un fondo ético muy particular y debatible. Pueden ser muchas las preguntas y tratados que surjan de estas páginas, pero la pregunta que más impele, siendo justos, es: ¿el fin justifica los medios? Y resalto esta pregunta por encima de muchas otras, ya que conviene no solo al gobierno de las ciudades y estados, sino también al gobierno de la propia vida y sociedades menores. Cierto es que los gobiernos disponen de medios para adquirir fines concretos. Pero también es cierto que los ciudadanos vulgares también tienen procederes y acciones frente al gobierno y su sociedad. Así pues, ¿la moral del gobernante es la misma que la del gobernado? Y, aun más, ¿la moral es universal o particular? Son preguntas que no busco en el resumen de este libro responder de manera definitiva, pero también son preguntas que surgen de manera indefectible. Maquiavelo (2015) llega a preguntarse de la posibilidad de derrocar a un monarca que ha estado por muchas generaciones gobernando a través de sus predecesores familiares. Él resuelve que es difícil, si no imposible, quitar un reinado hereditario, debido a que se ha estado ahí por mucho tiempo. Pero, además, “es que el príncipe, por no tener causas ni necesidades de ofender a sus gobernados, es amado natural y razonablemente por éstos, a menos de poseer vicio irritante que le tornen aborrecible” (pág. 11). De esta manera, define, entonces, el perfil y la personalidad de lo que debería ser, entre otras cosas, el príncipe, o el gobierno; ante todo, debe tener una moral. Es decir, un comportamiento tal al que se le pueda acreditar virtud o vicio. Depende de ello que el pueblo se sienta bien con su gobierno o, por el contrario, se subleve. En cuanto a una invasión, si se tiene el pueblo de lado del gobierno, los ánimos son mejores y se puede resistir al enemigo. Pero todo esto depende de la forma de ser del gobierno. Si es una al que se le aborrece tal o cual vicio, no conviene a éste tal actitud, pues acarrea, además de muchos otros males, la pérdida de su estado. De igual forma, si se llegara a usurpar el reinado de un gobierno que es querido por la gente, sería verdaderamente difícil mantener este nuevo gobierno en virtud del favor que la gente tiene por el usurpado. Asimismo, los pueblos acostumbrados a vivir libremente son más difíciles de mantener subyugados, pues hay una unión con nombre (libertad) que terminará derrocando al usurpador del gobierno. Dice Maquiavelo (2015) que “cuando las ciudades o provincias están habituadas a vivir bajo un príncipe (…) no sabiendo vivir libres, son más tardos en tomar las armas. Se puede conquistarlos con más facilidad y asegurar la posesión suya” (pág. 29), de manera que, por el contrario, una nación libre no puede ser tenido por mucho tiempo bajo la tiranía, ya que no puede soportar aquella fría novedad sin nostalgia de su antiguo estado: libertad. Tomará con todo ánimo las armas y derrocará a quienes pretender dominar. El dominio debe ser procurado la fuerza y su uso despótico; este es el camino seguro para la subyugación de un pueblo. Así pues, “ningún principado puede estar seguro cuando no tiene tropas que le pertenezcan en propiedad” (pág. 72), ya que debe tener la fuerza suficiente para aplicar violencia a su gusto y cuando lo necesite sin depender, de ninguna manera, de la fuerza de otras naciones que posteriormente pueden aprovecharse de la debilidad de su temporal vasallo. De esta manera busca el gobierno dominar a sus súbditos, nobles y plebeyos. Además de esto, resalta Maquiavelo, “hay tanta distancia entre saber cómo viven los hombres y saber cómo deberían vivir” (pág. 78), con el fin de ilustrar al príncipe a discernir lo que los hombres viven y qué necesitan para su vida, y abstenerse de suposiciones que recaerán en su perjuicio. Del desconocimiento de estas cosas, además de todo lo anteriormente dicho, la fuerza de debilita y fracasa el gobierno. Es necesario saber qué necesitan los hombres para tener claridad de cómo conseguir aquello que necesitan para vivir de esa manera. La combinación de fuerza y conocimiento de la realidad de los hombres, es una que puede ayudar al gobierno. Pero no nace de la benevolencia del príncipe, ni de sus virtudes, sino que nacen de una táctica gubernamental sanguinaria y demagoga. Para el gobernando el discernimiento entre el bien y el mal es ambiguo: todo depende de sus fines. Lo bueno y lo malo son relativos al fin que se busca. Si para tal o cual fin es necesario actuar de tal o cual manera, no importa mucho los medios cuando aquellos procurar los fines. Así, Maquiavelo (2015) es de opinar que “es necesario que un príncipe que desee mantenerse en el poder aprenda a poner no ser bueno, y a servirse o no servirse de esta facultad, según las circunstancias exijan” (pág. 78), reduciendo así su ética a una ductilidad moral. Su proceder depende, pues, de lo que su circunstancia necesite y no de los más elementales principios de la ética y la honra. La virtud para Maquiavelo puede traer la ruina del príncipe, mientras que el vicio, bien usado, trae el poder. La virtud o el vicio en sí mismos no son lo que compete al rey, sino la conveniencia de su uso. De allí la necesidad de su flexibilidad moral. Puede ser o no ser lo que quiera, pero que le convenga. Muchos vicios pueden cosecharle la ruina, así, de ellos tendrá que alejarse. Mientras, algunas virtudes le mantendrán en su poder, con lo que tendrá que procurárselas, o, al menos, simularlas. Es por ello que, cuando se pregunta si vale más ser temido que amado, logra responder que “sería menester ser uno y otro juntamente” (pág. 84). No obstante, tal su severidad que da preferencia a la temeridad antes que el amor, si acaso faltare ser uno más que otro, ya que no se puede ser perfectamente las dos cosas. Para terminar de asentar esta cuestión de la relatividad moral del gobierno, Maquiavelo (2015) resuelve: “no es necesario que un príncipe posea todas las virtudes que hemos hecho mención anteriormente; pero conviene que aparente poseerlas” (pág. 89). No se llama hipocresía, se llama gobierno. - Maquiavelo, N. (2015). El príncipe. Editorial Skla.
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