Está en la página 1de 9

FREGE Y LA VERDAD: LO REAL Y LA REALIDAD

IVÁN ESTEBAN BUITRAGO GIRALDO


II DE FILOSOFÍA
Parece una formulación sencilla, muy simple, tanto así que algunos pueden llegar a tildarla,
o en su defecto, a tacharla de incorrecta, ilógica o incoherente, pero la verdad es que la
fórmula a= b tiene un bagaje formal desde la dicotómica perspectiva del lenguaje lógico
formal y, también, -si se puede llamar lenguaje al arte de los números- matemático formal.
Tal como sostienen (Reale; Antíseri, 2017, pág. 519-520), “para Frege la lógica no es sólo el
fundamento al cual se remontan, por medio de la aritmética, las diversas teorías matemáticas,
sino que es el instrumento con el cual se puede levantar, de modo correcto y riguroso, el
edificio mismo de las matemáticas.” Más allá de un dualismo estéril, para Frege esta
conjunción es una dicotomía frondosa bajo la cual, a su sombra, descansa la perfecta
comprensión de la realidad. ¿De la realidad o de lo real? ¡He aquí el problema por el cual se
clama solución!
Desde las matemáticas se puede hablar de formulaciones correctas e incorrectas; desde el
lenguaje lógico-formal también se puede hablar de formulaciones correctas e incorrecta,
además de falsas y verdaderas. Impregnar, se podría decir, de metafísica el asunto, es darle
trascendencia, si es que acaso no la tiene aún, a estas formulaciones, a tal extremo de darle
existencia real a estos razonamientos, no solo en cuanto fórmulas y abstracciones, sino
también en cuanto son por ellos mismos y para ellos mismos. Aquí se presenta un problema
de lenguaje y comprensión poco percibido, y es el hecho de llamar real o realidad a un objeto
en cuanto tal. Los números reales, las oraciones verdaderas, ¿son lo mismo? Y podría decirse,
de igual forma, que estos números y estas formulaciones lingüísticas, dado el caso de que la
realidad corresponda relativamente a lo real y viceversa, que todo aquello que es verdadero
en sus formulaciones, también es real y, por tanto, realidad en cuanto tal.
Se podría entender la realidad como todo lo tangible, pero, además, también todo lo racional
que corresponde a la existencia de lo suyo propio, de su en sí, con el en sí de lo que ya, por
antonomasia, o mejor, por inercia1, entendemos como realidad. Es decir, bajo esta
perspectiva, y dándole suma y absoluta relevancia al pensamiento fregeriano, tendría primero
que afirmarse, ante todo, que la racionalidad, lo abstracto, lo intangible corresponde también
con la realidad que convencionalmente se ha entiendo en cuanto tal, a una paralela existencia,
ulterior, oculta. De esta manera, puede hacerse el maridaje entre lo real y la realidad como
inversamente proporcionales, por acuñar un lenguaje matemático, a propósito de la
naturaleza de esta particular filosofía.
Ante la imposición de un sistema filosófico, jamás falta quien se oponga, directa o
indirectamente, a las ideas planteadas. (Bunge, 1959, pág. 13) es uno de estos autores que se
oponen, de cierta forma, (pues también se percibe en sus afirmaciones cierta afinidad, puede
que forzada, a propósito de la referida filosofía) cuando afirma que “la lógica y la matemática,

1
Percíbase la doble intención de estas dos palabras: la primera, retórica y la segunda, física aludiendo a la
conjunción que se propone entre lo conceptual y lo experiencial, en otras palabras, lo intangible y lo tangible
como caras distintas de una misma moneda, o bien, una dicotómica (no dualista) comprensión de la realidad.
por ocuparse de inventar entes formales y de establecer relaciones entre ellos, se llaman a
menudo ciencias formales, precisamente porque sus objetos no son cosas ni procesos sino,
para emplear el lenguaje pictórico, formas en las que se puede verter un surtido ilimitado de
contenidos, tanto fácticos como empíricos”, contrario a lo que, según (Águila, 2001, pág.
50), en principio, querría el capital autor, pues afirma de éste que “Frege se ubicaría en el
área de la semántica constructivista, esto es, el área que pretende edificar sistemas
lingüísticos unívocos y formales”, más allá de las perspectivas de Bunge, donde lo relega a
solo esto, siendo así con toda verdad, pero con un ímpetu pronunciado de trascendencia que
no parece percibir. Lo que se plantea es que Bunge dice verdad cuando describe el método
científico y matemático en cuanto tal, y lo que desde la lógica formal el lenguaje se propone,
pero también limita a solo esto tal órgano intelectual, cuando hay un vehemente impulso en
el espíritu de esta filosofía por establecer, o mejor, descubrir, realidades más allá que
correspondan también, no solo como procesos, hipótesis y cálculos, sino como realidades
con un profundo fondo de verdad, a la realidad.
Autores como (Gonzalo, A y Attala, D. pág. 131) consideran que “Frege divide en dos las
clases de verdades que requieren una fundamentación: una, la de aquellas proposiciones cuya
verdad se establece por medio de una prueba puramente lógica; otra, la de aquella cuya
verdad se basa en hechos empíricos”, esto bajo el supuesto casi que lacónico de que los
números tienen existencia real (no tan irrisorio para Platón y el séquito idealista, que
consideran la existencia prevaleciente y absoluta de las ideas, donde, quizá, también
cohabiten los conceptos), con lo que se establece ese puente entre lo fáctico y lo conceptual,
que acepta Bunge, pero no bajo la real existencia de los números, sino de su sola relación con
lo real. (Bunge, 1959, pág. 13) dirá que “los números no existen fuera de nuestros cerebros,
y aun allí dentro existen al nivel conceptual y no al nivel fisiológico”, afirmación real,
correspondiente con la realidad, irónicamente dándole la razón a Frege mientras se le
contradice alegóricamente, pues, si bien Frege no ve los números como entes fácticos, sí
como reales, existentes por sí mismos en un plano, posiblemente metafísico, pero más
exactamente racional, ideal o abstracto. Es decir, no existen solo como composiciones
racionales, sino como descubrimiento de algo aparentemente inexpugnable, pero presto a ser
descubierto y, naturalmente, aprehendido.
Este puente que trata de establecer Frege, también es apreciado por (Bunge, 1959, 14) cuando
apuntala sus ideas a favor de este sistema al escribir que “la lógica y la matemática establecen
contacto con la realidad a través del puente del lenguaje, tanto el ordinario como el
científico”, y es por esto que se puede colorear una espléndida simpatía entre estos dos
autores, a pesar de sus pronunciadas diferencias, para denotar aquella conjunción necesaria
entre lo que es real en cuanto tal y lo que es la realidad, del mismo modo. Así pues, los
números existen, no como entes fisiológicamente tangibles, sino como conceptos que se
descubren, más allá de las invenciones e ingeniosas formas humanas. Los números existen
en sí mismos, para nosotros. Si los números tienen este género de existencia, ¿por qué Frege
trata de establecer una hermenéutica de la realidad a partir de ellos y, a su vez, del lenguaje
mismos?, ¿qué clase de relación hay entre estos dos distintos modos de pensar?, y, por último,
¿cómo es posible establecer de este modo la verdad, es decir, y para entenderlo muy bien, lo
que es real y lo que es la realidad, si resulta ser defectuoso el lenguaje mismo y, emparentado,
también las matemáticas? Para tratar de responder estas preguntas, es menester, ante todo,
aclarar la estrechísima relación que existe entre el lenguaje y las matemáticas, que en Frege
se tratarán con igual importancia, casi que refiriéndose a una como a la otra sin más distinción
que la prudente distancia entre ellas; esto es a lo que se llamará lenguaje en Frege.
Pues bien, estas inquietantes preguntas constituyen la reflexión que ya (Nietzsche, 1873, pág.
4) le invadía cuando se formulaba, “¿qué sucede con esas convenciones del lenguaje? ¿Son
quizá productos del conocimiento, del sentido de la verdad? ¿Concuerdan las designaciones
de las cosas? ¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades?” Y así podría
haber seguido preguntándose sempiternamente para nunca haber tenido una respuesta sino la
suya propia. Es, por supuesto, uno de los problemas en más apogeo en la filosofía
contemporánea; el lenguaje, los números, todo ello representa el urgimiento del saber que
ebulle en las consciencias de los contemporáneos, de aquellos que se esfuerzan en las
universidades por desentrañar lo entrañable, por conocer lo incognoscible, al menos como
tal, incognoscible, y por dejar escrito y grabado un legado que aporte con propiedad a la
razón universal. Así, se justifica la angustiosa inquietud, la necesidad de saber de quienes
creen saber y al mismo tiempo confiesan su ignorancia.
Dicho esto, (Águila, 2001, pág. 51) reconoce que “la preocupación de Frege se centrará en
la relación que existe entre una expresión y su denotación”, tal como (Frege, 1984, pág. 55)
mismo indica, cuando señala que “por el hecho de que se tenga un sentido, no se tiene con
seguridad una referencia.” No es una afirmación baladí, al contrario, de ella nacen ricas
analogías, bellas fórmulas y hermosos modos de hablar. La preocupación, por tanto, no es el
modo en cuanto tal, sino a qué se refiere el modo de hablar, lo que él llamará: sentido y
referencia. Aun así, poniéndose un poco al margen de este análisis lingüístico, el fondo de
todo no es esto, sino lo concerniente a la verdad, respuesta que ya está prefigurada en las
insoslayables inquietudes de Nietzsche un párrafo atrás.
Hay formulaciones lingüísticas que solo se pueden hacer en tal o cual idioma, pero que no se
pueden reformular en distintas lenguas con las mismas curiosidades. Es decir, las oraciones
son elaboradas de tal manera que solo en el idioma original puede entenderse con las
connotaciones precisas, el sentido y el perfecto agrado. Son muchas las figuras, estilos y
recursos literarios para tal menester. Los juegos de palabras, por ejemplo, son composiciones
conspicuas e intraducibles desde la perspectiva de las lenguas y el estilo. No obstante, no
pueden reproducirse y entenderse bajo los dos sentidos al momento de traducir y transliterar
a otro idioma. Esto parece un óbice infranqueable para (Nietzsche, 1873, pág. 4), quien
considera que “los diferentes idiomas, reunidos y comparados unos con otros, muestra que
con las palabras no se llega jamás a la verdad ni a una expresión adecuada, pues de lo
contrario, no habría tantos.”
Para cubrir la reflexión con un aire analógico y formal, se consultan varios diccionarios con
el fin de recalcar e insistir en el modo como el lenguaje expresa y, al mismo tiempo, diluye
las ideas a través de sus distintas formulaciones, no solo en la propia lengua donde se originan
los pensamientos de los filósofos o cualquier índole de pensador, sino también en sus posibles
traducciones y adaptaciones lingüísticas a otros esquemas gramaticales e idiomas, esto, en
virtud de la precedente idea nietzscheana. El ejemplo más emblemático de todos no podría
tomarse de ningún otro libro en castellano, además del Ingenioso Hidalgo de Cervantes,
cuando este hace decir a Sancho la más bella exigüidad y, en mérito de su ingenio, también
conspicua idea.
He aquí el ejemplo de (Cervantes, 2005, pág.128) quien escribe con su prodigiosa pluma:
(El quijote) “Mandó a Sancho que alzase el yelmo; el cual, tomándola en las manos,
dijo: -Por Dios que la bacía es buena, y que vale un real de a ocho como un maravedí.”
En el pie de página de esta edición y en esta misma página ya citada, se hace la apreciación
“he aquí una sutileza lingüística insuperable”, puesto que Cervantes usa el lenguaje de una
manera prodigiosa y sutil: el cambio de pronombres para referirse a un mismo objeto en
específico que difiere en comprensión para sus dos personajes, carga con un mensaje
coyuntural en toda su monumental obra. Mientras el loco, es decir, El Quijote, llama el yelmo
al objeto en cuestión, el cuerdo, es decir, Sancho, cambia el pronombre y el sustantivo para
referirse al mismo objeto como la bacía. Además de esto, antes de hablar Sancho, ya el
narrador había trastocado el pronombre cuando lo unió al verbo antes de hablar Sancho. Con
esta sutileza, Cervantes usa su ingenio para establecer ideas concretas: que El Quijote está
loco y que Sancho no lo está, pero le sigue la corriente a su amo, pues de buen gusto aceptó
seguirle. El contexto es simple: El Quijote se maravilla con una bacía que se obstina en
entender como un yelmo encantado, la usa y modela como tal, se enorgullece de tener en la
cabeza una simple olla, pero con un sentido, para él, más íntimo y excelso. El recurso es
intencional, pues subyacen en él varios sentidos, no solo el ya referido. Aquí se produce lo
que (Águila, 2001, pág. 53) identifica en Frege como sentido y referencia, pues declara que
“si dos nombres o signos tienen como referencia la misma cosa, entonces la igualdad se
cumple en los nombres de las referencias y no en las cosas mismas”, con lo que no importa
si difieren o son iguales los nombres o designaciones de la bacía y el yelmo, cuando la
referencia es única, pues la verdad, en este caso, está en el objeto en cuanto tal, y no en la
designación lingüística, ya que, aludiendo al más prolijo ejemplo registrado en las obras
fregerianas, “la referencia de <lucero vespertino> y <lucero matutino> sería la misma, pero
el sentido no sería el mismo”, según (Frege, 1984, pág. 53), con lo cual es loable estimar la
verdad como intrínsecamente relacionada con la referencia, más que con el sentido, aunque
muchas veces resulte más seductor el sentido que la referencia misma.
De la palabra “bacía” nace otro ejemplo para ilustrar el problema con que aquí se pugna. Las
palabras homófonas resultan ser también problemas en las dicciones, y no solo en ellas, sino
también en las expresiones totales de las ideas. La homonimia, según palabras textuales del
Gran Diccionario Enciclopédico Ilustrado (2007, pág. 552), refiriéndose al adjetivo más
propiamente, es “dícese de dos o más personas o cosas de igual nombre, y de los vocablos
de igual forma y diferente significación.” Así, dos palabras homónimas u homófonas son
“bacía y vacía”, que predican dos cosas talmente diferentes, pero se escuchan totalmente
iguales. ¿Dónde está la verdad allí?, por complacer las inquisiciones nietzscheanas, quien se
queda en el sentido e ignora la referencia. Lo que, siendo homónimo, no corresponde
referencialmente a lo mismo, aunque los virtuosos oídos contemplen tales cosas como
homofonías bellas y extáticas, con las cuales elaborar las más hermosas composiciones
artísticas, en lo que a la retórica se refiere, no correspondería a la pureza con la que la verdad
tiene, al parecer, que ser predicada. Aunque oculta, muchas veces, la verdad entre más clara
aparezca, será siempre más verdad, y es por esto que Frege trata de elaborar su edificio
racional sobre el lenguaje, amparado en la exactitud de las matemáticas, y no por ninguna
otra razón.
Así pues, ¿en realidad, lo real es la realidad, o las formulaciones lógicas no corresponden a
los contextos situacionales? Esta pregunta solo halla sentido cuando se entiende la lógica
como recíproca al contexto de lo real como la realidad y de ninguna otra forma. Por ejemplo,
la expresión santiamén alude a dos cosas distintas: la velocidad de algunos para persignarse
de manera exagerada y también a la velocidad propiamente dicha, teniendo por figura el
primer escenario para luego convertirlo en una expresión de uso común, y esto solo para
robustecer un poco la anterior analogía que, en suma, expone la amplitud de la problemática.
Para seguir con el ejemplo, y no perder de vista el libro más ilustrado de la literatura española,
se extrae, pues, un juego de palabras que se percibe aquí, mas no en una traducción, como
declara Nietzsche sobre la pluralidad de lenguas que esconde, casi que extingue, la verdad, y
se comprueba, además, en este ensayo con una multitud de ejemplos importantes. Continúa
ponderando su prestigio y prodigiosidad (Cervantes, 2005, pág. 86) en un corto soneto en
donde se resume con excelsitud su genialidad:
Yace aquí un amador
el mísero cuerpo helado,
que fue pastor de ganado,
perdido por desamor.2
Murió a manos del rigor
de una esquiva hermosa ingrata,
con quien su imperio dilata
la tiranía de Amor.
Como fue posible leerse en las cursivas, la palabra ganado y perdido son antónimas, pero el
sentido del verso, compuesto por estos bellísimos hemistiquios, no corresponden a tales
adjetivos, sino a un juego de palabras entre el ganado bestial que necesita apacentarse, y lo
perdido por desatino, error y, dentro del contexto, muerte. La pérdida de sentido se produce
cuando se traducen literalmente las palabras que constituyen el juego que transmite el
mensaje. Según el Diccionario Cuyás (1976, pág. 220) estas palabras traducen al italiano
ganador por lucratore, ganado por guadagnato; apodícticamente ya se perdió el juego, pero
continuaré robusteciendo la comprobación analógica. Perder se traduce por perdere, (pág.

2
La cursiva corresponde al juego de palabras referido en cuestión y que posteriormente es
traducido al inglés, al francés y al italiano para denotar, a modo de analogía, cómo se pierde
lo que, originalmente, se concibe en español como verdad, pero que se diluye en otros
idiomas.
308); perdido, el pretérito perfecto que está en el texto de Cervantes, se traduce por perduto.
Tratar de hacer el mismo juego de palabras sería inútil, pues se podría transmitir el mensaje,
pero nunca de la misma forma, es decir, se perdería parte de la verdad que se trata de
ponderar, tras el sentido de la misma, aun sin perder la referencia, donde se halla la verdad.
Asimismo, traduciéndolo al francés, por medio del Vox Diccionario Manuel Francés-Español
(1971), la palabra ganado se escribiría bétail (pág. 678); ganador, gagnat; perder, perdre,
(pág. 794); perdido, en el pretérito perfecto que compone el soneto de Cervantes, se traduciría
por perdu, (pág. 795) y perder, en infinitivo, por perdre, (pág. 794). Queda comprobado por
un segundo idioma ulterior que de ninguna manera se podría repetir el mismo mensaje con
el juego de palabras, y, por tanto, se perdería parte de la verdad del mensaje. Así, para aclarar
lo obvio por tercera vez, el diccionario New Harvard Dictionary español-inglés colabora para
traducir las mismas palabras y establecer el mismo mensaje: toda traducción mengua el grado
de verdad de cada intención lingüística. Entonces, ganado es livestock, (pag.199), ganar, to
win, (pág. 110) y según la (pág. 161) perdido es lost y perder, to lose. Y ahora, ¿en dónde
está la verdad que se encontraba escrita en Cervantes, si acaso se tradujera a estos idiomas?
Lo estará en la referencia, perdida parcialmente tras el sentido, pero subyacente en la
referencia que, por demás, necesita de alguna forma ser expresada y comunicada.
Esta ineludible pérdida, con hálito de fatalidad, ocurre también, como lo indican los pies de
página de muchas traducciones de otros autores, en las obras capitales, y aun las no capitales
que se han escrito en el devenir histórico universal. Es muy común leer alguna que otra
expresión y una nota al pie indicando la desagradable pérdida de un juego de palabras, o de
un sentido más rico en la cuestión, la ponencia o el ensayo que se esté estudiando. Es notable
en autores muy facundos como Nietzsche, Schopenhauer, Spinoza o Leibniz, que, además de
su pensamiento, tienen el prodigio en su pluma y acuden a los recursos lingüísticos propios
de sus idiomas para elaborar las más de sus reflexiones con los más bellos estilos. Dado el
caso, y suponiendo que hay verdad en el mensaje, esta se ve considerablemente menguada
con tales pérdidas, aunque también se supusiera que la traducción es fiel a la referencia, no
siéndolo al sentido de la misma. Frege construye un esquema que ambiciona la expresión
adecuada de la verdad, mientras (Nietzsche, 1873, pág. 4) sugiere que es el lenguaje y sus
invenciones lo que llamamos verdad, no siéndola metafísica, sí que lo es convencional, y
todo esto “porque en este momento se fija lo que desde entonces debe ser verdad, es decir,
se ha inventado una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria, y el poder
legislativo del lenguaje proporciona también las primeras leyes de la verdad, pues aquí se
origina por primera vez el contraste entre verdad y mentira.” Esta fórmula nietzscheana evoca
la fregeriana, bajo cierta luz, pues “parece que lo que se sigue a decir con a=b es que los
signos o nombres “a” y “b” se refieren a lo mismo, y por tanto en la igualdad se trataría
precisamente de estos signos, es decir, se afirmaría una relación entre ellos en tanto signos,
pero no como objetos”, según (Ossco, pág. 2) dice de Frege. ¿Acaso no es igual? (Águila,
2001, pág. 53) tienen esta apreciación:
Las investigaciones de Frege comienzan con estos problemas. Él quiere saber la
naturaleza de igualdad o sinonimia, si acaso dos signos o nombres (de cosas) pueden
ser iguales, es decir, tener el mismo significado. Si dos signos distintos o nombres
distintos son iguales, entonces las cosas nombradas por estos signos o nombres,
también son iguales. Así, por ejemplo, la palabra “perro” y la palabra “can” son
distintas, pero iguales. Ahora bien, ¿en qué sentido ambas palabras distintas son
iguales? Frege responderá: “a cada denotación le pueden corresponder muchos
signos”. En otras palabras, para cada cosa, puede haber muchos signos o nombres.
La cosa llamada “perro” y también llamada “can”, tiene más de un signo o nombre y
ambos signos o nombres se refieren a la misma cosa. Entonces, la igualdad ¿es una
relación de cosas o es una relación de signos? Frege acepta que es “una relación entre
nombres o signos que sirve para designar objeto
En este caso, la analogía corresponde al sentido, los juegos de palabras son sentido, el modo
de hablar es sentido, la verdad está en la referencia que el lenguaje representa, o mejor,
predica. Así, Nietzsche relega la verdad a la convención del lenguaje, mientras que Frege la
acepta en su trascendencia, pero la trata de expresar más perfectamente en el lenguaje cuando
la identifica en la referencia y ve como imprescindible la expresión pura del lenguaje, aunque
éste, las más de las veces, sea oscuro y engañoso. ¿Quién librará la verdad del lenguaje y de
la convención?, ¿acaso no es igual convención y lenguaje?, ¿no será una misma referencia
con distintos sentidos, es decir, formas de predicar la referencia? Porque Nietzsche dice que
con las palabras no se llega jamás a la verdad, ni siquiera a una expresión adecuada de la
verdad, justificándolo con la existencia de los idiomas mismos, pues divergen, unos de otros
en la forma como dan a entender la referencia. Parece ser que analiza el lenguaje y el sentido
del mismo, pero no se percibe de la referencia, del objeto enunciado, de la existencia
entitativa. Como si le faltase la metafísica, se concentra en el modo de decir, y no en el
trasfondo de lo que se dice. Algo es tal o cual cosa, no deja de existir por no ser la expresión
más adecuada para designarlo. Lo absoluto, en este caso, sería la referencia, que como tal
puede denominarse de cualquier forma, mas no el sentido, o las luces de expresión que se
usen para iluminar el objeto absoluto en cuanto tal.
Si identificamos la verdad en Frege como algo trascendental, revistiendo su doctrina
filosófica de un manto metafísico necesario, y reconociendo lo abstracto como sumamente
importante, como sumamente importante es su expresión a través del lenguaje formal, bajo
la dicotómica perspectiva lógico-matemática, (Gadamer, 2010, pág. 402) recibe superlativa
elocuencia cuando identifica “la unidad íntima del lenguaje y el pensamiento”. Si es que allí
está la verdad, habría que buscar la pura expresión de la misma, pues el pensamiento tal y
como está necesita una manera clara de ser pensado para luego ser expresado. Esa unidad
íntima es recíproca, pues tal como se piensa se debe expresar; expresiones puras como las
matemáticas y la lógica hay pocas. Por tanto, el mejor refugio de la verdad es identificado
por Frege como el lenguaje, mientras Nietzsche, a su vez, lo negaba con rotundidad. Sin
embargo, como dice el mismo (Frege, 1984, pág. 56), “la representación es subjetiva: la
representación de uno no es la del otro. Por ello se dan múltiples diferencias en las
representaciones asociadas al mismo sentido”, por lo que “todo lo que puede proponer el
sujeto, en su producción de sentido, como posible horizonte de ser de la facticidad queda
sometido al control crítico”, (Vargas, G. y Reeder, H., pág. 170).
La verdad está en la referencia, no en el sentido, que se podría traducir como lenguaje.
Aunque éste es imprescindible para su expresión, es posible sostener su contraparte, o mejor,
su complemento metafísico en su carácter entitativo, para así no sucumbir en la oscuridad
con que el lenguaje, muchas veces, tiñe todo. Basta con unir las voces a (Frege, 1984, pág.
56) y recalcar que “de la referencia y del sentido de un signo hay que distinguir la
representación a él asociada. Si la referencia de un signo es un objeto sensible perceptible, la
representación que yo tengo de él es entonces una imagen interna formada a partir de
recuerdos de impresiones sensibles que he tenido, y de actividades que he practicado, tanto
internas como externas.” De esta manera, es posible integrar a esta reflexión esa conjunción
tan necesaria: que lo real corresponde a lo tangible y lo intangible simultáneamente,
equivalentes a la realidad. Así, es posible dar crédito a los conceptos tanto como al mundo
empírico, rompiendo con las barreras antes enunciadas concernientes al lenguaje, los idiomas
y los modos de expresión de los mismos. Para afrontar el problema nietzscheano, basta con
decir que “un conocimiento completo de la referencia implicaría que, de cada sentido dado,
pudiéramos indicar inmediatamente si le pertenece o no”, como indica (Frege, 1984, pág.
54). Siendo así, queda resuelta su fórmula pues “parece que lo que se quiere decir con a=b es
que los signos o nombres “a” y “b” se refieren a lo mismo y por lo tanto en la igualdad se
trataría precisamente de estos signos; se afirmaría una relación entre ellos” (1984, pág. 52),
relación que corresponde a la oscuridad lingüística superada por la formalidad de la lógica y
las matemáticas. No sería una incorrección matemática, sino la claridad más trascendental de
la conjugación lingüística y matemática; dar un paso adelante en la búsqueda de la verdad
por ese puente que trata de establecer la ciencia moderna con el concepto: lo empírico con lo
racional, lo tangible con lo intangible, lo físico con lo metafísico. Si el lenguaje resulta ser
una barrera, solo lo es bajo cierta perspectiva, mas para Frege nunca lo será, si acaso este se
impregna de la formalidad matemática, para no ser solamente letra muerta, sino lógica
formal, el camino rectilíneo a la verdad que busca tanto la razón universal.
BIBLIOGRAFÍA
- Reale, J; Antíseri, A. (2017). Historia de la filosofía, del romanticismo al
empiriocriticismo. Bogotá: San Pablo.
- Oscco, R. Sobre el sentido y la referencia en Frege. Revista Rómulo. Vol. 5.
Recuperado de la web: romulo.oscco.@urp.edu.pe
- Águila, L. (2001). Sobre sentido y denotación en Gottlob Frege. Revista límite N°8
- Frege, G. (1984). Estudios sobre semántica. Barcelona, Ediciones Orbis, S.A.
- Gonzalo, A y Attala, D. Breve reseña sobre la obra de Frege.
- Bunge, M. (1959). La ciencia, su método y su filosofía. Editorial Universitaria de
Buenos Aires.
- Gadamer, G. (2010). Verdad y método. Salamanca, Ediciones Sígueme.
- Vargas, G. Y Reeder, H. (2010). Ser y sentido. Bogotá, San Pablo.
- Cervantes, M. (2005). El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Madrid,
Ediciones Gaviota.
- Ediciones Culturales Internacionales. (2007). Gran Diccionario Enciclopédico
Ilustrado. México, Ediciones Culturales Internacionales.
- Ortiz, J. (1976). Diccionario italiano-español. Barcelona: Ediciones Hymsa.
- Vox Diccionario Manual francés-español. (1981). Diccionario Manuel francés-
español. Barcelona: Biblograf.
- Valbuena, F. (2007). New Harvard Dictionary español-inglés. Colombia:
Ediciones Eagle.
- Nietzsche, F. (1873). Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Simón Royo
Hernández.

También podría gustarte