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Devocional Cuarto de Guerra - Semana 1 Día 1
Devocional Cuarto de Guerra - Semana 1 Día 1
Verso:
Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad.
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Dice la Biblia que la persona que encubre su pecado no prosperará (Pr. 28:13)
y que el no
confesar puede ser motivo de enfermedad:
Por mucho tiempo viví con mi pecado encubierto, luchando contra ese mal que atacaba mi
espíritu de forma cíclica (Los demonios atacan por ciclos de tiempo), aprendí a conocer
esos ciclos, y comencé una lucha en solitario contra esta potestad en mi formación como
teólogo, tuve varios amigos confesores a los cuales les confesé muchas cosas de mi vida,
luego como miembro en la Iglesia protestante, siempre estuve rodeado de gente muy
espiritual, a quienes les confesé otras cosas de mi vida, como ministro me rodee de
apóstoles, profetas, pastores, maestros y evangelistas a los cuales confesé situaciones
ministeriales a las cuales me enfrentaba, me casé con mi esposa y le confesé mi historia,
ella conoce cada detalle de mi vida, pero ese pecado, que desde mis 13 años venía
taladrando mi naturaleza humana y luego mi naturaleza espiritual a nadie se la había
confesado, las luchas siempre continuaron, los ataques iban y venían, algunas veces
triunfante otras veces derrotado, unas veces justificando mi pecado llamándolo “mi
aguijón”, hasta que un día hastiado de esta inmundicia que me atacaba y de rodillas en mi
cuarto de guerra, pregunté a Dios por que aún no había sido liberado de este mal y su
respuesta fue contundente: “Porque aún no has confesado tu pecado”, en ese momento tomé
la decisión de sentarme junto a mi esposa, y contarle mis batallas, mis luchas con este
demonio, luego de esta confesión mi esposa, quien su ministerio es profeta, me dijo: ánimo,
cuenta conmigo, ahora tienes alguien a tu lado con quien batallar.”
Muchas veces cuando hay adversidades en nuestra vida y no entendemos que nos sucede es
porque tenemos algo oculto en nuestra vida que debe salir a la luz. El Señor desea que, para
no perder la comunión con Él, tan pronto como nos demos cuenta que hemos fallado,
inmediatamente recapacitemos y pidamos perdón. Es tanta su misericordia hacia nosotros
que Él mismo nos llama a dialogar sobre esto: “Vengan, pongamos las cosas en claro –dice
el Señor–. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos
como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” (Is. 1:18).
Hay que aprender a lavarnos espiritualmente no solo a diario, si es necesario incluso,
minuto a minuto para quedar nuevamente limpios y poder continuar con trajes relucientes:
“Y habló el ángel, y mandó a los que estaban delante de él, diciendo: Quitadle esas
vestiduras viles. Y a él le dijo: Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de
ropas de gala.” (Zac. 3:4). La única manera de proseguir es entendiendo la llave de la
confesión: Yo confieso y el Señor me perdona; tengo ropa sucia y el Señor me coloca
vestidos finos. Descargo la culpa y quedo liviano, me paro frente a Él y el me perdona y yo
me voy y no peco más.
① Pide a Dios que te muestre tu pecado, que te revele cual es la raíz de maldad que te
ata a ese pecado con el cual batallas: En tu cuaderno de guerra, anota tres batallas que estés
librando y te hayas dado cuenta que solo no puedes (Salmos 139:23-24)
② Pide a Dios que te muestre a una persona en la cual puedas depositar una máxima
confianza para que te ayude a batallar con tu pecado. (Tesalonisences 5:11).