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Para 1920 se dio una “pequeña edad de oro” del cine ecuatoriano, en la
que se realizaron cerca de cincuenta películas documentales y de ficción.
Entre las cintas argumentales destacan las realizadas por Augusto San
Miguel: El tesoro de Atahualpa (1924), Se necesita una guagua (1924) y
Un abismo y dos almas (1925).
Según esta historia, el sacerdote de Quito le pidió a Cantuña, un joven indígena, que
construyera una iglesia. El joven le contestó que sí y el sacerdote le aclaró que necesitaba
que el edificio estuviera listo lo antes posible.
Cantuña comenzó la construcción, pero se dio cuenta de que le llevaría mucho tiempo
terminarla, entonces rezó y pidió ayuda a Dios para finalizar el encargo cuanto antes.
Como no obtuvo respuesta, el joven se desesperó e invocó al diablo. El rey de las tinieblas
apareció y le dijo que él se ocuparía de terminar la obra si el joven pagaba con su alma.
Cantuña aceptó, pero le advirtió que tendría que finalizar el trabajo para el día siguiente al
amanecer.
El diablo envió a sus súbditos para que hicieran la iglesia. Cuando estos seres infernales
estaban trabajando, Cantuña quitó un ladrillo que recién había sido colocado, pero ellos no
se percataron.
Llegó el amanecer y el diablo apareció para reclamarle al joven que cumpliera con su
parte del trato. Cantuña le dijo que el acuerdo se cancelaba, porque la construcción no
estaba terminada. El diablo se sorprendió, le dijo que eso era imposible, pero no tuvo otro
remedio que volver al infierno con las manos vacías, después de que el joven le mostrara
que la iglesia no estaba terminada porque faltaba un ladrillo.