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Derecho comparado

En los últimos tiempos la dimensión ultranacional de la experiencia jurídica se ha impuesto a los


estudiosos del derecho y finalmente ha sido reconocida como su aspecto tal vez más peculiar. Ya
son raros los casos en los que un sector del ordenamiento puede ser dominado sin tener en
cuenta las fuentes de procedencia internacional, producidas en el ámbito de las numerosas
organizaciones interestatales que operan a nivel planetario. Por no hablar del papel de
primerísimo plano asumido por el derecho supranacional, atribuible a la actividad de
organizaciones, como la Unión europea, que ejercen una soberanía autónoma respecto a la de los
Estados miembros. Piénsese finalmente en la incidencia del derecho transnacional: el conjunto de
las disposiciones adoptadas también fuera de los confines nacionales por iniciativa de legisladores
privados. Cada vez más a menudo se requiere también el conocimiento del derecho de los
numerosos países, cercanos o lejanos, que animan la tupida red de relaciones entre las Naciones,
cuyo protagonismo en el escenario mundial viene rebatido pero desde luego no anulado por la
acción de los más diversos poderes públicos y privados. Estando así las cosas, quienes cultivan el
derecho comparado deberían vivir su momento más afortunado, el ápice de su popularidad. El
estudio de los derechos extranjeros, su confrontación e interacción con el derecho internacional,
supranacional y transnacional constituye efectivamente el pan de cada día de los iuscomparatistas.
Su ciencia debería constituir, por tanto, un obligado punto de referencia para el discurso jurídico
como tal; debería representar el nudo en el que se cruzan los saberes y las prácticas que traen su
legitimación del derecho. Y sin embargo no es así. O mejor dicho: a la comparación jurídica se
recurre hoy en todos los sectores del ordenamiento en la medida en que simplemente no se
puede prescindir de cuanto sucede más allá del nivel nacional. Pero esto ocurre sin una
implicación significativa de los iuscom paratistas, o al menos no a la altura de la importancia
alcanzada por los

saberes que están en el centro de su ocupación como estudiosos. De hecho,

si se considera este último aspecto es fácil concluir que los iuscomparatistas

viven una fase de relativo redimensionamiento, testimoniado por el peso

insuficiente asegurado a la materia por parte de las reformas que con ritmo

intenso atormentan a toda la comunidad académica. Y se ve confirmado por

la escasa intensidad del diálogo que los estudiosos de los distintos sectores

del ordenamiento mantienen con los iuscomparatistas, cuyos escritos demasiado a menudo son
considerados buenos solo para confeccionar doctas

notas a pie de página.

En este panorama, ¿qué identidad pueden reivindicar los iuscomparatistas para su materia, si
quieren evitar transformarla en un ejercicio intelectual

reservado a un círculo autorreferencial de seguidores? Realmente, ¿qué espacio puede y debe


reconocerse al derecho comparado y reclamar para quienes

lo cultivan?
Los iuscomparatistas están acostumbrados a preguntarse sobre el perímetro de su materia, a
reflexionar en términos generales sobre el objeto de

su estudio, sobre la finalidad con qué lo afronta y sobre la correspondiente

metodología. La atención hacia estos aspectos constituye, de hecho, una peculiaridad de la


comparación jurídica que se ve puntualmente ratificada en

los instrumentos didácticos destinados para su enseñanza y que en esto se

distinguen de los empleados habitualmente en las materias que componen el

conjunto de los conocimientos jurídicos básicos.

En estos últimos el derecho es analizado desde un punto de observación

interno, como si el objeto de estudio, sus finalidades y métodos se estableciesen de una vez por
todas, hasta el punto de ser ya indiscutibles; como si

quienes cultivan el derecho debiesen limitarse a servir de diligentes administradores y custodios


de un patrimonio de conocimientos esencialmente

inmóviles, que debe ser incrementado sin cuestionar las categorías heredadas

de un glorioso pasado.

La mirada que el comparatista dirige al derecho parte en cambio de un

punto de observación externo. Es la mirada de quien contempla el derecho en

su estructura, pero también en su función; en su consideración como conjunto de preceptos, pero


también de instituciones que los ponen en acción para

distribuir imperativamente bienes y valores. Es la mirada de quien, más que

el derecho, examina la experiencia jurídica, tanto en su dimensión empírica

como en su esencia de práctica discursiva.

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