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Nombre de la Institución: Universidad interamericana para el desarrollo

Nombre de la asignatura: Teoría del delito


Nombre del docente: Alfonso Pérez
Cuatrimestre: 2
Nombre de la actividad: Actividad global de aprendizaje
Nombre del autor:
Lugar y fecha: Cozumel, QROO, México 16/10/23
Introducción
En los últimos tiempos la dimensión ultra nacional de la experiencia jurídica se ha impuesto a
los estudiosos del derecho y finalmente ha sido reconocida como su aspecto tal vez más
peculiar.

Ya son raros los casos en los que un sector del ordenamiento puede ser dominado sin tener en
cuenta las fuentes de procedencia internacional, producidas en el ámbito de las numerosas
organizaciones interestatales que operan a nivel planetario. Por no hablar del papel de
primerísimo plano asumido por el derecho supranacional, atribuible a la actividad de
organizaciones, como la Unión europea, que ejercen una soberanía autónoma respecto a la de
los Estados miembros. Piénsese finalmente en la incidencia del derecho transnacional: el
conjunto de las disposiciones adoptadas también fuera de los confines nacionales por iniciativa
de legisladores privados.

Cada vez más a menudo se requiere también el conocimiento del derecho de los numerosos
países, cercanos o lejanos, que animan la tupida red de relaciones entre las Naciones, cuyo
protagonismo en el escenario mundial viene rebatido, pero desde luego no anulado por la
acción de los más diversos poderes públicos y privados.

Estando, así las cosas, quienes cultivan el derecho comparado deberían vivir su momento más
afortunado, el ápice de su popularidad. El estudio de

los derechos extranjeros, su confrontación e interacción con el derecho internacional,


supranacional y transnacional constituye efectivamente el pan de cada día de los
iuscomparatistas. Su ciencia debería constituir, por tanto, un obligado punto de referencia para
el discurso jurídico como tal; debería representar el nudo en el que se cruzan los saberes y las
prácticas que traen su legitimación del derecho.

Y sin embargo no es así. O mejor dicho: a la comparación jurídica se recurre hoy en todos los
sectores del ordenamiento en la medida en que simplemente no se puede prescindir de cuanto
sucede más allá del nivel nacional. Pero esto ocurre sin una implicación significativa de los
iuscomparatistas, o al menos no a la altura de la importancia alcanzada por los saberes que
están en el centro de su ocupación como estudiosos. De hecho, si se considera este último
aspecto es fácil concluir que los iuscomparatistas viven una fase de relativo
redimensionamiento, testimoniado por el peso insuficiente asegurado a la materia por parte
de las reformas que con ritmo intenso atormentan a toda la comunidad académica. Y se ve
confirmado por la escasa intensidad del diálogo que los estudiosos de los distintos sectores del
ordenamiento mantienen con los iuscomparatistas, cuyos escritos demasiado a menudo son
considerados buenos solo para confeccionar doctas notas a pie de página.

En este panorama, ¿qué identidad pueden reivindicar los iuscomparatistas para su materia, si
quieren evitar transformarla en un ejercicio intelectual reservado a un círculo autorreferencial
de seguidores? Realmente, ¿qué espacio puede y debe reconocerse al derecho comparado y
reclamar para quienes

lo cultivan?

Los iuscomparatistas están acostumbrados a preguntarse sobre el perímetro de su materia, a


reflexionar en términos generales sobre el objeto de su estudio, sobre la finalidad con qué lo
afronta y sobre la correspondiente metodología. La atención hacia estos aspectos constituye,
de hecho, una peculiaridad de la comparación jurídica que se ve puntualmente ratificada en

los instrumentos didácticos destinados para su enseñanza y que en esto se distinguen de los
empleados habitualmente en las materias que componen el conjunto de los conocimientos
jurídicos básicos.

En estos últimos el derecho es analizado desde un punto de observación

interno, como si el objeto de estudio, sus finalidades y métodos se estableciesen de una vez
por todas, hasta el punto de ser ya indiscutibles; como si quienes cultivan el derecho debiesen
limitarse a servir de diligentes administradores y custodios de un patrimonio de conocimientos
esencialmente inmóviles, que debe ser incrementado sin cuestionar las categorías heredadas
de un glorioso pasado.

La mirada que el comparatista dirige al derecho parte en cambio de un punto de observación


externo. Es la mirada de quien contempla el derecho en su estructura, pero también en su
función; en su consideración como conjunto de preceptos, pero también de instituciones que
los ponen en acción para distribuir imperativamente bienes y valores. Es la mirada de quien,
más que el derecho, examina la experiencia jurídica, tanto en su dimensión empírica como en
su esencia de práctica discursiva.

Así es desde el nacimiento de la comparación como ciencia autónoma a inicios del siglo
pasado, cuando compareció en el escenario del saber jurídico para refundarlo sobre bases
críticas: para dislocar las convenciones y pensamientos únicos, como el legicentrismo y el
dogmatismo típico de los paradigmas científicos imperantes en la época. De ahí la identidad del
comparatista como estudioso llamado a analizar el fenómeno del derecho inmerso en su
dimensión espaciotemporal, valorando por tanto las interacciones entre el derecho y las otras
ciencias sociales.

Si éstas han sido de algún modo vías constitutivas del derecho comparado, ciertamente no
puede decirse que sus adeptos hayan logrado convertirlas en patrimonio común de los
estudiosos del derecho. Algunos éxitos se han obtenido, sin duda, mas no a la altura del actual
interés por la materia.

Lo mismo ha ocurrido con otras materias jurídicas en las que se cultiva una actitud crítica,
especialmente frente a quienes perpetúan todavía el legicentrismo o el dogmatismo utilizado,
por otro lado, para ocultar el carácter prescriptivo del discurso jurídico en sí. El legicentrismo se
manifiesta hoy como servilismo exegético respecto a las palabras de las fuentes de producción
del derecho internacional y supranacional, mientras que el actual dogmatismo es el producido
por la ciencia económica, más que el elaborado autónomamente por la ciencia jurídica. Y sin
embargo no cambian los términos del discurso: aunque actualizados, legicentrismo y
dogmatismo son todavía rasgos que caracterizan la actividad de quienes cultivan el derecho,
rastros elocuentes de la escasa penetración de la comparación jurídica como estudio crítico de
la experiencia jurídica.

En esta situación se podría vislumbrar un punto fuerte del derecho comparado: difícilmente
quien practica una aproximación hegemónica puede cultivar una vocación por la crítica de la
ortodoxia teórica. En todo caso, se trataría de un flaco consuelo, incapaz de reanimar a quien
no logra subirse con éxito a una ola que le es favorable, la del creciente interés por la
dimensión ultra nacional del derecho.
La auto absolución podría entonces remitirse, como se está haciendo, a la circunstancia de que
la enseñanza del derecho comparado no está viviendo ciertamente una fase de expansión y
que, por tanto, las desventuras de la materia se derivan de políticas académicas desfavorables.
Sin duda, en esta constatación hay parte de verdad, pero no da en el blanco, pues esas políticas
pueden también ser vistas como la consecuencia, más que la causa, de la actual fase de
redimensionamiento del derecho comparado.

El hecho es que en su conjunto el presente está caracterizado por la demanda de ortodoxias


teóricas, de saberes especializados no dialogantes, de ingenierías sociales desarrolladas en la
ignorancia del contexto en el que operan, maduradas en la inconsciencia acerca del método
empleado y de las finalidades perseguidas. Esto vale tanto para el derecho como para los
campos del saber que resultan útiles para legitimar desde el punto de vista técnico a quienes,
en un momento de crisis de la legitimación política, están llamados a regular la convivencia
social.

Se confirma así la actualidad de una reflexión sobre el espacio que pueden reivindicar el
derecho comparado y sus estudiosos, partiendo de reflexiones renovadas acerca de sus
objetos, fines y métodos y desde la convicción de que sobre este terreno se puede revitalizar el
sentido del diálogo entre ciencias sociales, su capacidad para contribuir a incrementar el
conocimiento sólo si eleva la mirada por encima del tecnicismo que relega a lo residual a
quienes cultivan el saber crítico.

Sobre este terreno, admitámoslo, la comparación jurídica necesita renovarse, reformular su


propia identidad según esquemas y lenguajes que puedan acreditarla como ciencia capaz de
dialogar con los nuevos interlocutores.

Necesita equiparse para la confrontación con los saberes que están en la base de las
ingenierías sociales hoy de moda, los cuales, admitamos también esto, no están cerrados, en
cambio, a la relación con otras ciencias, incluyendo la comparación jurídica.

En definitiva, el espacio del derecho comparado, en cuanto saber crítico, no puede ser
obtenido mediante reflexiones sobre los objetos, fines y métodos de la materia conducidas
dentro del restringido perímetro de sus estudiosos. Si los iuscomparatistas utilizan un punto de
observación externo para analizar el derecho, deben hacer lo mismo cuando reflexionen sobre
lo que es el derecho y sobre el porqué y el cómo de la comparación.

Es esto lo que se propone la presente introducción al derecho comparado, escrita para


reivindicar la identidad de la materia como instrumento de reflexión crítica sobre la experiencia
jurídica pero también, y sobre todo, para proponer nuevos lugares de encuentro con los
estudiosos de las ciencias sociales que dirigen su atención a casos referidos a la experiencia
jurídica.

Está escrita para dialogar con quien cultiva aproximaciones igualmente críticas, pero también
con quien reivindica, por el contrario, la oportunidad de adoptar puntos de observación
internos, de alimentar el tecnicismo. De esta manera es posible que unos y otros avancen en
sus patrimonios de conocimiento, que afinen sus instrumentos de indagación, que reflexionen
sobre sus roles como depositarios de saberes utilizados para definir el «estar juntos» como

sociedad.

Sólo en apariencia no hay nada nuevo bajo el sol de la comparación jurídica, ocupada en librar
las batallas culturales de siempre con los interlocutores de siempre. Por el contrario, está
preparada para asumir nuevos retos y enfrentarse a nuevos interlocutores, para renovarse en
la confrontación áspera, aunque respetuosa de las posiciones que animan la vida de una
comunidad científica.

Todo ello desde la convicción de que no existen atajos en el recorrido hacia la definición y
redefinición, nunca definitiva, de la identidad del derecho

comparado. Quien los ha adoptado, poniéndose al servicio de los campos hegemónicos del
saber (jurídico o no), evitando observarlos críticamente, habrá obtenido tal vez alguna
satisfacción. Pero siempre se tratará de fuegos artificiales: acaso algún éxito inicial que se
revela inmediatamente efímero...

cuando no un estrepitoso fracaso.

Referencias
gomez, i. v. (s.f.). comparacion entre mexico y españa . https://dialnet.unirioja.es/servlet/tesis?
codigo=42600.

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