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REFLEXOLAS 46

EBT
18-07-2022

1. *YO NO PEDÍ QUE ME TRAJERAN*


Fácilmente se ingresa en la adolescencia pagando el peaje de la estulticia: “¡Yo no pedí que me
trajeran!” es declaración frecuente en jóvenes que, carentes de imaginación, piensan que la no
existencia es la solución a todos los problemas que manifiestan tener. Tal vez estemos ante un
síntoma disimulado de la pérdida de la relación con la realidad. Un padre de familia supo contestar
a esta protesta de modo preciso: “¡Tenés razón culicagado! ¡Cómo ibas a pedirlo si no existías!” En
la adolescencia se ingresa en cualquier cosa, la existencia ingresa en cualquier cosa: en el
consumismo, en la mediocridad, en el terrorismo, en la apatía, en el engreimiento, en el odio, en la
indiferencia, en la anarquía, en la competencia, en el anonimato, en la drogadicción, en los amoríos,
en las trasgresiones, en la promiscuidad, en la depresión, en la infatuación, en la disposición
permanente a hacer responsables a otros de lo que al adolescente no *encanta*. Los ojos
desorbitados de padres asustados se reciben como representación de la negación a reconocerles en
su humanidad, y el joven protesta porque no se le revelan carentes de falta alguna. El ha inscrito su
existencia en la convicción de que vivía ya antes de nacer pero no en la imaginación de sus padres
sino en la nebulosa infinita de una eternidad que aprendió después de haber nacido y que, como sus
padres, extiende a un más allá después de la muerte. En el joven es un Dios defraudado el que
protesta, es mucho más que “su majestad el bebé” de la infancia, es un superbebé desconcertado
porque sabe que su existencia ha ingresado al mundo de la realidad monda y lironda, aquella que te
obliga a merecer el amor si es lo que deseas o también el odio si es lo que el inconsciente piola
consigue. Protesta radical, radicalísima, como forma de negar radicalmente que la vida, para ser
buena vida buena, no puede desvincularse de darle un sentido, de mantenerse trascendental, como
los funcionarios oficiales de un municipio en el que estuve con otros realizando un trabajo de
intervención psicosocial y a quienes se pidió escribieran una autobiografía y todos (casi todos, es
verdad) usaban la tercera persona del singular para hablar de sí mismos: “Nació en la vereda tal, en
1969…”. Saberse objeto de interés para un observador enviado por orden de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos les daba todos los ánimos para presentarse como escribanos
de (un otro) todopoderoso. “El niño quele…”
2. *CREPÚSCULO*
Es la vida misma la que ofrece razones o sin razones para ser comprendida, no habiendo aún sido
vivida carece de interés preguntarse en razón de qué merece vivirse. Inscritos en el deseo del Otro,
mucho más de lo que la rebeldía lleva a suponer a los jóvenes, el afán por diferenciarse a como de
lugar de ese Otro siguiendo comparativamente cada uno de sus rasgos, de sus gestos y de sus juicios
para oponerse a él, ciega el hecho de que el referente sigue y seguirá siendo el mismo, ese Otro que
no por odiado dejará de serlo. Inundados por la idea de que se elige un objeto amoroso siguiendo
los determinismos antiguos y lejanos del primer amor, el amor a la madre, creen que elegir al
modelo que suponen totalmente contrario al de la madre es una manera de emanciparse de esa
determinación y de esa dependencia. El referente no ha variado, permanece, ofreciendo carnadas
para encubrir el anzuelo del que se encuentra atrapado tanto como si quisiera copiar e imitar
radicalmente el objeto originario. Por eso se precipita en la carcajada síntoma de ansiedad cuando
descubre en un acto al padre contradiciéndose con su prédica. Y es cuando acecha el peligro de
inscribirse en lo que define hoy por hoy a toda perversión: la adhesión incondicional a una ley
absoluta. Lo contradictorio amenaza con hacerle estallar su cerebro, le resulta irresistible descubrir
a un padre en falta, y eso, que interpreta como gran defecto del mundo lo lanza a inscribirse en una
idea como la del terror que dice buscar en la destrucción total la única condición legítima para
volver a hacer el mundo. Y entonces, cual vampiro, su vida dependerá, el sentido que dará a su
vida, dependerá de hacer de otros objetos de sacrificio, daños inevitables de su “justa -y necesaria-
causa”.
3. *HEROISMO*
La temeridad entonces -que no el coraje- será el distintivo de su acto terrorista. Se infatuará como
superior ensalzado por el miedo de sus admiradores que proclamarán su nombre y sus emblemas
sabiéndose incapaces de ir más allá del mero grito. Si por algún motivo tentó de cerca a la muerte,
cómo no va a sentirse autorizado a volver del roce con ella a este mundo de la servidumbre
voluntaria a sentar su prestigio sobre esa disposición del esclavo a no poder vivir sin un amo.
Como el Joker danzará sobre “la trompa” de un carro y maquillará su rostro con la sangre que mana
de sus heridas: la destrucción absoluta que ligará al presente con el pasado de toda ordalía, de toda
destrucción deliberada y extensa, acto puro, de purificación, mero acto en lugar de pensamiento.
Pero podrá no hacer esa inscripción y la pusilanimidad entonces le llevará a ser él mismo fantasma
de su propio deshecho: la adicción la busca con el mismo frenesí de quien encuentra su respectivo
flash o bien en la ovación de un público o bien en la fantasmatización de una pequeña muerte
jubilosa, esa que emparenta en sus efectos el pinchazo y la cortada de la piel.
4. *EFECTOS DE UNA LECTURA*
Es bajo la influencia de la lectura de PERVERSIONES. DIÁLOGOS SOBRE LOCURAS
ACTUALES, de Daniel Sibony, que hago las anteriores Reflexolas. Fue la comparación de dos
personajes aparentemente extraños totalmente el uno del otro, los adictos y los terroristas. Y ahí fue
Troya, adicto como he sido al tabaco. Y convencido de que la mejor manera de vivir es
desprendiéndose por dar sentido alguno a la vida no habiendo nunca identificado el acto como
representante del no pensamiento que, como resto, no ha podido ligarse del todo a esa convicción.
Citaré el párrafo motivador:
<<Digo que el alcohólico inscribe su existencia con su sombra, con el desecho en que [él mismo] se convierte,
mientras que el terrorista inscribe su existencia en el lugar que han dejado vacío los muertos que provoca: se
inscribe con la sombra, con la muerte de un tercero, quienquiera que sea, mediante esta muerte. Manipula la muerte
con fines de identidad, de autoinscripción. Vea la paradoja: es importante que el tercero al que mata parezca
indiferente, no involucrado en la Causa. Si matara a sus enemigos directos, los adversarios precisos de su Causa,
sería simplemente un guerrero, llevaría a cabo una guerra, con sus altibajos: pero no habría este plusvalor
de inscripción que recibe al matar ciegamente a transeúntes, a "inocentes".<<

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