Fácilmente se ingresa en la adolescencia pagando el peaje de la estulticia: “¡Yo no pedí que me trajeran!” es declaración frecuente en jóvenes que, carentes de imaginación, piensan que la no existencia es la solución a todos los problemas que manifiestan tener. Tal vez estemos ante un síntoma disimulado de la pérdida de la relación con la realidad. Un padre de familia supo contestar a esta protesta de modo preciso: “¡Tenés razón culicagado! ¡Cómo ibas a pedirlo si no existías!” En la adolescencia se ingresa en cualquier cosa, la existencia ingresa en cualquier cosa: en el consumismo, en la mediocridad, en el terrorismo, en la apatía, en el engreimiento, en el odio, en la indiferencia, en la anarquía, en la competencia, en el anonimato, en la drogadicción, en los amoríos, en las trasgresiones, en la promiscuidad, en la depresión, en la infatuación, en la disposición permanente a hacer responsables a otros de lo que al adolescente no *encanta*. Los ojos desorbitados de padres asustados se reciben como representación de la negación a reconocerles en su humanidad, y el joven protesta porque no se le revelan carentes de falta alguna. El ha inscrito su existencia en la convicción de que vivía ya antes de nacer pero no en la imaginación de sus padres sino en la nebulosa infinita de una eternidad que aprendió después de haber nacido y que, como sus padres, extiende a un más allá después de la muerte. En el joven es un Dios defraudado el que protesta, es mucho más que “su majestad el bebé” de la infancia, es un superbebé desconcertado porque sabe que su existencia ha ingresado al mundo de la realidad monda y lironda, aquella que te obliga a merecer el amor si es lo que deseas o también el odio si es lo que el inconsciente piola consigue. Protesta radical, radicalísima, como forma de negar radicalmente que la vida, para ser buena vida buena, no puede desvincularse de darle un sentido, de mantenerse trascendental, como los funcionarios oficiales de un municipio en el que estuve con otros realizando un trabajo de intervención psicosocial y a quienes se pidió escribieran una autobiografía y todos (casi todos, es verdad) usaban la tercera persona del singular para hablar de sí mismos: “Nació en la vereda tal, en 1969…”. Saberse objeto de interés para un observador enviado por orden de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos les daba todos los ánimos para presentarse como escribanos de (un otro) todopoderoso. “El niño quele…” 2. *CREPÚSCULO* Es la vida misma la que ofrece razones o sin razones para ser comprendida, no habiendo aún sido vivida carece de interés preguntarse en razón de qué merece vivirse. Inscritos en el deseo del Otro, mucho más de lo que la rebeldía lleva a suponer a los jóvenes, el afán por diferenciarse a como de lugar de ese Otro siguiendo comparativamente cada uno de sus rasgos, de sus gestos y de sus juicios para oponerse a él, ciega el hecho de que el referente sigue y seguirá siendo el mismo, ese Otro que no por odiado dejará de serlo. Inundados por la idea de que se elige un objeto amoroso siguiendo los determinismos antiguos y lejanos del primer amor, el amor a la madre, creen que elegir al modelo que suponen totalmente contrario al de la madre es una manera de emanciparse de esa determinación y de esa dependencia. El referente no ha variado, permanece, ofreciendo carnadas para encubrir el anzuelo del que se encuentra atrapado tanto como si quisiera copiar e imitar radicalmente el objeto originario. Por eso se precipita en la carcajada síntoma de ansiedad cuando descubre en un acto al padre contradiciéndose con su prédica. Y es cuando acecha el peligro de inscribirse en lo que define hoy por hoy a toda perversión: la adhesión incondicional a una ley absoluta. Lo contradictorio amenaza con hacerle estallar su cerebro, le resulta irresistible descubrir a un padre en falta, y eso, que interpreta como gran defecto del mundo lo lanza a inscribirse en una idea como la del terror que dice buscar en la destrucción total la única condición legítima para volver a hacer el mundo. Y entonces, cual vampiro, su vida dependerá, el sentido que dará a su vida, dependerá de hacer de otros objetos de sacrificio, daños inevitables de su “justa -y necesaria- causa”. 3. *HEROISMO* La temeridad entonces -que no el coraje- será el distintivo de su acto terrorista. Se infatuará como superior ensalzado por el miedo de sus admiradores que proclamarán su nombre y sus emblemas sabiéndose incapaces de ir más allá del mero grito. Si por algún motivo tentó de cerca a la muerte, cómo no va a sentirse autorizado a volver del roce con ella a este mundo de la servidumbre voluntaria a sentar su prestigio sobre esa disposición del esclavo a no poder vivir sin un amo. Como el Joker danzará sobre “la trompa” de un carro y maquillará su rostro con la sangre que mana de sus heridas: la destrucción absoluta que ligará al presente con el pasado de toda ordalía, de toda destrucción deliberada y extensa, acto puro, de purificación, mero acto en lugar de pensamiento. Pero podrá no hacer esa inscripción y la pusilanimidad entonces le llevará a ser él mismo fantasma de su propio deshecho: la adicción la busca con el mismo frenesí de quien encuentra su respectivo flash o bien en la ovación de un público o bien en la fantasmatización de una pequeña muerte jubilosa, esa que emparenta en sus efectos el pinchazo y la cortada de la piel. 4. *EFECTOS DE UNA LECTURA* Es bajo la influencia de la lectura de PERVERSIONES. DIÁLOGOS SOBRE LOCURAS ACTUALES, de Daniel Sibony, que hago las anteriores Reflexolas. Fue la comparación de dos personajes aparentemente extraños totalmente el uno del otro, los adictos y los terroristas. Y ahí fue Troya, adicto como he sido al tabaco. Y convencido de que la mejor manera de vivir es desprendiéndose por dar sentido alguno a la vida no habiendo nunca identificado el acto como representante del no pensamiento que, como resto, no ha podido ligarse del todo a esa convicción. Citaré el párrafo motivador: <<Digo que el alcohólico inscribe su existencia con su sombra, con el desecho en que [él mismo] se convierte, mientras que el terrorista inscribe su existencia en el lugar que han dejado vacío los muertos que provoca: se inscribe con la sombra, con la muerte de un tercero, quienquiera que sea, mediante esta muerte. Manipula la muerte con fines de identidad, de autoinscripción. Vea la paradoja: es importante que el tercero al que mata parezca indiferente, no involucrado en la Causa. Si matara a sus enemigos directos, los adversarios precisos de su Causa, sería simplemente un guerrero, llevaría a cabo una guerra, con sus altibajos: pero no habría este plusvalor de inscripción que recibe al matar ciegamente a transeúntes, a "inocentes".<<