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COLECCIÓN “LA ENCINA”

Viaje a la Isla
Resplandeciente

Clara Blancaflor
Ilustraciones: Jesús Zatón

Ia Edición - 1997

Fundación Rosacruz
Apartado 1219
ZARAGOZA (España)
ISBN: 84-87055-33-8
Depósito legal: GI-406/97

© Sobre texto y dibujos de esta edición


Fundación Rosacruz
Apartado 1219 - Zaragoza

Impresión y composición: Trama Servéis Gráfics

Todos los derechos reservados, incluidos los de traducción a


otras lenguas. Ninguna parte de este libro podrá ser reprodu­
cida sin autorización escrita del editor.
ÍNDICE

Página
I. LA INVITACIÓN A
PALACIO 7

II. COMIENZA EL VIAJE 24

III. EN LA ISLA DEL REY


CARNAVAL 42

IV. LA CONSTRUCCIÓN DE
LA TORRE 60

V. EL FUEGO ES ENCENDIDO 80
-I-
LA INVITACIÓN A PALACIO

Chang y Lya son hermanos y


viven en un país de islas flotantes.
Desde luego, no es un país corriente,
firmemente asentado en el suelo. No,
ese país lo forman numerosas islas que
flotan sobre el mar, como si fueran bar­
cas, y que se mueven según sopla el
viento o baten las olas. Incluso, en oca­
siones, alguna isla tropieza con otra y
se unen, formando juntas una isla
mayor. ¡Qué extraño lugar!
En estas islas los árboles siempre
8

están llenos de los frutos más maravi­


llosos y es posible ver, por aquí y por
allá, extensos campos de arroz. Las
casas, pintadas de un blanco resplande­
ciente, se encuentran rodeadas por
encantadores jardines de flores.
Por primavera, los niños siembran
semillas en pequeños botes y, cuando
los tallos asoman por encima de la tie­
rra, los sacan con cuidado y los plantan
en el jardín. Con mucho esmero tam­
bién, plantan pequeños arbustos de
rosal y los colocan en macetas.
En algún lugar muy lejano, fuera
del país de las islas flotantes, en medio
del gran mar, hay una isla grandiosa.
No es una isla flotante, sino que se
encuentra firmemente fijada al centro
del mundo. Se dice que en ningún otro
lugar existe una isla más hermosa que
9

aquélla.
Una maravillosa luz irradia a su
alrededor, pudiendo ser divisada desde
muy lejos por encima del mar. Por eso,
quienes la han visto alguna vez la lla­
man la Isla Resplandeciente.
En su centro existe una alta mon­
taña, por cuyas pendientes se extienden
numerosos jardines y en cuya cima se
eleva el palacio más hermoso que
hayáis podido soñar nunca. Es comple­
tamente transparente y luminoso; es el
Palacio de Cristal.
Allí vive el Rey. El mismo cuida
de que los jardines sigan floreciendo.
Su reino no conoce principio ni fin. Es
tan grande, que contiene todos los
mares y océanos. Sí, también el país de
las islas flotantes le pertenece, y él lo
protege.
11

Esto Chang y Lya lo saben muy


bien... Su más profundo deseo es viajar
algún día a la Isla Resplandeciente y
poder contemplar el Palacio de Cristal.
Pero, para poder entrar en el Palacio, es
necesario ofrecer al Rey un rosal flori­
do. Por ello, Chang y Lya cuidan muy
bien los rosales del jardincito que rodea
su casa.
Los dos hermanos piensan a
menudo en la Isla Resplandeciente y en
el Palacio de Cristal. Antes de dormir­
se, suelen mirar desde su ventana más
allá del mar, hasta que el sol baja lenta­
mente por el horizonte y la noche
extiende su manto de estrellas.

Una de estas noches, Lya suspira:


-¡Me gustaría tanto recibir una
invitación del Rey para ir a la Isla
12

Resplandeciente!
-Sí, Lya, a mí también -asiente
Chang-, Pero ¿te has fijado? Esta noche
parece especial. ¡Cuántas estrellas!
Nunca había visto un anochecer tan
claro.
-¡Mira -exclama la niña-, allí se
ve el carro!
-Ah, es la Osa Mayor -corrige su
hermano.
Muy silenciosos los niños con­
tinúan mirando las miles y miles de
lucecitas plateadas que parpadean en el
firmamento, sobre el tranquilo mar.

A medianoche, cuando los niños


ya duermen, un suave rumor de alas
desvela a la muchacha.
-¡Eh, Chang, psst! ¡Vamos,
13

despiértate!
El muchacho abre un ojo, pero la
habitación donde duermen está tan
oscura que no puede distinguir el
menor detalle.
Tampoco es posible oír nada.
Sólo, de vez en cuando, se oye el
susurro de algún animal, o el lejano
gorgojeo de un pájaro; pero luego...
todo vuelve a quedar silencioso de
nuevo.
La niña da un empujón a su her­
mano.
-¡Venga, Chang, despiértate de
una vez! ¿No oyes nada?
El niño se restriega los ojos y bos­
teza aún adormilado.
-¿Qué o...cu...rre?
-¡Escucha, escucha! -susurra Lya.
Chang trata de desperezarse, pero
14

el sueño juguetea en sus párpados. En


ese instante, el ruido se hace más níti­
do: ¡Clap, clap, clap! Parece el suave
batir de unas alas.
Los dos hermanos se incorporan
de la cama y se acercan a la ventana.
Allí, a la luz de la luna, pueden distin­
guir una bella forma blanca.
-¡Mira, qué hermosa paloma!
-señala Chang-. Parece que lleva un
objeto en el pico.
La paloma deja caer algo sobre el
alféizar de la ventana y se eleva luego
maj estuosamente.
Los niños pegan sus rostros con­
tra el cristal y la siguen con la mirada
hasta que desaparece a lo lejos, sobre
un horizonte en el que empiezan a res­
plandecer los primeros rayos del ama­
necer.
15

Los dos hermanos, llenos de curiosi­


dad, abren la ventana para recoger la
misiva que la blanca paloma les ha
dejado.
-Oh, qué carta tan bonita. ¡Mira,
lleva el Palacio pintado! Ten, Lya, ábre­
la tú.
Con los dedos temblorosos, la
niña toma la carta y la despliega delica­
damente.
La carta está escrita con tinta de
color violeta y letras de hermosos tra­
zos. Mientras la leen, parece que las
palabras se graban directamente en sus
jóvenes corazones.

Oh niños,
que queréis entrar en los jardines
del Rey
y ver el resplandor del Palacio de
16

Cristal.
/ Vuestro viaje comienza!
Tomad la Rosa de vuestro jardín
y llevad su belleza al Rey,
como muestra de honor.
/ Vuestro viaje comienza!

Puros y rápidos como el corzo,


poneos en camino hacia la playa
al despuntar el día.
Allí veréis que se elevan,
con los rayos del sol,
los globos majestuosos.
¡Subid pronto!

Bajo los ojos de las estrellas en el


cielo,
llevad el rosal con vosotros muy,
muy lejos.
¡Sí, llevadlo pronto al Palacio del Rey!
17

Chang y Lya quedan profunda­


mente impresionados y llenos de
alegría.
-¡Nos invitan a emprender un
gran viaje! -exclama Lya-. ¿Sabes a
dónde?
-Por supuesto -asiente Chang-. ¡A
la Isla Resplandeciente!
Los niños se visten con rapidez,
toman una pequeña mochila y entran en
su jardín. Sin dudar un momento, cogen
un rosal joven, que acaba de desplegar
su primera rosa, una rosa blanca muy
tierna en cuyos pétalos se distingue una
fina veta roja.
-Estamos preparados, Lya -dice
Chang-. ¡Pongámonos pues en marcha!
-Sí y rápido -propone la mucha­
cha-. El amanecer ya tiñe el cielo y el
sol se levanta. ¡Démonos prisa!
18

Tras andar un buen rato, Chang


señala:
-La playa está cerca. Unos minu­
tos más y estaremos allí. Es justo detrás
de esa colina.
-¡Mira! -exclama Lya-, se acercan
más niños. ¡Qué suerte que no seamos
los únicos! ¡Y mira, en lo alto! Por allí
vienen los globos. ¡Qué fantásticos son!
Los niños se quedan como hechi­
zados, observando con la boca abierta
los fabulosos globos. Se trata de enor­
mes esferas, tan trasparentes que la Luz
del sol se refleja en ellos con un estalli­
do de colores.
-Nunca había visto globos tan
maravillosos -exclama Chang-. Son...
son... tan especialmente bonitos...
Parecen pompas de jabón gigantes,
pero mucho más finas, de tan claros y
19

transparentes que son.


-Sí -añade Lya-, y fíjate cómo se
refleja la luz del sol en ellos. Cada
globo parece un arco iris.
Por la playa se pueden oír las
numerosas exclamaciones de sorpresa y
admiración de los niños. Todos están
profundamente impresionados.

Lentamente los globos van per­


diendo altura y se acercan a la playa.
Las cestas ya casi tocan la arena. Todos
se encuentran unidos entre sí por un
cordón plateado, para que no se separen
ni se pierdan. Sólo una de las cesta está
ocupada. Es la del primer globo, en el
que hay una jovencita. Las demás están
vacías.
Muy despacio, los globos van
tomando tierra a lo largo de la amplia
20

playa.
Chang y Lya se acercan a la joven
que ha descendido con los globos. La
muchacha sale con agilidad de su cesta
y saluda a los niños.
-Hoy comienza vuestra gran
aventura -dice-, el viaje hacia la Isla
Resplandeciente. Allí el Rey os espera
a todos. En cada globo hay sitio para
dos niños. En ellos encontraréis comida
suficiente para la travesía y mantas
cálidas para protegeros del frío de la
noche. ¡Ah!, pero no olvidéis cuidar
muy bien vuestro rosal. Sin él, nunca
podríais entrar en la Isla.
“Será difícil cuidar de los rosales
durante el viaje”, piensan la mayoría de
los niños.
-¿Podemos subir ya? -pregunta
Chang con cierta impaciencia.
21

-Espera un instante, joven amigo


-dice la chica-. Antes, escuchadme
todos bien. Cuando os encontréis a
bordo de los globos, yo soltaré la cuer­
da plateada. Entonces soplará un ligero
viento que os elevará suavemente hacia
arriba. No tenéis nada de que preocupa­
ros. Si os dejáis llevar por los globos,
ellos os conducirán hasta la Isla
Resplande-ciente. Permaneced siempre
juntos. Muy alto en los aires, la blanca
paloma volará por delante. No la
perdáis de vista. Ella os guiará.
-¡Oh, la paloma! -susurra Lya,
mientras mira hacia arriba. Sí, muy
arriba, ve un punto blanco muy
pequeño. Es la paloma.
-¡Y ahora ya podéis subir!
De dos en dos, los niños suben a
los grandes globos. Chang y Lya apenas
22

si pueden creerlo. ¿Será verdad todo


aquello?
Lya se da un pellizco en el brazo.
-¡Au! -grita-. Pues es verdad. No
se trata de un sueño.
Los dos hermanos se instalan
rápidamente en la cesta del globo
aerostático más bello que jamás han
visto, y con ellos llevan el rosal, su
regalo para el Rey.
-¡Qué bien huele el aire! ¿No te
parece, Chang?
-Sí, nos envuelve un aroma de
rosas verdaderamente agradable. Soy
muy feliz, Lya.
De pronto se escucha la voz de la
muchacha que vino con los globos:
-¿Estáis todos preparados?
-¡Preparados! -exclaman los niños
a coro.
Ti

La muchacha suelta el largo


cordón plateado. Un suave viento
comienza a soplar y los globos se ele­
van lentamente en el aire.
El cielo, teñido de azul y rosa,
parece una fiesta de colores y alegría.
Entre las exclamaciones jubilosas de
los niños, la caravana de globos
comienza su viaje, sobre el ancho mar
de las islas flotantes, rumbo hacia la
Isla Resplandeciente.
-II-
COMIENZA EL VIAJE

-¡Qué rápidos vamos, eh Chang! -


grita Lya mientras aparta los ondulados
cabellos que cubren su cara.
-Tira otro saco de arena -sugiere
Chang-, Así el globo se elevará un poco
más.
La niña coloca uno de los sacos
de arena sobre el borde de la canasta y
lo abre. Poco a poco deja caer su conte­
nido. El globo se eleva todavía más,
dando pequeños tirones.
-¡Mira, Chang, por allí vienen
25

Hoki y Naimi, justo detrás de nosotros!

Hoki y Naimi son dos hermanos,


amigos de Lya y Chang, que también
han emprendido, como ellos, el viaje a
la Isla Resplandeciente.
-¡Qué rápidos vais! -les grita Lya.
-¿Qué dices? -exclama Hoki
poniendo sus manos detrás de las orejas-.
El viento sopla tan fuerte que no puedo
oírte.
Lya se echa a reír cuando ve los
graciosos gestos del muchacho.
También Hoki se ríe con ella.
Todos están contentos por haber
recibido la invitación que la noche
anterior les trajo la paloma blanca.
Lya y Chang se apoyan en el
borde de la cesta. ¡Qué bonito se ve
todo desde aquella altura! Las islas
26

parecen barcas navegando por el mar.


Los campos de las islas parecen cuadra-
ditos verdes y los ríos que corren por
entre algunos de los montes, guirnaldas
plateadas.
-Fíjate en aquella isla -señala
Chang-. Sus montañas son tan altas que
están cubiertas de nieve. Y mira aquella
otra. Es una isla de arena. Parece que
van a chocar.
El muchacho está en lo cierto. Al
cabo de pocos instantes las dos islas se
encuentran y chocan con gran violencia.
Se oye un estruendo enorme, mayor que
un trueno, y sobre el mar comienzan
entonces a levantarse olas altísimas. Son
tan altas que hasta allá arriba, donde se
encuentran los globos, llegan algunas
gotas de agua que los salpican.
-¡Qué emocionante! -exclama
28

Chang-, Nunca había visto unas olas


tan enormes. ¡Y qué espuma tan blan­
ca!
Lya mira a su alrededor. El grupo
de globos en el que viajan sus amigos
van en la misma dirección. Es un pano­
rama bellísimo el que forman todos
aquellos globos transparentes y silen­
ciosos sobre el mar enfurecido.
Pero, de repente, algo ocurre. Una
espesa niebla les rodea y, en un abrir y
cerrar de ojos, apenas si pueden verse
unos a otros. Un fuerte viento comien­
za a bambolear los globos. Fffuuu...
Fffuuu... soplan las ráfagas de aire con
violencia.
-¡Esto es escalofriante! -grita muy
fuerte Lya para hacerse oír.
-¡Siéntate rápido! -responde
Chang-. Si permanecemos de pie en la
29

cesta podríamos caernos!


-¿Dónde están los demás? ¡Hoki,
Naimi! ¿Nos oís? -grita Lya con todas
sus fuerzas.
Los dos hermanos esperan muy
tensos a que llegue la respuesta. Pero
nada. Cada vez la niebla se hace más
espesa y la oscuridad es mayor. La
canasta del globo se balancea de un
lado a otro.
-¡Lya, cógete fuerte a aquella
cuerda! -grita Chang-. ¡Esto se pone
cada vez más peligroso!
-Oh, Chang, tengo miedo. Ya no
me gusta tanto esto de volar en globo.
¿Y si volvemos a casa? La niebla es tan
espesa que apenas si puedo verte.
A Lya se le escapan algunas lágri­
mas. Entonces algo choca contra sus
pies.
30

-¿Qué es esto? ¡Oh, pero si es el


rosal para el rey! Tengo que sujetarlo
bien. Podría romperse, o aún peor,
podría caerse por la borda.
Lya se sienta, abrazando con fuer­
za la maceta en la que se encuentra el
rosal, mientras intenta protegerlo del
fuerte viento. La niña se limpia las
lágrimas de sus ojos. Con el rosal entre
sus brazos, recuerda el objetivo de su
viaje, la Isla Resplandeciente, y esto le
da ánimos.
Tras un buen rato de sacudidas, el
viento parece aflojar un poco. De pron­
to se oye el arrullo de la paloma blanca
que guía los globos. Casi al instante,
una gran tranquilidad reconforta el
corazón de los niños. La angustia y la
inquietud van desapareciendo poco a
poco. Ambos hermanos están tan can-
31

sados que uno tras otro van cerrando los


ojos, quedándose al fin dormidos.

Pasan algunas horas. Mientras los


niños duermen, la niebla va desapare­
ciendo. De pronto se oye un grito:
-¡Lya! ¡Chang!
La niña abre los ojos. No ve el
techo de su habitación, sino el cielo
azul a través de una enorme esfera cris­
talina. Lya recuerda entonces que ya no
está en su habitación sino en un globo
aerostático.
Chang también acaba de despertar
de su profundo sueño y ya se asoma al
borde de la canasta del globo.
-Ah, sois vosotros. ¡Hola Naimi!
¡Hola Hoki! -saluda el muchacho agi­
tando la mano-. ¡Qué mal lo pasamos
en la niebla, eh!
32

-¡Mirad hacia abajo! -apunta


Hoki.
Chang y Lya se asoman por el
borde de la cesta y contemplan un poco
más abajo, una hermosa isla. Sobre los
frondosos árboles vuelan dando chilli­
dos unos pájaros de vivos colores.
Parecen papagayos.
Lya se sube casi al borde de la
cesta para poder ver bien. Los pájaros
son muy graciosos. Dan vueltas en el
aire para atraer la atención de los niños.
-Parece que nos llamen -comenta
Chang-. Fíjate que isla tan bonita.
Palmeras, plataneros...
-¿Y si voláramos un poco más bajo? -
propone Lya-. ¿No podríamos acercar­
nos?
Chang conduce el globo hacia
abajo. Ahora sobrevuelan justo por
encima de las copas de los árboles más
altos. Las grandes hojas de los platane­
ros se agitan con el viento y producen
un murmullo muy agradable.
-Suena bien esta musiquilla, ¿no
te parece, Lya?
-Mira esos fantásticos frutos rojos
-exclama Hoki-. Están tan cerca que
podemos alcanzarlos fácilmente.
Naimi se inclina hacia delante
todo lo que puede, mientras su hermano
Hoki la sujeta con fuerza.
Chang decide coger también algu­
nos frutos. Se cuelga de las cuerdas que
sujetan la canasta, pero lo hace con
tanta brusquedad que el globo comien­
za a bambolearse peligrosamente.
Colgado como está, Chang no puede
gobernar el globo, y éste se dirige hacia
las puntiagudas ramas de un árbol.
34

-¡Chang, Chang, cuidado! -grita


Lya, intentando sujetar las piernas de su
hermano-. Deja esos frutos. No los
necesitamos. Llevamos comida sufi­
ciente a bordo.
Pero es demasiado tarde. Una
rama agujerea el globo y entonces,
psssssssss..., el aire comienza a esca­
parse de su interior. De pronto el globo
se libera de la rama, sube como si pesa­
ra menos y Lya se da cuenta de que su
hermano ya no está en la cesta.
-¡Lyyyaaa!
Es Chang quien grita así. Se ha
caído del globo. Por suerte ha podido
sujetarse a las ramas del árbol. El niño,
asustado, mira a su hermana. ¿Le reco­
gerá?
Pero Lya no puede dominar sola
el globo, que continúa deshinchándose.
35

Lentamente vuelve a descender y la


canasta se enreda en las ramas de otro
árbol.
-¡Chang! ¿Me oyes!
-Estoy aquí -responde su herma­
no-. ¡Mira, el globo de Hoki y Naimi
también ha quedado atrapado en un
árbol!
Lya mira a su alrededor. El
espectáculo es terrible. Todos los glo­
bos han acabado enrededados entre los
árboles, a punto de ser desgarrados por
las puntiagudas ramas.
Los niños intentan descender por
los árboles, pero inesperadamente se
acercan a ellos unos visitantes que
comienzan a frotarles los pies.
Chang mira hacia abajo y se topa
con dos grandes ojos. “Hola, ven con­
migo”, parecen decirle.
36

-¡Si son jirafas! -exclama el


muchacho.
El cuello de la jirafa forma un
largo tobogán que le invita a deslizarse
por él.
-¡Yupi, esto sí que es divertido! -
grita Chang mientras se desliza desde
lo alto por el cuello de la jirafa.
También a Lya alguien quiere
ayudarla. Un gran animal le olfatea los
pies. Dos grandes puntos blancos la
miran por entre las hojas. Una trompa
gris le acaricia la espalda.
-¡Huy, huy, que me haces cosqui­
llas! Pero... ¡Increíble, es un auténtico
elefante, justo debajo de mí!
Lya se coge fuertemente a la
robusta trompa del elefante, que la lleva
por el aire y la deposita con mucho cui­
dado sobre su ancho lomo. La niña se
37

agarra a las grandes orejas del animal.


-¡Qué estupendo, eh! -exclama
Chang a su lado-. Esto parece un zoo.
¿Quieres deslizarte tú por el cuello de
mi jirafa? Mira, allí están Hoki y
Naimi, con esos monos.
También el resto de los niños han
sido ayudados a descender de los árbo­
les. Los animales son tan simpáticos,
que los niños se pasan el día jugando
con ellos en el bosque. Con los monos
se lanzan, cogidos de las lianas, de un
árbol a otro. Del tobogán de las jirafas
no se cansan nunca. Y los elefantes, de
dos en dos, giran sus trompas unidas,
para que los niños puedan saltar como
si fuera la comba. Lo más divertido es
cuando algún elefante les lanza hacia
arriba para que otro elefante les recoja
muy suavemente entre sus colmillos y
38

vuelva a lanzarlos al aire. ¡Qué diver­


sión tan loca!

Finalmente los niños quedan ago­


tados de tanto jugar.
-Tengo hambre. ¿Tú no? -pregun­
ta Chang a su hermana.
-Sí, yo también. Subamos a la
cesta del globo. Allí tenemos comida y
tal vez sea posible reparar la tela que se
ha desgarrado.
En el momento en que los dos
niños suben al árbol donde se ha queda­
do atrapado el globo, los monos tiran de
los brazos de Chang y lo hacen bajar.
Chillan muy fuerte, como si quisieran
enseñarle algo.
-Dejadme coger la comida.
¡Tengo mucha hambre! -suspira el
39

muchacho. Pero los monos siguen


tirando de él.
Mientras tanto, Lya ha trepado
hasta la canasta del globo, pero Chang,
desde abajo, la llama impaciente.
-Lya, baja rápido. Estos monos
nos quieren llevar a algún sitio.
También tienen comida. Mira, me han
dado este sabroso fruto verde.
La niña duda. En realidad ella
desearía arreglar el globo. Observa el
cielo azul por el que antes volaban. ¿Y
el viaje hacia el Palacio de Cristal
donde les espera el Rey? ¿Importaba si
se retrasaban un poco?
-Lya, ven pronto. Todos se van ya
con los animales. Yo también quiero ir
montado en mi jirafa.
Lya toma rápidamente una deci­
sión. En cualquier caso, sea como sea,
41

ella debe llevar consigo el rosal. Desde


lo alto del árbol, grita con todas sus
fuerzas:
-Hoki, Naimi, no os vayáis sin
vuestro rosal. No lo olvidéis. Debéis
cuidar de él.
Por fortuna, la niña observa que la
mayoría de sus amigos regresan para
recoger sus rosales. Más tranquila ya,
comienza a descender del árbol con
cuidado.
Vaya alegre desfile marcha por el
bosque. Los niños van encantados,
comiendo los apetitosos frutos que los
monos les ofrecen. Hipopótamos, ele­
fantes, jirafas, los graciosos monos, los
bellos papagayos... La divertida comiti­
va se adentra cada vez más en la pro­
fundidad del bosque.
-III-
ENLA ISLA DEL REY CARNAVAL

-Tengo la impresión de que esta­


mos llegando -comenta Chang.
En efecto, entre dos gruesos árbo­
les, puede distinguirse a lo lejos una
ciudad. Parece que allí estén preparan­
do una fiesta.
-Es estupendo -exclama Naimi-.
¿Escucháis la orquesta y las trompetas,
muchachos? ¡Vamos, hipopótamo,
tengo ganas de llegar a la ciudad!
-Yo ya estoy algo cansado de
tanto hacer el loco con los animales
43

-comenta Hoki-, pero la verdad es que


esta música de trompetas y tambores
me da nuevos ánimos. Tengo ganas de
llegar a la fiesta.
-¡Quizás haya algo bueno de
comer! -dice Chang, balanceándose a
lomos de su jirafa-. Tengo muchísima
hambre y los frutos de estos árboles se
encuentran demasiado altos para poder
alcanzarlos.
-Escucha, Chang -propone Lya-,
antes de entrar en la ciudad deberíamos
proteger el rosal y colocarlo en un sitio
fresco, resguardado del sol. Mira, lo
pondré entre las plantas, al pie de este
gran árbol.
Rápidamente, Lya desciende del
elefante en el que va montada y deposi­
ta el rosal con amor bajo el árbol.
Al fin, cuando el cortejo de animales
45

y niños entran y recorren las calles de la


ciudad, todos ríen entusiasmados.
-¡Chang, mira toda esta gente
danzando! ¡Qué fantástico!
-Sí, Lya. Y cuántas guirnaldas
colgadas de las lámparas. Parecen
hechas con pieles de plátano y cortezas
de naranja. ¡Qué buena idea! Debe tra­
tarse de alguna fiesta especial.
Los niños llegan a la plaza mayor
de la villa. Sobre un entarimado de
madera se encuentra un trono muy alto.
De repente, la gente para de bailar y la
orquesta guarda silencio.
-¿Qué sucede? -se preguntan los
niños.
Dos muchachas hacen callar a Lya.
-¡Sssst! ¡El rey de la ciudad va a
hablar!
Lya ve subir a un hombre estrafa­
46

lario por detrás del escenario, que lleva


sobre su cabeza, a modo de corona,
medio coco vacío. Todo el mundo con­
tiene la respiración. El rey se sienta en
su trono y comienza a hablar.
-Bienvenidos a mi isla, queridos
niños. Os encontráis en la isla del pla­
cer y la diversión. Aquí estamos noche
y día de fiesta y todos debemos estar
alegres, reír y bailar. A vosotros, que
sois nuevos aquí, os ofrecemos los fru­
tos más exquisitos. Comed de ellos
hasta hartaros, pues estos frutos os
pondrán alegres. ¡Ja, ja, ja! -exclama el
rey riéndose a grandes carcajadas.
-¡Qué rey tan extraño! -susurra
Chang a Lya-. Y fíjate en su manto, es
una simple tela de saco. Y su boca se
tuerce de todas las formas posibles,
como si fuera de goma. Lo encuentro
47

verdaderamente curioso.
-Queridos recién llegados -conti­
nua el rey-, os propongo que dejéis
vuestros rosales en el campo que hay
detrás de estas casas. Allí serán bien
cuidados. Así podréis comer, bailar y
jugar tanto como queráis, sin que
tengáis que preocuparos de ellos. Y
ahora, ¡a divertirse todo el mundo!
Y con sorpresa para nuestros ami­
gos, el rey salta de su trono y se pone a
bailar.
-¡Viva el rey Carnaval! ¡Larga
vida al rey Carnaval! -comienzan a gri­
tar algunos.
En un abrir y cerrar de ojos,
numerosos servidores se presentan por­
tando grandes hojas de plataneros sobre
las que se encuentran jugosos frutos de
color rosa, amarillo y violeta.
48

Chang mira con avidez las frutas.


-Ummm... por fin podremos
comer. ¡Qué cosas tan deliciosas!
Los niños entregan sus rosales a
los servidores y se lanzan a comer los
apetitosos frutos que se les ofrecen.
Lya toma también un pedazo de
fruta.
-¡Agg, qué sabor tan horrible!
La muchacha escupe el trozo de
fruta de su boca.
-Nunca había comido nada tan
desagradable. ¿Cómo puedes encontrar
esto bueno, Chang?
La niña observa a su alrededor.
Pero ¿dónde están sus amigos? Lya
observa la plaza. Al otro lado ve a Hoki
que entra en una casa. La muchacha va
apartando a los bailarines que le impi­
den el paso hacia la casa y al fin llega a
49

la puerta.
-Eh, Hoki, ¿qué haces tú en esta
casa? No es tuya. ¿Qué haces en la
cocina? ¿Dónde está la gente que vive
aquí? ¿Saben ellos que has entrado en
su casa?
-¡Pero qué dices, Lya! ¡Si no hay
ningún problema! Ahora soy yo quien
vive aquí. Ven, entra y prueba esta com­
pota de frutas.
-¡Ah, no! -exclama Lya-. Estas
frutas no me gustan nada.
A través de una ventana de la
casa, Lya observa entonces los niños
que bailan en la plaza. Naimi y Chang
llevan cerezas colgando de las orejas
como si fueran pendientes y, alrededor
de la boca y sobre sus vestidos, se
extienden rojas manchas de fruta.
La niña sale de nuevo a la plaza y
50

sus amigos la rodean con sus brazos


mientras bailan.
-¡Eh, Chang! ¡Naimi! ¡Qué os
pasa! ¡Poned fin a este disparate!
Pero los niños ya no la miran y
continúan su camino en la algarabía
general.
-¿Qué les ocurre? -se pregunta la
niña-. ¡Están tan extraños! ¿Acaso
habrán olvidado cómo y por qué hemos
llegado hasta aquí?
Lya está todavía algo perturbada,
por el amargo fruto que ha probado
antes. Al fin, decide salir de la ciudad e
ir al bosque, para poder pensar con
calma.

Tras encontrar un lugar tranquilo,


se sienta en el suelo, apoyándose contra
un tronco caído.
51

-Bueno, ahora debo reflexionar


-se dice la muchacha-, Pero ¿qué debo
pensar? Estoy sola y no sé qué hacer.
Pensar... pensar... ¡Qué difícil situa­
ción!
La muchacha recuerda el amargo
fruto que ha probado. Siente que algo
extraño debe haber en todo aquello.
-Debo comprender qué es lo que
ocurre.
Al cabo de unos instantes tiene
una idea.
-¡Claro, deben ser estos extraños
frutos! Todos han comido mucho de
ellos y ya no parecen los mismos de
antes. Parece que la comida les haya
hechizado. Es curioso que sólo yo per­
manezca serena. El rey de esta isla es
un falso rey. ¡Seguro!
Una fina arruga de preocupación
52

aparece en la frente de la niña.


Firmemente, Lya toma una decisión:
-Voy a buscar mi rosal y luego iré
a buscar a los demás. De ningún modo
pueden continuar bajo el engaño del rey
carnaval.
La niña se dirige hacia el árbol
bajo el que ha dejado el rosal. Mas, de
pronto, descubre una simpática ardilla
que parece estar guardando el rosal.
Maravillada, Lya la contempla.
La ardilla también mira con dulzura a la
niña. ¿Estará esperándola? Lya coge el
rosal delicadamente y comprueba, con
tristeza, que el rosal empieza a marchi­
tarse. Sus hojas y la flor han perdido el
vigor. La planta necesita pronto agua y
luz.
Al incorporarse observa, unos
53

pasos más adelante, que la ardilla la


espera y le hace gestos con la cabeza,
como si la invitase a seguirla.
Siguiendo al simpático animal, Lya
penetra en el interior del sombrío y
espeso bosque, abrazando su pequeño
rosal. Ahora la niña está contenta de no
estar ya sola.
Poco después, llega a los límites
del bosque y Lya agradece encontrar de
nuevo la luz del sol. Ante ella se extien­
de ahora una amplia llanura rocosa, en
la que sólo pueden verse piedras y más
piedras y, por encima, el cielo inmenso.

Después de una larga marcha, Lya


se detiene.
-Querida amiga, mis pies están
muy cansados. ¿Cuándo llegaremos al
lugar al que me conduces?
■ La ardilla, con un movimiento de
su cabeza, la incita a seguirla.
-Te entiendo -susurra la niña-. Sé
que debo seguir, pues mi rosal tiene
sed. Sólo espero que lleguemos pronto.
A medida que avanzan, el hori-
55

zonte va cambiando. Ya no es el cielo,


si no el mar lo que Lya ve brillar en el
horizonte, bajo los dorados rayos del
sol poniente. Esto la anima a continuar,
pues siente que está llegando al final.
La ardilla no deja de alentarla con su
dulce mirada.
Al fin llegan al extremo de la lla­
nura. La playa está a sus pies y allí,
sobre la pendiente que desciende sua­
vemente hasta el mar, se encuentra una
pequeña casa rodeada de un magnífico
jardín. Una fuente serpentea por entre
las flores multicolores y los árboles fru­
tales que cuida un jardinero.
-Ardilla, esto es maravilloso.
Tengo que darte las gracias por haber­
me guiado hasta aquí.
Lya se acerca al jardinero y éste la
observa con una sonrisa.
56

-Buenos días, muchacha. ¿Cómo


te llamas?
-Me llamo Lya, señor. Busco un
lugar para mi rosal. ¿Me permitiría
plantarlo en su jardín? Aquí hay luz y
agua, y todas las plantas y los árboles
parecen encontrarse muy bien.
-Por supuesto que sí, pequeña
Lya. Puedes colocarlo en este parterre
de rosales, en medio de los otros. Pero
tú también pareces hambrienta y fatiga­
da. Si quieres puedes comer algo, y des­
pués puedo dejarte un camastro donde
dormir.
Lya sonríe.
-Claro que comería algo, pero
nunca los frutos del bosque.
-Has sido muy inteligente por no
comer esos frutos -dice amablemente el
jardinero-, porque ellos te hubieran
57

hecho olvidar el viaje hacia el Rey y el


rosal que llevas. ¿Lo habías adivinado?
Lya asiente con la cabeza y el jar­
dinero continúa:
-El Rey del Palacio de Cristal me
ha enviado aquí para ayudar a los viaje­
ros que, como tú, están en camino hacia
la Isla Resplandeciente, para que reen­
cuentren el camino si se han perdido.
Las frutas de mi jardín no te harán olvi­
dar nada. Al contrario, gracias a ellas
recordarás perfectamente el objetivo de
tu viaje. Come tanto como quieras.
-¡Ummm, qué deliciosa! -exclama
Lya probando una fruta redonda que le
ofrece el jardinero-. Comienzo a sentir­
me mucho mejor. Mañana regresaré a la
ciudad, donde están mis amigos y, si
usted me lo permite, me llevaré de estos
frutos para ellos. Tal vez así, podamos
salir juntos de la ciudad e ir en busca de
58

nuestros globos para proseguir nuestro


viaje.
-Sí, Lya, es una buena idea. Pero
ahora debes descansar. Mañana te sen­
tirás mucho mejor y haremos juntos un
plan para ayudar a los otros niños.
La niña, con la ayuda del jardine­
ro, planta cuidadosamente su rosal en el
hermoso jardín y luego se acuesta ense­
guida, pues está muy cansada. Antes de
quedarse profundamente dormida,
todavía piensa en su hermano y en sus
amigos que se han quedado en la ciudad
del rey Carnaval. Lya está firmemente
decidida a ayudarles.
-IV-
LA CONSTRUCCIÓN DE LA TORRE

Por la mañana, Lya se despierta


alegre y totalmente recuperada. Se
asoma a la ventana y ve que el jardine­
ro ya está trabajando en el jardín.
El parterre de los rosales está muy
arreglado y el hombre mira el pequeño
rosal de Lya. Parece como si hablara
con la planta. La muchacha se viste
rápido y sale al jardín.
-Buenos días, Lya -saluda el jardi­
nero-. Tienes muy buen aspecto. Creo
que no es necesario preguntarte si has
dormido bien.
61

La niña, sorprendida, observa su


rosal. Las hojas ya no están secas y han
reverdecido. Hasta parece que haya cre­
cido.
-Gracias, señor. ¡Todo esto se lo
debo a sus cuidados! Le estoy verdade­
ramente agradecida.
-No, Lya, no tienes por qué darme
las gracias -replica el jardinero sonriendo-
Eres tú quien lo has traído hasta aquí.
El jardinero y la niña pasean un
rato por el jardín, respirando la fresca
brisa que viene del mar. El cielo es tan
azul, que en el horizonte se confunde
con el mar.
La muchacha se encuentra muy a
gusto en aquel hermoso jardín, pero
siente que debe ir a buscar a sus amigos
y así se lo dice al jardinero, el cual
asiente con una sonrisa.
-Sí, creo que es una buena idea -
62

dice el hombre-. Ahora que has reposa­


do puedes regresar al pueblo. Y, si te
parece, te voy a dar algunos frutos para
que los ofrezcas a tus amigos. Cuando
los coman, recordarán de nuevo el gran
viaje hacia la Isla Resplandeciente.
Y dicho y hecho. Después de
desayunar, Lya emprende el viaje con
una mochila llena de frutas a la espalda
y sigue de nuevo a la ardilla a través de
la rocosa llanura y del sombrío bosque.
-¡Qué largo es el camino, pequeña
amiga -suspira-; pero es una suerte que
tú lo conozcas tan bien! Me parece que
debemos estar ya muy cerca del pueblo.

Entretanto Hoki, Naimi y Chang discu­


ten cerca del árbol donde habían dejado
sus rosales antes de entrar en la ciudad
del rey carnaval.
63

-¡Oh, mi rosal ha desaparecido! -


exclama Chang decepcionado-. Y Lya
no está. Estaba convencido que la
encontraríamos aquí.
-¡Mirad! -grita de pronto Hoki-.
Se acerca alguien. ¡Es... es... Lya!
-¡Lya! -gritan los tres niños a la
vez, agitando los brazos, y corren hacia
ella y la rodean.
-¡Qué alegría que hayas vuelto!
¡Estábamos muy preocupados!
-¡Ah, Lya! ¿Estás bien? ¿Y tu
rosal?
-¿Donde has estado Lya? Tienes
muy buen aspecto. ¿Y qué llevas en el
hombro?
-Calma, calma, amigos -dice Lya
riéndose-. No puedo contestar a todos a
la vez. ¿Os disteis cuenta de que me
había ido de la ciudad?
64

-Sí -explica Chang-, después de la


larga fiesta que se había preparado para
nosotros, caímos rendidos en un pro­
fundo sueño y cuando despertamos nos
percatamos de que tú ya no estabas.
-Sí -continúa Naimi-, te hemos
estado buscando desde entonces y no
hemos comido nada. ¿Oyes cómo se
queja mi estómago?
-Pues estás de suerte -dice Lya-,
ya no tendréis que comer los frutos del
bosque. Tengo algo mejor para voso­
tros. Estas frutas no son como las que
os daban en la ciudad que os hacían
olvidar todo. Estos frutos que traigo son
de un jardín que he encontrado al lado
del mar. Es un jardín muy especial,
pues en él abunda la luz y el agua. Allí
planté el rosal para que se recuperara.
¡Me parece que vosotros deberías hacer
65

lo mismo!
Chang y Hoki la ayudan a quitar­
se la mochila y cogen algunos de los
frutos del jardinero.
-¡Qué ricos y refrescantes! ¡Es
como si una espesa niebla desaparecie­
se de mi cabeza! -exclama Chang.
-Ahora ya no quiero los frutos del
bosque -añade Hoki-. ¡Venga, Naimi,
vamos a buscar nuestro rosal!
Los niños pasan cerca de las casas
de la ciudad. Caminan en silencio, pues
no quieren ser descubiertos por los ser­
vidores del rey carnaval.
-¡Mirad los rosales! -exclama
Naimi-. ¡No los han plantado como nos
había prometido el rey de la ciudad!
¡Los han puesto en un montón y están
secos y marchitos! ¡Nos han engañado!
-No os preocupéis -les tranquiliza
66

Lya-. El jardinero sabrá como devolver­


les su esplendor. Es un enviado del Rey
del Palacio de Cristal. El nos ayudará a
encontrar el camino hacia la Isla
Resplandeciente.
-Pues vamos pronto; muéstranos
el camino hasta ese Jardinero.
Hoki y Naimi cogen su pequeño
rosal y se adentran en el bosque, dejan­
do los frutos que ha traído Lya en la
entrada del pueblo, para que puedan
comerlos los niños que quedan.
Es entonces cuando Hoki, Naimi
y Chang se dan cuenta de la presencia
de la ardilla.
-¡Oh, qué bonita es! -exclaman.
La ardilla los mira dulcemente y
con un ligero movimiento de su cola les
da la bienvenida.
Mientras los niños caminan guia­
67

dos por la ardilla, Lya les va contando


lo ocurrido. Sus amigos no paran de
preguntarle.
-Me intriga el jardinero -comenta
Hoki-. ¿Es un verdadero enviado del
Rey? ¡Espero que sepa cómo debemos
continuar el viaje hacia la Isla
Resplandeciente!

Ya anochece cuando los niños lle­


gan al maravilloso jardín, donde el jar­
dinero les recibe cordialmente.
-Sed bienvenidos, viajeros. ¡Qué
alegría, Lya, de que tus amigos hayan
venido! Vamos, si queréis, aprovechad
las últimas luces del día y colocad vues­
tro rosal cerca del de Lya. Los regare­
mos enseguida.
Mientras los demás están ocupados
en el jardín, Hoki pregunta al jardinero.
68

-¿Sabe usted qué debemos hacer


ahora? Nos gustaría seguir el viaje
hacia la Isla Resplandeciente para
entregar los rosales al Rey.
-Sí, pero deberíamos recuperar
nuestros globos -añade Chang que se
ha acercado a ellos-, pues hemos pasa­
do por el lugar donde quedaron atrapa­
dos y no los hemos encontrado.
-Tienes razón, Chang -dice el jar­
dinero-. Sin los globos nunca prodríais
continuar vuestro viaje. Pero entrad en
mi cabaña, que os voy a contar el gran
Plan.
Los niños entran en la casita del
jardinero y se sientan alrededor de una
mesa redonda. El jardinero coge de un
estante un rollo de papel y lo extiende
sobre la mesa. Se trata del plano de una
alta torre redonda.
69

-Mirad -dice el jardinero-, éste es


el plano para construir una torre de
fuego.
Los cuatro niños se miran asom­
brados. ¿Una torre de fuego? ¿Para
qué?, se preguntan.
-Juntos vamos a construir esta
torre -continúa el jardinero- y cuando el
trabajo esté terminado, encenderemos
en la cima un gran fuego.
-Pero ¿cómo podremos construir
esta gran torre si somos tan pocos? -se
cuestiona Lya.
-Tranquila -dice el jardinero-.
Ahora sois cuatro, pero es el comienzo.
Muchos otros niños vendrán a ayuda­
ros.
-¿Y para qué servirá este fuego? -
pregunta Naimi.
-Este fuego es esencial para el lie-
70

var a cabo el gran Plan, Naimi; será


nuestro mensaje para el Palacio de
Cristal. Cuando el Rey vea este fuego,
sabrá que estáis preparados para prose­
guir el viaje hacia su Palacio. Entonces
probablemente los globos regresarán
para llevaros.
-Pues comencemos pronto el tra­
bajo. ¿Qué os parece mañana mismo? -
sugiere Hoki-, ya nos hemos retrasado
bastante.
-¿Y dónde construiremos la torre?
¿Qué materiales usaremos? -pregunta
Lya.
-Bueno, mañana lo veremos -dice
el jardinero-. Por el momento será
mejor descansar.

Al día siguiente, muy de mañana,


los cuatro niños se dirigen a la playa.
71

Van cargados de piedras, para construir


la torre. No tardan en encontrar un
lugar que les parece idóneo para iniciar
las obras, así que trazan un gran círculo
en la arena, justo con la medida que ha
de tener la torre.
-Venga, ¡manos a la obra! -propo­
ne Chang.
Los niños van colocando las pie­
dras una sobre otra. Al mediodía, el
muro alcanza ya la altura de dos hileras
de piedras. Es un trabajo duro.
Después de un descanso para
comer, reinician la tarea. Cuando
empieza a caer la noche, tienen que
subirse unos encima de los otros, para
colocar las piedras.
-Bien, muchachos, habéis trabaja­
do mucho hoy -les anima el jardinero-.
Os merecéis una buena cena y luego
72

descansar. Mañana continuaremos.

La noche pasa tranquilamente,


pero por la mañana, al despertar, los
niños descubren horrorizados que la
torre ha sido destruida y todas las pie­
dras están esparcidas por los suelos.
¿Qué le ha pasado a la torre? ¿Ha
sido el viento? ¿El mar? ¿Los anima­
les? ¿Quizás se han equivocado los
niños?
Para ellos y también para el jardi­
nero es un enigma. ¿Qué hacer ahora?
-Tengo una idea -dice Naimi-. ¿Y
si montamos guardia por la noche alre­
dedor de la torre? Entonces seguro que
descubriremos lo que ocurre.
-Sí, nos quedaremos toda la noche
despiertos -asiente Chang.
Y aquella misma noche, después
13

de pasarse todo el día reconstruyendo la


torre, los niños se agazapan entre unos
arbustos y se mantienen ocultos en la
oscuridad.
A veces pequeños destellos atra­
viesan las nubes. Es la luna que se
asoma entre ellas.
-¡Algo se mueve! ¡Chang, haz
algo! -susurra Lya.
-¡No veo nada! Está muy oscuro -
responde Chang.
Crac-crac..., crac-crac..., se oye.
Cerca de la torre aparecen las sombras
de unas extrañas siluetas.
-¡Sssst! ¡Alguien viene!
Los niños retienen la respiración.
Al llegar las siluetas a la torre, las pie­
dras de construcción caen una a una al
suelo.
75

-¡Pero si son los monos! -grita


Lya, sorprendida y muy enfadada.
Se levanta y con una voz potente
dice:
-¡Iros! ¿Os habéis vuelto locos?
Muy enfadados, los niños salen
de su escondite. Los monos, al verlos,
desaparecen entre los árboles del bos­
que. Pero justo en ese momento, los
niños descubren que el mar ha subido,
debido a la marea, y las olas chocan
contra la torre a medio construir. Poco a
poco, las piedras se desprenden y se
esparcen por la playa.
-¡Hay que hacer algo! -comenta
Lya-. Entre los monos y la marea,
nunca podremos acabar la torre.
-Reflexionemos -propone Chang-
Es necesario construir una torre sólida
que nada pueda destruirla.
76

-Pues no sé si lo conseguiremos -
dice Hoki con desánimo y agotado, des­
pués de pasar la noche sin dormir.
Hasta comienza a dudar si podrán pro­
seguir el viaje.
Lya intenta animarle con una pal-
madita en la espalda.
-Mirad, se me acaba de ocurrir
algo -exclama Chang de pronto-.
¡Uniremos las piedras unas con otras!
De esta forma, los monos no podrán
desprenderlas fácilmente.
-Es una buena idea, Chang -dice
el jardinero que acaba de llegar y ha
oído sus palabras-. Tengo en el taller
una pasta especial. La mezclaremos con
arena del jardín, que es mejor que la de
la playa. Sin embargo, hay algo que
habéis olvidado. Toda construcción
debe tener una base sólida. Habrá que
77

excavar para edificar la torre sobre la


roca que hay debajo de la arena de la
playa. De esta forma podrá resistir el ir
y venir del mar, las tempestades y los
monos. Pero ahora no podemos hacer
nada. Aprovechemos para dormir unas
horas hasta que salga el sol.

Por la mañana, todos se ponen a


trabajar. Con las palas llenan carretones
y cubos de arena del jardín y la llevan
hasta la obra.
En un momento dado, a mitad de
mañana, Chang exclama:
-¡Eh, mirad, llegan más niños!
Efectivamente, delante va la
pequeña ardilla guiando a los niños, y
todos llevan su rosal.
-¡Qué contentos estamos de que
hayáis venido! ¿Nos ayudáis? Tenemos
78

trabajo para todos los que quieran echar


una mano. Pero antes podéis plantar
vuestro rosal en el jardín.
Un poco más tarde, después de
que nuestros amigos hayan contado el
plan de la construcción de la torre a los
recién llegados, el grupo se pone rápi­
damente a trabajar.
-No pongáis mucha agua -indica
Naimi-. Si la pasta es muy clara no
unirá bien las piedras.
-Un poco más de arena le dará la
consistencia necesaria -añade Chang.
Los niños han trabajado duro
durante todo el día y la altura alcanzada
es mucho mayor que la del día anterior.
Por la noche esperan con ansiedad
a los monos. Éstos, como ya han hecho
los días anteriores, salen del bosque y
se acercan a la torre. Los niños obser­
79

van sin intervenir por el momento. Los


monos se suben a la construcción.
Intentan tirar las piedras pero no lo con­
siguen. No pueden destruir la torre.
Y cuando sube la marea, las olas
tampoco pueden socavar la torre.
-¡Hurra! -exclaman los niños al
comprobar que su torre ya no corre
peligro. ¡La torre es ahora sólida como
una roca! ¡Pronto podremos encender
el fuego!
EL FUEGO ES ENCENDIDO

La alegría de los niños es enorme.


-Quizás, hoy podamos encender
el fuego -comenta Chang-. ¡Eso signifi­
caría que tal vez hoy mismo podremos
continuar nuestro viaje hacia la Isla
Resplandeciente!
El grupo de niños se sienta junto a
la torre. Están contentos, pero silencio­
sos. Presienten que será un gran día.
-¡Vamos! -propone Lya-. Sólo nos
quedan por colocar algunas hileras de
piedras para acabar la torre. Termine-
81

mos el trabajo lo más rápido posible.


-Sí, pero tenemos que hacer tres
cosas -dice el jardinero-. Vamos a orga­
nizamos.
-¿Tres? ¿Cuáles son? -preguntan
los niños intrigados.
-Una de ellas -continúa el jardine­
ro- es acabar la construcción de la torre.
Pero no podemos olvidarnos de los
rosales; alguien debería cuidarlos. Y, en
tercer lugar, todavía quedan muchos
amigos en la ciudad de la ilusión, rete­
nidos por el rey Carnaval y sus sirvien­
tes. Deberíamos llevarles cada día un
saco con frutos de este jardín. Puede
que, entre los habitantes del pueblo,
haya alguno que quiera probarlos y así
pueda recordar el verdadero fin de su
viaje.
-Pues así lo haremos -dice Chang-
82

y acogeremos a todos los niños que


vengan.
Al rato, todos los niños trabajan
en las tareas que les han sido encomen­
dadas. ¡Afortunadamente el Jardinero
conoce el Plan!
Están tan contentos y felices, que
se oyen los cantos de los niños por
todas partes. Con tanta alegría, el traba­
jo avanza rápido, más rápido de lo que
nadie hubiese imaginado.
-Amigos -dice el Jardinero con
entusiasmo-, si continuamos a este
ritmo, podremos encender el fuego en
la cima esta misma tarde.
También en el jardín los niños
colaboran con eficacia. Las rosas abren
sus corolas a los dulces rayos del sol y
los pétalos se colorean de un rojo bri­
llante.
83

Pero hacia la mitad de la tarde,


tras un breve descanso, comienzan a
escucharse unos fuertes ruidos: “¡Bum,
bum, badabum...; bum, bum, bada­
bum...!”
Tras la inicial sorpresa, los niños
reaccionan.
-¡Pero si son los tambores y las
trompetas de los servidores del rey car­
naval! -exclama alguien.
-Vamos a la torre de fuego, rápido
-sugiere Lya.
Los niños corren hacia la torre.
Los sonidos son cada vez más estriden­
tes. A lo lejos, una multitud se acerca
por la llanura rocosa.
-Son los habitantes del pueblo
-dice Hoki-, Y el rey Carnaval va con
ellos. ¿Qué es lo que quieren?
Cuando el cortejo se detiene
84

delante de la torre, el ruido se hace


ensordecedor.
Los niños no comprenden cómo,
a los que van en la comitiva, les puede
gustar semejante ruido. Miran al
Jardinero. La calma, la nobleza y la
benevolencia que transmite, le distin­
guen claramente del rey Carnaval.
Los niños escuchan con atención
sus tranquilas palabras.
-Sólo el fuego de la torre es
importante. Terminemos nuestro traba­
jo pronto y no prestemos atención a esa
gente.
El rey del pueblo levanta la mano
y la música se detiene inmediatamente.
-Yo, el rey del placer y de la dis­
tracción, os ordeno que paréis esta
construcción.
El rey carnaval espera una res­
85

puesta, pero ninguno de los niños dice


nada.
-¡Tenéis que obedecer! -continúa-
¡Nadie puede abandonar mi isla!
¡Todos debéis permanecer aquí!
Pero mientras el rey continúa con
su discurso, el Jardinero sube a la torre
llevando una antorcha encendida. Los
niños forman un círculo. Dándose las
manos y rodeando la torre, miran hacia
la cima. En los ojos de los niños se
puede ver el reconocimiento hacia el
Jardinero y su deseo de abandonar esta
isla y continuar su viaje.
Un poderoso y luminoso fuego se
enciende en la cima de la torre. Los
niños se sienten llenos de una alegría y
una confianza enormes.
El fuego brilla como un sol en la
playa de la isla. Su luz es tan intensa
86

que se ve desde muy lejos, como si


fuera una llamada o un faro que indica­
ra el camino.
Atraídos por el poder de aquel
fuego y la contagiosa alegría de los
niños, algunos habitantes del pueblo
deciden quedarse con el Jardinero y sus
amigos.
Viendo esto, el rey Carnaval com­
prende que no tiene nada que hacer.
Temeroso de perder todavía más súbdi­
tos, da media vuelta al son de los tam­
bores, de regreso a su ciudad. Su plan
ha fracasado.

En la playa de nuevo reina el


silencio. Sentados en la arena, los niños
miran el horizonte. De pronto, uno de
ellos señala con el dedo a lo lejos. ¡Ha
visto algo!
87

-¡Mirad, allí, encima del mar!


-exclama-. ¡Un pájaro blanco! ¡Es la
paloma!
Sí, la blanca paloma desciende
hasta la playa, sobrevolando a poca dis­
tancia de los niños.
-Seguro que los globos no pueden
estar muy lejos! -comenta Chang.
Lya mira a su hermano con satis­
facción. Poco le faltó al muchacho para
dejarse engañar por el rey de la distrac­
ción. Pero ahora, observando cómo
Chang anhela continuar el viaje, el bri­
llo chispeante de su mirada dirigida
hacia el cielo, Lya siente que su
corazón rebosa de alegría y agradeci­
miento.
-¡Sí, miradlos, ya llegan! -exclama
la muchacha con un profundo suspiro.
Los niños saltan de alegría.
88

-¡Hurta! ¡Hurta!
Despacio, las esferas de cristal,
del cristal más puro, fmo y transparen­
te, son llevadas por la brisa hasta la
playa.
-¡Qué feliz soy de poder encontrar
de nuevo los globos! -susurra Lya al
jardinero.
-Sí -añade él con dulzura-, éste es
un momento muy especial. Id a buscar
vuestros rosales y subid con ellos a los
globos.
-¿Es que usted no viene con noso­
tros? -pregunta Chang sorprendido.
-No, Chang. Yo debo esperar
hasta que el último habitante de la isla
comprenda que el rey carnaval no es
un verdadero rey. Quiero ayudarles.
Cuando mi misión termine también yo
regresaré. ¡Saludad de mi parte al Rey
89

del Palacio de Cristal! ¡Os deseo un


buen viaje!
Todos los niños están muy con­
tentos y, reconociendo el inmenso amor
y sacrificio que demuestra el jardinero
por su trabajo, se despiden de él.
-Le agradecemos de todo corazón
su ayuda. Esperamos verle algún día en
la Isla Resplandeciente.
Los niños suben a los globos
aerostáticos. Todos llevan su rosal en la
mano. Dos niños en cada globo y un
rosal en medio. Los cristalinas esferas
de luz se elevan despacio, impulsadas
por un suave viento.
Chang, Hoki, Naimi y Lya salu­
dan con el brazo al jardinero y a la ardi­
lla que se ha acercado también a la
playa.
-¡Hasta pronto! -gritan los niños
90

con fuerza.
Y así, el viaje continúa. Delante
de ellos, un poco más alto, vuela la
blanca paloma. Todos están atentos a su
vuelo, no quieren perderse otra vez.
La tarde se acaba y poco a poco
va anocheciendo. Los globos flotan
entre nubes, por las que se filtra de
cuando en cuando algún que otro rayo
de luna. La paloma brilla como la plata
en la calma de la noche.

Una mañana, tras varios días de


viaje, Chang y su hermana asoman la
cabeza por encima del borde de la
cesta. Abajo, no ven más que el agua
azul del mar. Pero ahora, ya no tienen
miedo. En el horizonte, ven una
pequeña nube, blanca como la nieve.
Lya la observa detenidamente.
91

-Chang, presta atención. ¡Esta


nube se acerca muy rápido!
El muchacho mira hacia donde le
indica su hermana.
-¡Pero si no es una nube de lluvia!
¿No ves que son cientos de palomas
blancas?
-Tienes razón -dice Lya alegre-.
¡Deben venir de la Isla Resplande­
ciente, como la paloma que nos guía!
Las palomas se acercan, cogen las
cuerdas de los globos con sus picos y
los conducen en la última etapa de su
viaje.
-¡Debemos estar cerca de la isla!
¡Estoy segura! -añade Lya-. Mira qué
resplandor en el horizonte.
-Parece como si un diamante
gigante brillara sobre el agua. ¡Es
increíble! -exclama Chang-. Su luz es
92

más potente que mil soles. ¡Es ella! ¡Es


la Isla Resplandeciente! ¡Miradla!
Rodeado por una alfombra verde,
el Palacio de Cristal brilla como mil
fuegos. Los globos descienden lenta­
mente, acercándose al Palacio. Miles de
chispas de luz que brotan sin cesar del
Palacio inflaman los globos.
Los globos aterrizan suavemente
en los jardines reales . Cada pareja de
niños lleva su rosal y juntos atraviesan
con gran emoción el portal.
Al otro lado les espera el Rey.
Lleva un vestido de luz y en la cabeza
una enorme corona brillante. Los niños
se inclinan respetuosamente ante él.
-Bienvenidos a mi Isla, que ahora
también es la vuestra. Me siento muy
dichoso de que hayáis podido respon­
der a mi invitación.
94

-Sin la ayuda del jardinero no lo


hubiésemos conseguido. Nos ha ayuda­
do mucho -explica humildemente Lya.
-Sí -añade el Rey-, también yo le
estoy muy agradecido. Amigos, vaya­
mos al jardín de las rosas, en el corazón
del Palacio.
Todos pasan bajo un arco de Luz
y penetran en el jardín de las rosas. En
medio descubren una preciosa fuente
cuyos finos chorros expanden un dulce
murmullo por el recinto. También el
aroma que se respira en el jardín es algo
especial.
El Rey indica a los niños el lugar
donde deben poner los rosales. A medi­
da que son plantadas en sus correspon­
dientes parterres, las rosas se iluminan
con un rayo de oro, formando una
inmensa guirnalda dorada que ofrece al
95

mundo sus rayos de amor y libertad.


Los niños están radiantes de
alegría. Ellos forman parte desde
ahora y para siempre de la Isla
Resplandeciente.
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Los ñiños se quedan como he­


chizados, observando con la
boca abierta los fabulosos glo­
bos. Se trata de enormes esfe­
ras, tan transparentes que la
luz del sol se refleja en ellas
con un estallido de colores.
Lentamente los globos van per­
diendo altura y se acercan a la
playa. Chang y Lya se acercan
a la joven que ha descendido
con los globos.
La muchacha sale con agilidad
de su cesta y saluda a los niños.
- Hoy comienza vuestra gran
aventura -dice-, el viaje hacia
la Isla Resplandeciente."

A partir de 8 años y para adultos

COLECCION «LA ENCINA»

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