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Teoría sociológica contemporánea Norbert Elías.

Manuela Olarte Copete.


2061812515.
Informe de lectura.

LA SOCIEDAD DE LOS INDIVIDUOS

¿Es la sociedad producto del azar o de las acciones racionales e intencionadas? ¿Está
el individuo determinado por un orden social y no puede escapar de éste? ¿Por qué hablar de
una “sociedad de individuos” y no simplemente de “sociedad? Estas son algunas de las
cuestiones que Elías aborda en el primer apartado de este libro.

El individuo y la sociedad, hasta antes de Norbert Elías, habían sido considerados


como dos realidades diferentes y separadas y, por tal razón, los puntos de vista sobre estos
se encontraban enfrentados: por un lado, aquellos que creían que la sociedad era un fin
determinado y que, para realizarse, había utilizado ciertos medios como la creación del
lenguaje y de los Estados. Por otro lado, quienes contemplaban a la sociedad como el
resultado de fuerzas supraindividuales, esto es, de un panteísmo histórico y que, por lo tanto,
era un producto irracional, donde la sociedad era el medio y el fin el individuo. Y desde otras
perspectivas teóricas, se veía a la sociedad como una totalidad armónica de la que era muy
posible ver su forma claramente, como si fuera cerrada y como si fuera cemento: rígida y que
no cambiaba de forma, es decir, que era estática 1, donde se la tiene como un amontonamiento
de muchos individuos particulares y se les ve como objetos sociales que guían su acción hacia
los mismos valores y, en este sentido, que sólo cumplen una función social y que sus fines
siempre van a estar determinados por la totalidad.

Elías nos dice que los individuos sí tienen fines y sentidos, pero no están simplemente
dados, sino que son construidos por una relación dialéctica individuo-sociedad, tendiendo un
puente entre las perspectivas expuestas anteriormente. Para explicar esto, Elías acude al
establecimiento de unos modelos mentales y una visión global, mediante los cuales podamos

1
Se afirma que este hecho se debía a las cargas ideológicas de las teorías.
comprender cómo la reunión de muchas personas individuales forma algo distinto, algo más
que la suma de éstas” (pág. 21).

¿Cómo enlazar al individuo y sociedad? Se podría pensar que acudir a las partes de
la totalidad podría dar cuenta de cómo es ella, pero esto en realidad, no dice nada, pues sería,
por ejemplo, ver muchos ladrillos juntos, pero sin saber cómo es la estructura en general y
completa, sólo habría un montón de ladrillos puestos caóticamente, así que se deberían
considerar en términos de relaciones, de manera tal que nos permita entender cómo dichas
relaciones son un entramado que conforman la estructura. Hay pues, que remitirse a la
estructura de las relaciones mutuas acorde a la función que tengan dentro de la sociedad. Eso
sí, sin verlo de manera unilateral. Elías nos plantea que “es necesario dejar de pensar en
sustancias individuales aislables y empezar a pensar en relaciones funcionales”. (Pág. 34).

Hay que pensar al individuo dentro de un contexto funcional en el que primero se


encuentra en una figuración, entendiendo que, dentro de lo que puede parecer caótico, es
decir, que, en un montón de personas sin relación aparente entre ellas, hay un orden oculto.
Aquí las funciones cumplen un papel importante -no en el sentido que se expuso más arriba:
que las funciones determinan al individuo y sus fines- , pues hace más bien alusión a que el
individuo ocupa un lugar en la sociedad, dependiendo de su contexto; no en términos de
acción -desde la acción, en las teorías sociológicas preexistentes, quien no actuaba bajo esa
función estaba ejerciendo una conducta desviada-, en otras palabras, quiere decir que cada
persona ocupa un lugar determinado en el ‘barullo humano’ y que tiene una función, unos
bienes, una tarea y que se ubica en el mundo de acuerdo con unos ingresos y con las personas
que vive. Así, cada vez que el individuo interactúa, lo hace en función de esos ingresos y de
su propia función. Todos los individuos pues, tienen una función, aunque no determinada.

La función del individuo depende de unas interacciones con individuos con otras
funciones, o sea, del contexto funcional -que se había mencionado someramente-, es decir,
de la red de interdependencia, donde hay que tener en cuenta el círculo social del que hacen
parte. De acuerdo con la función y al círculo social, el individuo va construyendo un fin, un
sentido y, para ello, se debe considerar que no lo hace por cuenta propia, pues existe un
contexto en el que hay un grupo social específico, una época y unas relaciones interpersonales
que ayudan a formar individuos diferentes -en contraposición a la sociedad armónica-. Las
conexiones intergeneracionales son importantísimas en este punto.

Las conexiones intergeneracionales nos permiten ver un pasado, un presente y, tal


vez, un futuro de una sociedad. El individuo viene al mundo como niño2 y en él se van
desarrollando unas estructuras mentales, dependientes del contexto en el que se encuentre y,
si bien, una vez nacido tiene unas funciones psíquicas indiferenciadas, estas se van
diferenciando por medio de la socialización, de manera que también se genera un proceso de
individualización en el que el niño recorre un camino, desarrolla su psíquis y se hace
consciente de sí, es decir, se convierte en adulto, donde aprende de las generaciones
anteriores con las que fue socializado cómo competir u ocupar cierto lugar en el entramado
social, adquiriendo un destino relacional.

Por ello, el sentido que el individuo le da a su vida está en estrecha relación con el
conjunto específico de su sociedad, y así, “la forma individual del adulto es una forma
específica de su sociedad” (pág. 43). De forma que, en las relaciones, éste intercambiará
información, podrá transmitir su estructura mental a otro individuo y viceversa. A esto se le
llama un “fenómenos de interrelación”3 moldeado por el círculo social, dando relieve a ese
mencionado orden oculto. ¿Cómo así? Esto quiere decir nada más y nada menos que son unas
estructuras invisibles que dan sentido a la realidad, mencionando además, que dicho sentido
puede cambiar y, por lo tanto, su función. Pues en ese interactuar con las diferentes
generaciones (con la sociedad) , el individuo recibe unos elementos sociales de sus padres
que son desactualizados e interactuando con sus coetáneos pueden surgir nuevos intereses,
en búsqueda de elementos actualizados, lo que nos permite ver, al menos de forma muy
somera, un futuro posible de esa sociedad4 y podemos ver su movimiento, de manera que

2
En la discusión de quién vino primero al mundo, surge la explicación monocausal de Adán y Eva. Fueron
los primeros en habitar la tierra. Pero se pensó en ellos como adultos con su psiquis desarrollada, como si
antes de ser adultos no hubieran recorrido un camino. Se ignoró, en la explicación, todo un proceso de
individualización y aprendizaje.
3
Contrapuesto a la teoría del efecto recíproco que refiere a las bolas de billar: Las bolas de billar al chocarse
todas rebotan, es un efecto recíproco, pero es sólo una acumulación de movimientos. En cambio, en las
relaciones, los interlocutores cambian información y pueden llegar a acuerdos o desacuerdos, es decir, que
una parte de la estructura del uno se transmite al otro o viceversa. Pueden surgir ideas incluso que no tenían
antes.
4
Aquí, el concepto futuro se pone en cuestión, pues se considera como un discurso que depende de
determinados intereses y esto no quiere decir que se vaya a realizar. Incluso, lo que se considera futuro puede
cambiar.
puede el individuo escapar a un orden social y establecer otro con diferentes tipos de
entramados sociales.

Lo anterior pone la concepción de que la sociedad es armónica, en el panorama de


una quimera, porque el individuo (socializado e individualizado por una sociedad) es todo lo
contrario: experimenta contradicciones, tiene intereses diferenciados y no es idéntico a otros
individuos, pone en tensión un orden y también puede dar forma a uno nuevo. Podemos ver
entonces que individuo y sociedad son inseparables.

Finalmente, se hace visible el hecho de que la sociedad no es producto ni del azar, ni


de las acciones racionales e intencionadas de los individuos, sino es un producto de unos
entramados dialécticos que se mantienen en constante renovación: el individuo se renueva
por la sociedad y la sociedad por el individuo, donde éste último no está determinado
fuertemente y que puede, en efecto, escapar a una función, aunque adhiriéndose a otra. Así
pues, se puede aludir a una “sociedad de individuos” que interactúan en términos de
funciones que hacen posibles determinadas interacciones.

La sociedad no es cerrada ni tiene individuos idénticos, sino que posee “un gran
abanico de posibles individualidades” (pág. 38), donde la sociedad y los individuos carecen
de toda finalidad y de todo sentido. Y ese sinsentido es, paradójicamente, el tejido sobre el
que los seres humanos construyen -bordan- sus fines. Así se enlazan el individuo y la
sociedad.

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