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V, EL FANTASMA ANTIFUNCIONALISTA
Antes de tratar de explicar la forma en que Radcliffe-Brown y sus discfpu-
los se enfrentaron con esa cuestión nos ocuparemos de desechar una creen-
cia errónea, a saber: la de que los particularistas históricos y los funciona-
listas estructurales representan, respectivamente, posturas antifuncionalis-
tas y profuncionalistas. Esta idea se popularizó como resultado de una rup-
tura de comunicación en torno al sentido del término ..función •.
A finales de los afias veinte y comienzo de los treinta, cuando los boasia.
nos empezaron a tener conocimiento del programa funeionalista-estructural,
no parece que entendieran bien el sentido totalmente especifico que Rad-
cliffe-Brown estaba dando al concepto de 'función. La American Anthropo-
logical Association, la American Folk-Lore Society y la Sección H de la Ame-
rican Association for the Advancement of Scíence celebraron en Pittsburgh
en 1934 una sesión conjunta en la que invitaron a Radcliffe-Brown a que
comentara un artículo de Alexander Lesser que hablaba de la función en
los siguientes términos:
En su esencia lógica ¿Qué es una relación funcional? ¿Es algo distinto de las relaciones
funcionales en otros campos de la ciencia? Yo pienso Que no. Una relación verdadera-
mente funcional es aquella Que se establece entre dos o más términos o variables, de
tal modo Que pueda afirmarse Que, dadas ciertas condiciones definidas (Que forman uno
de los términos de la relación), se observarán determinadas expresiones de esas condi-
ciones (y éste es el otro término de la relación). La relación o las relaciones funcionales
que se formulen de un aspecto delimitado de la cultura deberán ser tales Que expliquen
la naturaleza y el carácter de ese aspecto delimitado en condiciones definidas [LsssER,
1935, p. 392].
Esto nos lleva otra vez a la cuestión de por qué los funcionalistas estructu-
rales insisten en que la estructura social constituye el conjunto central de
variables que ha de orientar a la antropología social. Manifiestamente, la
respuesta está en su pretensión de que, centrándose en la estructura social,
la antropología puede superar la impotencia explicativa en que quedó su-
mida desde que rechazó los esquemas evolucionistas. Esta pretensión de
alcanzar una forma superior de comprensión y explicación es un rasgo ex-
plicito del programa propuesto por Radclíffe-Brown y un rasgo que se
oponía explícitamente a la conclusión boasiana de que la búsqueda de leyes
culturales era una empresa fútil. En 1923, Radcliffe-Brown había expresado
ya el desagrado que le causaba ese dogma de la inexistencia de leyes socio-
culturales.
Ahora bien, mientras que la etnología con sus métodos estrlctamente históricos, lo único
Que puede decirnos es que ciertas cosas han ocurrido, o que probablemente o posible-
mente han ocurrido, la antropología social, con sus generalizaciones inductivas, puede
decirnos cómo y por qué, es decir. según q~ leyes ocurren las cosas (1958. p. 29].
tico: evitar todas las investigaciones históricas para las que no se disponga
de documentos históricos. Hasta los años cincuenta, esta restricción tuvo
como consecuencia una separación de lacto entre los estudios funcionalistas
estructurales, sincrónicos, y la investigación diacrónica.
No necesitamos ocuparnos más largamente de la cuestión de en qué me-
dida ese grito de alarma contra la seudohistcria con su resultado, el énfasis
sincrónico, no fue sino otra racionalización conveniente para evitar las cues-
tiones fundamentales. Enseguida presentaré pruebas de que los funoíonalis-
tas estructurales dejaron de aprovechar fuentes históricas de toda confian-
za, y por otra parte útiles, incluso en casos en los que había abundancia de
ellas. Si hubieran usado esas fuentes, hoy tendríamos para sectores vitales
de la investigación sociocultural un conjunto de hipótesis totalmente dife-
rentes del que hasta este momento prevalece.
Para mi argumento no resulta esencial que haya de elegirse entre las ex-
plicaciones precedentes del fenómeno hermano de la madre-hijo de la her-
mana. Aunque creo que pueden elaborarse criterios definidos para prefe-
rir la una a la otra, creo más importante la perspectiva diacrónica que
T.O hay más remedio que adoptar para elaborar esos criterios. En efecto,
para asignar prioridades de orden funcional dentro de un organismo socio-
cultural o, dicho de otro modo, para ser capaces de describir su estructura
tenemos que estudiar simultáneamente su historia y la historia de los oro
ganismos similares. Es ese estudio el que nos lleva a entender cómo las
partes de los sistemas socioculturales se relacionan las unas con las otras
en términos generales y en términos especificas, porque observamos los fe-
nómenos de desarrollo paralele y convergente y notamos cómo los cambios
en una parte van seguidos de forma regular por cambios en las otras. La
evolución paralela y convergente que se hace manifiesta a través del estu-
dio antropológico comparativo y diacrónico es para el antropólogo el equí-
valente del laboratorio del fisiólogo. Ignorar los resultados de los experi-
mentos naturales que constituyen la materia de la historia es tanto como
abandonar toda esperanza de entender cómo se componen los sistemas so-
cioculturales en el momento presente.
Antropología social británica 459
¿Qué son entonces las leyes sociológicas a que llega el, funcionalismo es-
tructural sincrónico? ¿En qué sentido puede decirse que responden a las
intenciones de Radcliffe-Brown de elaborar una ciencia de la sociedad?
El pensamiento y la técnica de Radcliffe-Brown siguieron un desarrollo
continuo y armonioso a partir directamente del análisis de la relación her-
mano de la madre-hijo de la hermana. Gradualmente pasó a concebir la
relación jocosa como un aspecto de un complejo más amplio de fenómenos
que incluía las terminologías del parentesco, el tratamiento de los miembros
del linaje como si constituyeran una unidad y el tratamiento diferencial de
los sexos y de las generaciones adyacentes y alternativas. Con el tiempo fue
formulando estas ideas como principios estructurales y presentándolas
como si con ellas quedara satisfecha la búsqueda de leyes sociológicas.
Eggan (l955b, p. 503). refiriéndose a dos de esos principios, «el princi-
pio del linaje y el principio de la unidad y solidaridad del grupo fraterno»,
los llama «los más importantes conceptos que guían hoy el análisis de la
estructura social [ ... I» Por estímulo directo de Radclíffe-Brown, durante la es-
tancia de éste en la Universidad de Chícego, Tax (l955b, pp. 19 ss.) propuso
doce de esos principios o reglas que recogemos aquí para que se tenga una
idea de la naturaleza de las leyes «estructurales»: la regla de la filiación
uniforme, recíprocos uniformes, hermanos uniformes, cónyuges uniformes,
ascendencia uniforme, equivalencia, correlación terminológica, conducta re-
cíproca, equivalencia de hermanos, diferenciación de sexos, principio de ge-
neración y principio de sexo.
Como se verá en el capítulo siguiente, CouIt (l966b) ha reafirmado la
importancia de los principios estructurales de Tax para el análisis etnose-
mántico de las terminologías de parentesco. Mas para Radcllffe.Brown y
para sus discípulos americanos esos principios eran útiles para el análisis
tanto de las terminologías de parentesco como de la estructura social. La
conexión con la emoseméntíce resulta instructiva por la luz que arroja
sobre el fuerte componente psicológico de las generalizaciones alcanzadas
por los funcionalistas estructurales.
Bottomore (1962, p. 44) asocia certeramente el funcionalismo con la in-
terpretación de las instituciones en términos de los valores y de los pro-
pósitos de los individuos. El parece considerar a Radcliffe-Brown como una
excepción, o al menos como un ejemplo de funcionalista que de alguna
manera se las arregló para mantenerse en el nivel sociológico. Por supuesto,
Radcliffe-Brown compartía la oposición doctrinal de Durkheim al reduo-
cionismo psicológico; pero ni él, ni Durkheim, ni la escuela francesa, sin
excluir a Lévi.Strauss, han encontrado el modo de evitar la dependencia de
los universales psicológicos como uno de sus principales mecanismos expli-
cativos.
El castigo teórico que se ha de pagar por esta forma de reduccionismc
es siempre el mismo: como todos los hombres están equipados con las mis-
460 Marvin Harria
Para explicar cuál pueda ser esa función, Dorothy Gregg y Elgin Williams
(1948) propusieron una analogía entre todo el movimiento funcionalista sin-
crónico y las clásicas doctrinas económicas del laissez [aire, Aunque con
frecuencia no se ajusta a los hechos y es demasiado violenta y presuntuosa
(KROEBER, 1949, p. 318, la llama «panacea autor-itar-ia»), no por ello deja de
merecer la analogía la más seria consideración. Pues las dos versiones del
funcionalismo, tanto la de Malinowski como la de Radcliffe-Brown, llevan
a una misma consecuencia, a saber: que cualquier clase de institución, des-
de la brujería hasta la guerra, es una contribución funcional al bienestar
y al mantenimiento del sistema social. Gregg y Williams, economistas de
izquierdas, lo veían así: «Predispuestos de este modo a pensar que todo
está bien, los científicos sociales dedicarán su tiempo a panegíricos metafí-
sicos, inventándose los más sanos propósitos para las más absurdas y per-
niciosas costumbres y perdiendo mientras tanto de vista sus consecuencias
sociales reales» (1948, p. 598).
En mi opinión, una evaluación objetiva de la contribución de los funcio-
nalistas estructurales no puede dejar de tomar en cuenta el componente
de agnosticismo intelectual presente en sus obras, pese al énfasis que és-
Antropologla social britdnica 463
Hemos de dejar claro que, menos que a los ataques del tipo de éste, el
abandono de la obsesión sincrónica se ha debido a un cambio gradual de
orientación en la generación más joven de antropólogos sociales británicos
que se inclinan a combinar los intereses sincrónico y diacrónico. Tal recen-
ciliación puede muy bien haber sido estimulada por el propio Radclíffe-
Brown, a su retorno a Oxford en 1937. como resultado de su experiencia
americana.
Ciertamente, el más profundo efecto de su estancia en Chícago fue el
desarrollo de una perspectiva, representada mejor que por nada por la obra
de Fred Eggan, que combinaba los principios del funcionalísmo estructu-
ral con la preocupación de los amerícanístes por la documentación hístorí-
ca. Para el tiempo en que Radcliffe-Brown se volvía a Inglaterra, Eggan
(1937) había desarrollado ya una brillante síntesis de las perspectivas del
funcionalismo estructural y del particularismo histórico. Utilizando lo que
luego llamó el «método de la comparación controlada», Eggan (1954) Inten-
tó explicar las desconcertantes variaciones de la terminología crow entre
los choctaw, creek, chikasaw y cherokee. grupo de tribus del sudeste de
los Estados Unidos que se habían visto sometidas a un mismo conjunto de
presiones aculturativas. Eggan demostró que el grado de alejamiento del
sistema terminológico matrílineal tipo crow y el de aproximación a un
sistema parrillneal parecido a los de tipo amaba iban parejos con la dura-
ción del tiempo de exposición a las presiones aculturativas y con el grado
de éstas.
Antropologia social británica 467
Es difícil descubrir una conexión histórica definida entre Fred Eggan y los
discípulos y colegas de Radcliffe-Brown en Inglaterra. Entre los colaboradores
de African systems of kinship and marríage (FaRDE y RAOCLIFFE-BROWN, 1950)
sólo Audrey Richards muestra cierta inclinación al tipo de comparación
defendida por Eggan. El nombre de Eggan no aparece en el índice del volu-
men, aunque había sido uno de los colaboradores del Festschriit de Rad-
cliffe-Brown (FORTES, 1949).
El propio Leach es autor de una de las más efectivas críticas del modelo
funcionalista estructural. En su Political systems of highland Burma (1954)
se vio obligado a analizar un proceso que afecta a una extensa región en
la que se dan cambios lentos, pero drásticos, de pueblos democráticos que
viven dispersos en las colinas (tipo gumlao) a tipos intermedios, democré-
ticos en teoría (gumsa), y finalmente a reinos estratificados en las tierras
bajas de arroz de regadío (-<¡han). La misma dinámica puede llevar al cam-
bio en la dirección inversa, de pueblos de tipo shan a la condición gumlao.
Leach se negó a estudiar tal situación en términos de un modelo estático:
«No podemos seguir contentándonos con tratar de establecer una tipología
de sistemas fijos. Tenemos que reconocer que muy pocas, si es que hay
alguna, de las sociedades que un etnógrafo moderno puede estudiar mues.
tran una tendencia marcada a la estabilidad» (LEACH, 1954, p. 285). El tra-
tamiento que Leach hace de las modalidades políticas en evolución en Bir-
manía se apoya en gran medida en el análisis ecológico, puesto que los tipos
extremos, shan y gumlao, dependen claramente de formes contrastantes de
cultivo y ocupan hábitats diferentes. Mas no ha cumplido su promesa de
prestar mayor atención a esas cuestiones. En lugar de hacerlo, su fantasía
se ha dejado seducir, como enseguida veremos, por la obra de Lévi-Strauss.
Entre aquellos que llevaban largo tiempo insatisfechos con las limitaciones
sincrónicas de la teoría funcionalista estructural, sobresale el nombre de
Raymond Firth. Con su concepto de organización social, Firth trataba de
lograr una mayor aproximación a la conducta real, en especial a las varia-
ciones que resultan ignoradas en las formulaciones estáticas de la estruc-
tura social. Firth esperaba que el estudio de esas variaciones le capacitara
para descubrir los procesos a través de los cuales se producían cambios es-
tructurales fundamentales (FIRTH, 1954, 1961, pp. 40 ss.). Según Firth, era
al descuido de esas variaciones al que había que imputar el hecho de que
eel análisis estructural por sí solo no pueda interpretar el cambio social»
(ibidem, p. 35). En 1951. Firth veía a la antropología social británica, tras
un cuarto de siglo de tipologías funcionalistas estructurales, pasando «len-
ta y desigualmente a un estudio más sistemático de la variación, incluida
la variación en el tiempo» (1951, p. 488). Pero en 1954 admitía: cApenas si
Antropologfa social britdnica 469
estamos aún en el umbral de una teoría general de carácter dinámico que
nos permita manejar. entendiéndola, toda la variedad de materiales dentro
de nuestra esfera antropológica normal» (citado en FIRTH, 1964, p. 7). En
1962, Firth llegó incluso a basar la mayor parte de su exposición de la «teo-
ria dinámica» en una reconsideración de las aportaciones de Marx (ibídem,
páginas 7-29). Aunque no pueda decirse que esté preparado para adoptar
alguna variedad marxista del determinismo histórico, Firth ha dejado claro
recientemente que él no cree que pueda intentarse ninguna aproximación
a una teoría del cambio sin reconsiderar muy seriamente las teorías de Marx
relativas a la importancia de las condiciones materiales de la producción.
Con Firth parece como si hubiéramos descrito un círculo completo y llega-
do a una antropología social cuya preocupación dominante es la compren-
sión del cambio sociocultural. Firth explica así este fenómeno:
El presente interés de la antropología social por una teoría dinámica es, en parte. una
respuesta a la creciente percepción de las deficiencias de los enfoques teóricos anterio-
res. Pero en parte es también una respuesta al cambio en las condiciones de nuestro pro-
pio campo de observación, así como a la influencia de movimientos intelectuales moder-
nos de carácter más general [ibidem, p. 28].
que repensar. Sólo que en lugar de hacerlo por una vía que necesariamente
le iba a conducir a una forma no operativa, intuitiva y sincrónica de la
dialéctica, podía haberse puesto a ponderar las razones por las que tan
devotamente cree que «sea o no verdadera la doctrina evolucionista, de lo
que no hay duda es de que resulta totalmente irrelevante para nuestra como
prensión de las sociedades humanas de hoy [ ... I» (LEACH, 1957, p. 125).
[.as instituciones sociales deberían definirse en primer término por sus funclonet socia·
es; si las funciones -religiosas, mágicas, legales, económicas, etc.- de las clases teté-
meas, de las clases exógamas y de otras divisiones fueran conocidas y pudieran ser
;emparadas con las funciones de la familia individual, se verla cómo cada una de esas
nstituclones ocupa un lugar definido en la organización social y desempeña un papel
leterminado en la vida de la comunidad. Tal conocimiento nos ofrecerla una base finne
;¡ara ulteriores especulaciones.
En las investigaciones precedentes hemos omitido este aspecto del problema en parte
por no aumentar más aún el volumen de esta monograffa, pero sobre todo para poder
desarrollar más claramente los rasgos de la institución dcacrita [M.u.J:NOWSKI, 1913a,
página 303].
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Antropología social británica 477
al funcionalismo estructural de Radcliffe-Brown; véase BRADSHAW-MoRRBN,
1966).
Por 10 que puedo ver, el profesor Radcliffe-Brown sigue desarrollando y profundizando
en las ideas de la escuela socíolégíca francesa. De esa forma tiene que descuidar al indi-
viduo y olvidarse de la biología.
Más definitivamente quizá que en ningún otro aspecto, en 10 que el funcionalismo
se diferencia de las otras teorías socíotégícas es en su concepción y definición del indio
viduo. El fuacícnalísta no se limita a incluir en sus análisis los aspectos emocionales e
intelectuales de los procesos mentales, sino que insiste además en que nuestros análisis
de la cultura tensan presente al hombre en toda su realidad biológica. Las necesidades
corporales y las influencias del medió ambiente deben así ser estudiadas las unas al
lado de las otras [MALINOWSKI, 1939, p. 939].
Nos resulta imposible imaginar los primeros comienzos de la cultura sin, por lo menOl,
dos agrupamientos sociales, la familia y la horda [ibidem, p, 227],
La desigualdad en la riqueza, en la distribución de los bienes valiosos, de los privilegio.
y de los placeres comienza en la evolución humana con la primera aparición de 1&
guerra [ibidem, p, 194].
Sólo gradualmente emerge en la tribu una autoridad centralizada como la del consejo
de ancianos [ibidem, p. 234].
Las primeras formas de usar la riqueza como poder están relacionadas con la magia
y con la religión [ibidem, p. 247],
En todos los argumentos evolucionistas es aplicable el principio de la supervivencia de
la constitución cultural más apta [.. J Si quisiéramos imaginar una cultura primitiva en la
que las técnicas de encender fuego, tallar la piedra y recoger los alimentos, etc., se hu-
bieran convertido en monopolio de un linaje o de unos pocos linajes [ ...] una cultura asl
desaparecería en el transcurso de un par de generaciones [ibidem, p. 2381.
La base primaria del ritual es la atribución de valor ritual a los objetos y a las ocasio-
nes, que son, o bien en sí mismos objetos de interés común que vinculan entre si a las
personas de una comunidad, o bien simbólicamente representativos de objetos como
ésos [ibidem, p. 1511.
Entre 1929 Y 1943 Malinowski publicó unos catorce artículos sobre el cam-
bio cultural. PhyIlis Kaberry ordenó las ideas en ellos defendidas y después
de la muerte de Malinowski las publicó junto con otros materiales inéditos
bajo el título de The dynamics ot culture change (1945). Aunque en el mo-
mento de su publicación su punto de vista puede haber parecido osado, re-
trospectivamente es fácil advertir que lleva una pesada carga de conserva-
durismo si es que no de irrealidad. La esencia de la teor-ía de Malinowski
es que los europeos y los africanos están implicados en un toma y daca
que debe equilibrarse con el desarrollo de «medidas comunes» o de como
promísos en «tareas de interés común» (1945, p. 72). Para evaluar las posi-
bilidades de esos ajustes pacíficos y mutuamente beneficiosos, el antropólogo
está obligado a prestar su contribución científica a los administradores co-
loniales, examinando todo el contexto cultural de las instituciones y de las
alternativas africanas y europeas. El antropólogo debe asumir la tarea de
realizar ese análisis, haciendo un esfuerzo. especial por no ocultar hecho
alguno relativo a la omisión, por parte de los europeos, de dar a los africa-
nos tanto como han tomado de ellos, pero teniendo buen cuidado a la vez
de no sucumbir «a un estallido de indignación pro-nativa» (ibídem, p. 58).
La moderación, el compromiso y el decoro de la función pública: ésas tie-
nen que ser las bases éticas del candidato a «antropólogo práctico».
El etnógrafo que ha estudiado el contacto cultural y ha medido sus fuerzas activas, sus
potencialidades y sus riesgos, tiene el derecho y el deber de formular sus conclusiones
de tal manera que puedan ser seriamente consideradas por aquellos que dirigen la polí-
tica y por aquellos que la llevan a la práctica. Tiene también el deber de hablar como
482 Marvin Harrl.s
abogado de los nativos. Pero de ahí no puede pasar. Las decisiones y el manejo práctico
de los asuntos quedan fuera de su competencia. Su deber primario es presentar los
hechos, desarrollar conceptos válidos en teoría y útiles en la práctica, destruir ficciones
y frases vacías y de esa forma sacar a la luz las fuerzas y los factores que son relevan.
tes y que efectivamente actúan. A través del estudio comparativo puede descubrir y defi·
nir el factor común en las intenciones europeas y en las respuestas africanas. Puede reve-
lar las causas de desajuste. Unas veces encontrará que éstas radican en un verdadero
conflicto intrínseco de intereses; otras proceden de una defectuosa evaluación de las rea-
lidades africanas; otras más de incomprensiones casi fortuitas [ ...] El conocimiento confie-
re previsión, y la previsión resulta indispensable para el hombre de Estado y para el admi·
nistrador local, para el especialista en educación, para el trabajador social y para el
misionero. El descubrimiento de las tendencias a largo término, la capacidad de prever
y predecir el futuro a la luz de un pleno conocimiento de todos los factores implicados,
el consejo competente en cuestiones concretas, todas éstas son tareas del etnó¡rafo como
experto práctico en situaciones de contacto.
Tal vez la reacción de Kroeber (p. 286) contra la conexión que Gregg y
Williams denunciaban entre funcionalismo y política conservadora, pecara
de una estimación algo exagerada de su propia virtud. Después de todo, era
el propio Malinowski quien había escrito, en un contexto diferente mas no
enteramente alejado del colonialismo: ..La antropología funcional es, pues,
una ciencia esencialmente conservadora» (1930a, p. 168). Irónicamente, los
errores fundamentales de Malinowski en relación con la teoría del cambio
reflejan la propensión en él oculta al evolucionismo frazeriano. Yo me in-
clinaría a decir que Malinowski nunca alcanzó totalmente la capacidad de
distinguir entre el nativo como primitivo en un orden evolucionista y el
nativo como primitivo en un orden colonial euroamericano. Incluso en sus
monografías trobriand es evidente la ausencia de esta distinción, y su omi-
sión en Africa podía inducirle a desastrosos errores. En cualquier caso, te-
nemos una clara afirmación que Malinowski hizo en el momento mismo en
que empezaba a ocuparse de la antropología práctica y que resulta muy di-
fícil de olvidar:
El valor práctico deuna teor-ía como ésta [el funcionalismo) es el demostrarnos la im-
portancia relativa delas diversas costumbres, la forma en que se ensamblan, cómo han
de ser tratadas por los misioneros, por las autoridades coloniales y por aquellos que
tienen la misión de explotar económicamente el comercio y el trabajo de los salvajes
[MALINOWSKI, 1927b, pp. 40-41].
con una facilidad comparativamente asombrosa, con muy poca resistencia y con WII
rapidez que resulta increíble para Quien, como yo, fue educado como miembro de una
minoría así en Europa [ .. 1 La principal razón para esto, aunque no la única, puesto que
además hay otras, es que en los Estados Unidos se les ofrecen, todo a lo largo del ca-
mino, sustanciales ventajas económicas, políticas y sociales lo que en modo alguno era el
caso [en Polonia] bajo el gobierno ruso o prusiano [MALINOWSKI, 1945, p. 56].
Mas si ello era así, entonces parece que el primer requisito de cualquier
teoría del cambio cultural que tuviera que aplicarse a Africa sería el de
evaluar la probabilidad de que a los africanos se les «ofrecieran» ventajas
sociales, políticas y económicas sustanciales. O tal vez, planteándoselo de
una forma más ambiciosa, preguntarse cuáles son en general las condicio-
nes en las que resulta probable que se hagan ofertas de ese tipo. O todavía
más al caso: ¿qué condiciones han tenido que aguantar los pueblos colonia-
les y otros grupos minoritarios esperando durante decenios, e incluso duo
rante siglos, ventajas que nunca llegarán?
En este paraíso de los Mares del Sur que él conocía con los ojos, los oídos
y la mente del nativo, Malinowski trató de enfrentarse con Marx de una
manera muy parecida a como lo había hecho con Freud. Mas la paradoja
resulta evidente: la perspectiva emic resulta esencial para cualquier comen-
tario psicoanalítico, mas en modo alguno constituye una preparación ade-
cuada para enfrentarse con las cuestiones planteadas por Marx. Fue así
cómo el material trobriand reunido por Malinowski pasó a sumarse a la
larga lista de ataques antropológicos contra ese espantajo llamado «hombre
económico», Los detenninistas económicos, asegura la leyenda, tratan al
hombre como si éste estuviera motivado exclusivamente por el cálculo ra-
cionalista de su propio interés. Mas la etnología demuestra que incluso los
salvajes tienen sus ideales, sus valores y son capaces de sacrificar su propio
interés y de diferir su gratificación. En consecuencia, la prioridad que al-
gunos quieren dar en la historia a los factores económicos es patentemente
falsa.
Todo en The argonauts va encaminado de hecho a esta demostración.
A lo largo de todo el libro se suceden numerosos estallidos de indignación
contra el «hombre económico», cualquiera de los cuales podría ilustrar nues-
tro argumento. Mas es en el último capítulo, en la discusión sobre el sen-
tido del kula, donde se alcanzan las cotas más altas:
En uno o dos pasajes de los capítulos precedentes hemos hecho alguna digresI6n más
o menos detallada para criticar las ideas que sobre la naturaleza económica del hombre
primitivo sobreviven todavla en nuestros hábitos mentales y también en al¡unos libros
de texto: la concepción de un ser racional que no desea nada más que satisfacer sus
necesidades más simples y lo hace de acuerdo con el principio económico del mfnimo
esfuerzo. Este hombre económico siempre sabe exactamente dónde están sus Intereses
materiales y los sigue por el camino más recto. En el fondo de la llamada COncepclÓD
materialista de la historia hay una idea análoga de un ser humano que en todo lo que
planea y se propone no va movido más que por ventajas materlalcs de un tipo pura-
Antropologfa social briténíca 489
mente utilitario. Ahora. bien, yo quiero esperar que, cualquiera que pueda ser el sentido
del kula para la etnología, a la ciencia general de la cultura la ayude a disipar esas ru-
das concepciones racionalistas de la humanidad primitiva, y a los especuladores y a los
observadores les induzca a profundizar en el análisis de 106 hechos económicos [1922,
pá¡ina 316],
1, DEFINICIONES DB PlKE
n. DBPINICION DB aarc
Por lo menos dos defensores eminentes del enfoque emic han insistido en
establecer criterios desusados de verificación del contenido de verdad de
las proposiciones emic, criterios que en mi opinión son inaceptables. Según
Charles Frake (1964a, p. 112):
Una etnografía deberla ser una teoría de la conducta cultural en una sociedad dada, y
su adecuaclón tendrfa que evaluarse por la capacidad que un extrafio a esa cultura (que
puede ser el etnógrafo) puede adquirir para, usando las proposiciones de la etnografía
como instrucciones, anticipar acertadamente las escenas de esa sociedad. Digo _anticipar
acertadamente.. en vez de «predecír.. porque el hecho de que una proposición emo¡r&.
ftca no prediga correctamente no implica por necesidad inadecuaclón descriptiva, siempre
y cuando los miembros de la sociedad descrita queden tan sorprendidos por el fallo
como el propio etnógrafo. La prueba de la adecuación descriptiva debe estar referida
siempre a la interpretación que el informante hace de los acontecímíentos, y no simple-
mente a la ocurrencia de esos acontecimientos.
Una posición similar adopta Harold Conklin (1964, p. 26), que también
habla de «anticipación apropiada» en vez de predicción; mas coma ninguno
ha prestado atención al problema de cómo llevar a cabo esa operación, re>
sulta imposible tomarles a la vez literalmente y seriamente.
El segundo gran dominio de los estudios emíc es el que se ocupa del ené-
lisis de la conducta en términos de las intenciones, las motivaciones, los
objetivos, las actitudes, los pensamientos y los sentimientos de los miem-
bros de la cultura. Benjamin Cclby (1966, p. 3) ha vinculado explícitamente
esos fenómenos con la semántica formal y ha hecho de ello el objeto de la
«semántica etnográfica». «El objetivo último es la comprensión de las eva-
luaciones, las emociones y las creencias que quedan más allá del uso de la
pelabra.s Aunque Colby no trata el tema y rechaza específicamente la idea
de que Monis Opler y Ruth Benedict tengan importancia (ibídem, p. 28),
lo cierto es que éste es un mundo que tanto los psicólogos como los cíentí-
ficos sociales vienen estudiando habitualmente.
Dentro de la psicología hay dos tradiciones que divergen respecto al
tratamiento de estos fenómenos, divergencia que coincide en líneas genera-
les con la distinción emic-etlc de las ciencias sociales. Por un lado está el
enfoque que subraya la validez de las descripciones introspectivas y de los
informes verbales de los estados psicológicos internos; por el otro, el en-
foque representado por las principales escuelas neobehevíorístas de la teo-
na del aprendizaje, que evita sistemáticamente la dependencia de estados
o de disposiciones que no puedan definirse por medio de operaciones prac-
ticadas sobre los aspectos y condiciones externas del organismo estudiado.
Bn etnografía, el enfoque emic de las intenciones, los objetivos, las mo-
tivaciones, las actitudes, etc., se justifica por la suposición de que entre el
actor y el observador es el actor el más capacitado para conocer su propio
estado interior. Además, se supone que el acceso a la íntormecíón referente
al estado interno del actor es esencial para la comprensión de su conducta
y para la descripción adecuada de los acontecimientos en que él participa.
Bn la mayoría de los casos, estas suposiciones son totalmente expl1citas, y
en la postulación de la existencia de tales estados internos, los autores se
muestran tan generosos que no puede caber ninguna duda respecto a la
naturaleza emic de su investigación. Tal es ciertamente el caso cada vez
que un etnógrafo adopta la tradicional posición boasiana y piensa que si
hubiera sido educado como un miembro de la tribu X, sus descripciones
de las intenciones, los objetivos, las motivaciones, etc., serían mucho más
ricas gracias a su capacidad de pensar y de sentir como un miembro de
esa tribu.
La nueva etnografía 497
Hay algunas opciones que de una forma sutil anulan la distinción emíc-etic.
Por ejemplo. es un lugar común de la investigación y de la práctica psíco-
analítica el considerar que el actor es un mal observador de sus propios
estados internos. La tarea del analista consiste en penetrar detrás de las
fachadas, los símbolos y las otras defensas de los pensamientos y de los
sentimientos inconscientes de los que el actor no se da cuenta. Hasta aquí.
todo es etic: las afirmaciones del analista no quedan falsades, aunque se
demuestre que los contrastes que él establece no son significativos. ni tie-
nen sentido, ni son reales, ni resultan apropiados desde el punto de vista
del actor. Pero de todos modos esto parece conciliarse con la suposición
de que si el actor acepta que la descripción del analista sí corresponde a su
propio «verdadero» estado interno, entonces sí se ha logrado la verifica-
ción. Y, en esta medida, las descripciones psicoanalíticas son emic. Mas hay
que sefialar que tal aparente anulación de la distinción emic-etic lleva apa-
rejado un castigo bajo la forma de un bajo nivel de verificabilidad y un
status empírico dudoso. Es el mismo castigo que pagan siempre quienes
indiscriminadamente pasan repetidas veces de la estrategia emic a la etic
y viceversa.
Demos ahora una definición provisional de etíc. Las proposrcrones etic de-
penden de distinciones fenoménicas consideradas adecuadas por la comu-
nidad de los observadores cientificos. Las proposiciones etíc no pueden ser
falsadas por no ajustarse a las ideas de los actores sobre lo que es signi-
ficativo, real, tiene sentido o resulta apropiado. Las proposiciones etic que-
dan verificadas cuando varios observadores independientes, usando opera-
ciones similares, están de acuerdo en que un acontecimiento dado ha ocu-
rrido. Una etnografía realizada de acuerdo con principios etic es, pues, un
corpus de predicciones sobre la conducta de clases de personas. Los fa-
llos predictivos de ese corpus requieren o la refonnulación de las probe-
bilidades o la de la descripción en su conjunto.
La mejor manera de. clasificar las definiciones aquí propuestas será con-
templándolas en el contexto de alguno de los principales errores en que se
incurre con la distinción emic-etic.
XIII. ¿PUEDEN LOS PENO MENOS EMIC ESTUDIARSE DESDE UNA PERSPECTIVA I3TIC?
El enfoque etic, por definición, elude las premisas del enfoque emíc. Desde
un punto de vista etic, el universo de los sentidos, las intenciones, los ob-
jetivos, las motivaciones, resulta pues inalcanzable. Mas insistir en la sepa-
ración de los fenómenos emic y etic, y de 'las consiguientes estrategias de
investigación, no equivale a afinnar la mayor o menor realidad, o el status
científico más elevado o más bajo, de ninguno de ellos.
La nueva etnografía SOl
XIV. TANTO LOS DATOS EMIC COMO LOS ETIC PUEDEN ESTUDIARSE
INTERCULTURALMENTE
Tendría que ser obvio que los fenómenos emíc pueden ser estudiados ínter-
culturalmente. La cuestión de si las reglas de filiación patrilineal o la termí-
nología amaba de parentesco se presentan en diferentes sociedades, por sí
misma nada tiene que ver con la distribución emic-etic y sí. en cambio, con
el conjunto de criterios intersubjetivos de semejanza y diferencia. Unos
y otros fenómenos, los emic y los etic, pueden ser definidos con una abun-
dancia de detalle suficiente como para posibilitar las comparaciones inter-
culturales. Sin embargo, los capítulos precedentes demuestran que, por 10
general, la dedicación explícita y consciente al estudio del sentido interno y de
las complejidades psíquicas lleva aparejado un grado considerable de indife-
rencia ante la problemática de la explicación científica de las diferencias
y de las semejanzas socioculturales. En el caso de la nueva etnografía, la
estrategia de investigación dominante no parece preocuparse en absoluto de
si los criterios más estrictos de descripción de los fenómenos emic, cuyo
desarrollo está consumiendo una parte tan grande de los recursos de in-
vestigación y publicación, redundarán de algún modo en abrir nuevas pers-
pectivas al estudio de las regularidades sincrónicas y diacrónicas. Harold
Conklin (1964, p. 26), por ejemplo, ha señalado como criterios por los que
deben evaluarse las proposiciones etnográficas: 1) capacidad de anticipación;
2) posibilidad de prueba o repetición; 3) economía. Otros etnosemánticos se
han ocupado largamente de la cuestión de si sus modelos representan todo
lo ajustadamente que sería necesario la forma en que realmente piensan los
nativos (A. F. C. WALLACE, 1965; BURLlNG, 1964; HYMES, 1964a; ROMNEY y
D'ANDRADE, 1964). Mas pocos etnosemánticos, si es que alguno lo ha hecho,
se han planteado la cuestión de cómo distinguir las descripciones etnográ-
ficas importantes de las que no lo son. Con todo el debido respeto a la ne-
cesidad de que en una empresa científica común haya sitio para la más gran-
de variedad de intereses, lo que no puede decirse es que la exactitud, la
elegancia y la economía por sf solas basten para hacer importante una des-
cripción etnográfica. Los modelos etnográficos científicos valen el esfuerzo
que cuestan en la medida en que conectan con teorías que explican las se-
mejanzas y las diferencias diacrónicas y sincrónicas. Admitamos que no
siempre es posible saber de antemano si tal conexión se establecerá o cómo
se establecerá; mas en el caso de los estudios etnosemánticos hay bastan-
tes consideraciones adversas histéricamente demostradas, de las que quie-
nes se dedican a ellos no parecen tener conocimiento.
zar el capitán, sino a zonas más extensas. Una descripción etic del complejo
de la pesca incluye la descripción de las pautas de conducta del capitán al
maniobrar su barco, pero su actividad cuando otea el horizonte no tiene el
mismo sentido que adquiere en la descripción emic de la conducta real.
En lugar de aceptar la versión emic de la cultura real como una descrip-
ción adecuada de lo que se precisa para ser un buen capitán de un barco
de pesca, las categorizaciones etic abren una pista etnográfica totalmente
diferente. El análisis de la relación entre edad del capitán, volumen de cap-
turas y estabilidad de la tripulación revela que los hombres más jóvenes,
más activos y vigorosos, que no beban, que trabajen duro y que observen
un tipo de conducta «protestante» (una categoría eminentemente etíc. dado
que todos ellos son católicos), son los que más probabilidades tienen de
convertirse en buenos capitanes y de adquirir la reputación de avistar con
toda claridad las marcas de la tierra y de tener buena memoria para los
lugares del océano (KOTTAK, 1966, pp. 210 ss.).
La antropología cultural no superará fácilmente su herencia de etnogra-
ñas de la conducta real hechas de tal manera que pasan y vuelven a pasar
de las coordenadas emíc a las etic y a la inversa, de una for-ma inconsciente
e impredecible. Los efectos de la falta de atención a la distinción emic-etic
han resultado particularmente nocivos en la etnografía de los sistemas eco-
nómicos primitivos y campesinos en la que las descripciones de procesos
económicos esenciales han resultado oscurecidas y distorsionadas por las
descripciones emic de la conducta real. Un ejemplo clásico al que ya nos
hemos referido es la descripción que Malinowski hace del kula (véanse pá-
ginas 487 s.).
Tan pronto como uno sugiere que la opción de investigación etic merece
especial atención, de inmediato se alzan voces acusándole de proponer que
se acabe de una vez con todos los estudios de intenciones, objetivos y do-
minios semánticos. Incluso si una propuesta así representara alguna ven-
taja. resulta difícil imaginar que tal cosa pudiera ocurrir en el contexto de
los intereses que el establishment de la investigación tiene invertidos en
temas emic. Pero además es que una estrategia de investigación dedicada
exclusivamente a fenómenos etíc tampoco tendría ninguna ventaja. Toda la
razón de insistir en la necesidad de los estudios etic no es otra sino la de
que uno desea explicar el universo emic al que como actores de nuestra
propia cultura estamos irremediablemente ligados. En realidad, el riesgo es
más bien el inverso. Si hay peligro de un imperialismo en el interior de la
disciplina por el que una estrategia niegue deliberadamente la validez de
las opciones de investigación alternativas, es claro que es el enfoque etic
el que ha sufrido los ataques de manifiestos programáticos extremistas. Re-
cordemos que Sapir declaró que era imposible describir los acontecimientos
de la conducta en un lenguaje etíc. Las declaraciones de Frake (1964b) y
Sturtevant (1964), de que luego nos ocuparemos, son simplemente las últi-
504 Marvin Harris
tra teorla afirmamos que la indeterminación reside en los datos, en la estructura y que
cualquier intento arbitrario de forzar una decisión, en uno u otro sentido, en algunos
casos hace violencia a la estructura en lugar de clarificarla.
Pero Henri Junod (1913), que había estudiado a los bathonga sesenta años
antes, ya había recogido cuatro términos alternativos para el hijo del her-
mano de la madre: makwabu (hermano), nwana (hijo) (1912, p. 220), kokwa-
na (abuelo), maíume (hermano de la madre) (ibídem, p. 229). Lo que yo
encontré en mis «informantes mal informados» fue una medida todavía
mayor de confusión. Así, mientras Junod atribuía la sustitución de kokwa-
na por malume: a diferencias dialectales, yo no hacia más que encontrarme
con gentes que insistían en que tanto kokwana como malume eran correc-
tas. Ahora bien. esas separaciones del sistema omaha son precisamente el
tipo de diferencias que I.,.ounsbury (1964, p. 354) considera que justifican
y requieren el establecimiento de subtipos separados de las terminologías
crow y amaba. Tal vez esas variaciones puedan considerarse como diferencias
subculturales o dialectales que se presentan dentro de cabezas diferentes.
Mas, por otro lado, es igualmente plausible que esas variaciones coexistan
dentro de una misma cabeza. De hecho, eso es lo que ocurre con muchos
bathonga en la situación actual. Si ése es el caso, entonces una etnografía
adecuada tendrá que expresar la ambigüedad del sistema, y la tendrá que
expresar estadísticamente.
La manera en que los fonnalistas emíc se han enfrentado con este pro-
blema en el tratamiento de la tenninología americana del parentesco resulta
poco tranquilizadora. Goodenough habla de su «dialecto» como una for-ma
de descontar el hecho de que eu comprensión del uso de la terminología
del parentesco puede no corresponder a la mía. Es probable que con esta
maniobra ya se escapen varios focos importantes de ambigüedad funcional
en el cálculo cognitivo americano del parentesco. Por ejemplo, yo dudo mu-
cho de que el que Goodenough (1965a, p. 206) use «my [írst cousin» tanto para
Pa Pa Pa Sb Ch como para Pa Sb Ch Ch Ch y para Pa Sb Ch sea simple-
mente una variación dialectal o subcultural. ¿Es un principio cognitivo válido
del parentesco americano el que «tirst cousin» no tenga que ser incluido en el
corpus básico de términos de parentesco por no ser un lexema? Goodenough
afirma que él resulta representativo de un gran número de americanos en
su creencia de que a la pregunta «ls he your brother?» se puede contestar
..Yes, he is my half brother», pero no se puede contestar «No, he is my half
brother.. (ibidem, p 265). Tales convicciones enmascaran el hecho de que
muchos americanos tropiezan con díflcultades a la hora de aplicar térrnínos
de parentesco a personas emparentadas, pero que quedan fuera del peque-
ño circulo de tipos de parientes con quienes mantienen habitualmente im-
portantes transacciones ene. A este respecto, Schneider (1965a), que enfoca
la cuestión del parentesco americano con una perspectiva más generosamen-
te funcional, habla de ..límites difuminados y principios evanescentes» (ibi-
dem, p. 291), mas sin extraer las consecuencias de esa evanescencia para
una estrategia que es incapaz de incorporar la ambigüedad.
Las suposiciones de Goodenough tendrían que ser sometidas a la prueba
estadística, obteniendo las respuestas de muestras de azar de la población
en condiciones normalizadas. Esto es especialmente cierto por lo que se
refiere a algunos de los temas básicos que se supone subyacen a la construc-
ción de la rejilla componencia1. Por ejemplo, se" pretende que un marido
508 Marvin Harris
una nota explicativa sobre «The mathematics of American cousinshlp.. en- una reciente
edición de los Kroeber AnthropologicaJ Society Papers (Roark, 1961), cuya Intención es
explícitamente la de resolver la frecuente ambigüedad y la falta de un conocimiento co-
mún entre los antropólogos americanos en lo referente a los pasos que se han de dar
para computar los grados de los primos en inglés [1964, p. 34].
Hay que esperar que las sugerencias de Hymes para situar el estudio de
la conducta verbal en un contexto funcional más realista y más amplio re-
clban la atención que merecen. Mientras tanto, el fracaso de los etnólogos
americanos en llegar a un acuerdo en el análisis de su propia terminología
nativa, sumado a la evidente propensión de los etnoseméntícoe a aceptar
la autoridad cognitiva del informante bien informado y a su evidente inca-
pacidad para incorporar a sus teorías la posibilidad de la ambigUedad fun-
cional, sugiere que la etnosemántica debe adoptar una posición más crítica
ante sus propias suposiciones básicas. Los brillantes esfuerzos desperdicia-
dos en colocar al primo segundo, al hermanastro y al biznieto en un único
espacio semántico paradigmático redundan en una grave distorsión de los
datos emic. Por 10 menos, las dificultades y las insuficiencias del tratamien-
to de la terminología americana constituyen una finne base para el escep-
ticismo frente a los intentos de introducir en el estudio de los principales
sistemas tenninológicos los numerosos refinamientos que sólo son posibles
a costa de mezclar por la fuerza revueltos en un solo sistema ténninos para
tipos de parientes que representan todos los matices pensables de la ambi-
güedad y de la importancia psicológica y social.
Mas la antropología social y cultural tiene una misión científica más amo
plia que el simple estudio de lo que la gente dice que dirá. Queda aún la
cuestión de lo que la gente dice que hará, y la de la relación entre eso que
dice y lo que efectivamente, históricamente, hace.
Ahora bien, cualesquiera dudas que puedan existir relativas a la ade-
cuacién del modelo lingüístico para la conducta verbal, resulta obvio que
la aplicación de ese mismo modelo a la conducta real todavía es más pro-
blemática. Pruebas, tanto lógicas corno empíricas, de muy diversas proce-
dencias y culturas demuestran hasta la saciedad que las reglas emic de
conducta constituyen una guía totalmente indigna de confianza para enten-
der o predecir los acontecimientos históricos y las regularidades etíc en los
subsistemas económico, social y político. Si se le dejara rienda suelta, la
tendencia a escribir etnografías según las reglas emic de conducta terminarla
por producir involuntarias parodias de la condición humana. Aplicada a
nuestra propia cultura, describiría una forma de vida en la que los hombres
se quitan el sombrero al pasar junto a las mujeres, los jóvenes ceden el
asiento a los viejos en los transportes públicos, apenas hay madres solteras,
los ciudadanos ayudan voluntariamente a los guardianes de la ley, el chicle
no se pega nunca debajo de las mesas, los técnicos de televisión reparan
los televisores, los hijos respetan a sus ancianos padres, ricos y pobres re.
ciben igual tratamiento médico, todo el mundo paga sus impuestos,todos
los hombres nacen iguales y los presupuestos del ejército no sirven más
La nueva etnogra'fúl 511
padre del padre del padre del padre se usa el mismo término que
para el hermano mayor y probablemente para el hijo del hijo del hijo del
hijo se emplea el término del hermano menor. Sobre la base de esta ter-
minología no puede concluirse que existieran clanes matrilineales o matrflc-
cales, aunque se ha de admitir que tampoco parece una prueba tan decisiva
de la existencia de los pretendidos principios patrilineales y patrilocales.
Hay toda clase de razones para rechazar la validez de Malekula como ejem-
plo negativo de la correlación en cuestión. Los vecinos newun, con los que
los seniang se casan y que reconocen la filiación en patriclanes localizados,
clasifican a la hermana del padre junto con la hija de la hermana
del padre, pero además para la madre usan un término con la mis-
ma raíz. Esa clasificación de la madre, la hermana del padre y la
hija de la hermana del padre bajo un mismo término se repite en muchos
otros grupos de Malekula, incluidos los lambumbu (DEACON, 1934, pá.
gina 98), los senbarei tíbíáem, p. 121), los uripiv (ibidem, p. 124), nesan,
uerik, bangasa y niviar (ibídem, p. 125) Este es un rasgo que nada tiene de
crow y que ciertamente no está previsto en los subtipos de Lounsbury. Hay
que mencionar que entre los pueblos del norte, lambumbu (ibídem, p. 101)
Y lagalag (ibidem, p. 110), aparecen inesperadamente huellas ciaras de doble
filiación, aunque en ningún lugar disponemos de una descripción confiable
sobre las relaciones con los parientes rnatrilineales. Tanto Deacon como
Wedgwood estaban convencidos de que Malekula había sido invadida por
una sucesión de diferentes culturas. de las que las últimas eran vígoroee-
mente patrilineales. La medida en que esto pueda haber oscurecido la obser-
vación de verdaderas agrupaciones matrilineales entre los semiang no se
puede establecer. Igualmente dudosa, visto el naufragio cultural con que
tenía que trabajar, es la capacidad de Deacon para haber obtenido informa-
ción de esa naturaleza, incluso si se le hubiera ocurrido que, dada la im-
portancia de las tendencias patrilineales que él atribuía a toda la isla, la
terminología crow de los primos requería especial atención. De cualquier
modo, un extremo sí queda claro: que tampoco éste es un buen ejemplo
de nada.
Por otra parte, aunque David Schneider (1965c, p. 38) contrapone la po-
sición de Radcliffe-Brown en el estudio de la estructura social a la posición
de Needham, Lévi-Strauss y Homans, la herencia común que tanto los fun-
cíonalistas estructurales como los estructuralistas tienen de Durkheim mar-
ca a ambos grupos con una tendencia erníc. La dedicación dominante de
los antropólogos sociales británicos al análisis de la filiación, la afinidad,
la descendencia, la alianza prescríptíva y preferencial, basta para dejar es-
tablecido el carácter emic de sus intereses de investigación. Por otro lado,
como ya vimos, Lévi.Strauss y Needham han elevado la idea de Durkheim
de las «representaciones colectivas .. a las más puras cumbres del mentalis-
mo. Como Schneider señala, para Needham hasta la cuestión del orden
social es una cuestión de congruencia lógica y simbólica. Aunque Needham
escriba sobre grupos «pragmáticamente distintos .., «pragmáticamente.. sólo
tiene sentido si significa «conceptualmente distintos .., y esto a su vez sólo
puede significar que un nativo hablará de ello. La ficción de una ficción de
la imaginación de un nativo bastará (ibidem, p. 39).
xismo zen» (véanse pp. 443 ss.). Para Lévi-Strauss, como para los emosemén-
tícos. el modelo de todo análisis cultural debería ser un modelo lingüístico
casi matemático: «Del lenguaje puede decirse que es una condición de la
cultura, porque el material del que el lenguaje está hecho es del mismo tipo
que el material del que está hecha toda la cultura: relaciones lógicas, oposi-
ciones, correlaciones, etc.» (UVI·STRAUSS, 1963a, p. 68). Esta opinión tiene su
paralelo exacto en la imagen que Frake se hace de la etnografía:
[... ] la lini\iística descriptiva no es más que un caso especial de etnografía, ya que su
campo de estudio, los mensajes verbales son parte integrante de un campo mayor de
actos y artefactos socialmente interpretables. Es de todo este campo de mensajes, ín-
cluida el habla, de lo que se oeupa el etnógrafo. El etnógrafo, como el lingüista, trata
de describir un conjunto infinito de mensajes diversos, como manifestaciones de un
código finito, código que es un conjunto de reglas para la construcción e interpretación
de mensajes sociahnente aprobados [19Mb, p. 133].
El gran problema de una ciencia del hombre es el de cómo pasar del mundo objetivo
de la materialidad, con su variabilidad infinita, al mundo subjetivo de la forma tal como
éste existe en lo que por falta de un término mejor, tenemos que llamar los espíritus
de nuestros congéneres humanos l.. ] En mi opinión, la lingüística estructural nos ha hecho
conscientes por lo menos de la naturaleza de ese mundo, y se ha esforzado por conver-
tir esa conciencia en un método sistemático [1964a, p. 39J.
merosos puntos. Los cerdos tienen que ser alimentados con batatas de baja
calidad. Pero a medida que la población porcina va aumentando, los cerdos
van requiriendo cada vez más cantidad del trabajo que se invierte en la
producción de la batata. Ninguna regla entre los maring dice que los cero
dos tengan que multiplicarse hasta un punto en el que se conviertan en
una amenaza para la ración calórica humana. Mas sin especificar las regu-
laridades etic cíclicas en la proporción entre cerdos, personas y tierras de
cultivo, no es posible describir adecuadamente (es decir, no es posible des-
cribir estableciendo una conexión con un corpus de teoría diacrónica y sin-
crónica) la etnografía de la guerra y de los banquetes maring.
Entre los etnoseméntícos. Frake ha llegado a intentar estudiar la inter-
acción entre un grupo humano y su hábitat en términos primariamente emic.
Señalando que entre los subanum no existe ninguna regla explícita que pue-
dar dar cuenta de sus pautas de poblamiento, Frake se dispone a deri-
var una regla implícita, producto de la intersección de un cierto número de
«principios totalmente explícitos sobre las relaciones deseables entre casas
y campos» (Ibídem, p. 56). Frake presenta su análisis como una propuesta
metodológica y por eso parte de tomar como datos los principales rasgos
del sistema agrícola, mas asegurándonos que esos datos, por ejemplo, el
que todos los años se hagan nuevas rozas, podrían obtenerse también ree-
lizando un cálculo de decisiones individuales émicamente motivadas. A con-
tinuación ofrece las tres reglas emic con las que se puede lograr una eex-
pltcacíóns vemíc de las pautas de poblamiento: mínimo número de límites
con la vegetación silvestre, mínima distancia de la casa al campo de cultivo
y máxima distancia de una casa a otra casa (ibidem, p. 56 s.). Mas estas
reglas, incluso añadiéndoles los datos de grupos de trabajo no mayores que
la familia nuclear y del desplazamiento anual de la ubicación del campo
en que se invierte más trabajo, son manifiestamente incapaces de predecir
(que no es lo mismo que explicar) la distribución espacial de las casas de
Subanum. Incluso si todos los habitantes aplicaran a la vez las mismas re-
glas, sería imposible que todos obtuvieran los mismos resultados en térmi-
nos de tamaño de la unidad doméstica, tamaño de las parcelas y productíví-
dad de las parcelas. En algún momento, las regfas emíc deben enfrentarse
a la realidad etie de cuánto se produce en unas condiciones tecaoeconómí-
cas dadas, Por muchas otras cosas que se puedan tomar en consideración,
resulta evidente que los rendimientos decrecientes por cantidad de trabajo
invertido tienen que tener una importancia eminente en la fórmula etic
que gobierna los cambios de residencia de los agricultores de rozas. Resulta
sintomático del mentalismo y del formalismo de los etnosemánticos el que
Frake no describa las pautas electivas de dispersión de las casas. La des-
crípcíón de una pauta asf, que nos infonnara de la estabilidad o del cambio
a largo término en relación con el tamaño de la población y con los factores
de producción, valdría por un millar de- reglas emic. Las pautas de poble-
miento de Subanum, una característica distribución de las gentes en una
determinada porción de la tierra, son un artefacto cultural. Y no es nece-
sario, y además ea.imposíble, derivar esas pautas sólo de los principios emíc,
La nueva etnografía 523
explicitas o implícitos, por los que los subanum piensan que se gobiernan
sus vidas.
En el nordeste del Brasil, los padres de familias campesinas aceptan
las reglas, vigentes en todo el Brasil, que subrayan la importancia del pa-
rentesco y del compadrazgo. El tamaño de la familia, sumados los parien-
tes que forman la unidad doméstica y la red total efectiva de la parentela,
varía de unos quince o veinte a más de un centenar, según la clase. En los
poblados son los campesinos que mayor éxito económico han tenido los que
tienen más parientes. Mas a diferencia de 10 que ocurre con sus análogos
en las clases altas metropolitanas, el círculo de parientes que rodea a esos
campesinos está dedicado a consumir su riqueza en vez de ayudarle a con-
solidarla. Es un hecho cultural que la presión que se ejerce sobre el cam-
pesino brasileño para moverle a ampliar su familia reduce sus posibilida-
des de movilidad ascendente. Mas yo desafío a los etnosemánticos a que
encuentren la regla ernic que vincula las familias numerosas y el rnantení-
miento de la pobreza. El problema se puede formular en términos mas
amplios: ¿es la pobreza de las masas campesinas del mundo un artefacto
cultural? Si lo es, y resulta difícil pensar que alguien pudiera negarlo, ¿he-
mos de imaginar que esa pobreza es el resultado de un conjunto de reglas
emic a las que los pobres se aferran obstinadamente?
Sin dejar de señalar que los logros de Lowie representan un gran ade.
lanto frente a las «brillantes ilusiones» de Margan, Kroeber lamenta, a pe-
sar de todo, «que la honestidad [del método de Lowie] no le permita que
su pulso se acelere ante la visión de empresas de más alcance» (ibidem, pé-
gina 380). Algunos años más tarde, Sapir, que siempre se oponía al interés
de Kroeber por los determinismos fundamentales, hizo públicas similares
manifestaciones de descontento:
Pero la antropología no puede seguir ignorando hechos tan a"sombrosos como el desarro-
llo independiente de los clanes en diferentes partes del mundo, la extendida tendencia
a la formación de sociedades religiosas y ceremoniales, el desarrollo de castas ocupacio-
nales, la atribución de símbolos difcrenciadores a las unidades sociales y muchos otros
más. Esas clases de fenómenos son demasiado importantes como para que no tengan una
significación profunda [SAPIR, 1927, p. 204l.
n. MATERIALISMO EN YALE
Los archivos, como todas las muestras etnográficas similares, tropiezan con
toda clase de dificultades al establecer los limites de los sistemas socio-
culturales independientes. Puede que algunas de las culturas que figuran en
la muestra corno unidades tuvieran en realidad que estudiarse cada una
como varios sistemas socioculturales separados, mientras que otras cultu-
ras que se incluyen separadamente quedarían subsumidas en una sola.
El estudio estadístico 533
Por otra parte está la célebre cuestión, planteada por primera vez por
sir Francia GaIton, de cómo distinguir las correlaciones que son producto
de una influencia nomo tétíca de aquellas otras que son producto de la di-
fusión. Es interesante señalar que fue esta cuestión la que impidió que
Boas, interesado por la estadística, adoptara el método de Tylor, que ini-
cialmente le había entusiasmado (LOWIE, 1946, p. 227).
Desde 1961, Raoul Naroll (1969; original, 1964) y Naroll y D'Andrade (1963)
han propuesto un total de cinco soluciones al problema que desconcertó a
GaIton. Tales soluciones implican el establecimiento de arcos de culturas
contiguas que se extienden sobre cientos y preferiblemente sobre miles de
millas, recurriéndose a varios artificios matemáticos para eliminar los pro-
bables efectos del contacto.
Murdock (1957, p. 193) ha defendido convincentemente el punto de vista
que minimiza los efectos de la difusión, coincidiendo en su postura con Ste-
ward y con los otros críticos de los difusionistas y de los particularistas
históricos:
El mero hecho de la relación histórica no incomoda al autor. pues hoy parece clara la
evidencia de que las sociedades toman las unas de las otras, igual que si los inventaran
por si mismas, aquellos elementos culturales de que tienen necesidad y que son por lo
menos razonablemente coherentes con sus usos preexistentes; y que tanto esos elemen-
tos prestados como los inventados y los tradicionales están sometidos a un continuo
proceso de modificaciones interpretativas que conducen a la emergencia de nuevas con-
figuraciones independientes. La difusión no es argumento en contra de la independencia
de dos culturas más que cuando se ha producido en fecha demasiado reciente para que
el proceso integrativo haya seguido su curso.
datos de por lo menos dos períodos temporales por cultura (1966, pp. 168 s.),
una exigencia que parece difícil de conciliar con la necesidad de exhausti-
vidad.
Esta defensa del método comparativo, con la que todos los que aspiran
a llegar a formulaciones de rango nomotétíco tienen que estar de acuerdo,
no elimina las dificultades técnicas que van aparejadas al estudio estadísti-
co comparativo. Hasta el momento en que el método que estamos conside-
rando se acerque más a su modelo ideal. hay una conclusión que deben re-
cordar claramente quienes están trabajando con éste que dista mucho de
ser perfecto: las comparaciones estadísticas interculturales pueden y de he-
cho deben ser usadas como complemento de otros modelos de generar y so-
meter a prueba las hipótesis. mas no se pueden usar solas y ni siquiera se
pueden usar cama fuentes primarias de proposiciones nomotétíces.
to, puesto que obviamente, también hay que decirlo, tampoco se trata sim-
plemente de correlacionar cualesquiera dos variables que se suelan presentar
secuencialmente (véase BLALOCK, 1961, pp. 19 ss.). Mas para la presente dis-
cusión basta con que nos demos cuenta de por qué son necesarias opera-
ciones lógico-empíricas adicionales antes que las comparaciones estadísticas
interculturales sincrónicas puedan contribuir al avance de nuestros cono-
cimientos. Quizá sea todavía más importante que nos demos cuenta de que
la mera multiplicación de los estudios de correlación, como las 20.000 co-
rrelaciones que Robert Textor ha calculado con ayuda de una computadora,
puede en realidad convertirse en el equivalente de proyectar una película
desde el final hasta el principio, y, en consecuencia, multiplicar nuestra
ignorancia y nuestra confusión en la misma proporción en que se multipli-
can las correlaciones.
No sería justo achacar a Murdock falta de interés por separar las variables
causales de las predícrívas. De hecho, la teoría de Murdock sobre los deter-
minantes de los grupos de parentesco y de las terminologías de parentesco
debe ser considerada como el más importante adelanto nomotético que se
ha hecho en el estudio de la organización social desde los Systems ot con-
sanguinity and aflinity 01 the human family, de Margan (1870). Pero la es-
tructura metodológica de la contribución de Murdock queda oscurecida por
el espejismo de sus tablas estadísticas y por su evitación ritual de las con-
secuencias de sus propias premisas causales.
Si nos fiáramos de la estructura manifiesta de la presentación de Mur-
dock tendríamos que creer que los 27 teoremas relativos a los «determinan,
tes de la terminología de parentesco» son enunciados para probar un pos-
tulado único que recibe expresión formal en los siguientes términos:
Postulado l. Los parientes de los dos tipos tienden a ser llamados con los mismos tér-
minos de parentesco, y no con términos diferentes, en proporción inversa al número y a
ia eficacia relativa de: al las distinciones inherentes entre ellos, y b) los díferenctadores
sociales que les afectan; y en proporción directa al número y a la eficacia relativa de
los igualadores sociales que les afectan.
Pero lo que más interés tiene es que se nos dice explícitamente que los
«cambios adaptativos» en la terminología del parentesco descritos en los
27 teoremas se producen después de que comienzan los cambios de residen-
cia. y, sin embargo, esta afirmación de extremada importancia causal no
pasa en todo el libro del rango de un «supuesto» (ibidem, pp. 137 Y 221). Lo
que nos gustaría saber de una vez es por qué este supuesto, en el que Mur-
dock basa todo su tratamiento ulterior de la «evolución de la organización
socia¡", no se convierte él mismo en objeto de un estudio intensivo.
Como Keller reconoce abiertamente (véase p. 527), este supuesto le
compromete a uno con la estrategia del materialismo cultural. Aplicado a
la terminología del parentesco y a las reglas de residencia, exigiría el estudio
de las causas tecnoecclógicas y tecnoeconómicas de los cambios de resi-
dencia. Pero la estrategia que en realidad aplica Mur-dock es sumamente
ambigua. Por un lado, se erige en representante del enfoque estadístico,
fuerte; pero por el otro, desconecta cuidadosamente sus supuestos determi-
nistas de todas las teorías deterministas de la historia. Aunque a la vista
de su supuesto duodécimo y de otras conclusiones vinculadas a su estudio
de los sistemas de parentesco parece imposible que pueda lograr esto, sí
que lo logra gracias a lo que me gustaría llamar «los milagros del principio
de las posibilidades limitadas», extraordinaria doctrina que ahora va a ceno
trar nuestra atención.
gndo, del mismo grosor en toda su longitud o no; y puede tnmbiun estar hecho de más
UoO un material. Ahora bien, de acuerdo con las condiciones [OL':1lt:~ o con el azar, la ma-
yoría de esas formas y materiales pueden haber vide usados en los remos en un mo-
mento u otro, y una gran variedad de ellos se seguirán usando en caso de necesidad [.,,]
pero si lo Que uno QUÍo.'fL' es un buen remo. e indudahlumcntc e-sto es lo Que uno Quiere,
el resultado final viene limitado por las condiciones de uso l. ] Esas limitaciones son tan
drásticas Que todo remo es, enfáticamente un remo, y tiene numerosos puntos de seme-
janza con todos los remos [1942, p. 124J.
coherentes entre si de tal forma que esas combinaciones representan estados de equill-
brio ha-ia los que las otras combinaciones tienden a gravitar con el paso del tiempo
[ibidem].
Para que, frente al trabajo de toda su vida, Murdock concluya que la evo-
lución opera «de una manera fortuita, no predecible ni predeterminada»
(1959, p. 131), hay que pensar que debe tener una abrumadora montaña de
pruebas en favor de las tesis del particularismo histórico. De hecho, esto
es lo que afirma en Social structure: «Efectivamente, las formas de orga-
nización social parecen mostrar una sorprendente falta de correlación con
los niveles o los tipos de tecnología. economía, derechos de propiedad, es-
tructura de clases e integración política» (1949, p. 187). Pero ¿qué tipo de
pruebas presenta para justificar esta extravagante afirmación, tan claramen-
te refutada por Sumner y Keller, por Hobhcuse, Wheeler y Ginsberg, por
Níeboer. por Spencer, Tylor, Margan, Marx y Engels, por no mencionar
todavía a White, Childe, Stewar-d y Wittfogel?
Como la fuerza metodológica de Social structure está en la técnica esta-
dística de comparación intercultural, uno podría suponer que esa «sorpren-
dente falta de correlación» viene apoyada par una serie de tablas pertinen-
tes. Mas tales tablas no se encuentran en todo el libro. Y no sólo faltan en
Social structure las tablas de correlación entre tecnología, economía, dere-
cho de propiedad, estructura de clases y organización política, sino que
además en todo el libro no hay nada que se asemeje ni remotamente a un
tratamiento sistemático de esos temas. La «tecnología» ni siquiera aparece
en el indice. Así que toda su prueba consiste en la siguiente decisión taxo-
nómica:
El estudio estadístico 545
Como más abajo se verá, la clasificación objetiva de las sociedades en términos de sus
semejanzas en estructura social da como resultado el tener que agrupar bajo un mismo
tipo y subtipo pueblos tan disími1cs como los yanquis de Nueva Inglaterra y los negritos
que habitan en las selvas de las islas Andamán; o los incas imperialistas y los papua
vanímo de Nueva Guinea; los maya tzcltal del Yucatán y los atrasados miwok de Cali-
fornia; los civilizados nayar de la India y los primitivos vedda, nómadas en el interior de
Ceilán. Es claro que no hay nada en que el evolucionismo, ni aun siquiera el revisado,
pueda apoyarse [ibideml.
XXI. ¿ES CIERTO OUE LOS YANQUIS Y LOS ANDAMAN TIENEN EL MISMO
TIPO DE ESTRUCTURA SOCIAL?
La única conclusión razonable a que cabe llegar ante una clasificación que
pone en un mismo casillero las estructuras sociales de los yanquis de Nue-
va Inglaterra y de los isleños andamán es que el autor de tal clasificación
ha hecho una selección singularmente poco afortunada de criterios taxo-
nómicos. Permftasenos examinar los criterios usados por Murdock para in-
cluir dentro de una misma categoria a tan inverosímiles compañeros de
cama. Nueve son los rasgos que yanquis y andamán tienen en común: 1) Fi-
liación bilateral. 2) Términos esquimales para los primos. 3) Residencia neo-
local. 4) Ausencia de clanes. 5) Prohibición del incesto extendida a los primos
hermanos. 6) Monogamia. 7) Familia nuclear. 8) Términos lineales para las
tías. 9) Términos lineales para las sobrinas (ibidem, p. 228). Como tres de
esos nueve rasgos (2, 8 Y 9) se refieren a la termínclogra del parentesco,
se podría sostener perfectamente que en realidad sólo tienen siete rasgos
en común. Mas no tenemos necesidad de seguir por esta línea. Per-
mítasenos mencionar rápidamente algunos de los componentes de la es-
tructura social que están presentes entre los yanquis y ausentes entre
los endamén y que Murdock ignora. Tal lista tendría que incluir pueblos
y ciudades, clases sociales, minorías endógamas, congregaciones religio-
sas, partidos políticos, asociaciones filantrópicas, universidades, fábricas,
prisiones, cámaras legisladoras, consejos municipales, tribunales. Los anda-
mán, por su parte, tienen asimismo unos cuantos rasgos que Murdock tam-
poco ha incluido en su lista; el levirato (RADCLIFFE-BROWN, 1933, p. 73), los
desposorios de los niñee (ibidem), la propiedad comunal de la tierra íibi-
dem, p. 41), la gerontccracía (ibidem, p. 44) Y la banda corporativa de caza-
dores recolectores. Especial interés tiene su sistema de adopción, muy elabo-
rado, una institución que reduce a la nada la pretensión de Murdock de que
los yanquis y los andamán tienen una familia nuclear del mismo tipo:
Se dice que es raro encontrar a un niño de más de sefs o siete años que resida con sus
padres, y esto porque se considera un cumplimiento y una prueba de amistad por parte
de un hombre casado que después de hacer una visita pida a sus huéspedes que le permi-
tan adoptar a uno de sus hijos. La petición es habitualmente concedida y a partir de enton-
ces el hogar del niño o de la niña es el de su padre adoptivo; aunque los padres a su
vez adoptan igualmente a los hijos de otros amigos, no dejan de hacer constantes visitas
a sus propios hijos y de vez en cuando piden permiso (1) para llevárselos con ellos unos
pocos días [ibidem].
La organización social china incluye unidades que son claramente recognosclbles como
grupos de filiación unilineal. Pero esos grupos presentan una serie de rasgos que los dis-
tinguen de otros grupos aparentemente análogos. En China se da una relativa insistencia
en la independencia familiar, hay marcadas diferencias de riqueza y de autoridad entre
las distintas unidades familiares y se concede una Importancia formal a las genealogías
escritas. Hay también un culto a los antepasados sumamente desarrollados que subraya
la importancia de la descendencia directa de progenitores influyentes [ibidem, p. 16].
El examen detenido de Social structure revela así las razones por las que
el método estadístico de comparación intercultural no debería convertirse
nunca en el único y ni siquiera en el principal instrumento de la investiga-
ción nomotética. Las correlaciones a que se llega con la técnica de lo que
se ha llamado «tfralo-contra-la-pared-a-ver-si-se-agarra» no son capaces de
construir su propia macroteorfe. Aun si admitimos que las correlaciones po-
sitivas que puedan establecerse, pese a los azares de la codificación y a la
poca fiabilidad de las fuentes, son así y todo merecedoras de nuestra con-
fianza (siempre que no sean tendenciosas) (véase D. CAMPBELL, 1961, 1964,
548 Marvin Harris
Para entender el debate entre Steward y White es necesario antes que nada
recordar nuestra anterior discusión en torno al papel minúsculo que el me-
terialismo cultural desempeña en las obras de Tylor y de Margan, en quie-
nes White afirma haberse inspirado directamente (véase capítulo S). De
hecho, White ha insistido tanto en la continuidad de sus teorías con las
de Margan y Tylor que se ha negado a aceptar la etiqueta de «neoevolucío-
nista» por entender que su propio papel se ha limitado a la resurrección
y no a la remodelación de la teoría antropológica evolucionista del siglo XIX:
Mas permltasenos decir, y con el mayor énfasis, que a la teoría expuesta aqul no se le
puede llamar con exactitud «neoevclucíonísmo», término propuesto por Lcwíe, Goldenweí-
ser, Bennett, Nunomura (en Japón) y otros. Neoevolucionlsmo es un término que Induce
a error; se usa para sugerir que la teoría de la evolución es hoy cosa diferente de la
teoría de hace ochenta años. Rechazamos esa idea. La teoría de la evolución expuesta en
esta obra no difiere en principio ni un ápice de la expresada en la Anthropology de
Tylor en 1881, aunque por supuesto el desarrollo, la expresión y la demostración de la
teoría puede diferir y difiere en algunos puntos. Neolamerckísmo. neoplatonismo, etc.,
son términos válidos; neogrativacionismo, neoerosionismo, neoevolucionismo, etc., no lo
son [WaITE, 1959b, p. txj.
ni una definici6n, sino, más que ninguna otra cosa, la fonnulaci6n de una
estrategia de investigación.
V. LA CONVERSION DB WHITB
mera vez obligado a leer a Margan y sintió todo el asombro que por fuerza
ha de sentir quien. sin haberlo leído y aceptando opiniones ajenas, tenga a
Margan por un ejemplo sin valor de filosofía especulativa. Fue entonces
cuando descubrió en Margan a «un estudioso, un sabio, una personalidad
excepcional». El paso de Margan a Marx vía Engels era inevitable, y en
1929 estaba ya lo bastante interesado en temas marxistas como para buscar
tiempo ,para hacer un viaje a la Unión Soviética.
El paso final de la conversión del doctor White a un evolucionismo entusiasta fue su
viaje de 1929 por Rusia y por Georgia, durante el cual se fFUIliliarb:ó más a fondo con
la literatura de Marx y de Engels, y en especial con las partes de ésta que se ocupan de
la naturaleza y del desarrollo de la civilización. En su tratamiento del origen de la fa-
milia, Engels hace un uso particularmente amplio de las Ideas de Morgan sobre la evo-
lución social, lo que hizo que el doctor White se ratificara en su creencia en la validez y
en la Importancia del enfoque evolucionista. Los escritos de Marx y Engels le ayudaron
también a entender las razones por las que los estudiosos catéllcos y los economistas y
los historiadores capitalistas se oponían tan vigorosamente a la tecrfa de Morgan sobre
el papel de la propiedad en el desarrollo cultural [H. B. BARNES, 1960, p. XXVI}.
levantes. Kroeber (1948b), Lowie (1946, 1957) Y Steward (1955) han entabla-
do discusiones que no han hecho más que oscurecer la básica simplicidad
del argumento de White. Para White, la teoría de la evolución es «el viejo
y simple concepto tan bien expresado por Tylor: «I ... ] el gran principio en
que todo estudioso tiene que apoyarse firmemente, si es que quiere enten-
der el mundo en que vive o la historia de su pasado» (WHITE, 1959, p. 125).
En su contexto completo ese «gran principio» dice así:
De lo anterior se sigue que la cultura puede ser considerada como una y como múlti-
ple, como un sistema que lo incluye todo -la cultura de la humanidad como un todo-
o como un número indefinido de subsistemas de dos tipos diferentes: 1) las culturas de
los diferentes pueblos o regiones, y 2) las subdivisiones de la cultura, tales como escritu-
ra, matemática, moneda, metalurgia, organización social, etc. Igualmente, la matemática,
el lenguaje, la escritura, la arquitectura, la organización social pueden también ser con"
sideradas como unas o como múltiples: se puede estudiar la evolución de la matemática
como un todo o se pueden distinguir en ella una serie de líneas de desarrollo. En con-
secuencia, las interpretaciones evolucionistas de la cultura serán a la vez unilineales y
multilineales. El primer tipo de interpretación es tan válido como el segundo: cada uno
de ellos implica al otro [WHIrE, 1959b, pp. 30 s.j.
Es evidente que los tres modos de evolución definidos por Steward no son
mutuamente excluyentes. Es también evidente que la lógica de las catego-
rías de Steward reposa sobre un continuo que incluye los diversos grados
de abstracción a partir de la descripción de los casos concretos.
En un extremo de ese continuo están aquellas transformaciones evolucio-
nistas que se caracterizan por o se conocen a través de un solo caso. Por
ejemplo, se puede considerar el desarrollo de un sistema de apartheid de
cuatro castas (africanos, europeos, «coloreds» y asiáticos) como el producto
de la evolución peculiar de Africa del Sur. Similarmente, el sistema natchez
de castas exógamas no es conocido en ningún otro lugar, pero manifiesta-
mente es el resultado de un proceso de transformación, aunque sus estadios
no sean conocidos.
A un nivel de generalidad ligeramente más elevado, podemos anotar los
productos de la evolución característicos de varias sociedades dentro de un
área cultural única. Los sistemas de ocho secciones matrimoniales son un
producto peculiar de la evolución especial de Australia a través de la trans-
formación de los sistemas de dos y cuatro secciones. También se dan para-
lelismos que afectan a una O· dos culturas en varias áreas culturales, como
es el caso de los clanes matrilineales en los bosques orientales de Ncrteamé-
rica, en Africa occidental y en Melanesia.
Finalmente están los productos universales de la evolución, tales como
el tabú del incesto en la familia nuclear o la creencia en el animismo.
Todas esas categorías pueden extenderse o contraerse indefinidamente
según la cantidad de detalles etnográficos que queramos exigir antes de
conceder que dos ejemplos son el mismo o son diferentes. El evolucionismo
universal representa una expansión extrema del grado de abstracción tole-
rado: las diferencias, que para todo lo demás tendrían importancia, entre
los sistemas de intercambio matrimonial matr-ilateral y patr'ilateral se abs-
traen y ya podemos incluirlos a los dos bajo la misma rúbrica de «regula-
ción del matrimonio por el parentesco»; o las jerarquías endógamas de la
India, los Estados Unidos y Africa del Sur se incluyen bajo un mismo «sis-
tema de castas». Ignorando millones de diferencias triviales para poder sub-
rayar unas pocas semejanzas significativas, elaboramos nociones de vital
importancia teórica, tales como sociedades igualitarias, organización estatal,
feudalismo, capitalismo o despotismo oriental. A la inversa, si nuestro ín-
terés histórico particularísta es lo bastante intenso, podremos probar a
nuestra satisfacción que el estado de cosas en la Francia del siglo XI no tie-
ne paralelo en ningún otro lugar de Europa, y menos todavía en Japón o
en el Africa occidental. El que ni White ni Steward hayan llegado a captar
la problemática epistemológica subyacente a nuestros juicios relativos a las
semejanzas y a las diferencias de importancia para la evolución, explica en
gran medida que hayan prolongado su controversia más allá de sus límites
útiles. Este fallo se acusa con particular fuerza en la negativa de White a
Materialismo cultural: evolución general 559
[ ...] son tipos de procesos fundamentalmente diferentes del ejemplo de los sangradcres y
tramperos de Steward, en el que todo Jo que hay son las mismas causas que producen
los mismos efectos. Así algunas, o por lo menos una de las «líneas de evolución» que éJ
descr-ibe, resulta ser un verdadero proceso evolutivo; pero las otras no lo son en abso-
luto [ibídem].
les del cambio cultural. Mas se ha de subrayar que todas las leyes universales hasta
aquí postuladas se refieren al hecho de que la cultura cambia -que toda cultura cam-
bia- y así no pueden explicar los rasgos particulares de las culturas particulares
[STEWARD, 1955, pp. 17 5.].
Pero ¿es cierto que la ley de la gravedad no nos dice nada sobre los ca-
sos particulares? Si se predice un eclipse particular de un sol particular
por una luna particular y sobre un planeta particular, ¿no tiene eso rela-
ción con la ley general? Indudablemente lo que White quiere decir es otra
cosa: que ninguna ley general explica todos los aspectos de los casos par-
ticulares. De aquí nuestra falta de información sobre si los cuerpos que
562 Marvin Harris
caen son piedras o son plumas. Mas una generalización que no nos dijera
nada sobre los casos particulares, dif1cilmente podría aspirar al status de
proposición empírica.
[ ...] la evolución se mueve simultáneamente en dos direcciones. Por un lado, crea la díver-
sidad a través de modificaciones adaptativas: nuevas formas se diferencian a partir de
las viejas. Por otro lado, la evolución genera progreso: formas superiores se desarrollan
a partir de las inferiores y las suprimen [ibidem, p. 12J.
Núcleo cultural: la constelación de rasgos más estrechamente relacionados con las acti-
vidades de subsistencia y con los dispositivos económicos. El núcleo incluye aquellas
pautas sociales. políticas y religiosas de las que puede probarse empíricamente que guar-
dan íntima conexión con esos dispositivos. Muchíslmos otros rasgos pueden tener una
gran variabilidad potencial por estar menos estrechamente ligados al núcleo. Estos ras-
gos secundarios vienen determinados en mayor medida por factores exclusivamente hís-
tér-ico-culturales, por innovaciones fortuitas o por difusión, y confieren una apariencia
externa distinta a culturas con núcleos similares. La ecología cultural presta la máxima
atención a aquellos rasgos que en el análisis empírico resultan estar más íntimamente
relacionados con la utilización del entorno físico de acuerdo con pautas culturalmente
prescritas (ibídem].
Por supuesto. los rasgos distintivos de cualquier era dada -cel núcleo cultural- depen-
derán en parte de los intereses de investigación particulares, de lo que el investigador
considera importante; y en estas cuestiones todavía persiste un desacuerdo saludable,
aunque también un poco desconcertante. Se ha de señalar que la base de las taxonomías
de desarrollo se ha buscado en las pautas económicas, en las sociales, en las políticas.
en las religiosas, en las militares -todas ellas funcionalmente interrelacionadas- y tam-
bién en los rasgos tecnológicos y estéticos. Esos rasgos no constítuven la totalidad de
la cultura; forman núcleos culturales que se definen de acuerdo con los hechos empíri-
cos del tipo y del nivel intercultural [ibidem, p. 93J.
De esta forma no sólo tenemos que admitir los rasgos estéticos y las
pautas militares en el núcleo cultural, redondeando de ese modo una ver-
dadera pauta universal, sino que las razones para incluir unos rasgos y ex-
cluir otros pueden depender de lo que cada antropólogo considere impor-
tante.
Es claro que tratar de ver el «núcleo cultural» de Steward como una for-
mulación de relaciones causales no contribuye en absoluto a los intereses
de una teoría coherente y sistemática. El concepto de núcleo cultural sólo
tiene sentido en el contexto de la mal orientada polémica en torno a la mul-
tilinealidad de la evolución cultural. Tampoco puede conciliarse con el mé-
todo ecológico cultural de Steward. Steward ha confundido las implicacio-
nes causales de la estrategia ecológico-cultural con las exigencias tipológicas
de las secuencias multilineales. La insistencia en la multilinealidad, a su
vez, sólo es inteligible como un contrapeso a las versiones dogmáticas del
marxismo, como una forma de disociar la ecología cultural del estigma po-
lítico que recae sobre el materialismo histórico. De otro modo no sena
necesario que se nos repitiera una y otra vez que la ecología cultural no
puede explicarlo todo, que siempre hay excepciones, que no todas las cul-
turas se ajustan al mismo tipo y que en la historia humana hay tanta diver-
gencia como convergencia y paralelismo. ¿A qué antropólogo se le ocurriría
negar la realidad de todos estos retos que se enfrentan al enfoque nomo-
tético?
Pero ésta no es la cuestión. Más bien, la cuestión que se debería plan-
tear es la de qué tipos de resultados se han alcanzado siguiendo los sende-
ros del particularismo histórico, o de cultura y personalidad, o de cual-
quiera de las otras alternativas emic idealistas. Dejemos que aquellos
que aducen los fallos que hasta aquí ha tenido la estrategia materialista cul-
tural se adelanten y presenten sus alternativas nomotéüces. No se rechaza
una teor-ía porque no sea capaz de explicarlo todo, sino más bien por no
ser capaz de explicar tanto como sus rivales más próximos. y en este con-
texto se ha de decir que las alternativas al materialismo cultural sí que
574 Marvil1 Harrís
han fallado y que, con la misma frecuencia que han contribuido a nuestra
comprensión de la evolución sociocultural, han contribuido también a im-
pedirla.
Mas wíssler era capaz también de hacer afirmaciones como ésta: «La
influencia del entorno físico parece, pues, operar como una fuerza pasiva
limitante y no como un factor causal en la vida tribal» (ibidem, p. 339). Y su
concepción del determinismo resulta absolutamente confusa cuando se es.
fuerza por explicar la uniformidad de las prácticas de subsistencia dentro
de un área cultural, atribuyéndola no a las ventajas adaptativas de un de-
terminado modo de subsistencia, sino más bien a las presuntas ventajas
que para las diversas tribus de una región representa el explotar todas los
mismos recursos:
El entorno físico realmente confiere unidad a las tribus Que ocupan una misma región,
desarrolla entre ellas una comunidad de intereses y concentra el liderazgo en ellas mis-
mas. La tendencia de una tribu de cazadores de bisontes les impulsa, primero, a confi-
nar sus migraciones al área frecuentada por los bisontes; y en segundo lugar, a observar
a las otras tribus cazadoras de bisontes y a confraternizar con ellas. En esas circunstan-
cías parece inevitable Que las tribus de una misma región tengan en gran parte el mismo
modo de vida.
cido de que el entorno ñstco era importante, pero también él fue incapaz
de expresar la relación en términos nomotéticos, ni se sentía inclinado a
hacerlo. De hecho, su principal contribución consistió en prevenir a los geó-
grafos contra la tentación de entender a las culturas como meros reflejos
del entorno, dado que cada cultura podía extraer del entorno, o subrayar
en él, aquellos aspectos particulares que los acontecimientos históricos (es
decir, culturales) le movieran a preferir:
Las condiciones físicas entran íntimamente en todos los desarrollos y todas las pautas
culturales, sin excluir a las más abstractas e inmateriales; pero no entran como determi-
nantes, sino como una categoría de la materia prima de la elaboración cultural. El estu-
dio de las relaciones entre las pautas culturales y las condiciones físicas tiene la mayor
importancia para la comprensión de la sociedad humana, mas no puede ser abordado
en términos de simples controles aeográficos presuntamente identificables a simple vista.
Tiene que proceder intuitivamente partiendo del análisis minucioso de cada sociedad
real. La cultura debe ser estudiada en primer lugar como una entidad, como un desarro-
110 histórico: no hay otro modo de abordar eficazmente interrelaciones de tanta comple-
jidad. El conocimiento más meticuloso de la geografia Hsíca, tanto de grandes regiones
como de pequeñas áreas, de nada sirve para aclarar esos problemas, si no se capta la
naturaleza del desarrollo cultural. El geógrafo no versado en la cultura de los pueblos
del pafs que él estudia. o en las lecciones que la etnografía le puede enseñar, en cuanto
empiece a considerar las causas de la actividad humana se encontrará buscando a tien-
tas factores geográficos cuya verdadera importancia no puede evaluar [FaRDE, 1934, p. 464].
Con estos antecedentes, «The economic and social basis of primitive banda»,
de Steward, tiene que situarse entre los logros más importantes de la mo-
derna antropología. Constituye la primera exposición coherente de cómo
la interacción entre la cultura y el medio físico se puede estudiar en térmt-
nos causales sin recaer en un ingenuo determinismo geográfico y sin desli-
zarse hacia el particularismo histórico. El trabajo gira en torno a dos focos:
el primero, la identificación de una fonna de organización social intercultu-
ralmente válida. la banda primitiva; el segundo, su explicación. La banda
se presenta entre pueblos cazadores recolectores sumamente separados en mu-
chas partes diferentes del mundo. Es un tipo de organización social que en su
forma más general se distingue por la autonomía política y por la debilidad
demográfica: su población consiste en varias familias nucleares cuyo acceso
a la tierra está asegurado por los privilegios de propiedad que detenta el
grupo mayor. Incidentalmente, al definir esta unidad Steward tuvo que
enfrentarse con la problemática de la propiedad de la tierra, familiar e in-
dividual, que un disdpulo de Boas. Speck (1928), con su incapacidad para
separar los efectos de la aculturación de las pautas aborígenes había con-
seguido llevar a un punto de casi completa confusión (véanse pp. 309 s.). Tras
establecer la existencia del tipo principal sobre la base de varias docenas
de casos registrados, Steward los clasificó a 6stos en tres subtipos: petrílí-
neal, compuesto y matrilineal. Luego procedió a dar explicaciones causales de
la existencia del tipo principal y de los tres subtipos. Las explicaciones parten
de considerar la relación entre la capacidad productiva de las tecnologías de
bajo nível energético y los diversos tipos de hábitat a que se aplican. Por
lo que Steward triunfó sobre todas las expresiones anteriores del determi-
nismo del hábitat sobre la organización social, desde Turgot (véanse pp. 24 s.)
baste hoy, fue porque acertó a explicar cómo, a pesar de la diversidad de
medios físicos y de tecnologías que se presentan asociados a las socieda-
des organizadas en bandas, subsisten rasgos ecológicos comunes que dan ori-
gen al tipo general y otros rasgos comunes que dan origen a los subtipos.
Mientras que la antigua tradición del determinismo geognifico quedaba des-
concertada ante él hecho de que los anmta habitantes del desierto, los ne-
grito de la selva lluviosa del Congo y los miwok de California tuvieran for-
mas similares de orgaIiización, el análisis de Steward centra su atención en
las semejanzas estructurales que resultan de la interacción entre hábitats
y culturas cuyos contenidos específicos enmascaran un ajuste ecológico fuá-
damentalmente semejante.
La naturaleza de este ajuste puede resumirse en la baja productividad
de las técnicas de caza y recolección en los hábitats adversos, con la conse-
cuente limitación de la densidad de población a menos de una persona por
milla cuadrada. Los agregados sociales son en consecuencia necesariamente
pequeños (una media de 30 a SO personas por banda), aunque son mayores
que la familiar nuclear por la superior eficiencia del grupo mayor para con-
seguir la subsistencia y la seguridad en guerras y en disputas (STBWARD,
578 Marvin Harrís
Mas sena precipitado concluir que Steward había cortado de un solo gol-
pe sus vinculas con el particularismo. Al enumerar los factores causales
responsables de la existencia de la banda y de sus subtipos, Steward in-
cluye un cierto número de ingredientes fortuitos y bizarros que si han de
entenderse como parte integrante del argumento reducen grandemente su
novedad. Así, por ejemplo, en su resumen de los factores responsables de
la banda patrilineal, Steward señala que el tamaño de la banda viene a VI>
ces restringido no por factores ecológícos, sino más bien por ...algún factor
social que ha llevado a la ocupación de pequeñas parcelas del territorio por
grupos similarmente pequeños. (ibidem, p. 343). De fonna parecida, en la
explicación de las condiciones responsables de la aparición de las bandas
compuestas, Steward incluye factores intrusos tales como la ... adopción de
niños entre las bandas» y la legitimidad del matrimonio de primos perele-
los; en cuanto a las bandas matrilocales, habla del ...deseo de asegurarse la
ayuda de la madre de la mujer en la crianza de los hijos. y de la ...fuerza
de las instituciones matrillnealea importadas. (ibidem). Pese a estos des-
lices, no hay duda de que lo que Steward pretende es llegar a dar una for-
mulación nomotética de la causalidad, basada en regularidades tecnoecolo-
gicas. Con sus propias palabras:
Todo este artículo está fundamentado sobre la hipótesis de que todo fenómeno cultural
es producto de alguna o algunas causas definidas. Tal presuposición es necesaria si la
antropología quiere ser considerada como una ciencia. El método seguido en este articu-
lo ha consistido, primero, en averiguar las causas de las bandas primitivas a través del
Materialismo cultural: ecologúz cultural 579
análisis de la conexión interna, orgánica o funcional, entre los componentes de una culo
tura y su base ecológica. El paso siguiente ha sido el de la comparación, con el fin de
descubrir qué grado de generalización podía alcanzarse. Por supuesto no se presume
que puedan hacerse generalizaciones referentes a todos los rasgos culturales. Antes al
contrario, es totalmente posible que la misma multiplicidad de antecedentes de muchos
rasgos y complejos impida llegar a ninguna generalización satisfactoria y que nuestra
conclusión tenga que ser que ela historia nunca se repite•. Pero la medida en que pue-
dan establecerse generalizaciones puede averiguarse aplicando el método que se ha se-
guido aQ.uí [ibidemJ.
Pero una vez más, junto a los factores nomotéticos aparecen otros pe-
culíarmente ideográficos que si les concedemos su plena significación literal
anulan todo el esfuerzo hasta ahí realizado. Al explicar la concentración en
la época de Pueblo III de las unidades antes localizadas e independientes,
por ejemplo, Steward asegura que el cambio fue «hecho posible, pero no
causado, por factores ecológicos» (ibidem, pp. 166 s.).
en el sentido de presentar esas rutas como las únicas que las culturas po-
dían seguir hasta convertirse en organizaciones estatales complejas. Lo que
intentó fue más bien delinear las trayectorias que suponía seguían las se-
cuencias características de un tipo particular, a saber: las civilizaciones de
regadío o civilizaciones hidráulicas.
La formulación aquí presentada excluye todas las áreas que no sean los centros áridos
y semiárfdos de las civilizaciones antiguas. En las áreas de regadío. el medio físico la
producción y las pautas sociales presentan interrelaciones funcionales y evolutivas simio
lares [SmwARD, 1949b, p. 17].
En este punto, las ideas de Steward coinciden con las teorías de Karl
WiUfogel.
Ya en 1926, Wittfogel había empezado a considerar desde un enfoque
ecológico-cultural la explicación de las peculiaridades de la sociedad china
y de otras sociedades «asiáticas». En la primera versión de su teoría, Wittfo-
gel caracterizó a esos r ístemas como «poderosas burocracias hidráulicas»,
cuyo despótico control de los antiguos Estados de China, India y Egipto te-
nia sus raíces en las exigencias tecnoecológicas del regadío en gran escala
y en otras formas de control del agua en aquellas regiones de escasas Ilu-
vías. Aunque inspirado en Max Weber, el análisis de Wittfogel debía su im-
pulso, su claridad y su éxito a Marx. La mayor parte de los estudiosos de
la Ilustración se daban cuenta de que la evolución de las sociedades orien-
tales hebra ido por una ruta sustancialmente diferente de la seguida por
las sociedades europeas. Marx aceptÓ esa diferencia y postulé un modo de
producción oriental.
Wittfogel afirma que él empleó eel concepto de Marx» de acuerdo con
lo que le parecía que eran las conclusiones del propio Marx (WITTFOGEL,
1957, pp. 5 s.). El análisis que Wittfogel hace de la interdependencia funcio-
nal de los principales rasgos de la organización social y las pautas tecnoeco-
nómicas de la civilización de regadío le induce a subrayar la importancia
general de los parámetros ecológicos en la aplicación del materialismo his-
tórico a la comprensión de los sistemas sociales, Su propuesta de subrayar
la interacción recíproca entre la economía y el medio ñsíco para explicar
fenómenos que habían desconcertado a Marx se publicó en la revista mar-
xista Unter dem Banner des Marxismus (1929), y su intención era induda-
blemente la de potenciar el alcance y la efectividad. de la estrategia mate-
rialista histórica.
La aceptación por Marx y Engels de la sociedad asiática como una conformación sepa-
rada y estacionaria demuestra la doctrinaria falta de sinceridad de aquellos que, en el
nombre de Marx, trafican con su construcción unilineal. Y el estudie comparativo de las
conformaciones sociales demuestra que su posición resulta empíricamente insostenible.
Ese estudio saca a la luz una pauta sociohistórica compleja que incluye tanto el estan-
camiento como el progreso. Al revelar las oportunidades y los escondidos riesgos de las
situaciones históricas abiertas. nuestra concepción asigna al hombre una profunda res-
ponsabilidad moral, para la que el esquema unilineal, en definitiva fatalista, no deja sitio
[1957, pp. 7 s.j.
res europeos e incluso a los estudiosos como Wittfogel, que, por su gran co-
nocimiento de la historia china, no estaba afectado por el típico eurocen-
trismo de la historiografía occidental.
Steward, por ejemplo, disfrutaba de una perspectiva etnológica particu-
larmente ventajosa como compilador que era de los seis volúmenes del
Handbook of the Soutñ American indians (1946-50). Esta colección monu-
mental le obligó a sumergirse en un abundante material etnográfico que
cubría un continente entero con una extraordinaria variedad de entornos
físicos y de tipos sociopolíticos.
En su esfuerzo por organizar las colaboraciones de unos noventa autores
de una docena de países, Steward aceptó inicialmente las áreas culturales
del particularismo histórico, basadas en un inventario de rasgos. Mas en el
quinto volumen manifestó su insatisfacción ante la definición de las cuatro
áreas culturales que constituían la base tipológica de cada uno de los volú-
menes precedentes: área marginal, área de la selva tropical, área círcumca-
ribe-subandina y área andina. Retrospectivamente declaró: «Es evidente que
muchas tribus están inadecuadamente clasificadas" (1949, p. 670), Y pidió
e hizo una reclasificación de acuerdo can las pautas «que integran las insti-
tuciones de la unidad socíopolíüca» (ibidem, p. 672).
La reclasificación resultante corresponde en líneas generales a los ní-
veles de desarrollo sociocultural que más tarde Elman Service (1962) llama-
rla banda, tribu, jefatura y estado. Steward se vio obligado a seguir hablando
de los tipos culturales en cuestión en términos de las rúbricas empleadas en
los títulos de los cuatro primeros volúmenes. En el Handbook, Steward
(1949a, p. 674) se abstuvo de desarrollar las implicaciones evolucionistas
de su nueva clasificación, prefiriendo en vez de eso, en una obra que era
el producto de muchas colaboraciones diferentes, dar una reconstrucción
histórica más convencional de las rutas de la difusión en Sudaméríca. En
cambio, «Cultural causality and law» sí era una consecuencia directa de
aquella clasificación revisada, puesto que resolvía la cuestión del origen
de la civilización andina en términos más nomotéticos que históricos.
Mas Spinden estaba, pese a esto, muy lejos de haber alcanzado una com-
prensión clara del alcance y de las pautas de la evolución de la cultura
del Nuevo Mundo. Así es como hay que entender su curioso cambio de
opinión respecto a la antigüedad de la migración paleoindia. En su discur-
so presidencial ante la American Anthropological Association, en 1936, in-
sistió en que la migración amerindia del Viejo al Nuevo Mundo no pudo
haberse producido antes del 2500 a. C. Pocos antropólogos podrían estar
dispuestos a comprimir toda la secuencia, desde la primera aparición de
los cazadores de Folsom, pasando por su dispersión por todo el hemisferio,
hasta llegar a la aparición de las primeras civilizaciones, en un lapso tem-
poral tan corto.T'ero esta teoría de Spinden revela hasta qué punto seguía
siendo dudosa, mediados ya los años treinta, toda la cronología del Nuevo
1
Las ideas de Childe en tomo al regadío fueron expuestas por Pedro Ar-
millas (1948) en la conferencia sobre arqueología peruana patrocinada por el
Viking Fund. En esa misma conferencia, Steward leyó una comunicación titu-
lada ..A functional-developmental classifícatíon of American high cultures»
(1948), en la que esbozaba ya la secuencia que un año más tarde iba a presentar
en ..Cultural causality and Iaw». Ahora bien, en aquel momento Steward no
mencionó la hipótesis hidráulica. Armillas, por su parte, citando a Childe,
prestó gran atención al posible papel de la irrigación en el formativo y en
el regional florescente, pero inclinándose más bien a posponer y limitar su
influencia a los periodos clásico tardío y posclásíco. Este pasaje da una
idea de lo lejos que Armillas estaba de postular, como más tarde haría Ste-
ward adaptando a la secuencia mesoamericana las teorías de Wittfogel, una
base hidráulica para el período formativo:
Lo que parece con mucho más importante en estas diferencias es 10 poco que abultan,
incluso tomadas en conjunto, cuando se las compara con la masa de semejanzas de
forma y de proceso. En pocas palabras, los paralelos en el curso mesopotámlco y mexi-
cano hacia el Estado, en "las formas que las instituciones adoptaron finalmente y en los
Procesos que hicieron aparecer esas instituciones y esas formas, sugieren que el mejor
modo de caracterizar los dos procesos es por un núcleo C01Dlín de rasgos que se presen-
tan con regularidad. Una vez más volvemos a descubrir que la conducta social no sólo
se ajusta a leyes, sino además a un número limitado de esas leyes, algo que quizá se
ha dado siempre por supuesto en el caso de algunos subsistemas culturales (por ejem-
plo, el parentesco) y de los «primitivos.. (por ejemplo. las bandas cazadoras). Y esto se
aplica igualmente bien a algunas de las sociedades humanas más complejas y más crea-
tivas, y no solamente como un abstracto articulo de fe, sino como un punto de partida
válido para el análisis empírico detallado [ADAu.s, 1966, pp. 174 s.I,