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fueron?
Una vez alcanzada la paz en gran parte del territorio, era imperativo otorgar un ordenamiento
a la población. Reglas que, también, consideraran la evolución de la sociedad y el desarrollo de
nuevos e importantes actores: los nacidos en el “Reino de Chile”. Ellos comenzaron a
involucrarse en asuntos tan variados como la economía, la política e, incluso, la defensa del
país.
Debido a que la mayoría de los nuevos territorios conquistados estaba bajo la jurisdicción
hispana, las principales instituciones coloniales seguían estando en el Viejo Continente.
Después de la figura soberana y divina del rey venían el Real y Supremo Consejo de Indias y la
Casa de Contratación, importantes organizaciones que regían las colonias españolas. Mientras
el Consejo de Indias elaboraba el cuerpo normativo de los nuevos territorios, designaba a las
autoridades y otorgaba los dictámenes de última instancia en materia judicial, la Casa de
Contratación revisaba todos los asuntos comerciales del Nuevo Mundo y controlaba la
circulación de personas hacia él.
Instituciones españolas
– Corona: Fue instituida en el reinado de los Reyes Católicos, bajo un cetro común, la cual
terminó de estructurarse como tal en el reinado de Felipe II, uniendo los Reinos Europeos de
Aragón, Castilla, Cataluña, Navarra, Valencia, etc. Con los Reinos Americanos de Nueva
España, Nueva Granada, Nueva Extremadura, etc.
La corona, con el fin de proteger la libertad de acción tanto individual como colectiva de sus
súbditos americanos, puso a disposición diversos medios para que pudieran hacerse oír por el
rey y por sus representantes más cercanos (virreyes, gobernadores, etc.).
A la cabeza de esta institución se encontraba el rey, cuya principal función era atender el bien
de su comunidad, desde la cual emanaba su poder, sin poder usarlo para su propio beneficio.
Manejaba al resto de los organismos menores, los cuales estaban a su cargo y todos
dependían de la decisión del monarca.
– Consejo de Indias: El Real y Supremo Consejo de Indias, conocido simplemente como
Consejo de Indias, fue el órgano más importante de la administración indiana (América y las
Filipinas), ya que asesoraba al Rey en la función ejecutiva, legislativa y judicial.
No tenía una sede física fija, sino que se trasladaba de un lugar a otro con el Rey y su Corte.
Este consejo actuaba con el monarca y, en algunas materias excepcionales, actuaba solo.
Fue fundada alrededor de 1524 por Carlos V. Como institución se formó poco a poco, y ya los
Reyes Católicos designan a Juan Rodríguez de Fonseca para estudiar los problemas de la
colonización de las Indias con Cristóbal Colón. Al morir Fernando de Aragón se hace cargo de
la Corona de Castilla en calidad de regente el Cardenal Cisneros, quien no tenía buenas
relaciones con Rodríguez de Fonseca, de tal manera que lo separa de sus funciones y le
encarga a dos miembros del Consejo de Castilla: Luis de Zapata y Lorenzo Galindes de
Carvajal, para que formen un pequeño consejo, que se pasó a llamar “Junta de Indias”.
En 1516 cuando Carlos I se hace cargo de América, continua existiendo esta junta y ya en
1524 pasa a llamarse definitivamente Consejo de Indias. Su primer presidente fue el fray
García de Loayza, quien se convertiría después en Arzobispo de Sevilla.
Las reformas borbónicas de 1714, con la creación de los ministros de despacho, quitan las
atribuciones administrativas y legales del Consejo. En 1717 el Rey Felipe V crea una Secretaría
de Marina e Indias, por lo que el Consejo va decayendo hasta que fue suprimido en 1812,
luego nuevamente puesto en funcionamiento en 1814, cuando recupera la corona española
Fernando VII y definitivamente abolido, como organismo asesor, en 1834.
– Casa de Contratación: En 1503 se estableció por decreto real la Casa de Contratación de
Indias en Sevilla, creada para fomentar y regular el comercio y la navegación con el Nuevo
Mundo. Su denominación oficial era Casa y Audiencia de Indias.
– Tribunal de la Inquisición: Fue instituido en el año 1569 por el rey Felipe II y quedó a
cargo de una orden eclesiástica: los dominicos y en América solo se aplicó en México y Perú.
Su principal y única función era moderar las costumbres de la época, es decir, juzgar y
procesar todo lo que estuviera fuera de las costumbres normales de la Colonia.
Quedaban bajo el control de los inquisidores todos aquellos que estuvieran en contra al
modelo ideal: los herejes, invocadores del diablo, los judíos, adivinos y hechiceros o todo aquel
que tuviera una posición diferente o contraria a la Iglesia. También cabían en esta categoría
los infieles, bígamos y frailes corruptos o solicitantes. Esta institución era completamente
autónoma frente a las autoridades americanas.
Instituciones americanas
– Cabildo: El organismo que regía directamente los asuntos administrativos de cada ciudad
era el Cabildo. Velaba por los intereses de la comunidad e intentaba resolver los problemas
que la afectaban en materias tan diversas como aseo, ornato, manejo de bienes públicos, etc.
Dictaba normas para una buena convivencia y reglaba los precios de algunos productos de
primera necesidad, como el pan.
Sin embargo, sus labores no terminaban ahí. Además de regular el correcto funcionamiento de
los asentamientos, los cabildos representaban el parecer de los ciudadanos ante el rey. Si
surgían controversias ante la implementación de alguna medida real, existía el derecho a
súplica, a través del cual se solicitaba al rey cambiar la disposición legal en cuestión. Otro
derecho ciudadano era el de representación, donde se solicitaba la directa intervención real en
asuntos que afectasen a la comunidad o también se pedía la creación de instituciones que
ayudasen a resolver los conflictos.
Como ente regulador, además, los cabildos administraban los terrenos fiscales (autorizando su
uso comercial) y eran dueños del mercado, el matadero y los basurales. También velaban por
el funcionamiento de la cárcel pública, la seguridad local y la mantención del orden público.
– Real Audiencia: La corona española designó a la Real Audiencia como el principal tribunal
de justicia civil y criminal en América. Su objetivo era velar por el cumplimiento y la
interpretación de las leyes; sin embargo, tras la promulgación de las leyes de 1542 y 154
(denominadas Nuevas Leyes), pudo involucrarse en asuntos de gobierno. En este sentido,
fiscalizaba la labor ejercida por los gobernadores y, de paso, les restaba poder.
Las reales audiencias estaban integradas por un presidente (que podía ser el virrey, el
gobernador o un oidor decano), cuatro oidores o jueces, relatores y un fiscal. También
formaban parte de ellas otros funcionarios con menores responsabilidades, como el teniente
del gran canciller, el alguacil mayor, los escribanos, receptores y procuradores.
Los fallos de la Real Audiencia eran casi inapelables. La mayoría de los procesos era finiquitada
en esta instancia; solo los de mayor importancia y controversia eran presentados ante el
Consejo de Indias.
La primera Audiencia establecida en América fue la de Santo Domingo, en 1511. En nuestro
país se instauró por primera vez en 1565, en la ciudad de Concepción. Su objetivo fue seguir
de cerca los acontecimientos ocurridos en Arauco. Dejó de funcionar en 1573 y fue
restablecida en 1604, fijando su sede en Santiago. Allí funcionó hasta el año 1811, siendo
reemplazada por la institucionalidad republicana.
– Real Hacienda: Este organismo se encontraba bajo la Casa de Contratación y el Consejo de
Indias y su principal función fue recibir o percibir el dinero llegado a las arcas reales de las
colonias y administrarlo adecuadamente.
Sus principales funcionarios eran los tesoreros, contadores y los revisores. Éstos dependían de
la Real Audiencia y debían rendir fianza y presentar un inventario acerca de todas sus
posesiones para así evitar un enriquecimiento indebido.
Esta política financiera estaba regulada por una Junta de Real Hacienda, la cual estaba
formada por el gobernador, los oficiales reales, el fiscal de la Real Audiencia y un oidor de la
misma.
Las cuentas de esta institución debían remitirse cada cierto tiempo a sus dos organismos
superiores: Consejo de Indias y Casa de Contratación.
– Virreinatos: División territorial creada por Carlos I en 1542, la cual estaba a la cabeza del
virrey, representante más directo del rey, más alto funcionario en América y tenía la facultad
de resolver diversos asuntos como el propio monarca. Tenía los títulos de gobernador y
capitán general en su distrito y era el presidente de la Real Audiencia.
Sus atribuciones eran amplias: como gobernador administraba el virreinato, como capitán
general dirigía el ejercito y la escuadra y presidía la Real Audiencia. Le estaba encomendado
desde España y de manera especial el velar por la protección de los indígenas.
– Gobernaciones: Estaban a cargo del gobernador el cual poseía las mismas atribuciones del
virrey, aunque dependía de éste en ciertos aspectos.
Su periodo al mando de la gobernación duraba 3 años, pero si venía directamente desde
España podía ejercer el cargo durante 5 años.
A pesar de que el gobernador estaba bajo el virrey, podía entenderse directamente con el
monarca, si lo encontraba necesario.
El gobernador era también capitán general ya que dirigía a las fuerzas militares y era
presidente de la Real Audiencia, la cual le servía de Consejo de Gobierno.
– Corregimientos: Divisiones del territorio que comprendían una ciudad y su distrito,
también son llamados partidos. En Chile existieron 11 corregimientos.
Los corregidores fueron elegidos por los gobernadores. Su permanencia en el cargo era de un
año, aunque algunos lo ejercieron hasta 5 años.
Sus funciones eran : presidir el Cabildo, pero sin derecho a voto, administrar justicia por
causas criminales, vigilaba el trato que se les daba a los indígenas y fiscalizaban la forma en
que los encomenderos cumplían las ordenanzas.
Dentro de su título tenían el cargo de Justicia Mayor y Jefe Militar dentro de su jurisdicción,
como Jefe Militar se le concedió la designación de Capitán y luego de Teniente del Capitán
General.
No tardó mucho en que los españoles lograron influir en los tlatoanis para aprovecharse del trabajo indígena,
en condiciones como las imperantes en algunas regiones de Europa, perdiendo con ello el sentido de
contribución y la experiencia del trabajo colectivo gratificante; con la conquista, el trabajo perdió las categorías
-sociales, morales y espirituales-, entrando a la categoría económica-física bajo la extrañeza de nuestros
pueblos originarios, que estaban acostumbrados a sentir y ver el trabajo como un entretenimiento más.
La esclavitud del trabajo indígena estaba regulado por las encomiendas, introducidas en los trabajos de la
construcción y de la minería. En Tenochtitlán y Tlatelolco, la exigencia de mano de obra para la construcción
de la ciudad fue de primer orden; en cuanto a la actividad minera esta se realizaba fuera del valle, pues en
esta zona se carecía de metales preciosos.
El coatequitl en lengua náhuatl implicaba la división de tareas entre subdivisiones de los calpulli, el tlatoani
convocaba a los trabajadores para la realización de un trabajo, de inmediato el español entendía que se
trataba de un llamamiento. Los tlamemes o cargadores surtían de mercancías a las comunidades
prehispánicas ante la falta de vehículos o bestias de carga y, aun lo seguían haciendo después que los
españoles introdujeran los animales de carga, mulas que jalaban una carreta para comunicar a las
comunidades de la ciudad de México con las costas y, la venta de mercancías.
Algunas autoridades reales trataron de eliminar el trabajo no recompensado de las listas de los tributos
(1549). Las leyes debían aplicarse tanto en las encomiendas como en los corregimientos, porque pensaron
que la coacción era innecesaria y que los indígenas podían trabajar voluntariamente si se aportaba un salario.
Las órdenes reales y reglamentos de los tributos en las encomiendas y corregimientos redujeron
mínimamente parte del trabajo no remunerado. Aunque nunca lo erradicaron del todo.
Antes de éstas modificaciones en materia de trabajo, sorprende, que los beneficiarios del trabajo barato de las
masas indígenas, en la primera generación colonial, se dieran cuenta que la disminución de la fuerza de
trabajo se debía a los servicios de la encomienda, a ello se debió que la legislación laboral de 1549, apareció
en momentos críticos, tanto para la población indígena y blanca y con la experiencia de la aparición de la
plaga de 1545-1548. Pronto apareció una nueva clase en franco crecimiento, los no encomenderos, debido a
que las encomiendas resultaron insuficientes, para cubrir las necesidades de la población blanca; estos
nuevos terratenientes de encomenderos solicitaban trabajadores, reclamaban la mano de obra indígena, la
cual era más escaza. La solución fue el repartimiento, es decir, la distribución de tierras, de tributo, la venta
forzada, pero sobre todo, el trabajo reclutado. La explotación indígena aumentaba tanto en las encomiendas,
como en las no encomiendas; los patrones coloniales se beneficiaban cada vez más. Las demandas reales de
pocas horas, tareas moderadas o trabajo voluntario por salario, no fueron acatadas, sino al contrario, la
explotación laboral rayaba en lo inhumano.
Los primeros registros conocidos del nuevo repartimiento agrícola aparecieron en julio de 1550. A fines del
gobierno del virrey de Mendoza, decidió que caciques, gobernadores, alcaldes y principales de la periferia de
la ciudad de México enviaran trabajadores para el cultivo de plantaciones de trigo, durante 5 años
consecutivos el repartimiento combinado para las fincas de trigo privadas y para la construcción de casas y
otras tareas de la ciudad de México. A principios de 1560, el repartimiento ocupaba la mano de obra de 2 mil
400 trabajadores indígenas a la semana, para ello, había un juez repartidor, encargado de la administración
de los trabajadores indígenas y de su distribución a los agricultores españoles. Los jueces repartidores, tenían
a sus servicios a tenientes, alguaciles e intérpretes indígenas. El repartidor recibía la paga de 250 pesos netos
por los agricultores españoles.
Los repartimientos agrícolas del valle, estaban centralizados en Chapultepec, Chalco Chiconautla, Cuautitlán,
Ciudad de México, Ecatepec y Tepozotlán. A raíz que la población indígena disminuía (s. XVII), hubo nuevos
reclutamientos, desapareciendo las exenciones de no reclutamiento a los submaceguales, debido a que ya no
cubrían la cuota de trabajadores y los españoles demandaban cada vez más personal de mano de obra, para
la agricultura y otros trabajos. Las comunidades más explotadas en demanda de trabajo eran Coyoacán,
Huitzilopochco, Tacuba, Cuautitlán, Tenayuca, Culhuacán, Toltitlán, Tepoztlán, Coyotepec, Teoloyuca,
Huehuetoca, Zumpango, Ecatepec, Chiconautla, Chimalhuacán y Tacubaya.
Las cabeceras de Xochimilco, Tlalmanalco y Tacuba, aportaban 100 trabajadores, las doblas (1580) eran por
un periodo de cuatro, seis, ocho o diez semanas, según la estación y la urgencia del trabajo. Las dificultades
aumentaban por la mal planeación en el desarrollo de los campos de trigo y la irrigación de éstos.
En el siglo XVII los repartimientos fueron deficientes, teniendo que reformar la estructura del trabajo colonial y
suspendieron las reparticiones en la agricultura, y en casi todas las ocupaciones, menos en la minería. Ahora
los trabajadores debían escoger a sus patrones españoles, supuestamente de manera voluntaria (1601). Los
jueces repartidores cambiaron de título, ahora les decían, jueces comisarios de alquileres; con el paso de los
días, el trabajo voluntario resultó ser una cruel mentira.
En 1607, los jueces impusieron la asistencia laboral por la fuerza; en 1609, se volvió a intentar el
establecimiento del sistema voluntario de ocupación laboral, fue hasta el año de 1632, cuando se cambió de
definitivamente el repartimiento, en casi todos los casos, menos en el de las minas, éste cambió a partir del de
enero de 1633. La aplicación de las leyes en México, ha sido sólo en teoría, por eso, es de esperar que la
abolición de 1632, con respecto repartimiento, no llegó a su fin como se esperaba, pues la agricultura fue la
más afectada por la falta de repartimiento. Los trabajos urgentes y pesados consistió en el desagüe y, el
trabajo en las hacienda; que dependía de mano de obra privada y del peonaje. El desagüe se refiere a las
inundaciones en las áreas bajas de la ciudad, provocadas por las fuertes lluvias en la ciudad de Tenochtitlán.
Las inundaciones que provocaron mayores daños, fueron las de 1604 y 1607, la tala de árboles de los
bosques circundantes y las construcciones de nuevas casas, en el primer periodo colonial fueron las causas.
La inundación de 1607 fue la más catastrófica, que lo que llaman Albarradón de San Lázaro tuvo que ser
reconstruido; las calzadas de Guadalupe, San Cristóbal y San Antonio Abad tuvieron que ser reparadas; las
obras se extendieron en la Presa de Acolman conteniendo el agua del río Teotihuacan (Nexquipaya). Enrico
Martínez fue el ingeniero que dirigió los trabajos. Construyeron un túnel en el extremo noroeste del valle, para
conducir el exceso de agua mediante una serie de canales. Miles de trabajadores estuvieron más de 11
meses laborando, el trabajo del canal subterráneo y sus adyacentes fueron terminados. Sin embargo los
trabajos continuaron más adelante debido a que los expertos Enrico Martínez y Adrian Boot, consideraban
insuficientes los planes para contener el agua; en el verano de 1620 la ciudad sufrió nuevas inundaciones. En
el año 1628 las construcciones de diques y desvíos de aguas de los ríos continuaron de manera permanente.
En 1629 sucedió la inundación más dañina que las anteriores, y estas se debían al cierre de canales y la falta
de mantenimiento de éstos. De los pueblos aledaños llegaron con canoas y remeros para ayudar a la
población, pues la ciudad permaneció inundada y las casas se derrumbaron, muchos habitantes huyeron a
tierra firme. Se dice que cuando el rey fue informado de esta catástrofe, sugirió trasladar la ciudad a tierra
firme. Sin embargo los planes de obtener un mejor desagüe continuaron hasta fines de los tiempos coloniales.
Durante estos tiempos de fuertes lluvias e inundaciones, un gran número de personas padecieron, por lo
mismo, enfermedades, sobre todo aquellas que trabajaban en las labores de desagüe, el número de peones
en esta labor consistía en 1500 ó 2000 trabajadores que laboraban diariamente.
Pasaba el tiempo y se empezaron a dar hechos en el desarrollo del trabajo privado; el secuestro de indígenas,
para laborar en los obrajes era cosa común, se requería mano de obra exclusiva para los talleres de la
producción de telas de lana, siendo el inicio de la industria colonial por un lado, y la cría de ovejas por el otro.
Los primeros empresarios privados fueron el oidor, Lorenzo de Tejada y Antonio de Mendoza, el primer virrey;
el trabajo se subdividía en el lavado, la cardadura, el hilado y el tejido. A principios del siglo XVII había en la
Ciudad de México, 25 obrajes de telas y sombreros, éstos talleres se encontraban en Texcoco, Xochimilco,
Azcapotzalco, entre otros; el trabajo era extenuante, el alimento y las condiciones de vida insatisfechas.
Estos trabajos se realizaban a puertas cerradas, como si fueran cárceles y, de hecho lo eran, pues el contrato
manifestaba ciertos acuerdos, donde el trabajador tendría algunos “derechos”, pero en los hechos estos no
existían; los convictos de las cárceles, trabajaban junto con los que se creían “libres” y el trato era, para
ambos, inhumano, e inclusive había niños que eran entregados al patrón del obraje, en calidad de aprendices;
las leyes de aquel tiempo establecían ciertas reglas para que el trato patrón-trabajador se diera con cierta
justeza, pero estas leyes siempre fueron ignoradas por los patrones. El obraje persistió hasta finales de la
colonia, (s. XVIII).
Así como los secuestros sucedían en el caso de los obrajes, también se daban en la agricultura y en las
haciendas, con sus variantes respectivamente. En las fincas del valle, a los trabajadores indígenas –privados-,
se les denominaba gañanes, es decir, hombres fuertes y rudos, mozos, en la agricultura, o bracero, jornalero
en el vocablo de ahora. Hubo muchos gañanes en Teoloyuca, Tepozotlán, Huehuetoca y Coyotepec. Los
patrones, privados controlaban a sus trabajadores, considerándolos exclusivos, es decir, no disponibles para
el trabajo de la comunidad, tal era el control que se ejercían sobre la mano de obra.
Los salarios según la categoría, subieron un poco en el período de despoblación, desde el año 1630 hasta
finales de la colonización, estando más o menos estables. Los trabajadores “libres” de los obrajes, percibían
un salario de 3 pesos al mes; los peones recibían, después de la abolición del repartimiento agrícola, 1 real y
medio ó 2 reales al día; los trabajadores de las haciendas, 2 reales al día para los peones; 2 reales para los
cuidadores de mulas; 1 real y medio ó 2 reales para los vaqueros y ayudantes; 1 real para los pastores; 3 ó 4
reales diarios para los albañiles calificados y los oficiales percibían de 3 a 5 reales al día. Dependiendo el
trabajo y en algunas ocasiones daban los alimentos y pasajes. El salario, en algunas zonas, era cubierto o
pagado, parte en dinero y otra parte en maíz.
La historia laboral de nuestro país, tuvo que ver con el trabajo por deuda, es decir, un préstamo o anticipo del
salario al trabajador “libre” de un obraje, lo convertía en deudor por mucho tiempo. El trabajador, era orillado a
comprar con fondos prestados las herramientas que habría de utilizar en el trabajo del obraje. Si el trabajo no
era del agrado del patrón, se aplicaban deducciones o disminución de la paga en el salario, prohibiendo
además, que adquiriera o compraran mercancías en otras tiendas que no fuera la del patrón; las deudas
aumentaban desconsideradamente; las legislaciones reales sobre el trabajo por deuda prohibía algunos
préstamos de los patrones, que enganchaban al trabajador y, se prohibió el pago de deudas con trabajo, pero
éstas leyes, en la práctica siempre estuvieron a favor de los patrones, basadas en prohibiciones y
regulaciones que no se cumplían. En cambio, según cálculos casi a final de la era colonial, el peonaje por
deuda aumentó, afectando a un poco menos de la mitad de los trabajadores de las haciendas y en su mayoría
debían, el equivalente al trabajo de tres o más semanas.
Los núcleos de trabajadores indígenas se concentraban en Chalco, (1800-1803) con 11 mil trabajadores
residentes de este lugar, más 517 que era de fuera; Coatepec, (1799) 1,306 más 12 de fuera; Coyoacán,
(1799) 3 mil 548 más 174 de fuera; Cuauhtitlán, (1797), 3 mil 897 más 80 de fuera; Ecatepec ( 1803) 2 mil
573; Mexicalzingo, (1800), 2 mil 222; México (1800-1801) 9 mil 672; Otumba (1800) 1 mil 342 más 19 de
fuera; Tacuba (1799), 6 mil 561; Teotihuacan (1804) 1 mil 813; Texcoco (1802) 7 mil 546; Xochimilco (1801) 4
mil 278 más 3 de fuera; Zumpango (1801) 1 mil 310 más 52 externos.
A finales del coloniaje español, el peonaje se concentraba, en las haciendas y las deudas esclavizantes
abarcaban el débito de 3 y 4 semanas; esto representaba el control de las haciendas sobre los endeudados
trabajadores indígenas. Habían sido despojados de sus tierras, tierras que como se sabe, eran trabajadas en
común; las condiciones infrahumanas abarcaron casi todas las categorías de los trabajadores, las viviendas
destinadas al peonaje fueron pocilgas. Las haciendas se habían extendido dentro y fuera del valle, algunas
con pocos trabajadores y otras con un mayor número de éstos. Las condiciones se dieron para que estallara
la Revolución de Independencia (1810). Pero en el siglo XIX se crearon nuevas condiciones que llevaron a la
Revolución de 1910-1917.
Gráfico 2: Metales recibidos de Indias en el siglo XVI, con expresión del tanto por
ciento entre el oro y la plata
Gráfico 3: Las dos edades de la plata americana (1550-1800)
Gráfico 5: Envíos de oro y plata a España en la primera mitad del siglo XVII según
Hamilton
Gráfico 6: Envíos de oro y plata a España en la segunda mitad del siglo XVII según
García Fuentes
Algunos cronistas consideran que los incas conocían la riqueza de Potosí y que el
emperador Huaina Cápac había ordenado que se la explotase. Pese a ello, según una leyenda,
cuando los aborígenes intentaron extraer el mineral, una voz surgida con gran estruendo de las
profundidades, les advirtió: “No saquéis la plata de este cerro porque es para otros dueños“. El relato,
de indudable origen español, refiere entonces que los incas no se atrevieron a desobedecer la
orden y volvieron a trabajar en las aledañas minas de Porco hasta que las tropas españolas
invadieron el Cuzco y se apropiaron de esos riquísimos yacimientos, sin saber aún que Potosí
escondía mayores tesoros que todos los que se explotaban en los alrededores.
A partir de allí, circularon varias versiones —recogidas por los cronistas de época— sobre la
manera en que se llegó a descubrir el yacimiento de Potosí. Sin embargo, todas las fuentes
coinciden en señalar que fue un indígena llamado Huallpa, encomendado a un minero de Porco,
Juan de Villarroel, el primero en descubrirla. Afirman los cronistas que Huallpa, “persiguiendo
durante todo un día un carnero que iba de huída, le dio alcance en el mismo cerro de Potosí siendo bien
entrada la noche (…) y atado el carnero en un matorral de paja, luego que amaneció lo arrancó de cuajo
y así descubrió la veta”.
El trabajo en las minas y los ingenios recaía por entero sobre los indígenas, cuya población activa
ascendía en 1603 a 58 800 operarios. De ellos, sólo 13 500 estaban dedicados a tareas estrictamente
mineras; los demás se ocupaban de actividades complementarias. Únicamente 10 500 prestaban
servicio obligatorio; el resto eran trabajadores libres
Otra versión cuenta que Huallpa, para protegerse del frío encendió unas matas y a la mañana
siguiente “vio que con la actividad del fuego se había derretido la plata de aquélla veta y corrido en
riquísimos hilos”. Lo cierto es que el indígena no le comunicó a nadie su hallazgo y secretamente
extraía la plata de Potosí, la fundía y gastaba en Porco sus ganancias como un potentado. Por
supuesto, la noticia no tardó en llegar a oídos del encomendero Villarroel y, con ella, el’origen
de la riqueza repentina de Huallpa.
Sin dudar, el español registró la “veta descubridora” a su nombre, según las leyes vigentes en
la época y dio pie para que otros mineros de Porco explotasen distintas vetas del yacimiento de
Potosí, cuyo nombre se convirtió vertiginosamente en sinónimo de riqueza.
No fue fácil para los españoles el asentamiento de un poblado a la vera del cerro. Por ser
perpetuo el frío, “no se cría en este suelo ningún género de mantenimiento, excepto algunas
papas. La tierra está pelada sin ninguna arboleda ni. verdura…” escribió Luis Capoche, en su
Relación General de la Villa Imperial de Potosí.
Por otra parte, en un sitio cercano, existía un pueblo indígena, denominado Cantumarca, cuyos
habitantes convinieron en un principio ayudar a los españoles que “a fuerza de palos y malos
tratamientos los obligaron con toda violencia a que hicieran adobes y abriesen cimientos”, razón
por la cual, los aborígenes se sublevaron y, parapetados en un cerro vecino, hostilizaron a los
conquistadores. Según se cuenta, enviaron un mensajero con esta orden: “Decid a esos enemigos
nuestros, ladrones de oro y plata, barbudos sin palabra, que si hubiéramos sabido que eran gente sin
piedad y que no cumplen los tratos, desde que supimos que estaban en Porco les hubiéramos hecho guerra
y echándolos de allí no le permitiéramos entrar donde estábamos ni sacar la plata de Potosí”.
Se entabló entonces una feroz batalla de la que surgieron vencedores los españoles. Los
indígenas huyeron hacia el valle de Mataca. desamparando sus ranchos que inmediatamente
fueron ocupados por los vencedores mientras esperaban la construcción de sus casas en
Potosí. Finalmente, en enero de 1546, según algunos autores, o en diciembre de 1545, según
otros, comenzó a fundarse la Villa Imperial de Potosí.
En poco tiempo se edificaron casas en los sitios más secos y luego, al crecer la población, se
rellenaron los terrenos cenagosos para levantar nuevas construcciones. La población creció sin
orden ni planificación: en 18 meses se construyeron más de 2500 viviendas habitadas por 14
000 personas entre indígenas, y españoles que ocupaban, respectivamente, la parte sur y el
sector norte de la villa.
Hacia el año 1573 la ciudad ya tenía 120 000 habitantes. Creció sin mesura a medida que se
fueron descubriendo nuevas minas y acudían de toda España y Europa, hombres ávidos del
botín que durante siglos había escondido la naturaleza. Un censo de 1611 estableció que,
durante la gobernación del virrey Montesclaros, los habitantes superaban las 150 mil almas,
cifra que aumentó en 10 mil treinta años más tarde, según consta por un padrón que ordenó
levantar el presidente de la Audiencia de la Plata, Francisco de Mestares Marín.
LA ECONOMÍA POTOSINA
Durante ciertas épocas del año, en Potosí, unas cuantas tormentas azotan la tierra y
la,desgarran, dejando nada más que una arenilla negruzca flotando en el aire. Por eso, aun en
los momentos de mayor riqueza, los alrededores de Potosí eran tristes, pelados, a veces sin un
árbol, sin una cosa verde que descansara los ojos. De allí que Potosí no podía producir
prácticamente nada para la alimentación de sus habitantes. Durante todo el tiempo que duraba
la explotación de los yacimientos las actividades agrícola-ganaderas eran nulas v la ciudad
debía abastecerse con mercaricias de regiones lejanas, que proveían hasta la leña y la paja.
Esta desventaja (dada la magnitud demográfica y la capacidad adquisitiva ce sus habitantes)
hizo entonces que en Potosí se originaran importantes corrientes comerciales. La mayor parte
de su población estuvo fundamentalmente dedicada al comercio, a la compra-venta de
productos que llegaban de todas partes del mundo.
Los metales que no se producían estrictamente en Potosí sino en los alrededores, iban
asimismo a parar a la Casa de la Moneda de la ciudad donde se marcaba la plata en barras con
el cuño real. Plata y azogue (Mercurio, que provenía de las minas de Huancavelica, en Perú)
sustentaban el poderío económico de la villa, servían para pagar los vinos, aguardientes y
aceitunas que llegaban desde los fértiles valles de lea; el sebo, la grasa, el charque, las maderas
y las muías que provenían de la lejana provincia de Tucumán; la yerba que remontaba ignotos
ríos desde el Paraguay; los caballos de Chile; las medicinas, el hierro, los tejidos finos y todo
tipo de productos y mercancías que atravesaban el océano desde la lejana Europa y
abarrotaban los almacenes potosinos.
Este auge comercial creó, por supuesto, una clara estratificación entre los comerciantes de la
villa. La venta de productos más rentables o la de los destinados a la población española de
mayor capacidad adquisitiva, estaba en manos de españoles. Uno de los mayores negocios
durante la época de explotación del yacimiento fue, sin embargo, la comercialización de la coca.
Implicaba, aproximadamente, un millón de pesos fuertes al año y la consumía toda la población
indígena de la región.
En varias oportunidades se quiso prohibir su venta porque se la consideraba nociva, pero los
poderosos intereses en juego impidieron que se suprimiera su tráfico. Se llevaba a Potosí desde
los cálidos valles orientales del Cuzco donde aproximadamente 400 españoles se dedicaban a
su explotación.
La venta al menudeo, en Potosí, la realizaban los propios indígenas, pues para los españoles
constituía un enorme desprestigio social dedicarse al comercio al por menor, aunque eran, por
supuesto, los responsables de las compras de coca al por mayor. Los distintos productos se
vendían en “plazas” destinadas exclusivamente al comercio. La plaza del metal era, sin duda,
la más pintoresca, ya que allí se reunían los aborígenes para vender el metal que se les pagaba
como salario por su trabajo en las minas. “Se sientan los indios e indias muy juntos y juntas —escribió
Luis Capoche—, por hileras (…) y son como cuatrocientas personas o quinientas las que vienen con metal
para vender, en especial los jueves y viernes y sábados, porque los demás días, por ser los primeros de la
semana, no viene tanta gente…”.
Además de la concurrida plaza de metal, existían otras tres en las qiie se vendían diversos
productos, sobre todo maíz, harina, ganado, carbón y leña. Los productos manufacturados
europeos se vendían, a su vez, en locales cerrados que el Cabildo de Potosí alquilaba en dos
de las plazas principales, la Mayor y la del Regocijo.
Las ventas de “ropas de Castilla” alcanzaron en un año el millón de pesos, signo indudable del
lujo, la riqueza y la necesidad de figuración de las clases dominantes que eran las que
«consumían mayormente las mercancías europeas. “El principal lujo de esta villa —se asombró
Concolorcorvo— consiste en los soberbios trajes, porque hay dama común que tiene más
vestidos guarnecidos de oroy plata que lapr-incesade Asturias…”
Puñaladas y sablazos
Tanta riqueza generó no pocas luchas por el poder. Las clases dominantes (divididas en tres
bandos netamente diferenciados, los azogueros o propietarios de ingenios, los propietarios de
minas y los grandes mercaderes) se trenzaban cotidianamente en interminables y feroces
disputas. La autoridad real, representada por un corregidor, no siempre lograba imponerse y,
por el contrario, a veces avivaba el fuego de la discordia, volcando sus preferencias por uno u
otro grupo.
Los conflictos se planteaban indistintamente para lograr la sanción de leyes que beneficiara a
unos en desmedro de otros, para conseguir mayor y mejor mano de obra en las repartijas de
indígenas, para lograr franquicias en las explotaciones o el comercio de ciertos productos. De
esta manera, los pleitos que se seguían ante la Audiencia de Charcas, el virrey del Perú o el
Consejo de Indias eran interminables. Potosí, durante los 200 largos años que duró la
explotación de los yacimientos, mantuvo varios procuradores ante la corte metropolitana para
peticionar directamente en España, buscando crear conflictos de poderes con otras autoridades
coloniales o intentando resolver los problemas internos.
Durante los siglos XVI y XVII todo fue válido en Potosí: la emboscada, el asesinato, los asaltos
a mano armada, las violaciones de mujeres del bando enemigo. Los episodios criminales eran
cotidianos y bastaba una mala mirada, una leve interjección o un saludo desdeñoso para que
dos hombres se trabaran en lucha.
Es célebre el. caso del capitán Pineda, un andaluz, y de Juan Pérez Ramusio, un criollo de
Mataca: se cuenta que un sábado por la tarde el capitán Pineda caminaba por la calle de los
Césares cuando se le cruzó Ramusio que, por algún pleito anterior, evitó saludarlo. Se encrespó
el andaluz y lo llamó a los gritos: “Ven acá… mestizo…”.
El insulto erizó al criollo quien, acelerando el paso se plantó abruptamente a dos pasos de
Pineda. Este, sonriendo, le espetó: “¿Acaso no aprendiste a persignarte cuando me vas a
pasar?”. Ramusio se quedó callado, como pensando una salida ingeniosa que no lo dejara mal
parado ante el público que comenzaba a rodearlos.
Lentamente sacó una daga oculta en la cintura y susurró con rabia c ontenida: “Mis padres, que
eran andaluces, me enseñaron a hacer la señal de la cruz de esta manera…”. Decir eso y ensartarle el
puñal en la frente al desprevenido Pineda fue todo uno. El andaluz cayó redondo, bañado en
sangre, muerto: el pleito quedó así formalmente resuelto.
Tres días de tiranía
Desde los orígenes de la Villa Imperial de Potosí, la ambición, las ansias de poder, las
desaforadas intenciones de los diversos grupos que pugnaban por gobernar, crearon no pocas
situaciones revulsivas. Cientos de batallas sangrientas se libraron en las calles de la ciudad de
la plata, aunque quizá ninguna haya sido tan feroz como la que entablaron en marzo de 1553
las fuerzas leales a la monarquía española y un conjunto de vecinos encabezados por un
taLEgas de Guzmán, quien aspiraba a gobernar la urbe y explotar el cerro sin rendirle cuentas
al rey.
Egas logró, en efecto, sojuzgar a la población merced a la violenta acción de 50 hombres que,
muy bien pagados, asolaron el territorio,’ejecutando a indígenas y españoles leales. Dos
capitanes del ejército español, sin embargo, pretendieron enfrentarlo. Francisco Centeno y
Diego Díaz, al mando de 60 arcabuceros y 400 indígenas armados sólo de macanas y hondas
rodearon, el 2 de marzo de 1553, la Villa, en cuya plaza central estaban apostados los secuaces
de Egas de Guzmán.
Marchó Centeno hacia el centro de la ciudad y se puso a tiro del arcabuz enemigo, acercándose
peligrosamente hacia la plaza y dejando cubiertas sus espaldas con la tropa indígena. Egas de
Guzmán, percibiendo la debilidad de la retaguardia enemiga optó por enviar 40 de sus hombres
a caballo para que rompieran el cerco aborigen y acometieran a la infantería de los. leales por
detrás.
Así fue que mientras la lucha en el frente favorecía a Centeno y a Díaz, la batalla en los
alrededores de la ciudad les era absolutamente desfavorable.
Luego de una hora de rigurosa pelea, los infantes leales fueron finalmente sometidos. Algunos
pocos huyeron mientras los heridos eran pasados por las armas directamente en el campo de
batalla. “Hubiera sido más atroz la tiranía de Egas de Guzmán en esta guerra —relata el cronista
Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela en su libro Historia de la Villa Imperial de Potosí— si en la cuesta del
cerro de la Cantería los indios que se retiraban derrotados no hubieran defendido a los leales tirándoles
tantas piedras a Guzmán y a los suyos cuantas fueron necesarias para detenerlos…”.
La victoria de Guzmán paralizó vir-tualmente todo trabajo en Potosí: pocas horas después de la
pelea, el tirano saqueó las casas de los leales (“valiéndole el saco —afirma Arzáns— más de 1
800 000 pesos en marcos de plata”), mató a quienes se le opusieron, hizo azotar públicamente
a “muchas mujeres españolas porque averiguó que trataban entre ellas de matarlo”, quemó
casas y ejecutó aborígenes, acusándolos de traidores. Tres días exactamente duró su gobierno.
Ni los propios hombres de Egas de Guzmán toleraban a su jefe; hasta el extremo de que uno
de sus capitanes, Antonio de Lujan, logró que seis soldados engrillaran al tirano y lo sometieran
a la peor de las muertes: el descuartizamiento.
El episodio es sólo un ejemplo del alto grado de violencia que alcanzaban en Potosí las
tensiones sociales, económicas y políticas. Existían razones para que ello sucediera.
La villa imperial no fue, como la mayor parte de las ciudades hispanoamericanas, una urbe que
se enriqueciera por la producción agrícola-ganadera de la región rural que las circundaba. No
era una “ciudad hidalga” ni una “ciudadela militar”, no estaba dominada por una aristocracia
feudal ni el prestigio de las clases más poderosas provenía de la tradición sino, por el contrario,
del caudal de riqueza acumulada. Por eso, las clases sociales potosinas se estructuraron de
manera diferente al resto de las urbes coloniales: en un primer momento el acceso a la riqueza
fue fácil y produjo, consecuentemente, una gran movilidad social.
Prestigio, poder e influencia eran conseguidos por todos aquellos que habían obtenido inmensas
fortunas dedicándose a cualquiera de las tres grandes actividades económicas que la ciudad
fomentaba. Pero, de la misma manera que lo adquirían, lo perdían, al inundarse una mina, al
perderse un barco con mercadería o al fallar un envío de azogue. Los grupos dirigentes de
Potosí estaban integrados por españoles y ocasionalmente algunos criollos.
Por lo general, el poder político no constituyó una aspiración de la “nobleza” potosina, dedicada
por completo al comercio y sus derivados. Los cargos de regidores caían —según un cronista—
“en manos de cualquier forastero, sin más averiguación que la de tener la cara blanca y las
posibilidades suficientes para mantener su decencia…”. Sucedía que el poder final de decisión
se encontraba fuera de Potosí: los pleitos los resolvía primordialmente la Audiencia de Charcas.
La decadencia
Pero esa petulancia nacida de la riqueza comienza a deteriorarse a partir de la segunda mitad
del siglo xvn, cuando disminuye notoriamente el rendimiento de las minas de plata. La
decadencia de Potosí significó también la decadencia de los grupos dirigentes y sus habitantes
contemplaron con pena y nostalgia el ocaso de una de las más opulentas ciudades de
Hispanoamérica, atribuyéndole su ruina a la incapacidad de la urbe de atraer gente noble: “Ya
no es lo que solía —escribió Capoche— porque de España pasan a estas Indias gente común
y falta de nobleza”.
Semejante situación hizo cundir el desconcierto y a la ruina económica continuó el desbande,
un decrecimiento demográfico del que nunca pudo recuperarse Potosí. Sólo salvó a la ciudad
de un derrumbe total el funcionamiento de algunas fundiciones. Como no existían este tipo de
establecimientos en las regiones aledañas, hasta la villa llegaba metal para ser fundido y luego
“quintado” en su Casa de la Moneda, por otra parte la única que existía en todo el ámbito de
esa importante región minera de América.
Pese a todo, ya en el despunte del siglo xvni la población de Potosí había bajado a menos de
la mitad. “Ha disminuido de tal manera —estampó un cronista de la época— que hoy no pasan
de 70 000 entre españoles e indios, que viven unos y otros en 16 000 casas entre grandes y
pequeñas de una y otra nación… Las familias de indios que al presente están avecinadas en
Potosí pasarán de mil pero se acrecientan a veces con la llegada de forasteros, también indios.
La de los españoles ya no se acrecienta por el comercio o por la llegada de tratantes y
contratantes que antes de todas las naciones de’Europa acudían incesantemente todos los
días”.
De esta manera, a los pies del cerro, agujereado por todas partes pero con sus pasadizos
vacíos, se adormeció Potosí. Sólo algún indígena solitario intentaba de vez en cuando reeditar
la ardua tarea de sus antepasados. Con una candela de sebo encendida en la mano se
sumergía por los recovecos y las escalerillas construidas en el cerro, llevando un zurrón de
cuero en las espaldas. Hurgaba en las vetas secas, rapiñaba algo de metal. Pero estaban muy
lejos los tiempos en que Potosí producía hasta casi siete-mil barras de plata por año-y era —
según un cronista— “la más feliz y dichosa de cuantas ciudades se saben en el mundo”.
Tras la conquista del Perú surgió una guerra civil entre Francisco Pizarro y Diego
de Almagro por el dominio de las nuevas tierras.
Para ponerle fin a estos conflictos, el rey Carlos I de España decretó las Leyes
Nuevas en 1542, con las que dispuso la creación del virreinato del Perú y el título
de virrey.
El primer gobernante fue Blasco Núñez de Vela, y años más tarde llegó un
personaje muy recordado en la historia debido a las reformas que formuló:
Francisco de Toledo.
LAS MODIFICACIONES
Toledo gobernó el virreinato desde 1569 hasta 1581. Sus reformas más
resaltantes son:
a) La creación de las reducciones.- Se obligó a los indígenas a dejar sus viviendas
en las partes más altas de las montañas y concentrarse en las zonas de fácil
acceso.
Esto con la finalidad de agilizar la evangelización, el cobro de tributos y el
reclutamiento de mano de obra.
Francisco de Toledo
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No debe confundirse con Francisco de Toledo Herrera.
Información personal
Lugar de
Provincia de Toledo
sepultura
Nacionalidad Española
Religión Catolicismo
Información profesional
1Biografía
o 1.1Nacimiento y primeros años
o 1.2Al servicio del emperador Carlos V
o 1.3Nombramiento como Virrey del Perú
o 1.4Muerte
o 1.5Testamento
o 1.6Sus restos
o 1.7Efemérides
2Arribo al Perú
o 2.1Primeras medidas
o 2.2La visita general al Perú (1570-5)
o 2.3Visita a la Villa Imperial de Potosí (1572)
o 2.4Últimos años de su gobierno
o 2.5Fin de su gobierno
3Obras y medidas de su gobierno
o 3.1Ordenanzas del Perú
o 3.2El problema de la perpetuidad de las encomiendas
o 3.3Las reducciones de indios
o 3.4Reglamentación de la mita
o 3.5Reglamentación del tributo indígena
o 3.6Auge de la minería
o 3.7Creación de la Casa de Moneda
o 3.8Obras urbanísticas
o 3.9Recopilaciones de la historia inca
o 3.10Reglamentación del cultivo y comercio de la coca
o 3.11Instalación del Tribunal de la Inquisición
o 3.12Instalación del Tribunal de la Santa Cruzada
o 3.13Ejecución del inca Túpac Amaru I
o 3.14Expedición a Chile
o 3.15Fracasada expedición contra los chiriguanos
o 3.16Represión de brotes de insurrección
o 3.17La Universidad de San Marcos: Real y Pontificia
o 3.18Fundación del Colegio Mayor de San Felipe y San Marcos
o 3.19Controversia con los jesuitas
o 3.20La imprenta, la lengua quechua y las publicaciones sobre catequesis india
o 3.21Fundación de poblaciones
o 3.22Armada del Mar del Sur
4Obra escrita
5Notas
6Bibliografía
7Enlaces exteriores
Biografía[editar]
Nacimiento y primeros años[editar]
Francisco de Toledo nació el 15 de julio de 15154 en el Castillo de Oropesa perteneciente a
la noble familia Álvarez de Toledo. Fue el cuarto y último hijo del II conde de
Oropesa, Francisco Álvarez de Toledo y Pacheco, y de María de Figueroa y Toledo —
primogénita de Gómez Suárez de Figueroa, II conde de Feria, y de su segunda esposa, María
Álvarez de Toledo, hija de los I duques de Alba de Tormes—. Su nacimiento se produjo al
tiempo que fallecía su madre, lo que influyó en su talante serio y taciturno. Sus tías María e
Isabel se encargaron de su crianza.
Al cumplir los ocho años se trasladó a la corte del rey Carlos I de España para servir
como paje de la reina consorte Isabel de Portugal. Aprendió latín, historia, retórica y teología,
además de esgrima, música, baile y modales cortesanos.
Al servicio del emperador Carlos V[editar]
El rey Carlos I de España y emperador Carlos Vdel Sacro Imperio Romano Germánico
Francisco de Toledo tenía quince años cuando en 1530 el rey Carlos I lo aceptó en su casa.
Acompañó al emperador hasta sus últimos días en las más variadas circunstancias tanto de
paz como de guerra. Este contacto personal con el monarca, de quien adoptó la prudencia
política, el “maquiavelismo” y la tendencia a buscar contrapesos entre sus colaboradores, le
serviría de provechosa experiencia para su labor gobernativa posterior.
En 1535, cuando tenía veinte años, fue investido con el hábito de caballero de la Orden de
Alcántara, una orden religioso-militar, y en 1551 se le dio en esta corporación la encomienda
de Acebuchar.
La primera acción militar en la que intervino fue la expedición a Túnez en 1535, gran triunfo de
las tropas imperiales sobre los turcos otomanos a quienes arrebataron dicha plaza del norte
de África. Siguiendo al emperador en su recorrido por Europa, el joven Álvarez de Toledo pasó
por Roma, donde Carlos I desafió al rey de Francia Francisco I, lo que desencadenó
otra guerra con dicho país (la tercera del reinado del emperador), entre los años 1536-1538.
Tras la firma de la paz, Álvarez de Toledo regresó a España y marchó más tarde a Gante,
en Flandes. Participó enseguida en la expedición a Argel, importante plaza turca del
norte africano, campaña que culminó en fracaso debido al mal tiempo (1541).
En los años siguientes continuó al servicio de las armas imperiales, aunque también participó
en las dietas, juntas y concilios. Era una época muy turbulenta, pues, además del embate de
los turcos otomanos, se producía el avance del protestantismo en Alemania, región bajo órbita
imperial. En todo este tiempo Álvarez de Toledo estuvo cerca del emperador Carlos V.
Conoció las negociaciones de España con Inglaterra para iniciar una nueva guerra contra
Francia.
Se ocupó de los asuntos de Hispanoamérica, interesándose respecto del estatus jurídico que
debían tener los indios. Estuvo en Valladolid cuando fray Bartolomé de las Casas presentó
ante una junta de teólogos el texto de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias y
supo de la redacción de las Nuevas Leyes de Indias que tanto revuelo provocaron en el Perú.
Partió de Barcelona en 1543 con el emperador, rumbo a Italia y Alemania, durante la cuarta
guerra contra Francia. Participó en las batallas de Güeldres y Düren.
En 1556 se produjo la abdicación de Carlos I y su consecuente viaje a España, y el 12 de
noviembre, camino del monasterio de Yuste, hizo su entrada en el Castillo de Oropesa,
ubicado en Jarandilla de la Vera, donde fue hospedado por su propietario, el III conde de
Oropesa, Fernando Álvarez de Toledo y Figueroa, quien era el sobrino de Francisco y que
también recibió al anciano exmonarca. La estancia duró hasta el 3 de febrero de 1557 en que
culminaron las obras de Yuste, última morada de Carlos I. Ambos le sirvieron hasta su
fallecimiento en 1558.
Los años siguientes los dedicó Álvarez de Toledo a actividades relacionadas con la Orden de
Alcántara. Entre 1558 y 1565 permaneció en Roma, donde participó en las discusiones y la
definición de los Estatutos de la Orden, como procurador general.
Nombramiento como Virrey del Perú[editar]
Fue mayordomo en la casa del rey Felipe II, hijo y sucesor de Carlos I, y asistió en calidad de
delegado regio al concilio provincial de Toledo de 1565. Tuvo el decisivo apoyo que le otorgó
el cardenal Diego de Espinosa, presidente del Consejo Real de Castilla, durante las
deliberaciones de la Junta Magna de 1568. Entre los resultados de la junta, donde se tomaron
acuerdos importantes sobre la organización administrativa de las Indias, surgió el
nombramiento de Álvarez de Toledo como virrey, gobernador y capitán general del Virreinato
del Perú, el 30 de noviembre de 1568.5
A fines de diciembre de 1568 salió de Madrid y tras visitar a sus familiares llegó a Sevilla el 23
de febrero del año siguiente; se embarcó en Sanlúcar de Barrameda el 19 de marzo, en la
armada que conducía el general Diego Flores de Valdés. Llegó junto con su secretario
Eusebio de Arrieta, quien desempeñara como secretario del santo oficio limeño, la misma
familia Arrieta establecida en Lima y Tarma.
Muerte[editar]
Ya viejo y enfermo, Francisco Álvarez de Toledo se retiró a vivir sus últimos días en la villa
de Escalona, falleciendo el 21 de abril de 1582.6
Testamento[editar]
Francisco Álvarez de Toledo, en su testamento, efectuó numerosas disposiciones que se
ocuparon de los indios y que continuaron con sus obras después de su fallecimiento. En la
Cláusula V el ex virrey dejó establecido:
Y asì mismo, mando que se digan otras quinientas misas... en España... por la conversión de los indios
naturales de este Reyno...
Y en la Cláusula XXIV dispuso:
Y mando que se den 500 ducados de limosna al hospital de Potosí de los indios naturales y otros 300 al
hospital de los naturales de la ciudad del Cusco y otros 500 ducados al hospital de los naturales de esta
Ciudad de los Reyes, es para lo de mis testamentarios mandaren se haga los dichos hospitales más en
servicio de Nuestro Señor y beneficio de los pobres.
Sus restos[editar]
Oropesa, la ciudad natal de Francisco Álvarez de Toledo y en la que descansan sus restos
mortales,7 le debe la construcción del Convento de San Bernardo y el Colegio de los Jesuitas,
que datan de 1590. En 1605, sus restos fueron trasladados a la ya terminada Iglesia de San
Bernardo –planificada por el arquitecto Francisco de Mora, discípulo de Juan de Herrera, en
estilo barroco clasicista– y depositados al pie del altar mayor.
Efemérides[editar]
En 2014, y con el fin de conmemorar el V Centenario del nacimiento de Francisco Álvarez de
Toledo y ensalzar su figura y sus obras, el Ayuntamiento de Oropesa y Corchuela, en
la provincia de Toledo, convocó un concurso de ideas para la realización de una escultura que
será ubicada al aire libre, diseñada a tamaño real con una altura de 2 metros, sin limitaciones
de peso, y se construirá en bronce resistente, que soporte el deterioro, situándose sobre
peana de granito.8 La escultura ganadora fue "Camorza" de Óscar César Alvariño Belinchón
(de Manzanares el Real).
Como parte de esta efemérides, la diputada nacional de España, Rocío López, desde la
Comisión de Cultura, propuso recordar a Francisco Álvarez de Toledo a través de la emisión
de una estampilla o sello de Correos de España en el que aparece un retrato del personaje
sobre el mapa de Perú. La emisión se hizo efectiva el 23 de octubre de 2015 a través del
procedimiento de impresión en offset papel engomado, con un tamaño de sello de 40,9 por
28,8 mm.
Arribo al Perú[editar]
Francisco Álvarez de Toledo y su rúbrica. Grabado de Evaristo San Cristóbal, siglo XIX. Es la clásica
imagen del virrey según la descripción de los cronistas: vestido de negro riguroso, espada al cinto y con
una gran cruz verde de la Orden de Alcántara en el pecho.
El Virreinato del Perú era entonces inmenso: se extendía por una gran parte del territorio
de América del Sur, desde Panamá hasta el extremo sur del actual territorio continental
de Argentina, incluyendo las Audiencias de Panamá, Bogotá, Quito, Lima, Chile y Charcas.
Quedaban excluidos Venezuela y Brasil.
Francisco Álvarez de Toledo arribó al Nuevo Mundo y desembarcó en Cartagena de Indias el
8 de mayo de 1569.
Su figura sólida y físicamente imponente debió impresionar a cuantos encontró, no sólo por su
ascetismo y el rigor de su presencia física, sino por los modales y manera de hablar, cargado
de seriedad y de fortaleza. A punto de cumplir 54 años, en la madurez adulta de su vida, el
virrey Álvarez de Toledo era de convicciones firmes, con valores personales propios, de una
conducta moralmente intachable, de exagerada sobriedad, sentimiento reformador, gran
liderazgo, audacia ilimitada, perfeccionismo a ultranza y de talante altivo. No estaba casado y
eso le permitía volcar todas sus energías al servicio de Dios, el Rey y España.
Su eficacia en el mando quedó demostrada de inmediato: no bien desembarcó en Cartagena
estableció los derechos de aduanas, levantó un hospital, artilló la plaza y expulsó a algunos
franceses allí asentados. Tres semanas más tarde llegaba a Nombre de Dios, en Panamá,
continuando su obra organizadora: instaló un hospital para marineros enfermos, cambió la
localización de la ciudad y el puerto, que trasladó a un lugar llamado Porto Bello, envió a la
península Ibérica a los españoles casados y encerró a los soldados y marineros en actitud de
rebeldía. Se trasladó por tierra a la ciudad de Panamá, ordenó la construcción de caminos y
vías, resolvió los conflictos de intereses enfrentados, estableció el derecho de almojarifazgo,
reunió a los indios en nuevas reducciones y persiguió a los negros cimarrones que asolaban la
región.
Desde Panamá avisó su llegada y envió una embajada a Lima, la capital virreinal, explicando
el sentido de su misión gobernadora. Navegó hasta Manta (costa del actual Ecuador) y
continuando por tierra alcanzó Piura a principios de septiembre de 1569. El día 15 de octubre
fue recibido con toda solemnidad en Trujillo; el 26 de noviembre llegó a la chacra de
Barrionuevo, cerca de Lima, donde recibió el saludo del gobernador Lope García de Castro,
la Real Audiencia, vecinos notables y prelados religiosos; y finalmente el 30 de noviembre
ingresó a Lima, pasando bajo los arcos de triunfo que se habían levantado en su honor.
El arzobispo de Lima Jerónimo de Loayza lo recibió en la Catedral.
Primeras medidas[editar]
El rey Felipe II de España.
Posesionado pues del gobierno virreinal, Álvarez de Toledo permaneció en Lima durante un
año, a fin de superar la crítica situación que halló, caracterizada por el enfrentamiento con la
Audiencia, los abusos generalizados, el incumplimiento de las normas, la falta de respeto a la
autoridad, la inaplicación de las leyes, la miseria y dispersión de los indígenas, el abandono de
las minas y las rebeliones de españoles, criollos e indios.
En este tiempo, supo rodearse de los mejores conocedores de la situación y con su apoyo
inició de inmediato una formidable obra de legislador y reformador, por lo que mereció el título
de "Solón del Perú", que le otorgara el insigne jurista limeño Antonio de León Pinelo. Su labor
transformó el virreinato, aseguró la soberanía de la corona castellana y profundizó el pasado
incaico.
Durante esos primeros meses de gobierno tomó las siguientes medidas:
Reglamentación de la mita[editar]
Reglamentó la mita, antiguo sistema de trabajo obligatorio por turnos que los incas
implementaron para la construcción de obras públicas y que los españoles reimplantaron
transformando su sentido original. Bajo los incas, el mitayo o trabajador indígena recibía la
manutención del Estado y la retribución en bienes; en cambio, los españoles fijaron para cada
mitayo un salario irrisorio, sumándose esta pesada carga laboral al tributo que el indio debía
pagar al encomendero. De acuerdo a lo dispuesto por las ordenanzas, los pueblos indígenas
debían proveer un número de trabajadores para la construcción de puentes, caminos y
edificios administrativos y religiosos; para el mantenimiento de tambos o posadas; y para
industrias tales como la extracción de minerales, las fábricas de paños (obrajes) y las
estancias. Las más odiadas por los indios fueron la mita minera y la obrajera.
Reglamentación del tributo indígena[editar]
Reglamentó la recolección del tributo indígena, exigiendo que el pago fuera hecho en moneda,
pese a lo cual los indios siguieron pagando en especie. Estaban obligados a pagarlo los
individuos de 18 hasta los 50 años, pero ambos extremos fueron arbitrariamente ampliados
por los encomenderos, corregidores y caciques a quienes correspondía efectuar la cobranza,
a fin de mantener así el rendimiento de la renta.
Auge de la minería[editar]
Se produjo un auge de la minería, tanto por la mano de obra que la mita proveyó a las minas,
como por la inclusión de la técnica de amalgama en el refinamiento de la plata que permitió
incrementar considerablemente los volúmenes de producción. Incorporó las minas de azogue
de Huancavelica a la Corona, debido a lo fundamental que era dicho metal en la amalgama.
Es el llamado estanco por el cual el estado arrendaba tales minas a los mineros.
El mayor éxito que logró fue el resurgimiento del Cerro de Potosí, que fue explotado utilizando
el tradicional sistema del Incario, y en una década, quintuplicó la producción del mineral de
plata de doscientos mil pesos anuales hasta más de un millón de pesos.18
Creación de la Casa de Moneda[editar]
Junto con el desarrollo de la minería, en especial la explotación de la plata, el virrey Álvarez de
Toledo atendió los reclamos del sector y de los comerciantes vinculados con el Cerro Rico de
Potosí respecto de la necesidad de contar con un establecimiento o "Casa de fundición y de
Moneda".
La construcción de la Casa de Moneda de Potosí comenzó en 1572 –en ocasión de la visita
de inspección que el virrey efectuara a aquella ciudad altoperuana– y que finalizó en 1575.19
Obras urbanísticas[editar]
En la legislación que Álvarez de Toledo dictó en las "Ordenanzas" para el buen gobierno, las
ciudades fueron un tema de especial atención por el virrey. En ese sentido realizó importantes
obras de mejoramiento urbanístico en varios lugares, beneficiando a las ciudades con la
edificación o restauración de sus casas de cabildos, hospitales, iglesias y cárceles, así como
se preocupó por la provisión de agua, tanto en el Cuzco, como en Lima; en esta última
culminó la obra que ya había iniciado el virrey conde de Nieva, con la llegada del agua al
surtidor de la Plaza Mayor, lo que constituyó todo un acontecimiento.
Recopilaciones de la historia inca[editar]
Portada de la Segunda parte de la crónica deSarmiento de Gamboa, referente a la historia de los incas
Se instaló el Tribunal de la Inquisición de Lima, creado por real cédula de Felipe II en 1569.
Era una filial provincial del Consejo de la Suprema y General Inquisición española. Por
recomendación de Álvarez de Toledo, fueron nombrados como primeros inquisidores de Lima
el doctor Andrés de Bustamante y el licenciado Serván de Cerezuela. El primero falleció en
pleno viaje, cerca de Panamá. Con la sola presencia de Cerezuela, el 29 de enero de 1570 fue
establecido en Lima el Tribunal de la Inquisición, mediante acto solemne, realizado en
la Catedral, con asistencia de las principales autoridades civiles y eclesiásticas. El tribunal
tuvo a su cargo vigilar y sancionar las faltas graves contra la fe y los mandamientos,
incluyendo vigilar la prohibición de la lectura y difusión de los libros incluidos en el Index de
la Iglesia. Contaba para esto con un sistema de alguaciles e informantes. Los indios estaban
fuera de su jurisdicción. El primer auto de fe se realizó el 15 de noviembre de 1573,
oportunidad en que fue quemado Mateo Salado, un francés luterano acusado
de blasfemia y herejía. Un segundo auto de fe se realizó el 13 de abril de 1578, siendo
ejecutado el fraile dominico Francisco de la Cruz, quien dirigía al parecer una conjura de
religiosos opuestos al gobierno.
Instalación del Tribunal de la Santa Cruzada[editar]
Se instaló el Tribunal de la Santa Cruzada, en 1574, creado para cautelar la publicación de
la Bula de Cruzada y la recaudación de las limosnas previstas en ella; bien para hacer la
guerra contra los infieles de África, bien como penitencia o caridad para los hospitales u otra
obra pía. A cambio de éstas eran dispensados los fieles de la abstinencia o el ayuno
impuestos por la Iglesia.
Ejecución del inca Túpac Amaru I[editar]
Ejecución del inca Túpac Amaru I, según un dibujo de Guaman Poma de Ayala.
Los hermanos Aguado, que se rebelaron contra la incorporación de las minas de azogue a
la Corona, fueron ajusticiados.
Destacó por su espíritu inquieto un vecino de La Paz llamado Gonzalo Gironda, quien
rompió el sosiego de varias ciudades andinas y evadió más de una vez la prisión.
Las disputas al interior de la hueste colonizadora de Santa Cruz de la Sierra fueron
aplacadas, según orden de Toledo, con el estrangulamiento del caudillo Diego de
Mendoza.
Menudearon también las pendencias en provincias selváticas subordinadas a la
jurisdicción de Quito.
La Universidad de San Marcos: Real y Pontificia[editar]
Facsímil de la provisión del Virrey Álvarez de Toledo, del 25 de abril de 1577, dotando con 13 000pesos de renta anual a
La Universidad de la Ciudad de los Reyes o Lima había sido fundada por real cédula del rey
Carlos I, en 1551 y establecida en 1553en los claustros del convento de Santo Domingo bajo
la dirección de los dominicos, primera orden religiosa que llegara al Perú. Los primeros años
de vida fueron precarios y oscuros, entre otras razones por la escasez de alumnos y la falta de
rentas.
Desde su creación hasta 1571 el rector era el prior de la orden dominica. Pero durante este
tiempo se fueron sumando profesores de otras órdenes religiosas, clérigos y laicos que
tuvieron puntos de vista diversos al de los dominicos.
El virrey Álvarez de Toledo realizó, el 1 de junio de 1571, la primera reforma universitaria,
secularizando la universidad al elegirse a un rector laico, el jurista doctor Pedro Fernández de
Valenzuela.
Al mismo tiempo los dominicos obtuvieron del papa Pío V el breve Exponi Nobis, dado el 25
de julio de 1571, por el cual la universidad era también Universidad Pontificia. Dicho en otras
palabras, mientras que la Universidad de la Ciudad de los Reyes fue Universidad Real estuvo
dirigida por los frailes dominicos, en cambio, cuando se transformó en Universidad Real y
Pontificia, se laicizó y quedó sometida de manera plena a la autoridad del monarca.22
El virrey Álvarez de Toledo instaló sus aulas en un local apropiado, primero en un amplio
terreno situado al lado de la Iglesia de San Marcelo, en 1574, y colocó –por sorteo– a la
universidad bajo el patrocinio del evangelista San Marcos, el 20 de noviembre de 1574,
llamándose desde entonces Real y Pontificia Universidad de San Marcos.23
Posteriormente la mudó a una amplia casa situada frente a la Plaza de la Inquisición, ocupada
hasta entonces por el Recogimiento de San Juan de la Penitencia para mestizas hijas de los
conquistadores, en 1576. La dotó enseguida de trece mil pesos de renta anual, importantes
recursos económicos para los salarios de las diecisiete cátedras instituidas, el 25 de abril
de 1577, y, finalmente, promulgó las Constituciones con arreglo a las cuales se gobernaría
ese centro de estudios, el 22 de abril de 1581.24
Fundación del Colegio Mayor de San Felipe y San Marcos [editar]
Complementando su labor educativa, Álvarez de Toledo ordenó la fundación del Colegio Real
y Mayor de San Felipe y San Marcos, como un anexo de la Universidad y bajo la dirección del
rector universitario, en 1575. Su propósito sería dar facilidades a los estudiantes pobres y
proporcionar a los venidos de las provincias un cómodo y seguro albergue, librándoles de las
casas de pupilos o de pensión. Recién el año 1592, el virrey García Hurtado de
Mendoza completó la construcción del edificio.
También procuró difundir las letras entre los indígenas, ideando la erección de colegios para
los hijos de caciques en Lima y Cuzco, aparte de lo cual recalcó la necesidad de enseñar a
leer y rezar a todos los niños en las doctrinas. En esta tarea resultó fundamental la
colaboración de los jesuitas.
Controversia con los jesuitas[editar]
Tuvo una controversia con la Compañía de Jesús, a quienes quiso confiar algunas cátedras
de la Universidad, a condición de que cerraran sus propias aulas. Los jesuitas se negaron
pues ello significaba una limitación a su principal labor, esto es, dar una sólida formación a la
juventud, y Álvarez de Toledo, en respuesta, cerró el Colegio Máximo de San Pablo de Lima.
El trasfondo de esta disputa fue el deseo del Virrey de favorecer el despunte de la Universidad
frente a un foco alternativo de notable calidad intelectual. El rey no aprobó tal proceder y por
real cédula del 28 de febrero de 1580 ordenó la reapertura del Colegio, que solo se
cristalizaría en el gobierno del siguiente virrey, Martín Enríquez de Almansa.
La imprenta, la lengua quechua y las publicaciones sobre catequesis
india[editar]
Durante el virreinato de Álvarez de Toledo se instaló la primera imprenta en el Perú.
El virrey, como fiel representante del renacimiento español, supo combinar sus obligaciones
tanto hacia con su patria, su rey y su Dios.
Dado que fue un hombre profudamente creyente que fue influenciado fuertemente por su
fe católica, se ocupó que esa religión fuese transmitida eficazmente a los indios. Consideró
fundamental que para la catequesis de los naturales se utilizara el idioma quechua que el
Incario había impuesto a las poblaciones indias, solicitud que fue aprobada por el rey quien
también autorizó su pedido para la impresión del catecismo en la lengua inca. Recién en 1583,
dos años después de la terminación de su mandato, el Tercer Concilio Limense dispuso la
edición del “Catecismo de la Doctrina Cristiana, en quechua y aymara”.
Asimismo creó en la Universidad de San Marcos la cátedra de quechua, la que contó con la
correspondiente autorización regia. Asimismo exigió a los alumnos universitarios el cursado de
cierto tiempo en la mencionada cátedra a fin que se tuvieran conocimientos sobre esa lengua
general para la obtención de los títulos de grado de bachiller y licenciado.
Fundación de poblaciones[editar]
Monumento a Francisco Álvarez de Toledo ubicado justo al lado del Cabildo de Salta.
El virrey Álvarez de Toledo llevó a cabo su idea de poblamiento del extensísimo Virreinato del
Perú fundamentado en un claro objetivo que era el de lograr que las provincias tuvieran
conexidad y anexión de forma tal que ellas se encontraran protegidas de levantamientos, con
el convencimiento que una provincia se encontrara en condiciones de ir a auxiliar o socorrer a
la otra, y viceversa.25
Cumpliendo con ese ideario de estado el virrey se dedicó también a fundar numerosos
poblados y ciudades como:
- La Villa de San Francisco de la Victoria de Vilcabamba, llevada a cabo por Martín
Hurtado de Arbieto, el 4 de octubre de 1571, en homenaje a la prisión del último inca
de Vilcabamba.
- La Villa Real de Oropesa, actual Cochabamba, en la zona central de la
actual Bolivia, el 15 de agosto de 1571 por el Capitán Gerónimo de Osorio, según
órdenes de Álvarez de Toledo, con la finalidad de crear un centro de producción
agrícola para proveer alimentos a las ciudades mineras de la región, principalmente la
ciudad de Potosí.
- La Villa Deleitosa de Oropesa, a unos veinte km al sureste del Cuzco, hoy en
el distrito de Oropesa, provincia de Quispicanchi.
- La Villa Rica de Oropesa, hoy Huancavelica, en el centro de Perú, el 4 de agosto de
1572, en vista de la riqueza minera de la zona, pues era necesario un poblado donde
albergar a los empresarios y trabajadores de las minas.
- La ciudad de Córdoba de La Nueva Andalucía, hoy Córdoba, en el centro de la
actual Argentina, fundada por Jerónimo Luis de Cabrera el 6 de julio de 1573.
- La Villa de San Bernardo de la Frontera de Tarixa, hoy Tarija, en el suroeste de
Bolivia, fundada el 4 de julio de 1574 por el capitán Luis de Fuentes y Vargas en un
valle descubierto por Francisco de Tarija, a orillas de un río bautizado como Nuevo
Guadalquivir.
- La ciudad de Salta, en el actual territorio de Argentina, fundada por el
licenciado Hernando de Lerma, el 16 de abril de 1582.
En cambio, no fomentó la realización de nuevas entradas pues ya
se tenía experiencia de los nocivos efectos que originaba el
asentamiento de pobladores no preparada en tierras de escasos
recursos, donde no hacían sino promover levantamientos y
abusar de los indios.
Armada del Mar del Sur[editar]
Entre 1577 y 1579 las costas del Virreinato del Perú fueron
sorpresivamente incursionadas por el corsario inglés Francis
Drake.
Luego de recorrer las costas brasileñas y de la Patagonia, Drake
ingresó por el estrecho de Magallanes hacia el océano Pacífico;
asoló la costa de Chile y se presentó sorpresivamente en el
Callao, el 13 de julio de 1579. Pero creyendo muy grandes las
fuerzas del Virrey, no desembarcó y se limitó a cortar las amarras
de los barcos que estaban surtos en el puerto y saquear una
nave cargada de mercancías que venía de Panamá. Luego siguió
su travesía con dirección a California y retornó a Inglaterra
vía Oceanía y el cabo de Buena Esperanza, siendo el segundo
en realizar la vuelta al mundo, después de la expedición española
de Fernando de Magallanes y Elcano. La reina Isabel I de
Inglaterra le concedió el título de sir a bordo de su navío,
el Golden Hind.
Ante estos actos de corso el virrey Álvarez de Toledo proveyó la
fortificación de la costa y el incremento de los navíos de guerra.
Creó la Armada del Mar del Sur con la finalidad de otorgar la
protección naval de la plata de Potosí. Patrullaba toda la costa
del Pacífico, desde Tierra de Fuego a Centroamérica. Estaba
formada por dos galeones y cuatro embarcaciones menores y
tenía como base el puerto de El Callao.26
También, para prevenir nuevas incursiones enemigas, en octubre
de 1579 Álvarez de Toledo envió una expedición al estrecho de
Magallanes al mando de Pedro Sarmiento de Gamboa, el primero
en cruzar el estrecho de oeste a este.
Hacienda colonial
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Este artículo trata sobre una hacienda, un rancho grande. Para otras acepciones,
véase Hacienda (desambiguación)
Artículo principal: Hacienda
Hacienda en Uruguay.
Índice
1Antecedentes
2Historia
3Particularidades regionales
o 3.1En el Virreinato de Nueva España
o 3.2En los territorios insulares del Caribe
o 3.3En la Capitanía General de Guatemala
o 3.4En el Virreinato de Nueva Granada
o 3.5En la Capitanía General de Venezuela
o 3.6En la Presidencia de Quito
o 3.7En el Virreinato del Perú
3.7.1En la Costa del Perú
3.7.2En la Sierra del Perú
3.7.3En la Capitanía General de Chile
3.7.4En la Gobernación del Tucumán
3.7.5En la Gobernación del Paraguay
o 3.8En el Virreinato del Río de La Plata
3.8.1En el actual Litoral Argentino
3.8.2En la región de Buenos Aires
4El desenlace
5Véase también
6Notas
7Referencias
8Bibliografía
9Enlaces externos
Antecedentes[editar]
El sistema de la hacienda de Hispanoamérica se remonta en general a la crisis de la
institución de la encomienda y a las estancias ganaderas que en casi todas las regiones
tuvieron un momento de apogeo en el siglo XVII. La «encomienda» tuvo un desarrollo
diferenciado en las distintas regiones, en cuanto al proceso de su . Así, en algunas parte
de Nueva España, ya a mediados del siglo XVI se empezó a reemplazar por el sistema
del repartimiento de indios, mientras que en otras se mantuvo hasta fines del siglo XVIII.
Ambos sistemas de explotación conllevaban un trabajo semiforzado, con carácter de
servicios personales el de la encomienda, y con carácter de adjudicación rotativa de
contingentes de trabajadores a determinados empresarios coloniales, el del repartimiento.
A fin de poder utilizar a los indios como mano de obra en las incipientes explotaciones
agrícolas iniciadas en las tierras provenientes de las mercedes de tierras, se comenzó a
sacarlos de sus ámbitos de residencia naturales y a trasladarlos a los propios predios. «La
estancia, como unidad productiva, surgió de la explotación de las mercedes de tierras, la
cual se orientó en un principio a la producción de carnes para satisfacer las necesidades
de los españoles.»2 La disminución de la población indígena había significado una baja en
las entradas por tributos para los encomenderos, además de dificultades en el
abastecimiento de víveres para las ciudades, lo que llevó a que las encomiendas ya no se
utilizaran solo para apropiarse del excedente de producción de los indios, sino que estos
se utilizaran regularmente como fuerza de trabajo. Además, obligó paulatinamente a
diversificar la producción estanciera, tendiendo en forma gradual a la producción de
ganado, cereales, y otros productos de relevancia regional.2 Se iniciaba así un largo
proceso de transición desde la estancia hacia la hacienda, caracterizado por la
concentración de las mejores tierras, el acaparamiento del agua de regadío, la sujeción de
los indígenas al predio y la utilización de esclavos, principalmente africanos, pero también
de entre los «indios de guerra».3
Historia[editar]
La hacienda era una propiedad agrícola operada por un terrateniente que dirige y una
fuerza de trabajo que le está supeditada, organizada para aprovisionar un mercado de
pequeña escala por medio de un capital pequeño, y donde los factores de producción se
emplean no sólo para la acumulación de capital; sino también para sustentar las
aspiraciones del status del propietario».Sin perjuicio de esta definición clásica, en ciertas
regiones y determinados períodos, la producción hacendal bien podía estar orientada
principalmente a la exportación, como asimismo el aspecto del estatus social podía estar
notoriamente ausente, como en el caso de las posesiones eclesiásticas.Del mismo modo,
en ciertas regiones y determinados períodos, la economía de la hacienda exhibió rasgos
de autarquía o «economía cerrada», en todo lo que podía proveer y que no tocara a sus
productos principales. En estos casos, las haciendas se constituyeron «como unidades
productivas abiertas orientadas hacia una economía de mercado y al mismo tiempo como
unidades productivas cerradas al beneficiarse.
La hacienda tuvo su origen en la sustitución del tributo en especies, como forma de
aprovisionamiento de los colonos, por una producción específica destinada a satisfacer las
necesidades de los europeos, así como de la propia fuerza laboral agrícola, ganadera y
minera. Ciertas órdenes religiosas, como los mercedarios y los jesuitas, desempeñaron un
papel destacado en el perfeccionamiento de este tipo de organización económica. En la
hacienda se emplearon diferentes formas de mano de obra, combinando la fuerza de
trabajo esclava, los restos del régimen de repartimiento, mano de obra asalariada libre
(peonaje), así como diferentes tratos de arriendo (inquilinaje) y de aparcería.
Hacienda en Brasil.
Particularidades regionales[editar]
En el Virreinato de Nueva España[editar]
Al analizar la transformación económica asociada a la colonialización
de México, Florescano enumera sus factores en el orden siguiente:4
Para enfrentar los problemas asociados a las fluctuaciones de las cosechas, a lo reducido
de los mercados y a la oferta abundante y barata de los productores indígenas y los
pequeños campesinos, la hacienda elaboró estrategias que definieron sus características
como unidad de producción. El objetivo de la hacienda como empresa era lograr un
excedente neto (producto bruto menos autoconsumo y menos la inversión para renovar su
capacidad productiva). Esto equivalía a aumentar la producción comercial y ampliar la
gama de productos necesarios para la propia producción y el autoconsumo. Se trataba de
aumentar las ventas y reducir en lo posible la compra de insumos. Con el fin de enfrentar
los altos y bajos en las condiciones de producción y comercialización, los hacendados
buscaron ampliar y diversificar las tierras (de regadío, estacionales, de pastoreo) y demás
recursos naturales (agua, bosques, canteras) a su disposición, para llevar a cabo una
economía más equilibrada. Así, los campos más fértiles y mejor irrigados se dedicaban a
la producción comercial (azúcar, maíz, trigo, agave, ganado), otros al autoconsumo (maíz,
frijol, chile) y el resto se dejaba en barbecho. También se explotaban los demás recursos
como bosques, hornos de cal o canteras. Con esta diversificación lograban reducir a un
mínimo las compras del exterior, y aumentar la variedad de opciones posibles ante
fluctuaciones e imprevistos. El criterio permanente era reducir a un mínimo los gastos en
dinero y a la vez aumentar los ingresos monetarios mediante la venta directa en el
mercado. Las haciendas coloniales tendían a ser autosuficientes en una amplia gama de
productos. Aparte de ser autosuficientes en productos agrícolas y ganaderos, las grandes
propiedades y aquellas pertenecientes a órdenes religiosas poseían talleres de carpintería
y de herrería, fábricas de jabón, curtiembres y talleres artesanales varios, los llamados
«obrajes».14
La inhabitual hacienda jesuita de Santa Lucía, grande y rentable, cerca de México,
establecida en 1576 y hasta la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, ha sido
reconstruida por Herman W. Konrad (1980) a partir de fuentes de archivo, revelando la
naturaleza y operaciones del sistema de haciendas en México, sus esclavos, su sistema
de tenencia de la tierra, los trabajos de su aislada, completa e interdependiente sociedad.
En Yucatán, México, aunque posteriores a la época colonial, son famosas las haciendas
henequeneras que cobraron auge en la segunda parte del siglo XIX y principios del XX,
porque en ellas se gestó y desarrolló la agroindustria del henequén que dio impulso
económico determinante al estado de Yucatán y a la región peninsular en su conjunto,
particularmente durante tal época finisecular. La riqueza producida por estas unidades
productivas ayudó a financiar las campañas bélicas del ejército Constitucionalista,
comandado por Venustiano Carranza durante la etapa inicial de la revolución mexicana,
gracias a la intervención del general Salvador Alvarado en el gobierno de Yucatán.
Muchas de estas haciendas han sido convertidas en lujosos hoteles que atraen al turismo
y le muestran con elegancia su gloria pasada.15
En México las haciendas fueron abolidas sobre el papel en 1917, durante la revolución
mexicana, pero restos poderosos del sistema todavía hoy afectan al país.
En los territorios insulares del Caribe[editar]
En Cuba, como en todas las colonias españolas, se dio la misma secuencia de «trabajo
forzado indígena» inicial, sustituido por el sistema de la encomienda, exterminio de la
población indígena y su substitución, como fuerza de trabajo, por esclavos.16
Hasta comienzos del siglo XVII, en Cuba imperaba la primitiva hacienda ganadera basada
en el aprovechamiento de pastos naturales y la apropiación del ganado cimarrón. Se
trataba de enormes haciendas ganaderas, denominadas en Cuba «hatos» y «corrales»,
en terrenos «mercedados» entre un grupo de fieles servidores del Rey, la llamada
oligarquía de hateros, que controlaba la exportación de cueros y el suministro de carnes a
las ciudades, mientras políticamente controlaba los cabildos en las localidades.
En la región del occidente de Cuba, las nuevas alternativas de desarrollo generadas a
finales del siglo XVI, principios del XVII (ver Historia de Cuba#Los Borbones y Cuba), con
la designación de La Habana como puerto-escala de las Flotas y Armadas con la
consiguiente población flotante, a las que había que abastecer, dieron inicio a una
producción agraria de tipo mercantil, que se desarrolló en minifundios llamados «estancias
de labor». En Cuba, entonces, se llamó «estancia» a unos predios agrarios y también
mixtos, agrícola-ganaderos, de limitada extensión, en los que brotaron las explotaciones
de tipo comercial del siglo XVII, con plantaciones de tabaco y de cañaverales.17 Existe
documentación de diversos casos en que el hacendado ganadero fue incorporando a sus
actividades el cultivo del tabaco o del azúcar, en forma paralela a su gestión primitiva, al
combinar las ventas de cueros, carne salada y ganado en pie, con la producción agraria
especializada de tipo mercantil.1819 La penetración de los cultivos de tabaco y de azúcar
en los hatos y corrales fue el hito más importante en el proceso de disolución de la
hacienda ganadera en Cuba Occidental. Se inició un proceso sostenido de demolición de
hatos y corrales, que se mantuvo hasta principios del siglo XIX.20 Llegado el año 1778, en
la región occidental de Cuba se contabilizaron 648 haciendas ganaderas, junto a 4.547
minifundios agrarios mercantiles y 182 ingenios de azúcar.21
En cambio, en el centro-oriente de Cuba, los grandes latifundios ganaderos explotados en
forma extensiva y produciendo para un mercado local, se mantuvieron preponderantes
hasta avanzado el siglo XVIII y los productos exportables, como el tabaco o la caña de
azúcar penetraron muy lentamente en la región. En cambio, suministraban ganado mayor
en pie y carne salada a las islas azucareras del Caribe y a la propia región habanera.22 A
fines del siglo XVIII y comienzos del XIX tuvieron particular desarrollo en el oriente cubano
los cultivos de café, bajo la influencia de los inmigrantes franceses y españoles
provenientes de La Española.23
En algunos lugares, como en Santo Domingo, el fin del colonialismo significó la
fragmentación de las grandes plantaciones en miríadas de pequeños minifundios de
subsistencia, una revolución agraria.
En la Capitanía General de Guatemala[editar]
En Guatemala, se formaron haciendas principalmente en el oriente y en Santiago de
Guatemala adquirieron cierta importancia durante el siglo XVII. Principalmente producían
el trigo, que los indios no cultivaban, para abastecer a esa ciudad. En 1671, estas
haciendas trigueras ocupaban la mitad de la fuerza de trabajo de los indios tributarios del
«Corregimiento del Valle de Guatemala». A principios del siglo XVIII, varias de estas
haciendas paralizaron sus faenas, dado que los indios de la zona habían comenzado a
producir trigo, abasteciendo a la ciudad. En el occidente de Guatemala casi no existieron
haciendas y la producción de los pueblos de indios era la dominante y su explotación se
realizaba a través de tributos, repartimientos de mercancías y del sistema de las
«cofradías», organizaciones comunitarias de motivación religiosa.24
—J.C. Solórzano 25
Los hacenderos contratos verbales y privados con sus arrendatarios, por los que se le
concedía al campesino una parcela y se le adelantaba algún dinero y raciones, con lo que
quedaba obligado a trabajar ya endeudado por un pequeño jornal, cuyo monto solía
ajustarse al precio de las necesidades que este debía surtir fuera de la hacienda. Los
arrendatarios, que recibieron variadas denominaciones alternativas como «agregados»,
«concertados», «inquilinos», «vivientes» o «terrajeros», satisfacían la mayor parte de sus
necesidades de la parcela asignada, en la que ellos y sus familias podían trabajar cierto
tiempo a la semana, mientras que otras se surtían sobre la base de raciones y suministros
de la propia producción de la hacienda.29
La agricultura indígena proveía productos que la hacienda no producía y la mano de obra
disponible se veía engrosada por los esclavos que, aunque en su mayoría trabajaban en
las explotaciones mineras, también cubrían la fuerza de trabajo dedicada a proveer los
alimentos para las cuadrillas de esclavos mineros.30
En la Capitanía General de Venezuela[editar]
La Venezuela colonial no tuvo un producto central que vertebrara su economía. Su
colonización fue llevada a cabo por una empresa privada, la de los Welser, banqueros
alemanes que recibieron el país en prenda de parte de la corona española, los que sin
embargo se retiraron hacia 1545, año en el que también aquí la esclavitud indígena se
reemplazó por el sistema de la encomienda, la que en Venezuela subsistió hasta el
siglo XVIII. Durante el siglo XVI, en la región se importaron relativamente pocos esclavos
africanos. El siglo XVII estuvo caracterizado por la ganadería y la explotación de cueros y
sebos, que se realizaban «con relaciones serviles de producción combinadas con un
esclavismo patriarcal y con un incipiente régimen de salario». El 90% de la fuerza de
trabajo estaba constituida por jornaleros, peones, sirvientes, manumisos e indios, que
devengaban un salario, generalmente en especies.31
En este siglo se inició el paso de la agricultura venezolana a una economía de
plantaciones, al empezar el cultivo del tabaco y del cacao. En el siglo XVIII, las
exportaciones de cacao y de otros productos de la economía de plantaciones se habían
transformado en la actividad económica más importante, desplazando el centro de la
sociedad del campo a la ciudad. Las plantaciones de cacao se operaban ya básicamente
por medio fuerza de trabajo esclava, con casos subordinados de peones asalariados. Los
empresarios de cacao resolvían la alimentación de los esclavos al asignarles
un conuco para que cultivaran alimentos y se reprodujeran a sí mismos como fuerza de
trabajo, lo que por períodos les permitía a estos incluso obtener un pequeño excedente.
en el siglo XVIII florecieron además plantaciones de café, tabaco, algodón, añil y azúcar.
Paralelamente seguían existiendo actividades ganaderas en las zonas más remotas de
los Llanos, de poca conexión con el resto de la región, que conformaban la «sociedad
hatera».31
En resumen, en Venezuela surgió la plantación en forma paralela e independiente de lo
que allí se llamó «hato» o en otras regiones «estancia» (ganadera) y el trabajo agrícola
asalariado, aunque primitivo, apareció relativamente temprano. Los jesuitas, artífices en
otras regiones de la solución denominada «hacienda» a la crisis de la explotación
extensiva tipo «estancia», en Venezuela se concentraron en los sectores interiores de la
cuenca del Orinoco y en la cuestión indígena. Las tres circunscripciones territoriales, en
las que la Compañía de Jesús organizó sus misiones en el oriente de Nueva Granada,
estaban cada una ligadas a una gran hacienda principal, en la que residía el
correspondiente Procurador, aparte de otras propiedades de importancia secundaria. Se
trataba, en todos los casos, de explotaciones ganaderas, con ciertos cultivos tales como la
caña de azúcar, en las que trabajaba la abundante mano de obra indígena de los pueblos
misionales, además de indígenas forasteros y trabajadores no indígenas, con los que se
establecían contratos anuales:32
—Abelardo Levaggi86
La institución del «agregado» fue, desde el siglo XVIII, una institución característica de las
pampas, basada en relaciones informales, consuetudinarias, entre el dueño de la tierra y
el allegado. Se trataba de un caso típico de colonato, sistema por el que los terratenientes
compensan parcial o totalmente a sus trabajadores con el usufructo de una pequeña
parcela: tierra a cambio de trabajo. El agregado no recibía un salario. Tampoco su labor
implicaba el pago de un arrendamiento, a diferencia de lo que se ha descrito
como inquilinaje. Como esta relación no era contractual, duraban mientras duraba la
voluntad y el interés del terrateniente. En cambio, el peón era conchabado, es decir, sujeto
a un contrato, aunque primitivo, de asalariado. Además existía también el régimen de
«arrendamiento» y entre estas tres formas de dependencia se daban frecuentes
transiciones.87
Entre los años iniciales de la independencia hispanoamericana y su consolidación
alrededor de 1825, al sur del Río Salado surgió una nueva zona de latifundios ganaderos,
enteramente dedicada a la exportación, que vino a complementar a las regiones pecuarias
consolidadas de Entre Ríos y del Uruguay. Este cambio tuvo dos causas esenciales: el
comercio libre, conquistado por la revolución de la independencia, y la crisis de la
ganadería en «Entre Ríos» y la «Banda Oriental».88
En Argentina una segunda economía, internacionalizada y basada en moneda, se
desarrolló al margen de las haciendas, que se hundieron en la pobreza rural.
El desenlace
En Sudamérica, la hacienda subsistió al colapso del sistema colonial a principios del
siglo XIX y hasta la segunda mitad del siglo XX. En algunos países, como Chile,
exhibieron una notoria estabilidad. Las reformas agrarias de mediados del siglo
desembocaron finalmente en el capitalismo agrario.
El sistema de flotas y galeones fue una medida tomada por Felipe II, hijo de Carlos I, para
evitar los constantes ataques a los barcos que transportaban oro y plata americana por parte
de los corsarios y piratas, principalmente ingleses. El 16 de julio de 1561 se prohibió toda
navegación al margen de las dos flotas anuales que se preveían: una que partiría en enero y
otra que lo haría en agosto. En ambos casos la flota llegaría unida hasta las Antillas y a la
altura de Puerto Rico se dividiría en dos: una hacia Nueva España y la otra a Tierra Firme. El
18 de octubre de 1564 se reformaría el sistema, la primera zarparía en abril y no en enero y la
segunda mantenía su salida en el mes de agosto.
La seguridad se garantizaba gracias a la navegación en conserva, custodiados por varios
galeones que atracaban en dos puertos americanos (Veracruz en Norte y Centroamérica,
y Portobelo en Sudamérica), donde cargaban el metal precioso extraído en las minas
americanas y desembarcaban los productos llevados desde España para su distribución en el
continente.
A pesar del beneficio que significaba la protección de los metales preciosos, este sistema
generó numerosas consecuencias para América: El encarecimiento de los productos en zonas
distantes a los puertos donde llegaba la flota. Debido a la cantidad de intermediarios por los
que pasaban, los productos en las zonas más australes del continente podían salir muchas
veces más caras que en el Caribe y zonas aledañas. Ahora bien, el sistema funcionó hasta el
punto que, en más de dos siglos de navegación en convoy, apenas se perdió a manos de los
enemigos del imperio, una flota y otras dos parcialmente.