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¿Qué son las instituciones coloniales y cuáles

fueron?
Una vez alcanzada la paz en gran parte del territorio, era imperativo otorgar un ordenamiento
a la población. Reglas que, también, consideraran la evolución de la sociedad y el desarrollo de
nuevos e importantes actores: los nacidos en el “Reino de Chile”. Ellos comenzaron a
involucrarse en asuntos tan variados como la economía, la política e, incluso, la defensa del
país.
Debido a que la mayoría de los nuevos territorios conquistados estaba bajo la jurisdicción
hispana, las principales instituciones coloniales seguían estando en el Viejo Continente.
Después de la figura soberana y divina del rey venían el Real y Supremo Consejo de Indias y la
Casa de Contratación, importantes organizaciones que regían las colonias españolas. Mientras
el Consejo de Indias elaboraba el cuerpo normativo de los nuevos territorios, designaba a las
autoridades y otorgaba los dictámenes de última instancia en materia judicial, la Casa de
Contratación revisaba todos los asuntos comerciales del Nuevo Mundo y controlaba la
circulación de personas hacia él.

Instituciones españolas
– Corona: Fue instituida en el reinado de los Reyes Católicos, bajo un cetro común, la cual
terminó de estructurarse como tal en el reinado de Felipe II, uniendo los Reinos Europeos de
Aragón, Castilla, Cataluña, Navarra, Valencia, etc. Con los Reinos Americanos de Nueva
España, Nueva Granada, Nueva Extremadura, etc.
La corona, con el fin de proteger la libertad de acción tanto individual como colectiva de sus
súbditos americanos, puso a disposición diversos medios para que pudieran hacerse oír por el
rey y por sus representantes más cercanos (virreyes, gobernadores, etc.).
A la cabeza de esta institución se encontraba el rey, cuya principal función era atender el bien
de su comunidad, desde la cual emanaba su poder, sin poder usarlo para su propio beneficio.
Manejaba al resto de los organismos menores, los cuales estaban a su cargo y todos
dependían de la decisión del monarca.
– Consejo de Indias: El Real y Supremo Consejo de Indias, conocido simplemente como
Consejo de Indias, fue el órgano más importante de la administración indiana (América y las
Filipinas), ya que asesoraba al Rey en la función ejecutiva, legislativa y judicial.
No tenía una sede física fija, sino que se trasladaba de un lugar a otro con el Rey y su Corte.
Este consejo actuaba con el monarca y, en algunas materias excepcionales, actuaba solo.
Fue fundada alrededor de 1524 por Carlos V. Como institución se formó poco a poco, y ya los
Reyes Católicos designan a Juan Rodríguez de Fonseca para estudiar los problemas de la
colonización de las Indias con Cristóbal Colón. Al morir Fernando de Aragón se hace cargo de
la Corona de Castilla en calidad de regente el Cardenal Cisneros, quien no tenía buenas
relaciones con Rodríguez de Fonseca, de tal manera que lo separa de sus funciones y le
encarga a dos miembros del Consejo de Castilla: Luis de Zapata y Lorenzo Galindes de
Carvajal, para que formen un pequeño consejo, que se pasó a llamar “Junta de Indias”.
En 1516 cuando Carlos I se hace cargo de América, continua existiendo esta junta y ya en
1524 pasa a llamarse definitivamente Consejo de Indias. Su primer presidente fue el fray
García de Loayza, quien se convertiría después en Arzobispo de Sevilla.
Las reformas borbónicas de 1714, con la creación de los ministros de despacho, quitan las
atribuciones administrativas y legales del Consejo. En 1717 el Rey Felipe V crea una Secretaría
de Marina e Indias, por lo que el Consejo va decayendo hasta que fue suprimido en 1812,
luego nuevamente puesto en funcionamiento en 1814, cuando recupera la corona española
Fernando VII y definitivamente abolido, como organismo asesor, en 1834.
– Casa de Contratación: En 1503 se estableció por decreto real la Casa de Contratación de
Indias en Sevilla, creada para fomentar y regular el comercio y la navegación con el Nuevo
Mundo. Su denominación oficial era Casa y Audiencia de Indias.
– Tribunal de la Inquisición: Fue instituido en el año 1569 por el rey Felipe II y quedó a
cargo de una orden eclesiástica: los dominicos y en América solo se aplicó en México y Perú.
Su principal y única función era moderar las costumbres de la época, es decir, juzgar y
procesar todo lo que estuviera fuera de las costumbres normales de la Colonia.
Quedaban bajo el control de los inquisidores todos aquellos que estuvieran en contra al
modelo ideal: los herejes, invocadores del diablo, los judíos, adivinos y hechiceros o todo aquel
que tuviera una posición diferente o contraria a la Iglesia. También cabían en esta categoría
los infieles, bígamos y frailes corruptos o solicitantes. Esta institución era completamente
autónoma frente a las autoridades americanas.

Instituciones americanas
– Cabildo: El organismo que regía directamente los asuntos administrativos de cada ciudad
era el Cabildo. Velaba por los intereses de la comunidad e intentaba resolver los problemas
que la afectaban en materias tan diversas como aseo, ornato, manejo de bienes públicos, etc.
Dictaba normas para una buena convivencia y reglaba los precios de algunos productos de
primera necesidad, como el pan.
Sin embargo, sus labores no terminaban ahí. Además de regular el correcto funcionamiento de
los asentamientos, los cabildos representaban el parecer de los ciudadanos ante el rey. Si
surgían controversias ante la implementación de alguna medida real, existía el derecho a
súplica, a través del cual se solicitaba al rey cambiar la disposición legal en cuestión. Otro
derecho ciudadano era el de representación, donde se solicitaba la directa intervención real en
asuntos que afectasen a la comunidad o también se pedía la creación de instituciones que
ayudasen a resolver los conflictos.
Como ente regulador, además, los cabildos administraban los terrenos fiscales (autorizando su
uso comercial) y eran dueños del mercado, el matadero y los basurales. También velaban por
el funcionamiento de la cárcel pública, la seguridad local y la mantención del orden público.
– Real Audiencia: La corona española designó a la Real Audiencia como el principal tribunal
de justicia civil y criminal en América. Su objetivo era velar por el cumplimiento y la
interpretación de las leyes; sin embargo, tras la promulgación de las leyes de 1542 y 154
(denominadas Nuevas Leyes), pudo involucrarse en asuntos de gobierno. En este sentido,
fiscalizaba la labor ejercida por los gobernadores y, de paso, les restaba poder.
Las reales audiencias estaban integradas por un presidente (que podía ser el virrey, el
gobernador o un oidor decano), cuatro oidores o jueces, relatores y un fiscal. También
formaban parte de ellas otros funcionarios con menores responsabilidades, como el teniente
del gran canciller, el alguacil mayor, los escribanos, receptores y procuradores.
Los fallos de la Real Audiencia eran casi inapelables. La mayoría de los procesos era finiquitada
en esta instancia; solo los de mayor importancia y controversia eran presentados ante el
Consejo de Indias.
La primera Audiencia establecida en América fue la de Santo Domingo, en 1511. En nuestro
país se instauró por primera vez en 1565, en la ciudad de Concepción. Su objetivo fue seguir
de cerca los acontecimientos ocurridos en Arauco. Dejó de funcionar en 1573 y fue
restablecida en 1604, fijando su sede en Santiago. Allí funcionó hasta el año 1811, siendo
reemplazada por la institucionalidad republicana.
– Real Hacienda: Este organismo se encontraba bajo la Casa de Contratación y el Consejo de
Indias y su principal función fue recibir o percibir el dinero llegado a las arcas reales de las
colonias y administrarlo adecuadamente.
Sus principales funcionarios eran los tesoreros, contadores y los revisores. Éstos dependían de
la Real Audiencia y debían rendir fianza y presentar un inventario acerca de todas sus
posesiones para así evitar un enriquecimiento indebido.
Esta política financiera estaba regulada por una Junta de Real Hacienda, la cual estaba
formada por el gobernador, los oficiales reales, el fiscal de la Real Audiencia y un oidor de la
misma.
Las cuentas de esta institución debían remitirse cada cierto tiempo a sus dos organismos
superiores: Consejo de Indias y Casa de Contratación.
– Virreinatos: División territorial creada por Carlos I en 1542, la cual estaba a la cabeza del
virrey, representante más directo del rey, más alto funcionario en América y tenía la facultad
de resolver diversos asuntos como el propio monarca. Tenía los títulos de gobernador y
capitán general en su distrito y era el presidente de la Real Audiencia.
Sus atribuciones eran amplias: como gobernador administraba el virreinato, como capitán
general dirigía el ejercito y la escuadra y presidía la Real Audiencia. Le estaba encomendado
desde España y de manera especial el velar por la protección de los indígenas.
– Gobernaciones: Estaban a cargo del gobernador el cual poseía las mismas atribuciones del
virrey, aunque dependía de éste en ciertos aspectos.
Su periodo al mando de la gobernación duraba 3 años, pero si venía directamente desde
España podía ejercer el cargo durante 5 años.
A pesar de que el gobernador estaba bajo el virrey, podía entenderse directamente con el
monarca, si lo encontraba necesario.
El gobernador era también capitán general ya que dirigía a las fuerzas militares y era
presidente de la Real Audiencia, la cual le servía de Consejo de Gobierno.
– Corregimientos: Divisiones del territorio que comprendían una ciudad y su distrito,
también son llamados partidos. En Chile existieron 11 corregimientos.
Los corregidores fueron elegidos por los gobernadores. Su permanencia en el cargo era de un
año, aunque algunos lo ejercieron hasta 5 años.
Sus funciones eran : presidir el Cabildo, pero sin derecho a voto, administrar justicia por
causas criminales, vigilaba el trato que se les daba a los indígenas y fiscalizaban la forma en
que los encomenderos cumplían las ordenanzas.
Dentro de su título tenían el cargo de Justicia Mayor y Jefe Militar dentro de su jurisdicción,
como Jefe Militar se le concedió la designación de Capitán y luego de Teniente del Capitán
General.

La organización del trabajo antes y durante la conquista española


en México
La organización del trabajo en la época prehispánica estaba reglamentada o mejor dicho estructurada de
acuerdo con sus necesidades; el trabajo agrícola, fue la base de su economía, era prioritaria y ésta se
realizaba bajo la tenencia y trabajo colectivo de la tierra. De esta forma el trabajo era tomado con cierta
satisfacción y sentido de responsabilidad, contribución y alegría. Este sistema se conoce como etapa de la
comunidad primitiva; desarrollaron obras de infraestructura importantes para la agricultura, construyeron
acueductos para la distribución de agua potable para la gran ciudad y otras zonas del Valle de Anáhuac y
fuera de él, estas obras quedaron semiescondidas por el paso del tiempo. En la Europa, la situación de
trabajo en masa o colectivo transitaba en condiciones de esclavitud.

No tardó mucho en que los españoles lograron influir en los tlatoanis para aprovecharse del trabajo indígena,
en condiciones como las imperantes en algunas regiones de Europa, perdiendo con ello el sentido de
contribución y la experiencia del trabajo colectivo gratificante; con la conquista, el trabajo perdió las categorías
-sociales, morales y espirituales-, entrando a la categoría económica-física bajo la extrañeza de nuestros
pueblos originarios, que estaban acostumbrados a sentir y ver el trabajo como un entretenimiento más.

La esclavitud del trabajo indígena estaba regulado por las encomiendas, introducidas en los trabajos de la
construcción y de la minería. En Tenochtitlán y Tlatelolco, la exigencia de mano de obra para la construcción
de la ciudad fue de primer orden; en cuanto a la actividad minera esta se realizaba fuera del valle, pues en
esta zona se carecía de metales preciosos.

El coatequitl en lengua náhuatl implicaba la división de tareas entre subdivisiones de los calpulli, el tlatoani
convocaba a los trabajadores para la realización de un trabajo, de inmediato el español entendía que se
trataba de un llamamiento. Los tlamemes o cargadores surtían de mercancías a las comunidades
prehispánicas ante la falta de vehículos o bestias de carga y, aun lo seguían haciendo después que los
españoles introdujeran los animales de carga, mulas que jalaban una carreta para comunicar a las
comunidades de la ciudad de México con las costas y, la venta de mercancías.

Algunas autoridades reales trataron de eliminar el trabajo no recompensado de las listas de los tributos
(1549). Las leyes debían aplicarse tanto en las encomiendas como en los corregimientos, porque pensaron
que la coacción era innecesaria y que los indígenas podían trabajar voluntariamente si se aportaba un salario.
Las órdenes reales y reglamentos de los tributos en las encomiendas y corregimientos redujeron
mínimamente parte del trabajo no remunerado. Aunque nunca lo erradicaron del todo.

Antes de éstas modificaciones en materia de trabajo, sorprende, que los beneficiarios del trabajo barato de las
masas indígenas, en la primera generación colonial, se dieran cuenta que la disminución de la fuerza de
trabajo se debía a los servicios de la encomienda, a ello se debió que la legislación laboral de 1549, apareció
en momentos críticos, tanto para la población indígena y blanca y con la experiencia de la aparición de la
plaga de 1545-1548. Pronto apareció una nueva clase en franco crecimiento, los no encomenderos, debido a
que las encomiendas resultaron insuficientes, para cubrir las necesidades de la población blanca; estos
nuevos terratenientes de encomenderos solicitaban trabajadores, reclamaban la mano de obra indígena, la
cual era más escaza. La solución fue el repartimiento, es decir, la distribución de tierras, de tributo, la venta
forzada, pero sobre todo, el trabajo reclutado. La explotación indígena aumentaba tanto en las encomiendas,
como en las no encomiendas; los patrones coloniales se beneficiaban cada vez más. Las demandas reales de
pocas horas, tareas moderadas o trabajo voluntario por salario, no fueron acatadas, sino al contrario, la
explotación laboral rayaba en lo inhumano.

Los primeros registros conocidos del nuevo repartimiento agrícola aparecieron en julio de 1550. A fines del
gobierno del virrey de Mendoza, decidió que caciques, gobernadores, alcaldes y principales de la periferia de
la ciudad de México enviaran trabajadores para el cultivo de plantaciones de trigo, durante 5 años
consecutivos el repartimiento combinado para las fincas de trigo privadas y para la construcción de casas y
otras tareas de la ciudad de México. A principios de 1560, el repartimiento ocupaba la mano de obra de 2 mil
400 trabajadores indígenas a la semana, para ello, había un juez repartidor, encargado de la administración
de los trabajadores indígenas y de su distribución a los agricultores españoles. Los jueces repartidores, tenían
a sus servicios a tenientes, alguaciles e intérpretes indígenas. El repartidor recibía la paga de 250 pesos netos
por los agricultores españoles.

Los repartimientos agrícolas del valle, estaban centralizados en Chapultepec, Chalco Chiconautla, Cuautitlán,
Ciudad de México, Ecatepec y Tepozotlán. A raíz que la población indígena disminuía (s. XVII), hubo nuevos
reclutamientos, desapareciendo las exenciones de no reclutamiento a los submaceguales, debido a que ya no
cubrían la cuota de trabajadores y los españoles demandaban cada vez más personal de mano de obra, para
la agricultura y otros trabajos. Las comunidades más explotadas en demanda de trabajo eran Coyoacán,
Huitzilopochco, Tacuba, Cuautitlán, Tenayuca, Culhuacán, Toltitlán, Tepoztlán, Coyotepec, Teoloyuca,
Huehuetoca, Zumpango, Ecatepec, Chiconautla, Chimalhuacán y Tacubaya.

Las cabeceras de Xochimilco, Tlalmanalco y Tacuba, aportaban 100 trabajadores, las doblas (1580) eran por
un periodo de cuatro, seis, ocho o diez semanas, según la estación y la urgencia del trabajo. Las dificultades
aumentaban por la mal planeación en el desarrollo de los campos de trigo y la irrigación de éstos.

En el siglo XVII los repartimientos fueron deficientes, teniendo que reformar la estructura del trabajo colonial y
suspendieron las reparticiones en la agricultura, y en casi todas las ocupaciones, menos en la minería. Ahora
los trabajadores debían escoger a sus patrones españoles, supuestamente de manera voluntaria (1601). Los
jueces repartidores cambiaron de título, ahora les decían, jueces comisarios de alquileres; con el paso de los
días, el trabajo voluntario resultó ser una cruel mentira.

En 1607, los jueces impusieron la asistencia laboral por la fuerza; en 1609, se volvió a intentar el
establecimiento del sistema voluntario de ocupación laboral, fue hasta el año de 1632, cuando se cambió de
definitivamente el repartimiento, en casi todos los casos, menos en el de las minas, éste cambió a partir del de
enero de 1633. La aplicación de las leyes en México, ha sido sólo en teoría, por eso, es de esperar que la
abolición de 1632, con respecto repartimiento, no llegó a su fin como se esperaba, pues la agricultura fue la
más afectada por la falta de repartimiento. Los trabajos urgentes y pesados consistió en el desagüe y, el
trabajo en las hacienda; que dependía de mano de obra privada y del peonaje. El desagüe se refiere a las
inundaciones en las áreas bajas de la ciudad, provocadas por las fuertes lluvias en la ciudad de Tenochtitlán.

Las inundaciones que provocaron mayores daños, fueron las de 1604 y 1607, la tala de árboles de los
bosques circundantes y las construcciones de nuevas casas, en el primer periodo colonial fueron las causas.
La inundación de 1607 fue la más catastrófica, que lo que llaman Albarradón de San Lázaro tuvo que ser
reconstruido; las calzadas de Guadalupe, San Cristóbal y San Antonio Abad tuvieron que ser reparadas; las
obras se extendieron en la Presa de Acolman conteniendo el agua del río Teotihuacan (Nexquipaya). Enrico
Martínez fue el ingeniero que dirigió los trabajos. Construyeron un túnel en el extremo noroeste del valle, para
conducir el exceso de agua mediante una serie de canales. Miles de trabajadores estuvieron más de 11
meses laborando, el trabajo del canal subterráneo y sus adyacentes fueron terminados. Sin embargo los
trabajos continuaron más adelante debido a que los expertos Enrico Martínez y Adrian Boot, consideraban
insuficientes los planes para contener el agua; en el verano de 1620 la ciudad sufrió nuevas inundaciones. En
el año 1628 las construcciones de diques y desvíos de aguas de los ríos continuaron de manera permanente.

En 1629 sucedió la inundación más dañina que las anteriores, y estas se debían al cierre de canales y la falta
de mantenimiento de éstos. De los pueblos aledaños llegaron con canoas y remeros para ayudar a la
población, pues la ciudad permaneció inundada y las casas se derrumbaron, muchos habitantes huyeron a
tierra firme. Se dice que cuando el rey fue informado de esta catástrofe, sugirió trasladar la ciudad a tierra
firme. Sin embargo los planes de obtener un mejor desagüe continuaron hasta fines de los tiempos coloniales.
Durante estos tiempos de fuertes lluvias e inundaciones, un gran número de personas padecieron, por lo
mismo, enfermedades, sobre todo aquellas que trabajaban en las labores de desagüe, el número de peones
en esta labor consistía en 1500 ó 2000 trabajadores que laboraban diariamente.

Pasaba el tiempo y se empezaron a dar hechos en el desarrollo del trabajo privado; el secuestro de indígenas,
para laborar en los obrajes era cosa común, se requería mano de obra exclusiva para los talleres de la
producción de telas de lana, siendo el inicio de la industria colonial por un lado, y la cría de ovejas por el otro.
Los primeros empresarios privados fueron el oidor, Lorenzo de Tejada y Antonio de Mendoza, el primer virrey;
el trabajo se subdividía en el lavado, la cardadura, el hilado y el tejido. A principios del siglo XVII había en la
Ciudad de México, 25 obrajes de telas y sombreros, éstos talleres se encontraban en Texcoco, Xochimilco,
Azcapotzalco, entre otros; el trabajo era extenuante, el alimento y las condiciones de vida insatisfechas.

Estos trabajos se realizaban a puertas cerradas, como si fueran cárceles y, de hecho lo eran, pues el contrato
manifestaba ciertos acuerdos, donde el trabajador tendría algunos “derechos”, pero en los hechos estos no
existían; los convictos de las cárceles, trabajaban junto con los que se creían “libres” y el trato era, para
ambos, inhumano, e inclusive había niños que eran entregados al patrón del obraje, en calidad de aprendices;
las leyes de aquel tiempo establecían ciertas reglas para que el trato patrón-trabajador se diera con cierta
justeza, pero estas leyes siempre fueron ignoradas por los patrones. El obraje persistió hasta finales de la
colonia, (s. XVIII).

Así como los secuestros sucedían en el caso de los obrajes, también se daban en la agricultura y en las
haciendas, con sus variantes respectivamente. En las fincas del valle, a los trabajadores indígenas –privados-,
se les denominaba gañanes, es decir, hombres fuertes y rudos, mozos, en la agricultura, o bracero, jornalero
en el vocablo de ahora. Hubo muchos gañanes en Teoloyuca, Tepozotlán, Huehuetoca y Coyotepec. Los
patrones, privados controlaban a sus trabajadores, considerándolos exclusivos, es decir, no disponibles para
el trabajo de la comunidad, tal era el control que se ejercían sobre la mano de obra.

Los salarios según la categoría, subieron un poco en el período de despoblación, desde el año 1630 hasta
finales de la colonización, estando más o menos estables. Los trabajadores “libres” de los obrajes, percibían
un salario de 3 pesos al mes; los peones recibían, después de la abolición del repartimiento agrícola, 1 real y
medio ó 2 reales al día; los trabajadores de las haciendas, 2 reales al día para los peones; 2 reales para los
cuidadores de mulas; 1 real y medio ó 2 reales para los vaqueros y ayudantes; 1 real para los pastores; 3 ó 4
reales diarios para los albañiles calificados y los oficiales percibían de 3 a 5 reales al día. Dependiendo el
trabajo y en algunas ocasiones daban los alimentos y pasajes. El salario, en algunas zonas, era cubierto o
pagado, parte en dinero y otra parte en maíz.

La historia laboral de nuestro país, tuvo que ver con el trabajo por deuda, es decir, un préstamo o anticipo del
salario al trabajador “libre” de un obraje, lo convertía en deudor por mucho tiempo. El trabajador, era orillado a
comprar con fondos prestados las herramientas que habría de utilizar en el trabajo del obraje. Si el trabajo no
era del agrado del patrón, se aplicaban deducciones o disminución de la paga en el salario, prohibiendo
además, que adquiriera o compraran mercancías en otras tiendas que no fuera la del patrón; las deudas
aumentaban desconsideradamente; las legislaciones reales sobre el trabajo por deuda prohibía algunos
préstamos de los patrones, que enganchaban al trabajador y, se prohibió el pago de deudas con trabajo, pero
éstas leyes, en la práctica siempre estuvieron a favor de los patrones, basadas en prohibiciones y
regulaciones que no se cumplían. En cambio, según cálculos casi a final de la era colonial, el peonaje por
deuda aumentó, afectando a un poco menos de la mitad de los trabajadores de las haciendas y en su mayoría
debían, el equivalente al trabajo de tres o más semanas.

Los núcleos de trabajadores indígenas se concentraban en Chalco, (1800-1803) con 11 mil trabajadores
residentes de este lugar, más 517 que era de fuera; Coatepec, (1799) 1,306 más 12 de fuera; Coyoacán,
(1799) 3 mil 548 más 174 de fuera; Cuauhtitlán, (1797), 3 mil 897 más 80 de fuera; Ecatepec ( 1803) 2 mil
573; Mexicalzingo, (1800), 2 mil 222; México (1800-1801) 9 mil 672; Otumba (1800) 1 mil 342 más 19 de
fuera; Tacuba (1799), 6 mil 561; Teotihuacan (1804) 1 mil 813; Texcoco (1802) 7 mil 546; Xochimilco (1801) 4
mil 278 más 3 de fuera; Zumpango (1801) 1 mil 310 más 52 externos.

A finales del coloniaje español, el peonaje se concentraba, en las haciendas y las deudas esclavizantes
abarcaban el débito de 3 y 4 semanas; esto representaba el control de las haciendas sobre los endeudados
trabajadores indígenas. Habían sido despojados de sus tierras, tierras que como se sabe, eran trabajadas en
común; las condiciones infrahumanas abarcaron casi todas las categorías de los trabajadores, las viviendas
destinadas al peonaje fueron pocilgas. Las haciendas se habían extendido dentro y fuera del valle, algunas
con pocos trabajadores y otras con un mayor número de éstos. Las condiciones se dieron para que estallara
la Revolución de Independencia (1810). Pero en el siglo XIX se crearon nuevas condiciones que llevaron a la
Revolución de 1910-1917.

La minería en la America española se


centró en la extracción de metales
preciosos, es decir, plata y, en menor
medida, oro. Los minerales de baja ley
(cobre, estaño, plomo, etc.) fueron
explotados muy escasamente, si bien
eran corrientes. Especialmente en los
Andes, en territorios de la Audiencia de
Charcas, existían yacimientos de estos
metales. Además se descubrió una zona
rica en perlas alrededor de la isla
Margarita, pero se agotó en el siglo
XVI. De hecho resultaba más barato
importar los metales de baja ley (por
ejemplo el hierro), antes que
producirlos en América.

No cabe duda que oro y plata fueron


los incentivos principales para la
mayoría de los europeos que
marcharon al Nuevo Mundo. Para
conseguir las preciadas riquezas los
conquistadores no escatimaron
esfuerzo alguno y se disputaron todo
vestigio aurífero.

En un comienzo los nativos fueron


violentamente presionados para que
revelaran la procedencia del oro de sus
adornos. Luego, la ininterrumpida
búsqueda de metales preciosos permitió
a los españoles el hallazgo de
importantes yacimientos mineros, sobre
todo a partir de la segunda mitad del
siglo XVI.
Las minas de oro de Carabaya,
Antioquia, Chocó, Popayán y Zaruma y
las de plata de Taxco, Guanajuato,
Zacatecas, Potosí o Castrovirreina
impulsaron el desarrollo económico
indiano. Una verdadera fiebre por la
riqueza fácil se apoderó de los
europeos, cuyo principal lazo de unión
con América será, en adelante, la
producción minera y el comercio que se
desarrolló en torno a ésta.

En torno a las industrias extractivas


giraron otros sectores de la economía,
como agricultura, comercio y
transportes. Para abastecer a las
ciudades mineras surgieron
explotaciones agrícolas y ganaderas
alrededor de ellas y para dar salida a la
producción metálica se construyeron
caminos que las unían con los puertos
de embarque.

Tal como indica Guillermo Céspedes


del Castillo, el flujo de metales
preciosos hacia Europa "transforma y
activa la vida económica del Viejo
Mundo y de todo el orbe". De hecho, las
exportaciones de oro y plata a la
península alcanzaron una proporción
superior al noventa por ciento del valor
total de las mismas.

A continuación presentamos una serie


de gráficos ilustrativos de la producción
minera colonial.
Gráfico 1: Las exportaciones americanas (1503-1660)

Gráfico 2: Metales recibidos de Indias en el siglo XVI, con expresión del tanto por
ciento entre el oro y la plata
Gráfico 3: Las dos edades de la plata americana (1550-1800)

Años Oro (kilos) Plata (kilos)


1503-1510 4.965 0
1511-1520 9.153 0
1521-1530 4.889 148
1531-1540 14.466 86.193
1541-1550 24.957 177.573
1551-1560 42.620 303.121
1561-1570 11.530 942.858
1571-1580 9.429 1.118.592
1581-1590 12.101 2.103.027
1591-1600 19.451 2.707.626

Gráfico 4: Producción de oro y plata en el siglo XVI

Años Oro y plata (Maravedíes)


1601-1605 10.981.524.600
1606-1610 14.132.343.150
1611-1615 11.037.654.220
1616-1620 13.550.688.000
1621-1625 12.154.805.325
1626-1630 11.229.536.925
1631-1635 7.699.884.430
1636-1640 7.341.570.900
1641-1645 6.193.711.121
1646-1650 5.296.746.150
Totales 99.618.464.825

Gráfico 5: Envíos de oro y plata a España en la primera mitad del siglo XVII según
Hamilton

Años Oro y plata (Maravedíes)


1651-1655 2.095.791.820
1656-1660 1.514.658.928
1661-1665 1.852.668.884
1666-1670 1.188.953.240
1671-1675 1.155.335.451
1676-1680 1.083.506.286
1681-1685 529.266.946
1686-1690 600.385.644
1691-1695 205.696.380
1696-1699 535.709.304
Totales: 10.761.972.883

Gráfico 6: Envíos de oro y plata a España en la segunda mitad del siglo XVII según
García Fuentes

Las frías cifras de producción minera no nos


transmiten lo ocurrido con quienes participaron,
forzada o voluntariamente, en el proceso
extractivo. La fuerza de trabajo indígena fue la
base de dicha actividad, mientras blancos y
mestizos por lo general eran supervisores y
propietarios.

El reclutamiento forzado de trabajadores


indígenas fue una práctica común, especialmente
en Perú, donde el sistema de la mita imperó
desde finales del siglo XVI. Los
mayores estragos los sufrieron quienes laboraban
en la mina de mercurio de Huancavélica,
producto esencial en el proceso productivo de la
plata.

Asimismo, según opiniones de contemporáneos e


historiadores modernos, las condiciones de
trabajo en los socavones americanos eran
inhumanas. La mortandad de los aborígenes y su
desmembramiento social se relacionan en
importante medida con los sistemas laborales
aplicados y lo inhóspito e inaccesible de los
lugares donde se ubicaban los
principales yacimientos mineros.

Sin embargo, también existió (especialmente en


el siglo XVIII mexicano) el trabajo voluntario y
asalariado, ideal perseguido desde los comienzos
de la era colonial. Esta forma de trabajo tardó en
extenderse debido a la falta de hábito de los
indígenas en los trabajos mineros, al
desconocimiento de la moneda como salario y al
natural anhelo de rehuir las pesadas tareas que se
les confiaban.

En virtud de los privilegios otorgados por el Papa


a la corona de España (bulas de donación de
Alejandro VI de 1494) , ésta tuvo el dominio
sobre el suelo y el subsuelo de las tierras
americanas. Por lo tanto, quienes se dedicaron a
la actividad extractiva debían pagar un impuesto
a la corona que, generalmente, fue de un 20% del
producto. Este fue conocido como el quinto real.
Además, la monarquía se reservó para sí los
ingresos y la distribución del mineral de
mercurio, base del método de la amalgama, que
agilizaba y optimizaba la obtención de la riqueza
argentífera.

En América la minería se trabajó gracias al


esfuerzo de particulares. Se trató muchas veces
de aventureros que improvisaron métodos de
extracción valiéndose de la mano de
obra indígena.

Los capitales requeridos para habilitar una mina


provenían de una serie de individuos que ganaron
mucho dinero por concepto de préstamos a
interés, comercio y especulación. Entre ellos
podemos mencionar a los aviadores, quienes
operaban en las mismas ciudades mineras y a los
grandes mercaderes de la plata cuyo centro de
acción fueron las capitales virreinales.

La minería permitió a muchas personas amasar


grandes fortunas, otorgándoles el reconocimiento
social y político. No obstante, con la misma
rapidez que se ascendía, cualquier imprevisto
provocaba la ruina inmediata. Así, por ejemplo,
la pérdida de un filón o la inundación de los
socavones liquidaba la inversión. De hecho, muy
pocas familias siguieron siendo prósperas gracias
a la minería durante más de tres generaciones.

Para la población nativa los efectos sociales de la


explotación minera fueron extraordinariamente
perjudiciales. Los desplazamientos forzados
desarticularon la organización de las
comunidades indígenas, alteraron sus jerarquías
tradicionales y acabaron con innumerables vidas
humanas.

En el siglo XVIII, la política reformadora de


los Borbones procuró aumentar
significativamente la producción de plata
americana, lo que pasaba por elevar la condición
del minero y romper su vinculación con
comerciantes y especuladores. Por ello la corona
elaboró una nueva legislación que incluyó, entre
otras, el establecimiento de Tribunales de
Minería en México y Lima (1780), y la creación
de bancos de rescate que darían créditos a los
mineros.

Asimismo, se intentó mejorar las técnicas de


explotación mediante la contratación de
especialistas europeos, fundamentalmente
alemanes.

Mientras en Nueva España la producción de plata


se cuadruplicó a lo largo del siglo XVIII, en Perú
no se experimentó un alza significativa, debido
especialmente a las difíciles condiciones de
extracción y desplazamiento en los centros
mineros.

Para comprender el significado de la actividad


minera colonial, creemos que basta citar las
palabras de Eduardo Galeano: "En Potosí la
plata levantó templos y palacios, monasterios y
garitos, ofreció motivo a la tragedia y a la fiesta,
derramó la sangre y el vino, encendió la codicia
y desató el despilfarro y la aventura".

HISTORIA DE POTOSÍ EN AMÉRICA


COLONIAL ECONOMÍA,VIDA Y ORIGEN

De los pequeños cerros de la región, el de Potosí es seguramente el más alto y pedregoso. Lo


cubre un pedregullo gris y, al sol, su loma es blanca y brillante, como si continuamente lo
empapara el rocío del amanecer. El terreno es empinado y se desgaja por todos lados en
hondas barrancas desde las que suben furiosos vientos en tremolina. Allí sólo crecen plantas
tristes, apenas agarradas a la tierra. Sin embargo, tanta desolación tiene una ventaja: convierte
al cerro en una fortaleza casi inaccesible.
Por eso, durante muchos siglos, Potosí guardó celosamente en sus entrañas las más fabulosas
riquezas en plata que conocieron los conquistadores al sojuzgar América. Pero él secreto no
duró mucho cuando los españoles comenzaron a recorrer el territorio. Nada permaneció oculto
a su insaciable codicia, y al influjo de los ríos de metal precioso que brotaron del cerro se
desarrolló una de las más ricas y prósperas ciudades de Hispanoamérica: una ciudad que, en
el siglo XVII, era más poderosa que México y Lima, las dos joyas más preciadas del imperio
colonial español.

Algunos cronistas consideran que los incas conocían la riqueza de Potosí y que el
emperador Huaina Cápac había ordenado que se la explotase. Pese a ello, según una leyenda,
cuando los aborígenes intentaron extraer el mineral, una voz surgida con gran estruendo de las
profundidades, les advirtió: “No saquéis la plata de este cerro porque es para otros dueños“. El relato,
de indudable origen español, refiere entonces que los incas no se atrevieron a desobedecer la
orden y volvieron a trabajar en las aledañas minas de Porco hasta que las tropas españolas
invadieron el Cuzco y se apropiaron de esos riquísimos yacimientos, sin saber aún que Potosí
escondía mayores tesoros que todos los que se explotaban en los alrededores.
A partir de allí, circularon varias versiones —recogidas por los cronistas de época— sobre la
manera en que se llegó a descubrir el yacimiento de Potosí. Sin embargo, todas las fuentes
coinciden en señalar que fue un indígena llamado Huallpa, encomendado a un minero de Porco,
Juan de Villarroel, el primero en descubrirla. Afirman los cronistas que Huallpa, “persiguiendo
durante todo un día un carnero que iba de huída, le dio alcance en el mismo cerro de Potosí siendo bien
entrada la noche (…) y atado el carnero en un matorral de paja, luego que amaneció lo arrancó de cuajo
y así descubrió la veta”.
El trabajo en las minas y los ingenios recaía por entero sobre los indígenas, cuya población activa
ascendía en 1603 a 58 800 operarios. De ellos, sólo 13 500 estaban dedicados a tareas estrictamente
mineras; los demás se ocupaban de actividades complementarias. Únicamente 10 500 prestaban
servicio obligatorio; el resto eran trabajadores libres
Otra versión cuenta que Huallpa, para protegerse del frío encendió unas matas y a la mañana
siguiente “vio que con la actividad del fuego se había derretido la plata de aquélla veta y corrido en
riquísimos hilos”. Lo cierto es que el indígena no le comunicó a nadie su hallazgo y secretamente
extraía la plata de Potosí, la fundía y gastaba en Porco sus ganancias como un potentado. Por
supuesto, la noticia no tardó en llegar a oídos del encomendero Villarroel y, con ella, el’origen
de la riqueza repentina de Huallpa.
Sin dudar, el español registró la “veta descubridora” a su nombre, según las leyes vigentes en
la época y dio pie para que otros mineros de Porco explotasen distintas vetas del yacimiento de
Potosí, cuyo nombre se convirtió vertiginosamente en sinónimo de riqueza.

No fue fácil para los españoles el asentamiento de un poblado a la vera del cerro. Por ser
perpetuo el frío, “no se cría en este suelo ningún género de mantenimiento, excepto algunas
papas. La tierra está pelada sin ninguna arboleda ni. verdura…” escribió Luis Capoche, en su
Relación General de la Villa Imperial de Potosí.
Por otra parte, en un sitio cercano, existía un pueblo indígena, denominado Cantumarca, cuyos
habitantes convinieron en un principio ayudar a los españoles que “a fuerza de palos y malos
tratamientos los obligaron con toda violencia a que hicieran adobes y abriesen cimientos”, razón
por la cual, los aborígenes se sublevaron y, parapetados en un cerro vecino, hostilizaron a los
conquistadores. Según se cuenta, enviaron un mensajero con esta orden: “Decid a esos enemigos
nuestros, ladrones de oro y plata, barbudos sin palabra, que si hubiéramos sabido que eran gente sin
piedad y que no cumplen los tratos, desde que supimos que estaban en Porco les hubiéramos hecho guerra
y echándolos de allí no le permitiéramos entrar donde estábamos ni sacar la plata de Potosí”.

Se entabló entonces una feroz batalla de la que surgieron vencedores los españoles. Los
indígenas huyeron hacia el valle de Mataca. desamparando sus ranchos que inmediatamente
fueron ocupados por los vencedores mientras esperaban la construcción de sus casas en
Potosí. Finalmente, en enero de 1546, según algunos autores, o en diciembre de 1545, según
otros, comenzó a fundarse la Villa Imperial de Potosí.
En poco tiempo se edificaron casas en los sitios más secos y luego, al crecer la población, se
rellenaron los terrenos cenagosos para levantar nuevas construcciones. La población creció sin
orden ni planificación: en 18 meses se construyeron más de 2500 viviendas habitadas por 14
000 personas entre indígenas, y españoles que ocupaban, respectivamente, la parte sur y el
sector norte de la villa.

Hacia el año 1573 la ciudad ya tenía 120 000 habitantes. Creció sin mesura a medida que se
fueron descubriendo nuevas minas y acudían de toda España y Europa, hombres ávidos del
botín que durante siglos había escondido la naturaleza. Un censo de 1611 estableció que,
durante la gobernación del virrey Montesclaros, los habitantes superaban las 150 mil almas,
cifra que aumentó en 10 mil treinta años más tarde, según consta por un padrón que ordenó
levantar el presidente de la Audiencia de la Plata, Francisco de Mestares Marín.

LA ECONOMÍA POTOSINA
Durante ciertas épocas del año, en Potosí, unas cuantas tormentas azotan la tierra y
la,desgarran, dejando nada más que una arenilla negruzca flotando en el aire. Por eso, aun en
los momentos de mayor riqueza, los alrededores de Potosí eran tristes, pelados, a veces sin un
árbol, sin una cosa verde que descansara los ojos. De allí que Potosí no podía producir
prácticamente nada para la alimentación de sus habitantes. Durante todo el tiempo que duraba
la explotación de los yacimientos las actividades agrícola-ganaderas eran nulas v la ciudad
debía abastecerse con mercaricias de regiones lejanas, que proveían hasta la leña y la paja.
Esta desventaja (dada la magnitud demográfica y la capacidad adquisitiva ce sus habitantes)
hizo entonces que en Potosí se originaran importantes corrientes comerciales. La mayor parte
de su población estuvo fundamentalmente dedicada al comercio, a la compra-venta de
productos que llegaban de todas partes del mundo.

Los metales que no se producían estrictamente en Potosí sino en los alrededores, iban
asimismo a parar a la Casa de la Moneda de la ciudad donde se marcaba la plata en barras con
el cuño real. Plata y azogue (Mercurio, que provenía de las minas de Huancavelica, en Perú)
sustentaban el poderío económico de la villa, servían para pagar los vinos, aguardientes y
aceitunas que llegaban desde los fértiles valles de lea; el sebo, la grasa, el charque, las maderas
y las muías que provenían de la lejana provincia de Tucumán; la yerba que remontaba ignotos
ríos desde el Paraguay; los caballos de Chile; las medicinas, el hierro, los tejidos finos y todo
tipo de productos y mercancías que atravesaban el océano desde la lejana Europa y
abarrotaban los almacenes potosinos.
Este auge comercial creó, por supuesto, una clara estratificación entre los comerciantes de la
villa. La venta de productos más rentables o la de los destinados a la población española de
mayor capacidad adquisitiva, estaba en manos de españoles. Uno de los mayores negocios
durante la época de explotación del yacimiento fue, sin embargo, la comercialización de la coca.
Implicaba, aproximadamente, un millón de pesos fuertes al año y la consumía toda la población
indígena de la región.

En varias oportunidades se quiso prohibir su venta porque se la consideraba nociva, pero los
poderosos intereses en juego impidieron que se suprimiera su tráfico. Se llevaba a Potosí desde
los cálidos valles orientales del Cuzco donde aproximadamente 400 españoles se dedicaban a
su explotación.

La venta al menudeo, en Potosí, la realizaban los propios indígenas, pues para los españoles
constituía un enorme desprestigio social dedicarse al comercio al por menor, aunque eran, por
supuesto, los responsables de las compras de coca al por mayor. Los distintos productos se
vendían en “plazas” destinadas exclusivamente al comercio. La plaza del metal era, sin duda,
la más pintoresca, ya que allí se reunían los aborígenes para vender el metal que se les pagaba
como salario por su trabajo en las minas. “Se sientan los indios e indias muy juntos y juntas —escribió
Luis Capoche—, por hileras (…) y son como cuatrocientas personas o quinientas las que vienen con metal
para vender, en especial los jueves y viernes y sábados, porque los demás días, por ser los primeros de la
semana, no viene tanta gente…”.
Además de la concurrida plaza de metal, existían otras tres en las qiie se vendían diversos
productos, sobre todo maíz, harina, ganado, carbón y leña. Los productos manufacturados
europeos se vendían, a su vez, en locales cerrados que el Cabildo de Potosí alquilaba en dos
de las plazas principales, la Mayor y la del Regocijo.

Las ventas de “ropas de Castilla” alcanzaron en un año el millón de pesos, signo indudable del
lujo, la riqueza y la necesidad de figuración de las clases dominantes que eran las que
«consumían mayormente las mercancías europeas. “El principal lujo de esta villa —se asombró
Concolorcorvo— consiste en los soberbios trajes, porque hay dama común que tiene más
vestidos guarnecidos de oroy plata que lapr-incesade Asturias…”

Puñaladas y sablazos
Tanta riqueza generó no pocas luchas por el poder. Las clases dominantes (divididas en tres
bandos netamente diferenciados, los azogueros o propietarios de ingenios, los propietarios de
minas y los grandes mercaderes) se trenzaban cotidianamente en interminables y feroces
disputas. La autoridad real, representada por un corregidor, no siempre lograba imponerse y,
por el contrario, a veces avivaba el fuego de la discordia, volcando sus preferencias por uno u
otro grupo.
Los conflictos se planteaban indistintamente para lograr la sanción de leyes que beneficiara a
unos en desmedro de otros, para conseguir mayor y mejor mano de obra en las repartijas de
indígenas, para lograr franquicias en las explotaciones o el comercio de ciertos productos. De
esta manera, los pleitos que se seguían ante la Audiencia de Charcas, el virrey del Perú o el
Consejo de Indias eran interminables. Potosí, durante los 200 largos años que duró la
explotación de los yacimientos, mantuvo varios procuradores ante la corte metropolitana para
peticionar directamente en España, buscando crear conflictos de poderes con otras autoridades
coloniales o intentando resolver los problemas internos.

Estos escarceos diplomáticos iban generalmente acompañados de acciones violentas. Cada


grupo tenía a su servicio bandas armadas reclutadas entre los soldados que, al finalizar las
guerras de la Conquista, no encontraban ocupación. Cualquier pretexto servía para justificar un
enfrentamien-to, cuyas características eran similares a las de los torneos feudales. Se citaban
los “caballeros” en el Arenal de Potosí y allí, casi siempre durante las madrugadas, piqueros y
arcabuceros lujosamente ataviados iniciaban una batalla formal que culminaba con muertos y
heridos a granel.

Durante los siglos XVI y XVII todo fue válido en Potosí: la emboscada, el asesinato, los asaltos
a mano armada, las violaciones de mujeres del bando enemigo. Los episodios criminales eran
cotidianos y bastaba una mala mirada, una leve interjección o un saludo desdeñoso para que
dos hombres se trabaran en lucha.
Es célebre el. caso del capitán Pineda, un andaluz, y de Juan Pérez Ramusio, un criollo de
Mataca: se cuenta que un sábado por la tarde el capitán Pineda caminaba por la calle de los
Césares cuando se le cruzó Ramusio que, por algún pleito anterior, evitó saludarlo. Se encrespó
el andaluz y lo llamó a los gritos: “Ven acá… mestizo…”.
El insulto erizó al criollo quien, acelerando el paso se plantó abruptamente a dos pasos de
Pineda. Este, sonriendo, le espetó: “¿Acaso no aprendiste a persignarte cuando me vas a
pasar?”. Ramusio se quedó callado, como pensando una salida ingeniosa que no lo dejara mal
parado ante el público que comenzaba a rodearlos.

Lentamente sacó una daga oculta en la cintura y susurró con rabia c ontenida: “Mis padres, que
eran andaluces, me enseñaron a hacer la señal de la cruz de esta manera…”. Decir eso y ensartarle el
puñal en la frente al desprevenido Pineda fue todo uno. El andaluz cayó redondo, bañado en
sangre, muerto: el pleito quedó así formalmente resuelto.
Tres días de tiranía
Desde los orígenes de la Villa Imperial de Potosí, la ambición, las ansias de poder, las
desaforadas intenciones de los diversos grupos que pugnaban por gobernar, crearon no pocas
situaciones revulsivas. Cientos de batallas sangrientas se libraron en las calles de la ciudad de
la plata, aunque quizá ninguna haya sido tan feroz como la que entablaron en marzo de 1553
las fuerzas leales a la monarquía española y un conjunto de vecinos encabezados por un
taLEgas de Guzmán, quien aspiraba a gobernar la urbe y explotar el cerro sin rendirle cuentas
al rey.
Egas logró, en efecto, sojuzgar a la población merced a la violenta acción de 50 hombres que,
muy bien pagados, asolaron el territorio,’ejecutando a indígenas y españoles leales. Dos
capitanes del ejército español, sin embargo, pretendieron enfrentarlo. Francisco Centeno y
Diego Díaz, al mando de 60 arcabuceros y 400 indígenas armados sólo de macanas y hondas
rodearon, el 2 de marzo de 1553, la Villa, en cuya plaza central estaban apostados los secuaces
de Egas de Guzmán.

Marchó Centeno hacia el centro de la ciudad y se puso a tiro del arcabuz enemigo, acercándose
peligrosamente hacia la plaza y dejando cubiertas sus espaldas con la tropa indígena. Egas de
Guzmán, percibiendo la debilidad de la retaguardia enemiga optó por enviar 40 de sus hombres
a caballo para que rompieran el cerco aborigen y acometieran a la infantería de los. leales por
detrás.

Así fue que mientras la lucha en el frente favorecía a Centeno y a Díaz, la batalla en los
alrededores de la ciudad les era absolutamente desfavorable.
Luego de una hora de rigurosa pelea, los infantes leales fueron finalmente sometidos. Algunos
pocos huyeron mientras los heridos eran pasados por las armas directamente en el campo de
batalla. “Hubiera sido más atroz la tiranía de Egas de Guzmán en esta guerra —relata el cronista
Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela en su libro Historia de la Villa Imperial de Potosí— si en la cuesta del
cerro de la Cantería los indios que se retiraban derrotados no hubieran defendido a los leales tirándoles
tantas piedras a Guzmán y a los suyos cuantas fueron necesarias para detenerlos…”.
La victoria de Guzmán paralizó vir-tualmente todo trabajo en Potosí: pocas horas después de la
pelea, el tirano saqueó las casas de los leales (“valiéndole el saco —afirma Arzáns— más de 1
800 000 pesos en marcos de plata”), mató a quienes se le opusieron, hizo azotar públicamente
a “muchas mujeres españolas porque averiguó que trataban entre ellas de matarlo”, quemó
casas y ejecutó aborígenes, acusándolos de traidores. Tres días exactamente duró su gobierno.
Ni los propios hombres de Egas de Guzmán toleraban a su jefe; hasta el extremo de que uno
de sus capitanes, Antonio de Lujan, logró que seis soldados engrillaran al tirano y lo sometieran
a la peor de las muertes: el descuartizamiento.

El episodio es sólo un ejemplo del alto grado de violencia que alcanzaban en Potosí las
tensiones sociales, económicas y políticas. Existían razones para que ello sucediera.

La villa imperial no fue, como la mayor parte de las ciudades hispanoamericanas, una urbe que
se enriqueciera por la producción agrícola-ganadera de la región rural que las circundaba. No
era una “ciudad hidalga” ni una “ciudadela militar”, no estaba dominada por una aristocracia
feudal ni el prestigio de las clases más poderosas provenía de la tradición sino, por el contrario,
del caudal de riqueza acumulada. Por eso, las clases sociales potosinas se estructuraron de
manera diferente al resto de las urbes coloniales: en un primer momento el acceso a la riqueza
fue fácil y produjo, consecuentemente, una gran movilidad social.

Prestigio, poder e influencia eran conseguidos por todos aquellos que habían obtenido inmensas
fortunas dedicándose a cualquiera de las tres grandes actividades económicas que la ciudad
fomentaba. Pero, de la misma manera que lo adquirían, lo perdían, al inundarse una mina, al
perderse un barco con mercadería o al fallar un envío de azogue. Los grupos dirigentes de
Potosí estaban integrados por españoles y ocasionalmente algunos criollos.

Por lo general, el poder político no constituyó una aspiración de la “nobleza” potosina, dedicada
por completo al comercio y sus derivados. Los cargos de regidores caían —según un cronista—
“en manos de cualquier forastero, sin más averiguación que la de tener la cara blanca y las
posibilidades suficientes para mantener su decencia…”. Sucedía que el poder final de decisión
se encontraba fuera de Potosí: los pleitos los resolvía primordialmente la Audiencia de Charcas.
La decadencia
Pero esa petulancia nacida de la riqueza comienza a deteriorarse a partir de la segunda mitad
del siglo xvn, cuando disminuye notoriamente el rendimiento de las minas de plata. La
decadencia de Potosí significó también la decadencia de los grupos dirigentes y sus habitantes
contemplaron con pena y nostalgia el ocaso de una de las más opulentas ciudades de
Hispanoamérica, atribuyéndole su ruina a la incapacidad de la urbe de atraer gente noble: “Ya
no es lo que solía —escribió Capoche— porque de España pasan a estas Indias gente común
y falta de nobleza”.
Semejante situación hizo cundir el desconcierto y a la ruina económica continuó el desbande,
un decrecimiento demográfico del que nunca pudo recuperarse Potosí. Sólo salvó a la ciudad
de un derrumbe total el funcionamiento de algunas fundiciones. Como no existían este tipo de
establecimientos en las regiones aledañas, hasta la villa llegaba metal para ser fundido y luego
“quintado” en su Casa de la Moneda, por otra parte la única que existía en todo el ámbito de
esa importante región minera de América.

Pese a todo, ya en el despunte del siglo xvni la población de Potosí había bajado a menos de
la mitad. “Ha disminuido de tal manera —estampó un cronista de la época— que hoy no pasan
de 70 000 entre españoles e indios, que viven unos y otros en 16 000 casas entre grandes y
pequeñas de una y otra nación… Las familias de indios que al presente están avecinadas en
Potosí pasarán de mil pero se acrecientan a veces con la llegada de forasteros, también indios.
La de los españoles ya no se acrecienta por el comercio o por la llegada de tratantes y
contratantes que antes de todas las naciones de’Europa acudían incesantemente todos los
días”.

De esta manera, a los pies del cerro, agujereado por todas partes pero con sus pasadizos
vacíos, se adormeció Potosí. Sólo algún indígena solitario intentaba de vez en cuando reeditar
la ardua tarea de sus antepasados. Con una candela de sebo encendida en la mano se
sumergía por los recovecos y las escalerillas construidas en el cerro, llevando un zurrón de
cuero en las espaldas. Hurgaba en las vetas secas, rapiñaba algo de metal. Pero estaban muy
lejos los tiempos en que Potosí producía hasta casi siete-mil barras de plata por año-y era —
según un cronista— “la más feliz y dichosa de cuantas ciudades se saben en el mundo”.

La desmedida explotación de los yacimientos potosinos y su consecuente decadencia, al


agotarse las vetas de plata más ricas, hizo que decayera sus-tancialmente la producción. Como
la zona no ofrecía posibilidades para ningún otro tipo de actividad, la villa que–dó virtualmente
en manos de algunos pocos empecinados que, a costa de terribles esfuerzos, lograban a veces,
mantener latente la esperanza de que sería posible recuperar la riqueza perdida.
En 1773 escribía Concolorcorvo: “Dicen que desde el descubrimiento de las riquezas de aquel cerro
se señalaron 15 000 indios para su trabajo y el de las haciendas que se benefician con la plata (…) Hoy
se redujo ese número a tres mil entre los que se mezclan los honrados con los ladrones de metales, quienes
acometen de noche en las minas y como prácticos en ellas sacan los últimos, los más preciosos beneficios
y llevan al banco que el Rey tiene de rescate, siendo cierto que estos permitidos piratas sacan más plata
que los propietarios mineros…”.
Así, en un postrer intento por mantener la más fabulosa fuente argentífera de Hispanoamérica,
las autoridades reales no dudaron en permitir el bandidaje y el saqueo de las vetas de las cuales
aún no se habían succionado los últimos vestigios de plata. Pero, por supuesto, fue un manotazo
vano. La villa imperial de Potosí, lentamente, se adormeció sobre su pasado esplendor del cual
quedó, como único testigo, el cerro acribillado por las mazas y los picos de los mineros.

Tras la conquista del Perú surgió una guerra civil entre Francisco Pizarro y Diego
de Almagro por el dominio de las nuevas tierras.

Para ponerle fin a estos conflictos, el rey Carlos I de España decretó las Leyes
Nuevas en 1542, con las que dispuso la creación del virreinato del Perú y el título
de virrey.

El primer gobernante fue Blasco Núñez de Vela, y años más tarde llegó un
personaje muy recordado en la historia debido a las reformas que formuló:
Francisco de Toledo.

LAS MODIFICACIONES
Toledo gobernó el virreinato desde 1569 hasta 1581. Sus reformas más
resaltantes son:
a) La creación de las reducciones.- Se obligó a los indígenas a dejar sus viviendas
en las partes más altas de las montañas y concentrarse en las zonas de fácil
acceso.
Esto con la finalidad de agilizar la evangelización, el cobro de tributos y el
reclutamiento de mano de obra.

b) El establecimiento de la mita minera.- Fue un sistema de trabajo por turnos y


forzado que los indígenas debían realizar en beneficio de la corona española.

c) La instalación de la Santa Inquisición.- Su objetivo fue velar por los intereses de


la Iglesia católica, combatiendo herejías, brujería y religiones ajenas a la fe
católica.
Solo funcionaba para los españoles y mestizos; los indígenas estaban fuera de
su jurisdicción.
d) La obligatoriedad del tributo.- Consistía en un pago en dinero o en productos
que debían efectuar los indígenas varones de 18 a 50 años.

e) La creación de la Casa de la Moneda de Potosí.- Con el objetivo de acuñar la


moneda, vigilar la extracción de plata y asegurar el pago de impuestos.

f) Por último, la destrucción de la resistencia en Vilcabamba, que culminó con la


ejecución de José Gabriel Condorcanqui, más conocido como Túpac Amaru II.
Por ello, Franciso de Toledo fue reconocido como el virrey que consolidó las
instituciones políticas y administrativas en el virreinato del Perú.

Francisco de Toledo
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No debe confundirse con Francisco de Toledo Herrera.

Francisco Álvarez de Toledo

5.º Virrey del Perú


30 de noviembre de 1569-1 de mayo de 1581

Predecesor Lope García de Castro

Sucesor Martín Enríquez de Almansa

Información personal

Nacimiento 10 de julio de 1515


Oropesa, Reino de Toledo
Corona castellana

Fallecimiento 21 de abril de 1582


Escalona, Reino de Toledo
Corona española

Lugar de
Provincia de Toledo
sepultura

Nacionalidad Española

Religión Catolicismo

Información profesional

Ocupación Político y militar

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Francisco Álvarez de Toledo (Oropesa, 15 de julio de 1515 - Escalona, 21 de abril de 1582)


conocido también como El SolónVirreinal,1 fue un aristócrata y militar de la Corona de Castilla,
que fue el quinto Virrey del Perú. Ocupó dicho cargo desde el 30 de noviembre de 1569 hasta
el 1º de mayo de 1581, un total de once años y cinco meses. Si bien para la mayoría de los
historiadores fue el más importante de los virreyes del Perú y ha sido elogiado como el
“supremo organizador” del inmenso virreinato, por darle una adecuada estructura legal,
afianzando importantes instituciones indianas, en torno a las cuales giró la administración del
país durante doscientos años,2 para otros fue el gran tirano de los indios por haberlos
explotado de forma exagerada, al conservar la mita minera del Imperio Inca pero
tergiversando su sentido original, y por haber ordenado la ejecución del último inca de
Vilcabamba, Túpac Amaru I.3
Índice

 1Biografía
o 1.1Nacimiento y primeros años
o 1.2Al servicio del emperador Carlos V
o 1.3Nombramiento como Virrey del Perú
o 1.4Muerte
o 1.5Testamento
o 1.6Sus restos
o 1.7Efemérides
 2Arribo al Perú
o 2.1Primeras medidas
o 2.2La visita general al Perú (1570-5)
o 2.3Visita a la Villa Imperial de Potosí (1572)
o 2.4Últimos años de su gobierno
o 2.5Fin de su gobierno
 3Obras y medidas de su gobierno
o 3.1Ordenanzas del Perú
o 3.2El problema de la perpetuidad de las encomiendas
o 3.3Las reducciones de indios
o 3.4Reglamentación de la mita
o 3.5Reglamentación del tributo indígena
o 3.6Auge de la minería
o 3.7Creación de la Casa de Moneda
o 3.8Obras urbanísticas
o 3.9Recopilaciones de la historia inca
o 3.10Reglamentación del cultivo y comercio de la coca
o 3.11Instalación del Tribunal de la Inquisición
o 3.12Instalación del Tribunal de la Santa Cruzada
o 3.13Ejecución del inca Túpac Amaru I
o 3.14Expedición a Chile
o 3.15Fracasada expedición contra los chiriguanos
o 3.16Represión de brotes de insurrección
o 3.17La Universidad de San Marcos: Real y Pontificia
o 3.18Fundación del Colegio Mayor de San Felipe y San Marcos
o 3.19Controversia con los jesuitas
o 3.20La imprenta, la lengua quechua y las publicaciones sobre catequesis india
o 3.21Fundación de poblaciones
o 3.22Armada del Mar del Sur
 4Obra escrita
 5Notas
 6Bibliografía
 7Enlaces exteriores

Biografía[editar]
Nacimiento y primeros años[editar]
Francisco de Toledo nació el 15 de julio de 15154 en el Castillo de Oropesa perteneciente a
la noble familia Álvarez de Toledo. Fue el cuarto y último hijo del II conde de
Oropesa, Francisco Álvarez de Toledo y Pacheco, y de María de Figueroa y Toledo —
primogénita de Gómez Suárez de Figueroa, II conde de Feria, y de su segunda esposa, María
Álvarez de Toledo, hija de los I duques de Alba de Tormes—. Su nacimiento se produjo al
tiempo que fallecía su madre, lo que influyó en su talante serio y taciturno. Sus tías María e
Isabel se encargaron de su crianza.
Al cumplir los ocho años se trasladó a la corte del rey Carlos I de España para servir
como paje de la reina consorte Isabel de Portugal. Aprendió latín, historia, retórica y teología,
además de esgrima, música, baile y modales cortesanos.
Al servicio del emperador Carlos V[editar]

El rey Carlos I de España y emperador Carlos Vdel Sacro Imperio Romano Germánico

Francisco de Toledo tenía quince años cuando en 1530 el rey Carlos I lo aceptó en su casa.
Acompañó al emperador hasta sus últimos días en las más variadas circunstancias tanto de
paz como de guerra. Este contacto personal con el monarca, de quien adoptó la prudencia
política, el “maquiavelismo” y la tendencia a buscar contrapesos entre sus colaboradores, le
serviría de provechosa experiencia para su labor gobernativa posterior.
En 1535, cuando tenía veinte años, fue investido con el hábito de caballero de la Orden de
Alcántara, una orden religioso-militar, y en 1551 se le dio en esta corporación la encomienda
de Acebuchar.
La primera acción militar en la que intervino fue la expedición a Túnez en 1535, gran triunfo de
las tropas imperiales sobre los turcos otomanos a quienes arrebataron dicha plaza del norte
de África. Siguiendo al emperador en su recorrido por Europa, el joven Álvarez de Toledo pasó
por Roma, donde Carlos I desafió al rey de Francia Francisco I, lo que desencadenó
otra guerra con dicho país (la tercera del reinado del emperador), entre los años 1536-1538.
Tras la firma de la paz, Álvarez de Toledo regresó a España y marchó más tarde a Gante,
en Flandes. Participó enseguida en la expedición a Argel, importante plaza turca del
norte africano, campaña que culminó en fracaso debido al mal tiempo (1541).
En los años siguientes continuó al servicio de las armas imperiales, aunque también participó
en las dietas, juntas y concilios. Era una época muy turbulenta, pues, además del embate de
los turcos otomanos, se producía el avance del protestantismo en Alemania, región bajo órbita
imperial. En todo este tiempo Álvarez de Toledo estuvo cerca del emperador Carlos V.
Conoció las negociaciones de España con Inglaterra para iniciar una nueva guerra contra
Francia.
Se ocupó de los asuntos de Hispanoamérica, interesándose respecto del estatus jurídico que
debían tener los indios. Estuvo en Valladolid cuando fray Bartolomé de las Casas presentó
ante una junta de teólogos el texto de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias y
supo de la redacción de las Nuevas Leyes de Indias que tanto revuelo provocaron en el Perú.
Partió de Barcelona en 1543 con el emperador, rumbo a Italia y Alemania, durante la cuarta
guerra contra Francia. Participó en las batallas de Güeldres y Düren.
En 1556 se produjo la abdicación de Carlos I y su consecuente viaje a España, y el 12 de
noviembre, camino del monasterio de Yuste, hizo su entrada en el Castillo de Oropesa,
ubicado en Jarandilla de la Vera, donde fue hospedado por su propietario, el III conde de
Oropesa, Fernando Álvarez de Toledo y Figueroa, quien era el sobrino de Francisco y que
también recibió al anciano exmonarca. La estancia duró hasta el 3 de febrero de 1557 en que
culminaron las obras de Yuste, última morada de Carlos I. Ambos le sirvieron hasta su
fallecimiento en 1558.
Los años siguientes los dedicó Álvarez de Toledo a actividades relacionadas con la Orden de
Alcántara. Entre 1558 y 1565 permaneció en Roma, donde participó en las discusiones y la
definición de los Estatutos de la Orden, como procurador general.
Nombramiento como Virrey del Perú[editar]
Fue mayordomo en la casa del rey Felipe II, hijo y sucesor de Carlos I, y asistió en calidad de
delegado regio al concilio provincial de Toledo de 1565. Tuvo el decisivo apoyo que le otorgó
el cardenal Diego de Espinosa, presidente del Consejo Real de Castilla, durante las
deliberaciones de la Junta Magna de 1568. Entre los resultados de la junta, donde se tomaron
acuerdos importantes sobre la organización administrativa de las Indias, surgió el
nombramiento de Álvarez de Toledo como virrey, gobernador y capitán general del Virreinato
del Perú, el 30 de noviembre de 1568.5
A fines de diciembre de 1568 salió de Madrid y tras visitar a sus familiares llegó a Sevilla el 23
de febrero del año siguiente; se embarcó en Sanlúcar de Barrameda el 19 de marzo, en la
armada que conducía el general Diego Flores de Valdés. Llegó junto con su secretario
Eusebio de Arrieta, quien desempeñara como secretario del santo oficio limeño, la misma
familia Arrieta establecida en Lima y Tarma.
Muerte[editar]
Ya viejo y enfermo, Francisco Álvarez de Toledo se retiró a vivir sus últimos días en la villa
de Escalona, falleciendo el 21 de abril de 1582.6
Testamento[editar]
Francisco Álvarez de Toledo, en su testamento, efectuó numerosas disposiciones que se
ocuparon de los indios y que continuaron con sus obras después de su fallecimiento. En la
Cláusula V el ex virrey dejó establecido:
Y asì mismo, mando que se digan otras quinientas misas... en España... por la conversión de los indios
naturales de este Reyno...
Y en la Cláusula XXIV dispuso:
Y mando que se den 500 ducados de limosna al hospital de Potosí de los indios naturales y otros 300 al
hospital de los naturales de la ciudad del Cusco y otros 500 ducados al hospital de los naturales de esta
Ciudad de los Reyes, es para lo de mis testamentarios mandaren se haga los dichos hospitales más en
servicio de Nuestro Señor y beneficio de los pobres.

Sus restos[editar]
Oropesa, la ciudad natal de Francisco Álvarez de Toledo y en la que descansan sus restos
mortales,7 le debe la construcción del Convento de San Bernardo y el Colegio de los Jesuitas,
que datan de 1590. En 1605, sus restos fueron trasladados a la ya terminada Iglesia de San
Bernardo –planificada por el arquitecto Francisco de Mora, discípulo de Juan de Herrera, en
estilo barroco clasicista– y depositados al pie del altar mayor.
Efemérides[editar]
En 2014, y con el fin de conmemorar el V Centenario del nacimiento de Francisco Álvarez de
Toledo y ensalzar su figura y sus obras, el Ayuntamiento de Oropesa y Corchuela, en
la provincia de Toledo, convocó un concurso de ideas para la realización de una escultura que
será ubicada al aire libre, diseñada a tamaño real con una altura de 2 metros, sin limitaciones
de peso, y se construirá en bronce resistente, que soporte el deterioro, situándose sobre
peana de granito.8 La escultura ganadora fue "Camorza" de Óscar César Alvariño Belinchón
(de Manzanares el Real).
Como parte de esta efemérides, la diputada nacional de España, Rocío López, desde la
Comisión de Cultura, propuso recordar a Francisco Álvarez de Toledo a través de la emisión
de una estampilla o sello de Correos de España en el que aparece un retrato del personaje
sobre el mapa de Perú. La emisión se hizo efectiva el 23 de octubre de 2015 a través del
procedimiento de impresión en offset papel engomado, con un tamaño de sello de 40,9 por
28,8 mm.

Arribo al Perú[editar]

Francisco Álvarez de Toledo y su rúbrica. Grabado de Evaristo San Cristóbal, siglo XIX. Es la clásica
imagen del virrey según la descripción de los cronistas: vestido de negro riguroso, espada al cinto y con
una gran cruz verde de la Orden de Alcántara en el pecho.

El Virreinato del Perú era entonces inmenso: se extendía por una gran parte del territorio
de América del Sur, desde Panamá hasta el extremo sur del actual territorio continental
de Argentina, incluyendo las Audiencias de Panamá, Bogotá, Quito, Lima, Chile y Charcas.
Quedaban excluidos Venezuela y Brasil.
Francisco Álvarez de Toledo arribó al Nuevo Mundo y desembarcó en Cartagena de Indias el
8 de mayo de 1569.
Su figura sólida y físicamente imponente debió impresionar a cuantos encontró, no sólo por su
ascetismo y el rigor de su presencia física, sino por los modales y manera de hablar, cargado
de seriedad y de fortaleza. A punto de cumplir 54 años, en la madurez adulta de su vida, el
virrey Álvarez de Toledo era de convicciones firmes, con valores personales propios, de una
conducta moralmente intachable, de exagerada sobriedad, sentimiento reformador, gran
liderazgo, audacia ilimitada, perfeccionismo a ultranza y de talante altivo. No estaba casado y
eso le permitía volcar todas sus energías al servicio de Dios, el Rey y España.
Su eficacia en el mando quedó demostrada de inmediato: no bien desembarcó en Cartagena
estableció los derechos de aduanas, levantó un hospital, artilló la plaza y expulsó a algunos
franceses allí asentados. Tres semanas más tarde llegaba a Nombre de Dios, en Panamá,
continuando su obra organizadora: instaló un hospital para marineros enfermos, cambió la
localización de la ciudad y el puerto, que trasladó a un lugar llamado Porto Bello, envió a la
península Ibérica a los españoles casados y encerró a los soldados y marineros en actitud de
rebeldía. Se trasladó por tierra a la ciudad de Panamá, ordenó la construcción de caminos y
vías, resolvió los conflictos de intereses enfrentados, estableció el derecho de almojarifazgo,
reunió a los indios en nuevas reducciones y persiguió a los negros cimarrones que asolaban la
región.
Desde Panamá avisó su llegada y envió una embajada a Lima, la capital virreinal, explicando
el sentido de su misión gobernadora. Navegó hasta Manta (costa del actual Ecuador) y
continuando por tierra alcanzó Piura a principios de septiembre de 1569. El día 15 de octubre
fue recibido con toda solemnidad en Trujillo; el 26 de noviembre llegó a la chacra de
Barrionuevo, cerca de Lima, donde recibió el saludo del gobernador Lope García de Castro,
la Real Audiencia, vecinos notables y prelados religiosos; y finalmente el 30 de noviembre
ingresó a Lima, pasando bajo los arcos de triunfo que se habían levantado en su honor.
El arzobispo de Lima Jerónimo de Loayza lo recibió en la Catedral.
Primeras medidas[editar]
El rey Felipe II de España.

Posesionado pues del gobierno virreinal, Álvarez de Toledo permaneció en Lima durante un
año, a fin de superar la crítica situación que halló, caracterizada por el enfrentamiento con la
Audiencia, los abusos generalizados, el incumplimiento de las normas, la falta de respeto a la
autoridad, la inaplicación de las leyes, la miseria y dispersión de los indígenas, el abandono de
las minas y las rebeliones de españoles, criollos e indios.
En este tiempo, supo rodearse de los mejores conocedores de la situación y con su apoyo
inició de inmediato una formidable obra de legislador y reformador, por lo que mereció el título
de "Solón del Perú", que le otorgara el insigne jurista limeño Antonio de León Pinelo. Su labor
transformó el virreinato, aseguró la soberanía de la corona castellana y profundizó el pasado
incaico.
Durante esos primeros meses de gobierno tomó las siguientes medidas:

 Nombró corregidores en las ciudades más importantes.


 Creó el cargo de protomedicato encargado de la supervisión del ejercicio de la medicina.
 Restableció el servicio de las armas.
 Reordenó los libros de leyes y la actividad de los funcionarios reales revisando su sistema
salarial.
 Reorganizó la Real Hacienda.
 Exigió de los sacerdotes y prelados el estricto cumplimiento de las normas emanadas
del Concilio de Trento.
 Creó los llamados "obispos de anillo" o auxiliares.
 Instaló el Tribunal de la Inquisición.
Su correspondencia con el rey, a lo largo de estos meses, demostró el alcance y la amplitud
de la labor emprendida en estos campos.
Tenía por delante una inmensa tarea, dedicada a la administración civil. En primer lugar, para
resolver el problema de los indios estaba obligado a reunirlos en poblados o reducciones, pero
al mismo tiempo tuvo que recomponer la caótica situación de los repartimientos y reordenar el
funcionamiento de las encomiendas, pervertidos con el paso del tiempo. Quedaban muchas
vacantes de encomiendas y su asignación provocó protestas y enfrentamientos con quienes
reclamaban un supuesto favoritismo y discriminación. Fue una tarea interminable, que le
ocupó a lo largo de todos los años de mandato.
La visita general al Perú (1570-5)[editar]
Siguiendo las recomendaciones del rey, Álvarez de Toledo se propuso llevar a cabo la visita
de los territorios a su cargo, algo que nunca se había producido debido a lo dilatado del
Virreinato del Perú y que sin duda sería una tarea muy agobiante.
Cumpliendo con sus deberes salió de la ciudad de Lima el 22 de octubre de 1570,
acompañado de su secretario Álvaro Ruiz de Navamuel y de los hombres más sabios y
conocedores del medio, entre los que se encontraban el cosmógrafo e historiador Pedro
Sarmiento de Gamboa y el naturalista Tomás Vásquez. Más adelante se les uniría el
licenciado Juan Polo de Ondegardo, el insigne Juan de Matienzo y el religioso cronista José
de Acosta.
En los cinco años que duró esta visita de inspección, el virrey Álvarez de Toledo realizó un
extraordinario recorrido de unos 8000 km, el cual se dividió en dos etapas: en la primera el
itinerario fue el siguiente: Lima - Huarochirí - Jauja – Huamanga y Cuzco. En el Cuzco
permaneció dos años para luego continuar la visita en una segunda etapa, con dirección a
la Provincia de Charcas, siendo el itinerario seguido el siguiente: Checacupe - Chucuito - Juli
- La Paz - Potosí - La Plata. Luego de una desafortunada expedición contra los chiriguanos del
sureste de Charcas, retornó a Lima, vía Arequipa y el mar.
La larga visita tuvo incidencias. Tras ingresar a la sierra por Huarochirí, el 20 de noviembre de
1570, arribó a Jauja, donde estableció nuevas reducciones o poblados de indios. Allí quedó
asombrado al encontrar allí una montaña de expedientes judiciales, pues los lugareños eran
dados a los pleitos interminables. Práctico como era su costumbre y para demostrar la
inutilidad de tales papeles los echó todos a la hoguera. A continuación, construyó iglesias y
resolvió injusticias, mientras ordenaba recuperar las tradiciones y costumbres de los
antiguos incas.
El 15 de diciembre entró en Huamanga, la actual Ayacucho, ocupándose de algunas obras.
Centró su atención en las ya famosas minas de mercurio de Huancavelica hacia donde mandó
un inspector. También ordenó la construcción de una nueva población, Villa Rica de Oropesa,
actual Huancavelica y el reagrupamiento de los poblados de indios.
Llegó a Cuzco a mediados de febrero de 1570 para permanecer en la antigua capital inca
hasta el 5 de octubre de 1572, una larga estadía llena de acontecimientos y de fecunda
actividad administrativa. Impresionado por la grandeza de sus edificaciones y su numerosa
población, trató de recuperar las instituciones y leyes del Incario, reconociendo su innegable
valor y procurando adaptarlas al gobierno de los indios. Amplió y mejoró las reducciones,
cuyas tierras entregó en propiedad, proyectó la construcción de iglesias, escuelas y hospitales
y aprobó la institución de los cabildos de indios, lo que permitió su autogobierno. También se
preocupó por la situación de los encomenderos, colectores de los tributos de los indios que
tenían asignados, lo que obligaba a su cuidado y catequización, así como a levantar escuelas
y hospitales e incluso el pago de sus servicios en caso de necesitarlos.
De este modo, se iba dotando el virreinato de un marco jurídico estable, que habría de
permanecer inalterable durante más de doscientos años. Desde Cuzco, Álvarez de Toledo
gobernó, administró y transformó la difícil realidad que había encontrado en todas partes, con
un tesón y una paciencia admirables. Fue por ello, al Virrey de mayor actuación en la historia
de Perú.
Sin embargo, una decisión muy controvertida de su gobierno fue el sometimiento del cuarto y
último inca de Vilcabamba. Como consecuencia de la ruptura por los incas del Tratado de
Acobamba, Álvarez de Toledo envió un ejército a Vilcabamba, bajo el mando de Martín
Hurtado de Arbieto, quien logró derrotar y capturar al inca Túpac Amaru I, hermano y sucesor
de Titu Cusi Yupanqui. En un acto público que quiso ser ejemplarizador, el último inca fue
ajusticiado en septiembre de 1572 en la Plaza Mayor del Cuzco.
Este hecho, así como otras decisiones que tomó Álvarez de Toledo, atizaron el crecimiento de
una fuerte animosidad en contra suya de parte de algunos funcionarios, sacerdotes y
encomenderos, insatisfechos y quejosos de las disposiciones del virrey.
Visita a la Villa Imperial de Potosí (1572)[editar]
Después de dos años de permanecer en el Cuzco, pasó al territorio de Provincia de Charcas,
en la que permaneció otros dos años más. En el camino se encontró con Lope García de
Castro, el anterior gobernador que retornaba luego de inspeccionar la Audiencia de Charcas.
Luego de llegar a La Paz, Álvarez de Toledo se dirigió apresuradamente a la Villa Imperial de
Potosí,9 sede de una de las más notables minas de plata del mundo: el fabuloso Cerro Rico de
Potosí, diciendo festivamente que iba a celebrar un casamiento de gran importancia entre
dichas minas y las de Huancavelica. Aludía al mercurio huancavelicano, fundamental en la
técnica de amalgama para beneficiar la plata, que decidió implementar. Desde Potosí
promulgó una serie de decretos relativos a la producción minera y al trabajo de los indios,
recuperando la antigua mita de los incas como sistema de producción. Luego de permanecer
seis meses en dicha villa, pasó a La Plata, sede de la Audiencia. Tuvo tiempo para escribir al
rey Felipe II en defensa de su gestión y trató de rebatir los argumentos de sus enemigos.
Toledo inició su gobierno en 1569 llevando a cabo una visita al virreinato, consiguiendo
información sobre la demografía del territorio y la organización administrativa incaica. Según
Luis Capoche,10"...halló en la tierra mucha disminución de la potencia de plata que había
tenido, por haberse acabado los metales ricos de este cerro...".

Potosí. La primera imagen en Europa. Pedro Cieza de León, 1553.

La situación general de Potosí en tiempos de Francisco Álvarez de Toledo era próspera.


Arribó a la Villa Imperial el 23 de noviembre de 1572, conduciendo una profunda
reorganización en función de los intereses virreinales y consolidó su economía con la
introducción de la técnica de la amalgama, que hasta ese entonces estaba estancada. Es
considerado el organizador de la Villa Imperial de Potosí ya que estableció las bases de lo que
sería el circuito productivo de la plata: la producción o extracción de la plata del Cerro Rico, el
procesamiento de la plata mediante el sistema de amalgamación en los ingenios y la
transformación de la plata en la Real Casa de Moneda de Potosí.11
La población había crecido considerablemente, y sólo a la llegada del virrey Toledo, comenzó
la organización urbanística, por iniciativa y obra de este ilustre gobernante.
A él se debió la urbanización de la ciudad de Potosí ya que efectuó sobre ella el tradicional
trazo de damero que mandaban las ordenanzas de los reyes Carlos V y Felipe II, para las
ciudades mediterráneas.12 Amplió las calles y plazuelas, ubicó en la plaza mayor al centro, e
inició la construcción de nuevos edificios públicos que la rodearon, como la Casa de Moneda,
Cajas Reales, Iglesia Mayor y, al parecer, también el Cabildo. Finalmente quedó mejor
distribuida la Villa Imperial al dividirse la población española e indígena, separadas por la
Ribera, que con la edificación de ingenios y lagunas, inició la industrialización sistemática de
Potosí.
Los dueños de minas, llamados las "Ordenanzas de la Mita", que establecián la conscripción
forzosa del elemento indígena en el trabajo de las minas. El primer repartimiento se hizo el 1º
de abril de 1573, con 3733 indios. El sistema de la Mita, como es bien sabido, tuvo
consecuencias desastrosas para la población autóctona, que hubo de soportar al trato más
inhumano que pueda concebirse, no obstante de contar con amplia legislación a su favor.
Su siguiente objetivo fue el sometimiento de los indios chiriguanos, que se hallaban en pie de
guerra y mantenían la alarma en toda la región situada al sudeste de Charcas, donde años
atrás se fundara Santa Cruz de la Sierra. Álvarez de Toledo envió primero una misión de
inspección y reconocimiento al territorio de los chiriguanos, y luego él mismo partió con una
expedición de 400 españoles y de un número regular de indios auxiliares (la mayoría jaujinos).
Era fines de mayo de 1574. Se produjo un enfrentamiento con los chiriguanos quienes
adoptaron la táctica de la “tierra arrasada” es decir se retiraron gradualmente arrasando todo a
su paso. La escasez de provisiones empezó a causar estragos entre los españoles a la que se
sumaron las enfermedades por la insalubridad del territorio. El mismo Virrey enfermó de
calenturas, lo que le obligó a retirarse, llegando a Chuquisaca con los restos de su maltrecha
expedición. La empresa fue un fracaso total, pues el objetivo de dominar a los chiriguanos no
se cumplió.
Tras una corta estancia en La Paz, Álvarez de Toledo emprendió el regreso a Lima, pasando
por Arequipa, a la que tituló "noble y leal", y donde continuó su incansable tarea de legislador,
con el propósito de corregir los abusos que seguía encontrando. Luego bajó a la costa y desde
Quilca navegó hasta el Callao. El 20 de noviembre de 1575 arribaba a la capital tras cinco
años de ausencia y habiendo cumplido satisfactoriamente la visita general.
Últimos años de su gobierno[editar]
En los cinco años siguientes permaneció en Lima, aunque sin descuidar la gobernación del
grandísimo virreinato. Su salud se hallaba entonces quebrantada por el mal de gota y
los cálculos vesiculares.
En esos años realizó abundantes obras públicas, canalizaciones de aguas, construcción
de diques y puentes sobre el río Rímac, hospitales y escuelas en la zona de Lima y sus
alrededores, además de la reconversión de la Universidad de San Marcos y el deslinde de
poderes con la Audiencia y con la Inquisición. En 1579 se produjo la sorpresiva incursión
del corsario inglés Francis Drake, lo que lo obligó a tomar medidas defensivas a lo largo del
territorio del Virreinato.13
Fin de su gobierno[editar]
Sus continuos enfrentamientos con funcionarios eclesiásticos y civiles y su mal estado de
salud, le obligaron a solicitar varias veces su cese, que fue continuamente rechazado, hasta
que, vista las repetidas denuncias que llegaban a la corte, Felipe II decidió relevarle del cargo
de Virrey, eligiendo en su reemplazo a Martín Enríquez de Almansa, por cédula del 26 de
mayo de 1580.
Álvarez de Toledo permaneció en el cargo hasta la llegada del nuevo virrey, pero no esperó a
que éste entrara en Lima, y el 1º de mayo de 1581 salió del Callao rumbo a España, vía
Panamá. Su apuro se debía a la incomodidad que le generaría la posibilidad de un juicio de
residencia ante la llegada del nuevo virrey, tomando como pretexto la urgencia en alcanzar la
flota que esperaba en Nombre de Dios y que había de conducirlo a España junto con la plata
destinada a las arcas reales. Tres días después el nuevo virrey desembarcaba en el puerto,
contrariado por lo que consideró una descortesía de Álvarez de Toledo.
Tras un viaje de cinco meses, Álvarez de Toledo arribó a Lisboa, donde se hallaba entonces
asentada la corte. Es fama que al presentarse ante el rey Felipe II éste no le brindó todo el
reconocimiento que esperaba, en parte porque le reprochaba ordenar la muerte del inca
rebelde de Vilcabamba, Túpac Amaru I, y la persecución de su familia. Se dice que las
palabras de reproche del rey fueron textualmente:
Marchaos a vuestra casa, que yo os mandé al Perú no para matar reyes sino para servirlos.14
No parece verosímil esta versión ya que Túpac Amaru I había comenzado a ejercer un poder
efectivo y no solo nominal y aún luego de su muerte, ocurrida en 1572, el rey Felipe II dejó a
Álvarez de Toledo como virrey del Perú durante nueve años más. Lo cierto es que en la
cédula por la cual se le reemplazaba, el rey hacía mención de lo bien que había servido
Álvarez de Toledo durante los doce años que duró en el cargo.
Obras y medidas de su gobierno[editar]
El virrey Álvarez de Toledo emprendió una vasta tarea de organización y, basado en un
severo y permanente ejercicio de la autoridad, consiguió darle adecuada estructura legal al
Virreinato del Perú. Su labor supuso el afianzamiento de importantes instituciones, en torno a
las cuales giraría la administración del país durante todos los sucesivos virreyes que le
continuaron durante la dinastía de la Casa de Habsburgo y hasta las reformas del siglo
XVIII que emprendiera la nueva dinastía de Borbón. Álvarez de Toledo aseguró, en definitiva,
la sujeción del Perú a la Monarquía Hispánica o monarquía universal del rey Felipe II.
La visita general que realizó en el Perú entre 1570-1575 permitió a Álvarez de Toledo conocer
la realidad del país. A donde no pudo ir envió a visitadores que tomaron nota de la situación y
le enviaron sus informes. En base de todo ello revisó las anteriores ordenanzas, las
complementó y dio otras nuevas.
Ordenanzas del Perú[editar]
En el año 1573, el virrey Toledo promulgó las "Ordenanzas del Perú para un buen gobierno".
Este conjunto normativo tuvo una importancia trascendental en la historia del Perú virreinal.
Todo esta construcción legal se basaba en que el virrey era el centro de la administración del
virreinato indiano, quien era poseedor de un poder absoluto y actuaba como el único
representante del rey de España.
Estas ordenanzas, conocidas también como "Ordenanzas de Toledo", que fueron redactadas
por los juristas Juan de Matienzo y Juan Polo de Ondegardo, reglamentaron todo aspecto de
la vida virreinal: vida de las ciudades, cabildos, impuestos, administración de justicia, trabajo
agrícola, minería, comercio, defensa.
Álvarez de Toledo tuvo como antecdentes en su redacción, tanto a las ordenanzas que había
emitido para el Virreinato de México, el virrey Antonio de Mendoza y Pacheco, en 1537, como
asimismo las anteriores para el propio Virreinato del Perú, por el virrey Pedro de la Gasca, en
1550.15
Tal fue la importancia de las Ordenanzas del Perú que Álvarez de Toledo pasó a la posteridad
con el calificativo del Solón Virreinal o el Solón del Perú.
En esas disposiciones se articulaba minuciosamente la vida cívica, laboral, pública y hasta aspectos de
la vida privada de la población nativa, a fin de coordinar su desarrollo con la fórmula estatal implantada
por la corona española. Es muy digno de destacar que con el propósito de que ese sistema normativo
no se apartara de las costumbres tradicionales, Toledo cuidó de recoger de la boca de los ancianos
sobrevivientes de la época prehispánica informes acerca del régimen gubernativo imperante bajo el
dominio de los Incas, noticias que a su vez fueron sistematizadas en forma de una historia por el
cronista Sarmiento de Gamboa.16
Estas ordenanzas tuvieron gran importancia en la juridicidad del virreinato peruano y fueron
aplicadas durante más de 200 años, hasta 1786, en que fueron reemplazadas por otras.
El problema de la perpetuidad de las encomiendas[editar]
Álvarez de Toledo envió asimismo a sesenta visitadores a todo el país, tarea que fue
emprendida por personas de dilatados conocimientos y experiencia.
Enfocó con acierto el problema de la perpetuidad de las encomiendas. La discusión era si se
debía o no dar a perpetuidad las encomiendas a los conquistadores y a sus descendientes,
tema que se tocó en la Junta Magna de 1568 realizada en España, reunión donde se discutió
sobre la mejor manera de administrar los virreinatos americanos y donde Álvarez de Toledo
fue nombrado virrey del Perú. Álvarez de Toledo aconsejó al rey, inspirándose en las
resoluciones del conde de Nieva, su antecesor en el Virreinato, en ceder solo algunas
encomiendas a perpetuidad, las demás debían volver a la corona tras la muerte del
encomendero o se darían por una o dos generaciones más. A pesar de la insistencia de los
encomenderos, la Corona se mostró siempre reacia a dar encomiendas a perpetuidad, pues
temía que el encomendero obtuviera un poder local que amenazara a la metrópoli, como
sucedió años antes. El tema de las encomiendas nunca sería resuelto; en 1592, Felipe II
suspendería toda polémica sobre dicho asunto. Problema estrechamente relacionado fue el de
si se debían repartir las tierras entre los indios, lo cual fue rechazado de plano en dicha junta.
Ya en el Perú, Álvarez de Toledo comprobó la magnitud del problema de la tierra: al repartirse
los españoles las mejores tierras de cultivo, dejaban las menos productivas a los indios o los
obligaban a emigrar. Todo ello, sumado a que la mita y el servicio personal restaban muchos
brazos a la agricultura, así como la obligación del pago del tributo, sometieron a gran parte de
la población indígena a una situación de pobreza extrema.
Las reducciones de indios[editar]
El virrey, hábil estadista y mejor administrador, se ocupó del ordenamiento demográfico del
Perú. Su política se basó en la concentración de la población indígena en lugares estratégicos
del territorio, combinando así las necesidades mercantilistas en boga.
A través de esta acertada planificación de la demografía poblacional obligó a los indios a vivir
en reducciones, es decir en poblaciones de aborígenes con plaza mayor, iglesia, cabildo y
solares propios. Hasta entonces la población indígena vivía dispersa en el territorio y dicha
medida facilitaba la labor de los sacerdotes y las autoridades en general pero conspiraba con
una organización social que se adecuara a las necesidades del nuevo virreinato y a las
políticas públicas.
Las reducciones habían sido ya recomendadas por la Real Audiencia de Lima en octubre de
1549 y dispuestas por real cédula del 21 de marzo de 1551. Ya el anterior gobernador Lope
García de Castro había reducido 563 poblados antiguos a solo 40.
Álvarez de Toledo acometió con mayor empeño tal tarea y creó la “República de indios”,
reducciones de núcleos urbanos de más o menos 400 familias de naturales, con instituciones
propias que contaron con el apoyo de los curacas y que fueron diseñadas especialmente para
satisfacer la idiosincrasia indígena, que, si bien armonizaban con el resto de las instituciones
indianas, presentaban características particulares de acuerdo a los usos, costumbres,
necesidades y estilos políticos, sociales y económicos prehispánicos. Así la "República de
indios" convivió con el sistema implementado para la "República de españoles".
Sin embargo, en algunos casos, al ser concentrados los indios en poblados y divididas las
tierras en torno a nuevos linderos, se alteró profundamente el sistema tradicional de control de
pisos ecológicos. Muchas tierras antes cultivadas fueron abandonadas por los indios y los
españoles se apoderaron de ellas.
En carta al monarca Felipe II escribió el virrey
La mayor fuerza que para su seguridad acá se entiende, es que haya muchos pueblos, porque las casas
y las raíces que en estos sitios tienen los pobladores, les hace desear la paz y la quietud... No se
pueden gobernar estos naturales sin que los caciques sean los instrumentos de la ejecución, así en lo
temporal como en lo espiritual, ni hay cosa que más pueda con ellos para el bien y el mal... Es necesario
que estos caciques sean buenos, para que con su ejemplo se le pegue el bien, pues puede más una
palabra destos para que dejen sus ídolos y otras maldades, que cien sermones de religiosos.17

Reglamentación de la mita[editar]
Reglamentó la mita, antiguo sistema de trabajo obligatorio por turnos que los incas
implementaron para la construcción de obras públicas y que los españoles reimplantaron
transformando su sentido original. Bajo los incas, el mitayo o trabajador indígena recibía la
manutención del Estado y la retribución en bienes; en cambio, los españoles fijaron para cada
mitayo un salario irrisorio, sumándose esta pesada carga laboral al tributo que el indio debía
pagar al encomendero. De acuerdo a lo dispuesto por las ordenanzas, los pueblos indígenas
debían proveer un número de trabajadores para la construcción de puentes, caminos y
edificios administrativos y religiosos; para el mantenimiento de tambos o posadas; y para
industrias tales como la extracción de minerales, las fábricas de paños (obrajes) y las
estancias. Las más odiadas por los indios fueron la mita minera y la obrajera.
Reglamentación del tributo indígena[editar]
Reglamentó la recolección del tributo indígena, exigiendo que el pago fuera hecho en moneda,
pese a lo cual los indios siguieron pagando en especie. Estaban obligados a pagarlo los
individuos de 18 hasta los 50 años, pero ambos extremos fueron arbitrariamente ampliados
por los encomenderos, corregidores y caciques a quienes correspondía efectuar la cobranza,
a fin de mantener así el rendimiento de la renta.
Auge de la minería[editar]
Se produjo un auge de la minería, tanto por la mano de obra que la mita proveyó a las minas,
como por la inclusión de la técnica de amalgama en el refinamiento de la plata que permitió
incrementar considerablemente los volúmenes de producción. Incorporó las minas de azogue
de Huancavelica a la Corona, debido a lo fundamental que era dicho metal en la amalgama.
Es el llamado estanco por el cual el estado arrendaba tales minas a los mineros.
El mayor éxito que logró fue el resurgimiento del Cerro de Potosí, que fue explotado utilizando
el tradicional sistema del Incario, y en una década, quintuplicó la producción del mineral de
plata de doscientos mil pesos anuales hasta más de un millón de pesos.18
Creación de la Casa de Moneda[editar]
Junto con el desarrollo de la minería, en especial la explotación de la plata, el virrey Álvarez de
Toledo atendió los reclamos del sector y de los comerciantes vinculados con el Cerro Rico de
Potosí respecto de la necesidad de contar con un establecimiento o "Casa de fundición y de
Moneda".
La construcción de la Casa de Moneda de Potosí comenzó en 1572 –en ocasión de la visita
de inspección que el virrey efectuara a aquella ciudad altoperuana– y que finalizó en 1575.19
Obras urbanísticas[editar]
En la legislación que Álvarez de Toledo dictó en las "Ordenanzas" para el buen gobierno, las
ciudades fueron un tema de especial atención por el virrey. En ese sentido realizó importantes
obras de mejoramiento urbanístico en varios lugares, beneficiando a las ciudades con la
edificación o restauración de sus casas de cabildos, hospitales, iglesias y cárceles, así como
se preocupó por la provisión de agua, tanto en el Cuzco, como en Lima; en esta última
culminó la obra que ya había iniciado el virrey conde de Nieva, con la llegada del agua al
surtidor de la Plaza Mayor, lo que constituyó todo un acontecimiento.
Recopilaciones de la historia inca[editar]
Portada de la Segunda parte de la crónica deSarmiento de Gamboa, referente a la historia de los incas

Dirigió la recolección de informaciones sobre el Imperio Incaico, de la que se encargaron Juan


Polo de Ondegardo y Pedro Sarmiento de Gamboa, con el propósito de discutir la legitimidad
del señorío inca. Su intención era demostrar que el gobierno de los incas había sido una
tiranía impuesta al resto de los pueblos y que por lo tanto la conquista española estaba
justificada. Polo de Ondegardo escribió una Relación del linaje de los incas y como ellos
extendieron sus conquistas, y Sarmiento de Gamboa redactó una Historia Índica. Ellos
iniciaron la tradición de los llamados cronistas toledanos. El mismo virrey interrogó en sus
viajes a los curacas, quipucamayocs y nobles incas y como resultado de ello redactó un
“Informe” para el rey. También encargó confeccionar unos lienzos y tapices donde se fijasen
los hechos más importantes de la historia de los incas, sus ídolos, la traza de sus templos y
otros datos de interés, trabajo que se encomendó a los artífices indios más expertos. Estos
paños, así como el “Informe” del virrey y la segunda parte de la Historia Índica de Sarmiento –
referente a la historia de los incas– fueron enviados al rey en 1572, siendo portador del
encargo don Gerónimo de Pacheco.
Todos estos informes, relatos, documentos e ilustraciones han sido de gran valor para el
estudio del Incario.
Reglamentación del cultivo y comercio de la coca[editar]
El consumo de las hojas de la coca por parte de los indios había llegado a tal extremo que se
veían manadas de llamas cargadas con cestos de coca. La Iglesia condenó su uso pues lo
relacionó con las antiguas prácticas idolátricas. Pero los españoles notaron que los indios
rendían más en el trabajo luego del acto de “chacchar” (masticar) las hojas de coca y
permitieron por ende su uso. Álvarez de Toledo creyó conciliar los opuestos puntos de vista
mediante la reglamentación de su cultivo y comercio.
Instalación del Tribunal de la Inquisición[editar]
Celebración de un Auto de Fe en la Plaza Mayorde Lima

Se instaló el Tribunal de la Inquisición de Lima, creado por real cédula de Felipe II en 1569.
Era una filial provincial del Consejo de la Suprema y General Inquisición española. Por
recomendación de Álvarez de Toledo, fueron nombrados como primeros inquisidores de Lima
el doctor Andrés de Bustamante y el licenciado Serván de Cerezuela. El primero falleció en
pleno viaje, cerca de Panamá. Con la sola presencia de Cerezuela, el 29 de enero de 1570 fue
establecido en Lima el Tribunal de la Inquisición, mediante acto solemne, realizado en
la Catedral, con asistencia de las principales autoridades civiles y eclesiásticas. El tribunal
tuvo a su cargo vigilar y sancionar las faltas graves contra la fe y los mandamientos,
incluyendo vigilar la prohibición de la lectura y difusión de los libros incluidos en el Index de
la Iglesia. Contaba para esto con un sistema de alguaciles e informantes. Los indios estaban
fuera de su jurisdicción. El primer auto de fe se realizó el 15 de noviembre de 1573,
oportunidad en que fue quemado Mateo Salado, un francés luterano acusado
de blasfemia y herejía. Un segundo auto de fe se realizó el 13 de abril de 1578, siendo
ejecutado el fraile dominico Francisco de la Cruz, quien dirigía al parecer una conjura de
religiosos opuestos al gobierno.
Instalación del Tribunal de la Santa Cruzada[editar]
Se instaló el Tribunal de la Santa Cruzada, en 1574, creado para cautelar la publicación de
la Bula de Cruzada y la recaudación de las limosnas previstas en ella; bien para hacer la
guerra contra los infieles de África, bien como penitencia o caridad para los hospitales u otra
obra pía. A cambio de éstas eran dispensados los fieles de la abstinencia o el ayuno
impuestos por la Iglesia.
Ejecución del inca Túpac Amaru I[editar]
Ejecución del inca Túpac Amaru I, según un dibujo de Guaman Poma de Ayala.

El 24 de agosto de 1556, el anterior gobernador provisorio del Perú y presidente de la Real


Audiencia de Lima, Lope García de Castro, había firmado con el tercer Inca de
Vilcabamba, Titu Cusi Yupanqui, el Tratado de Acobamba que acordó la paz entre la corona
de Castilla y el reino de Vilcabamba. El rey Felipe II aprobó el acuerdo el 2 de enero de 1569.
Pero el repentino fallecimiento del inca Titu Cusi en 1570, probablemente a causa de una
pulmonía, fue fatal para los misioneros agustinos que se establecieron en Vilcabamba tras el
tratado y que en su afán de ayudar al inca para sanarlo, le dieron brebajes que los
vilcabambinos pensaron era veneno. Los incas culparon al misionero Diego Ortiz, quien fue
torturado y ajusticiado. La misma suerte corrieron los españoles y mestizos que se
encontraban en Vilcabamba. Las hostilidades entre españoles e incas comenzaron
nuevamente.
La élite buscó un sucesor y fue así que su medio hermano Túpac Amaru empuñó el cetro y se
ciñó la mascapaycha a comienzos de 1571.
Los españoles, desconociendo la muerte del anterior inca, habían enviado rutinariamente dos
embajadores para continuar con las negociaciones en curso. El último de ellos fue el
conquistador Atilano de Anaya quien, tras cruzar el puente de Chuquichaca, fue capturado y
ejecutado junto con su escolta por el general inca Curi Paucar.20 El crimen fue anoticiado por
el cura de Amaibamba al virrey Francisco Álvarez de Toledo quien, el 14 de abril de 1572,
declaró la guerra al inca de Vilcabamba basando su proceder en la ruptura del acuerdo de paz
y en que el inca no había respetado "la inviolable ley de todas las naciones del mundo: el
respeto a los embajadores".
Decidido a terminar con ese foco de latente hostilidad, organizó secretamente un ejército que
salió de Cuzco bajo el mando de los capitanes Martín Hurtado de Arbieto y Juan Álvarez
Maldonado al que se le sumó la tribu de los cañaris, enemigos de los incas. Después de una
dura lucha con las fuerzas del inca, los españoles ocuparon Vilcabamba, siendo al
capitán Martín García de Loyola a quien le correspondió el honor de capturar a Túpac Amaru,
cuando huía con sus mujeres e hijos. El joven inca fue llevado a Cuzco y se le inició proceso
por orden de Álvarez de Toledo. Se le acusó de rechazar las ofertas de paz, matar a los
españoles enviados para negociarla y de ser rebelde y traidor, además de preparar una
insurrección general. Fue condenado a muerte, lo que provocó numerosas peticiones de
clemencia, tanto de notables indios como de españoles, civiles y religiosos, a las que el virrey
no quiso atender.
La sentencia se cumplió en la Plaza Mayor del Cuzco, ante una multitud que lloró la muerte
del inca, el 22 o 23 de septiembre de 1572.
El 24 de septiembre de 1572, el virrey español escribía al rey Felipe
lo que vuestra magestad manda acerca del Inga, se ha hecho21
La cabeza del inca fue colocada en una picota, pero cuando la gente empezó a rendirle culto y
a creer que la cabeza del inca no se deterioraba, el virrey ordenó que la retiraran.
No contento con todo esto, el virrey persiguió a los miembros de la familia imperial cuzqueña
para evitar cualquier asomo de reivindicación incásica. Así ordenó el destierro de sus
miembros, el que incluyó al propio hijo de Túpac Amaru, que contaba con tan sólo tres años
de edad, y los envió a México, Chile y Panamá, aunque posteriormente les permitió su regreso
al Perú.
Los incas rebeldes extendieron luego el mito del virrey como un gobernante virreinal
sanguinario, cruel y detestable, frente a la juventud, inocencia y timidez del último
descendiente de los reyes incas. El Inca Garcilaso de la Vega, años más tarde, se encargó de
amplificar y difundir esta imagen. En realidad, Álvarez de Toledo creyó estar cumpliendo su
deber de gobernante y por eso actuó sin remordimientos de conciencia.
Expedición a Chile[editar]
Atendiendo al pedido de los pobladores de Chile que enfrentaban la hostilidad de los
indios araucanos, fue enviado a esa región un ejército de 250 soldados al mando del
general Rodrigo de Quiroga, ya experimentado en esas lides. Este partió del Callao en abril de
1572, pero no logró ninguna victoria decisiva sobre los indios. Quiroga fue después nombrado
Gobernador de Chile, cargo que mantuvo hasta su muerte, en 1580.
Fracasada expedición contra los chiriguanos[editar]
Desde La Plata, en la Provincia de Charcas, Álvarez de Toledo en persona inició una
campaña para poner término a las depredaciones de los indios chiriguanos, que mantenían en
zozobra la región del sudeste, vecina a la recién fundada Santa Cruz de la Sierra. La
expedición no obtuvo el éxito que se había esperado, y el propio Álvarez de Toledo enfermó
gravemente, debiendo retroceder (1574).
Represión de brotes de insurrección[editar]

 Los hermanos Aguado, que se rebelaron contra la incorporación de las minas de azogue a
la Corona, fueron ajusticiados.
 Destacó por su espíritu inquieto un vecino de La Paz llamado Gonzalo Gironda, quien
rompió el sosiego de varias ciudades andinas y evadió más de una vez la prisión.
 Las disputas al interior de la hueste colonizadora de Santa Cruz de la Sierra fueron
aplacadas, según orden de Toledo, con el estrangulamiento del caudillo Diego de
Mendoza.
 Menudearon también las pendencias en provincias selváticas subordinadas a la
jurisdicción de Quito.
La Universidad de San Marcos: Real y Pontificia[editar]
Facsímil de la provisión del Virrey Álvarez de Toledo, del 25 de abril de 1577, dotando con 13 000pesos de renta anual a

la Universidad de San Marcos

La Universidad de la Ciudad de los Reyes o Lima había sido fundada por real cédula del rey
Carlos I, en 1551 y establecida en 1553en los claustros del convento de Santo Domingo bajo
la dirección de los dominicos, primera orden religiosa que llegara al Perú. Los primeros años
de vida fueron precarios y oscuros, entre otras razones por la escasez de alumnos y la falta de
rentas.
Desde su creación hasta 1571 el rector era el prior de la orden dominica. Pero durante este
tiempo se fueron sumando profesores de otras órdenes religiosas, clérigos y laicos que
tuvieron puntos de vista diversos al de los dominicos.
El virrey Álvarez de Toledo realizó, el 1 de junio de 1571, la primera reforma universitaria,
secularizando la universidad al elegirse a un rector laico, el jurista doctor Pedro Fernández de
Valenzuela.
Al mismo tiempo los dominicos obtuvieron del papa Pío V el breve Exponi Nobis, dado el 25
de julio de 1571, por el cual la universidad era también Universidad Pontificia. Dicho en otras
palabras, mientras que la Universidad de la Ciudad de los Reyes fue Universidad Real estuvo
dirigida por los frailes dominicos, en cambio, cuando se transformó en Universidad Real y
Pontificia, se laicizó y quedó sometida de manera plena a la autoridad del monarca.22
El virrey Álvarez de Toledo instaló sus aulas en un local apropiado, primero en un amplio
terreno situado al lado de la Iglesia de San Marcelo, en 1574, y colocó –por sorteo– a la
universidad bajo el patrocinio del evangelista San Marcos, el 20 de noviembre de 1574,
llamándose desde entonces Real y Pontificia Universidad de San Marcos.23
Posteriormente la mudó a una amplia casa situada frente a la Plaza de la Inquisición, ocupada
hasta entonces por el Recogimiento de San Juan de la Penitencia para mestizas hijas de los
conquistadores, en 1576. La dotó enseguida de trece mil pesos de renta anual, importantes
recursos económicos para los salarios de las diecisiete cátedras instituidas, el 25 de abril
de 1577, y, finalmente, promulgó las Constituciones con arreglo a las cuales se gobernaría
ese centro de estudios, el 22 de abril de 1581.24
Fundación del Colegio Mayor de San Felipe y San Marcos [editar]
Complementando su labor educativa, Álvarez de Toledo ordenó la fundación del Colegio Real
y Mayor de San Felipe y San Marcos, como un anexo de la Universidad y bajo la dirección del
rector universitario, en 1575. Su propósito sería dar facilidades a los estudiantes pobres y
proporcionar a los venidos de las provincias un cómodo y seguro albergue, librándoles de las
casas de pupilos o de pensión. Recién el año 1592, el virrey García Hurtado de
Mendoza completó la construcción del edificio.
También procuró difundir las letras entre los indígenas, ideando la erección de colegios para
los hijos de caciques en Lima y Cuzco, aparte de lo cual recalcó la necesidad de enseñar a
leer y rezar a todos los niños en las doctrinas. En esta tarea resultó fundamental la
colaboración de los jesuitas.
Controversia con los jesuitas[editar]
Tuvo una controversia con la Compañía de Jesús, a quienes quiso confiar algunas cátedras
de la Universidad, a condición de que cerraran sus propias aulas. Los jesuitas se negaron
pues ello significaba una limitación a su principal labor, esto es, dar una sólida formación a la
juventud, y Álvarez de Toledo, en respuesta, cerró el Colegio Máximo de San Pablo de Lima.
El trasfondo de esta disputa fue el deseo del Virrey de favorecer el despunte de la Universidad
frente a un foco alternativo de notable calidad intelectual. El rey no aprobó tal proceder y por
real cédula del 28 de febrero de 1580 ordenó la reapertura del Colegio, que solo se
cristalizaría en el gobierno del siguiente virrey, Martín Enríquez de Almansa.
La imprenta, la lengua quechua y las publicaciones sobre catequesis
india[editar]
Durante el virreinato de Álvarez de Toledo se instaló la primera imprenta en el Perú.
El virrey, como fiel representante del renacimiento español, supo combinar sus obligaciones
tanto hacia con su patria, su rey y su Dios.
Dado que fue un hombre profudamente creyente que fue influenciado fuertemente por su
fe católica, se ocupó que esa religión fuese transmitida eficazmente a los indios. Consideró
fundamental que para la catequesis de los naturales se utilizara el idioma quechua que el
Incario había impuesto a las poblaciones indias, solicitud que fue aprobada por el rey quien
también autorizó su pedido para la impresión del catecismo en la lengua inca. Recién en 1583,
dos años después de la terminación de su mandato, el Tercer Concilio Limense dispuso la
edición del “Catecismo de la Doctrina Cristiana, en quechua y aymara”.
Asimismo creó en la Universidad de San Marcos la cátedra de quechua, la que contó con la
correspondiente autorización regia. Asimismo exigió a los alumnos universitarios el cursado de
cierto tiempo en la mencionada cátedra a fin que se tuvieran conocimientos sobre esa lengua
general para la obtención de los títulos de grado de bachiller y licenciado.
Fundación de poblaciones[editar]
Monumento a Francisco Álvarez de Toledo ubicado justo al lado del Cabildo de Salta.

El virrey Álvarez de Toledo llevó a cabo su idea de poblamiento del extensísimo Virreinato del
Perú fundamentado en un claro objetivo que era el de lograr que las provincias tuvieran
conexidad y anexión de forma tal que ellas se encontraran protegidas de levantamientos, con
el convencimiento que una provincia se encontrara en condiciones de ir a auxiliar o socorrer a
la otra, y viceversa.25
Cumpliendo con ese ideario de estado el virrey se dedicó también a fundar numerosos
poblados y ciudades como:
- La Villa de San Francisco de la Victoria de Vilcabamba, llevada a cabo por Martín
Hurtado de Arbieto, el 4 de octubre de 1571, en homenaje a la prisión del último inca
de Vilcabamba.
- La Villa Real de Oropesa, actual Cochabamba, en la zona central de la
actual Bolivia, el 15 de agosto de 1571 por el Capitán Gerónimo de Osorio, según
órdenes de Álvarez de Toledo, con la finalidad de crear un centro de producción
agrícola para proveer alimentos a las ciudades mineras de la región, principalmente la
ciudad de Potosí.
- La Villa Deleitosa de Oropesa, a unos veinte km al sureste del Cuzco, hoy en
el distrito de Oropesa, provincia de Quispicanchi.
- La Villa Rica de Oropesa, hoy Huancavelica, en el centro de Perú, el 4 de agosto de
1572, en vista de la riqueza minera de la zona, pues era necesario un poblado donde
albergar a los empresarios y trabajadores de las minas.
- La ciudad de Córdoba de La Nueva Andalucía, hoy Córdoba, en el centro de la
actual Argentina, fundada por Jerónimo Luis de Cabrera el 6 de julio de 1573.
- La Villa de San Bernardo de la Frontera de Tarixa, hoy Tarija, en el suroeste de
Bolivia, fundada el 4 de julio de 1574 por el capitán Luis de Fuentes y Vargas en un
valle descubierto por Francisco de Tarija, a orillas de un río bautizado como Nuevo
Guadalquivir.
- La ciudad de Salta, en el actual territorio de Argentina, fundada por el
licenciado Hernando de Lerma, el 16 de abril de 1582.
En cambio, no fomentó la realización de nuevas entradas pues ya
se tenía experiencia de los nocivos efectos que originaba el
asentamiento de pobladores no preparada en tierras de escasos
recursos, donde no hacían sino promover levantamientos y
abusar de los indios.
Armada del Mar del Sur[editar]
Entre 1577 y 1579 las costas del Virreinato del Perú fueron
sorpresivamente incursionadas por el corsario inglés Francis
Drake.
Luego de recorrer las costas brasileñas y de la Patagonia, Drake
ingresó por el estrecho de Magallanes hacia el océano Pacífico;
asoló la costa de Chile y se presentó sorpresivamente en el
Callao, el 13 de julio de 1579. Pero creyendo muy grandes las
fuerzas del Virrey, no desembarcó y se limitó a cortar las amarras
de los barcos que estaban surtos en el puerto y saquear una
nave cargada de mercancías que venía de Panamá. Luego siguió
su travesía con dirección a California y retornó a Inglaterra
vía Oceanía y el cabo de Buena Esperanza, siendo el segundo
en realizar la vuelta al mundo, después de la expedición española
de Fernando de Magallanes y Elcano. La reina Isabel I de
Inglaterra le concedió el título de sir a bordo de su navío,
el Golden Hind.
Ante estos actos de corso el virrey Álvarez de Toledo proveyó la
fortificación de la costa y el incremento de los navíos de guerra.
Creó la Armada del Mar del Sur con la finalidad de otorgar la
protección naval de la plata de Potosí. Patrullaba toda la costa
del Pacífico, desde Tierra de Fuego a Centroamérica. Estaba
formada por dos galeones y cuatro embarcaciones menores y
tenía como base el puerto de El Callao.26
También, para prevenir nuevas incursiones enemigas, en octubre
de 1579 Álvarez de Toledo envió una expedición al estrecho de
Magallanes al mando de Pedro Sarmiento de Gamboa, el primero
en cruzar el estrecho de oeste a este.

Hacienda colonial
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Este artículo trata sobre una hacienda, un rancho grande. Para otras acepciones,
véase Hacienda (desambiguación)
Artículo principal: Hacienda
Hacienda en Uruguay.

La haciendanota 1 es una forma de organización económica típica del sistema colonial


español, y su régimen feudal, que se mantuvo en Iberoamérica más de un siglo después
de abolición de los señoríos en España, específicamente hasta las reformas agrarias de la
segunda mitad del siglo XX. El término se utiliza para describir un latifundio de producción
mixta agrícola-ganadera. Como modelo de organización agropecuaria y social, procede de
la hacienda andaluza, cuyo modelo se empleó en América a partir de mediados del siglo
XVII.1

Índice

 1Antecedentes
 2Historia
 3Particularidades regionales
o 3.1En el Virreinato de Nueva España
o 3.2En los territorios insulares del Caribe
o 3.3En la Capitanía General de Guatemala
o 3.4En el Virreinato de Nueva Granada
o 3.5En la Capitanía General de Venezuela
o 3.6En la Presidencia de Quito
o 3.7En el Virreinato del Perú
 3.7.1En la Costa del Perú
 3.7.2En la Sierra del Perú
 3.7.3En la Capitanía General de Chile
 3.7.4En la Gobernación del Tucumán
 3.7.5En la Gobernación del Paraguay
o 3.8En el Virreinato del Río de La Plata
 3.8.1En el actual Litoral Argentino
 3.8.2En la región de Buenos Aires
 4El desenlace
 5Véase también
 6Notas
 7Referencias
 8Bibliografía
 9Enlaces externos
Antecedentes[editar]
El sistema de la hacienda de Hispanoamérica se remonta en general a la crisis de la
institución de la encomienda y a las estancias ganaderas que en casi todas las regiones
tuvieron un momento de apogeo en el siglo XVII. La «encomienda» tuvo un desarrollo
diferenciado en las distintas regiones, en cuanto al proceso de su . Así, en algunas parte
de Nueva España, ya a mediados del siglo XVI se empezó a reemplazar por el sistema
del repartimiento de indios, mientras que en otras se mantuvo hasta fines del siglo XVIII.
Ambos sistemas de explotación conllevaban un trabajo semiforzado, con carácter de
servicios personales el de la encomienda, y con carácter de adjudicación rotativa de
contingentes de trabajadores a determinados empresarios coloniales, el del repartimiento.
A fin de poder utilizar a los indios como mano de obra en las incipientes explotaciones
agrícolas iniciadas en las tierras provenientes de las mercedes de tierras, se comenzó a
sacarlos de sus ámbitos de residencia naturales y a trasladarlos a los propios predios. «La
estancia, como unidad productiva, surgió de la explotación de las mercedes de tierras, la
cual se orientó en un principio a la producción de carnes para satisfacer las necesidades
de los españoles.»2 La disminución de la población indígena había significado una baja en
las entradas por tributos para los encomenderos, además de dificultades en el
abastecimiento de víveres para las ciudades, lo que llevó a que las encomiendas ya no se
utilizaran solo para apropiarse del excedente de producción de los indios, sino que estos
se utilizaran regularmente como fuerza de trabajo. Además, obligó paulatinamente a
diversificar la producción estanciera, tendiendo en forma gradual a la producción de
ganado, cereales, y otros productos de relevancia regional.2 Se iniciaba así un largo
proceso de transición desde la estancia hacia la hacienda, caracterizado por la
concentración de las mejores tierras, el acaparamiento del agua de regadío, la sujeción de
los indígenas al predio y la utilización de esclavos, principalmente africanos, pero también
de entre los «indios de guerra».3

Historia[editar]
La hacienda era una propiedad agrícola operada por un terrateniente que dirige y una
fuerza de trabajo que le está supeditada, organizada para aprovisionar un mercado de
pequeña escala por medio de un capital pequeño, y donde los factores de producción se
emplean no sólo para la acumulación de capital; sino también para sustentar las
aspiraciones del status del propietario».Sin perjuicio de esta definición clásica, en ciertas
regiones y determinados períodos, la producción hacendal bien podía estar orientada
principalmente a la exportación, como asimismo el aspecto del estatus social podía estar
notoriamente ausente, como en el caso de las posesiones eclesiásticas.Del mismo modo,
en ciertas regiones y determinados períodos, la economía de la hacienda exhibió rasgos
de autarquía o «economía cerrada», en todo lo que podía proveer y que no tocara a sus
productos principales. En estos casos, las haciendas se constituyeron «como unidades
productivas abiertas orientadas hacia una economía de mercado y al mismo tiempo como
unidades productivas cerradas al beneficiarse.
La hacienda tuvo su origen en la sustitución del tributo en especies, como forma de
aprovisionamiento de los colonos, por una producción específica destinada a satisfacer las
necesidades de los europeos, así como de la propia fuerza laboral agrícola, ganadera y
minera. Ciertas órdenes religiosas, como los mercedarios y los jesuitas, desempeñaron un
papel destacado en el perfeccionamiento de este tipo de organización económica. En la
hacienda se emplearon diferentes formas de mano de obra, combinando la fuerza de
trabajo esclava, los restos del régimen de repartimiento, mano de obra asalariada libre
(peonaje), así como diferentes tratos de arriendo (inquilinaje) y de aparcería.
Hacienda en Brasil.

El propietario de una hacienda era generalmente llamado «hacendado». Aparte del


pequeño círculo en la elite de la sociedad de la hacienda, el resto eran conocidos como
«peones» (trabajadores de a pie ("pe") o montados (gauchos)). Los peones trabajaban la
tierra que pertenecía al patrón. Los «campesinos» aparceros trabajaban en minifundios y
donaban una porción de su producto al patrón. La economía del siglo XVIII era
principalmente un sistema de trueque, por lo que poca moneda circulaba en la hacienda.
Donde la hacienda incluía minas en funcionamiento, como en México, el patrón podía ser
inmensamente rico.

Particularidades regionales[editar]
En el Virreinato de Nueva España[editar]
Al analizar la transformación económica asociada a la colonialización
de México, Florescano enumera sus factores en el orden siguiente:4

 los granos europeos, principalmente el trigo;


 la caña de azúcar;
 la demanda de productos tropicales, como el tabaco, el cacao, el índigo, el añil, el palo
tinte y otras plantas;
 la prodigiosa multiplicación de las vacas, caballos, ovejas, cabras, cerdos, muías y
burros; y finalmente
 el fraile evangelizador, sumamente activo en la introducción y adaptación de plantas y
animales, de las técnicas agrícolas y de regadío.
Inicialmente, pocos conquistadores se interesaron por las empresas agrícolas, muchas
veces abandonándolas al preferir otras más lucrativas. Hernán Cortés, queriendo fomentar
la agricultura y los deslindes de las propiedades, «dispuso el reparto de terrenos llamados
"peonías", a todos los soldados de a pie que habían participado en la conquista, y
"caballerías" a los que habían combatido a caballo».5 Siguiendo la tradición de la
Reconquista en España, los cabildos de los nuevos pueblos y villas pudieron conceder
mercedes de tierras a todos los que quisieran asentarse en ellas permanentemente. «Este
fue el modelo que se adoptó en la fundación, en abril de 1531, de Puebla de los Ángeles,
que fue el primer pueblo de agricultores donde se aró y cultivó la tierra sin indios de
encomienda».6
En la segunda mitad del siglo XVI el interés de los españoles por la tierra y las actividades
agrícolas aumentó radicalmente. El período estuvo marcado por el auge del sistema de
concesión de mercedes y la fundación de pueblos de indios. El cambio radical del uso de
la tierra por efecto de la extensión de la ganadería llevó a la formación de gran número
de estancias ganaderas, explotaciones agrícolas que aún no tenían las características del
latifundio y la hacienda posteriores. La concesión de tierras a gran número de nuevos
colonos dio origen a un nuevo grupo de propietarios agrícolas que entró en conflicto con
los grandes encomenderos originales, disputándose la tierra, los mercados y la mano de
obra.7
Durante la segunda mitad del siglo XVI también se verificó un cambio profundo en relación
a la mano de obra. Mientras los encomenderos no modificaron el sistema aborigen de
producción preexistente y se limitaron a beneficiarse por el trabajo forzado que los
encomendados debían realizar por períodos preestablecidos en beneficio personal del
encomendero, en lugar de la renta en tributos proporcionada por los indígenas la
explotación agrícola y ganadera naciente le ofrecía a la corona una renta en moneda,
mientras requería una mano de obra fija y permanente que la encomienda no podía
proporcionar. Inicialmente, los nuevos empresarios agro-ganaderos recurrieron a la
esclavitud, tanto de indios como de africanos. Después de la prohibición de la esclavitud
de los indios en 1548 y más aún al desplomarse la población india a partir de 1570, los
esclavos provenientes de África fueron los trabajadores permanentes que la economía
agraria necesitaba. Sin embargo, para comienzos del siglo XVII, en toda Nueva España el
número total de esclavos africanos no superaba en mucho a los 100000. Ellos formaban el
núcleo de la fuerza de trabajo permanente. Pero las actividades del agro no habrían
podido desarrollarse sin contar con una gran cantidad de trabajadores temporeros, que
sólo podían ser indios. A fin de liberar este recurso y terminar con el monopolio que
dominaba la mano de obra, en 1549 la corona decretó la abolición de los servicios
personales de la encomienda. En 1550 se implantó un sistema sustitutivo, denominado
«repartición» o «coatequitl», según el cual los indios tenían la obligación de trabajar a
jornal en las explotaciones españolas. Esta obligación se extendía a entre un 2 y un 4%
de la mano de obra activa durante el año, y hasta a un 10% en períodos de cosecha u
otras labores intensas. A fin de reforzar esta obligación, las autoridades coloniales
dispusieron que los tributos deberían pagarse en dinero o en granos, como otra manera
de fomentar el trabajo asalariado en minas, haciendas y servicios públicos.8

Casa Hacienda Jaral de Berríos, Guanajuato, Mexico

Los pueblos de indios asumieron la función de reproducir y suministrar la fuerza laboral


para las empresas españolas. A la vez, la transferencia masiva de trabajadores redujo la
capacidad de autosostenimiento de las comunidades indígenas. Se creó así una
dependencia de los bienes producidos por la economía española y se incrementó el
mercado para estos. Pero además, las comunidades empezaron a tener que producir
también para el mercado, a fin de poder responder a la exigencia de tributos en dinero.
Alrededor del 1600, los nuevos empresarios agrícolas empezaron a oponerse a la
«repartición» forzosa de los trabajadores indígenas y exigieron el derecho a contratarlos
en un mercado libre de trabajo. Necesitaban más trabajadores para dar abasto a la nueva
demanda de productos agropecuarios que las comunidades indígenas ya no podían
satisfacer. Comenzaron a retenerlos en sus propiedades y a pagarles un jornal.
Finalmente, en 1632, la corona suprimió el repartimiento forzoso de trabajadores agrícolas
y aprobó su contratación voluntaria como asalariados, decisión que favoreció a ls grandes
propietarios que tenían los recursos financieros como para atraer a los trabajadores, el
recurso más escaso, por medio del adelanto de ropa y dinero. A partir de 1630, estos
nuevos asalariados comenzaron a residir y reproducirse en el territorio mismo de la
propiedad (lo que no había ocurrido antes), y se constituyó lo que en Nueva España se
denominó «peonaje encasillado» (ver peonaje). Se había constituido la «hacienda» como
forma económica.9
Este nuevo sistema hizo perder poder a la corona, que perdía la facultad de distribuir, a
través de sus funcionarios, la mano de obra. Además dejó sin protección alguna a los
trabajadores en manos de los hacendados, que en sus territorios se convirtieron en amos,
jueces, legisladores y poder policial. La hacienda ya no era un mero terreno, en calidad de
«tierra de labor» o de «estancia ganadera», y pasaba a ser una unidad de producción y
reproducción independiente, un territorio permanentemente habitado, con recursos para la
preparación de la producción y para el procesamiento y almacenamiento de sus
productos, con instalaciones dedicadas a la producción y mantención de herramientas, y
considerables recursos habitacionales, los que, aparte de las chozas para los
trabajadores, incluían por primera vez viviendas para los propietarios y administradores.10
Sin embargo, el peonaje así inaugurado no logró asegurar una disponibilidad suficiente y
permanente de trabajadores, puesto que no existía aún un real mercado de trabajo.
Conspiraba en contra de su formación el hecho de que los indios sedentarios que podían
integrarlo disponían de sus propios medios de subsistencia en los marcos de la
comunidad indígena. El poder solucionó este problema a través del desplazamiento
forzoso de grupos de indios a regiones alejadas de sus comunidades, así como por medio
de la adquisición de esclavos africanos o la esclavización de indios nómadas. El
desarraigo y el mestizaje étnico y cultural dieron origen a un amplio sector de la población
sin una posición estable entre el grupo de los españoles y el de los indios. Este sector de
la población, caracterizado por una gran movilidad laboral, fue objeto en Nueva España
del «peonaje por deudas», consistente en adelantar dinero y ropa a cuenta del futuro
jornal. Los avances en dinero o artículos se convirtieron en una práctica sostenida y el
endeudamiento en la forma más habitual en la que los hacendados mantenían a sus
trabajadores entrampados, retenidos y atados a la hacienda.11
Si bien el trabajo asalariado y el peonaje por deudas resolvían las necesidades de
trabajadores permanentes para la hacienda, el gran problema era el de disponer de un
número suficiente de jornaleros estacionales para las temporadas de siembra, escarda y
cosecha. En el siglo XVII, este problema fue resuelto por los hacendados
del Bajío mediante el arrendamiento de parte de sus tierras a los campesinos,
comprometiéndose estos, como parte del trato, a trabajar para la hacienda durante los
períodos estacionales intensivos. Esta solución (ver inquilinaje) que en Nueva España se
denominó «arrimados» o «terrazgueros», implicaba que el hacendado usaba su recurso
más abundante, la tierra, para atraer el recurso más escaso, los jornaleros temporeros, y
evitaba tener que movilizar dineros para el pago de jornales. Se agregaban las
compensaciones en especie, las raciones suplementarias, el permiso de ocupar una
vivienda o una pequeña parcela para que la explotase el propio trabajador. En la retención
de los trabajadores jugaban un rol también otros mecanismos compulsivos, como el
compromiso de parte del hacendado de pagar el tributo anual de la mano de obra
residente, o lo que los trabajadores le debieran al cura por concepto de matrimonios,
bautizos o defunciones, a camio de lo cual estos le debían trabajo. Igualmente se empleó
la retención de las retribuciones pactadas en dinero, junto a la negativa de los
empresarios a liquidar las deudas contraídas con los operarios, las manipulaciones de los
libros de raya, así como los acuerdos de las autoridades con los caciques para retener a
los trabajadores.12
Las haciendas mixtas, agrícolas y ganaderas, surgieron con el objetivo de abastecer a los
mercados mineros y urbanos, primeramente el de la capital Ciudad de México. En cada
región, la producción agrícola estaba condicionada no sólo por el área cultivada, sino
también por las frecuentes y fuertes oscilaciones climáticas. «Teniendo en cuenta que
Nueva España dependía exclusivamente de la producción agrícola interna para satisfacer
sus necesidades, las abismales fluctuaciones cíclicas determinaron el volumen de la
oferta, las características de la demanda, el nivel y fluctuación de los precios y la
estructura del mercado de los productos de primera necesidad: maíz, trigo y carne».12 En
los años de buena cosecha, pese a que los hacendados intentaban frenar las ventas, la
abundante oferta de granos por parte de los pequeños y medianos agricultores hacía que
los precios de derrumbaran. A la vez, disminuía la demanda, ya que una bena parte de la
población podía contar con sus propios cereales. Una buena cosecha significaba
abundancia, bajos precios y contracción del mercado a consecuencia del autoconsumo.
En cambio, en los períodos intercalados de condiciones climáticas desfavorables, las
tierras fértiles, irrigadas, fertilizadas y sembradas con las mejores semillas eran siempre
las menos perjudicadas, mientras que las tierras cultivadas por los indios y los pequeños
agricultores tocaban la peor parte del desastre. En esos años, los más perjudicados se
apuraban en llevar al mercado lo que hubieran podido salvar de sus cosechas, a finde
pagar tributos, deudas o créditos adquiridos, mientras que los grandes hacendados
retenían sus cosechas y no las llevaban al mercado sino cuando ya los precios alcanzaran
su nivel más alto. El autoconsumo prácticamente desaparecía y la mayor parte de la
población se convertía en consumidora neta, al revés de lo que ocurría en los años de
bonanza. «Los grandes hacendados obtenían sus mayores beneficios precisamente en
las épocas en que la mayor parte de la población sufría los estragos de la carestía, el
hambre y la desocupación».13

Casa de Hacienda, México 1918

Para enfrentar los problemas asociados a las fluctuaciones de las cosechas, a lo reducido
de los mercados y a la oferta abundante y barata de los productores indígenas y los
pequeños campesinos, la hacienda elaboró estrategias que definieron sus características
como unidad de producción. El objetivo de la hacienda como empresa era lograr un
excedente neto (producto bruto menos autoconsumo y menos la inversión para renovar su
capacidad productiva). Esto equivalía a aumentar la producción comercial y ampliar la
gama de productos necesarios para la propia producción y el autoconsumo. Se trataba de
aumentar las ventas y reducir en lo posible la compra de insumos. Con el fin de enfrentar
los altos y bajos en las condiciones de producción y comercialización, los hacendados
buscaron ampliar y diversificar las tierras (de regadío, estacionales, de pastoreo) y demás
recursos naturales (agua, bosques, canteras) a su disposición, para llevar a cabo una
economía más equilibrada. Así, los campos más fértiles y mejor irrigados se dedicaban a
la producción comercial (azúcar, maíz, trigo, agave, ganado), otros al autoconsumo (maíz,
frijol, chile) y el resto se dejaba en barbecho. También se explotaban los demás recursos
como bosques, hornos de cal o canteras. Con esta diversificación lograban reducir a un
mínimo las compras del exterior, y aumentar la variedad de opciones posibles ante
fluctuaciones e imprevistos. El criterio permanente era reducir a un mínimo los gastos en
dinero y a la vez aumentar los ingresos monetarios mediante la venta directa en el
mercado. Las haciendas coloniales tendían a ser autosuficientes en una amplia gama de
productos. Aparte de ser autosuficientes en productos agrícolas y ganaderos, las grandes
propiedades y aquellas pertenecientes a órdenes religiosas poseían talleres de carpintería
y de herrería, fábricas de jabón, curtiembres y talleres artesanales varios, los llamados
«obrajes».14
La inhabitual hacienda jesuita de Santa Lucía, grande y rentable, cerca de México,
establecida en 1576 y hasta la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, ha sido
reconstruida por Herman W. Konrad (1980) a partir de fuentes de archivo, revelando la
naturaleza y operaciones del sistema de haciendas en México, sus esclavos, su sistema
de tenencia de la tierra, los trabajos de su aislada, completa e interdependiente sociedad.
En Yucatán, México, aunque posteriores a la época colonial, son famosas las haciendas
henequeneras que cobraron auge en la segunda parte del siglo XIX y principios del XX,
porque en ellas se gestó y desarrolló la agroindustria del henequén que dio impulso
económico determinante al estado de Yucatán y a la región peninsular en su conjunto,
particularmente durante tal época finisecular. La riqueza producida por estas unidades
productivas ayudó a financiar las campañas bélicas del ejército Constitucionalista,
comandado por Venustiano Carranza durante la etapa inicial de la revolución mexicana,
gracias a la intervención del general Salvador Alvarado en el gobierno de Yucatán.
Muchas de estas haciendas han sido convertidas en lujosos hoteles que atraen al turismo
y le muestran con elegancia su gloria pasada.15
En México las haciendas fueron abolidas sobre el papel en 1917, durante la revolución
mexicana, pero restos poderosos del sistema todavía hoy afectan al país.
En los territorios insulares del Caribe[editar]
En Cuba, como en todas las colonias españolas, se dio la misma secuencia de «trabajo
forzado indígena» inicial, sustituido por el sistema de la encomienda, exterminio de la
población indígena y su substitución, como fuerza de trabajo, por esclavos.16
Hasta comienzos del siglo XVII, en Cuba imperaba la primitiva hacienda ganadera basada
en el aprovechamiento de pastos naturales y la apropiación del ganado cimarrón. Se
trataba de enormes haciendas ganaderas, denominadas en Cuba «hatos» y «corrales»,
en terrenos «mercedados» entre un grupo de fieles servidores del Rey, la llamada
oligarquía de hateros, que controlaba la exportación de cueros y el suministro de carnes a
las ciudades, mientras políticamente controlaba los cabildos en las localidades.
En la región del occidente de Cuba, las nuevas alternativas de desarrollo generadas a
finales del siglo XVI, principios del XVII (ver Historia de Cuba#Los Borbones y Cuba), con
la designación de La Habana como puerto-escala de las Flotas y Armadas con la
consiguiente población flotante, a las que había que abastecer, dieron inicio a una
producción agraria de tipo mercantil, que se desarrolló en minifundios llamados «estancias
de labor». En Cuba, entonces, se llamó «estancia» a unos predios agrarios y también
mixtos, agrícola-ganaderos, de limitada extensión, en los que brotaron las explotaciones
de tipo comercial del siglo XVII, con plantaciones de tabaco y de cañaverales.17 Existe
documentación de diversos casos en que el hacendado ganadero fue incorporando a sus
actividades el cultivo del tabaco o del azúcar, en forma paralela a su gestión primitiva, al
combinar las ventas de cueros, carne salada y ganado en pie, con la producción agraria
especializada de tipo mercantil.1819 La penetración de los cultivos de tabaco y de azúcar
en los hatos y corrales fue el hito más importante en el proceso de disolución de la
hacienda ganadera en Cuba Occidental. Se inició un proceso sostenido de demolición de
hatos y corrales, que se mantuvo hasta principios del siglo XIX.20 Llegado el año 1778, en
la región occidental de Cuba se contabilizaron 648 haciendas ganaderas, junto a 4.547
minifundios agrarios mercantiles y 182 ingenios de azúcar.21
En cambio, en el centro-oriente de Cuba, los grandes latifundios ganaderos explotados en
forma extensiva y produciendo para un mercado local, se mantuvieron preponderantes
hasta avanzado el siglo XVIII y los productos exportables, como el tabaco o la caña de
azúcar penetraron muy lentamente en la región. En cambio, suministraban ganado mayor
en pie y carne salada a las islas azucareras del Caribe y a la propia región habanera.22 A
fines del siglo XVIII y comienzos del XIX tuvieron particular desarrollo en el oriente cubano
los cultivos de café, bajo la influencia de los inmigrantes franceses y españoles
provenientes de La Española.23
En algunos lugares, como en Santo Domingo, el fin del colonialismo significó la
fragmentación de las grandes plantaciones en miríadas de pequeños minifundios de
subsistencia, una revolución agraria.
En la Capitanía General de Guatemala[editar]
En Guatemala, se formaron haciendas principalmente en el oriente y en Santiago de
Guatemala adquirieron cierta importancia durante el siglo XVII. Principalmente producían
el trigo, que los indios no cultivaban, para abastecer a esa ciudad. En 1671, estas
haciendas trigueras ocupaban la mitad de la fuerza de trabajo de los indios tributarios del
«Corregimiento del Valle de Guatemala». A principios del siglo XVIII, varias de estas
haciendas paralizaron sus faenas, dado que los indios de la zona habían comenzado a
producir trigo, abasteciendo a la ciudad. En el occidente de Guatemala casi no existieron
haciendas y la producción de los pueblos de indios era la dominante y su explotación se
realizaba a través de tributos, repartimientos de mercancías y del sistema de las
«cofradías», organizaciones comunitarias de motivación religiosa.24

Las cofradías impuestas por los sacerdotes y religiosos en los


pueblos de indios traían como corolario la obligación de los
indios de entregar tierras, productos y fuerza de trabajo en
beneficio de dichas cofradías, cuyas finanzas controlaban los
eclesiásticos.

—J.C. Solórzano 25

En El Salvador, región en la que se concentró la producción de añil en la época colonial,


este producto fue cultivado en numerosas haciendas. En 1770, en San
Salvador y Sonsonate existían en total 578 haciendas, mientras que en toda Guatemala
existían solo 344. Las haciendas añileras siempre utilizaron mano de obra indígena. La
prohibición inicial de utilizar a los indios en las haciendas fue levantada en 1738 y
para 1756 ya existen noticias sobre el repartimiento de indiosutilizado por los miembros
del Cabildo de San Salvador, que eran los grandes hacendados del añil. En El Salvador,
las haciendas añileras produjeron la disolución de los «pueblos de indios», cuyos
habitantes, agobiados por la carga de los tributos y la pérdida de tierras, se fueron viendo
obligados a buscar refugio en las haciendas. A fines del siglo XVIII, en El Salvador la
población ya era mayoritariamente mestiza y española, a diferencia del caso de
Guatemala, donde el repartimiento de indios y la hacienda fueron más bien la excepción, y
se mantuvieron como principales formas de explotación los tributos, la repartición de
mercancías e hilados, así como las cofradías.26
En Costa Rica, entre los siglos XVII, XVIII y la primera mitad del siglo XX, aparte de las
plantaciones de cacao de la zona atlántica y de las tabacaleras del Valle Central,
imperaron las haciendas ganaderas en el noreste pacífico (Guanacaste, por ejemplo
la Hacienda Santa Rosa) y en menor medida en el propio Valle. 27
En Nicaragua, las haciendas ganaderas se extendieron, a partir de los antiguos centros
de León y Granada, por la franja costera del Pacífico y alrededor del Lago de Nicaragua.
En el Virreinato de Nueva Granada[editar]
Al igual que en otras regiones del imperio español, también en Nueva Granada la
institución de la encomienda se fue debilitando por la creciente escasez de indígenas a su
disposición, pero los encomenderos siguieron en posesión de las tierras asignadas. Un
aumento de la tasa de crecimiento de la población trabajadora a partir de mediados del
siglo XVII gatilló la aceleración del desarrollo de las grandes haciendas. Los mestizos,
plenamente adaptados al medio ambiente de la ocupación española, no eran tributarios,
ya que no se los catalogaba como indígenas, por lo que podían establecer tratos con los
estancieros como “vivientes”, o incluso hacerse campesinos independientes, como
arrendatarios u ocupantes de las mismas. De esta manera, la población trabajadora de
Nueva Granada se integró paso a paso a la cultura criolla, a diferencia de lo que ocurría
en otras regiones, donde subsistían grandes poblaciones indígenas económicamente
independientes y que hasta se rehusaban a hablar español. 28

Los hacenderos contratos verbales y privados con sus arrendatarios, por los que se le
concedía al campesino una parcela y se le adelantaba algún dinero y raciones, con lo que
quedaba obligado a trabajar ya endeudado por un pequeño jornal, cuyo monto solía
ajustarse al precio de las necesidades que este debía surtir fuera de la hacienda. Los
arrendatarios, que recibieron variadas denominaciones alternativas como «agregados»,
«concertados», «inquilinos», «vivientes» o «terrajeros», satisfacían la mayor parte de sus
necesidades de la parcela asignada, en la que ellos y sus familias podían trabajar cierto
tiempo a la semana, mientras que otras se surtían sobre la base de raciones y suministros
de la propia producción de la hacienda.29
La agricultura indígena proveía productos que la hacienda no producía y la mano de obra
disponible se veía engrosada por los esclavos que, aunque en su mayoría trabajaban en
las explotaciones mineras, también cubrían la fuerza de trabajo dedicada a proveer los
alimentos para las cuadrillas de esclavos mineros.30
En la Capitanía General de Venezuela[editar]
La Venezuela colonial no tuvo un producto central que vertebrara su economía. Su
colonización fue llevada a cabo por una empresa privada, la de los Welser, banqueros
alemanes que recibieron el país en prenda de parte de la corona española, los que sin
embargo se retiraron hacia 1545, año en el que también aquí la esclavitud indígena se
reemplazó por el sistema de la encomienda, la que en Venezuela subsistió hasta el
siglo XVIII. Durante el siglo XVI, en la región se importaron relativamente pocos esclavos
africanos. El siglo XVII estuvo caracterizado por la ganadería y la explotación de cueros y
sebos, que se realizaban «con relaciones serviles de producción combinadas con un
esclavismo patriarcal y con un incipiente régimen de salario». El 90% de la fuerza de
trabajo estaba constituida por jornaleros, peones, sirvientes, manumisos e indios, que
devengaban un salario, generalmente en especies.31
En este siglo se inició el paso de la agricultura venezolana a una economía de
plantaciones, al empezar el cultivo del tabaco y del cacao. En el siglo XVIII, las
exportaciones de cacao y de otros productos de la economía de plantaciones se habían
transformado en la actividad económica más importante, desplazando el centro de la
sociedad del campo a la ciudad. Las plantaciones de cacao se operaban ya básicamente
por medio fuerza de trabajo esclava, con casos subordinados de peones asalariados. Los
empresarios de cacao resolvían la alimentación de los esclavos al asignarles
un conuco para que cultivaran alimentos y se reprodujeran a sí mismos como fuerza de
trabajo, lo que por períodos les permitía a estos incluso obtener un pequeño excedente.
en el siglo XVIII florecieron además plantaciones de café, tabaco, algodón, añil y azúcar.
Paralelamente seguían existiendo actividades ganaderas en las zonas más remotas de
los Llanos, de poca conexión con el resto de la región, que conformaban la «sociedad
hatera».31
En resumen, en Venezuela surgió la plantación en forma paralela e independiente de lo
que allí se llamó «hato» o en otras regiones «estancia» (ganadera) y el trabajo agrícola
asalariado, aunque primitivo, apareció relativamente temprano. Los jesuitas, artífices en
otras regiones de la solución denominada «hacienda» a la crisis de la explotación
extensiva tipo «estancia», en Venezuela se concentraron en los sectores interiores de la
cuenca del Orinoco y en la cuestión indígena. Las tres circunscripciones territoriales, en
las que la Compañía de Jesús organizó sus misiones en el oriente de Nueva Granada,
estaban cada una ligadas a una gran hacienda principal, en la que residía el
correspondiente Procurador, aparte de otras propiedades de importancia secundaria. Se
trataba, en todos los casos, de explotaciones ganaderas, con ciertos cultivos tales como la
caña de azúcar, en las que trabajaba la abundante mano de obra indígena de los pueblos
misionales, además de indígenas forasteros y trabajadores no indígenas, con los que se
establecían contratos anuales:32

 La misión de los llanos de Casanare, ligada a la gran hacienda de «Caribabare», con


sus 450.000 hectáreas y 16.000 vacas,
 la misión del Río Meta, ligada a la hacienda de «Cravo», así como
 la misión del Río Orinoco, ligada a la hacienda de «Carichana», igualmente calificada
de «hato».
En la Presidencia de Quito[editar]
La Presidencia de Quito estuvo inicialmente subordinada al Virreinato del Perú y después
del de Nueva Granada, coincidiendo con la jurisdicción de la Real Audiencia de Quito. Tal
como en el resto del imperio colonial español, la institución económica inicialmente
determinante aquí también fue la encomienda, que obligaba a los indígenas a la
prestación de servicios personales, así como al pago de tributos en dinero y en especies.
Esta institución fue siendo reemplazada por el repartimiento de indios, para el que, al igual
que en el Perú se mantuvo la denominación original incaica de mita. Los «mitayos»
trabajaban en la agricultura y también en los «obrajes», establecimientos manufactureros
principalmente textiles y del cuero.
La propiedad de la tierra en esta región se conformó, tal como en otras, sobre la base de
las mercedes de tierra, luego transformadas en propiedades definitivas a través de las
«composiciones de tierras». Así, por ejemplo, entre los años 1583 y 1587 se otorgaron un
total de 264 mercedes, con un total de unas 26.000 hectáreas de extensión.33

“Los iniciales repartos de tierras y de indios a españoles se los


realizó en orden de méritos. Los primeros conquistadores
resultaron mejor beneficiados, de conformidad al valor
desplegado en la conquista. Como vemos, a partir de 1532
sólo hubo cambio de amos y señores. Se esfumaron los incas y
sus tutricus para inaugurar el gobierno de los encomenderos,
virreyes, corregidores, oidores y presidente de Reales
Audiencias”.

—Waldemar Espinosa. Los Cayambes y Carangues Siglo XV –


XVI. p. 30
En el Virreinato del Perú[editar]
En la época colonial, el crecimiento externo de esta región corresponde en más de un
80% a sus exportaciones mineras, secundado por bienes no mineros, agrícolas,
principalmente generados en las plantaciones. Esta actividad económica se concentra en
los complejos de extracción minera (ciertamente en el Cerro Rico de Potosí, con su
producción de plata, así como los insumos metalúrgicos auxiliares, como el
del azogue de Huancavelica), así como en los centros urbanos en los que se gestionaba
esa economía orientada al exterior. A la vez, las regiones que conformaban el Virreinato,
entre las que se incluían áreas tan lejanas como Chile o la región del Río de la Plata,
orientaron su actividad económica al abastecimiento de estos centros mineros y urbanos,
no solo en lo referente a productos alimentarios, ganaderos y agrícolas, sino también a
ciertas ramas de la producción manufacturera (textiles, muebles, carretas, recipientes) o la
crianza de animales de monta y tiro. Las dinámicas del centro limeño y de los grandes
yacimientos de Charcas y del sur peruano determinaron los cambios económicos en las
zonas más periféricas del Virreinato.34
En la Costa del Perú[editar]
Durante la primera mitad del siglo XVI y una vez agotado el tesoro transportable saqueado
de Cajamarca y de Cuzco, la encomienda y las mercedes de tierra pasaron a ser las
formas principales de recompensa por los servicios prestados a la conquista. Cabe
señalar, eso si, que hasta 1550 aproximadamente la tierra prácticamente carecía de valor,
a excepción de los terrenos ubicados cerca de los centros urbanos, particularmente
de Lima. La «encomienda» le permitía al beneficiario recibir tributos y trabajo no
recompensado de los indígenas asignados (su repartimiento de indios). Este sistema y su
reemplazo por el de corregidores y el establecimiento de las reducciones de indios en la
década de 1560 no alteraron la economía tradicional, sino solo la repartición de sus
productos. Los niveles medios de la administración, curacas y «principales», seguían
operando como antes de la llegada de los españoles. El trabajo forzoso se seguía
designando por el mismo vocablo quechua de mita. El «corregidor», designado por la
corona, junto con el sacerdote local, reemplazaban al antiguo encomendero y podían
exigir todo el trabajo y su producto. Tal como en otras regiones, este sistema comenzó a
ser objeto de una presión demográfica extrema: la disminución de la población indígena,
ya sea por muerte o por alejamiento hacia zonas remotas, que en algunas regiones
superó el 90% de la población previamente existente,35 la consiguiente escasez de mano
de obra, la carestía de su sustituto consistente en esclavos de origen africano, además de
la creciente afluencia de españoles no privilegiados, a los que había que abastecer con
alimentos, así como darles una perspectiva económica. A partir de mediados del
siglo XVI y más bien en oposición a la «encomienda» y sus modificaciones, se inicia
entonces la inversión en empresas agrícolas, cuya concentración progresiva llevó de las
«chacras» a las «haciendas».36
Este proceso se inició con la introducción, primero, de la crianza de ganado ovino, vacuno,
capruno y porcino en los valles costeros, orientada al abastecimiento de los centros
urbanos, seguida de cultivos de trigo y maíz con el mismo destino.37 Aquí comenzó a regir
la asignación de mano de obra indígena a empresarios no encomenderos, siempre bajo el
nombre de «mita», por medio de cuotas muchas veces cubiertas por trabajadores
provenientes de zonas alejadas y solamente complementadas por recursos locales.38 En
la segunda mitad del siglo XVI, las tierras circundantes solían repartirse entre los
fundadores de las nuevas «villas» y la forma casi exclusiva de la concentración de la
propiedad de la tierra fue mediante la compra, ya sea de españoles, de indígenas o de la
propia corona. Esta concentración se realizó a costa de los pequeños propietarios
españoles, así como de propietarios y comunidades indígenas.39 Cabe señalar que, como
consecuencia de los cambios demográficos ya mencionados, los indígenas muchas veces
disponían de extensiones de tierras que no alcanzaban a explotar, por lo que muchas
veces procedían a darlas en arriendo o venderlas a los grandes empresarios agrícolas de
la zona. Cuando esto no ocurría, las autoridades coloniales organizaban subastas de
estas tierras «baldías».40 El título de «vecino» de una «villa» valía poco si no se contaba
con mano de obra asignada y esta última era cada vez más escasa. La cercanía a los
mercados, particularmente a la ciudad de Lima, o cultivos particularmente rentables, como
el de la uva en Ica, permitieron que algunos propietarios realizaran las voluminosas
inversiones que significaba la compra de esclavos africanos.41 Entre estos se destacó
la Compañía de Jesús, que en sus propiedades de la costa peruana se dedicó
especialmente al cultivo de la vid y la fabricación de aguardientes, donde la producción
de Ica y Piscose canalizaba hacia Lima y a la minería del centro del Perú, como la
de Cerro de Pasco, mientras que la producción de las regiones sureñas
de Arequipa y Moquegua se destinaba preferencialmente a la minería del Alto Perú.42
En la Costa del Perú, una región sin lluvias, las grandes haciendas se formaron en el
contexto de la usurpación del agua. En la época incaica había habido una distribución
justa del riego en los valles, con autoridades especiales dedicadas al asunto. Si bien el
régimen colonial español introdujo un sistema nuevo de medición y asignación del riego,
los grandes propietarios usaron el agua disponible a su antojo, privando a los demás en
forma abusiva. El agua ya no llegaba a las tierras de los que no tenían influencias y
menos aún a las de los indios, con lo que los pequeños agricultores fueron absorbidos por
la gran propiedad, puesto que para obtener agua debían pagar un canon, convertirse
en arrenderos o «cuartaparteros» y finalmente en semi-siervos, llamados «yanaconas» en
el Perú, por la similitud de este régimen a la servidumbre incaica.43
La explotación de las haciendas era dirigida ya sea personalmente por su propietario, o
bien por un administrador, pagado con parte de la cosecha; podía formarse una compañía
para la explotación del predio, o bien darse las tierras en arriendo. Los propietarios no
solían efectuar la supervisión directa de las labores, sino que delegaban esta función en
un «mayordomo», muchas veces negro o mulato.44 Aparte del personal especializado
contratado y, posiblemente, de esclavos, en las épocas de mayor necesidad de mano de
obra las haciendas empleaban la fuerza de trabajo de los arrenderos de pequeñas
parcelas, con los que también celebraban tratos de «medianería». En la primera mitad del
siglo XVII, la sustitución de la economía tradicional heredada de tiempos incásicos por el
sistema de la hacienda colonial ya se había completado.45
En la Sierra del Perú[editar]
José Carlos Mariátegui subrayaba la «diferencia orgánica fundamental» que existió entre
el régimen feudal o semifeudal de la sierra peruana y el régimen capitalista de la costa.46
Esa diferencia sin duda existió, aunque tanto antes como después había sido interpretada
en términos de una oposición entre una «encomienda» (feudal) y una «hacienda»
(capitalista)47, o entre una encomienda esencialmente precapitalista con rasgos
capitalistas y una hacienda esencialmente capitalista corrompida por rasgos feudales48 49.
Esta diferencia se originó por el rápido despoblamiento de los valles costeros, ya sea por
las guerras y el exterminio en el trabajo, como también por migración de la población
indígena hacia el interior. La magnitud de este despoblamiento, que afectó también al
norte del Perú, sugiere asociar con él la cristalización del sistema económico colonial
durante la segunda mitad del siglo XVI.50 Como consecuencia de la dispersión de la
población en las serranías, el impacto de los factores determinantes del despoblamiento
fue menor, llegando aun así a un 50-60%.51
A mediados del siglo XVII, las tierras colectivas y ancestrales de los indígenas habían sido
convertidas en propiedad privada de sus dominadores coloniales y su trabajo colectivo en
prestaciones serviles, lo que señalaba un cambio en el modelo de dominación, donde se
consolidaba un nuevo sistema de relaciones económicas en el campo, que vino a
retratarse en la consolidación de la hacienda.52 Las haciendas andinas, aunque muchas
veces bajo otras denominaciones («granjerías», «estancias»), se establecieron
mayoritariamente en la época colonial, bajo alguno de los siguientes mecanismos53:

 repartimientos de tierras, mercedes cedidas a perpetuidad, cuyos beneficiarios fueron


principalmente los antiguos conquistadores y los monasterios;
 creación de establecimientos de producción agropecuaria, por la vía de mercedes
otorgadas por cabildos o virreyes a encomenderos y otras personas, con el objetivo
de asegurar el abastecimiento de los centros poblados y las faenas mineras;
 ocupaciones de tierras baldías, para las que el ocupante luego solicitaba "amparo",
prometiendo entregas en dinero o especies a la corona;
 ventas de tierras por la corona, en particular, tierras despobladas por efecto de
epidemias o de la fuga de sus habitantes originales;
 compra o usurpación de tierras de las comunidades indígenas;
 adquisición de tierras por la vía de uniones conyugales de españoles con hijas de
indígenas, en especial de caciques;
 granjerías de producción de coca en el margen oriental;
Entre los nuevos propietarios se contaban españoles, mestizos e indígenas acomodados,
particularmente curacas.54 Varios factores concurrieron, bajo estas circunstancias, para
dar origen a la transformación económica de lo que había sido la sociedad indígena
tradicional en una sociedad campesina:55

 las reducciones indígenas (o pueblos de indios), que conllevaron la recreación de las


comunidades locales;
 el cambio de carácter del tributo, otrora expresión de lealtades recíprocas entre el
señorío del curaca y sus dependientes, en imposición económica pura y simple;
 el cambio del mercado, que pasó de una extracción de bienes creados étnicamente
para actuar como mercancía fuera de la sociedad campesina indígena, a un sistema
en donde las empresas coloniales comenzaron a hacer producir por y a venderles a
los propios campesinos.
Estas características propias de la transformación de la sociedad indígena confluyeron
con las particularidades físicas del área andina, para dar origen al proceso de formación
de la hacienda serrana. Entre estos factores se cuentan:56

 la necesidad de expandir y abarcar los escasos terrenos planos e irrigados,


productores de granos para el mercado;
 la tendencia a abarcar terrenos adyacentes en las quebradas afluentes a los grandes
ríos, a fin de acercarse al objetivo del autoabastecimiento;
 el acceso y acoso a la fuerza de trabajo, en circunstancias de la crisis creciente de
la mita agraria, que llevó a los empresarios agrícolas a establecer a sus yanaconas en
el terreno mismo de la empresa, asignándoles una pequeña parcela con la que
alimentar a su familia (lo que de paso aumentaba la demanda de terrenos y agudizaba
la expropiación de las superficies comunitarias), pasando éstos a pagar su tributo en
trabajo, a través de los respectivos hacendados.

En la Capitanía General de Chile[editar]


La economía agrícola en esta Capitanía General, que de hecho se reducía a parte de lo
que hoy se conoce como la Zona Central, estuvo determinada por la conversión
del Virreinato del Perú en gran productor de metales preciosos. Desde Chile se enviaban
productos ganaderos al Perú, lo que llevó a un desarrollo de la gran propiedad y a la
búsqueda de nuevos sistemas laborales para sustituir el sistema de encomiendas.57 El
nuevo sistema laboral se llevó a cabo por medio de la esclavitud de los indios prisioneros
de la guerra de Arauco, el traslado de indios huarpes desde la provincia de Cuyo y la
importación de esclavos negros, aunque estos nunca tuvieron gran relevancia económica
debido a su alto costo.58
En 1687, una grave crisis agrícola en la costa del Perú llevó a una crecida demanda de
alimentos, que llevó al envío de trigo desde Chile. La estancias ganaderas fueron
progresivamente transformadas a haciendas cerealeras y la exportación de cereales pasó
a ser el rubro más importante de la economía chilena. La precaria estructura laboral del
siglo XVII dio paso a un nuevo sistema de relaciones sociales, centrado en grandes
haciendas. Este proceso fue reforzado por la fundación de ciudades y por la expulsión de
los jesuitas, que dejó en manos de la elite criolla las mejores haciendas, las más ricas del
país.
El descenso de la población indígena y el predominio demográfico de los mestizos libres
llevaron a que las haciendas buscaran integrarlos a través del sistema de inquilinaje. Sin
embargo, durante todo el siglo XVIII subsistió una importante población flotante de
vagabundos que trabajaban ocasionalmente como peones de temporada (peonaje).
Durante el siglo XVIII, el último siglo colonial, se sentaron las bases del gran latifundio que
fue característico del campo chileno a partir de la Independencia, y que dejó profundas
huellas en la sociedad chilena hasta la actualidad.
En la Gobernación del Tucumán[editar]
En Córdoba de Nueva Andalucía, la estancia de fines del siglo XVI era apenas un área de
pastoreo de ganado con propietario español. A partir del siglo XVII se fue delineando en la
zona un establecimiento de características agropecuarias mixtas, con diversos tipos de
producción ganadera, a veces producción agrícola para el mercado local o la
autosubsistencia, así como en algunos casos actividades manufactureras textiles,
cordobanes, carretas y otras.59 El término de «hacienda» no aparece en la documentación
colonial de Córdoba hasta fines del siglo XVII, en que se empieza a utilizarse como
sinónimo de «estancia».60 La extensión de las mercedes otorgadas para estancias solía
ser más pequeña en las planicies y en la cercanía de la ciudad, mientras que era mayor
en las zonas más alejadas y accidentadas. Las dimensiones de las propiedades fueron
variando en el tiempo por efecto de subdivisiones por sucesiones o ventas, así como
ampliaciones por medio de compras o permutas. Entre las actividades agrícolas de la
región destacaban el ganado ovino, la cría y engorda de mulas, así como un tipo de
estancia mixta, en la que se combinaba la producción de mulares con la de otros ganados,
así como de bienes agrícolas, como trigo y maíz.61 La producción de mulares se realizaba
primordialmente para los mercados de Potosí y del Alto Perú, aunque también existían
relaciones comerciales con otras regiones del Tucumán y del Río de la Plata.62
En la Gobernación del Paraguay[editar]
La Gobernación del Río de la Plata y del Paraguay dependió originalmente del Virreinato
del Perú y a comienzos del siglo XVII se dividió en la «Gobernación del Guayrá», conocida
luego como Gobernación del Paraguay con capital Asunción, y la Gobernación del Río de
la Plata con capital en Buenos Aires.
Durante el siglo XVI, la integración del Paraguay al espacio económico del Virreinato del
Perú estaba determinada por su aislamiento, ocasionado a su vez por el alto costo de los
fletes terrestres y fluviales, las dificultades de los arreos y la competencia de los azúcares
del Brasil y los vinos cuyanos.63 Así se determinaba su ubicación en el margen de lo que
se ha propuesto para esa época como un «espacio peruano»,64 una marginalidad, a la
que se agregaba el carácter escasamente determinado de la frontera entre los dominios
españoles y portugueses en la zona. Para comienzos del siglo XVII, alrededor de
Asunción se cuentan más de 200 trapiches azucareros, cuya producción ya baja por
el Paraná y en parte sigue por tierra hacia Córdoba, Tucumán y Cuyo. En la primera mitad
del siglo XVII también cobra importancia la exportación de tabaco paraguayo al territorio
argentino.65 Sin embargo, mientras el tabaco y el azúcar apenas sostienen la conexión
con Buenos Aires y Tucumán, la yerba mate se convierte en la mercancía que enlaza al
Paraguay con el conjunto del espacio peruano y llega a captar tan distintos y distantes
mercados, como toda Argentina, Chile, el Alto Perú y hasta llega por mar al Callao y a
Panamá.66 A la vez, el algodón de origen paraguayo comenzó a competir con el de las
numerosas otras regiones algodoneras del Virreinato.
Otra particularidad del Paraguay fue la relativa debilidad de los sectores privilegiados en
comparación con otras regiones del sistema colonial español, así como, por lo mismo, el
desarrollo pronunciado del mestizaje.67 68 A diferencia del resto de América Latina, en
Paraguay prevaleció la estructura económica impuesta por las misiones jesuíticas.
Durante los siglos XVII y XVIII, los eclesiásticos de la Compañía de Jesús lograron
establecer una hegemonía casi completa sobre la economía agropecuaria y el comercio
de la región, por los sistemas de trabajo que implantaron y los favores que recibieron del
estado colonial.67
La idea de «reducir» indios, es decir, de juntarlos en pueblos de indios, se remonta a los
inicios de la conquista. Las reducciones surgieron como proyecto político de integración
de los indígenas al sistema colonial, proyecto en el que las órdenes religiosas jugaron un
papel particularmente importante. La reducción también era vista como un excelente
método misional: se conseguía «reducir» la confrontación y el conflicto, tanto militar como
social, que oponía a indios y españoles. Las primeras reducciones indígenas del Paraguay
no fueron jesuitas sino franciscanas, se instalaron en las cercanías de las ciudades
españolas y sus indios estaban encomendados a los vecinos; permitieron tanto la
evangelización de los indios como también su sujeción a la encomienda, en convivencia
con el sistema encomendero.69 Aunque las reducciones jesuitas se inscriben en el mismo
contexto histórico, exhiben una diferencia significativa de intención. Para los primeros
padres, la reducción es un lugar de protección contra la encomienda y cualquier forma de
esclavitud. Según los jesuitas se trata de construir para los indios un espacio
independiente de la encomienda, lo que implicaba «que los pueblos debían estar aislados
de los españoles y lejos de sus rutas, que debían generar su propio sustento y así pagar
el tributo directamente a la corona, y que las misiones debían formarse con indios no
empadronados por los encomenderos».69 En ese sentido, las misiones fueron el espacio
ideal para la reproducción de la fuerza de trabajo indígena, por lo que sus relaciones con
encomenderos y funcionarios no siempre fueron amistosas. Al momento de su expulsión,
los jesuitas contaban con 11 colegios y 6 residencias, que se financiaban por más de 50
haciendas y alrededor de 20 chacras, donde además había aproximadamente 4.585
esclavos de origen africano.70 Como en otras regiones, las haciendas jesuíticas eran
«unidades casi autosuficientes, o de producción diversificada, con talleres de carpintería,
telares, herrería y en algunos casos de fabricación de cerámicas. Pero también tuvieron
ciertas inclinaciones a la especialización».71
El sistema económico de la hacienda jesuítica en su forma de «misión guaraní» consistió
en una dirección rígida y detallada de todas las actividades por los religiosos a cargo,
aparejada con una eficaz combinación de la propiedad familiar (el «abambaé», destinado
a la reproducción de la fuerza de trabajo), con la propiedad supuestamente colectiva (el
«tupambaé» o propiedad de dios), en la que los indígenas integrantes de la misión debían
trabajar parte de la semana y sobre cuyo producto los religiosos a cargo disponían en
forma prácticamente arbitraria.72 Aunque arraigada y justificada de manera distinta, para
todos los fines prácticos la misión jesuítica coincide, entonces, con lo que ha descrito bajo
entradas como inquilinaje y peonaje, con más o menos elementos feudales accesorios,
como el hecho de que sus habitantes solían buscar allí también refugio contra
los bandeirantes, cazadores de esclavos lusitanos.
Los hacendados paraguayos habían visto entorpecido su crecimiento económico por la
hegemonía jesuita, por lo que se aliaron con el pueblo común, dando lugar a las
insurrecciones de los comuneros entre 1721 y 1730. Aunque estas sublevaciones
fracasaron, en 1767 la orden de los jesuitas fue expulsada de los dominios españoles y la
administración de las antiguas Misiones se entregó a funcionarios de la Corona o
religiosos de otras ordenes. Estos centros productivos, sin la disciplina y los sistemas de
explotación de los jesuitas, sujetos a celosa intromisión gubernamental, disminuyeron
rápidamente en su tradicional rentabilidad, ocasionando la decadencia de las Misiones.
Los latifundistas criollos, que habían estado en franca desventaja económica frente a los
religiosos, comenzaron a fortalecerse como clase social, adquiriendo en el comercio
exterior, y también en lo interno, el papel que hasta ese entonces habían desempeñado
los religiosos. Pero este crecimiento no fue absoluto, pues los gobernadores provinciales
gozaron de cierta autonomía que les permitió distribuir algunas tierras, proliferando las
pequeñas propiedades o chacras.67
En el Paraguay colonial se combinaron varios modos de producción, desde la esclavitud
de afroamericanos73 e indígenas74 y las formas semi esclavistas (reducciones y
encomiendas), pasando por formas feudales hasta el mercantilismo capitalista de las
oligarquías comerciales y de los propios jesuitas que controlaban una gran parte del
comercio exterior.75 En el caso de Paraguay, las reducciones jesuíticas también fueron
una forma de acumulación primitiva, ya que también despojaban al indio de la propiedad
de la tierra, su principal medio de producción. Sin embargo, la acumulación jesuítica no
sirvió para la constitución de una clase hegemónica, sino que la debilitó.76
En el Virreinato del Río de La Plata[editar]
El virreinato del Río de la Plata en 1783.

En el actual Litoral Argentino[editar]


Mientras en las actuales provincias de la Mesopotamia argentina, es decir,
en Misiones, Corrientes y Entre Ríos, así como en la ribera occidental del Río Paraná,
en Formosa, en el Chaco y en Santa Fe, el desarrollo agrícola colonial exhibió rasgos
similares a lo descrito para el Paraguay, como también del patrón que se describirá
para Buenos Aires.
Estas regiones estuvieron marcadas por la presencia de las misiones de órdenes
religiosas, principalmente jesuitas, pero en parte también de mercedarios y franciscanos.
Por otra parte, la economía ganadera estuvo caracterizada durante gran parte del período
colonial por las existencias de ganado cimarrón, cuyas «recogidas y matanzas del ganado
cimarrón se realizaban por medio de las 'vaquerías'. Las recogidas se hacían para proveer
a las estancias de ganado, que se 'aquerenciaba', o sea que se amansaba, y las
matanzas para aprovechar el cuero, una parte de la carne, el sebo, la grasa y las cerdas,
que en su casi totalidad eran vendidos».77
La misión jesuita de la Reducción de Yapeyú, ubicada en Provincia de Corrientes, a orillas
del Río Uruguay, ha sido descrita en este sentido.78 Este pueblo de indios consistía de
una comunidad aldeana, caracterizada por una acentuada división del trabajo, con
diversos oficios de artesanos. La comunidad era dirigida por un sacerdote, el «padre», que
aparecía como organizador de la producción. Por cumplir esta función, el padre y por
medio de él la Compañía, se apropiaban del excedente generado. El usufructo de la tierra
estaba reservado a los miembros de la comunidad. En este tipo de organización de la
producción, el «trabajo necesario» y el «trabajo excedente» no coincidían ni temporal-, ni
espacialmente. Los productores directos trabajaban en el «abambaé» (tierra del hombre)
unos días a la semana, y otros días en el «tupambaé» (tierra de dios). El cumplimiento de
esta separación suponía la existencia de «coacción extraeconómica», consistente tanto en
las «cadenas invisibles», de carácter religioso, como en la violencia pura y simple, propia
de la época. El excedente de producción se destinaba eventualmente al consumo de los
productores directos para el caso de los artículos que excedían las posibilidades del
trabajo individual, mientras que en su mayor parte se destinaban a la venta fuera de la
comunidad. Esta comercialización corría a cargo de la Compañía y se realizaba a través
de los centros urbanos, por medio de redes comerciales que permitían llegar a Asunción,
Santa Fe, Buenos Aires y también a centros tan remotos como Lima o Quito, para el caso
de la yerba mate.79
En el momento de la expulsión de la orden, en 1768, existían en Yapeyú más de veinte
estancias y otros tantos «puestos», unidades de producción pecuaria algo más pequeñas
y dependientes. En las estancias no solo se desarrollaban las tareas de la cría y el
cuidado de diversas especies de animales de rodeo, sino que, fuera de las épocas de las
grandes labores relacionadas con el ganado, la preocupación se orientaba a las siembras
de trigo, maíz y cebada. También aquí, la ganadería en el marco de la estancia como
institución estable no se desarrolló hasta que se hubieran agotado las grandes reservas
de ganado salvaje, ahora llamadas «faenas», aunque con la partida de los jesuitas las
batidas de caza de ganado cimarrón volvieron a tomar auge, por la dispersión de animales
pertenecientes al pueblo de Yapeyú en los años inmediatos a la expulsión. En este
contexto, la estructura comunitaria se disolvió con rapidez y los indígenas del pueblo
comenzaron a migrar hacia las faenas y de allí a las estancias de Corrientes, Entre Ríos,
Santa Fe o de la Banda Oriental, ávidas de mano de obra.80
Ñandutí

Aparte de las actividades ganaderas, en la reducción se realizaban diversas actividades


artesanales, entre las que se destacaba el tejido, con el hilado tanto de algodón como de
lana, del que estaban encargadas las indias adultas de la comunidad, repartidas por las
instancias y puestos. Los ovillos eran llevados al pueblo, donde los tejedores se turnaban
en los telares para confeccionar las piezas encargadas, disponiendo de unos días, entre
pieza y pieza, para procurarse el sustento en la chacra que se le había asignado como
«abambaé».81 Aparte del tejido, existían otros oficios, como por ejemplo los herreros que
confeccionaban herramientas, los plateros dedicados al adorno de iglesias y capillas,
carpinteros y calafates, constructores de carretas y embarcaciones, con los que los
religiosos desarrollaban no solo el comercio, sino también el negocio de fletes.
En la región de Buenos Aires[editar]
Hasta la creación del Virreinato del Río de La Plata en 1776, la Gobernación del Río de la
Plata formó parte del Virreinato del Perúcomandado desde la lejana Lima. La corona
española, en su afán de controlar los flujos de mercancías desde y hacia su imperio
americano, aparte de prohibir el comercio de sus colonias con otras naciones y regiones,
designó a Lima como la única ciudad habilitada para comerciar con España en el siglo
XVI. Esta decisión postergó en doscientos años el desarrollo de la región de Buenos
Aires.82
Durante el siglo XVII se produjo en la campaña de Buenos Aires una enorme proliferación
del ganado introducido en la zona durante su primera ocupación, a partir de 1516 y
hasta 1541. En lo que fue la Frontera indígena sur del Virreinato del Río de la Plata,
básicamente al sur del Río Salado, estas existencias fueron aprovechadas por los
habitantes españoles e indígenas, tanto para su sustento, como su venta a los
compradores de ganado del sur de Chile. En el mapa se pueden apreciar las dimensiones
del territorio bajo control indígena y el rol de la Araucanía en el suministro de ganado en
pie al «Virreinato del Perú».
El sistema de explotación de las «vaquerías» consistió en la caza del ganado cimarrón y
su aplicación desmedida llevó a que, a comienzos del siglo XVIII, los rebaños cimarrones
dispersos escasearan. Como solución a este problema, la concentración del ganado en
zonas donde fuera factible su cuidado dio origen al desarrollo de la estancia colonial, que
hasta esos momentos no había revestido mucha importancia. Durante el resto del
siglo XVIII, las regiones ganaderas más importantes del Río de la Plata serían la Banda
Orientaly Entre Ríos, mientras que la región bonaerense se limitaba al suministro del
Buenos Aires. Tal como en otros lugares de los dominios coloniales españoles, los
registros contables de una estancia en poder de la orden religiosa betlemita ofrecieron la
oportunidad de lograr una imagen más completa de las características de estos predios.
En este caso, la mano de obra estaba compuesta principalmente por esclavos, aunque
prácticamente sin reproducción de los mismos. Los trabajadores asalariados, no siempre y
no totalmente pagados en dinero, desempeñaban un rol más bien complementario. La
estancia se dedicaba a la cría de vacunos y mulares. Mientras la producción de cueros,
grasa y sebo se remitía a Buenos Aires, en el caso de las mulas, entre los compradores
también se contaban cordobeses. Las ventas señalan claramente una especialización
pecuaria, aunque, por otro lado, las escasas compras de cereales parecen indicar que una
parte importante de las necesidades en trigo y maíz era cubierta localmente.83 Solo hacia
fines del siglo XVIII, como consecuencia del cambio de las condiciones de
comercialización derivado de las reformas borbónicas, la ganadería bonaerense adquirió
importancia en un contexto exportador.84
Hacia fines del período colonial, los estancieros bonaerenses no formaban un estamento
homogéneo; algunos eran propietarios, otros arrendaban tierras ajenas o simplemente las
ocupaban, o explotaban tierras fiscales. Las denominaciones de «estanciero», «criador» y
también de «hacendado» se empleaban en forma indiferente. En 1789, un
empadronamiento arrojaba para los partidos de Areco, Pilar y Magdalena, un total de 577
criadores, con un total de 375.000 hectáreas y cerca de 80.000 vacas.85

Éstas son las familias que con el nombre de arrendatarios o


agregados se sitúan al abrigo de las haciendas de campo, que
levantan una choza, y siembran una fanega de trigo, pero no
se conchaban. No se ocupan de otra cosa, no pueden
mantenerse y se sostienen del robo de los ganados de las
haciendas vecinas.

—Abelardo Levaggi86

La institución del «agregado» fue, desde el siglo XVIII, una institución característica de las
pampas, basada en relaciones informales, consuetudinarias, entre el dueño de la tierra y
el allegado. Se trataba de un caso típico de colonato, sistema por el que los terratenientes
compensan parcial o totalmente a sus trabajadores con el usufructo de una pequeña
parcela: tierra a cambio de trabajo. El agregado no recibía un salario. Tampoco su labor
implicaba el pago de un arrendamiento, a diferencia de lo que se ha descrito
como inquilinaje. Como esta relación no era contractual, duraban mientras duraba la
voluntad y el interés del terrateniente. En cambio, el peón era conchabado, es decir, sujeto
a un contrato, aunque primitivo, de asalariado. Además existía también el régimen de
«arrendamiento» y entre estas tres formas de dependencia se daban frecuentes
transiciones.87
Entre los años iniciales de la independencia hispanoamericana y su consolidación
alrededor de 1825, al sur del Río Salado surgió una nueva zona de latifundios ganaderos,
enteramente dedicada a la exportación, que vino a complementar a las regiones pecuarias
consolidadas de Entre Ríos y del Uruguay. Este cambio tuvo dos causas esenciales: el
comercio libre, conquistado por la revolución de la independencia, y la crisis de la
ganadería en «Entre Ríos» y la «Banda Oriental».88
En Argentina una segunda economía, internacionalizada y basada en moneda, se
desarrolló al margen de las haciendas, que se hundieron en la pobreza rural.
El desenlace
En Sudamérica, la hacienda subsistió al colapso del sistema colonial a principios del
siglo XIX y hasta la segunda mitad del siglo XX. En algunos países, como Chile,
exhibieron una notoria estabilidad. Las reformas agrarias de mediados del siglo
desembocaron finalmente en el capitalismo agrario.

Sistema de flotas y galeones


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El sistema de flotas y galeones fue una medida tomada por Felipe II, hijo de Carlos I, para
evitar los constantes ataques a los barcos que transportaban oro y plata americana por parte
de los corsarios y piratas, principalmente ingleses. El 16 de julio de 1561 se prohibió toda
navegación al margen de las dos flotas anuales que se preveían: una que partiría en enero y
otra que lo haría en agosto. En ambos casos la flota llegaría unida hasta las Antillas y a la
altura de Puerto Rico se dividiría en dos: una hacia Nueva España y la otra a Tierra Firme. El
18 de octubre de 1564 se reformaría el sistema, la primera zarparía en abril y no en enero y la
segunda mantenía su salida en el mes de agosto.
La seguridad se garantizaba gracias a la navegación en conserva, custodiados por varios
galeones que atracaban en dos puertos americanos (Veracruz en Norte y Centroamérica,
y Portobelo en Sudamérica), donde cargaban el metal precioso extraído en las minas
americanas y desembarcaban los productos llevados desde España para su distribución en el
continente.

Francis Drake con su escudo de armas.

A pesar del beneficio que significaba la protección de los metales preciosos, este sistema
generó numerosas consecuencias para América: El encarecimiento de los productos en zonas
distantes a los puertos donde llegaba la flota. Debido a la cantidad de intermediarios por los
que pasaban, los productos en las zonas más australes del continente podían salir muchas
veces más caras que en el Caribe y zonas aledañas. Ahora bien, el sistema funcionó hasta el
punto que, en más de dos siglos de navegación en convoy, apenas se perdió a manos de los
enemigos del imperio, una flota y otras dos parcialmente.

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