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Luego de la Marcha Indígena Campesina de 2012, el tema de la deuda

agraria en el área rural de Guatemala no ha sido lo mismo. A partir de la


movilización de cientos de campesinos, durante nueve días, su voz tuvo eco
y consiguieron, después de tres años, un cambio en Fontierras, la institución
encargada de dar acceso a la tierra mediante créditos monetarios. Sin
embargo, siguen siendo los terratenientes y no los campesinos los más
favorecidos con parte de ese cambio.
Cuando marcharon, en marzo de 2012, una de las ideas que más rondaba en la
cabeza de cientos de campesinos era la deuda, el dinero que aún debían pagar por
la tierra que el Estado compró para ellos hacía dos décadas. Tan sólo tenerlo en
mente, atormentaba, decían, no los dejaba dormir en paz. Era lo que repitieron a
lo largo de 216 kilómetros, durante nueve días, en el tiempo que duró la “Marcha
Indígena Campesina y popular por la defensa de la Madre Tierra, contra los
desalojos, la criminalización y por el Desarrollo Rural Integral”.
Entre las demandas más urgentes de los campesinos que marcharon desde Cobán
a la Capital, estaba la de exigir al Estado una manera de saldar la deuda agraria
con el Fondo de Tierras (Fontierras), adquirida desde la creación de esta
institución en 1997. En consecuencia, la manifestación también exigía que se
detuvieran los cientos de desalojos de campesinos sin tierra, sin posibilidades de
acceder a un crédito, o bien a la espera de que Fontierras terminara el proceso de
titulación de su propiedad.
—Nos dieron la tierra hace años. El Gobierno nos compró una tierra mala, mala,
mala. Entre las piedras nada se podía cosechar. Y sin cosecha no hay dinero. Y
sin dinero la deuda (con Fontierras) no se puede pagar— lamentaba Pedro Chub
Choc, de 71 años, representante de la aldea Mercedes Camquin, en Alta Verapaz.
Maurilio Chiquín, campesino, pequeño, moreno, 69 años, representante del
pueblo q’eqchí Chaabil Be, de la aldea Sactelá, de Alta Verápaz, también marchó
hace tres años por la tierra:
 —En 2004 ofrecieron comprarnos la finca e instalarnos. En nuestra comunidad
somos desplazados del conflicto armado interno. Somos retornados. Cuando
regresamos no pudimos recuperar nada de nuestras propiedades. Y no teníamos
dónde estar. Han pasado más de 10 años y aún no tenemos tierra —reclama
Chiquín.
A lo largo de una década, en la comunidad de Sactelá como la de Mercedes
Camquin, sin un título de propiedad, los desalojos violentos han sido continuos.
En realidad, es la historia de cientos de comunidades del área rural: ocupar y ser
desalojados; intentar comprar y no tener para pagar. “Sin tierra, intentamos
ocupar un lugar. El finquero, el que decía ser el dueño, nos echó. Trajo a la
Policía. Intentamos buscar otro lugar y lo mismo. Y así varias veces”, recuerda
Chiquin.
Un año antes de la Marcha Indígena Campesina, la Policía Nacional Civil realizó
uno de los desalojos más grandes y violentos en el Valle del Polochic. El 15 de
marzo de 2011, a las cinco de la mañana, 512 policías, acompañados por
miembros del Ejército, ejecutaron la orden de un juez en Alta Verapaz. El
objetivo era recuperar 13 fincas y desalojar 800 familias que habían ocupado los
terrenos del ingenio Chabil Utzaj, propiedad de Carlos Widmann, cuñado del
expresidente de la República Óscar Berger, en el municipio de Panzós. Ninguna
de estas familias había podido pagar por un espacio de tierra en el lugar donde
crecieron, donde también vivieron sus abuelos. El saldo: cientos de viviendas
quemadas, cosechas (maíz, frijol, chile) destruidas, 700 niños en situación de
vulnerabilidad. La Marcha de 2012 se llevaba al cabo de un año de los desalojos
en el Valle del Polochic con intención de que no fuera olvidado.
—Por eso marchamos. Porque sin tierra no podemos vivir —recuerda hoy Pedro
Chub Choc.
El 28 de marzo de 2012, la marcha llegó a la capital. Exigían suspender las
licencias de minería e hidroeléctricas en el territorio nacional, pedían que
distintos conflictos agrarios en varias comunidades fueran atendidos, solicitaban
que una reforma agraria fuera discutida; también demandaban suspender la
actividad militar en sus comunidades, parar varios megaproyectos, y buscar el
diálogo con finqueros y empresarios. Saldar la deuda agraria con el Fondo de
Tierras (Fontierras) y detener nuevos desalojos en el área rural era prioridad entre
las demandas de los campesinos que marcharon.
Las tierras que compró el Estado
Desde mediados del siglo pasado, en Guatemala se han creado distintas
instituciones para cambiar el sistema de acceso a la tierra. El Instituto de
Transformación Agraria (INTA) y la Empresa Nacional de Fomento y Desarrollo
de Petén (FYDEP) se encargaron de repartir tierra desde los años 70 hasta finales
de los 90. Sus resultados están lejos de haber sido exitosos. En años más
recientes, las instituciones encargadas del tema de la tierra, sufrieron algunos
cambios. A raíz de los acuerdos de paz, con el problema de la reinserción de más
de 100 mil campesinos que se habían refugiado en  países vecinos, y la
reinstalación de aproximadamente un millón de personas desplazadas hacia
distintos puntos del país, no fue fácil crear el Fondo de Tierras (Fontierras) como
la nueva institución de gobierno para dar acceso a la tierra. Dos grandes
obstáculos impedían a los campesinos recuperar sus parcelas en ese momento:
por un lado, los escasos fondos gubernamentales para financiar la compra de
tierras; por el otro, la hostilidad de los terratenientes que se negaban a vender las
tierras ociosas. Con la creación de la nueva institucionalidad, la lógica de la
tierra, dio un giro de 180 grados.
Si durante varias décadas se promovió una especie de colonización (talar, poblar,
cosechar y construir), la legislación actual que creó un banco de fincas para
campesinos sin tierra administrado por Fontierras, se ha enfocado en una lógica
de mercado (crédito, comprar, cosechar, déficit).
Y “mercado” para muchos durante años ha sido igual a deuda.
“Se creó Fontierras, pero ¿qué sucedió? El mercado (de tierras) colapsó porque
había demasiada demanda pero muy poca oferta de tierras. Y lo que había no
sólo era caro, sino de mala calidad. Los terratenientes no han querido vender. Y
si venden son las tierras cansadas del área agrícola. De mala calidad”, dice Daniel
Pascual, dirigente del Comité de Unidad Campesina (CUC), uno de los
organizadores de la Marcha Indígena Campesina de 2012.
Fontierras, asegura Pascual, se convirtió en un banco de propiedades. Una
cantera de compra de fincas al mejor postor para el que pudiera pagar, o más
bien, endeudarse. Cada campesino debía negociar, agregar una carta de oferta,
obtener un crédito del Banco de Desarrollo Rural (Banrural), y esperar. Mientras
esperaban: la falta de tierras creaba más problemas de los iniciales.
A la deuda le siguieron (y le antecedieron), la falta de límites bien definidos entre
fincas; títulos de propiedad con una ubicación diferente; engaños en el momento
de la compra; ventas sin autorización de los propietarios originales; ocupación de
fincas privadas por parte de campesinos sin tierra; ocupación de baldíos
nacionales; ocupaciones de ejidos municipales; finqueros usurpando lotes baldíos
del Estado; desalojos. Desorden, caos, anarquía.
A la deuda le siguieron (y le antecedieron), la
falta de límites bien definidos entre fincas;
títulos de propiedad con una ubicación diferente;
engaños en el momento de la compra; ventas sin
autorización de los propietarios originales;
ocupación de fincas privadas por parte de
campesinos sin tierra; desalojos. Desorden, caos,
anarquía.
Además, Fontierras asumió todas las funciones del desaparecido INTA: legalizar
y regularizar cientos de casos pendientes de titulación. Muchos aún hoy no han
sido resueltos y permanecen en el limbo.
Por si fuera poco, “la mayoría de tierra adjudicada por el Estado tenía
sobreprecio”, asegura Leocadio Juracán, Coordinador General del Comité
campesino del altiplano (CCDA). “Nadie, ni el Estado ni los Campesinos ni los
terratenientes, sabía a ciencia cierta el valor exacto de las propiedades. El valor
de la tierra históricamente ha dependido de la cantidad de área que abarque, no
por su utilidad, no por lo que pueda o no producir”, explica.
La deuda agraria, al momento en que campesinos como Pedro Chub Choc y
Marulio Chiquín participaban en la Marcha Indígena y Campesina de 2012,
ascendía a Q320 millones.
—Cuando marchamos —dice Chiquín—, queríamos que se perdonara la deuda.
Lo que logramos, a pesar de todo, fue cambiar el agro.
—¿Cómo?
—La marcha obligaría a cambiar Fontierras —asegura Chiquín.
La marcha obligó a repensar la deuda agraria. Obligó al Estado a reevaluar
cientos de propiedades campesinas. El Gobierno tuvo que volver a medir la
tierra, ya no sólo por extensión, sino por utilidad. El valor de la tierra cambió
desde entonces. La tierra mala para cosechar no podía tener el mismo precio que
las áreas forestales. Y la deuda, a partir de la marcha, tuvo que ser reestructurada.
La marcha que reestructuró la deuda
Miles de campesinos, cansados luego de varios días de marcha, todos alrededor
de la Plaza de la Constitución, no se retirarían sin una respuesta. Durante varias
horas, aquel 28 de mayo de 2012, ya de madrugada, el presidente Otto Pérez
Molina escuchó sus demandas. La primera de ellas: la deuda agraria.
—Queremos que nos condonen la deuda agraria —decía Omar Jerónimo, de
Plataforma Agraria, otra de las organizaciones que participaron en la marcha
desde el principio.
—No es posible. No. —La respuesta, unánime, tenía como remitente a los
técnicos del gobierno de Pérez Molina: Elmer López, en aquel momento,
secretario de Asuntos Agrarios, y después Ministro de Agricultura; Adrián
Zapata, excomisionado presidencial para el Desarrollo Rural Integral; y Miguel
Ángel Balcárcel, comisionado presidencial del Diálogo Nacional.
La marcha, por su parte, había escogido a varios representantes, entre técnicos,
sociólogos y abogados. En el interior del Palacio Nacional de la Cultura se daría
un pulso de negociaciones.
“Condonar o no condonar la deuda —a pesar de las declaraciones del Presidente
— nunca ha dependido del Ejecutivo”, recuerda ahora Balcárcel. “Eso es algo
que depende del Congreso: por eso decíamos en aquel momento que no era
posible”, agrega.
El compromiso que asumió el gobierno, no obstante, fue la creación de un
subsidio para amortiguar la deuda. Meses después, luego de que los campesinos
marcharan con una deuda agraria impagable en torno a sus cabezas, Fontierras
sería reformado. De nuevo otro cambio para abordar la problemática de la tierra.
Esta vez, la transición apenas hizo ruido en la prensa. “Se beneficiaron
comunidades afines al gobierno, quizá por eso pocos alzaron la voz”, indica
Daniel Pascual. El dirigente del CUC habla de organizaciones campesinas como
la Coordinadora Nacional Indígena y Campesina (Conic), que con la crisis de los
últimos meses han realizado marchas y protestas a favor del gobierno de Otto
Pérez Molina. La nueva política sobre el acceso a la tierra abordaba, en efecto, la
deuda, como dice Pacual, buscando una reducción para los campesinos, pero no
atacaba el problema del agro de manera estructural. La lógica, el enfoque, se
mantenía en el mercado.
El primer paso, no obstante, fue admitir la sobrevaloración de la tierra. Eddy
Díaz, exgerente de Fontierras, explica que mucha tierra que se dio a los
campesinos, durante años, tenía como función exclusiva la protección forestal.
Lugares donde las cosechas apenas crecen. El plan, entonces —según Fontierras
por iniciativa de su junta directiva, y según los campesinos gracias a la presión de
sus peticiones—, fue encontrar una forma de cambiar el precio de las tierras: las
malas, las pésimas para cultivar, serían devaluadas. Y una tierra casi sin valor,
reduciría la deuda, crearía propietarios pero con tierra inutilizable. El único
propósito: bajar el precio de la tierra ya comprada. “Que los campesinos paguen
menos y que Fontierras viera por fin viable el pago de la deuda”, dice Díaz.
Agrega que “con la Política de Reestructuración de la Deuda, se hizo una escala
de valores para categorizar la tierra: clase uno, para la cultivable, y clase ocho
para la forestal. Se reajustaron los precios”. Y la deuda bajó. Bajó tanto que a la
fecha se ha logrado reducir en Q179,203,887.15. Un 81.42% de la deuda original
de 2013 que ascendía a Q221 millones según datos de Fontierras. Los
campesinos, no obstante, aún quedan debiendo alrededor de Q41 millones. Con
la reducción de la deuda el subsidio aumentó en un 75% para cada campesino
deudor con Fontierras.
—Son 95 casos, 95 comunidades beneficiadas —dice Díaz.
—Pero eso no resuelve el problema de los cultivos, se redujo la deuda por tanta
tierra mala para cosechar —se cuestiona a Díaz.
—Estamos conscientes, sí. Por eso implementamos programas enfocados en la
soberanía alimentaria. Si antes se veía la tierra como un fin, ahora se ve como un
medio.
— ¿Fontierras se reestructura a partir de la Marcha Indígena Campesina?
—En parte sí, en parte no. Este era un plan de larga data. No podemos decir que
la Marcha Indígena Campesina tiene todo el crédito. Hubo otros esfuerzos —
responde Díaz.
Tampoco Balcárcel reconoce que la marcha de 2012 haya cambiado radicalmente
el panorama respecto a la deuda agraria. Refiere trabajos de años, de reuniones,
sí, pero lo evidente es que el agro empezó a sacudirse el día que miles de
campesinos salieron desde Cobán, Alta Verapaz, y caminaron durante 11 días
rumbo a la capital.
Virgilio Pérez, de Plataforma Agraria, miembro de la comunidad La Florida, en
Quetzaltenango, marchante, tiene una lectura sobre por qué interesaba tanto
modificar Fontierras luego de la marcha. “Fontierras reacciona por lo que el tema
de la deuda agraria fue entendido en términos de gobernabilidad. Es decir:
conflictividad. No es que este gobierno haya atendido la demanda del
campesinado por buena gente. No. Se dio gracias a la presión de la protesta del
campesinado, aunque cueste admitirlo. Pero de fondo estaba calmar protestas,
oposiciones, demandas en muchos lugares de Guatemala”, dice.
Para el empresariado, desde la Cámara del Agro (Camagro) como miembros del
Consejo Directivo de Fontierras, este enfoque de ingobernabilidad tiene sentido
al preguntarles sobre los cambios en el agro a partir de la Marcha Indígena
Campesina del 2012: “Asumiendo que su pregunta se enmarca en el contexto de
la ingobernabilidad, a nuestro parecer, los actos fuera del margen de la ley se han
venido incrementando como invasiones a propiedad privada, secuestro y
retención de personas, destrucción y daños a la propiedad, derivado del inacción
de las autoridades de Gobierno para hacer cumplir la Ley. Y hemos visto actos
violentos cometidos impunemente en áreas como Cuyotenango en Mazatenango,
y en municipios de Alta Verapaz e Izabal, en el área del Valle del Polochic. Estos
hechos ilícitos afectan directamente a empresas a quienes invierten en el área
rural y a los colaboradores de las empresas”, argumenta Carla Caballeros,
directora ejecutiva de Camagro.
¿Alquilar para tener tierra?
Fontierras tiene tres formas de dar acceso a la tierra a los campesinos: la
regularización (dar solvencia jurídica), la compra (pero con deuda), y el
arrendamiento (alquilar para sobrevivir).
A la fecha, según datos de esa institución, desde su creación en 1997 se han
otorgado créditos por Q736,415,510.55, para la compra de 273 fincas. En
contraste, la misma institución ha concedido 530,151 créditos para alquilar fincas
por medio de arrendamientos, por un costo de Q134,411,480.00.  
En lugar de comprar, Fontierras está alquilando tierras.
“Los arrendamientos hace más ricos a los que poseen tierra ociosa. Los grandes
terratenientes alquilan la tierra por medio de Fontierras a cientos de pequeños
agricultores. No se genera la autosostenibilidad en el agro como defienden. Se
fomenta la riqueza de los mismos, del uno por ciento de la población que posee
latifundios: la élite”, dice Leocadio Juracán del CCDA.
“Los arrendamientos hace más ricos a los que
poseen tierra ociosa. Los grandes terratenientes
alquilan la tierra por medio de Fontierras a
cientos de pequeños agricultores. Se fomenta la
riqueza de los mismos, del uno por ciento de la
población que posee latifundios: la élite”, dice
Leocadio Juracán del CCDA.
En más de tres oportunidades Plaza Pública, por medio de acceso a la
información pública, intentó obtener el monto completo de ganancias de los
finqueros que alquilan la tierra. ¿Quiénes son?, ¿cuánto ganan por propietario?,
¿en qué finca?, ¿cuánta extensión poseen para arrendar? Y en tres ocasiones,
Fontierras evadió dar una respuesta sobre estos datos. Respondió, cada vez, con
un listado de cientos y cientos de campesinos que reciben entre Q300 a Q1,000
cada mes para arrendar una parcela, sin especificar el lugar, la extensión, la
categoría de la tierra (forestal y cultivable) y el nombre del dueño que recibe el
dinero. Los grandes terratenientes, los que podrían alquilar gran parte de sus
propiedades, no aparecieron nunca en los datos solicitados.
—¿Qué opinión tiene Camagro sobre una mayor inversión en arrendamientos en
lugar de la compra de tierras? —se le pregunta a Carla Caballeros.
—El programa de arrendamientos funciona similar a un crédito revolvente y esto
permite que junto a los pagos de los créditos de arrendamiento se pueda seguir
ampliando este programa. Mientras que el programa de compras de tierra
requiere que el Estado asigne fondos adicionales al Fondo de Tierras para poder
comprarlas, lo cual no se ha dado —responde Caballeros.
—¿Son los grandes terratenientes los beneficiarios de una mayor inversión en
arrendamientos?
—Según registros del Fondo no, pues los beneficiarios que constan en dichos
registros son campesinos de escasos recursos, calificados conforme a la Ley del
Fondo– asegura la representante de Camagro.
Camagro tampoco informó sobre la cantidad de fincas, extensiones, lista de
propietarios y montos de que se han beneficiado los terratenientes con la política
de arrendamientos.
Para el exdirector de Fontierras, Eddy Díaz  los arrendamientos radican en la
experiencia de la deuda, lo que hizo replantear el acceso a la tierra vía mercado.
La nueva política establece la posibilidad de arrendamiento con opción a compra,
indica. Después de cuatro años de alquilar, un campesino puede preguntar, por
fin, si la tierra puede ser adquirida por medio de una compra. “Tras esos años los
campesinos tienen capital de trabajo para que puedan producir ingresos propios.
De lo que producen en arrendamiento, en Fontierras les genera un capital semilla,
que al quinto año se les entrega para que puedan ir a un arrendamiento con
opción de compra”, explica Díaz.
—¿Hay evidencia de que ha funcionado?
—Aún no. Está en proceso
—¿Se alquilan más fincas en lugar de comprarlas para los campesinos?
—Tienen objetivos diferentes. El arrendamiento es un programa paliativo
enfocado en el tema de seguridad alimentaria. Gente que no tiene donde producir.
Ese es el objetivo. Y que ha tenido éxito porque teníamos 35 mil casos, en 2011,
y luego, en 2015 hablamos de 95 mil fincas para arrendar dentro de nuestra
cartera. Si tuviéramos más plata podríamos cumplir más —responde Díaz.
Maurilio Chiquín, de Sactelá es arrendatario. “Toda la vida alquilando. Si no
llegamos a la cuota apenas hay ganancia. Apenas hay para vivir. Pero hay que
pagar la tierra, aunque nunca sea nuestra”, lamenta.
La colectividad como propietaria
Sin respaldo legal, la tierra no es de nadie. Muchas veces una propiedad se
mantiene en disputa durante décadas. Muchas veces los límites entre una finca y
otra tampoco están definidos. Saldos, casos irresueltos por anteriores
instituciones como el INTA. Según Fontierras, el proceso de regularización
dejado por otras administraciones, como parte de su responsabilidad, ya
ha concluido. Lo afirma el exdirector Eddy Díaz. No obstante, los reclamos sobre
la tierra, el desorden con que se ha llevado a cabo inscripciones anómalas, títulos
de propiedad duplicados, despojos ilegales, continúa latente.
Fontierras se ha tenido que hacer cargo de varios casos aún no resueltos. En
Quiché, por ejemplo, Acul y Tzalbal, dos comunidades fueron expropiadas en los
años 80 como una estrategia contrasubversiva para la creación de polos de
desarrollo. Durante 28 años nadie en esas comunidades supo nada de la
expropiación. En 2013, otro de los ejemplos de casos irresueltos se dio con la
denuncia de ocho comunidades q’eqchíes de Sierra Santa Cruz, El Estor, Izabal,
se quejaban de la inscripción anómala de 254 caballerías. En ambos casos
Fontierras mantiene los procesos de titulación abiertos, pendientes de terminar
los procesos de regularización de propiedades.
“Con la Marcha Indígena Campesina se introdujo un nuevo término”, dice Daniel
Pascual, del CUC: “La propiedad comunitaria”.
La génesis de este cambio dentro de Fontierras proviene en gran parte de las
quejas y críticas al hecho de que el Estado otorgaba una propiedad y luego, los
nuevos dueños (campesinos), la vendían; en muchos casos a latifundios o
megaproyectos, dejando desprotegidos a los pequeños propietarios que se iban
quedando aislados.
—La opción que se dio —señala Leocadio Juracán, de CCDA —fue crear una
opción colectiva que incluye el reconocimiento de derechos ancestrales.
“La propiedad ahora es de todos, no sólo de una persona, y si se desea vender,
separar una parcela, la aprobación debe ser colectiva”, explica Patzy Chavarría,
directora de Regularización de Fontierras. “Es un candado”, admite.
Con la marcha de 2012, la “propiedad comunitaria” fue implementada por
primera vez para 14 comunidades de la Sierra Chinajá, en Chisec, Alta Verapaz.
Luego en Telemán, en el Valle del Polochic. Ahora es una figura recurrente a
pesar de la oposición que existe para reconocer este tipo de derecho comunitario
e indígena.
Virgilio Pérez, de Plataforma Agraria, recuerda el proceso en la boca costa de
Quetzaltenango: “La plática era sobre inscribir la tierra pero no perderla. Cómo
hacer para que aún quede tierra para nuestros nietos. La propiedad para todos
tiene relación con el pensamiento de nuestros abuelos. Unos siempre verán la
tierra como una mercancía y otros, como nosotros, que la ve como la madre
tierra”.
La propiedad comunal es algo en lo que Fontierras y campesinos están de
acuerdo. La oposición a esta figura, por la jurisprudencia que marca para
adjudicar propiedades indígenas ancestrales, es política y también empresarial,
como la exregitradora General de la Propiedad, Anabella de Leónlo dijo a Plaza
Pública en 2013: “Entonces los propietarios de tierras ya no van a estar seguros
de sus inscripciones porque van a venir muchos que van a decir: ‘aquí vivieron
mis ancestros’. Póngase esa palabra que utilizan: ‘mis ancestros vivieron aquí’. Y
si todos tenemos ancestros mayas, entonces podemos reclamar los montículos de
Tikal, Kaminal Juyú. Entonces ¿dónde quedan las inscripciones?, entonces no va
a haber Registro, ¿para qué va a haber Registro?”.
Mercado cerrado temporalmente
Tras la reestructuración de la deuda agraria todo se detuvo. El dinero desde el
presupuesto de la Nación dejó de llegar. Las tierras disponibles se paralizaron
para generar nuevos bancos de fincas en Fontierras. La marcha, como bromea
Balcárcel, “dejó de avanzar”. Y Fontierras se quedó sin recursos: “Cuando se
aprobó el presupuesto de 2015 —dice Bálcarcel— al Ministerio de Agricultura,
Ganadería y Alimentación se le colocaron varios candados: no dispone de dinero
para resolver los casos agrarios”.
El último presupuesto ejecutado por Fontierras en 2014 fue de casi Q30 millones.
Maurilio Chiquín es uno de los afectados por la falta de presupuesto. Aún no han
logrado que Fontierras compre la finca para que más de 60 familias se instalen en
la aldea Sactelá. Chiquín dice que todo está listo, que el terrateniente quiere
vender, que sólo faltan unas firmas del gobierno y luego ellos se comprometen a
pagar. “Nosotros somos de fiar. Queremos algo propio para cosechar. No
queremos estar en el aire, en la oscuridad, en lo de no saber y saber, en la duda”,
dice.
Lo cierto es que con el cambio dentro de Fontierras, los beneficios se enfocaron
en casi una sola organización: la Coordinadora Nacional Indígena y Campesina
(Conic). En porcentajes globales, Conic resolvió el 82% de los casos en los que
da acompañamiento, según datos de Fontierras. CCDA y CUC, 67% y 50%,
respectivamente. “Conic pactó con el gobierno. Desde hace años, lamentamos, se
ha plegado a la agenda de los políticos de turno. Es una lástima que fueron ellos
los que marcharon en 2007 para pedir 15 mil formularios de arrendamientos.
Toda una lógica contraria a la marcha de 2012. Todas la organizaciones que
vemos el tema de la deuda nos sentimos traicionados”, señala Daniel Pascual.
Juan Tinay, dirigente de Conic, en un tono derrotista, acepta: “Si esperamos a
que por fin se pueda sembrar en 15 o 10 o 20 años, la gente se va a morir.
Nosotros los vemos con ese ojo. Si sólo lo vemos crítico, desde la ciudad, desde
la academia, nuestras familias se van a morir”. 
—¿Pero plegarse al Gobierno, a pesar de sus contradicciones?
—Nos critican tal y cual. Pero lo vemos desde lo humanitario, con visión
humanitaria, con visión de la realidad —dice Tinay.
Sin duda, el tema de acceso a la tierra es un asunto irresuelto. La deuda aún es
latente. Aun con los cambios en Fontierras hay Q41 millones de deuda que los
campesinos deberán pagar. La falta de tierra es un monstruo que se muerde la
cola. Y con él: los desalojos, la PNC, las patrullas, la violencia, las ocupaciones
de fincas privadas o área protegidas seguirán existiendo. “La marcha sólo fue un
breve retrato de lo que sucede en el área rural”, dice Daniel Pascual. Los pasos
del campesinado, por esta vez, consiguieron mover un poco la institucionalidad
del Estado al reducir la deuda agraria que se tenía (y tiene) con Fontierras.
Sacudieron, por un instante, el agro y su opción para cultivar y generar
subsistencia a través del respaldo legal de la tierra. Pero tan sólo fue uno de los
reclamos sobre los que lograron obtener cierta atención. En cuanto suspender las
licencias de minería e hidroeléctricas, aprobar una reforma agraria en el
Congreso, suspender la actividad militar en sus comunidades, parar
megaproyectos, enfrentarse a empresarios, todo ha quedado en suspenso.  En la
práctica, en el día a día, los campesinos sólo lograron asegurar algunos títulos de
propiedad y un tiempo justo para pagarlo. El Estado, por otra parte, se garantiza
el pago de una deuda sin que se vea posibilidad de que el problema estructural
del agro, de la propiedad de la tierra, de la sobrevivencia, sea resuelto en
Guatemala. 

Oswaldo J. Hernández
Autor

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