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UNA PRIMERA MIRADA INTROSPECTIVA COMO MAESTROS CRISTIANOS

Por Juan Manuel Barrera

La enseñanza es todo un arte y aunque no sea exacta, también es una ciencia. No hemos sido lo
suficientemente conscientes de cuántos errores cometemos al enseñar. Principalmente a causa de creer
que enseñar es tan solo el acto de transmitir información, hemos desperdiciado durante años la
oportunidad de formar discípulos cristianos maduros por el simple hecho de no querer conocer o utilizar
la enorme cantidad de recursos y herramientas para la enseñanza práctica del ministerio. Aunque
tengamos evidentemente el don de la enseñanza, debemos aprender a aprender, para aprender a
enseñar. Así descubriremos técnicas y métodos pedagógicos que serán como un combustible para seguir
adelante de una manera más eficaz y efectiva.
Conocer y analizar los distintos modelos pedagógicos brindará una luz especial que nos ayudará a
comprender la importancia de innovar e investigar para perfeccionarnos como educadores y propender
por el mejor desarrollo de los aprendices. La educación cristiana tiene toda una historia, pero quizás una
de las razones por las cuales el cristianismo no es impactante e influyente en estos tiempos, se deba a
que se ha enseñado con metodologías inapropiadas, sumándole a eso que aun el mismo contenido del
evangelio en muchos casos ha sido transformado. Por esta razón, es importante para el educador
cristiano conocer la historia de la educación judía y cristiana, pero también establecerse en la verdad de
que el mensaje bíblico no debe ser adulterado.
Una vez tenemos claro que el mensaje bíblico es uno solo y que el maestro debe enseñar guardando
toda fidelidad al texto bíblico, entonces debemos echar mano de la gran diversidad de técnicas y
metodologías pedagógicas. Debemos ver en cada oportunidad de enseñar, un tiempo más valioso que el
oro para transmitir verdades más valiosas que el mismísimo tiempo. Es decir, sesenta o ciento veinte
minutos (o cual sea el caso) tienen que ser aprovechados de la mejor manera porque de la eficacia del
maestro depende que las almas amen más a su Salvador, o en el caso contrario, se vuelvan reticentes a
la preciosa gloria de Dios, por culpa de la mediocridad y falta de pasión de aquel que enseña.
Realmente se hace indispensable que el educador cristiano reevalúe su manera de enseñar: ¿Está
cumpliendo meramente con el currículo? ¿Dicta sus clases sin preparar las enseñanzas? ¿Se limita
únicamente a seguir lo que la guía de estudio le sugiere? ¿No hace uso de ayudas pedagógicas? ¿No
conoce a sus estudiantes individualmente? ¿Se enfoca en enseñar más que en el aprendizaje? ¿Sólo
enseña cuando está en el salón, pero no con su ejemplo y aprovechando las cotidianidades de la vida?
Estas y muchas otras preguntas ayudarán al educador a descubrir dónde está situado con el fin de
encaminarse a nuevos desafíos que le llevarán a ser una influencia cristiana no sólo positiva, sino
poderosa.
Si queremos rescatar la pureza y eficacia de la piedad cristiana, no sólo individual, sino familiar,
eclesiástica y social, debemos tener un compromiso hacia el futuro de desarrollar un espíritu curioso e
investigativo, un carácter paciente y perseverante, unas disciplinas espirituales de oración, estudio y
meditación de la Palabra inquebrantables, y por encima de todo, un amor implacable por las almas
enfocado en su aprendizaje, no meramente de conocimientos, sino para transformación de vidas, y esto
no como un fin en sí mismo, sino con la mirada de conocer a Jesucristo ante el cual todo lo demás en
este mundo luce como basura.

Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo
Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo, (Flp 3:8)

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